No sabía cómo hacer el nudo. Fue a preguntarle a su abuela cómo se anudaba una corbata y la pobre lo mandó a que busque entre las enciclopedias que coleccionaba su padre.
Los anaqueles en la sala guardaban colecciones de Tecnirama, la Océano, Espasa Calpe, Británica, había otras especializadas en Derecho y otras de Educación, pero no creía que alguna tuviera algo relacionado con el arte de vestir para un funeral.
El Toyota Corona de su padre se estrelló bajando la avenida Venezuela hace dos días. Su madre estaba a un costado.
La noticia lo despertó en la mañana con la llegada de la Policía. Un telegrama urgente a la familia en Lima por parte de su mamá y la abuela llegando, dejándolo todo, como venía repitiendo a quien quisiera escucharla, con el fin de cuidar a su único nieto.
Su padre era abogado, de familia puneña, “pero de abolengo”, repetía. También hijo único. Su carrera había acabado con la hacienda de sus padres, pero estaban orgullosos y murieron así, también lo decía. Era blancón, como su madre, la cual era una bella muchacha en su juventud. Se casaron en los albores de sus treinta cada uno en la Iglesia en Magdalena del Mar en Lima y se vinieron a vivir a Arequipa para que él naciera con varias comodidades que ellos nunca soñaron. Compraron una casa amplia, con cochera que llenaba el magnífico coche de color verde. Juguetes nunca le faltaron y mucho engreimiento también. Su madre consiguió un puesto como directora de una Escuela Normal y su padre estaba en el afamado Estudio Valencia.
Trataba de no llorar. Había pasado derramando lágrimas esos días y los ojos le dolían. Fue al cuarto de sus padres. Una cama amplia, con un cubrecama tejido y con los apellidos de ambos por los costados. Las almohadas blandas, a un costado las mesitas de noche y unas alfombras a cada costado. Trataba de imaginarse qué hacían allí, cuando él se iba a dormir. A veces los escuchaba a través de la puerta. La casa tenía un patio central y los cuartos distribuidos alrededor, así que era salir del suyo y acercarse al de sus papás. A veces escuchaba a su papá alzar la voz, otras un rumor que no entendía. Las más de las veces los ronquidos de ambos.
Abrió el velador de su padre. Había dos libros, uno era El Hombre Mediocre de José Ingenieros y otro de caricaturas de Mafalda. Le divirtió que su papá se riera con eso. En el cajón interior una cajetilla de cigarrillos Ducal, el encendedor de su abuelo y unos sobres de laxante ExLax. Otras cosas como sus gemelos para la corbata, el prendedor… nada más. En el de su madre encontró un bordador compacto. Se lo vio varias veces y ella se jactaba de que se lo trajeron de Estados Unidos. En el cajón interior había un frasco transparente con una etiqueta amarilla que decía: polvos vaginales. Dejó de buscar. Tomó el prendedor de su padre y se guardó los gemelos.
En el salón donde velaban los cuerpos estaba lleno de señores con corbata y señoras vestidas de negro. Era el único niño. No veía a los vecinos ni tampoco a los chicos del barrio. Bueno, tampoco creía que los vería. Era un asunto de grandes. No era que le importara demasiado, pero sentía que debían estar allí junto a sus padres que sí vinieron. Su Papá hablaba siempre de que pertenecía al consejo de vecinos y que había logrado la construcción de la comisaría, de las veredas y otras cosas. “Una cosa es vivir al final de la ciudad y otra es no hacerlo dignamente”, recordaba que hablaba en la sobremesa de los almuerzos.
Tenía ganas de gritar, no sabía por qué. Su abuela vino un momento donde estaba para decirle que ya se los llevaban al cementerio, que iban a cerrar las cajas y que sería bueno que se despida.
Al lado del ataúd de su madre, se alegró que estuviera tan bien arreglada, hasta podrían abrir el vidrio que los separaba para darle un beso de despedida. Siempre fue para él una mujer bella, como las que aparecían en las revistas Cosmopolitan que coleccionaba. Su padre estaba con un terno, todo formal. Seguía blancón como siempre. Él sabía que no tenía ese color en su piel, eran más moreno, cobrizo alguna vez le dijeron que era, no entendía demasiado de eso. Pero allí, frente a su padre se quebró.
Sus lloros alertaron a varios amigos que se lo llevaron a un costado. Uno de ellos se quedó a consolarlo. Era un historiador llamado Eloy Linares, lo recordaba bien porque le regaló un año atrás un fragmento de un huaco de la Cultura Churajón.
—Es normal estar triste, extrañaré también a tus padres, éramos buenos amigos, pero la vida es así, estamos aquí y luego ya no.
—No lloro por eso.
—¿Entonces?
—Es que no pude anudar la corbata y la agarré con el prendedor de mi papá a la camisa nomás y se ha soltado.
Mientras terminaban de colocar las lápidas en los nichos en el Pabellón Santa Rita de Casia en el cementerio de La Apacheta, todos lo vieron muy solemne, con su corbata bien amarrada con un nudo clásico, perfecto.
Dedicado a Sandra, Trinidad, Kathy, Jheimy, Edhel, Aldo, Arturo, Eric, Julio, John y Wilder
“Take it on the other side
take it on
take it on”
Other Side—Red Hot Chili Peppers
¡Compraste tu tarjeta del comedor! Esta frase sin saludo inicial llegó como un todo a los oídos de Aldo Sánchez Lara, Vizconde de Monte Lluta, estudiante de Periodismo, fotógrafo oficial de sus propias inspiraciones y nombrado con cariño como “Chuchi”. La interrogación continuó mientras salía de sus alimenticios sueños —¿Sí, sí, sacaste o no? Mira que mañana es el día del estudiante eh, eh. A la mala manoteó el aire y se levantó desde el pastizal donde se acunó para dormir su siesta reglamentaria de mitad de mañana. Levantó los párpados con dificultad y se le quedó mirando a Saeko, individuo que hace instantes lo sacó del país de Morfeo con su horrible voz. Le bostezó.
Mientras
se sobaba donde le cayó el golpe “para servir” que le dio su amigo, identificó
al otro ser que lo acompañaba. Era Julius, el cual mantenía un silencio de
expectativa. Los odió un momento. Luego, trató de acoplar la imagen de su
alrededor con la de sus recuerdos antes de dormirse. Encajaban. Estaban en el
bosque de Sociología, en la Universidad Nacional donde siempre había
paralizaciones; al costado del Estadio que tantas rifas costó. Y si eso no era
suficiente, la picazón en su cuello y brazos le indicó el roce con el pasto
donde hace instantes babeaba sus ensueños.
Asumió
entonces su realidad inmediata de espectro estudiantil, a grado universitario, esa
epifanía hizo que volviera a bostezar con intensidad, haciendo visibles sus
amígdalas. Esto provocó un trío de risas desubicadas, con remanentes de locura,
anticipos de un futuro. ¡Ya párale papa
frita! Y más bien di si compraste o no tu tarjeta para ir de una vez donde las
chicas o no eh, eh, dijo Saeko lleno de impaciencia mientras, para darle
contundencia a su pregunta, zarandeaba a Aldo. —En primer lugar Saeko ¿Le enseñaste a hablar castellano a Chuchi?,
dijo Julius. Saeko miró a Aldo con duda y Aldo empezó una defensa de su
educación primaria en el colegio fiscal del pueblo donde nació. Pero los
interrumpió la llegada de Marco Aurelio “John” Denegri: —Imaginaba hallarlos por estos lares y me preguntaba si ya podíamos
irnos a comer, antes que mis ansias por alimento se traduzcan en un
comportamiento caníbal con alguna paseante de por aquí. Saeko soltó a Aldo
que cayó pisándole un pie y Julius hizo una acotación suponemos graciosa que se
perdió en el barullo de una juventud que se mueve hacia donde no sabe, pero que
definitivamente tiene hambre de algo.
Mientras
caminaban hacia la Facultad
de Educación, Aldo les contó parte de su sueño donde la carne asada, ensaladas
bien césars, servilletas con mozos pingüinescos y vino francés, ocupaban la
mayor parte. ¿Y dónde dices que se
celebraba el banquete Chuchi?, preguntaron varias veces, uno por uno sus
amigos, pero Aldo seguía narrando los purés con una salsa media agria nomás, ¡Y si vieran los camarones! y los choclazos
con queso ¿Ah?, Y el caldazo de cabeza de cordero ¡Uhmmmm!!!!!. ¡Plap! le
cayó un golpe de Julius para servir, ¡Plap! uno de John para llevar, y ¡Ploc!
de Saeko combo familiar. ¡No que era
comida internacional!!!!, increparon. Y
qué creen que es la comida de mi pueblo ¿Eh? Le dieron su vuelto con
fuerza.
Lo que pasa es que es un
“Chuchisueño”
dijo Trinity, una vez que le contaron las descripciones de Aldo. Además cada uno es libre de soñar lo que
quiera, defendió toda sonrisa Sandra. ¡Gracias,
mami!, dijo Aldo, y Julius Te
recomiendo el filicidio Sandra. Aldo brincó sobre Julius y rodó con él por
el pasto, pero quedó boca abajo y recibió caricias que dolían, se levantaron y
partió como un rayo tras Julius. Saltaron los matorrales como tarucas en
estampida. Ágilmente sobrepasaban los carros, por entre las personas, daban
saltos entre las rejas, pasaban por debajo de las bancas cual cuyes hasta
volver al círculo donde se encontraban Trinity con gripe pero sin ponerse la
chompa, Sandra con sus palitos de helicóptero en el pelo y Saeko leyendo un
libro de tapa amarilla con un barquito chiquito que se movía. Cayeron justo a
los pies de este último que, molesto, les saltó encima. Sandra dijo algo sobre
la cola inmensa para entrar al comedor y se dieron tregua para decirle a trío
que John estaba guardado sitio. Se espulgaron las pajitas mutuamente antes de
irse al gusano humano que los engulliría por unos instantes antes de entrar al
salón del Comedor Universitario.
¡Alverjitas, odio las alverjitas!, se quejó Saeko con pucheritos
de nene. ¡No te quejes! Se come y ya,
lo reprendió Trinity. Además, es bueno
para que engordes, terminó callándolo toda sonrisas, Sandra. Aldo, mientras
tanto, estaba en otra, los veía batir a Saeko un rato, luego agarrárselas con
Julius y así. John le preguntó sobre el lugar donde se realizó el banquete de
sus sueños, Aquí mismo, en el comedor,
respondió. Lo que pasa es que te estás
proyectando en tu subconsciente al almuerzo por el Día del Estudiante de mañana,
opinó John. ¡Pero era tan real!,
pensando esto, Aldo se perdió la broma sobre la mazamorra verde de manzana que
les tocó de postre y su comparación con lo que Trinity lanzará en sus estornudos
de gripe. Todos dijeron ¡Aggghh!
Terminado
el almuerzo, se la pasaron conversando en el parque de la Facultad de Educación
sobre la política exterior en Rumania y el estado financiero de la hija menor
de Woodie Allen. Es decir de todo y de nada importante a la vez, para llegar al lástima que terminó, la función de hoy, al
finalizar la cena en el comedor. Sandra, toda rulos, se fue a sus clases de
idiomas, Trinity acompañó a Julius a sacar los lentes de su padre del oculista,
John se fue diciendo algo sobre necesidades imperiosas con papel higiénico
incluido y Aldo caminó con Saeko hasta tomar cada uno su carro. En el camino
estuvo pensando cómo bromear con su amigo, pero de pronto se halló solo en el
paradero, diciendo adiós con su mano a un Saeko que se alejaba en su combi. Se
entristeció.
En
la cola del almuerzo por el Día del Estudiante Universitario, que no tiene
tiempo para ir a su casa a comer o que no tiene familia en Arequipa que le
prepare un mísero plato de comida al pobre, Aldo se preguntaba por qué eran los
primeros en la cola. Se lo intentó preguntar a Saeko, pero éste estaba
sacándose monedas de la oreja para sorprender a Sandra, la cual, mientras lo miraba
sacar un Mareví de oro, dibujaba galletas de animalitos en el aire y se las
comía luego. Entonces intentó llamar la atención de Trinity, pero ella no lo
escuchó por estar cantando tengo el
orgullo de ser peruana y soy feliz a voz en cuello. Le hizo señales a John,
pero éste estaba conversando con una de las porristas del Sportivo Huracán que
estaba a su lado en bikini. Julius, que parecía prestarle atención, realmente
no lo hacía porque estaba convirtiéndose en una estatua de cobre para así
pararse mejor.
Se
sintió tan solo como el día anterior a la hora de las despedidas, así que
cuando abrieron las puertas para el ingreso, quiso explicarle al que revisaba
las tarjetas porqué tenía la cara de un solo en sol menor, teniendo tal
tracalada de amigos atrás. No pudo ni eso. Tuvo que recibir a la volada en las
manos una gamela de metal con cuatro cubiertos y servilletas de papel. A causa
de los empujones de Saeko avanzó para recibir el primer plato: una ensalada
rusa con bastante mayonesa y dos huevos duros. El segundo plato fue una sopa
que olía a pollo y tenía presas del ave para mayores rasgos con pedazos de pan
frito flotando como islas. En el tercer plato, y al borde de las lágrimas, le
fue servida guarnición de puré de manzanas y una enorme chuleta de chancho
recién asada. En la quinta ventana del circuito le dieron un vaso con zumo de
naranja con una rodaja al borde y en el sexto una copa de vino tinto.
¡Pero por qué!, se atrevió a reclamar. ¿No sabes que este día hay mejoramiento?,
alguien le contestó. Bueno se dijo y
enrumbó hacia alguna de las mesas largas que ahora lucían cubiertas por
manteles y candelabros al medio. Una vez instalados, presenciaron que en el
estrado al fondo del comedor, su compañero Wilder terminaba de colocar unas
mesas en el escenario, para inmediatamente salir el Grupo de Teatro de la Escuela Profesional
de Ciencias de la
Comunicación, con Arturito Salazar, a la cabeza, quién anunció:
Queridos compañeros comensales, tengo el
agrado de presentarles la dos temporadas exitosa, la muy reconocida por los
críticos locales y nacionales, qué digo, ¡Mundiales! aquí está para ustedes la
obra: ¡Mentirosa, mentirosa!, con la presentación del refinado primer actor consumado
Eric De Las Torres, seguido por las primeras actrices Kathy, Jheamy, Edhel!!!!!!
Aldo esta vez sí que soltó la quijada. ¡Pero
así no empieza la obra!, se atrevió a decir, y un sonoro ¡Cállate! lo apabulló. Las luces se
apagaron y quedó iluminado el escenario.
Aldo
sabía de qué iba esa adaptación, es más, ayudó como luminito cuatro veces el
año pasado y una quinta cuando la presentaron en el aniversario de su pueblo.
Allá fue un éxito, pero allí, en ese momento era un bodrio, y lo peor es que
todos reían menos él. No podía entender cómo era que los actores fallaran tanto
y nadie se percatara, ni siquiera Julius que actuó en ella lo mismo que Saeko,
quién nada decía, de pronto se dio cuenta que sus amigos no estaban en la mesa,
sino en el escenario vistiendo el primero un disfraz de codorniz con alitas de
pollo frito pegadas al cuerpo y el segundo estaba sosteniendo en la espalda una
llama vestida de Presidente de la República. El acabose sucedió cuando, en una
escena que incluía la persecución de un samurai a unos búfalos liderados por un
caballo loco, agarrándose a tiros con un cachaco, salió abruptamente Arturito
para llamar en público a Aldo, varios brazos salidos de quién sabe dónde lo
llevaron alzado al escenario donde todos lo felicitaron de pie y con aplausos
por ser escogido el “Comensal del año”. Desesperado, el muchacho atinaba a
querer bajarse de allí, ¡De pronto! una lluvia de fotos suyas desnudo bañándose
en un río de su tierra cayó sobre ellos. Aldo se desmayó, mientras que a lo
lejos se oía una risa atolondrada, con remanentes de locura.
¡Chuchi! ¡CHUCHI! Despierta Aldo, ya
no te hagas el dormido.
Aldo abrió los ojos trastornado, y le fue difícil reconocer a Sandra, Trinity,
Saeko, Julius y John que lo rodeaban con caras de preocupación. Parece que tenías una pesadilla Chuchi,
dijo Sandra. Sí la tuve, suspiró, se
levantó y sonrió, feliz de hallarse sano y a salvo de fotos comprometedoras. Pero bueno, ya vamos al comedor ¿no? que
tengo un hambre, dijo. Saeko preguntó si había comprado su tarjeta. Sí, lo hice, pero… díganme una cosa: ¿cuándo
es el Día del Estudiante? Alguien le dijo hoy. ¿Y qué hay de almuerzo?,
indagó con temor. ¡Ay Chuchi! pareces
nuevo, ¡Hay pollo al horno y gaseosa!, alguien le respondió.
Aldo corría gritando hacia quién sabe dónde, mientras sus amigos lo veían perderse entre los universitarios con caras anónimas. Tenía que pasar algún día, dijo Julius. Saeko mencionó algo sobre la locura espontánea. Sandra todo ojos movió la cabeza. John miró a una chica que pasaba por su costado y Trinity concluyó: esto es un“Chuchimisterio”. Todos estuvieron de acuerdo.
Arequipa, octubre 2003
*Este cuento está incluido en el libro “Palo con Clavo y Santo Remedio” 2014