El niño celeste

«Puerta Celeste» Aída Sterin

Imagina que de pronto en una sola cucharada todos los sabores del mundo inunden tu boca. Toda esa información llegando a tu cerebro, explotando en miles de terminales nerviosas. Imagina que la luz se transforma en aire y se mete por tu nariz y te hincha por dentro, ocultando todo con un manto blanco que te ciega. Imagina el color celeste como un remanso de calma, lo único que te tranquiliza en medio del caos de tu vida mientras te repites que solo tienes autismo, solo eso.

El padre de Kevin salió a trabajar el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes. No recuerda si le dijo algo concreto, como “Ya nos vemos”, “Me esperas”, “Ya vuelvo”, los matices de las palabras que se dicen a veces se tornan en órdenes. Siente que no dijo las palabras mágicas: “Espérame”, aquellas que dejaban al pequeño de 10 años quieto y dentro de la seguridad de esa casa en San Martín, en esa caótica ciudad llamada Lima. Pero sí recuerda, y recordará por siempre que dejó la puerta de la casa sin llave. Será una imagen combinada con una pintura que le gustaba a su hijo y que encontró en Internet de una artista llamada Aida Sterin y que muestra una puerta de color celeste en una pared blanca, semiabierta, dejando entrever un cuarto. La puerta en sí no significaba nada para el pequeño. Era el color. Su color favorito, el cual la hizo elegir, solo eso. Pero para el padre significaría otra cosa de allí en adelante.

Se dice que no tengo empatía, y sé que significa esa palabra. Muchas cosas que leo y significados se quedan en mí, conviviendo entre mis ideas para darme respuestas cuando las busco en el mar de mis recuerdos. Creen muchos que no sé pero sí sé, sé que todo existe por una razón, pero la forma como lo comprendo parece que incomoda. No siento que deba repartir abrazos o sonrisas, creo que mis padres son importantes, es más, lo sé, por eso hoy me salí detrás de papá porque me dijo: “Nos vemos”. Solo que olvidó decirme dónde, así que salí a buscarlo. Él trabaja al sur y toma los Norlima, lo sé porque tienen una franja celeste. Me subo a uno y me siento tranquilo. Miro la ciudad y no me da miedo. Hay un vidrio entre los ruidos y yo, y pasan tan rápido que ni cuenta me doy si me molestan. Tampoco los edificios que se suben arriba o los carteles que se extienden a los costados, los colores chillones de los negocios, los colores distintos de las personas, sus voces que se mezclan con el ruido de otros carros, no me molestan, la verdad. Ni siquiera me molesta que el cobrador me mire fijo y me pregunte por mi pasaje. No es necesario, creo, que pague pasaje, no estoy aquí, estoy en mi lugar tranquilo viviendo desde un escaparate aquello que me molestaría en otras oportunidades. Porque, como alguna vez me dijo papá, ir en carro te aleja de lo que te molesta. Pero insiste el cobrador, es un joven algo nervioso y ya me grita y quiero decirle algo pero me bloqueo. La señora del costado me mira y paga por mí, no me dice nada, no pregunta nada, está contenta por su acción aunque sé que espera un gracias mío, pero no se lo doy, el acto es para ella no tanto para mí. Pero si agradezco que ya nadie me interrumpa y sigo viendo las calles tragarse autos y autos tragarse gente y luego repetir lo mismo por una y otra vez y vez.

Algemiro e Irma, los padres, más su hermana Janet, pusieron la denuncia en la Comisaría y salieron a buscar en las calles cercanas, también recorrieron las calles virtuales del Facebook, tratando que esos seis grados de diferencia entre nosotros acudiera a darles un indicio, una pista, una seña. Ya eran con esta la tercera vez que se perdía su hijo. Volvieron para saber si habían dado alerta sobre el caso, pero las fiestas del fin de año, el movido momento político, fueron excusas pata no activar las pautas de la Ley “Brunito”, triste recordatorio de otro caso emblemático que originó que en el 2011 se emita la norma para que, ante la desaparición de un niño, adolescente, adulto mayor o persona con discapacidad sin la necesidad de que transcurran 24 hora se iniciara la búsqueda y su imagen se distribuyera en todos los centros policiales. Tampoco se activó el Plan “Amber”, específico para personas autistas. Lo que sí se activó fue el recuerdo de un muchacho que se contactó con Janet, indicándole que un niño con las mismas características de su hermano se subió a un NorLima y que, por no tener para el pasaje, fue dejado en el último paradero en San Miguel. Luego se comprobó que no fue así, pero sirvió para dar indicios sobre la historia del pequeño.

Bajo del bus porque ya no me van a llevar de regreso. Estoy mal, las calles… todo es caótico, nada tiene orden, trató de escapar, cruzo sin percatarme de las señales, ¿acaso deberían?, cuando uno no puede reaccionar, ¿acaso debería el mundo no pararse para ayudar? ¿no hablan de empatía todos? ¿por qué no son empáticos con alguien como yo que no la tiene?

Los siguientes días son de terror tras terror. Nadie sabe nada. Nadie atiende nada salvo las noticias sobre el Fiscal de la Nación y el presidente Vizcarra. Se conoce que se bajó entre las avenidas Universitaria y La Marina. Una mujer vio en la playa de la Costanera que un niño entraba al mar luego de quitarse la ropa, pensó que iba a salir pero nada. Llevó la ropa a la Comisaría, pero como no había registro de la pérdida ni la alerta, no se tomó medidas. Los gritos de los padres al recoger después las prendas aún resuenan en la comisaría, más que los gritos de la gente pidiendo la cabeza de los políticos de turno en la Plaza San Martín, más que los cohetes de año nuevo que inundaron la ciudad del olor a pólvora que a Kevin no le gustaba porque era una de las peores noches del año, por la bulla. Un grito que se fue disolviendo porque no encontraban al pequeño y las esperanzas se movían entre el abismo de creerlo vivo o resignarse a que el mar les devuelva su cuerpo por lo menos.

Las cosas deben estar donde deben estar. Tus cubos de madera, las medias dobladas desde la punta hacia arriba, las zapatillas con los nudos de los cordones hechos con la misma cantidad de ojal… Todo en orden, en orden y miras el desorden aquello que no cuadra en lo que ya sabes debe estar y ser, te cambian el orden y miras todo en desorden y los edificios se caen, los cables de luz se sueltan, las caras se vuelven inmensas pinturas desdibujadas por el desorden que ha entrado y no se irá, no se irá y respiras pero no puedes, no hay forma de ordenar nada porque no puedes tocar nada o te desordenarás también y tu mano crecerá y tus ojos se achicarán, no puedes con todo, cierras los ojos y recuerdas las palabras sobre tu lugar seguro, las repites para ti mismo mientras cierras los ojos y todo se torna poco a poco de cielo. Entre tanto ruido oigo un rumor, podría ser el mar. El mar es hermoso.

El 3 de enero, reportaron un cuerpo de un menor flotando en el mar por la Costanera. Los padres por fin pudieron llorar algo real y no la incertidumbre que mata.

Me quito la ropa porque mamá siempre me ha enseñado que al mar se entra sin ella. No tengo ropa de baño así que no interesa quedarme en canzoncillo. El mar es hermoso porque el cielo se funde con él en un celeste increíble. Voy hacia allí. Me dejo acariciar por las olas y la espuma blanca. Creo que es hora de dejarme abrazar del todo y que me lleve a un celeste mayor y más grande, inmenso y silencioso, que me arrulla con un rumor seguro y en orden con todo…

Dedicado a Kevin Moreno

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