En vacaciones, cuando tendría unos cuatro a cinco años y estudiaba en el glorioso y benemérito (y desaparecido) Jardín de Infantes Ovidio de Croly, fui unas semanitas a Chuquibamba, lugar donde trabajaba mi papá en la Oficina de Reclutamiento del Ejército Peruano. En ese entonces el pueblo, capital de la provincia de Condesuyos, era un lugar simpático para un pequeño todo gordito y querendón como yo. Mi padre, siempre vestido con ropa o negra y botas, me llevaba a todos los lugares donde tenía conocidos en el lugar, es decir a todos lados.
Mi papá era una especie de autoridad en el pueblo. Tanto así que lo invitaban a cuanta ceremonia se organizaba y lo ponían de padrino de bautizos, confirmaciones, primeras comuniones, techamientos y largo etc. Tanto así que llegó a ser el presidente del Juventus, club de futbol que dirigió durante años. El tema, cosa que mi padre nunca reconocerá, era que no era un Messi, o un Paolo Guerrero, pero que jugaba su peloto, pues claro, hasta hace algunos años nomás le daba al peloteo de los sábados, la cosa es que siempre era el capitán del equipo, cosa linda verlo jugar, aún cuando la bola saliera rumbo al espacio de tanto en tanto.
Pero no me distraigo, el tema es que en las mañanas de las vacaciones, íbamos a desayunar donde doña Vicenta Velarde y al pedido de: “Un tenorio con dos pachos al Toquepala que estoy Apurímac”, nos servían el alimento, usando como se lee una jerga que me parecía muy graciosa y que repetía con voz de pequeño que hacía reír a todos. Eso me dio una señal de qué me hacía popular entre los adultos. Así que en vacaciones en Camaná en la casa de mi Tía Delia (de amoroso recuerdo) cantaba “¡Somos liebres!” en vez de las letras del coro de nuestro Himno Nacional. O en las vacaciones en Cotahuasi, otro lugar de destino en vacaciones, yendo a los Baños de Luicho, cantaba “Queridaaaaa, por lo que quieras tu manteeeel”, en vez de la letra de la canción famosa de Juan Gabriel. Risas aseguradas.
En Chuquibamba también aprendí a comer algo que luego se hizo común: el Queso Helado. Un señor en la bella Plaza de Armas, en un barril, colocaba un artilugio de metal y con hielo a los costados y dale vueltas y vueltas. Luego nos daba en un vasito la ricura heladita. Era verano y, a pesar de ser un pueblo de sierra, igualito el inclemente astro calentaba todo. A mi entrada al colegio San Juan Bautista de la Salle, en una oportunidad les hablé a mis compañeros de esa ricura, pero, para mi sorpresa no habían escuchado y hasta me hicieron bromas sobre lo de “queso”. Mira las vueltas del destino, ese postre de casas humildes arequipeñas al final ahora es un dulce de exquisita manufactura y hasta de caro precio en los restaurantes de moda.
Retornando como boomerang a la plaza, mi papá me cuenta que allí, por las tardes vacacionales, recitaba a voz en cuello la canción del “Ajuerino” que inmortalizara Tito Fernandez “El Temucano” y que iniciaba así: “¡Tres colores tiene mi bandera, azul, blanco y tinto!”, mientras que el zamarro arequipeñes terminaba con un sonoro “¡quinto!”, para risa de los vecinos que aprendieron a conocerme como el “Kiwicito”.
¿Y el desayuno? Pues era una delicia, los pancitos de la sierra infladitos, ese tecito pasado, otros días el arroz con huevo frito y el churrasco jugoso, luego las visitas, las anécdotas. Fueron días… fueron días de estar con mi papá los dos solos y dejarnos recuerdos buenos. Fin.
Por: Sarko Medina Hinojosa, relato aparecido en el Semanario Vista Previa – Arequipa, Perú.