El fútbol para muchos es un más que una pasión, si eso ya es posible, es un estilo de vida y rige sus pasos: las amistades, la familia, los lugares por los cuales transitar y hasta inclusive los colores con los que se ha de vestir.
En Argentina esa pasión y estilo de vida se respira por las calles. Y no hablo de la cosmopolita Buenos Aires, sino en las provincias. Durante mi paso por Deán Funes, ciudad del noroeste de la provincia de Córdoba, los jóvenes entusiastas en Las Canteras, jugaban diario al deporte rey, en una cancha desnivelada que hacia que la pelota bajara por la gravedad a uno de los arcos, para compensar se celebraban partidos de 5 minutos por lado para que la cosa no termine a las “piñas”, como le saben decir a meterse caricias que duelen por esos pagos.
El espécimen peruano que era yo, en ese 2007, pues representaba el ideario de un fútbol admirado en la Argentina: Cueto, Cubillas, Quiroga.
—Che peruano, tú debes jugar como Reyna, ¡Fah! Que tal pedazo de marcador, lo tuvo de hijo a Maradona en ese dos a dos histórico.
—Mi no entender fuchibol, esquiusmi.
—Serás loco, peruano y las mil… ¡cómo no vas a saber de fútbol!
Es cierto, yo de fútbol sé que el Juventus es de Italia porque mi papá era presidente de su émulo, un equipo que presidió en Chuquibamba, luego que juegan 22 persiguiendo una pelota y que si haces caer a uno cerca del arco es faul. Eso último porque fui arbitro, (ejem, ejem) en un partido importante allá por Toro en la provincia de La Unión.
La cosa es que no nunca le entré al deporte, y fuera de ganar un torneíto de uno contra uno allá en el 93 en mi cuadra y esa historia del arbitraje peligroso que en otro Comecuentos relataré, yo del deporte de los 45 minutos por tiempo, no sabía nada. Pero, allí, en las sierras cordobesas, hablar de fútbol era mencionar a Belgrano y Talleres, y sus hinchas eran rivales perpetuos.
Un día en plena mesa, dos chicos de ambos equipos estaban discutiendo sobre quién era mejor.
—Andáaaaa pecho frio, que ustedes solo tienen copas porque se las regalan.
—¡Decímelo de nuevo!
—Te lo repito y que pasá, nada porque sos un careta.
—¡Agárrame que lo parto, viejo!
Para ese momento ambos jóvenes ya se habían parado y estaban por lanzarse uno contra el otro, cuando el “viejo” que no era otro que un remixero cordobés con unos 60 años, pero de cabello más blanco que las nieves en los Andes, se puso entre ambos para apaciguarlos, pero los pibes no se tranquilizaban, hasta que el mediador se cayó faltándole el aíre.
—No me hagan esto, chicos, a mi me da, a mí me da.
Felizmente no le dio nada al “plateado” y todo quedó en nada, pero me quedó grabado que se tomaban en serio el tema.
Sucedió que nos retaron a un amistoso con un equipo de tercera división de la ciudad. Pero debían ir mínimo trece, por si había cambios. Y había varios castigados. Arañando lograron sacar doce. Luego de varias promesas que no entraría en ningún momento a la cancha, accedí a ir.
El partido de arranque era una matanza, entre que los nuestros estaban acostumbrados a la canchita desnivelada y que los otros estaban jugando como si fuera la final de la Libertadores, metieron dos goles y nos fuimos al segundo tiempo. Al comenzar los descuentos se lesionaron dos de los nuestros y un gol de honor fue metido. Pero lo peor sucedió: otra baja y el director técnico y jefe de la obra miró a su banca y… pues allí estaba yo, más de narrador del partido para las voluntarias de la ciudad que prestando atención. “Ché, peruano, tenés que entrar”. Lo dijo con tanto dolor y yo como estaba en plan demostrativo de mi valía, pues que tuve que entrar. Pero me fui para donde siempre iba en casos así: a la punta derecha, de “lauchero” para dirigir el encuentro en cancha.
Recordé los partidos en las Olimpiadas Cachimbo en el 97, en la histórica cancha Hochiming de la UNSA en que entraba para que no nos ganaran por offside.
—¡Loco!, pateála para asha. Marines, el David está libre, pasasela, ¡Juan!, dejá de agarrarte la melena y pateáaaaaaa.
Así me pasé varios minutos dirigiendo con maestría a los jugadores del equipo, cuando otra tragedia sucedió: me encontraba libre para que me pasaran la pelota y, pese a mis señas de que ni se atreviera el Riojano, este la eleva y me la deja rebotando, justo como para que, encomendándome a san Judas Tadeo, cerrara los ojos y disparara el pie derecho.
Gol.
“Tremendo remate del peruano Medina, quien estaba habilitado por la banda derecha y subió al área chica y de un solo derechazo hundió el esférico en la red, sin que el arquero pudiera hacer nada, golazo que pone el marcador dos a dos y esto está para cualquiera”, era la narración que sonaba en mi cabeza. Tres minutos más tarde pedí el cambio con el Pablo que ya estaba recuperado y me fui a la banca.
—Ché, pero ¿por qué te sales si estas que la llevas?
—A mi me han enseñado que hay que retirarse, cuando las palmas aún suenan.
—Jajaja, peruano loco.
Y así terminó la participación de un peruano en el histórico Estadio Municipal “Fuha Cordi”, de la ciudad de Deán Funes, en marzo del 2007. La historia contará su hazaña.
Por: Sarko Medina Hinojosa
Relato aparecido en el Semanario La Central Noticias
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