Uno llega, uno se va

Por: Sarko Medina Hinojosa

—¡Ayuda!

—¿Qué pasa?

—Esta chica está que se muere, parece que se le complicó el parto —dijo el taxista.

Lucio, técnico en enfermería en la posta “Virgen de la Asunción”, con rapidez abrió la puerta trasera del vehículo.

—¡Seño Maritza!, ¡tenemos una emergencia, tengo una cabeza de bebé a la vista!

La tranquilidad en el barrio se ve rasgada por los gritos de la jovencita.

***

—Entonces, usted atendió a la menor.

—Sí, era una paciente primigesta, con rompimiento de bolsa una hora antes, 17 años. Nosotros somos dos como personal permanente, el técnico y obstetra. Llegó con dolores fuertes y con la cabeza del bebé salida. El técnico Lucio la entró de emergencia en brazos, envuelta en una frazada. La camilla de traslado estaba malograda y recién llegaría el viernes reparada.

—¿El técnico estaba con su equipo de protección personal?

—Sí, por norma debemos estar protegidos en este tiempo.

—La norma dice muchas cosas, pero el personal muchas veces lo incumple.

Maritza se muerde los labios, quisiera responder, pero el administrativo solo hace su trabajo.

—Estaba con su traje anti fluidos e implementos protectores para zapatos, mascarilla y careta facial, además de guantes. No sabíamos la verdadera condición de la paciente hasta ese momento así que se trató como una emergencia de parto.

—Pero al final no lo fue.

Maritza baja la cabeza, los recuerdos la dominan. Los gritos de la muchacha aún retumban en su mente.

***

—No te atiendes en este centro, por qué no fuiste a donde te hacen tus controles.

—Señito yo vivo como veinte cuadras arriba, este es mi centro no hay más.

—Pero aquí no figuras. ¿Cuándo te hiciste tu último control?

—¡Auch!, duele mucho. No me he hecho eso, desde que empezó lo del coronavirus no salía de casa, mi papá nomás iba al mercado.

—¿Y tu papá?, por qué no ha venido contigo.

—Murió hace cinco días, ¡por favor no me dejen morir!, disculpen si no vine antes. 

—Seño Maritza, creo que debemos derivarla —dice en voz baja el técnico. El presentimiento hace que también se detenga la obstetra.

—Lo sé, pero está coronando, ¡mira! No va a aguantar la espera y hasta que llegue la ambulancia se nos muere madre y bebé… además… ya sabes cómo está la situación.

***

—La situación no estaba para descartar que tenía el virus.

—Efectivamente, pero en ese momento teníamos que sopesar para determinar la estrategia de atención. El único hospital Covid era el Honorio Delgado Espinoza, pero estaba colapsado, con pacientes en fila a las afueras y nos avisaron que tampoco recibirían en el Goyeneche porque estaba igual, saturado. En ese momento enviarla en un taxi acompañándola incluso, era un peligro sanitario, no sabíamos si estaba infectada o no. 

—Así que prefirieron correr el riesgo.

La mirada es fría. ¿Cómo explicarlo? Durante sus años trabajando en pueblos de la sierra en Cotahuasi, en Chivay, la misma mirada cada vez que se cometía alguna incongruencia en atención de carácter administrativo. Cada vez tener que responder esas preguntas, justificando el tratar de salvar una vida. Pero, aprendió también que los apasionamientos sirven en el momento de la atención, no para explicar algo que debe pasar por el frío tamizaje del recuento técnico.

***

—Prepara la sala como lo practicamos.

—Usted asume.

—Sí hijo, apúrate nomás, luego hacemos el informe. Igual avisa al Centro de Independencia que estamos en atención de parto de primeriza para que nos puedan apoyar.

“La sala de tópico la convertimos en ese momento en una sala de atención. Colocamos una mascarilla encima de la que tenía la paciente. Rociamos con agua y lejía toda la superficie de su cuerpo que pudimos. Le echamos alcohol en gel en sus manos”.

—Mamacita, escucha, tenemos que echarte todo esto, pero dime ¿De qué murió tu papito?

—Con el virus.

—Suficiente, lamento tu pérdida, pero ahora debes luchar por tu bebé, debes pujar con fuerza, ¿sí?

“Se le sacó la mayor parte de la ropa para que no toque en ningún momento al bebé. Se esterilizó el material con alcohol. Nos retiramos los guantes superficiales para poder colocarnos unos nuevos y procedimos a la atención”.

—¡Puja hija!

—¡Auuuuuuu!, ¡papito ayúdame!

—¡Así, tú puedes!

“No demoró mucho. El bebé salió llorando, e inmediatamente lo puse en el abdomen de su mamá, para que se acostumbre a su calor y a su olor. Mientras el técnico arreglaba todo con cuidado y le limpiaba los pezones, le di los tres minutos de oro, para que el cordón deje de latir para cortarlo. Limpiamos a la criatura y dejamos que lacte, mientras llamamos al Centro de Independencia para que nos dieran indicaciones finales. Por norma íbamos a esperar dos horas para que el sangrado termine y ese útero empiece su proceso de sanación, pero no pasó así”.         

—¡No deja de sangrar!

—La ambulancia en cuánto te dijo que llegaría.

—Veinte minutos.

—Tengámosla lista, iré con ella.

—No, iré yo.

Maritza mira a su compañero. Tendrá que ir al Hospital Goyeneche, allí están haciendo las pruebas rápidas y la operarían. Se tendrá que quedar un buen rato con el papeleo.

—Tranquilo, es mi paciente.

—Pero es mi trabajo, Seño, ya hizo lo que pudo.

“Revisé en el bebé su temperatura y frecuencia cardiaca. La madre era la preocupación, así que se fueron en la misma unidad particular que la trajo, previa desinfección y protección del bebé y la madre”.

***

—Así es, usted hizo lo que pudo. Debieron trasladarla antes a un establecimiento Covid, eso dicta la norma, pero, teniendo en cuenta el periodo de rompimiento de fuente y que la cabeza estaba prácticamente afuera cuando llegó la paciente, obviaremos ese detalle. Actuó bien, Maritza, una pena por la situación de la jovencita nomás.

—¿Saben algo de ella?

—Cortaron el desangre, y de su caso se hizo cargo gente del Inabif. Si tuvo suerte no los separaron, pero imposible: menor de edad, situación de abandono, sin pareja. En fin. Hasta luego.

***

—¿Más tranquila?

—Sí Seño. Muchas gracias, mi bebé está bien, es mi recambio.

—Sí, está lactando, buena señal. ¿Por qué dices recambio?

—Mi papito decía eso… Un chico de mi barrio, el Julio, vino a pasar vacaciones con su familia. Yo no le hacía caso, pero me convenció de estar con él. Y bueno.

—Tu papá se enojó, seguro.

—No. Mi papá era mayor cuando se juntó con mi mamá. En su primer compromiso le fue mal y se separó, luego se vino aquí. Mi mamá también era mayorcita. La trajeron como criada y sus padres se olvidaron de ella. Se cansó de vivir sirviendo. Cuando tenía veinticinco se salió de esa casa y se puso a trabajar como comerciante. Mi papá la convenció de enamorar. Así estuvieron años, hasta que invadieron un terreno allá en la vuelta del cerro y me tuvieron. Mi mamita murió hace siete años. Nos quedamos solitos hasta que murió.

—¿Cómo sabes que fue de Covid?

—De qué más se podría morir Seño. No quería que saliera a ninguna parte. Él nomás iba al mercado. Hace dos semanas se puso mal. Le dieron unas medicinas allá en el Honorio pero no le hicieron nada. No pude ni conseguirle oxígeno. Un vecino me ayudó a llevarlo de noche al cementerio y allí nomás lo enterré, justo el que me trajo.

—Aún está afuera, esperando que salga todo bien. Y, ¿por qué no viniste para hacerte tus controles?

—No quise, tuve miedo y mi papá no me insistió.

—¿El papá de tu hijito sabe que estabas embarazada?   

—Sí. Me dijo que cuando naciera el niño se vendría, también es menor como yo. Seño, tengo mucho sueño, ¿eso es normal?

—Sigues sangrando. Esto aún no termina hijita, te vamos a llevar al hospital.

—¡No! por favor me van a quitar a mi bebé porque soy menor.

—No es así —la trata de tranquilizar Maritza, sin tener en claro qué sucederá. —No pienses ahora en eso, primero es tu salud y la de tu bebé. ¡Lucio!, se tendrán que ir en el taxi nomás.

***

Pasaron dos meses de eso y Maritza seguía pensando en esa jovencita. Ginamaura, así se llamaba. Lucio le contó que no querían aceptarla, pero luego de ver la gravedad del sangrado, la aceptaron, le hicieron la prueba rápida, saliendo positivo. No pudo quedarse más. Luego de eso, esperaron siete días de angustia para hacerse también la prueba. Negativos ambos.

—Un alma se va y otra llega, eso seguro quería decir con lo del recambio —piensa mientras ordena su escritorio, es casi hora de cierre.

—Seño, tiene una pacientita.

—Clásica, justo se les antoja cuando estamos por cerrar. Hazla pasar nomás.

Maritza la reconoce al instante, pese a la mascarilla. El bebé está en sus brazos arropado en una hermosa lliclla y a su lado un joven con ojos asustados.

—¿Me recordarás?

—Claro que sí. ¡Y ya era hora que vengas para tu control, sabida!

Las risas inundan el pequeño consultorio.       

Foto referencial. La obstetra es Liliana Maritza Hinojosa Gutierrez, mi madre.

El Comecuentos: El ejemplo que me da mi madre

Por: Sarko Medina Hinojosa

Les voy a contar una travesura periodística que tengo desde que ingresé a Arequipa al Día, allá por el 2004. Siempre que puedo escribo sobre mi mamá Liliana en los medios que he trabajado. En artículos, notas sobre obstetricia y demás, la he incluido de tanto en tanto. Pero, esta vez, quisiera que ella cuente su historia como profesional de la salud y que hoy está en primera línea combatiendo el Covid19, ayudando a las nuevas mamás a traer a sus pequeños hijos:   

“Quisiera contarles la historia de una obstetra que nació en un lugar muy alejado de la ciudad de Arequipa, en un pueblito llamado Cotahuasi. Cursó estudios en la escuela María Auxiliadora y culminó en el glorioso Mariscal Orbegoso. Fue madre a muy corta edad siendo ese niño su motor y motivo para culminar su meta trazada ser Obstetriz. No sólo fue su hijo sino también su compañero de estudios ya que estudiaba en el colegio San Juan Bautista y al culminar sus clases entraba sigilosamente al aula de mamá en la universidad, sin molestar a nadie se sentaba en el último asiento y cansado se dormía. Los profesores lo aceptaban como un estudiante más.

Fueron pasando los años entre el cuidado de su hijo y sus estudios, no muy buenos por cierto ya que no fue fácil esta tarea, había carencias de muchas cosas, pero siempre tenía el apoyo de su madre Hilaria, de acuerdo a sus posibilidades, desde su lejano pueblo. Logró culminar sus estudios obteniendo su título profesional de Licenciada hace 31 años. Mis recuerdos son con mis compañeras en el Parque Libertad de Expresión, cerca de la universidad, la estrega de mi placa por mi tía Sabina, internado en el hospital Ex Obrero, recibiendo mi título profesional, SERUMS en Cerro de Pasco en un lugar de fantasía, en plan ceja de selva llamado Villa Rica.

Allí me fui con mi fiel compañero, mi hijo. Nos conocimos desde mis 15 años como él dice. Fue una experiencia maravillosa aunque el terrorismo estaba en la cúspide. Pedía a Dios un día más, para vivir, yo tenía mucho miedo, pero estábamos juntos y él era feliz. En esa selva conoció nuevos amigos, mascotas como 2 boas bebés, 1 tortuga, 2 pihuichos (loritos pequeños) y 1 lora, se imaginan como gritaban, me volvían loca y él era feliz. Mi trabajo era en Essalud pero más atendía a los nativos en sus propias comunidades, tanto así que me llevaron a la fuerza a atender 1 parto que duró 3 días, pensaron que ya no volvería en esos días. Comimos 3 gallinas la parturienta y yo, gracias a dios salió todo bien, me vendaron nuevamente los ojos y me dejaron en una carretera, con mi costal de yuca y plátanos, que les parecía una buena paga. Paseábamos en la selva, nos perseguían los mosquitos como una mancha blanca y nosotros corríamos. Una vez, viajando en la única empresa “Lobato”, de la parte de atrás una mujer empezó a gritar, al acercarme me di cuenta que estaba en plena labor de parto, le quite el pantalón y atendí su parto, ligue el cordón con un pasador que alguien me alcanzó, todos alegres aplaudían y le pusieron el nombre de “Lobatito”.

En esta época pasamos cosas bonitas y muy tristes por amenaza de los “tucos”, tuve que retornar a mi retoño a Arequipa, unos meses más yo también. Se presentaron propuestas de trabajo, pero yo sabía lo que era vivir bajo el terror no acepté. Me quedé sin trabajo 4 largos años, en ese lapso trabajé 1 año como docente, linda experiencia. Luego apareció un programa llamado FOCALIZACION, en el cual no tenías derecho a enfermar o embarazarte y pagabas tu propio seguro de vida, descansabas 4 o 5 días de acuerdo al mes. La lucha fue dura las plazas ofertadas eran las más alejadas y la única que quedaba era la de Yanaquihua, les hice creer que era un lugar que se tenía que caminar mucho para llegar, se asustaron y yo gané jajajaja. Pero con suerte me quedé en Iray, fui la primera obstetra, cumplía la labor de médico, el pueblo estaban feliz conmigo, conocía todos los anexos, no tenía horario, por la atención de un parto me daban la mitad de 1 cordero, llegaba a mi cuartito con un burrito cargado de víveres, ¡qué les parece!.

Atendí por primera vez una miasis, hemorragias, fracturas, una preeclampsia qué nunca se controló, embarazo gemelar, lastimosamente los perdí camino a Aplao en la ambulancia que tardó mucho en llegar. Allí comencé a trabajar cuando Manolito tenía 1año y 8 meses era muy querido, claro si todas las casas se conocía. Una anécdota, era febrero llovía a cántaros él dormía hasta las 5pm, pero no podía salir a traerlo a mi trabajo, porque tenía varios pacientes, incluido un accidentado, terminé y corrí a mi cuarto y encontré la puerta del patio abierta y las huellas de sus piecitos terminaban en la orilla de tremenda acequia de agua. Grité y los vecinos acudieron a mi llamado se dividieron en grupos. Eran las 8 de la noche y nada. Me cansé de llorar hasta que se secaron mis ojos sentada en el camino, faltaba retornar el Sr. Elard, cuando lo vi volver traía en sus brazos un pequeño bulto tapado con un plástico azul. Era mi querubin y me lo entregó. Pensé que estaba muerto, abrió sus ojos y me dijo “mamá”. Gracias Señor no nos abandonaste”.

Mi mamá continúa su relato en su Facebook, porque encontró esa manera de expresar tantas historias que tiene contenidas por ese medio. Aún le falta contar su paso por Tomepampa, Alca, Toro, Huaynacotas, Cotahuasi, Chivay y tantos lugares a los que fue a trabajar y atender partos. ¡Hasta un becerro ayudó a nacer!

Bueno ya hice mi travesura, un abrazo Liliana Hinojosa Gutiérrez, sabes que te amo mucho y te debo todo. Tenemos muchos Comecuentos que leer aún no lo olvides.

Relato aparecido en Semanario La Central