El Comecuentos: Aló Gisela y el sinsuerte

Cuando tiro una moneda al aire y digo cara, la moneda cae por el escudo. Intento la fórmula contraria y lo mismo. Si digo que saldrá alguna de las opciones, la moneda cae exacto por el borde y ahí se queda, parada. Nunca he tenido suerte en los concursos. La única vez que tuve el globo grande en los sorteos de Globos Payaso, fue porque me lo terminó regalando mi mamá Hilaria, reseco y viejo ya de un año de tentar la suerte de otros.

Serio, no se rían pues. Una vez, allá en Villa Rica, hubo un Bingo en el colegio secundario Leopoldo Krausse. Emocionado con mi cartilla iba dándole vuelta a las pestañitas. En una de esas que me distraigo, seguro pensando en la multiplicación de las hormigas en Tongoyape y sus castas sociales, veo en la pizarra que usaban para llevar la cuenta que estaba el numero que me faltaba para el premio mayor, ¡cartilla llena! Emocionado bajo gritando como un poseído “¡Bingo!”, luego de hacer el recuento, por los parlantes anuncian mi error. Lo que pasó es que miré por atrás la pizarra de los números y el que supuestamente me daba la victoria total aún no había salido, dos números más y otro gritó su suerte.

No solo a mí me pasan esas cosas. En tiempos en que los bochos eran los carros del populorum peruano, Detergentes Ña Pancha saca un superconcurso nacional para ganarse uno de varios vehículos sorteados, lo que debían hacer la compradora era buscar en el interior de las bolsas un minijuguete representando al carrito. Mi mamá Hilaria, recia mujer de manos callosas a punta de cargar ella sola jabas de cerveza, sacos de ojotas, arroz y azúcar para la tienda en Cotahuasi, no tenía tiempo para andar revisando esas co…njunciones, así que al vaciar un poco de detergente para una lavada rápida al amparo de las horas muertas del mediodía en el negocio, salió disparado el juguetito. Y ni lo miró irse por el hueco de desagüe. En la tarde mientras contaba lo sucedido a mi mamá y mi tío, la desazón los llenó por completó, aunque Hilaria les hizo terminar igual su plato de comida que para desperdiciar no estaban.

Pero el más triste de todos los fracasos en concurso, sucedió un día en la tienda que mamá Hilaria puso aquí en Arequipa, luego de trasladarse con todas las chivas, espantada por los disparos terrucos de Sendero allá por el 89. Una tarde en que estábamos mi madre y yo en la tienda, entra un señor con uno de esos maletines con doble seguro de metal, forrados con imitación cuero. Lo pone encima del mostrador y, con mucha premura nos pide que le pasemos las cajas de sazonador Sibarita que teníamos en existencia. Se presentaba como representante del programa Aló Gisela, famosisisisimo espacio televisivo noventero en el que la otrora vedette, encandilaba a todos por las mañana y medio día con concursos.

Nosotros no teníamos teléfono para que nos llame, es la verdad, pero saber que podíamos ganar algo me emocionó. Y allí estaba un papelito con un número, el señor cotejó una lista y nos anuncia que éramos los ganadores de un equipo de sonido Sony. Era la maravillas de maravillas, doble casetera, tornamesa automático, con grabador y potencia de 500 watts. Salté de alegría, nunca más la mala suerte nos perseguiría. Pasada la emoción el sujeto nos pide cinco cajas de Aspirina. Solo teníamos dos. Así que nos dice que es requisito tenerlas que ya llegaba la camioneta del concurso y si no teníamos eso no ganaríamos. Mi cara de felicidad cambió a desesperación, ¿qué hacer?, la solución la propuso el mismo caballero, nos podía vender las tres cajas faltantes a treinta soles cada una. Vacías, obvio.

Mi madre no quiso aceptar nada. Yo me puse histérico, era un equipo mamá, no podíamos perderlo. Pero ella dijo que había arreglado la zona de condimentos y cuando lo hizo no encontró ningún papelito. El sujeto dijo que qué pena, que pérdida y se fue. Yo estaba enojado con mi mamá, hasta que la camioneta que nunca apareció y luego el ver el programa y no ver ninguna mención a un concurso de tienda por tienda, terminó por señalarme mi ingenuidad.

—Sarko, ¿Por qué cuentas solo ese episodio?, todavía triste.

—Pero mamá es la verdad, nunca tuve suerte en concursos ni sorteos, solo para exponer primero nomás en la U ganaba un primer lugar.

—¿No te acuerdas del juego de cucharas en el jardín?

—¡Es verdad!

—Bueno ahora me toca contar a mí, sucede que en el nunca bien ponderado jardín de infancia Ovide Decroly en el que estudiaba Sarquito, en el Día de la Madre nos convocaron a todas y hubo un sorteo, siendo yo la afortunada ganadora de un hermoso juego de cucharas para té, helado y postres con una bella tapa roja. Durante mucho tiempo, mi retoño, me repetía que ese juego lo había ganado gracias a él, porque estudiaba en ese jardín y era su mamá así que si no fuera su mamá no lo habría ganado. Aún lo conservamos casi completo en casa. Así que no le crean cuando dice que no tiene suerte que está exagerando. Ahora sí a otro cuento, vamos a comer helado con Mathias.

—¡Vamos!

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Por: Sarko Medina Hinojosa

Relato publicado esta semana en La Central Noticias

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