
Quisiera contarte que el virus un día se fue. Pero no pasó.
A finales de noviembre se descubrió que el bicho mutaba, bueno, se descubrió que la OMS no lo dijo, no compartió sus descubrimientos. La gente empezó a circular las viejas teorías sobre conspiraciones para que el mundo redujera la cantidad de personas. Tonteras a full, pero ciertas. Cuando descubrieron los informes de avance sobre el virus y su proyección a nivel mundial, todo se les cayó. No te asustes, con el tiempo me he vuelto técnica en mi hablar. Vivir entre tanto dato científico me ha vuelto “cientipeta”, como nos llaman a los de la generación Covid.
El virus reinó entre el caos de las olas que contagiaban a más y más. Increíble, pero en medio de la catástrofe llegaron las elecciones en el país y se escogió al menos indicado para gobernarnos. Los precios se dispararon, los artículos de primera necesidad empezaron a escasear y los servicios empezaron a costar mucho más.
Pero, una tarde, un niño tiktoker de Loreto, soltó un video en que, mascarilla puesta, cocinaba arroz, con cebolla y yuca cocida, preparaba con un huevito más de sus gallinas, su almuerzo. Finalizó todo con la frase: “Dejen de quejarse y vayan a alimentar a las gallinas”.
Medio Perú se rio, pero algo comprendimos. Este virus nunca se iría. Sí. Pero nosotros tampoco.
En ese tiempo leí un cómic en Internet, el autor debió ser uno de esos que nunca pierden la esperanza, porque en una parte hablaba de la tierra y regresar a ella y cultivar los campos. “Todavía somos, aquí estamos y estaremos después”, decía esa parte. No la he olvidado pese a todo.
Alcohol en gel, mascarilla, careta. ¿Era sencillo no?, pero nada, empezaron a relajarse, la gente se quitaba la mascarilla cuando podía. En la ciudad fue peor.
Pero te conté que medio país no se rio del chiquito, esa otra cantidad comprendió algo y empezaron a migrar de retorno a donde vivieron sus padres y abuelos.
En algún lugar encontrarás respuesta a algo llamado “Terrorismo en el Perú” y comprenderás esto que te digo de volver de dónde salieron sus ancestros. Cuando retornaron se enfrentaron a la lucha por sembrar andenes ya en desuso, por recolectar el agua como antaño y a esperar las cosechas sin enfermar la tierra. Tanta sabiduría que podía combinarse con lo que los jóvenes encontraban en Internet.
Mientras todos en el mundo iban muriendo unos tras otros, cuando se desataron guerras por comida, los que regresaron a la sierra y selva se apertrecharon y sobrevivieron, ola tras ola. A los que llegaban los ponían en cuarentena antes de reingresar a los pueblos. Las rondas campesinas se retomaron como agentes de justicia y orden.
No fue fácil, en especial en la selva con los narcos, pero, al final, hasta a esa plaga la eliminaron. También, en el mundo no quedaban muchos que pudieran comprar droga.
Luego, años de incertidumbre, hasta saber que el virus nunca se iría y mutaría cada año.
Justo por eso te escribo, porque a algunos les da y salen bien, pero otros despiertan sin memorias y olvidan y contagian a los demás. Estoy en cuarentena hace una semana y siento que olvido cosas, y aún me falta pasar dos a tres semanas la enfermedad. Por eso, cuando despierte de esta pesadilla y encuentre esta carta, recordaré mi camino, bueno, eso lo harás tú.
PD: Te dejo escritas tus labores, funciones y tareas, porque en esta nueva Sociedad del Ayni, quien no trabaja no come, así de sencillo querida yo.
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Por: Sarko Medina Hinojosa, cuento publicado en Diario El Pueblo
