Juego de espejos


Pieter y David Oyens «Gemelos pintores»

Tengo un doble y tenemos un acuerdo. Él va a mi trabajo. Se sienta en el sillón y prende la computadora. Adoptando mis ojos inquisidores, examina el trabajo de los asistentes, toma café y habla por teléfono con seriedad o entusiasmo. Almuerza a la misma hora y trata con exquisitez a la plana mayor y con amabilidad a la menor. Se despide cada día del portero con alguna broma sobre el tiempo y sube al transporte en el mismo paradero. Llega a casa y abraza a mis hijos, besa a mi esposa, revisa las tareas y se sienta en el sillón viendo programas de comida hasta la hora de dormir. Acuesta a los niños, se dirige con paso lento a la habitación y con pasión le hace el amor a mi consorte.

Cada día laboral repite este esquema. Sin sorpresas. Sin obstáculos. El viernes, al despedirse del jocoso portero, va por otro camino, al de su verdadera casa, donde bebe todo el fin de semana viendo deportes. El lunes por la mañana retorna bien trajeado a la oficina a ser un importante operario de una empresa. Yo, por mi parte, llego a casa el viernes, abrazo y beso a mis hijos. Sábado y domingo los engrío, a mi esposa la complazco de diferentes maneras y formas. El lunes por la mañana retorno bien trajeado a la casa de mi doble. Así quedó establecido.

¿Qué gano en este intercambio?

Nada y todo. Mi castigo son esos fines de semana fingiendo amar a esos niños que no son de ella y estar dentro de esa mujer que no tiene su olor, su suavidad, ni su mirada. Porque durante los cinco días laborales me dedico a escribir en la arena del patio trasero, una historia de amor que nunca fue, cuando se acaba aliso con una tabla la ficticia playa y vuelvo a escribirla, una y otra vez, tratando de encontrar la construcción exacta de mi vida con ella, la que cambié por su gemela, la que desapareció para todos presa del despecho, la que está enterrada justo debajo de esta arena, leyendo lo que escribo para ella. 

Canción para acompañar la lectura: