Se presentó la oportunidad de dictar un taller de autobiografía en el Aula del Saber de la UCSP. Era para adultos mayores. Migrantes. No dudé en decir que sí.
Si algo he aprendido de la escritura es que es una poderosa herramienta para llevar al papel, o, en estos días, a la pantalla digital de la computadora o el celular, recuerdos que la memoria deja a un lado dormitando.
Para empezar, conté la historia clásica de Marcel Proust y el quequito remojado en mate que lo llevó de nuevo al Combray de su adolescencia. Allá le dicen ponqué, me enseñaron.
Y es que pensé que ayudaría a los participantes a recordar mejores épocas, nutrir con las experiencias actuales y confeccionar textos que se queden para que sus descendientes conozcan sus historias. Pensé nomás. La realidad me devolvió una serie de historias que han calado dentro mío, como el testimonio de alguien que presencia un hermoso pasaje. Cada una de las participantes, porque al final perseveraron cinco, me ha entregado en las sesiones sus alegrías, tristezas, enojos, luchas y desconciertos sobre el futuro, en relatos que abarcan diferentes lugares de Venezuela, condiciones económicas y vivencias familiares, pero todas, atravesadas por el mismo destino en algún momento: el tener que migrar para poder salir adelante.
Para mi ha sido el comprender un poco más las historias que impulsaron a familias enteras a buscar en otro país aquello en que el suyo era ya imposible. Y saber que, pese a eso, el amor por su patria permanece intacto, por sus tradiciones, sus comidas, familia, fallecidos.
Pensé que les iba a enseñar algo, pero, en realidad me han enseñado más en estas sesiones. Y es cierto: que lo que escribimos con la vida retumba en el universo. Gracias queridas alumnas.
Por: Sarko Medina Hinojosa
