«¿Aló? Sé que estás allí, me contestas, pero no respondes. Escucho tu respiración. Nos separa un universo, de repente solo diez kilómetros. Pareciera que ésta es la mejor manera de comunicarme contigo, por un teléfono antiguo, ni siquiera por uno móvil, sino uno de estos aparatos fijados a la pared por un cable que limita tu frontera. Quisiera que me pudieras responder, sé que no lo harás. Estás allí en ese espacio tenue que llaman éter, perdida, como un fantasma. Podrías atravesar el espacio que nos separa… no quieres.
¿Quién define el amor? Es más, ¿quién podría autodefinirse como persona?, si no es a través de esos sentimientos que se expresan físicamente con sensaciones concretas. Cuando amas sientes energía, algo que te impulsa a hacer tareas aún pesadas, cuando estás triste el cuerpo te pesa, cuando te hieren sientes dolor en el pecho y así podría relatarte todo aquello que nos hace sentir,¿vivos?
Te di todo eso mediante mi amor y mi ciencia, esa posibilidad real de sentir, a través de binarios números y fórmulas matemáticas. Hasta tu respiración es material de mi propia transmisión física hacia tu cortex central de simulación de sonidos corpóreos.
No seguiré. Solo quiero que sepas que entiendo tu lejanía. Te traicioné, te vendí al mejor postor, enloquecí con tu lejanía y estoy aquí pagando por ello. Solo no olvides que te amé más de lo que se puede amar a alguien… o a algo.»
—El científico está de nuevo en el teléfono. —Déjalo, no llama a nadie solo descuelga el auricular y habla. Para que veas que ni el más inteligente o millonario del mundo se libra cuando le falla la sesera. Dale su pastilla y que duerma.
Este microcuento se publicó el 2017 en la Revista MiNatura 155 «Científicos Locos», dirigida por el gran Ricardo Acevedo Esplugas. Usé ChatGPT para generar el prompt en inglés, en base al relato, para generar imagenes. Las imagenes fueron generadas por las apps leonardo.ia, bluepillow.ia, Dalle-E, en base al mismo cuento.
Para quién quiera leer los demás cuentos del dossier y el otro mío que también sale publicado, les dejo el enlace de la revista:
Las peores pesadillas para unos pueden ser los sueños de redención de otros. Pongámoslo así: para lo que algunos, puede ser una desgracia mayúscula, para otros puede ser el germen de una nueva vida. En el libro que tiene en sus manos, Antonio Casas Romero, esgrime con maestría esta dualidad. Ya desde el primer texto, “Entre estigmas”, se anuncia lo que viene: una serie de relatos con efectos varios que hipnotizan al lector para continuar leyendo sus desgarradores destinos.
Si bien aún no termina de conocerse todos los casos dramáticos vividos en pandemia, las noticias nos iban dando a conocer muchos de ellos. Imaginar los momentos más terribles de un drama global, fue una tarea que se impuso Antonio a través de estos relatos, nacidos en diferentes momentos de esta crisis, profundizando en las posibilidades más duras del proceso que vivieron muchos, asumo que para él, como una necesidad de creación en medio de la conmoción.
“Pandemia y hambre”, es un relato duro, por ejemplo, pero que podría haber ocurrido en cualquier urbe del mundo. En una vuelta del destino que confirma lo dicho, un video de Shanghái, en el último confinamiento de abril del 2022, nos hace escuchar los gritos de hambre de los pobladores en una cuarentena casi espartana. Casas solo imagina y narra el interior de esos gritos, o acaso gritos helados como en “Amor Frankenstein”.
Las festividades no escapan de la pluma del escritor formado en conjunto con otros autores en las míticas antologías del grupo Kosmogonía, en las cuales destacó por derecho propio como un narrador efectivo. Dos relatos sobre la Navidad muestran esta capacidad de dar giros de narrador para llevarnos de la ternura al horror de la realidad.
Varios de los relatos abordan la voz interior de los protagonistas en medio de situaciones y probabilidades de solución o final para esta locura viral. Nos sumergen en sus pretensiones, esperanzas, crímenes y amores, para darnos a conocer que el ser humano, aún en la peor de las crisis aún ama, aún odia, aún quiere vivir, como sucede en “Máscaras” o “Entre la muchedumbre”, por ejemplo.
La influencia de Edgar Allan Poe es constante, pero también de HP Lovecraft en varios cuentos, se habla de seres humanos que parecen monstruos o de personas que vencen al Covid, siendo más que humanos, tales son los casos de “Corazón delator” o “Eternamente Mamá”, incluso seres eternos, como en “Toque de queda”, que por el virus no consiguen alimento y, por un golpe de leyes, logran proveerse de ayuda estatal cual si bonos se tratara.
Antonio ha hecho un buen trabajo de imaginar posibilidades que se escapan de lo cotidiano, llevando por diversos caminos su narrativa para darnos otros espacios para analizar narrativamente esta pandemia, invitando a los escritores a no quedarse en los dramas habituales, y a los lectores a explorar lo impensable, fantástico, horroroso que aún puede generar este virus.
Y si te pones a pensar, es posible que detrás de cada nube con forma de nave se oculte una civilización que viene a visitarnos, en medio del calor del medio día, en que todos sueñan con cervezas o limonadas, helados, ceviches de invierno, una en la que el amor no se haya desarrollado lo suficiente para sentir celos de unas miradas descuidadas o que no tenga mayor alegría que vernos corretear enlatados en cápsulas rodantes, queriendo escapar del sol. Y si te pones a pensar, de repente nada existe allá afuera y solo sufrimos de pareidolia de universos anteriores en los que íbamos a buscar nuevas civilizaciones en nuestras naves equipadas con camuflaje de nubes acolchadas, que recuerdan más a hilos agrupados de azúcar que a flotas invasoras. Y puede que sólo tengamos puro sentimiento de soledad, flotando en esta roca rumbo a la oscuridad mayor.
Por: Sarko Medina Hinojosa (este cuento se encuentra en mi nuevo libro «La Calle está Dura)
Desde que entró a la cárcel por robo, al Benedetti se le prendió el Tucatuca y más cuando se juntó con las “chicas”. Apenas lo encontraba en el patio le lanzaba cáscaras de plátano o tiraba su gabela de comida. El poeta no le respondía y el maltrato continuó hasta que una mañana, todo se fue a la mierda.
Lo apodaron así, como el poeta uruguayo, porque apenas ingresado dijo que escribía versos y que podía declamar poemas a un sol o escribir cuartillas a cinco soles para las novias. Lo agarraron a patadas por gracioso mientras le preguntaban qué huevada era eso de “cuartillas”.
Luego se les olvidó, pero el nombre del poeta que mencionó mientras le hacían mordida de chancho fue su chapa desde entonces.
Tuvo que bajar a tres soles el costo de las cartas de amor. Los del pabellón le pedían corregir misivas a “marinovias”, o escribir poemitas cursis que terminaban en referencias sexuales o porfavores desesperados de dinero y ropa. Eran los que saldrían pronto, un año máximo y la llama incandescente del amor aún les inflamaba los huevos. Cuando eso pasaba, la Lucrecia Manitos o el Fermíntado los ayudaban a desfogar por 10 soles. “Ellas” eran los más asiduos clientes de Benedetti y hasta pagaban una luca por escucharlo declamar esa del Corazón Coraza y sus porqués. El Tucatuca maltrataba a las “chicas” cuando pagaba sus servicios, así que dejaron de atenderlo. Por eso estaba celoso del Benedetti. Pero no podía hacerles nada, estaban protegidas. Su desfogue fue con el poeta. Con el tiempo, al maltrato se sumó echarle orines de noche, robar su comida y echándole excremento a su ropa limpia. Lo peor fue una vez en el baño, cuando en las regaderas quiso penetrarlo, con la excusa de que si se juntaba con las “chicas” era una más. Hasta prometió pagarle. No consiguió violarlo, pero lo dejó temblando de golpes con la promesa de hacerlo suyo pronto.
Benedetti estaba harto. Sus quejas no eran escuchadas y el Chuzo, dueño del pabellón, lo mandaba al carajo porque no se metía en cosas de cabros, decía.
A tanta joda, un día el poeta le pidió al Tucatuca que dejara de fregar, bajo promesa de hacerle un trabajito oral. Fueron al baño. Estábamos algo mosqueados que no arreglara las cosas como se debía, con chaira o cadena, aunque sea, cuando escuchamos un grito salvaje. Era del Tucatuca, quién salió meando sangre. Detrás apareció Benedetti, con los labios rojos moviéndose, como terminando de mascar algo. Así estuvo mientras el caído pedía a gritos lo arrancado. El poeta contestó tragando lo que tenía en la boca.
Julio, quién era trabajador en la hacienda de los Carballo, conversaba de vez en cuando con El Peregrino. Pero en las últimas semanas no había cruzado ni un par de palabras. Taciturno, caminaba por las calles del pueblo sin saludar a nadie. Luego se enteraron que había terminado con Manuelita, su enamorada de toda la vida, también se enteraron que los fines de semana se iba a Contamarca y se gastaba el dinero en invitaciones a varias muchachas y en los huariques.
Una de esas medias mañanas, Peregrino lo encontró en la tienda de Don Silverio, acomodándose entre pecho y espalda un cuarto de aguardiente.
—Estamos con sed.
—Pues sí.
—Tú no eres así.
—¿Cómo así?
—Un desastre de acciones y reacciones.
—¡Usted qué sabe!
—Puede que nada, pero algo sé de cadenas, mira, las cadenas que uno tiene pueden ser de diferentes tipos, gruesas y autoimpuestas o colocadas por otros, pero todos cargamos alguna. Una bella soga que une a las parejas, puede convertirse con el tiempo en hierro que daña. Algunos, no sé si es tu caso, no se dieron cuenta que tenía una cadena, de pronto esta se rompe. Puede parecer una liberación, pero, un pedazo de esa cadena queda colgando y latiguea a cada paso mal dado, apresurado, corriendo por alcanzar algo que no se sabe. En esa correteadera sin sentido, esa cadena que cuelga y que no se limó con paciencia para recobrar la tranquilidad, dañará no solo al que la arrastra sino a los que son alcanzados con su roce.
—No le entendí nada —dijo el joven con cara de paspar moscas.
—¡Que si terminaste con tu enamorada llenarte la vida en alcohol y tratar de tener la lástima del amor de otras, no va a solucionar nada y lo único que terminaras haciendo es perder la dignidad que tuviste porque las acciones irresponsables de ahora repercutirán en tu futura salud mental y física, así que deja de tomar y gastar dinero, tiempo y cuerpo en otras personas que en estos momentos no te valoran por lo que eres sino por la desgracia vulnerable que representas!, ¡ordena tu vida y ponte derecho! —y para darle mayor contundencia a sus palabras golpeó la mesa de la tienda con una palmada que sacudió el lugar.
—Ahora sí entendí —respondió el joven, como despertando de algo.
Luego de lavarse la cara en la trastienda, salió. El Peregrino lo esperaba con un sánguche de palta.
—Tienes que volver al trabajo.
—Sí, gracias. Entendí lo de la cadena, pero siento que aún me pesa ¿cuánto tiempo pasará antes que logre limarla y se caiga?
—Eso es con paciencia, puede que empieces a recuperarte pronto y se caiga sin más, puede que te tome más tiempo, pero en el proceso debes recordar que ya eres libre de esa situación, así que las decisiones que tomes serán tu responsabilidad, y eso no es una cadena, es un abrazo de la vida para que hagas las cosas como se deben.
—Y usted, Peregrino, ¿arrastra cadenas?
—Claro, las arrastré y por allí asumo que tengo alguna que no quiere desprenderse, pero aprendí a recogerla y llevarla amarrada para que su impacto no dañe a nadie, ni a mí, esperando que, con paciencia, un día termine de limarla y se caiga por fin.
—Intentaré limar la mía, entonces.
—Exacto, pero no intentes que se oxide con besos mentirosos o aguardiente.
Presentación de las muestras TENEBRA, CONSTELACIÓN Y VISLUMBRA en la FIL Huánuco 2022
Presentan: Jorge Casilla, Sarko Medina, Luis Alonso Cruz, Glauconar Yue Editorial Torre de Papel En las tres antologías participo con los siguientes cuentos Maldad (Tenebra), La gallina nunca fue (Constelaciones) y Los Gentiles (Vislumbra)
Buscando un dato para un cuento, me terminé enterando de un programa excelente y poco conocido para los internos de penales: «La libertad de la palabra».
El mundo carcelario tiene sus propias reglas, impuestas no solo por la autoridad que trata, intenta, propone que los internos se rehabiliten para que, al cumplir con sus penas, salgan como renovados ciudadanos. Esas reglas también chocan con las condiciones reales de los centros penitenciarios, los cuales tienen un hacinamiento que hace imposible la tarea de rehabilitación como se debiera.
Por ejemplo, el Penal de Socabaya para varones, tiene una capacidad real para 670 reos, pero soporta a 1922, utilizándose para tal efecto hasta las oficinas y ambientes administrativos, con lo cual se limitan los programas que pueden ayudar a los encarcelados a desarrollar, aún entre rejas, actividades que les devuelva el orden, el respeto por sí mismos, la esperanza de poder cambiar una realidad dura como es la de tener encima una condena penal.
Justo en ese penal, 25 internos participaron hace un tiempo en el conversatorio virtual con el escritor Walter Lingán con su libro: Koko Shijam: el libro andante del Marañón. Datos del mismo programa y de otros que buscan esta reinserción, apuntan a que, en 9 años de funcionamiento, han recaído solo 3 internos. Está dirigido principalmente a jóvenes de 18 a 29 años. Según datos del mismo INPE en el 2021, los conversatorios virtuales con escritores se han realizado en los establecimientos penitenciarios de Mujeres Chorrillos, Ancón II, Lurigancho, Huancayo, Huancavelica, Miguel Castro Castro y Arequipa Varones.
Pero falta espacio, falta voluntarios, falta lugar para realizar estos conversatorios de manera presencial. Dentro de las posibilidades de construir un nuevo penal de Varones de mínima y mediana peligrosidad está que el Gobierno Regional lo haga. Sería mejor que construir cementerios ¿No?
—He perdido a muchos amigos, quisiera recuperarlos a todos este año, no sé, de repente me muero y quisiera que sepan que aún los estimo, que su amistad fue importante, que no sé qué pasó para que nos alejáramos, pero que les agradezco por el tiempo que estuvieron en mi vida.
—¿Te acuerdas del sudado de machas de tu tía Delia?
—¡Claro!, mi tío Nélson nos llevaba a la playa en su carrito y todos íbamos hasta un poco adentro en el mar y zas, zas, moviendo los talones escarbábamos en la arena y sacábamos las conchas. Luego allá en la casa, la tía preparaba al día siguiente para el desayuno el plato con cebolla, tomate y ají colorado, salcita, pimienta, una hervida leve a las machas a las que las primas le sacaron la caquita y listo, con ese pan camanejo y el mate de cedrón, uffff una delicia.
—¿Podrías comerlo de nuevo?
—Sabes que la macha ha desaparecido del litoral camanejo, es muy poco lo que ha regresado.
—Pero podrías ¿No? aun con ese poco.
—Podría, pero no sería igual.
—¿El sabor?
—No, eso puede repetirse, creo que el momento, mis primos y su alegría que contagiaba mi mundo que se despedazaba por la separación de mis padres, los momentos de vencer mi miedo al tirarme a la acequia y dejarme llevar con ellos hasta muy lejos, los animales que criaban, la historia del gato siete muertes, mi uña que se atracó detrás de un tractor, las frutas, el temor a las arañas en el baño, el seguir hablando hasta tarde, cantarles mis chistosas variantes del himno nacional, correr descalzo con mis pies pálidos, verlos detrás de los cangrejos en la playa, la sandía helada, la risa que estremecía el mundo de mi tía, las manos grandes de mi tío Nélson, mis primas bellas Yessenia y Carmen, mi primo Manuel todo fuerte, la amistad que formamos con Fidel y Marco, mis demás tíos y tías, mis primos, mi abuelita Julia y Santiago…
—Y ahora, si prepararas ese plato ¿Quién lo disfrutaría?
—Mathias… pero sin ellos.
—¿Sería menos alegre para él?
—Sí… espera… no, porque estoy yo, su mamá, está mi mamá, sus abuelos, mis hermanos y hermanas queriéndolo mucho sin necesidad de siempre estar, además tiene nuevas experiencias, nuevos amigos, y si me apuras, no me lo digas, porque siento que entiendo, no es el plato, que puede tener el mismo sabor, ese también seguro no le gustaría, porque él va a relacionar la felicidad con el plato de estofado de pollo de su mamá, la lasagna que hago yo, los repollitos que le trae su abuela Lili…
—Estás entendiendo. Los amigos estuvieron allí no para durar en el tiempo, sino para agregarle vida a nuestra vida, ahora tienes nuevos conocidos que, poco a poco se transforman en amigos, compañeros, a ellos les darás también parte de tu vida. No pienses en que una llamada puede regresar a alguien. Si quieres hazlo, pero principalmente enfócate en amar a los que ahora están contigo, porque, en eso concuerdo contigo, no sabemos cuándo un día, ya no estarán o tú mismo te irás.
—Gracias. ¿Se te antoja un chupecito de machas?, puedo ir al mercado del Altiplano a comprar.
—Puede ser, allá en el mar de Galilea no comíamos eso.
—Y ganar, volver a poner al Pantaleón de ministro y comprar Ivermectina por toneladas para la cuarta ola.
—Primero debe sacar al del sombrerón.
—Ya debe estar moviendo sus hilos, dejó gente sembrada a todo nivel.
—Como hicieron Alan, Fuji, Toledo, Ollanta y Nadine.
—Sí.
—Y la tercera ola más parece tsunami, pero felizmente no hay tantos fallecidos.
—Pero los contagios en su mayoría fueron por los descuidos de año nuevo.
—Pareciera que estos años de pandemia no enseñaron nada.
—Claro que sí, ahora la gente sabe lo que sintieron los deudos de la época terrorista, ya todos tienen un muerto al cual recordar.
—Eso fue cruel.
—Y real.
—Pero parece que la realidad no golpea, no une, no ayuda, ¿Qué más hacer?
—Ponerte bien la mascarilla.
—¿Algo más?
—Orar.
—¿Tiene remate este microdiálogo?, ya me aburrí un poco, mucho texto.
—No lo tiene, para darle un remate a todo esto tendría que haber un final y al parecer tenemos para rato. Mientras, disfruta de los detalles de la naturaleza, dicen que nuestro planeta es el único en el universo con tanta diversidad, por eso vienen desde millones de millones de años luz a visitarnos los aliens, pero, también saben que es un delicado ecosistema así que prefieren solo ver y no intervenir. Podrían advertirnos de nuestra efímera delicadeza pero eso haría que destruyamos más rápido el planeta y, al parecer, solo esperan que nos extingamos por nuestros medios y que la misma tierra vuelva a explotar en exhuberancia evolutiva.
—Espera ¿Eso es real?
—No, pero explicaría muchas cosas. Ahora déjame disfrutar la playa.
Por: Sarko Medina Hinojosa *Periodista, escritor y docente
El escritor Marcos Vilca Jiménez aborda la obra más importante de Edmundo de los Ríos, en la cual se aborda el tema del terrorismo y sus consecuencias. El libro es un aporte al análisis de tan importante manuscrito y en esta entrevista conocemos como se forjó.
¿El mundo de los ríos cómo nace?
El libro fue toda una aventura. Me gradué en los años noventa en la Escuela de Literatura y Lingüística con una investigación sobre Los juegos verdaderos de Edmundo de los Ríos, la novela la leí y repasé infinidad de veces, desde que la compré en 1986. Fue publicada por la UNSA, edición a cargo de Hugo Yuen Cárdenas.
¿Hubo quizás alguna influencia?
Allí conocí a Hugo Yuen, estudiaba Filosofía y hacía poesía, también a Rolando Luque Mogrovejo, Wilber Tapia; esto me animó a seguir en ese mundo al cual aún era ajeno: el de la Literatura. A pesar de que mis estudios de Literatura me hicieron conocer a otros destacados escritores, la novela de Edmundo de los Ríos la tenía latente, eran fines de los ‘80 e inicios de los ‘90.
¿Hay trabajos escritos que profundizó?
Leía el diario Marka y lo comentábamos ligeramente con el periodista Rubén Darío Revilla cuando él trabajaba en un programa del extinto canal 6. Las noticias que difundía el Diario Marka se trataba de los enfrentamientos armados entre Sendero Luminoso y la Fuerzas Armadas. Cabe recordar que la novela Los juegos verdaderos trata de un guerrillero de los años ‘60 que fue apresado y muerto en una cárcel desconocida del valle de La Convención en el Cusco. De allí, surge el interés.
¿Ahí se decide hacer el estudio?
Al culminar los estudios de Literatura y Lingüística, estuve convencido de que tenía que hacer un estudio sobre esta novela a pesar de las circunstancias, se había decretado la Ley de Apología del terrorismo y sabía que este estudio podía traerme problemas pues trataba de este álgido tema, sin embargo, no me amilané, pues no estaba vinculado a ningún tipo de partido político y seguí adelante con mi proyecto y empecé a buscar a su autor: Edmundo de los Ríos.
¿Lograste entrevistarlo?
Al leer la novela, seguí la secuencia del personaje principal cuando este llega a Arequipa, y recorre por las calles San Francisco, Siete esquinas, San Martín y Vallecito, ese recorrido ficticio me llevó a su casa real, incluso la novela te da la dirección. Hoy, ya no queda nada de ese vallecito, y frente a la casa de Edmundo de los Ríos la modernidad ha tapado esos paisajes de una Arequipa tradicional. Les dije que estaba haciendo un trabajo de investigación sobre su obra.
Entonces ¿Fue difícil contactarlo?
Frecuentemente leía y coleccionaba sus artículos que publicaba en la revista Caretas, la mayoría eran de literatura. Así transcurrieron los días hasta que me animé a viajar a Lima y visitarlo allí. Sus ambientes cerca de la plaza Mayor eran casi oscuros, me encontré con Teresina Muñoz Najar y me dijo que no había llegado, pero le pasaría la voz, regresé al día siguiente y no lo encontré, a los dos días tampoco. Finalmente, retorné a Arequipa. Ese primer fin de semana fui a su casa en Vallecito y su familia me dijo que estaba allí, estuve contento, por fin hablaría con él; sin embargo, cuando le pasaron la voz, no quiso recibirme… Al cruzar la calle, desde el paradero de la av. La Marina, pude verlo en su pequeña ventana que daba al balcón, un hombre de avanzada edad, con el cabello largo, enjuto de rostro, de mirada incierta y semblante adusto, era él, Edmundo de los Ríos Perea.
¿Cuál es la importancia de su obra en estos tiempos? El tema de los grupos armados y la participación de la sociedad civil en estos actos de reivindicación y justicia social seguirán sobre la mesa de los diversos gobernantes y políticos, son hechos históricos que no debemos dejar de reflexionar y dialogar para que no vuelvan a surgir ni resurgir, hemos vivido años de violencia y ser testigos de la muerte de generaciones de peruanos, y hasta ahora no logramos aprender. En los años sesenta se vivió esta masacre tanto por la violencia de los guerrilleros como del Estado y la historia se repite en los años ’80 y ‘90 que nos dejaron más de 60 mil víctimas. La derrota del guerrillero de la novela Los juegos verdaderos, nos deja un mensaje que se debe aceptar, la violencia genera más violencia, empezando por la violencia formal, la del Estado que enerva los ánimos de la sociedad civil y puede acarrear estas consecuencias.
¿El terrorismo como tal sigue siendo un tema literario?
En los años sesenta, aparecieron algunas obras literarias que nos recordaban estos lamentables sucesos, La batalla de Felipe en la casa de palomas (1969), de Eduardo González Viaña, donde alude a Luis de la Fuente Uceda líder el MIR, lo haría merecer el Premio Nacional de Fomento a la Cultura. La de Jorge Salazar Piensan que estamos muertos (1979), narra el intento guerrillero de 1962 y la muerte de Javier Heraud escrita al alimón con Alaín Elías, el guerrillero que estuvo en la misma balsa que el poeta Javier Heraud cuando fue acribillado por el ejército. Años después, Historia de Mayta (1984) de Mario Vargas Llosa. Cabe recordar que Los juegos verdaderos aparece en 1968 en Cuba luego en México, recién en 1986 se publica en Perú.
La violencia terrorista de los años 80 y 90 también provocó la escritura de varias novelas en ellas están El camino de regreso (2007), de José de Piérola; Desde el valle de las esmeraldas (2009), de Carlos Enrique Freyre; Otra vida para Doris Kaplan (2009), de Alina Gadea; La niña de nuestros ojos (2010), de Miguel Arribasplata; Viaje al corazón de la guerra (2013), de Harol Gastelú, Rosa Cuchillo de Óscar Colchado Lucio, Las hijas del terror de Rocío Silva Santisteban, entre otros, y si de cuento se trata, podríamos consultar el libro de Mark Cox, en su estupendo ensayo «El Perú: su narrativa y la violencia política desde 1980. El cuento en los años de la violencia».
¿Estás preparando algún libro para este año?
Mi acercamiento a las obras de Mario Vargas Llosa y la pedagogía me incitó a hacer una investigación muy particular sobre el estudio del desarrollo de la sexualidad a través de las obras de nuestro premio Nobel. Asimismo, por fin se dará a conocer una antología que preparé desde el año 2020 de los poetas que han publicado desde el año 2000, es decir a inicios del siglo XXI.
Hola, en estos años este blog ha servido para publicar aquello que escribo en narrativa, crónicas y microcuentos. Pero en realidad trabajo mucho más que eso, en el ámbito periodístico escribo artículos de opinión para diversos medios así como especiales de tanto en tanto. En poesía también tengo producción y fotografía igual. Entonces para no perderse incluiré en el título el campo del texto a compartir, si es artículo, crónica, microcuento, foto, poema, etc. Hay unos textos que se llaman Microdiálogos, que son como anécdotas que me pasan o conversaciones que quisiera tener con alguien, es algo difícil de definir cada cual le dará su interpretación.
Muchas gracias por seguir este espacio de divulgación de mi trabajo. Saludos y gracias.
En algún momento de los talleres que dicto en una universidad local, toco el tema de la música como disparador creativo para la construcción de narraciones. Animo a mis alumnos a componer un texto al escuchar alguna canción que les agrade, o que descubran en el camino dejando en aleatorio el reproductor que escojan. Beneficios de la digitalidad.
Casi desde pequeño descubrí el poder de la música. En las reuniones juveniles que se organizaban en casa con mi madre y amigos de la universidad suyos, escuchar canciones interpretadas a punta de guitarra y verlos disfrutar de waynos zapateadores, me hizo reconocer una alegría gratuita.
Con el tiempo se formó mi propia lista de canciones favoritas. Cuento siempre esa anécdota a mis alumnos: tarareando a través del teléfono, un discjockey de una radio local, allá por el 86 u 87, descubrió la canción que le pedía, cual era “Mr. Roboto” de Styx; otra que cuento es que, después de cuatro años, pude ir a un concierto de Mar de Copas y disfrutar de la canción “Suna”, en vivo y en directo, la cual una noche del 2001, me ayudó a pasar un mal momento que vivía. Tantas historias relacionadas pero que, sin querer, hacen descubrir hasta los beneficios a la salud de ser melómano.
La música reduce la ansiedad al rebajar los niveles de cortisol, la hormona relacionada con el estrés. Contribuye a reducir el dolor al hacer que se liberen endorfinas, que actúan como analgésicos naturales. Ayuda en desórdenes neurológicos como el Alzheimer, Parkinson o Autismo. La música fortalece el sistema inmunológico al aumentar la producción de plaquetas, estimula los linfocitos y la protección celular.
Escuchar canciones que nos devuelvan a mejores épocas, aumenta el optimismo y protege el envejecimiento cerebral, en especial combate la depresión. Reduce la presión arterial según una investigación de la Sociedad Estadounidense de Hipertensión, en Nueva Orleans, indica que escuchar 30 minutos de música puede reducir significativamente la presión arterial alta. En este caso música instrumental, aunque a veces escuchar Rhapsody on Fire me ayudó a relajarme antes de alguna prueba.
Y para aquellos que tocan algún instrumento, según un estudio publicado en la revista Frontiers in Human Neuroscience, tocarlo reduce los efectos del deterioro mental asociado al envejecimiento.
Una última anécdota: una canción de mi niñez se quedó en mi mente y me acompañó décadas, con su intenso solo de saxofón. Una semana del 2011, le pregunté a Wilber Ávalos, de Radio San Martín sobre la canción y de nuevo la tarareé. Me devolvió el nombre correcto del tema y me reencontré con una amiga que nunca más me abandonará y que significa mucho para mi como es la impresionante “Baker Street” de Gerry Rafferty. Mi querido amigo y colega periodista Jorge Luis Zuloaga Pinto, fallecido algunos años atrás, estaría de acuerdo conmigo en estos momentos. ¿Como esa canción nos unió más en amistad?, algún día lo contaré, mientras, disfruten ese solo de saxofón glorioso.
El agua con lejía sale formando un disparo que se abre en varias direcciones y moja todo con gotas de rocío.
Su primera esposa se llamaba así. Enamoraron cuando ella hacía su trabajo comunitario en un pueblo de la sierra y a él lo invitó un amigo de la universidad a pasar las vacaciones. Se quisieron mucho por varios años, pero, luego el 2020 cambió todo. En un poema, anticipando el final del idilio, ella le escribió: “Soy las gotas del rocío de la mañana que empaparán tus recuerdos, cuando ya no seas mío”. Era una gran lectora, le contaba sobre autores, sus anécdotas y fama.
Limpia el escritorio con delicadeza, sin apurarse. A su edad la rapidez solo conduce a sofocarse y, en esos días, cualquier acelerada a su corazón puede costarle caro. Para evitar cargar todo de una sola vez, en las últimas semanas fue desocupando sus cosas.
Admira la superficie de madera brillante. En ese escritorio, cuando lo ascendieron a jefe, con Rocío hicieron el amor entre risas y fingidos papeles entre el jefezote y la secretaria. Nunca tuvo una, solo asistentes varones con los cuales cumplió su labor diaria, durante 33 años. El mueble era de roble, sin necesidad de que se lo cambiaran en todo ese tiempo, solo una pulida y barnizada.
Allí firmó papeles, también los de su divorcio para enviarlos por PDF hasta el pueblo en que fue a refugiarse la madre de sus dos únicos hijos. Ella le enseñó a limpiar las cosas con cuidado cuando empezó la pandemia. La presión del trabajo, el miedo constante que llegara contaminado, los secretos que poco a poco salieron a la luz y sus propias ansiedades, los llevaron a la decisión final de o ellos o su trabajo. Se fueron los tres y él se quedó enfrentando la segunda ola del “bicho”, en octubre de ese fatídico año.
Un mes después, sus hijos le contaron que no sufrió mucho, dejó de respirar cuando llegaron al minihospital de la capital de provincia, que la crisis le dio en la noche y duró tres horas, nada más.
Le hubiera gustado estar allí. No se podía viajar. No alcanzó a llamarla. Nunca se lo perdonó, pero la vida le apaciguó el alma y ahora era un pinchazo que se le reavivaba cada noviembre.
Ahora, que estaría libre, podría visitar a sus hijos y rezarle a esa caja en la que estaba.
Podrá hacer varias cosas. Lo que no haría será enterarse, anticipándose siempre a todos, con la única tarea para la que se sabía perfecto: la de saber.
Se hace tarde, reanuda la limpieza, ahora en los equipos de cómputo. Su ordenador sí cambió en esos años. Tuvo uno muy básico, una HP 280. Luego, una Pentium 2, una i2, una MAC, muy mala al final que tuvieron que cambiarle por una laptop Toshiba y luego una i7, una celeron3000 y finalmente una iPac de Huawei con una resolución casi perfecta, aún para sus disminuidos ojos.
En todas ellas era la misma misión, redactar notas de prensa, documentos que el Gerente General debía firmar, autorizaciones, informes de investigación, saludos protocolares y demás. Siete jefezotes, pero él siempre permanente. Dos veces lo quisieron cambiar, las dos veces lo repusieron. Sus conocimientos no eran los más modernos, pero eran efectivos, concretos, sabía el teje y maneje en medios y también los internos.
Durante la crisis del 2020, sus conocimientos fueron esenciales para ahorrarle a la empresa multas en despidos o suspensiones perfectas. Conocía a todos los trabajadores y también algunos de sus secretos, de tal manera que acordaba con cada uno recortes salariales en beneficio del colectivo, con tal de no cerrar y que conserven sus trabajos, sin llegar a especificar su conocimiento, pero insinuándolo.
Solo una trabajadora no tuvo ese recorte. La Secretaria de Gerencia. Antigua como él, pero que le conocía un secreto. Abogó por ella.
La verdad es que tuvieron algo. Se llamaba Marta, como la canción y hasta se la cantó. Ella se reía de sus intentos. Le propuso algo sencillo, unas cuantas salidas, un par de veces en esa misma oficina y sillón terminando en una travesura meridional, con más risas que conclusiones placenteras. En un acto de sinceridad se lo confesó a Rocío a mitad del primer estado de emergencia nacional, como para quemar puentes y que se fuera con sus hijos a la seguridad de la sierra y su aire puro. El “bicho” la buscó incluso allá. Su sinceridad no valió de nada.
Marta no sobrevivió a la pandemia. Como tantos otros: Rocío, un par de sobrinos y varios vecinos. En la empresa fueron 6 los fallecidos. Golpes duros, pero se afrontaron, no se contrató remplazos, los que quedaban asumieron labores extra. Fueron 5 años de esfuerzo por no quebrar. Sus hijos se casaron y no abandonaron la casa en la sierra ni la caja de su mamá.
Luego de la pandemia y sus tres rebrotes, muchos prefirieron la paz de los pueblos serranos. El Gobierno dispuso que la Internet sea gratuita y eso mejoró el teletrabajo, en especial la docencia universitaria. Sus hijos eran catedráticos. Orgulloso, limpia la foto familiar. La guarda junto a un libro en su maletín.
Termina de limpiar, no quiere dejarle algo sucio al nuevo relacionista. Lo convencieron de retirarse. No mucho, ya lo había decidido. Su nueva esposa era algo menor y querían sembrar árboles frutales y hierbas aromáticas en una hacienda que compraron a precio regalado por Sabandía. Una buena inversión que pagó al contado, para no tener deudas. 50 mil dólares le costó.
—Muy bien, me retiro Don Fermín.
—Ok, Señor Mendieta. Pero, antes que se vaya, tengo una duda.
—Cuál será.
—Se supone que en su oficina había un pequeño museo de la firma, equipos antiguos y un librero lleno de ejemplares únicos. Pero, cuando se hizo el inventario el 2027, ya no constaban varios, así como reliquias invaluables en maquinaria antigua. Son 467 libros, incluyendo la colección de Historia del Perú de Basadre original con sus anotaciones, cámaras fotográficas, miniproyectores… la cual ahora vale una pequeña fortuna en Amazon.
—Claro, claro, pero, como consta en el reporte, al parecer se los llevaron los trabajadores de fumigación. Cuando regresamos después de la primera cuarentena ya no estaban. Raro en verdad, pero ha pasado tanto tiempo que ya ni recuerdo bien…
—Es imposible que tantos libros desaparecieran así. Esta empresa tiene casi 150 años, su área era la responsable de cuidar ese material.
—Sabe que los únicos que regresamos a este local fuimos un personal de secretaría, uno de recepción, dos de despacho y yo. Todos se fueron a la nueva central en La Joya mientras duró la pandemia, incluso Gerencia General. Luego, todo se pasó a digital y con el desbarajuste que se formó aquí en el centro, pasé solo en la oficina por casi dos años. Nadie quería venir a trabajar aquí. Solo yo me atrevía a venir de mi área para poder digitalizar todo. Fue un trabajo duro. Difícil. Pero lo hice, aprendiendo algunas cosas en el camino.
—Lo entiendo, pero no puedo firmarle su salida hasta saber qué pasó realmente con ese material, sería un gran activo de la empre…
—Digitalizar todo, es un trabajo que me dio la oportunidad de tener acceso a cámaras de seguridad y crear respaldos, fue una medida de seguridad que acordamos con el Ing. Benavente… estuvo como hace 5 gerentes generales antes que usted. Esas grabaciones eran de respaldo porsiacaso pasara algo con los de la central. Como sabe, en plena cuarentena dos de los servidores se malograron por una baja de potencia. Luego volvieron todos a esta sede, pero el resguardo de videos continúo bajo mi supervisión. Felizmente está todo salvaguardado… Bien nítido todo ¿sabe?
—Espere, eso no lo sabía.
—Sí, es parte de mi trabajo comunicárselo al nuevo Gerente cuando sale de su puesto, pero como el que se va ahora soy yo, le aviso. Aquí está el respaldo. Son 300 teras de información de los últimos años en 5 discos láser. Pero si desea ser exhaustivo, puedo entregar esta información a la junta de accionistas directamente para que nombre una comisión de revisión para analizar todo lo que pasó en esta sede, hasta puedo presentar informes, incluso lo de esos años, incluso lo de hace dos semanas… Porque si bien se puede borrar registros en la central de vigilancia, en estos discos, pues no.
Hay silencios nobles, cordiales, tensos, con el odio cargando el ambiente y hasta graciosos, silencios que se rompen con un beso apasionado o con una risa nerviosa, como fue ahora.
—No, no es necesario Señor Mendieta. Le firmo el cargo de los discos láser más bien, como dice lo de los libros está en el informe, no creo que sea necesario molestarlo, en especial por todo el sacrificio que ha hecho por esta empresa en el área de comunicaciones.
Mientras manejaba a su casa, el neojubilado piensa que los hombres repiten acciones y costumbres, pecados y excesos. En el caso del nuevo gerente general, también quiso celebrar su ascenso estrenando su escritorio. Pero la elegida no era su esposa. Era una de las jovencitas de despacho. Eso se notaba en los videos 5K. Lo que nunca se notaría, porque aprendió a evadir la filmación, sería la costumbre que tuvo de llevarse un libro cada día en esos años en que la soledad de su trabajo le permitía no solo aprender sobre digitalización de documentos sino también a manipular cámaras y averiguar costos de libros antiguos y máquinas vintage en Amazon, que con el tiempo aumentarían mucho más su valor. Incluso ahora, en su maletín, llevaba un libro autografiado de Mario Vargas Llosa para uno de los gerentes. Ese ejemplar de “Historia de un Deicidio” valorado en 5 mil dólares, le daría lo suficiente para pagarse un buen viaje donde sus hijos, llevarles regalos a sus nietos y, de repente, hasta un disfraz coqueto de secretaria para su nueva esposa. Sonrió.
Se conocieron comentando el post de una amiga en común en el Facebook, sobre el granjero y su novia. Hablaron sobre las distancias que nos separan, sobre escritores sobrevalorados y los seis grados que nos unen en redes. Intercambiaron memes, luego tips para la cuarentena. Se daban me gustas, me enjajas, luego me encorazonas. Luego, ya no se ponían nada, no era necesario. Hablaban hasta la madrugada, miraron películas nacionales liberadas, conciertos en Italia con tenores llorando, se pasaron playlist y de pronto, una noche, fotos que les hizo sentir que el calor se trasladaba en la ciudad como el virus que mantenía la ciudad encerrrada. Se amaron a la distancia, en Zoom, en Meet, en Facelive, el WhatsApp, jugaron tests discutieron sobre poesía y se burlaban del más alto de los poetas, y con filtros graciosos se hablaban, miraban, tocaban en digital.
Acabó la cuarentena, quedaron en verse. La decepción se les notó en el rostro, un beso forzado, no había emoticones para animarse u orejitas de cachorros. Comieron y se dieron la contra, tensos. Se despidieron sin filtros y se olvidaron como el mundo olvidaba esos días de encierro a la luz del sol que todo alumbra al final.
Iván Ferreiro tiene una canción que se llama “Promesas que no valen nada” desde el tiempo que pertenecía a la Banda de Los Piratas por los noventas y en uno de sus versos dice: “Prometo que no voy a pensar en ti, prometo dedicarme solamente a mí”. Después de Rinti no quise tener una mascota propia. Aun cuando Pulgar regresó a mí como parte de la herencia no explicada que dejó Mamá Hilaria, no lo consideré mío, porque Patty era la que más lo veía, alimentaba y abajo, en el primer piso mis hermanos, tío Max y mi mamá lo cuidaban. Solo era un testigo del amor que recibía.
Le prometí a Rinti cuando murió que no amaría a ningún perro como lo amé a él y sus esperas cariñosas a mis llegadas terribles salvando la poca vida por calles que querían mi muerte, a esa sonrisa que me hacía sentir acompañado. Es difícil dejar que alguien entre a un corazón que no olvida. Pero Mathias estaba creciendo, mientras esperábamos al segundo bebé, necesitaba un deber, una enseñanza, pensamos.
Al principio la negativa era concreta, era muy pequeño para tener mascota. Hasta que un día del 2016 dije que ya, pero que el cachorro en cuestión (obvio que sería un machito) no pasara los 50 centímetros de largo (recordaba a las dos Titinas que tuvimos en casa y lo fácil que era criar perro pequeño y más aún en departamento). Patty, que para periodista más parece investigadora privada, se puso a buscar adoptar a un pequeño perrito. Facebook que todo lo sabe, le mostró la historia de uno de raza indefinida que estaba a punto de sacrificarse por ser el último de su camada. Sin preguntar más se fue al rescate.
Lo primero que vi cuando llegué a casa ese día del trabajo fue una masa negra de pelos y mis recuerdos de las engreídas de Mamá Hilaria volvieron a la mente y casi pido que lo devuelvan, pero no era Pekinés. Luego pregunté por su sexo y ya estaba buscando el número del anterior dueño porque era hembrita y me vi lleno de perritos por todos lados mordiendo mis zapatos como Pulgar o meándose en mis sandalias y dejando sorpresas frescas en mis muebles. Pero el casi infarto vino cuando apareció su hocico puntiagudo y las manchas de fuego por varios costados. ¡Era un perro boyero, o peor, una mezcla de doberman con gran chusquez, un pastor australiano, cualquiera de esas razas que son grandes, comen como tiranosaurio y hacen caca como para abonar una hectárea en Majes!
Luego de varios minutos la sentencia fue dada: no podría crecer más allá de los 50 centímetros sino sería dada en adopción. La bolita de pelos parece que escuchó ya que puso cara de “Ya fui” y no quiso comer más.
Días después la vacunaron. Días después se puso mal. Vomitó y temblando en la noche se tiró al piso. Era como si la noche nos llegara a todos. Podría ser distemper. Al día siguiente el veterinario sentenció que era eso y que debíamos sacrificarla.
En casa parecían un velorio anticipado. Todos lloraban menos el tipo duro y dictador que iba a cumplir la sentencia, seguro, porque no la quería, porque se quejaba de los charquitos que aparecían justo debajo de sus zapatos, que no acariciaba al pequeño bultito que lo miraba desde su cama con ojos de terror. Bueno. Ese ser duro y frío que prometió no encariñarse con esa criatura, pues… se ablandó y convenció a los deudos adelantados a buscar una solución, pero la veterinaria esa es cara, sí pero es la única que tiene despistaje de distemper, pero en la combi no dejan subir perritos, llévala en taxi, que las medicinas, deja que hay un ahorrito por allí. La nueva veterinaria resultó ser mucho más acuciosa y el descarte de la enfermedad mortal animó a todos a seguir el tratamiento de lo que tenía, pues era una anemia severa. Había que darle mucha, mucha comidita, no importa la caquita.
Coda: Al año de que llegó a casa, Alana, cuyo nombre se le puso por un personaje de un dibujo animado que le gustaba en ese entonces a Mathias, había ganado peso y estaba algo, no mucho, pero sí, ummmmmh estaba gorda. Una tarde en que me enojé con la pobre porque dejó un regalo marrón en el piso que justo pisé, exigí la cinta métrica para cumplir mi promesa y corroborar que esos 50 centímetros no hubieran sido rotos, sino!!!!! Al ver su carita preciosa con esa sonrisa que me llegaba desde el pasado a lamer mis ya nunca más ebrias manos, recordé otra estrofa de la canción de Ferreiro: “Y rompo las promesas que me hice a mí, prometo pensar en ti”. Los temerosos testigos de la sentencia preguntaron por el veredicto. —Tiene 55 centímetros… pero es porque tiene pelos largos en las orejas y eso crea una mayor percepción de…— Ya no importaba la sentencia, el juicio estaba ganado.
La pampa andina está tranquila, hay algunas nubes en el cielo y el viento está suave. El animal se traslada por la planicie. Al llegar a la carretera espera pacientemente entre las sombras de unas rocas, frente de ella un claro entre los nubarrones ilumina la carretera. Es una hembra majestuosa de puma, última de esa vasta zona de serranía y madre de tres cachorros que la esperan en una cueva cercana. Es la quinta noche del plenilunio y el hambre arrecia. Pero espera paciente. La luna su apu guardián, la poderosa Quilla, que brilla en el cielo de manera total, la observa.
El asentamiento minero, construido algunas décadas atrás, con lentitud, pero con extremada eficiencia, mermó la fauna y flora del delicado ecosistema de la puna. Pero lo más inaudito para Quilla es que los hombres están planificando irrumpir con sus perforaciones en su santuario, aquel que le construyeron hace siglos también hombres, pero más respetuosos con los poderosos apus tutelares.
El felino tiene una deuda eterna con su protectora. Ella le provee de alimento cuando ya no queda nada que cazar. Así, como han convenido, la luna está llena y alumbra entre los resquicios justo ese punto. Un vehículo se acerca. El chofer y sus acompañantes viajan confiados. De pronto, la intensidad del brillo lunar se acrecienta en un momento dado en el punto exacto para que su luz y la de los faros del vehículo se fundan y permitan que la sombra del felino saltando por delante del carro haga caer presa de pánico a los viajantes, en especial al chofer quién hace una maniobra temeraria que termina por desbarrancar al vehículo por el farallón al lado de la pista.
El ágil animal se acerca a los restos humeantes. Con lentitud ingresa a lo que queda de la cabina y saca a tirones los cadáveres que alimentarán a sus crías y a los animales menores de su territorio, hasta que de nuevo pueda tender una emboscada de ese tipo con la ayuda de su apu guardián. La luna sigue al animal que animal arrastra los cadáveres, mientras miles de insectos borran las huellas dejadas para despistar a los que vengan alertados por el accidente.
Llegada hasta el antiguo santuario, la puma arranca las cabezas de los hombres para colocarlas en lo que fuera el altar mayor. Allí están, con las cuencas rígidas de los ojos en dirección al cielo, para que en ese momento la ofrenda se bañe con los rayos de Quilla en señal de pleitesía. La puma, terminada la ceremonia, retorna a su cubil.
Cuento publicado en el libro «La Venganza de los Apus»
Imagina que de pronto en una sola cucharada todos los sabores del mundo inunden tu boca. Toda esa información llegando a tu cerebro, explotando en miles de terminales nerviosas. Imagina que la luz se transforma en aire y se mete por tu nariz y te hincha por dentro, ocultando todo con un manto blanco que te ciega. Imagina el color celeste como un remanso de calma, lo único que te tranquiliza en medio del caos de tu vida mientras te repites que solo tienes autismo, solo eso.
El padre de Kevin salió a trabajar el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes. No recuerda si le dijo algo concreto, como “Ya nos vemos”, “Me esperas”, “Ya vuelvo”, los matices de las palabras que se dicen a veces se tornan en órdenes. Siente que no dijo las palabras mágicas: “Espérame”, aquellas que dejaban al pequeño de 10 años quieto y dentro de la seguridad de esa casa en San Martín, en esa caótica ciudad llamada Lima. Pero sí recuerda, y recordará por siempre que dejó la puerta de la casa sin llave. Será una imagen combinada con una pintura que le gustaba a su hijo y que encontró en Internet de una artista llamada Aida Sterin y que muestra una puerta de color celeste en una pared blanca, semiabierta, dejando entrever un cuarto. La puerta en sí no significaba nada para el pequeño. Era el color. Su color favorito, el cual la hizo elegir, solo eso. Pero para el padre significaría otra cosa de allí en adelante.
Se dice que no tengo empatía, y sé que significa esa palabra. Muchas cosas que leo y significados se quedan en mí, conviviendo entre mis ideas para darme respuestas cuando las busco en el mar de mis recuerdos. Creen muchos que no sé pero sí sé, sé que todo existe por una razón, pero la forma como lo comprendo parece que incomoda. No siento que deba repartir abrazos o sonrisas, creo que mis padres son importantes, es más, lo sé, por eso hoy me salí detrás de papá porque me dijo: “Nos vemos”. Solo que olvidó decirme dónde, así que salí a buscarlo. Él trabaja al sur y toma los Norlima, lo sé porque tienen una franja celeste. Me subo a uno y me siento tranquilo. Miro la ciudad y no me da miedo. Hay un vidrio entre los ruidos y yo, y pasan tan rápido que ni cuenta me doy si me molestan. Tampoco los edificios que se suben arriba o los carteles que se extienden a los costados, los colores chillones de los negocios, los colores distintos de las personas, sus voces que se mezclan con el ruido de otros carros, no me molestan, la verdad. Ni siquiera me molesta que el cobrador me mire fijo y me pregunte por mi pasaje. No es necesario, creo, que pague pasaje, no estoy aquí, estoy en mi lugar tranquilo viviendo desde un escaparate aquello que me molestaría en otras oportunidades. Porque, como alguna vez me dijo papá, ir en carro te aleja de lo que te molesta. Pero insiste el cobrador, es un joven algo nervioso y ya me grita y quiero decirle algo pero me bloqueo. La señora del costado me mira y paga por mí, no me dice nada, no pregunta nada, está contenta por su acción aunque sé que espera un gracias mío, pero no se lo doy, el acto es para ella no tanto para mí. Pero si agradezco que ya nadie me interrumpa y sigo viendo las calles tragarse autos y autos tragarse gente y luego repetir lo mismo por una y otra vez y vez.
Algemiro e Irma, los padres, más su hermana Janet, pusieron la denuncia en la Comisaría y salieron a buscar en las calles cercanas, también recorrieron las calles virtuales del Facebook, tratando que esos seis grados de diferencia entre nosotros acudiera a darles un indicio, una pista, una seña. Ya eran con esta la tercera vez que se perdía su hijo. Volvieron para saber si habían dado alerta sobre el caso, pero las fiestas del fin de año, el movido momento político, fueron excusas pata no activar las pautas de la Ley “Brunito”, triste recordatorio de otro caso emblemático que originó que en el 2011 se emita la norma para que, ante la desaparición de un niño, adolescente, adulto mayor o persona con discapacidad sin la necesidad de que transcurran 24 hora se iniciara la búsqueda y su imagen se distribuyera en todos los centros policiales. Tampoco se activó el Plan “Amber”, específico para personas autistas. Lo que sí se activó fue el recuerdo de un muchacho que se contactó con Janet, indicándole que un niño con las mismas características de su hermano se subió a un NorLima y que, por no tener para el pasaje, fue dejado en el último paradero en San Miguel. Luego se comprobó que no fue así, pero sirvió para dar indicios sobre la historia del pequeño.
Bajo del bus porque ya no me van a llevar de regreso. Estoy mal, las calles… todo es caótico, nada tiene orden, trató de escapar, cruzo sin percatarme de las señales, ¿acaso deberían?, cuando uno no puede reaccionar, ¿acaso debería el mundo no pararse para ayudar? ¿no hablan de empatía todos? ¿por qué no son empáticos con alguien como yo que no la tiene?
Los siguientes días son de terror tras terror. Nadie sabe nada. Nadie atiende nada salvo las noticias sobre el Fiscal de la Nación y el presidente Vizcarra. Se conoce que se bajó entre las avenidas Universitaria y La Marina. Una mujer vio en la playa de la Costanera que un niño entraba al mar luego de quitarse la ropa, pensó que iba a salir pero nada. Llevó la ropa a la Comisaría, pero como no había registro de la pérdida ni la alerta, no se tomó medidas. Los gritos de los padres al recoger después las prendas aún resuenan en la comisaría, más que los gritos de la gente pidiendo la cabeza de los políticos de turno en la Plaza San Martín, más que los cohetes de año nuevo que inundaron la ciudad del olor a pólvora que a Kevin no le gustaba porque era una de las peores noches del año, por la bulla. Un grito que se fue disolviendo porque no encontraban al pequeño y las esperanzas se movían entre el abismo de creerlo vivo o resignarse a que el mar les devuelva su cuerpo por lo menos.
Las cosas deben estar donde deben estar. Tus cubos de madera, las medias dobladas desde la punta hacia arriba, las zapatillas con los nudos de los cordones hechos con la misma cantidad de ojal… Todo en orden, en orden y miras el desorden aquello que no cuadra en lo que ya sabes debe estar y ser, te cambian el orden y miras todo en desorden y los edificios se caen, los cables de luz se sueltan, las caras se vuelven inmensas pinturas desdibujadas por el desorden que ha entrado y no se irá, no se irá y respiras pero no puedes, no hay forma de ordenar nada porque no puedes tocar nada o te desordenarás también y tu mano crecerá y tus ojos se achicarán, no puedes con todo, cierras los ojos y recuerdas las palabras sobre tu lugar seguro, las repites para ti mismo mientras cierras los ojos y todo se torna poco a poco de cielo. Entre tanto ruido oigo un rumor, podría ser el mar. El mar es hermoso.
El 3 de enero, reportaron un cuerpo de un menor flotando en el mar por la Costanera. Los padres por fin pudieron llorar algo real y no la incertidumbre que mata.
Me quito la ropa porque mamá siempre me ha enseñado que al mar se entra sin ella. No tengo ropa de baño así que no interesa quedarme en canzoncillo. El mar es hermoso porque el cielo se funde con él en un celeste increíble. Voy hacia allí. Me dejo acariciar por las olas y la espuma blanca. Creo que es hora de dejarme abrazar del todo y que me lleve a un celeste mayor y más grande, inmenso y silencioso, que me arrulla con un rumor seguro y en orden con todo…
Sus dedos huesudos tocaban las notas tristes y alargadas de la canción: “Y cómo es él” de José Luis Perales. Estaba paseando de salón en salón en la Picantería “La Fiera”, alargando la voz, repitiendo el estribillo, moviéndose al compás de alguna sonrisa nerviosa que arrancara su canto. No consiguió más que dos soles de alguna pareja algo apurada por irse. Reconoció entonces a la mayoría que allí estaban almorzando. Eran las doce del mediodía de ese veinticuatro de diciembre y sus canciones estaban espantando clientela. Ese era el mensaje que le mandó el jefe de mozos con los ojos.
Trató de cambiar de canción, pero no pudo, algo se le rebelaba en el pecho. Un mensaje de texto leído a la volada esa mañana, la mala cara de su pareja, Julián, que en una mesa la esperaba. No soportó más el dolor que andaba arrastrando como alma en pena y cantó fuerte y claro: “Queeeee soooomoooosss amantes, que lo sepan todos…”, lo cual terminó de incomodar a varias parejitas que bajaban la vista y hasta apuraban el chaque de tripas de lunes que se ofrecía como menú al inicio de semana.
No era gratis el disparo. Los conocía a muchos. Parejas de viernes y sábados que llegaban hasta el local, algo alejado del centro de la ciudad. A los varones los reconocía mucho más, sus formas grandilocuentes de hablar, sus gestos de preocupación, de nerviosismo. Los “tasaba” muy bien, para eso tenía muchos años de tocar en lugares así. “A los sacavuelteros se los huele a los lejos”, se decía. El jefe de mozos se le acercó. “Ya te jodiste Irma, vete nomás hoy no hay almuerzo para ustedes, la dueña está cansada de repetirte que cantes otras canciones”.
Pudo irse por la paz, además aún podía llegar a La Capitana, o a la Cau Cau, ese día de vísperas de Navidad daba varios recorridos y sacaba buen dinero. Ya se le pasaría a la dueña y volvería a cantar. Pero la ira se le estaba acumulando, como un dique a punto de rebalsare en época de lluvia y la lloclla se le salió del alma: “¡A mí nadie me bota! ¡Yo canté canciones con Los Dávalos, ¿Qué se habrán creído?”. El silencio se quebró estrellándose en las manos que la aplaudieron, creyendo que era parte del show. Aun cuando varios trataron de evitar que la sacaran, estaba ya su menuda figura con la guitarra en mano en la vereda.
Julián salió detrás, y, tomándola del brazo, se la llevó calle arriba. “¿Qué te pasa? ¿Se te subió de nuevo el anís?”. Le dolió el insulto velado. Sí, desde hace más de cinco años que se terminaba casi media botella diaria, no de una buena botella de Anís Najar, sino de un alternativo de la Álvarez Thomas. “La vida es cruel”, se repetía como un mantra cada día, mientras apuraba el último trago antes de salir a cantar por bares y calles a partir de las once de la mañana.
Mientras era casi llevada a rastras por ese hombre, le resultó irreal la situación. Ella había estudiado música en la escuela Dunker Lavalle, provenía de una familia decorosa con un buen padre y madre, pensaba. Había estudiado en el Colegio Padre Damián y hasta había cantado canciones con Los Dávalos. Ganó un concurso de canto de Radio Arequipa y pudo haber grabado un disco, pero…
Cayó en cuenta de la realidad. Se dejó llevar por ilusiones que no concretaba. Orgullos extraños que la hacían rechazar ofertas, sueños de llamadas que nunca sucedieron, el facilismo de no arriesgar por composiciones propias. Lo de Los Dávalos fue tan fugaz que ni llegó a ser una gira, en realidad. Otro tema era el refugiarse en esos amores largos que solo le traían malos finales, como el de ahora, que iba por los seis años, con él sin trabajo estable, acompañándola a veces con el cajón, dependiendo de su humor y viviendo ambos de las rentas del alquiler de un departamento que le dejaran sus padres y ellos viviendo en el cuarto de la azotea, convertido en una extensión rara de cachivaches que sus hermanos subieron para no verlos y las cosas que ella misma traía de la calle, porque creía que le servirían alguna vez.
Se miró por un momento, deteniendo a su vez al impaciente amante: sus zapatos raídos, remendados a las justas por no llevarlos al zapatero o gastar en unos nuevos, su vestido que alguna vez fue rojo y ahora una mezcla indecible de tintes sobrepuestos que colgaba en su cuerpo sin las curvas que antes lo sostuvieran. Su guitarra ajada y maltrecha, con cuerdas forzadas a estar tensas a fuerza de la buena construcción del artefacto, hecho por los Fernández de Puente Bolognesi, que por el cuidado de la propietaria. Se recordó esa mañana en la visión del espejo, sus patas de gallo de cincuenta y cinco años, sus labios caídos a fuerza de tristezas y cigarrillos mal apretados. Los ojos rojos de la insuperable resaca, las arrugas surcadas por el sudor de caminar y caminar día con día. Lo último que quiso ver eran esas manos, pero lo hizo. No eran las suyas, esas delicadas manos que aprendieron con los mismísimos Hermanos Azpilcueta, tan fuertes al rasgar las cuerdas, tan suaves para apenas tocarlas en los punteos. Quiso llorar. Pero no, una sensación mayor la llenó.
Julián, a su lado, no entendía nada. “Apura, qué te detiene”. “Tú”, dijo en un susurro para luego gritarle: “Así que te irás con Juana este fin de semana ¿no? ¡Pues vete de una vez!”, dijo mientras le daba en el rostro con la guitarra. Un sonido se esparció por el ambiente de la calle, para que escucharan los taxistas, los paseantes con sus bolsas de regalos, los niños y sus juguetes en mano adelantados, las señoritas con sus novios de fantasía, las esposas viviendo sus engaños particulares, los jóvenes creyendo que nadie sabía de sus secretos ante la pantalla, todos enfrentados a ese sonido particular y único de una guitarra rompiéndose en pedazos.
Irma estaba lejos del drama. Sin saber si hirió o no a su ahora ex pareja, iba decidida a dejar se cantarle a otros historias de amor y componer las suyas propias, a tirar esos cachivaches que superaban su respiración y a comprarse una nueva guitarra, obvio, de los Fernández, una más dura si era posible para dejar en claro su mensaje a Julián. “¡Y me voy a comprar esos zapatos de Ojeda, así me cuesten cien soles”, se dijo mientras apuraba el paso y su espalda se enderezaba, su andar cadencioso volvía y su cabellera flotaba libre en el viento de la tarde.
El cortejo avanza lentamente por la Calle del Desengaño. El olor a formol se escapa del cadáver a través de los intersticios de las rajaduras de la madera barata del ataúd. Los hombres que cargan el cuerpo son indistintamente Chupete, o alguno con cara de Pajarote o Tamal, pero en su totalidad pastrulos de esquina, de medianoche de angustias compartidas con el difunto de sobrenombre: Tuti.
¡Porque el Tuti murió carajo! y bien muerto cuando la china Sonia lo encontró así: sentadito en la puerta del Comedor todo callao nomás. Y más muerto cuando lo taparon con periódicos de ayer, cuando el fiscal ordenó levantarlo, más cuando lo examinaron los médicos e infinitamente muerto cuando lo recogimos de la morgue toda la mancha de drogadictos, tías y reducidores de la Calle del Desengaño que, juntando de sol en sol, logramos arrancarlo del estatus de NN para devolverle un nombre olvidado: Lucas Somocurcio Ballón.
Si señores, era de apellido grande, pero nadie de su familia vino, nadie de sus grandes tíos lo reclamó los dos días que estuvo enfriándose. Al traerlo del frigorífico lo acostamos en una mesa. Los que sabían de esas vainas le llenaron de algodón los huecos del cuerpo por donde se estaban saliendo los jugos por el descongelamiento. El sol de mierda caía como plomo en las calaminas del improvisado velatorio en que se convirtió el patio del comedor popular. El olor empezaba a enrarecer el ambiente.
Todos ya conocemos el olor a muerte, ajena o propia, la conocemos en las manos, en nuestras almas. Porque la muerte te vuelve filosófico, te hace pensar en que no somos nada cuñao así se muere uno en la noche de frío o pasado de vueltas ¿no? pero no nos pasó a nosotros, esa es la verdad y por eso aún podremos chupar y fumar un tiempo más por la gracia de la Sarita a la que me encomiendo en esta hora.
Y ya se comió una mezcla de arroz con saltao de atún. Ya se tomó el macerado de chicha gruesa, mientras el cuerpo del Tuti espera pa que se lo lleven a su hueco en el cementerio. Pero de pronto, a alguien se le ocurrió cargarlo en hombros, unas voces se animaron y se alzaron manos de aprobación. La feliz idea dio rienda a que se comiera con ánimo, a que se tomara el trago con entusiasmo. Algunos murmuraron que hay que hacerlo para que se frieguen los tombos, a ver si lo impiden y si lo hacen les sacamos la ¡reconcha de su madre!, que sepan cómo se muere uno en esta vida, para que sepan todos que el Tuti tenía amigos, que era buena gente, que invitaba clavos pa fumar, que y que…
Las tías se pusieron a cantar canciones de moda, esas de arpa y tristeza wuaynera. Los hombres tomaban y hacían bulla mientras los chibolos los miraban con sus ojos vidriosos llenos de terokal. El cielo está que amenaza con llover, como pa lavarnos las almas por nuestra buena acción.
La calle ahora esta movida Pasan carros, llegan clientes. Nadie atiende. ¡No hay pasta para nadie carajo, no ven que se ha muerto el Tuti!, dicen varios. Sí el Tuti el del ojito salido pues, al parecer se pasó de vueltas, al parecer los policías le pegaron duro por comerse la merca, al parecer se aburrió Dios de reírse de él y lo borró de su mirada. Nadie compra ropa robada o gorros arranchados, nadie vende merca y eso a mí me conviene.
Se acercan en mancha de a uno por delante, de dos en dos para cercar a las tías, saludarlas y tratar de adentrarse en ese círculo exclusivo que forman los pastrulos de tiempo completo, las doñas que venden la merca y los conocidos del Tuti. Algunos logran llegar a donde las mujeres que van al frente del cortejo. Los que no logran nada se van angustiados, solos con su vicio, a esos yo les paso la voz.
El Tuti era buen pata, todos lo dicen. Se olvidan que robaba ancianas dejándolas sin la tragadera del mes, o de la vez que se enfrió a ese cojito cerca del río porque estaba con los muñecos y el inválido no quería invitarle su cigarro cargado.
¡Y si de repente es un engaño para todos! creyéndonos que el Tuti era bueno, nos creeremos con derecho a considerarnos menos malos de lo que somos, con la esperanza que ese gracioso Dios al que oramos pese a todo, no nos llevará todavía. Porque muchos, en medio de la noche, hemos clamado por la muerte, alguno se cortó sin suerte las venas, alguno se bebió Campeón y otro le robó la merca a los dueños de la calle; eso es normal aquí, nadie quiere vivir. Pero ante la cara de la muerte se acobardan y renace la naturaleza humana, se vuelven miedosos al misterio de la Parca, aunque muy en lo profundo sintamos envidia del muerto por haberse escapado de esta mierda de vida, y por fin descansar sin temer a la mañana siguiente y a las malditas ansias de fumar.
Ya dije que la muerte te vuelve filósofo, pero lo mío es la practicidad, y sé que en el calzoncillo tengo varias ligas de pacos bombas, llenos de yeso molido, y me alejó hacia la calle de atrás, cerca de la Casona Rosada. Aquí estoy, y sé que viene un pastrulito y que ya me dice “habla” y yo “cuanto”, dice «una liga» y se la doy en un paquete envueltito en plástico, advirtiéndole que la guardes ¡porlareconchadetumadre! ¡carajo! que hay tombos. Y se va, y ya vendrán otros y mientras avanza el cortejo y mientras dure el entierro yo campearé en la Calle del Desengaño, amo de la angustia de los viciosos que llegan a cada rato, porque mientras pueda seguir vivo tengo que atender mi vicio hasta que me muera, que de seguro será igual que el Tuti pero mientras… ¡qué chucha, habla pues o saca la vuelta al toque soplete o te enfrío de una!
Por: Sarko Medina Hinojosa
-Relato aparecido en la Antología «En Octubre sí hay Milagros», resultado del encuentro literario del mismo nombre realizado en Arequipa en Octubre del 2018.
Portada del relato aparecida en la edición 11 de la revista digital «El Narratorio»
—Para definir a un ser vivo, hay que ver si cumple ciertos requisitos como ser capaz de nutrirse, relacionarse con el medio en el que se vive y reproducirse. Una planta se nutre, se relaciona y se reproduce. Una roca no es capaz de realizar ninguna de estas tres funciones. Por ello no vive—explicó la mujer.
—Eso lo logro entender, pero, entonces, ¿Cómo dice que se mata a un virus?
—Volvemos a lo mismo, no matas algo que no está “vivo”. Los virus no se nutren, ni se relacionan. Para hacerse copias de ellos mismos necesitan, de forma obligatoria, la intervención de una célula. Por ello, los virus no son seres vivos, ¿Entiendes?
—Sí tranquila, ya, ya entendí —respondió el muchacho,mientras trataba de mirar las piernas de la atractiva científica sentada delante suyo. La misma lo había citado como uno de los candidatos a un trabajo de asistente en su laboratorio.
—Oiga, si bien quiero trabajar aquí, lo que no entiendo porqué necesita alguien como yo. Tampoco soy tan tonto como para no darme cuenta que este trabajo es especializado. Yo ni siquiera supe la diferencia entre una bacteria y un virus cuando preguntó.
—No te preocupes, no necesitas saber mucho. La labor es sencilla. Desarrollo curas para virus peligrosos, pero yo los manipulo, tú harás trabajo de redacción en la computadora y algunos encargos que te daré, muy específicos y sencillos.
—¿Cómo me dirijo a usted?
—Doctora. Bueno, quedaba en el aire una pregunta tuya ¿Cómo matar a los virus? Pues verás la estructura de un virus es muy simple. Constan de una molécula que contiene información genética, una cápsula de proteínas en cuyo interior se encuentra la información. Algunos, además, tienen una envoltura por encima de la cápsula. Para destruirlos y acabar con ellos no se puede utilizar antibióticos, ya que son fármacos que matan bacterias. Sólo nuestro sistema inmune puede luchar contra ellos. Por eso nos vacunamos para alertar a nuestro sistema inmunológico sobre la existencia de virus y prevenir un posible contagio.
La bella mujer hizo un espacio en su disertación para tomar algo de agua, mientras dramáticamente se sentó cerca de la ventana, justo en un buen lugar para que la tenue luz bloqueada por las cortinas pudiera barrerla con un halo naranja.
—Son tan maravillosos a pesar de su peligrosidad.Fascinantes. Y si alguien consiguiera replicar su funcionamiento perfecto sería el mayor de los logros biotecnológicos del milenio. No es que sea tan lejano el hacerlo, es más, se puede, mediante la creación de nanoboots que tuvieran la información dentro suyo como el material genético y todo envuelto en la consabida proteína y el recubrimiento molecular. Se le dotaría de la capacidad de usar el material de las células huésped para recrear réplicas de sí mismo.El problema sería el equipo de nanoconstrucción para trabajar a niveles moleculares ese tipo de micromáquinas. Pero no nos adelantemos, usemos el método científico, primero ¿Para qué crear un virus artificial? Sería como tener un poder divino, único. Podría usarse para combatir a otros virus y acabar con las enfermedades más mortíferas o para ganar guerras de manera eficiente y focalizada, claro, implicaría muchas otras facetas como evitar que la programación de los mismos sea hackeada o que desarrollen por sí mismos conciencia de existencia, pero sin lugar a dudas que éxito sería para el que lograra eso o para LA que lo lograra…
El muchacho había perdido minutos antes el interés en las piernas de la científica, el discurso lo había aburrido. Pensó en retirarse pero la cantidad de dinero prometida hizo que aguantara la palabrería.
—Bien, no más charla.
—Alelu…
—¿Dijiste algo?
—Nada doctora, solo que ¿Empiezo hoy?
Imagen que ilustra el cuento en el blog de literatura LAK-BERNA
—Sí, así es, pero estarás cansado y de sed, cuando hablo puedo apasionarme en el tema por mucho rato, en el refrigerador del fondo hay gaseosas para los asistentes, toma una cuando quieras.
El muchacho se paró y marchó directamente hacia el refrigerador.
—En la mesa del fondo hay un paquete que debes entregar ahora, la dirección está cerca.
El muchacho recogió el paquete y se marchó atravesando el laboratorio. La científica lo miraba de reojo, observando su bien formado cuerpo. Volvió la mirada hacia la ventana y el pequeño espacio que le dejaba las cortinas para mirar hacia la calle.
Cuando observó al muchacho tomar la ruta correcta bajó la mano derecha para acariciarse un muslo, sintiendo lo firme que estaba.
—Es fácil, una vez integrado el nanoprocesador dentro de cada virus, el poder modificar a voluntad algunos aspectos orgánicos, como el destruir células cancerígenas específicas hasta la grasa en algunas partes… modificar e incitar a las células a reproducirse en algunos casos, aumentando lugares del cuerpo, formándolo… —continuaba diciendo en voz alta la mujer, aún sabiendo que nadie la escuchaba, mientras lentamente recorría su cuerpo con su mano diestra.
—Claro que esta biotecnología no cambiaría la personalidad y hasta en personas muy inteligentes el ser objeto de deseo del sexo opuesto no significaría más que distracción física, pero no aseguraría encontrar el anhelado amor —hizo una pausa en su monólogo y continuó.
—En especial cuando algunos individuos, notando el cambio operado en esa mujer, solo la instrumentalizarían, la usarían, la pervertirían, alejándola de su principal objetivo cual es buscar la felicidad en una relación estable, sincera, verdadera, como siempre le dijeron que sería si fuera más bella, atractiva. Pero eso tampoco sería problema, el uso de los virus modificados también podrían desencadenar alguna manifestación directa en el organismo como afectando el sistema inmunológico de manera drástica, de tal manera que un virus tan sencillo como el de la gripe, pudiera en cuestión de horas acabar con el sujeto, causante del dolor de sentirse engañada y usada.
—Claro, eso sucedería si las implicancias morales de la científica estuvieran en desacuerdo con sus valores intrínsecos, su manera de pensar. Porque para empezar una buena científica, aún sabiendo la potencialidad de sus creaciones para modificar favorablemente la estética, usaría ese poder para un bien mayor, curar el cáncer, el VIH inclusive, porque los mismos virus podrían, programándolos correctamente, ser agentes destructores de otros virus.Este descubrimiento la ayudaría a mejorar todo a su alrededor, desde las producciones agrícolas hasta la limpieza de los océanos, lo cual salvaría a la raza humana y cerraría poéticamente la puerta de la destrucción y abriría aquella que los conduciría hacia la nueva evolución. Las posibilidades de hacer el bien serían absolutas —abrió una botella de gaseosa del refrigerador y tomó un largo trago.
—Pero ¿Qué si decide hacer otra cosa?, si decidiera mejorar su aspecto como lo planteó en un inicio, probar en sí misma las ventajas cosméticas de sus propias creaciones. Si comprobara que son efectivas ¿Qué si intenta vivir aquello que le estuvo negado por años?, la experiencia de experimentar eso que para otras fue tan natural, sin negarse a una vida universitaria alocada por intentar ser la mejor de su promoción y llegar a ser una de las científicas independientes de mayor prestigio ¿Sería egoísta de su parte? No lo creo, peligroso sería que en vez de encontrarse con alguien que comprendiera esas ganas de amar que contuvo durante tanto tiempo, escogiera justo a uno que se aprovechara de ella, la usara solamente por su bello cuerpo y también de su dinero y ella, al exigir algo más que fríos encuentros sexuales y no un intercambio de sentimientos, fuera dejada sin mayor explicación, sumiéndola en dudas sobre si siempre es la causante del repudio varonil o, simplemente, por más que lo intente, nunca logrará esa felicidad que cualquier asistente de freidora de hamburguesería logra —mientras dice eso en voz alta, lanza contra una pared la botella de gaseosa.
Imagen que graficó la selección de cuentos del autor en la antología «El Umbral»
Se sienta en un taburete y se mesa los cabellos. Pequeños charcos de lágrimas se forman en la mesa de trabajo.
—Finalmente ¿Qué podría hacer después de eso la científica? Pues lo natural en una mujer. Lo he investigado, es factible en muchos casos que los desengaños amorosos creen situaciones patológicas, llevándolas a cuadros depresivos y tendencias suicidas y… hasta asesinas. Para una pensadora como ella sería fácil, en el calor de los sentimientos y aún nublada con su dolor, forjar un plan infalible que la lleve a impregnar las ropas y enseres de aquel desgraciado que la lastimó con los virus artificiales, meterlos en un paquete y decirle que le envía sus últimas pertenecías con un ayudante. La pregunta sería ¿Cómo lograría solo afectar a un individuo con el virus? Eso sería algo complicado en principio pero al final factible: se valdría del código del ADN de la persona a atacar como identificador genético, así los virus afectarían a quién en su programación tendrían como digamos “víctima” y no a cualquier otro ser vivo —al terminar de decir esto se levantó, fue al baño del laboratorio y se alisó los cabellos, se enjuagó la cara y se volvió a maquillar.
—Se esperaría que así se cumpliera con la venganza planeada y ahora, la bella científica, solo le restaría activar a distancia las cepas y luego sentirse finalmente liberada —dijo mientras tecleaba algunos datos en su laptop. Una ventana de seguridad apareció con la frase: “Segura de ejecutar programa Némesis” y se quedó allí, esperando que marque sí o no.
—Lo único que no se esperaría es que la científica, cansada de esta existencia, de estas reglas de la sociedad de relacionamiento entre las personas que solo traen dolor, no implantara ese seguro, ese resguardo, que los virus esparcidos de esa manera no tuvieran ese control específico y se activaran, reprodujeran y eliminarán masivamente a cualquier ser humano, teniendo una tasa de propagación tal que en pocos días acabara con toda la humanidad. Eso, eso sería fatal ¿No? —dijo por último la bella mujer mientras se sentaba de nuevo en el taburete y jugueteaba con el botón “Enter”.
Por: Sarko Medina Hinojosa
Apariciones del cuento en antologías
En el 2016 el Grupo Literario Kosmogonía de Arequipa – Perú, realizó su primera antología de relatos titulada «El Umbral, antología de relatos insólitos». Némesis Desatada, aunque es un cuento de ciencia ficción dura, tenía esa connotación oscura y apocalíptica adecuada para armonizar con los demás relatos.
El cuento fue enviado para su selección a la revista El Narratorio, en su número 11 en 2017, siendo escogido, aún con el corte de ciencia ficción creemos que el drama de la científica también estaba de acorde con la intención de la muestra de la revista junto con otros cuentos seleccionados de autores.
Carlos Enrique Saldívar le solicita al autor este cuento para una selección que estaba preparando para la edición 26 de la Revista Digital de LAK-Berna, dirigida por Gladys Cepeda. Apareció en marzo del 2018.
«La idea de una mujer con un poder tal que pudiera definir el destino de la humanidad me fascinaba, este cuento nace de esa idea», Sarko Medina Hinojosa – autor.
—Papi tú me contaste la historia del Conejo de Pascua, pero no recuerdo cómo era.
—Sí Mathias, te acuerdas que te conté que un conejito se quedó dentro del sepulcro de Jesús y cuando él resucitó y los ángeles movieron la roca de la entrada, salió corriendo a contarles a todos el milagro.
—Ummmmh, pero papi… ¿cómo llegó allí el conejito?
—Pues… en un bosque cercano al Río Jordán, vivía una colonia de conejos. Allí vivía Tobías con su papá, mamá y cuarenta y siete hermanitos y hermanitas. Pero el joven conejo era muy osado y valiente, siempre tras aventuras. Así que un día que estaba correteando en busca de emociones, llegó un conejo viajero trayendo muchas noticias. Cuando llegó la hora de la cena, los papás de Tobías contaron las novedades a toda la familia.
Muchas eran de los humanos y sus malas acciones contra los animales y plantas, de guerras y enfrentamientos. El conejito de nuestra historia, cansado de tantas malas noticias preguntó: “¿Es que no hay algún humano que sea bueno?”. Su papá le respondió: “Si los hay, claro, inclusive hay uno que se llama Jesús que nos contaron va por los pueblos haciendo sólo el bien”. Tobías movía su cabeza de lado a lado. “Si no lo veo no lo creeré”. Le explicaron que Jesús estaba rumbo a Jerusalén y que era muy peligroso el viaje y de repente no llegaba a encontrarlo, pero Tobías estaba resuelto, así que buscó al conejo viajero para que le cuente más de ese hombre bueno.
Al otro día, lleno de las historias que escuchó, Tobías salió de su casa rumbo a la gran ciudad amurallada. Pero, no se había enterado que una banda de lobos del sur había subido mucho y aterrorizaban los campos vecinos. Cuando menos lo esperaba cayeron sobre él por sorpresa, pero no contaban con la agilidad del ágil conejito que esquivó a unos, pasó por entre las piernas de otros y confundiéndose con las hojas caídas del bosque los despistó. Siguió su camino con cuidado hasta que escuchó un lamento detrás de un montículo de tierra, al acercarse descubrió a un lobo joven, atrapado en una trampa de granjeros. Su pata derecha estaba lastimada y seguro moriría allí si nadie lo ayudaba. Tobías pensó en dejarle, pues estaba retrasado para llegar a su destino, pero luego se preguntó: ¿Qué haría Jesús en mi lugar?, así que sin dudarlo se acercó de a pocos y le explicó al asustado animal que iba a ayudarlo pero que no se lo comiera después. El joven lobo no solo le agradeció por haberlo librado, sino que le enseñó el mejor camino para salir del bosque sin toparse con los otros lobos.
Una vez que llegó a salvo a la orilla de gran Río Jordán, el conejito trataba de ver la mejor manera de cruzarlo. Encontró un madero que bien podría servirle de balsa. En eso estaba cuando una pareja de puercoespines que discutían llegaron donde él. “Antes que hable mi esposo que es muy parlanchín, quiero que nos ayudes amigo conejo, veo que irás hacia el otro lado del río y allí está nuestro pequeño hijo, por un error se quedó allí y necesitamos cruzar aunque sea uno de nosotros por lo menos para cuidarlo”, dijo la señora puercoespín, mientras su esposo asentía con la cabeza y los ojitos preocupados. Tobías sabía que las pequeñas patas de los peliagudos animales no les servirían para poder cruzar ni nadar en las aguas, a diferencia de sus patas traseras muy largas que le servirían de remo. Había en su balsa espacio para uno, así que decidió llevar a la mamá puercoespín. La despedida de ambos esposos fue muy triste, porque sabían que se iban a separar para siempre de repente. Cuando estaba por llegar a la orilla con la llorosa madre, Tobías reflexionó sobre lo que haría el mesías en su lugar. A pesar del cansancio y de que se demoraría aún más, resolvió volver por el papá puercoespín, para que la familia estuviera junta.
Apurado, Tobías tomó el camino que subía a la gran ciudad. Cuando estaba a la mitad se sentó a comer las ricas zanahorias que su madre le dio para el camino. En eso vio una mamá ratona con sus cinco hijitos a un costado del camino, se les notaba hambrientos por lo flaquitos que estaban. Se acercó para saber su historia y le contaron que el papá ratón había fallecido al ir a tratar de conseguir comida y que ella no podía separarse de sus pequeños porque aún eran bebés. Conmovido, Tobías supo que haría un buen hombre en su lugar, daría la mitad de su comida, pero sintió que debía dar más, con todo lo que tenía esa mamá podría alimentar por varios días a sus pequeñuelos hasta sentirse fuerte y buscar comida. Así les dejó todo su paquete y siguió su rumbo.
Por el camino las personas hablaban de Jesús y que lo habían apresado el día anterior en un jardín a las afueras de la ciudad y que por esas horas deberían haberlo juzgado. “¿Por qué han hecho eso con Jesús? Se preguntaba Tobías, quería llegar lo más rápido posible para ayudarlo. Las personas hablaban a sus costados sobre las buenas acciones que había hecho y lo injusto de su castigo. Casi sin aliento llegó a la ciudad para enterarse que en el Monte Gólgota crucificarían a Jesús. “¡Tengo que llegar!, tengo que ayudarlo”, se decía el valiente conejito.
No pudo llegar a tiempo. Cuando alcanzó la Cruz donde estaba el mesías, este había expirado. La tristeza embargó a Tobías, quien resignado se retiró del lugar. La tormenta que se desató hizo que buscara refugio en una casa cercana. Allí había unos hombres y mujeres reunidos que hablaban del crucificado, decían entre otras cosas que les había prometido que resucitaría al tercer día de muerto, pero que dudaban de eso. Tobías no dudaba, así que regresó al monte calvario para esperar los acontecimientos. Un hombre que estimaba mucho a Jesús, solicitó el cuerpo para enterrarlo en una cripta de su campo. El conejito estuvo cerca en todo momento, hasta cuando llevaron el cuerpo embalsamado a la cueva. En un descuido de los que llevaban al difunto, se escabulló al interior de la cueva. La gran piedra ocultó la luz y todo quedó en silencio y obscuridad al interior.
Tobías, respetuoso, no hizo ruidos en esa noche, tampoco al otro día. Durante todo el sábado tampoco habló, solo sus pensamientos lo acompañaban. Recordaba las historias que escuchó de Jesús, cómo había alimentado a miles con pocos panes y peces, que había detenido la tormenta, que había visitado a personas malas y les había perdonado los pecados, que había sanado enfermos, liberado a poseídos por espíritus malos, sus palabras en la montaña, el amor por los niños y que hasta cuando lo estaban crucificando no sintió odio por nadie. Avanzado el día y ya muy entrada la noche, Tobías sintió que la tierra se movía… ¡De pronto! La gran piedra se movió y una gran luz bañó la cueva cegándolo, al abrir los ojos vio a Jesús de pie, sonriéndole, se acercó contento para recibir una caricia en la cabeza, sin perder tiempo se despidió y corrió a anunciar el gran milagro a toda la naturaleza: el hombre bueno ¡había vencido a la muerte!
——————–
Epílogo
—¡Qué gran historia papi!
—Así es Mathías, la historia de Jesús es la más grande de todas.
—Pero… porqué entonces hay los huevos de Pascua.
—Es que al regresar a su casa, luego de visitar a los amigos que hizo en el camino, la mamá de Tobías le preparó higos rellenos con miel, pero como estaba cansado se durmió sin comerlos, al otro día estaba duros y con forma de huevo de color oscuro, así que se le ocurrió compartirlos con sus cuarenta y siete hermanos y hermanas, pero para hacerlo divertido los escondió por toda la casa para que los encuentren y los disfruten todos juntos.
—¡Qué bueno es Tobías!
—Así debemos ser nosotros también Mathías.
—¡Claro que sí!
Fin
Autores: Sarko Medina Hinojosa y Mathías Eduardo Medina Chávez
Foto: Detalle Toro de los Candados, Santa Cruz – Bolivia
(Basado en una vieja historia Serbia)
—No vayas a Serbia —alcancé a decirle, “Que, porque roban a muchachas lindas, seguro”. —No, es que allí inició la triste historia de los candados.
«En Banja una maestra llamada Nadia, en medio de sus clases matutinas, se enamoró de un galante soldado llamado Relja que marchaba con su pelotón a la misma hora y pasando por su ventana. El amor entre ambos crecía en medio de paseos por los bosques cercanos, por la playa del balneario y en sus conversaciones en el Puente de Ljubavi. Pasó el tiempo y los ojos de Nadia se iluminaron ante la visión de un anillo de compromiso.
La felicidad era intensa para la novia. Hasta oía las trompetas. Pero no eran de casorio, eran de guerra. El militar fue llamado al frente contra Grecia. Pero la esperanza fue mayor en la joven docente que miraba las hojas del calendario y escuchaba la radio. Pero las noticias que llegaron fueron por telegrama, el joven Relja se había casado en Corfú con una mujer de allí. Nadia murió en vida, y tiempo después también literalmente.
Desde allí las mujeres en Banja, para proteger sus corazones, escribían sus nombres y los de sus novios en candados y los colocaban en las verjas del puente de Ljubavi, con la esperanza de que sus ilusiones fueran eternas.»
“¿Y por eso no debo viajar a Serbia?” —No, es que tengo un candado con tu nombre y el mío y antes que viajes, quiero que lo coloquemos juntos en el puente.
«Ok».
Costillitas de chancho con chaufa, en el restaurante al frente de la Iglesia de la Compañia en Arequipa
Preparé hace poco en casa una especialidad peruana de fusión: tallarín chifa. Los ingredientes hoy por hoy son de fácil adquisición. Entonces manos a la obra, me dije: a cortar el pollo en tiras para freírlo, los tallarines frescos abundan en los puestos de mercado, así como las botellitas de salsa de ostión y del aceite de ajonjolí que al final le dan el sabor oriental junto con el sillau. Las verduras como la col china y el holantao, o los brotes de soja, también son de venta común y ni qué hablar del brócoli, pimiento, tomate y cebolla. Todo para saltear en el wok y, cuando sueltan el jugo las verduras, se le agrega a la salsa un poco de harina de chuño para que espese y salga espectacular, corriges la sal y a servirlos generosamente encima de los fideos amarillosos de sabor.
—¡Papi está rico! es el mejor chifa que he comido —me contesta la corta edad de mi Mathías.
—Claro pues hijito— respondo hinchando el ya grueso pecho. Pero no se queda allí, mientras sorbe un fideo rebelde, me pregunta si este es mi plato chifa preferido. Tengo que responder que no.
Hay cosas que uno no concatena de su propia historia, hasta que las ve a la luz del cristal del tiempo, que todo corrige y coloca en línea. El mejor plato de chifa, esa variada fusión de platos criollos con la magia oriental, la probé en la ceja de selva peruana.
Oxapampa es una provincia de Pasco, región central de nuestro país. Por allí pasa la Carretera Marginal de la Selva y llegas a La Merced y de allí, unos cuantos cerros cubiertos de selva y vueltas que dan a hermosos cielos y quebradas y precipicios que se vuelven trampa mortal en verano, más unos cuantos letreros anunciando el pueblo, se encuentra Villa Rica, ciudad cafetalera por excelencia, lugar paradisiaco en el que con mi madre pasamos casi un año mágico. Una de las salidas, digamos, de premio que nos dábamos al mes, era ir a un chifa que quedaba en la calle central. Desde que probé la delicia llamada “Pollo con ajonjolí”, acompañada de blanco arroz, creo que no he vuelto a probar algo similar en cuanto chifa he visitado en los últimos años. Como era un gusto algo caro y solo de contadas veces, lo atesoro junto a ese año mágico, feliz y también doloroso.
Tan grandioso me pareció la combinación de las semillas de sésamo, con la salsa y el pollo frito, que, casi un año después, ya instalados en Arequipa de nuevo, con mi mamá salimos a buscar un chifa porque me antojé del suculento majar. En el único que encontramos en esa época en el centro, no tenía nuestro plato, pero sí uno parecido que no recuerdo. El problema vino al pagar la cuenta, mi madre tenía un billete grande y no tenían vuelto, aparte que nos cobraron sin avisarnos el plato de arroz. Ahora que rememoro, mientras mi mamá renegaba al lado de la caja, me sentía muy culpable por insistir con mi antojo, el cual nos estaba resultando caro y molesto.
—Papi te quedaste pensando.
—Perdón hijo, es que la memoria a veces nos trae buenos recuerdos… pero también algunos agrios. Es como un buen plato de chifa al final, que tiene dulce y también salado, pero por allí un poco de ácido y amargo, para recordarnos que la vida es una fusión de momentos de todo tipo. Ahora termina tu plato y si quieres ¡repetimos!
Por: Sarko Medina Hinojosa, cuento aparecido en Diario El Pueblo 03/02/18
Mathías come panetón en diferentes épocas del año. No le importa la marca, lo que le gusta es el sabor de ese bizcocho migoso lleno de pasas y frutas confitadas que le arranca una sonrisa. Tiene siete años y sabe que Navidad es la época en que más de esos panes, de italiano origen, tendremos en casa. Compré uno, su abuelita Liliana le regaló otro y otro vino de mi trabajo como docente, otro más en la canasta de su mamá, uno que me regalaron en un compartir de un amigo editor. Buena cosecha la de este año.
—Papá ¡tenemos muchos panetones!
—Nunca tantos como los que tuve en la Navidad del 87 ¡Me regalaron siete!
—¡Tantos papi! —sus ojos de sorpresa me llevan a contarle la buena suerte que tuve ese memorable fin de año.
Siete panetones a mediados del primer gobierno de Alan García era una fortuna incomprensible para una familia reducida a dos como la mía: mamá y yo. Ella estudiando aún en la universidad y con la administradora de nuestra economía, mi (abuelita) Mamá Hilaria, allá en Cotahuasi, lugar al que no íbamos a viajar por fiestas.
Las largas colas por pan o siquiera por leche, era muy comunes esos días. Lo que se estrenó el año anterior eran los panetones bromatosos, esos panes inflados que parecían más biscochos de diez céntimos de Inti y con una lotería de regalo, ya que era un premio mayor si encontrabas más de diez pasas o frutas confitadas en medio de su miga etérea y nubosa. Pero estaban rebaratos así que para el bolsillo de la media para bajo de población de ese tiempo era la única opción.
De esos nos dejó uno Mamá Hilaria, antes de partir con toda la mercadería que tenía. Ella tenía su tienda en plena plaza del pueblo así que trabajaría sin descanso en las fiestas. El segundo vino por parte del tío Eliseo de Lima que nos dejó uno de marca bien rico, otro del tío Segundo, uno más por parte del trabajo como vendedora de Yambal de mi mamá, otro nos regalaron las amigas de universidad conocedoras del drama que vivíamos en casa, uno más de otro familiar y el último… el último fue especial.
Aunque en realidad es el primero que debería mencionar. Y es que mi cumpleaños es el 19 de diciembre y ese año casi ni regalos iba a recibir, aparte de la ropa de domingo que me compraría mi abuela y un juguete de mamá. Pues el día de mi cumple mi madre no tenía para comprar una torta, ¡pero sí un rico panetón! Aún recuerdo la velita puesta en el marrón bizcocho y el canto de cumpleaños. En los días subsiguientes vinieron en seguidilla los panetones ya mencionados que duraron hasta bien entrado enero. Regalo tras regalo fue.
—¿Por eso me gusta el panetón? —pregunta Mathías.
—Sí, debe ser por eso, a tu abuelita le encanta también.
—Pero tenemos muchos, hay que regalarle uno a mi abuelita Liliana.
—Eso haremos —respondo feliz.
En definitiva mi hijo es otra historia, ya que yo, con todos esos panes deliciosos a la mano, no pensé en regalar ni uno a nadie, hasta confieso que (no se lo cuenten a mi mamá) me comí uno entero, en una tarde mirando televisión, sintiéndome el más afortunado y querido de todos los niños en esa Navidad ochentera.
La canción la encontré hoy para ti en Youtube: Ninja Rap.
¿Te acuerdas? Era 1990, era el día pues, no tengas duda, la ropa lista y no sabía qué pasaría. La invité al cine y ella aceptó para ir, pero junto a su hermana un año mayor y tú tenías que llevar al Lagarto.
El Cine Arequipa era el elegido, acuérdate de pagar con sencillo. Para todo sacaste plata y hasta me ahorré algo porque pague tarifa de niño. Eres muy chato pero ella dijo que le gustaba así.
La película era las Tortugas Ninjas 2 y los dos chaperones entraron antes ¿Te acuerdas? Ella fue la que te agarró el brazo para que nos fuéramos a la parte baja. Casi corriendo nos aplastamos en unos asientos pegados a la pared.
La película empezó muy bien y tú sudabas a mares y tratabas de hacer algo para que ella te preste atención a ti y no tanto a esos efectos chéveres que… también a ti te estaban distrayendo del objetivo ¡Presta atención!
Tenía unas cejas pobladas que te enloquecían y su aroma hacía que me pusiera nervioso siempre que la saludaba. Por ella cambié esa ropa sucia de tardes en la tierra jugando fútbol, por ella aprendiste a saludar con beso y a practicar con una naranja. Me arriesgué a pedir permiso por primera vez.
Tomaste valor, quería que todo acabe rápido. Levanté el brazo y ella se dejó abrazar. A mitad de la película sin ya saber que decir o hacer, trataste de ver la hora justo ¡Oh casualidad!, con el brazo con que la abrazaba. Al juntar mis labios a los suyos algo, mágico sucedió: ella te correspondió. El resto de la película fue así, casi sin hablar y quejándonos al final que se prendieran las luces y no tener más tiempo para eternizar ese momento.
En el Carnaval del 90 Uncas tenía 11 años como para andar en la mancha de los grandes. No se había convenido nada en la mañana. Cada uno llevaría globos inflados en los baldes y anilina para el agua o polvos. Algunos llevarían “matacholas” y de la calle República el Negro llevaría aceite de camión. Al final de a pocos se empezó a juntar el grupo, mientras se avanzaba por las calles y se enfrascaban en guerras por grupúsculos, luego todos terminaban uniéndose para seguir avanzando, buscando víctimas secas. El sol resplandecía como nunca antes ni después.
Luego de pasar por todas las calles posibles, y ya al borde de la hora de regresar a casa, todos coincidieron en el Parque Umachiri para una batalla final en la pileta. Luego de un buen rato mojándose entre todos y manchándose con el aceite final, fueron desalojados por los cuidantes, no sin antes baldearlos también.
Los grupos se deshicieron y quedó el de la Arias Araguez en la esquina de la calle América, en la curva justo.
Uncas recuerda con claridad como por un instante dio dos pasos atrás para evitar la mano grasosa del Falonso y en eso el Datsun blanco lo impactó a la altura de la pierna. No sabe bien si fue para esquivar o el golpe en realidad lo lanzó, la cosa es que apareció casi dos metros delante y gritando como para dar a luz.
La mujer del carro se bajó e intentó levantar al chiquillo en medio de los reclamos de los forajas que amenazaban con desmantelar el carro. La señora en su desesperación sacó de la cartera sendos billetes y se los puso en la mano. Cuando partió alguno dijeron para llevarlo a la posta siquiera, pero la risa del supuesto herido les mostró que todo había sido exagerado. Nadie regresó temprano ese día.
La abuela se sentó un momento antes de seguir bailando la Tunantada. Se supone que el personaje de la María Phishana lo hace un hombre, pero ella, desde hace varios años, en el baile de la Candelaria, asume el papel y, con mucha picardía y coquetería, interpreta el personaje mientras danza.
Se le acerca un periodista de la zona. Llegó para la fiesta y conoce los personajes que intervienen y le sorprende que sea una anciana la que interprete a… una anciana.
—Pero señora ¿Cómo usted hace de María?
—Mira joven, voy a contarte pero solo para que me dejes bailar y no me estés pegado como mosca luego. Cuando era una chiquilla yo hacía de la Ñusta en la Tunantada, y del Español hacía un chico pobre, le decía el Caiccado, porque toda su familia murió y creían que él llevaba la mala suerte.
Le gustaba hacer de ese papel porque en sí es el más importante, con su traje elegante, su sombrero con penacho de plumas. Es así creído para enamorar a la Huanquita que luce como ves finos adornos de oro y plata, pero también enamora a la Jaujina que tiene lindos fustanes o a la Ñusta que lleva un lindo sombrero cuadrado. Pero en verdad me enamoraba a mí.
Para no hacerla larga, en una fiesta se quebró la pierna por andar mostrando su danza. Nadie sabe cómo se hirió. Luego de eso dejó de servir para muchas cosas, hasta que un año regresó vestido de la María Pishana y bailó tan bien así todo encorvado que rapidito se adueño del papel. También regresó con ganas de trabajar y de seguir enamorándome.
Pues con ese loco me casé y fui feliz… pero murió hace algunos años y… bueno, pues para recordarlo me meto en su traje y es como si volviera a bailar con él, juntos siempre.
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La excelente foto es de Jacqueline Rivero Matos, quien amablemente me la ha prestado para el proyecto.
Desde un inicio comprendí que este mundo está regido por los dueños, aquellos que tienen privilegios y que nos ven como objetos. Nunca me rebelé al principio, porque comprendí también que de hacerlo el destino era el hambre y la muerte. Al caminar por las calles de esta ciudad, pude ver a muchos de los míos tirados a los costados del camino, muertos.
Viví una niñez de juegos y mucho cariño, no debo negarlo. Mi familia me protegió hasta donde pudo. Ya de grande mi rebeldía natural ocasionó varios problemas con los que controlan el mundo. Hasta que, luego de un arranque de furia, se me echó fuera de la protección, a ser libre para morir.
Pero no sucumbí al hambre. Caminé por todo lado, alimentándome de lo que otros tiraban, oculto entre las sombras, juntándome con otros caídos en desgracia. A las personas no le importa mucho nuestro estado, varios hacen algo cosas por darnos alimento o agua, algo para cubrirnos a veces, pero en realidad, es momentáneo, siempre tenemos que buscar cómo alimentarnos y sobrevivir.
En estos años hemos aumentado en número, más por la facilidad que tienen los dueños del mundo de librarnos a nuestra suerte que de tratar de darnos un modo justo de vivir. Somos presa de su propia ambición utilitarista de tenernos a su merced y controlar lo que hacemos. Somos objetos solamente, servimos para una causa y luego la amenaza de volver a la calle, o peor, de regresar a una muerte segura allá.
Por eso han empezado a cazarnos, reclamando que somos muchos, que hacemos daño, que nos comemos su comida, que los atacamos, que portamos enfermedades. Ya casi nadie quiere ayudarnos, nos ven como parias, hasta los de nuestra misma clase que tienen una mejor posición y arraigo nos echan. Así es la vida del migrante clandestino y creo no mejorará.
En serio, no eres tú, soy yo. Yo y mis dificultades para estar en paz con el amor que me das. Yo y la sensación que te robo algo que a mí me falta y no es justo para ti ni para mi, que estés allí siempre y yo nunca. Que me saludes con un buenos días te quiero y yo solo tenga que darte un chiste mal hecho sobre el “me” del dime.
Yo soy el problema y doy la solución. Ya no estarás pendiente de que hago o que no, porque no es sano; ni tampoco estaré pensando en que haces y con quién, porque para ti puede ser interesante, para mí solo es posesión, esa necesidad de entenderte como un anexo en mi vida y no un número central, una obra de teatro bien hecha sino un musical cómico en el cual te celo por solo dejar en claro que me importa solo que no te burles de mí.
No dejaré que sigas creyendo que puedes hacerme cambiar, que podemos retomar algo que ya no nace, porque, debes saberlo, al principio lo primero que pensaba en la mañana era cómo estarás, ahora solo me importa revisar mi celular. Tus llamadas encendía sirenas ahora solo causan hastío y eso no lo mereces. Porque el amor se me secó y no es tu culpa del todo, permití que sucediera, al no considerarte a futuro, al fijarme en tus errores de hombre, alegorías, frustraciones, planes rotos por mi culpa, tus intrigas para saber en qué momento asaltarme para darte mi piel.
No eres tú, soy yo, mil veces yo que no descansará en el pecho de otro, porque no me interesa en este momento de mi vida y que tampoco llorará tu partida, lloraré por mí, por mis decisiones y el fantasma del amor que nunca floreció más allá de la primera espina.
Eres feo, no lo vamos a negar. Tampoco eres de raza, por más pelado que tengas gran parte del cuerpo. No haces trucos ni siquiera cuidas la casa, duermes todo el día y comes ahora pura comida especial pues ya ni dientes tienes.
Tu llegada a casa fue tormentosa. Mi abuela Hilaria me reclamaba que le busque un perro calato para calentar sus huesos. Todos los días la cantaleta hasta que, una enamorada del hermano de una amiga (je) me dijo que en su barrio su vecino quería regalar uno. Buscar la bendita casa me costó media mañana de mi ocupadísima vida universitaria (jeje) y cuando la encontré, un poco más y te tiraron a mis manos con dos muditas de ropa para el frio. Había algo allí pero no me di cuenta.
Todo el viaje de retorno a la casa en combi me mordiste y, después de entregarte a mi abuela, continuaste mordiendo todo lo que te encontrabas, hasta que ella, desesperada, me dijo: —¡Regresa a este animal del demonio o sino hazte cargo tú que es tu perro!
Años viví con esa broma fácil, pero que hacía memoria de mi culpa propietaria. Ya prometí escribir tu historia, más grande y con detalles de tus malcriadeces, desventuras en los viajes, comodidades y privilegios de vivir con mi abuela hasta el fin de sus días y esa extraña herencia que recibí cuando me mudé al nuevo departamento en casa de mi madre. Contaré tus amores, hijos tardíos, heridas, ceguera prematura, vejez que obliga a que vivas abajo y ya no cerca mío.
Eres feo, pero eres mi perro. Tampoco eres de raza, pero eres más noble y fiel, porque gastaste tu vida dándole el calor a las reumáticas piernecitas de mi abuela, durante todos esos años, sin falta y con amor. Eso te hace el más bendito de los animales, hermoso de alma y ser.
En primero de secundaria buscábamos nuestro lugar en la clase. Si eras el más rebelde, el más chistoso, malhablado, vivo, peleador, pornográfico, adinerado, malcriado, chancón, pajero y largo etc. Una vez logrado un espacio lo defendías para que otros no te hagan sombra. Si estabas en nada eras “punto”, es decir te agarraban de “pescado”. Yo era un “vivo”. Me decían “Chato Púber”, mientras que el “Lunarejo” era un conocido de mi barrio que tenía en la mejilla izquierda un lunar grande y con vellos negros muy marcados. Esta característica atraía como imán los dedos del “Chato Banda”, que lo jodía jalándoselos.
Un día en el recreo la cosa contra mi conocido era ya de marca mayor con insultos y cachetadas porque no reaccionaba.
—Ya déjalo Banda.
—A carajo, ¿eres su machucafuerte o qué?
—Solo te digo que ya basta.
—¡Entonces contigo pues!
—Como quieras huevón.
—¿Con qué, chaira o cadena?
—Cadena.
La pelea fue en la salida. Había muchos compañeros pues estaban emocionados, era la primera vez que se iban a pelear dos usando metal en nuestro año. Empezamos lento por cuidado a los puños entramados, luego aceleramos la cosa, sin medir donde caían los golpes, hasta que en una pausa, mi contrincante bajó los brazos y me señaló la boca. Al parecer me había roto el labio. Según las normas de la pelea el primero que sangraba perdía, así que me fui a lavar. Al otro día el profesor de Matemática al verme me preguntó: “Medina ¿qué te pasó en la boca?”, “Nada profe, ayer me caí en el filo de la grada”. El docente miró por la clase y vio a Banda que estaba con el ojo morado. “Claro, con la vereda, bueno ya listo a continuar con la clase”.
Ese día aumenté a mi estatus de “vivo” el de “peleonero”. ¿El Lunarejo? Creo que lo siguieron jodiendo, yo ya estaba en otro level.
Estaba tirado en el pasto contemplando el arcoíris. No es que quisiera contarle a alguien que logró encontrar la olla de oro, lo que tendría que hacer es escapar, pero es que su belleza siempre lo atormentaba.
Cuando niño escuchaba las leyendas de la olla del tesoro de los duendes y pensaba que eran exageraciones, dudaba que los leprechauns que conocía fueran tan tontos de enterrar algo tan valioso en un lugar que podía localizarse. Hasta que intentó seguirle la pista al final del arco y se dio cuenta que era casi imposible.
En casa trató diversas maneras de encontrarle un final o por lo menos el inicio. Con espejos tratando de cambiar su rumbo o por lo menos guiarse en su trayectoria, pedaleando al máximo para alcanzarlo pero siempre parecía que se alejaba el punto exacto de contacto con la tierra o desaparecía el arco de colores.
Pasaban los años y su obsesión crecía, así como su capacidad de hablar con esa refracción de la luz en el cielo. A veces quería apropiarse de esos colores para pintar el cuadro más hermoso, o regalárselos en un lazo a la chica de la tienda que le gustaba, o por el oro, claro, porque ya con los golpes de la vida adulta y ser echado de su casa, eso darle algo de tranquilidad y estabilidad.
Ese día, por la mañana, mientras buscaba entre los botes de basura, cayó una leve llovizna y allí en el cielo apareció su objetivo. El final del mismo estaba en el Palacio Arzobispal. Como nunca corrió hacia el edificio y entró sin ninguna resistencia. Ingresó a la capilla en cuya punta descansaba el camino multicolor. Allí adentro estaba reluciente y dorada una especie de olla y dentro cientos de monedas de oro blanco. Salió con su tesoro con rumbo a la calle, pero la belleza del arcoíris hizo que se recostara en el jardín interior del palacio. Así lo encontró la policía, aún agarrado al recipiente de las hostias.
De niña las miraba como vivían entre las plantas de maíz de mi abuela Blanca, allá en la chacra. Las mariquitas se escondían de mí entre las hojas, pero siempre las encontraba. Con su caparazón rojo y puntos negros me parecían nacidas más de huayruros que de esas larvas horribles. Quería hacerme con ellas una diadema para el cabello, pero eso hubiera significado matarlas y no quise, prefería verlas así, libres para volar de lado a lado, buscando pulgones.
La niñez es un recuerdo que se aleja mucho de mí. Siempre fui formal, mientras mis primas hacían mil travesuras, yo siempre me quedaba en casa y esperaba la tarde para salir a pasear. Por tu carita veo que crees que bromeo con lo de no recordar cosas, pero es cierto, no recuerdo las importantes, la voz de mi madre, las veces que mi padre me llamó la atención, el color de los ojos de mi abuelo, la suavidad de mis manos de niña. Es triste, ya ni sus rostros a veces puedo distinguir.
¡Quiero poder volver a sentirme así! corriendo descalza hasta la huerta, atravesarla e irme al plantío de maíces y jugar al laberinto, no el acto, sino ese sentimiento, esa mezcla de temor con alegría por hacer una pequeña escapada fuera del orden establecido, un secreto para mi sola, sin que nadie me lo arrebatara, eso quisiera antes de partir.
No te pongas triste, es así la vida, lo que tenemos no valoramos, también lo sé, debería recordar en estos momentos la vida junto a ustedes y decirte que me hicieron feliz, pero no es fácil ser vieja, hay unos nudos que nos atrapan, eso no lo sabes y yo lo sé y te lo repito: fue maravilloso tenerlos, pero quisiera por un instante regresar y sentir de nuevo la emoción de encontrar a una mariquita, algo que nadie sabe, que solo yo sé y que es irrepetible, y por eso duele ya no tenerlo.
«Es temprano y papá tiene que ir a la chacra a trabajar. Yo quisiera quedarme un poco más entre estas calientes frazadas, pero también tengo muchas tareas que cumplir antes de ir al colegio. Mi casa era de adobe. Pero ya no vivimos allí, luego del fuerte temblor que hubo hace semanas, se cayó el techo de calamina y una pared. Fue terrible, sentimos que casi se termina el mundo, pero él me abrazó fuerte mientras duró todo y después dormimos en la Plaza junto con todos mis amigos y sus papás. Ahora lo hacemos dentro de unas carpas que nos donaron. Allí vivimos la mayoría del pueblo.
En días pasados la gente que traía ayuda eran bastantes, ahora que ya pasó algo de tiempo no vienen más. Muchos lo han perdido todo, otros no tanto. Entre todos recogemos leña, prendemos el fogón y se cocina en comunidad. Eso nos ha hecho más fuertes.
Pero me siento algo sola. Creo que papá también. Desde que mamá se fue al Cielo solo estamos los dos. A veces corro en el campo cerca del río y grito su nombre, a veces me imagino que el ruido del río es su voz que me contesta. Yo estaba triste cuando ella se fue, pero ahora siento que me cuida mucho, porque de otra manera no puedo entender cómo nos salvamos la noche del temblor. Mi papá está llegando del trabajo.»
—Hijita, ¿te has portado bien?
—Si papito, he ayudado en el almuerzo, hice mis tareas del colegio y ahora ya limpie nuestra carpa.
—Ya no será necesario que sigas haciendo eso hijita ¡Vamos a tener nuestra casa ya lista para regresar mañana!
—¡Que alegría papito!
—Y eso no es todo, sé que te sientes solita a veces, por eso te traje este regalo.
«Mi papá saca de entre su poncho una masa de pelitos que me empieza a ladrar ¡Es un cachorro!
Al otro día, los tres juntos, regresamos a nuestra casa, a seguir con nuestra gran aventura por esta vida.»
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El año pasado el 14 de agosto en Caylloma se vivió las consecuencias de un fuerte temblor con dos muertos y muchos damnificados. Muchos aún esperan que se termine la reconstrucción de sus casas. Foto de como quedo la Iglesia del pueblo de Ichupampa
Estaba harta de enamorarse del incorrecto. Si era guapo entonces era mujeriego, si tenía dinero entonces era insensible, si era exitoso entonces no tenía tiempo, si era inteligente no tenía sentimientos.
Para aquel que la belleza era todo, ella siempre era un accesorio más que mostrar, le pasaba lo mismo con el exitoso o con el que tenía dinero. Descubrió que en realidad, luego de catalogarlos como “interesantes” terminaba por gustarle alguno que al principio no le tomara interés, por eso escogía su estrategia de seducción para tenerlos, para darse cuenta que al final no tenía a ninguno, cada cual tenía ya lo que quería y no había espacio para que durara lo suyo. Al principio cada cual usaba su mayor esencia para conquistarla, si el galanteo y detalles, llamadas, conversaciones interesantes, salidas de aventura y situaciones correctas para lucirse correctos.
Nunca estuvo con uno de los que se denominan “feos”, aquellos que no entraban en su radar, que no los registraba como posibles parejas. Una vez, en la secundaria, solo por gravedad, como lo llamó, estuvo con un vecino suyo que la buscaba desde primaria. Duró una semana. Claro, tuvo sus errores como cualquiera y agarres que no quería ni acordarse. Pero se cuidó siempre de los “errores”.
Entonces cambió el objetivo: escogió a esos, a aquellos que la experiencia de sus amigas casadas demostraban ser fieles, competentes, pendientes, que “adoraban” el piso por el que caminaba porque les daba la oportunidad de estar con la “linda”.
Tampoco funcionó. Una vez con ellos al poco tiempo sentía un aburrimiento por su parte y de ellos también. La novedad del sexo con una mujer como ella se les pasaba, retomaban las actitudes de cualquiera de los que estuvo antes: hastío, no contestar llamadas, dejar compromisos pendientes y no hablar del futuro. Era desesperante. No le funcionaba si eran creyentes, pobres, tontos, gordos, descuidados, con ninguno lograba despertar la posibilidad de un futuro. Descubrió, en un ataque de epifanía al borde de los 50, que la incorrecta siempre fue ella.
Dicen las leyendas que en ese bosque que ve usted a este costado nunca llega el sol y la nieve cae perpetua sobre los árboles. Dicen también que hay animales de cuatro crestas y diez patas que te atacan y devoran si llevas algo morado o rojo. Dicen que las parejas pueden perderse horas entre la enramada para amarse y nunca el tiempo pasa, así pueden estar horas de horas sin que los busquen. Dicen también que el oro del Apu Kuntur se esconde en el vientre de la serpiente de agua que habita en una de sus cañadas.
Las historias relatan que Asus Kari llegó a recuperar el oro de su padre, muerto por su hermano Kuntur y que intentó doblegar a la serpiente con la fuerza de sus brazos, pero no lo consiguió, rompiéndosele los mismos y quedando como gruesos troncos gemelos que darían finos muebles de madera si alguien tuviera valor de sacarlos.
Los viejos cuentan que una doncella hermosa de negra piel salió del bosque para enamorar al más valiente del pueblo y que se enfrentó en gran batalla a todas las mujeres guerreras, a cada una venció con alguna estratagema, antes que con fuerza física, pero para probar si el elegido era digno también de ella, lo retó a un combate cuerpo a cuerpo que se extendió por varios días, venciendo al final ella, regresando al bosque y dejando desconsolado al gran valiente que murió de pena.»
—Oye viejo creo que me estás palabreando y no es necesario, para allí no vamos, los contraté para que me lleven a las catara… ¡Hey, que pasa! ¡Suéltenme!.
«Dicen que los habitantes de estas tierras tienen que llevar un sacrificio cada cinco años al interior del bosque, para evitar que los monstruos de cuatro crestas salgan y nos coman a todos, para evitar que el Apu Kuntur anhele nuestro oro, que la doncella de oscura faz nos deje de nuevo sin nuestro mejor combatiente y así poder amarnos sin tiempo.»
—¡Deja de hablar idioteces viejo, suéltenme sueltm mffff mffffff!
En lo alto del brazo de la gran estatua de piedra, se encontraba Heneros Crabel, mirando a la lejanía, como los tres soles se ocultaban uno en sucesión de otro… La pregunta de siempre le asaltó, pero la dejó atrás. Saltó y cayó de cuclillas. Se paró con paciencia y partió al encuentro del horizonte. Esta vez no dejaría que la luz dejara de iluminar su existencia. De los ojos del gigante dejado atrás brotó un pedazo de cristal que cayó al piso.
Heneros Crabel, no supo que en ese lugar, donde cayó la lágrima pétrea, creció una nueva raza de seres hechos de transparencias, que miraban cada tarde, intuyendo su existencia. Milenios después, cuando se hubo apagado un sol, el viajero retornó al punto inicial de su cruzada, con cicatrices profundas en el corazón y las ganas de recostarse un poco antes de continuar su eterna búsqueda de compañía.
Cuando su figura atravesaba las casas de negro carbonite, salieron a su encuentro miles de pequeños seres de humo condensado, quienes reconocieron en el espectro andante, aquel, que forjara las leyendas más primigenias de sus moléculas. Lástima que el lenguaje de señas no funcionara, ya que los ojos del gigante, estaban muertos de luminiscencia. Estaba por irse nuevamente de sus vidas, cuando a uno se le ocurrió evocar guturalmente un sonido.
Al reconocerse en esos ruidos, Heneros Crabel, tuvo un presagio, una saludación que le iluminó el corazón con un nuevo calor. La nostalgia inundó su ser y abandonó la cruzada. El nuevo protector se dejó querer como nunca fue querido. Los seres no emitían calor, no lograban transparentar su alrededor, ni reflejaban luz, pero en sus sonidos y compañía, por fin comprendió que no estaba solo y que si quería, nunca más lo estaría.
Así pasaron milenios.
Cuando toda existencia terminó y era un gigante de piedra, nació de su corazón Heneros Tadriel, quien estuvo años pensando en su soledad en ese mundo, hasta que saltó en búsqueda de la respuesta y de la estatua de piedra brotó una lágrima de cristal…
Aún me pregunto si el gancho para almorzar donde lo hago todos los días es porque cuesta cinco soles con cincuenta céntimos o porque la que atiende tiene una sonrisa que dan ganas de siempre volver.
El local es una casona clásica del centro de Arequipa reformada para aparentar modernidad, con capas de pintura ocre que se descascara en las esquinas y en lo alto de las paredes. Para mayor dato queda al lado del periódico donde me inicié en las letras periodísticas y que ahora está cerrado, así que de nostalgia anda impregnado el asunto.
Al ingresar al local se respira un ambiente tropical andino donde las mesas están cubiertas con manteles coloridos que recuerdan llicllas serranas y hasta los portacubiertos están forrados con el mismo material.
La comida es casera, con el caldo siempre adecuado al día characato, es decir, su chaque el lunes, su caldo blanco el martes, su caldo de casa el miércoles, sopa de fideos el jueves y para el viernes el chupe de verduras. Los segundos son variados y coloridos en la medida que el costo del almuerzo lo permite. Lo que sí está asegurado es la reposición de refresco.
La sonrisa es el valor agregado, ya que si bien el local no tiene adornos ni lujos, la atención, cuando me toca la susodicha, hace que se me alegre la tarde de trabajo, porque lo hace con tanta amabilidad que ni ganas de reclamar demoras me quedan. Que el local quede a dos cuadras y media de mi actual trabajo es también una ventaja que sirvió de jale para que mi compañero de labores en la oficina también vaya a degustar del asunto y estemos en plan de quién será el que conquiste a la guapa chaposa.
II
Han pasado dos meses desde que mi compañero me acompaña a almorzar y lo odio. Pensé que sería un momento de unidad, pero no, es un suplicio: almorzamos en mesas separadas y cada uno trata de impresionar a la muchacha. Pero está decidido, el veneno comprado y la oportunidad lista. Mañana acabaré con la competencia.
Hola a todos los que siguen este blog desde ya hace años. Estas vacaciones en las historias han sido para una buena causa. Les presento con gran cariño #365CuentosRegresivos que consiste en escribir un microcuento cada día, de tal manera que el primero tiene 365 palabras sin contar el título o la dedicatoria, de tal manera que el último día del 2017 libere un cuento de una sola palabra, porque al final… nada quedará. Como sé que varios de las mini crónicas ya se estrenaron aquí y para no atosigar las bandejas, publicaré cada tanto los más relevantes. Espero su apoyo no solo con likes sino compartiendo aquellos relatos que les agraden o comentando para ir mejorando el proyecto. Otro detalle, la temática será variada, es decir si bien hasta el momento en este blog las historias son de ficción real, entrarán relatos de Ciencia Ficción, Fantasía, Realismo mágico, etc., pero siempre con las ganas de contar una buena historia. ¡¡¡¡¡Gracias!!!!!
Sarko MH
Facebook del proyecto: https://www.facebook.com/SarkoMedinaHinojosa/
El novio de la hija mayor de la familia era un gringo alto con mirada fría. El primer error que rompió el hielo de su llegada fue decirle “inglés”. Allí entró en una explicación del porqué Escocia era el mejor país no independizado del mundo y que los “usurpadores”, como llamaba a los ingleses acompañada la expresión de una palabra universal que era un insulto, algún día pagarían por la humillación. Cualquiera que fueran sus razones patrióticas, el enorme escocés después de eso se ganó la simpatía de todos los familiares de muy arraigada estirpe arequipeña y hasta sonrieron mentalmente recordando que también la región se consideraba “separatista”.
Chapurreaba el visitante un español básico, así que la mayoría de veces la enamorada veinteañera, estudiante de psicología en una universidad local, era la traductora. El padre de la familia aceptó de mala gana que el pretendiente virtual llegara desde las antípodas a su casa, en Sachaca, barrio tradicionalista de la ciudad, enclavado en medio de una campiña llena de chacras y establos. Si dio el permiso finalmente fue porque la amenaza de la hija de viajar al encuentro del gringo era más que posible, así que mejor traer al enemigo para tenerlo cerca y vigilarlo.
Los primeros días fue gracioso ver al pobre tratar de comer los potajes contundentes de la región. Los chupes seguidos de los segundos llenos de arroz y papa pusieron a prueba al pálido espécimen. El llatan que acompañaba las comidas lo hacía sudar, pero resistió estoicamente. El tomar de una sola sentada un enorme vaso de chicha con cerveza negra, lo hizo entrar en la familiaridad de ese primer domingo.
El resto de la semana transcurrió lánguidamente en una ciudad que no se comparaba con Edimburgo, de donde era el escocés de ojos verdes. Arequipa es una ciudad circundada por tres volcanes, llena de historias que el padre contaba con ayuda de la hija y llena de novelerías que le contaba la madre al visitante, sin ayuda de la hija porque al final solo era necesario que la escuchara, no tanto entenderla.
Justo por esos días se desató la noticia sobre el “chupacabras” que se despachó en una noche a cuatro ovejas, propiedad de algunos chacareros del barrio.
—My no saber que ser shootpakapras.
—No Dereck, es “chupacabras”, es un demonio de la sierra que se come a los animales de granja chupándoles el interior —le explicó pacientemente el papá, traduciendo la hija y asintiendo finalmente el visitante, abriendo los ojos cuanto más le contaban del supuesto ser que en esos días atacaba cerca de la casa en la que estaba alojado.
—Cómo ser ese shootalabras.
—Es chupacabras, bueno la cosa es que es una criatura que tiene la piel de un reptil, así, con escamas duras de color verdoso. Tiene unas espinas a lo largo de la espalda y sus manos terminan en unas garras que cuando se acercan a las ovejas ¡zas! Le abren el estómago y se comen todo lo de adentro ñam ñam.
Esa última parte de la descripción no fue necesaria de traducir ya que el salto que metió Dereck fue de risa general, hasta él mismo se rió de su temor.
—Good history papa Alejandro —dijo entre risas el gringo, sin que la forma confianzuda de llamar al regente de la casa se percibiera en ese momento de alegría y de anécdotas.
La hija aprovechó para anunciar que el domingo su novio prepararía un plato tradicional de su tierra. Todos aplaudieron. El sábado por la noche, en completo secreto, pero vigilados auditivamente por la madre y el padre, los jóvenes se divirtieron haciendo un desastre en la cocina a puerta cerrada. La mañana del domingo, como era costumbre todos fueron a participar en la Misa dominical en el templo central. Luego comieron barquillos, raspadillas y regresaron a casa, donde les esperaba un almuerzo especial.
Sentados a la mesa estaban, aparte de los papás, los dos menores hijos y el mayor que llegó como todos los fines de semana, con su esposa y un pequeño en brazos. Todos sentados en la mesa esperaban la delicia escocesa que traerían de la cocina. La puerta se abrió y Dereck entró con una bandeja tapada con una de las ollas de la madre. Puesto en el centro el plato improvisado fue destapado para mostrar una especie de pelota amorfa de color gris verdoso que humeaba por lo caliente.
Nadie se atrevió a decir ni una palabra. La hija que entró en ese momento trayendo arroz y papas hervidas junto con algunas verduras cocidas, dijo alegremente: —¡Es haggis! —como si hablara en chino, todos los viandantes la miraron— Es un plato tradicional, coman y no sean malcriados que nos hemos demorado bastante en hacerlo, al final les cuento de qué se trata.
Una vez repuestos y para no causarle mala impresión al pretendiente, todos esperaron con paciencia que se abriera la bolsa parecida a un blader mal inflado y de allí saliera unos pedazos de carne de diferentes matices mezclados con lo que parecía un rehogado con cebollas y otras cosas más. Pero el sabor no era malo, al contrario era agradable, rico mientras aumentaban las masticadas, la textura de la carne recordaba al rachi de panza o a los chunchulies o caparinas.
Mientras duró la comida se hablaron de diferentes temas. El escocés explicó algunas cosas sobre el tema de las mentadas faldas y sobre los deportes con lanzamiento de piedras, mientras que los varones de la casa se lucieron contando cuentos y leyendas, incluyendo la que estaba de moda sobre el chupacabras. Al final de la comilona, y abriendo una botellita de vino de las que celosamente se guardan en el mueble de la sala, el padre preguntó, mientras sin disimulo se desabotonaba el pantalón para darle libertad a la panza llena.
—Oye hija y al final ¿Qué tenía el plato que nos has servido?
—Es una comida hecha con el pulmón, el hígado y los riñones del cordero que se mezclan con otras cosas más y se cocinan en el estomago durante horas, por eso nos demoramos ayer tanto Papá —terminó por decir la única hija del matrimonio, aquella pequeña de rulos negros, tan bella, tan inocente para sus padres.
—¡Carajo! ¡Tú eres el chupacabras! —gritó el padre mientras se paraba rápidamente sin percatarse que el pantalón se le cayó, cosa que nadie de la familia pudo ver ni reirse porque corrían hacia los baños de la casa para tratar de sacar de su interior el potaje que, estaban seguros, era producto de la matanza de indefensos animales, encontrados destripados y divulgadas sus fotografías en todos los medios de prensa de la ciudad.
—¡No! ¿Papá, qué te pasa? Dereck no es ningún chupanosequé ni nada.
—Pero hija, todo encaja —dijo el padre mientras se levantaba el pantalón e iba a una esquina de la sala donde una escoba esperaba por coincidencia que la tomaran y fuera alzada en alto cual la espada de Eduardo I.
—Deja eso Papá, ¡Mamá, dile a mi padre que no amenace a mi novio!
—No puedo hija porqu… (brrrrrrr)
El pobre escocés no sabía de qué se le acusaba, pero intuía que allí iba a darse una batalla parecida a la del Puente de Stirling, así que se preparó con los puños en alto para resistir a lo William Wallace.
—Pero Papá ¿Qué hablas? Lo del cordero lo compré en el mercado San Camilo.
—No trates de encubrirlo hija querida y hazte a un lado que tengo que vengar esta afrenta, en mi casa no puede haber un asesino de pobres e indefensas ovejas, aún por más rico que estuviera esa cosa con nombre de pañales.
—Papá entiende yo compré los bofes y las tripas, deja eso ya por favor que me va a dar un ataque de nervios.
Ya regresados los otros miembros de la familia y escuchadas las razones, creyeron en la versión de la joven así que tranquilizaron al padre y al novio. Pasadas las horas y con algo más de vino todo iba quedando en una anécdota que se contaría en el futuro con añadidos y demás.
Ya en la noche, cuando todos se han acostado, la joven al entrar a su cuarto se cambió de ropa por una más cómoda y de color negro, sacó debajo de su cama un machete y unas bolsas que acomodó en una mochila junto a otros enseres y se escabulló por la casa hasta la puerta de la calle y salió.
—Esto me pasa por no cortarles también las cabezas a las ovejas la vez pasada, ahora ya les prometí hacer cabeza asada a la escocesa. El establo de Don Humberto está algo lejos tengo que apurarme —pensaba la muchacha mientras apuraba el paso por entre las chacras.
La cantante paseaba entre los pabellones del cementerio en pleno domingo, Día de las Madres, cuando divisó a un posible cliente.
—Señora ¿Quiere que le cante algo a su madrecita?, hoy por el Día de la Madre tengo rancheras de Juan Gabriel, o si quiere alguna de Roberto Carlos, canciones de José José, usted dígame cual le gustaba a su mamá en vida y se la canto, solo 5 soles tres canciones.
La mujer levantó la mirada y ya tenía la intención de decirle que no gracias a la mujer vestida de mariachi, cuando de algo se acordó.
—A ella le gustaba una canción, pero no me acuerdo, una de un tal Fernández…
—Ahhh de Vicente Fernández, de repente le gustaba “Estos Celos” —dijo la artista y empezó cantar, pero fue interrumpida por la doliente.
—No, no es esa canción ni tampoco el cantante, creo que es de su hijo… sí, ahora recuerdo, Alejandro Fernández, ese es… la canción creo que era sobre la voz, no me acuerdo bien…
—¡Claro!, “Se me va la voz” es la canción señito, esa me la sé, tiene suerte porque solo yo la conozco aquí, los demás no saben de esas canciones nuevas. Oiga, pero qué moderna era su mamacita —trató de alegrar en algo a la deuda la cantante.
—No, no era mi madre.
Un nudo en la garganta se le formó a la mariachi. Un golpe de dolor le oprimió al pecho al comprender que estaba frente a una… trató de buscar en vano la palabra, aquella que no existe para nombrar a la madre que pierde a un hijo. Sin decir más, empezó a cantar.
El niño, aprovechando un silencio prolongado en la mesa después del almuerzo preguntó:
—Mamá… ¿Soy malo?
—¿Por qué piensas eso hijo?
—Es que así lo siento, no sé, a veces pienso que por eso me porto mal y te hago renegar, que por eso no tengo amigos y nadie me quiere. A veces me siento raro, como si no encajara en ninguna parte, hablan a mí alrededor pero no los entiendo, es como si fuera distinto, todos van hacia un lado y yo voy al contrario. Siento que soy malo porque pienso cosas extrañas y tengo odio… o no sé si es odio, pero me enoja que otros puedan tener cosas que yo no, o que puedan comer cosas que no podemos… sé que el dinero nos falta y sé que debo agradecer lo que me das, pero a veces no puedo evitar sentirme así, con cólera y eso me da rabia porque me digo a mí mismo que no sentiría eso si fuera bueno, si fuera el hijo que desearías. Muchas veces quisiera irme para que no sufras viendo mis notas o las travesuras que hago, los problemas que te causo, las peleas en que me meto, pero es que a veces siento que no puedo decir las cosas o defenderme de los demás cuando me molestan o me hacen sentir mal por como soy o lo que no tengo, lo que digo y lo que no digo. Siento que soy muy malo y que por eso se fue papá…
—Mi pequeño nunca pienses eso, tú no eres malo. Lo que sientes no puedes evitarlo no porque tengas odio en tu corazón, sino porque anhelas cosas. Pero no es malo anhelar algo mejor, solo que debes pensar que ahora, de repente, no tenemos la posibilidad, pero después, si te esfuerzas, las tendrás. Pero eso no será importante si lo que nos falta es cariño entre nosotros, podríamos tener mucho dinero y comprar muchas cosas, pero, ¿imagínate si no hay amor? de nada valdría.
No eres malo al querer que los demás te quieran, te acepten, encajar, pero a veces las personas no nos conocen para saber lo maravillosos que somos, no hay que desesperarse, hay que también tratar de entenderlos, pero no enojarse porque no nos comprenden, sino mostrarnos cual somos y no sentir vergüenza, eso hará que los demás se contagien de nuestra alegría de aceptarnos y nos querrán… ¿y si no lo hacen? puedes preguntarte… pues se lo pierden, siempre habrá gente que apreciará tu esfuerzo.
Yo sufro cuando no puedes lograr tus metas, pero no por eso quisiera cambiarte por otro, al contrario, sufro porque soy tu madre y es inevitable sentirme así, por eso también te exijo y te riño cuando te portas mal, aunque me duela por dentro tengo que hacerlo porque eso es el amor, por eso te repito siempre que no debes ser deshonesto, que debes ser responsable y obediente, no porque quiera aprisionarte sino porque, al contrario, quiero que seas libre y una persona está sin cadenas cuando sus acciones nunca impiden que avance. El querer lo mejor para el otro es la mejor manifestación del cariño.
Es bueno que me digas esas cosas para yo saberlo y explicarte que papá no se fue porque seas malo o tengas algún defecto. Se fue porque decidió que no podía estar con nosotros y acompañarnos en nuestra aventura. Cada uno toma sus determinaciones libremente, nos puede haber causado mucho dolor, pero no nos define como personas, hijo mío. No hay nada malo en ti o en mí que justifique su ida, pero tampoco hay que tener rencor por lo que hizo, hay que aprender a querer a los que tenemos cerca porque no sabemos cuándo se irán y perdonar a los que nos causaron dolor porque nos ayuda a ser mejores personas.
Tú no eres malo, eres mi hijo, el más preciado tesoro que tengo y sé que con empeño lograrás ser quien quieras ser, pero en especial una mejor persona. Ahora ve a hacer tus tareas y luego puedes ir a jugar.
El pasado es irremediable, no se cambia por más que intentes. Es un barco que ya zarpó, solo tienes control sobre tu presente y depende de este lo que resulte el futuro. Y existe esa foto. En ella está mi madre, bella y joven. Siempre fue, es y será así para mí. Está la foto y no miente, ella está triste y yo también.
No se puede explicar el contexto sin contar recuerdos que se tergiversan con el tiempo. Nada fue totalmente feliz, nada fue totalmente triste. Fue un viaje intempestivo y en solitario junto con una amiga y otros acompañantes. Tenía cinco o seis años, me habían rapado la cabeza, no era muy sociable con los de mi edad, pero con los adultos era un hablador incansable, como queriendo desesperadamente que me acepten. Pero la realidad está allí en la foto, estamos tristes ambos. Ella, pues por muchas cosas… aún en los mejores momentos quisiera que se borre esa tristeza que llevamos en la familia como un síndrome que saca la mayor de las ternuras, pero que igual nos opaca en los momentos cúlmenes.
¿En qué sitio guardas el amor y la trascendencia?
Pero está el barco. El motivo de la foto fue eso, el barco anclado cerca de la playa en Mollendo. Alguien quiso tomarse unas con el espectáculo naviero y la cámara de rollo funcionó a la perfección. De ese día de repente si hago el esfuerzo supremo aún me queda el sabor a mar en los labios, el viento helándome la cabeza, las manos de mamá aferradas a mí. Eso es lo que quedó en el tiempo, nuestros dedos entrelazados en algo que solo ella y yo comprendemos y que se forja en la vida cuando dos seres tienen que atravesar el infierno juntos para resucitar.
Y allí estoy de nuevo. Con treinta y siete años, en un viaje nuevamente intempestivo hacia la playa de Mollendo. Y nada me recuerda el viaje de mi niñez hasta que, ver la nave allí, me abre el corazón de manera inexplicable y me recuerda ese pasaje y la foto como prueba material que la vida te devuelve momentos trascendentales en los instantes menos pensados.
¿Cuál es la fibra que sostiene tu esperanza?
Mi hijo tiene cinco años y meses. Desde bebé tengo la costumbre de mirarlo largamente, como adivinándome en él, con la aprensión del primerizo y la tortura del que no puede creer en la felicidad gratuita, sin que nadie venga a cobrar. Y está allí, jugando con las olas y chapotea, salta, se emociona, brinca y se moja, nos moja a todos y pide una y otra vez que lo lleve a las olas, como si en ellas encontrara el secreto de la inmortalidad.
Y estoy allí, pidiendo la foto, con la excusa del barco claro, pero en sí es inmortalizar ese momento. Mi hijo no está triste por ningún lado. Estoy solemne. Él me abraza sin pedirlo y sonríe como solo él sabe hacerlo. En la nueva instantánea digital él juega con sus pies y la arena, yo tengo la parada del papá que protege su tesoro. Ambos construimos un recuerdo que solo el tiempo nos dará respuestas si encajan en la materia de la que está hecha nuestra aventura por la vida o simplemente es el instante fugaz de la felicidad plena.
Yo estoy conmovido por la fibra primigenia de los recuerdos, liberado de esa parte triste de la foto, reconciliado con el mar y el barco, con la vida y el silencio de los años, revertido todo por el nuevo momento que se abre paso, el de la justificación limpia, la nueva foto y la antigua, ya no para recordar alguna tristeza sino solo para contrastar edades, aventuras y felicidades.
Y guardo la foto para que ella la vea y se emocione, para que me mire de nuevo y como siempre, en nuestros ojos soñadores haya esa luz cómplice, porque de eso está hecha la existencia, de fugaces alegrías y constantes reencuentros, de arena y barcos que zarpan pero, gracias al círculo del universo, a veces esos barcos del pasado regresan y hay una segunda oportunidad de cambiarlo todo… gracias al dueño del mar por eso.
Cuando le dictaminaron nueve meses de prisión preventiva en el Penal de Socabaya, sintió que todo se le derrumbaba. Regresaría al lugar de donde salió el 2005. Por reincidente lo pondrían en el Pabellón D.
Durante todo el día sufrió un colapso estomacal que lo llevó a estar pegado a la letrina del baño comunitario. Un frío terror lo invadía.
No le dieron un catre, solo un colchón por el que pagó 20 soles y una frazada sucia y maloliente.
—Primero pagarás piso niña antes de tener tu catre —dijeron varios de los reclusos.
No tenía pinta de infante, al contrario, aparentaba los 43 años que cumplió hace poco. Su rostro cetrino con marcadas arrugas, presenta una nariz abultada, labios caídos, hasta lascivos se diría, barba y bigotes ralos casi inexistentes. Las manos son algo rugosas, propias de un taxista como él. Los ojos apagados por sus cejas pobladas.
La primera noche sufre de sobresaltos continuos, esperando que lleguen los demás para ultrajarlo.
Sabía que lo harían en algún momento. Porque él lo había hecho ya.
Claro, no había abusado de algún reo. No. Había cometido sus crímenes contra adolescentes desprevenidos, esos que en afán de paseo o de encontrar un lugar donde besarse y acariciarse, bajaban al sector de Chilina, en el río de la ciudad. Un lugar con “chacras”, árboles, full naturaleza que invitaba a paseos largos y románticos, a aventuras de campamento rápido. Era de tradición adolescente el paseo a ese sector, en grupos, llevando algún plato preparado y gaseosa, hasta un “trago” de repente. Los días especiales eran los feriados, los fines de semana. A esos grupos los esquivaba él y sus compinches. Eran demasiados.
En cambio las parejitas fueron su especialidad. Con paciencia gatuna, mientras tomaban un combinado de pisco y gaseosa, aguardaban entre los arbustos, “chequeando” el vallecito. Cuando detectaban a los infortunados, los seguían cual pumas, para sorprenderlos, golpearlos, robarles sus pertenencias, amarrarlos y luego abusar repetidas veces de las casi niñas en su mayoría. La mano encima de la boca, los insultos gruesos, las amenazas de muerte, todo lo que significaba sentirse poderoso, invencible, dueño de la vida y de la muerte de sus víctimas.
Pero ahora, tirado en la esquina del pabellón de alta peligrosidad, no se sentía poderoso. Orando trataba de menguar en algo el miedo que lo sacudía, intentando la compasión de cualquiera que oyera sus rezos apagados. Sus lágrimas que desbordaban eran seguidas de pequeños gemidos. La tormenta en su cabeza se alteraba e incrementaba con algún ruido, un rechinido de catre, o un ronquido fuerte. Así transcurrieron las horas.
Ya pasadas las tres de la madrugada, se tranquilizó algo. Pensó que adentrada la madrugada no le harían nada y no se atreverían a tocarlo de día. Suficiente tiempo para que su compadre le trajera el dinero para aplacar el castigo de bienvenida que en la cárcel aplican a los violadores como él, denominado “frazadazo”. Le pidieron mil soles para que lo protegieran, solo si lograba salir indemne de la primera noche. Pensando eso descansó los ojos, relajó el cuerpo, se acomodó en el colchón casi plano por su peso y trató de dormir.
No sintió en que momento lo voltearon boca abajo y le pusieron ese trapo asqueroso entre los dientes, solo sintió que la frazada que antes lo cobijaba ahora estaba apretándolo contra el colchón. El peso de varios cuerpos lo tenía sólidamente quieto. El terror lo invadió, quería que alguien hablara, que dijeran que solo era para meterle miedo para que pague más dinero, intentó suplicar pero el trapo estaba bien metido. Nadie hablaba, eran sistemáticos, como si ya lo tuvieran todo calculado.
Un dolor indescriptible lo asaltó de pronto y continuó durante muchos y largos minutos, creciendo a cada instante, llenado todo su ser.
A las cinco de la madrugada, cuando el sol ya clareaba, los guardias lo arrastraron a las duchas para que se lavara la sangre y otros líquidos que lo cubrían.
Solo puedo imaginarte, Aylan. Alguna vez casi me ahogo en una piscina, la desesperación me inundó. La tuya fue mayor, fue infinita. La balsa en la que viajabas era para cuatro personas, subieron el doble. Tu padre y tu madre y tu hermano estaban en ella. El círculo de la protección familiar. Me imagino que estabas allí con ellos, lleno de miedo, pero la mano de tu padre estaba entrelazada con la tuya. Esos dedos que muchas veces te acariciaron el cabello, te dieron alguna palmadita en los cachetes, esos dedos que trabajaban para darte de comer, estaban allí, cerrados alrededor de los tuyos de tres años.
Luego… la obscuridad.
Abdullah Kurdi, tu padre está narrando a quién le quiera escuchar que su objetivo era llegar a la isla griega de Kos, huyendo de Siria, tu país, el cual es azotado por una guerra cruenta y devastadora, tan dura que forzó la decisión de tus padres a huir, buscar refugio lejos, para que ustedes no murieran. Cruel ironía. Pero debes saber Aylan que cuando un padre se enfrenta a fuerzas que no puede controlar, que amenazan a su familia, puede cruzar océanos, vender hasta lapiceros con tal de que estén a salvo. Esa esperanza no se mide en control de daños, países con fronteras inmisericordes, políticas nefastas en ayuda humanitaria y corazones de hierro mercader. No es necesario que me entiendas, es más para los que tratamos de entenderlo, compartir en algo y justificar su desesperación que lo obligó a subirte a una barca, teniendo una certeza de que en el mar estarían más seguros que en tierra.
Y allí estabas Aylan, un segundo agarrado a ese padre que tenía la esperanza puesta en su decisión y luego estabas cayendo a las frías aguas. Imagino que el impacto te sacudió. De tu garganta salieron gritos, que el agua empezó a ahogar. Que braceaste en un reflejo natural, pero las olas te envolvieron. Poco a poco te dejaste ir. Allí quisiera detenerme pero no puedo dejar de imaginarme tu dolor, tu temor, tu angustia… tu desesperación.
Después la paz y el mover de tu cuerpo libre en el mar hasta que la marea te depositó, con algo de suavidad, en la estación balnearia turca de Bodrum. En ese lugar te halló Nilufer Demir, fotógrafa. Ella estaba allí justo para verte y que se le helara la sangre. Ella le cuenta a quien quiera escucharla que no podía hacer nada por ti, que lo único que podía hacer es tomarte fotos que, en pocas horas, han dado la vuelta al mundo y te han hecho famoso, Aylan, todos hablan de ti.
De lo que no hablan Aylan es que desde el 2011 varios países árabes como Egipto, Túnez o Yemen estaban en un estado de guerra. En tu país Siria las personas salieron a las calles como sucedió en Daraa, Alepo, Homs o Damasco reclamando libertad, democracia y derechos humanos. Sí, lo sé, son cosas que no entiendes, pero necesarias para saber que esos pedidos no fueron escuchados. Por eso la guerra arrasó con los pueblos de tu país. Pero preguntarás ¿Recién con mi foto se sabe eso? Y me da pena decirte que eso ya lo sabíamos, que decenas de periodistas han tratado, a 50 euros la nota, dar a conocer esta cruel guerra, pero solo recibieron sonrisitas y no, no, no, repetitivo, tanto que ellos mismos han muerto tratando de decirle al mundo lo que pasaba. Pero solo que tu foto, esa donde estás recostadito como si estuvieras durmiendo la siesta, la que recién nos ha sacado la venda de nuestros ojos, por lo menos hoy Aylan, eso ya es mucho pedir en el estado de ignorancia mediática en que vivimos.
Fuiste portada Aylan y hasta un debate sobre el morbo y la exposición de tu foto hubo. Hasta algunos corazones mercaderes se han ablandado y de repente se abren las fronteras y se entrega ayuda a los desplazados como fueron tu familia. Pero tu papá está destrozado, y llevará tu cuerpo, el de tu mamá Rehan y el de tu hermano Galip para enterrarlos en su Kobane natal, donde sabe también morirá. No, no es malo decirlo así, todos moriremos alguna vez Aylan, algunos enfermaremos y nada podremos hacer, otros en un accidente que no podremos evitar, de repente y con suerte moriremos en nuestras camas y alrededor nuestros seres queridos estarán, no moriremos como tú y tu hermano, porque no tenemos tres y cinco años, porque no tenemos que huir de un país en guerra, porque no estaremos en una barquichuela de noche aferrados a los dedos de papá y cuando de pronto nos soltemos, la vida se nos irá en el momento incompresible de perder la fe en todo a nuestro alrededor, no Aylan, no moriremos así y ¿Sabes?, cuando supimos de ti, por el facebook, por el morbo de las noticias, por las repeticiones infinitas de tu cuerpo en esa playa de Turquía, muchos hemos muerto un poquito contigo también.
Nadie te dice que sus lloros serán dagas profundas que te rebelarán el alma y querrás destruir la mitad del mundo buscando culpables sin saber que a veces un beso tuyo es mejor que la penicilina.
Nadie te cuenta que pasarás horas escogiendo su nombre y que al final de repente ni escojas el que pensaste pero que a lo largo de tus días ese nombre significará para ti la felicidad más plena, la tristeza más ajena, el dolor menos dañino, el orgullo gratuito cuando otros lo mencionen, será el amanecer por el que te romperás el lomo, el anochecer que nunca llega, la impronta de tu cruzada, la esperanza de tu inmortalidad.
Nadie te advierte que la espada atravesará tu corazón varias veces, cuando cae, cuando se enferma, cuando pierde, cuando le atraviesan su corazón, cuando no logra, cuando no vence, cuando se decae, cuando no come, cuando la fiebre lo ataca, cuando ese zapatito le quedó chico y ves que está creciendo, cuando ese abrazo al llegar a casa ya se diluyó en su adolescencia, cuando comete los errores que tú forjaste.
Nadie te prepara para la alegría de su primer diente, el misterio de su cabecita cerrando sus huesitos, la mirada pasmada cuando por primera vez te reconoce y la consecuente risita, ese primer paso que es más grande que miles de astronautas visitando millones de lunas vírgenes, las palabras que salieron limpias diciendo “Papá” (que valen más que el discurso del Nobel) o ese salto de fe, sin barreras, sin excusas, lanzado hacia tus brazos para darte el abrazo que hasta en la tumba recordarás.
Nadie te confiesa que cometerás errores que no podrás sanar, frases que salieron atropelladamente y que fueron más filosas que el acero de damasco, miradas que golpearon más duro que una piedra o desprecios que nunca asumiste y nunca pediste perdón. NO. Nadie te cuenta que tú serás el mayor verdugo y que no podrás evitarlo, porque te ganará el miedo de que falle, que se falle, que se dañe, que dañe.
Nadie te dice sobre esas noches en vela esperando que regrese con bien, cuando descubra lo que quiere ser y tengas que ceder, los océanos que los distanciarán cuando emprenda su ruta y los años que esperarás una llamada, un signo de perdón, un “te quiero papi” como cuando tenía cinco.
Nadie te prepara para ese momento en que, luego de miles de batallas, lo veas grande, inmenso, lleno de de sueños, de alegrías, de bendiciones y su felicidad sea la tuya.
No te cuentan que debes prepararte para de repente morirte sin decirle “te amo” y que tienes que hacerlo ahora, ahorita, antes que la vida te cobre lo que le debes, antes que miles de infiernos sobrecaigan en tu cabeza por ser el idiota más grande que por el puto orgullo que te manejas no puedes confesarle que es lo más importante que tienes, tu tesoro, y que nunca tuvo la culpa de tus errores, que es tu mejor parte, el top de tus empresas, lo único que vale la pena para que te recuerden.
Nadie te prepara para ser padre, porque nadie te enseña a amar, eso solo lo descubres amando, amándolos dando la vida, los sueños, los tiempos, tu sangre, tus huesos, tu orgullo y tus lamentos, tus metas y tus desvelos hasta que entregues el corazón para que habite en el de ellos y el sus hijos de sus hijos, amén.
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Las vísperas de este Año Nuevo para Alejandra son una repetición del anterior. Entre ir a la casa de sus padres, de su abuela y a la casa de los papás de Fredo, se le va el 31, único día en que puede ver a sus seres queridos. Son las once de la noche cuando, rumbo a la casa de su ex cuñada, se le viene a la memoria las circunstancias del accidente: Salieron con Fredo esa mañana del de final de año, y se la pasaron comprando bebidas, regalos y comida para ofrecer una fiesta en su casa, con amigos íntimos. No tenían hijos. Podían darse ese lujo. La camioneta que manejaba su entonces esposo iba a velocidad por la Variante, que lucía algo vacía. Iban riéndose sobre los sombreros graciosos que habían comprado, cuando de improviso salió esa señora con su hijito en brazos intentando ganarle a su vehículo. La camioneta dio varias vueltas de campana, producto de la rápida acción y golpe de volante de su esposo. Ella salió disparada por el parabrisas y, luego de caer y rodar un poco, se levantó presurosa para ir a buscar a su compañero. Lo halló inconsciente, colgando de cabeza, atado al cinturón de seguridad. Trató en vano de despertarlo o de desabrochar el mecanismo que lo ataba. Él recobró la consciencia, la vio un instante y se perdió nuevamente en la inconsciencia.
Ya han pasado ocho años del accidente y Fredo recuperó mucho de su andar gallardo, pese a que la pierna derecha se le fracturó en tres partes. Al final resultó que sí le gustaban los niños, porque ya tiene dos con su nueva esposa, una colega de trabajo con la cual vive en la misma casa que compraron con Alejandra. Ellos suelen ir a la fiesta de fin de año que organiza la hermana de su exesposo y es la oportunidad que tiene de verlo feliz, sin remordimientos por haberlo dejado el día del accidente y haber partido hacia el más allá sin siquiera despedirse.
Te acuerdas de aquella cocina a kerosén que compró mi madre y que se trajo de la ceja de selva y que terminamos destrozando porque ni la limpiábamos y cocinábamos hasta reventar ese arroz partido que costaba menos y que comíamos y acompañábamos con esos estofados de carne que te quedaban deliciosos y hasta ahora no sé como los hacías pero que rico quedaban por la tarde cuando me lo guardabas con un plato de hojalata floreada tapado con otro verde y todo con los manteles hechos de los restos de los sacos de harina que vendías en la tienda esa a la que me obligaste a incorporarme como trabajador emérito sin goce de dulces cuando tuviste que venirte de tu tierra espantada por los terrucos que entraron en esa madrugada maldita en la que mataron a varios incluyendo a esa tía cuyo nombre olvido que, creyendo que los que tocaban eran borrachos, les tiró los orines de la bacinica encima a los compañeros y estos la quemaron a ella y a la pequeña sordomuda que la acompañaba y lo sabemos porque sus cuerpos quemados fueron relatados por uno y otro que llegaba de tarde en tarde a conversar contigo a esa tienda que tuvimos que pertrechar con el tiempo con rejas y más rejas porque los choros no te dejaban en paz y se llevaban de tanto en tanto la plata y alguna caja de leche, esa misma de marca gloriosa que tantas veces me sacaste en cara que compraste para mí y que de esa manera tratabas de atarme a tu lado intentando siempre que me olvidara de mi mismo para dedicarme en cuerpo y alma a traer los domingo el agua bendita para la semana y los sábados el mercado al cual iba con apenas 20 monedas blancas para comprar un kilo de papas, tomates, zanahorias, verduras de yapa y carne, frutas de vez en cuando y pescado las menos, no porque nos faltaran ganas de comer sino porque tratábamos de no parecer repetitivos en las comidas diarias de estofado, tallarían, ají de calabaza, pastel de tallarín y huevo frito de festejo cuando los domingos nos quedaban anchos en la pereza de no hacer nada y que te consumía en cólera por no verme enterrado en lodo en la huerta que tratabas de sacar adelante en esa tierra de piedras malditas que no permitían que creciera más que el sudor mío y el tuyo, arrancando de tanto en tanto verdes lechugas, cebollas coloradas y alfalfa para esos cuyes que criábamos con al esperanza de comerlos de tanto en tanto pero que más se sacrificaban cuando llegaban alguno de tus dos hijos varones, uno de los cuales se te murió y tu mirada cambió porque lo recuerdo como si fuera ayer cuando regresaste de la gran capital con el traje negro y la poca alegría en el alma muerta que no recuperaste hasta que nació mi hijo solo para que pudieras verlo y jugar con él diciendo que era tu lombito y acariciarlo como me acariciaste ese día que tengo que recordar hasta que me pudran los gusanos que te peleaste por mi contra la muerte puño a puño, segundo a segundo en que me llevaste a tratar de que respire y ocultaste para siempre ese cuaderno donde se supone escribí mis últimas palabras las cuales tú si me diste en esa noche tan rara en el hospital al que te llevamos para que trataras de vivir de prestado un momento más con nosotros y en el cual te dije que te amaba y lo dije con sinceridad y me asentiste con la cabeza como diciendo que lo sabías pero que no ibas a pedirme perdón porque hasta el último no sabías el daño que me hiciste y a Dios gracias tampoco te acordabas del que yo te devolví porque éramos siempre así dos olas que chocaban con la brutalidad de las palabras arrancando del pecho los más terribles insultos para luego en la paz de los necesitados buscarnos a la hora de la comida para pactar una tregua en ese alimento bendito que salía de tus manos y de esa cocina a kerosén.
Entrevistador: Usted señora María es la casera donde vivía Leandro Mendoza ¿Si?, el día 2 de diciembre usted fue la primera persona en conversar con él, ¿Qué le dijo?
Casera: Ay bueno que le digo, el joven Leandro era tranquilo y nunca tuve problemas con él, a veces nomás se atrasaba en el pago, pero eso era por…
Entrevistador: Señora remítase a la pregunta por favor.
Casera: Ya, ya, ¡Qué genio!, bueno ese día el joven Leandro estaba tranquilo como siempre, se bañó para salir y me recordó para ir al otro día a la presentación de su libro, me dijo que ya todo estaba listo y se sentía con esperanzas de venderlos todos, y con lo tanto que le costó ese libro, ¡Hasta me pidió que le esperara el mes de nuevo!. En la noche ya no lo vi porque me acosté temprano, y luego pasó eso, ¡Y yo que le di una estampita del Señor de los Milagros, imagínese!
II
Entrevistador: Señor Carrasco, usted ese día ultimó detalles con Leandro con respecto de su libro.
Sr. Carrasco: Sí, Leandro llegó temprano y de buen talante. Corregimos parte del texto de su presentación, conversamos luego sobre la distribución de parte de sus libros a bibliotecas, colegios y los de cortesía. Yo le reservaba una sorpresa a Leandro y era que la Empresa Antackus había decidido a última hora asumir el pago del Aula Magna donde se celebraría la presentación, lo que significaba un gran ahorro para los dos y más por él que podría pagar algunas deudas. Después conversamos sobre sus próximos libros, pero al transcurrir la conversación vi acrecentar su confianza. Leandro, como sabe, tenía múltiples responsabilidades en otros medios, aparte por supuesto de sus estudios. Al irse lo noté un poco eufórico y a mí eso me llenó de satisfacción. Lo demás creo que ya es sabido.
III
Entrevistador: Usted Ing. Pérez se encontró con Leandro después de mucho tiempo el día martes 2, un día antes de los sucesos penosos ¿Qué fue lo que conversaron?
Ing. Pérez: Diré para empezar que antes de volver a verlo tenía una pésima opinión de Leandro. Él abandonó la carrera en cuarto año, relativamente lo digo, porque en cursos no pasaba de segundo año. Luego de su deserción todos comentábamos sobre sus razones. Cuando nos encontramos con ironía le pregunté si seguía estudiando. Para mi sorpresa me contó que abandonó Ingeniería de Minas para seguir Comunicaciones en la Universidad Católica y que ahora mismo estaba terminando de estudiar un posgrado. En si no le estaba creyendo, pero me hablaba con tecnicismos que yo no entendía. Me dijo que se alegraba mucho de verme y me dio una invitación para la presentación de su libro. En ese momento me sentía terriblemente avergonzado y más cuando me dio la mano y me abrazó efusivamente rogándome que fuera a su presentación, que sería un honor para él. Por supuesto que fui, pero no esperé que pasara eso realmente…
IV
Entrevistador: Srta. Fabiola usted fue compañera de posgrado del desaparecido joven escritor. El encontrarse con Leandro ¿Cómo lo notó?
Srta. Fabiola: Me lo encontré en el Parque España, lo noté motivadísimo, me saludó como nunca y me atajó para conversar. Empezó a preguntarme por cosas mías que yo ignoraba que sabía. Estaba muy hablador y demasiado eufórico, ¡Pensé por un momento que estaba algo, mareado, imagínese!, pero luego me di cuenta que estaba alegre. Me habló de su familia que estaba lejos, de lo mucho que los esperaba para su presentación, en especial a sus hermanos y hermanas menores. Tanto fue su alegría que terminó por contagiarme y así al despedirnos me pasé toda la tarde escribiéndole a mi padre. Leandro me regaló ese día algo muy bello y nunca lo olvidaré.
V
Entrevistador: Nora, usted fue ex enamorada de Leandro y el día 2 de diciembre se encontró con él por la tarde ¿Qué sintió?
Nora: Que te puedo decir, Leandro estaba alegrísimo de verme, me abrazó y besó, me invitó a un café y conversamos de todo, de como estaba, de su libro que por fin salía, y que por cierto yo ayude a escribir por eso me lo dedicó, claro, no en el libro mismo, pero seguro que lo iría a decir en la presentación ¿No?. Leandro se interesó por mis cosas y del porqué yo estaba inubicable, pero le expliqué mi cambio de domicilio y me dio una invitación especial para su presentación. Leandro estaba como nunca, seguro de sí, confiadísimo, me dijo que escribió para el periódico donde trabajaba un artículo sobre el «amor etéreo en lo urbano» o algo así, ¡y que lo hizo pensando en mí!. Tan emocionada estaba con Leandro, que me propuse reconquistarlo después de su presentación, pero lo que no imaginé era que… lo que no pensé fue que… ¡Perdóname no puedo seguir!…
VI
Entrevistador: Señora Alondra usted como última persona que lo vio el día 2 de diciembre ¿Cuál fue su impresión de Leandro?
Señora Brinda: Te diré primero que yo soy su madrina y que Leandrito me encontró justo para despedirse, apenas me vio se me abalanzó llenándome de besos y llenándome de preguntas, diciéndome lo muy muy feliz que estaba. Cuando se calmó me invitó a su presentación, pero como él sabía lo ocupada que estoy me dijo que si no podía ir, el sábado me dedicaría su programa, porque Leandrito tenía su programa y yo lo escuchaba aunque él no lo supiera. Yo siempre lo apoyé con eso de escribir, era su vida y me dio una pena lo que le pasó, casi me muero cuando lo supe por los periódicos, pero no me extraña, él siempre fue especial.
Epílogo
Con estas entrevistas se ha querido reconstruir el día anterior a los sucesos ya conocidos y tratar de explicar cómo estaba el escritor Leandro Mendoza anímicamente. Se englobará lo sucedido. Se sabe que Leandro no se encontró con nadie antes de su presentación y que llegó un poco tarde para leer su discurso. Se presentó con un terno plomizo y su estado de ánimo era variable, acrecentándose su euforia tanto así que moviéndose de un grupo de conocidos a otro los inundaba con su alegría. Muchos opinaron que desde esos instantes se le notó blanco y brillante. Según su editor, el señor Carrasco, Leandro cambió su discurso por una improvisación, hablo del génesis de su libro haciendo mención de todos los que influyeron en él para escribirlo. Los asistentes notaron que mientras hablaba la cara del escritor empezaba a tornarse cada vez mas pálida y blanca mientras más emocionado estaba, sus manos se movían grandilocuentemente formando figuras en el aire, su voz tenía un rumor a viento, a sueño que tranquilizaba el corazón. Palabras después, con impresión, los presentes vieron como poco a poco Leandro se volvía transparente, en el ambiente empezaron a aparecer brillos de luz que inundaban el recinto, hasta que Leandro al decir el nombre de su libro: «Divina Felicidad», desapareció en un poderoso destello final, quedando en su lugar solo sus ropas para nunca más volverlo a ver.
La ciudad de Arequipa contiene secretos que pasan desapercibidos a nuestros ojos, porque no nos da la gana de detenernos y admirar la belleza de sus detalles. En esta nota revelaremos algunos de estos secretos que están a la vista y paciencia de todos.
CARE´PIEDRA
La pregunta fue: ¿En qué parte de la ciudad se encuentran tres rostros que miran a otros tres directamente a través de una plaza?. La respuesta, si no la halló hasta ahora, se encuentra en nuestra nunca bien reconstruida Plaza de Armas, donde, además del Tuturutu que le faltan las alas, viven otros personajes de piedra granítica, observando cada día las irreverentes marchas populares y por las noches las huascas furibundas de los habitantes de esta revolucionaria orbe. Los tres rostros se encuentran en ambos portales de la plaza, el de Flores y de San Agustín, justo al medio. Vigilan la vida y obra de santos…
“La creciente banalización del arte y la literatura, el triunfo del amarillismo en la prensa y la frivolidad de la política son síntomas de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la suicida idea de que el único fin de la vida es pasársela bien.” La civilización del espectáculo»
Mario Vargas Llosa
Un sábado mi esposa salió y me dejó con mi hijo Mathias. Por la tarde me animé a ir junto a mi pequeño al parque. Invité a mi hermano JA a caminar. Él es un adolescente de cuarto año de secundaria y en los últimos meses no habíamos compartido algún momento juntos. Una frase que me soltó a la volada hace algunas semanas me daba vueltas a la cabeza. ¿No sacas tu celular porque te da roche?, le pregunté. Él tiene un celular heredado de mí, un simple Nokia de esos que cuestan 59 soles. Sí…
Al ver el hacha a unos centímetros de él, no pudo evitar pensar en las ironías de la vida. Durante el tiempo que pasó en la cárcel, por estafar a varios con el cuento de la casa propia, pensó que meterse en la cocina le evitaría el esfuerzo físico, a él que nunca en su vida esforzó sus músculos. Lo que no previó es que sus compañeros lo pusieran cada madrugada a cortar madera para los fogones. Así, cada día de sus cinco años de encierro, acrecentó con mucho sufrimiento su conocimiento sobre las vetas de la madera, el ángulo correcto de impacto y la posición adecuada, amén de perfeccionar el corte limpio y destrozador de los troncos. Era al final un experto, nacido para cortar.
Ahora estaba libre y se encontraba allí, camino a su pueblo natal, frente a frente con esa herramienta que juró nunca volver a tocar……
Eran los primeros días de diciembre y tenía el Papá las prisas de compras navideñas. La Mamá estaba atenta a cuanta oferta hubiera y los pequeños de la casa, ansiaban que pasara rápido el mes para llegar a ese 25, por la mañana, y desenvolver los regalos.
Cerca de la casa vivía una madre y su pequeño hijo, el cual sabían los vecinos, padecía de un pequeño retraso mental. Muchas veces habrían tratado de ignorar el drama de la vecina. No había maldad en ese acto, solo un poco de miedo de no saber cómo ayudar o qué decir.
Nadie recuerda bien quién, en medio de la cena faltando dos días para la Navidad, se le ocurrió la idea. Al principio hubo dudas, pero, en el ambiente de fiesta que había, se acordó invitar a esa madre y su pequeño a pasar la Nochebuena en casa. Al llevarle la invitación, el Papá esperaba una negativa. La sorpresa fue grande al ser aceptada con alegría la invitación.
Fue una velada alegre y feliz para todos. Los pequeños, al terminar la rica comida, le regalaron al pequeño varios juguetes y los papás a la madre le dieron un paquete con cosas útiles y necesarias. La clave, para que todos se sintieran contentos, no fueron los regalos o los potajes, sino el respeto por el otro, saliendo a su encuentro de manera amable, haciéndole sentir que era importante su presencia, única e irrepetible.
La amistad entre las dos familias se ha fortalecido con los años y esta Navidad, seguro que sí, nuevamente compartirán la mesa, en la noche en que el Salvador llegará para alegrar los corazones de todos…
(Gracias a todos los fieles seguidores de este blog, esperamos fervientemente poder continuar llevándoles más crónicas urbanas, saludos y ¡¡¡¡¡felices fiestas!!!!!!)
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Unos gritos desaforados nos despertaron esa noche. Corriendo, mi esposa se dirigió a la ventana de la sala, que da a la calle, y me llamó de urgencia. La vecina de al lado, aquella que hace pocos meses diera a luz a un pequeño, huía despavorida con el bebé en brazos, gritando por ayuda, con rumbo a la esquina. En la puerta de su casa, estaba su conviviente, con el torso desnudo y blandiendo una correa. Estaba por bajar a auxiliar a la mujer, cuando mi esposa me avisó que había logrado parar un taxi y embarcándose en él, desapareció. El drama aún no terminaba. El vecino, en ya evidente estado de diablos azules, reingresó a la casa y, gritando, arrinconó en el patio trasero a su padre, propinándole correazo tras correazo, mientras la madre del susodicho trataba de frenarlo. Luego, la tranquilidad de la noche lo abarcó todo. Con mi esposa ya no supimos más que hacer, todo pasó tan rápido, que ni tiempo para llamar a serenazgo o la policía.
Al día siguiente, al escuchar ruidos fuera de casa, salimos nuevamente en versión espía, a mirar por las cortinas. Vimos al papá de la chica, llegar con ella desde el parque, por donde está la comisaría del distrito. Un papel en la mano. A los pocos minutos las cosas se fueron acumulando fuera de la casa: una cuna, un televisor, una cómoda, un carrito con packs de leche, sacos de ropa. Mi esposa estaba llorando. Traté de consolarla, diciéndole que era lo mejor para la muchacha.
-No lloro por que se separé de ese imbécil, lloro porque ella es una mujer valiente y estoy alegre por eso, porque acabó su pesadilla.
Esa anciana arremetió contra el Presidente de la República a cachetada limpia sin que pudieran hacer mucho los agentes de seguridad. Fue casi de inmediato declarada heroína, en especial cuando los medios captaron la frase que la volvería famosa mientras se la llevaban los de Inteligencia de Estado: “Quieres que me muera sin darme mis pastillas, pero no te voy a dejar ridículo hombrecito, he enterrado a más presidentes con más huevos que tú ¡Y sigo viva!, recuérdalo”.
Podía decir lo que quisiera después, eso no se lo concedía la edad, pero sí que lograra indirectamente que se suspendiera la huelga médica y se invirtiera 1000 millones en el presupuesto anual para la seguridad social en equipos y mejoras para los pacientes a nivel nacional.
Fueron meses de locura. Por ejemplo, a la mitad de la entrevista con el famoso periodista de la CNN, no pudo dejar de decir. “Si hubiera sabido que una cachetada podía cambiar algo, te aseguro que se la zampaba a José Pardo y Barreda para que no fuera tan cobarde”. Un observador crítico la hubiera corregido por el tema de edad y fechas, pero, era tan graciosa la Doña (como se la conocía), que la dejaron ser.
Hasta empezaron a twitear frases animándola a lanzarse como congresista mínimo y ni hablar de los memes.
Cuando falleció hace dos meses con el corazón abarrotado de emociones y reconocimientos, el periodista que por fin halló el dato perdido de su verdadera edad, tuvo algo de decencia y quemó el papel original. Y es que algunas personas merecen que se les guarde un secreto coqueto, decía el susodicho, mientras todos en la sala de redacción recordábamos las hazañas de la anciana que tuvo el valor (y los ovarios decían muchos) de hacer algo concreto para sacudir a un gobierno que se presentaba totalmente incapaz.
Lo que tememos todos es que no haya más nadie con ese valor de decir las cosas y eso sí nos hace temblar.
Llegó agosto y en la ciudad los vientos empezaban a arreciar. –Constrúyeme una cometa papá-, pidió la niña. -Este fin de semana-, le prometió sin convicción el padre, mientras pensaba en cómo hacer para llegar sin deudas a fin de mes. Desde que su esposa muriera se complicaba la vida para ellos. Había tomado la difícil decisión, contra los consejos mayoritarios, de aceptar un trabajo de medio tiempo para atender a su pequeña y estar en casa cuando ella llegara de la escuela. Pero le estaba pasando factura el esfuerzo. Los gastos eran muchos y el dinero escaseaba.
Llegado el fin de semana la niña le pidió hacer la cometa. –Lo siento hija, no tengo plata para comprar los materiales. –No te preocupes papaíto, con lo de mis propinas compré el papel y las cañitas, podemos hacer engrudo con un poco de harina y listo, porfis. Derrotado ante tal argumento, el papá se dispuso a confeccionar el delicado artefacto volador. Decidieron hacerlo en forma de rombo, como cola le ataron retazos de un viejo mantel. Unos cuantos soles extraídos del bolsillo del padre solucionaron lo del carrete de pabilo.
Al día siguiente, domingo por la tarde, salieron al parque a volar el artificio de papel y caña. El poco viento no elevaba la cometa y la niña estaba muy triste ante los frustrados intentos. El papá estaba algo incómodo por el tiempo empleado y quería volver a casa para seguir trabajando en algunos pendientes. –Papá una vez más por favor, es importante que la cometa llegue muy muy alto-. -¿Porqué hijita, el próximo domingo lo haremos?. – No, porfis, tiene que ser hoy. –Pero hijita comprende no sopla el viento y se me hace tarde. –Papito tiene que ser hoy, porque mañana de repente decides volver a trabajar todo el día y no te veré ni los fines de semana y necesito que la cometa llegue alto para que la vea mamá desde el cielo y se acuerde de nosotros y… de repente nos envía algo de ayuda para que la platita nos alcance y no tengas que dejarme sola de nuevo en las tardes…
El silencio se extendió por todo el lugar. Miles de preguntas empezaron a surgir en la mente del padre. No dijo nada más, le dio el carrete a la pequeña y empezó a correr con la cometa, a determinada distancia la soltó y entonces se elevó por los aires, volvió donde su hija, pero no agarró el carrete, dejó que ella lo maneje, indicándole suavemente de vez en cuando que hacer para que no cabecee tanto, para que se vuelva a elevar, así, hasta que agarró impulso y era un punto casi irreconocible en el cielo. Al regresar a casa una determinación se fortalecía en el corazón del padre, una seguridad se anidaba en el alma de la niña y hasta el horizonte parecía que les sonreía.
La sangre le recuerda a Pedro que tiene una deuda y la va a saldar. Hoy salen de la carceleta, libres para seguir alegres y ufanos. La sangre le recuerda a Pedro que tiene una treinta y ocho con seis balas y mala puntería. Hoy les harán una fiesta de bienvenida a los dos en su barrio, amistados en el temor de pasar la vida en cárcel, acordaron llevarse bien, después de casi matarse a tiros esa mañana de junio. La sangre le recuerda a Pedro que un niño de 11 años tiene tres litros de rojo líquido vital. Deja a un lado el arma y empieza a secarse la sangre de la mano que emana por la herida que, sin querer se hizo. Son las once de la mañana y falta media hora para saldar cuentas.
La noche era lóbrega y los niños esperaban a su madre. Ella había salido hace ya tiempo a traer un poco de leña para calentarlos en esa fría noche de diciembre. No ignoraban que en todos lados había movimiento, las gentes que pasaban por encima del puente donde se encontraban, llevaban bolsas en las manos, de repente, alguna llevaba comida. Uno de los muchachos intentó decir algo, pero su garganta estaba fría…
Los cuerpitos de los infantes pueden transmitir muchas cosas si uno observa bien atento. En este caso ellos estaban pidiendo a gritos un alivio para su miedo, miedo de no volver a ver a su madre. En la ciudad empezaban a sonar campanas anunciando el Año Nuevo… ¿Les traería, ese nuevo año, algo de comer, algo de vestido, los llevaría a otro lugar mejor que no sea ese basurero en esa triste torrentera donde hace semanas tuvieron que llamar “hogar”?
Solo deseaban realmente ver el rostro amoroso de esa mujer que nunca los dejaba sin un beso en su sucio pelo o una caricia en sus manos ateridas por la inclemencia de la noche, cruel cancerbera, que no tiene paciencia para retardar el frío que sienten un críos que ni llorar ya pueden…
¡De pronto!, las luces que se expanden a su alrededor, personas llegando hacia ellos con manos que los tratan de levantar y llevar a otro lugar. En medio del barullo escuchan algo sobre un accidente, sobre una muerte, sobre un nombre que no quisieran escuchar…
En un instante, el mayor de ellos, se suelta de los brazos que lo aprisionan queriéndolo proteger de algo que no pueden, de algo que está pugnando por destrozarle la vida, de ese miedo que puede carcomer toda su existencia futura si llega a incrustarse en su corazón, pero él lucha contra eso que está a punto de ahogarlo y cogiendo de la mano a su hermano menor le promete a ese tal Jesús, a ese amigo que su mamá les enseñó a conversar y pedirle, que no dejará solo a su hermanito, que estarán bien y que su mamá donde estuviera los cuidará.
Quisiera contarles que en ese momento apareció su madre y los llenó de alegría, pero no, la realidad es diferente por cuanto maravillosa, porque hoy ese hermano mayor es ya adulto y trabaja once horas al día y siempre tiene una sonrisa para su hermano, que cursa la universidad en tercer año de abogacía.
Los dos son hombres de bien y los conozco personalmente y puedo asegurarles que siempre recuerdan a su mamá con el amor de siempre, un amor nacido de saber que todo sucede por algo, que todo pasa por alguna razón, y que una desgracia aparente, puede convertirse en el mejor aliciente para no dejarse ganar por el dolor y transformarlo en la materia prima que dará lugar al mayor de los amores: el dar la vida por otro.
El niño tiene las manos frías, a pesar que están sujetas a las de su madre. Bajan por esa curva hacia lo que en la mañana es un mercado, pero ahora, a las nueve de la noche, es un silencioso y lóbrego punto a llegar para tomar el carro de la seguridad. Aún faltan dos curvas y unas escaleras que llevan al grifo donde cada media hora se paran lo buses de franjas cremas y marrones.
A la mujer le gustaría caminar más rápido, pero el niño apenas tiene siete años y es pequeño. No puede obligarle a correr, jugó todo el día con sus primos, a los cuales ve de vez en cuando. Esencialmente, alguno de los domingos en que pueden darse el lujo del viaje de una hora desde su casa, a ese barrio chacarero. El problema es cuando se hace tarde y no hay buses desde el cerro y tienen que bajar al paradero del mercado. Esta vez es demasiado tarde.
Una muchacha, ágil, maciza y apurada, pasa a su lado, casi corriendo. “Ella alcanzará el carro antes que nosotros, ¡Pucha!”, piensa la madre y quiere renegar y culpar a su hijo por no apurarse, a su esposo por no acompañarla y preferir chupar con sus amigos los fines de semana, a su madre por no advertirle que no debía tener hijos tan joven. Existen momentos en que todo se acumula en la garganta y no se puede desfogar como se quisiera porque se está haciendo algo. En ese momento ella está jaloneando a su hijo, apurándolo.
Al llegar a las gradas disminuye aún más el paso porque hay que bajarlas con cuidado porque no hay luz. De pronto sienten un ruido extraño, un gemido se escucha y un: “¡Cállate!” y: “¡Ahí viene otra!”, un: “vamos por ella”; y de pronto el peso del niño es nulo.
La fuerza que la impulsa no es un miedo concreto. “¿Quiénes son esos hombres que salen de lo oscuro?”, piensa el niño mientras los mira por encima de la espalda de su madre, que lo tiene fuertemente apretado a su pecho, mientras corre hacia las luces cercanas.
“No lo lograré”, pasa por su mente una y otra vez, piensa en lo que le harán los malditos, en lo que le están haciendo a la pobre muchacha, en qué le hará su marido cuando lo sepa, en qué le pasará a su niño. “No pienses ¡Corre, corre!, le dicta su mente. Uno de los tipos tiene algo brillante en sus manos y se acerca.
La mujer llega a la esquina del barrio cercano, se agacha y coge una piedra. El niño se resbala por un momento pero se agarra firmemente al cuello de su madre. La mujer con un impulso lo vuelve a asegurar y corriendo lanza la piedra a una de las ventanas de las casas, se oye un chillido. El tipo que los persigue se para en seco, da media vuelta y sale corriendo. Por fin una puerta se abre y un hombre en pijama aparece con un palo de escoba en la mano. Ella pide ayuda entrecortadamente mientras salen otras personas de varias casas. “¡Llamen a la policía… Hay una chica… La están violando!”. Los vecinos toman valor suficiente para correr armados de piedras y palos. Pasa un momento tenso y a lo lejos se escucha ruidos de pelea, insultos, un grito agónico.
La mujer no escucha, solo aprieta fuertemente a su niño. “¡Mi niño, mi niño!”. El pequeño no sabe porqué, pero al notar las lágrimas de su madre en sus mejillas recién se larga a llorar.
Es un anciano extraño, siempre sentado en esa banca del parque, alimentando a las palomas con migas de pan.
Desde que tenemos memoria lo hemos visto, en las tardes en que jugábamos a la pelota, ya estaba.
Siguió allí cuando nos enamorábamos con palabras aprendidas en la tele en las tardes de manzanas acarameladas.
Estuvo cuando paseamos a nuestros hijos, para mostrarles lo bellos que nos salieron a los demás vecinos.
Se mantuvo firme sin decir palabra ante nuestras insistentes preguntas, cuando ya maduros, nos reuníamos para hablar de política y quejarnos de los cambios adolescentes de los vástagos.
Sigue allí y nosotros, ya arrugados y débiles, cada tarde de domingo nos sentamos junto a él y en silencio, alimentamos a las palomas con migas de pan, creyendo que en ello está la clave de su vida eterna.
Cuando tuvo conciencia de que su nombre era el más extraño sobre la tierra, salió en busca de su significado. Primero intentó convencer a su campesino padre, remetido allá en las quebradas telúricas de su terruño, para que soltara prenda, pero no lo consiguió por más llamadas telefónicas que realizó. Entonces acudió a los libros y ellos revelaron significados como carne, cáncer, enfermedad, gula, etc. Buscó entre la Web y halló un doble presidencial en el país de la torre Eiffel. Entre los esoterismos judíos se encontró como príncipe. En búsqueda de sus orígenes indígenas halló que al mismo tiempo invocaba la furia de los vientos como el pudor de una Virgen del Sol. Cansado de tanto laberinto, cogió algunos implementos de justicia y se fue a buscar a su padre a través de horas y lomos de mulas. Al encontrarlo le increpó por el nombre y le exigió, después de 30 años de misterios, que confesara de una vez el secreto.
-Mire mi´jo su nombre se lo puse porque no se me ocurrió otro mejo´, así que dese por contento numás-
Al final el disparo hizo un bonito agujero en la pared de la casa ancestral…
Ese uón yata muerto, ahora sí lo tengo callao nomás, ta solito frente a su jato, no me chequea para na, aura sí que ya fue.
Cuando me luquee sabrá quién soy pe, verá mi carabina y manyará que soy el chibolo que dejó sin viejo por chorearle unas lucas allá en el Arenal.
De frente lo miraré y le escupiré en la cara pa que sepa que lo desprecio, así, sin roche nomá le diré que después me la comeré a su jermu, a su hija más si la tengo a tiro, eso le diré mientras lo rebanó con mi punta.
Yo afilo mi arma siempre pa que corte como si naaa la carne del paciente a operar, y éte ya fue, me lo cargaré diuna, y al chibolo que tá con él le diré ¡saca la vuelta mocoso o también cobras cuñao, cómo es pe!.
Ni gritará y si lo hace será como chancho ques, así vaullar y sabrá como grité cuando me devolvieron el cuerpo de mi viejo todo roto. Frío estaba. Y lo tuve que meter en el hueco con mis manos nomás porque naides me ayudó pa enterrarlo en tierra santa. Naides quiso poner un puto sol. Y tuve que llevarlo a la torrentera y allí rasqué la tierra hasta que las garras se me salieron de puro dolor.
Esa me la va a pagar aura este uón y me acercó a él y le digo ¡Ya perdiste!, y me mira con cara de cojudo, ja, ¡Lo tengo!, nadie te salvará y miro al chibolo y estoy por decirle que se vaya a la mierda porque aquí va a correr harta sangre; y el mocoso me mira sonriendo y me mete dos tiros…, cagué pes, no calculé que era su pistolero, cada día son más chicos los conchasumay estos…
Coda
La venganza es uno de los factores de violencia más motivadores que existen en el mundo del pandillaje. No porque sea la única manera de continuar con la ola de muertos eternamente, sino por el concepto en sí de tener una motivación para odiar, para dañarnos lastimeramente con alcohol, drogas y demás enervantes de la cólera interna contra todos y contra nadie en especial. Venganza que destruye el alma y que mata sin saberlo, pues, si no lo mataban al muchacho de esta historia ignorada, lo iba a matar la culpa de asesinar a alguien…
Un ladrillo puede cambiar tu vida… depende como lo recibas
(Adaptación de un e-mail-cadena)
En el rumor de la noche, en el espacio entre el sueño y la vigilia, la mano del conductor está firme. Ha luchado muchos años por ahorrar dinero para comprar este auto, es un maravilloso Audi, color perla metálico, brillante. La noche que inicia, una vez más, es un espacio abierto para que la imaginación se explaye, mas Rubén sabe que tiene que manejar con cuidado, las calles son peligrosas y él no quiere que le dañen el carro de sus sueñoscumplidos.
Pamito conduce en otra parte de la ciudad otro tipo de vehículo. La silla de ruedas de su hermano es muy grande para él, lo sabe, pero no le incomoda mucho, a sus diez años ha aprendido a realizar la tarea de niñero de Jonchito: su hermano mayor que sufre de retardo mental grave. Los médicos hablan de autismo profundo. ¿Qué es eso y con qué se come?, se pregunta el niño. No importa, lo que ahora le preocupa es que llegarán tarde a su casita, luego de vender caramelos en la esquina de esa avenida de todos los días.
El Audi está también retrasado. Su conductor, ese joven de suaves manos que maneja diestramente, lo ha adquirido a precio de villano. El sistema que contiene el vehículo es espectacular: air bags, detección electrónica de fallas, freno de emergencia anti impacto, cambios mecánicos suaves… un lujo. Las llantas se deslizan suavemente pese a que las calles andan con huecos y baches. Las curvas son tomadas con pericia, hombre y máquina se entienden, como si el destino de Rubén fuera desde siempre poseer ese carro, tenerlo y disfrutarlo. Es su primer día juntos y las aventuras que recorrerán se vislumbran como épicas.
Rubén es un joven y exitoso ejecutivo que llegó donde está a puro punche. De niño le decían “cholo”, eso marca el alma, en especial en un país donde todos tienen sangre andina. Con el tiempo aprendió que la “choleada” no era de gratis, se debía principalmente a ese sentimiento de inferioridad de los demás, que quieren resaltar entre todos aunque sea por el color de la piel. Fue una lección milagrosa que le motivó a destacar por el estudio, sin importar las veces que lo trataran de bajar con insultos, apelativos o rechazos amorosos.
Lastimosamente, en el camino se olvidó de varias cosas, entre ellas su familia. Cuando llegó a una ciudad mediana a estudiar en la universidad, su hermano menor fue un estorbo siempre permanente, porque no estudiaba y prefería jugar en vez de escucharlo en sus teorías de crecimiento económico y más vainas. Eran lecciones que a un chico de 14 años no interesaban demasiado. Por eso, cuando se graduó, le prometió tratar de llevarlo a esa ciudad de edificiosgrandes, con el tiempo la promesa se diluyó en el intrincado horario que tenía en la gran empresa donde trabajaba. A veces, como un paliativo para su conciencia, imaginaba que en temporada de vacaciones volvería a esa ciudad a ver qué fue de su hermano. “Los años pasan Rubén”, le decía su conciencia constantemente, pero los horarios, las amigas, los amigotes o el trabajo la acallaban…
Para Pamito, su hermano Jonchito era casi todo. Su madre paraba enferma y necesitaba de los soles que conseguían ambos en las calles para que sobrevivan diariamente. Eran soles arrancados a la vida de una manera brutal, vendiendo caramelos, limpiando carros, vendiendo videospiratas o agua mineral en los meses de calor. La competencia con otros chiquillos era feroz. Un día hasta le ofrecieron alquilarle a su hermano, porque al parecer “daba más lástima” tener un hermano inválido. Ese día se trompeó hasta que lo separaron de ese chico mayor. No había insultado realmente a su hermano, pero sintió que lo estaban tratando como sólo un objeto, cuando para él era SUHERMANO, porque en su escaso vocabulario no encontraba las palabras para describir mejor sus sentimientos.
Rubén no sabe por qué toma esa calle. De repente, el instinto de tantos años manejando le indica que debe cortar camino y se interna en esa avenida descongestionada y de alta velocidad. Pamito también toma el camino largo por esa avenida, tratando hacerse más fácil el camino empujando la silla de ruedas hacia su casa, cuando en eso sucede lo inevitable. Rubén de repente siente un estruendoso golpe en la puerta derecha de su vehículo. Con pericia, controla su máquina y se detiene a un costado de la avenida. Al bajarse ve que un ladrillo le ha estropeado la pintura, carrocería y vidrio de la puerta de su lujoso auto.
Se sube lleno de enojo. Da un brusco giro de 180grados; y regresa a toda velocidad al lugar de donde pudo salir el ladrillo que acababa de desgraciar lo hermoso que lucía su exótica adquisición. Cuando llega a esa parte, se baja de un brinco del carro y agarra por los brazos a Pamito, empujándolo hacia el auto estacionado le grita a toda voz: «¿Qué mierda hiciste, ahh?, ¿Quién eres tú?, ¿Qué crees que haces con mi auto?». Y enfurecido continúa gritándole al chiquillo: «¡Es un auto nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro!”.
«Por favor, señor, por favor, lo siento mucho, no sabía qué hacer», suplica el chiquillo. «Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía, nadie quería parar»... Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba en la vereda a un costado del auto estacionado. «Es mi hermano», le dijo, “se cayó de la silla de ruedas y se ha golpeado muy fuerte… y yo no puedo levantarlo…»
Rubén está impactado, suelta lentamente al niño. Pamito le pregunta anhelante: «¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla?, está golpeado y pesa mucho para mí”. Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, Rubén traga la gruesa bola que se le forma en su garganta. Emocionado por lo que acababa de pasarle, levanta a Jonchito del suelo y lo sienta nuevamente en su silla y saca su pañuelo de seda importada para limpiar un poco las cortaduras y las heridas del hermano de aquel niño.
Luego de constatar que se encuentran bien, miró al chiquillo. Pamito le da las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie… «DIOS lo bendiga, señor y muchas gracias», le dice. “¿Queda muy lejos tu casa?”, pregunta Rubén. Y después sube a los dos a su lujoso Audi. Cuando los deja a pocos metros de la humilde vivienda, Rubén ve cómo se aleja el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta que entran por esa puerta, a su hogar.
Ya de camino hacia su propia casa, recuerda el departamento lujoso, pero vacío. Sus almuerzos con mujeresbellas, pero que lo mismo lo dejan solo una vez que lo terminan de amar. Cuando llega a su casa llama por teléfono a esa ciudad de la cual no recuerda mucho y conversa largamente con una voz madura y decidida que perdona, sin decirlo, la ausencia de años…
“En este film velado en blanca noche
el hijo tenaz de tu enemigo
el muy verdugo cena distinguido
una noche de cristal que se hace añicos.
No lo soñé -¡ieee-eeeeh!
(se enderezó y brindó a tu suerte)
y se ofreció mejor que nunca
¡No mires por favor! y no prendas la luz…
La imagen te desfiguró-¡uouo!.
Jijiji-Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota
Ustedes podrán ver lo escrito en esta hoja digital. Pero para mí, sólo será una textura plana que no me dirá nada a menos que se edite en un sistema informático Braille. Me acuerdo que aprendí a leer los puntitos sobresalientes hace más de 10 años en uno de mis viajes por Lima, poco me ha servido valgan verdades, pero saber algo más es bueno. Para un ciego de nacimiento como yo, el conocimiento es algo importante, ya que no veo lo que está a mí alrededor, lo que puedo hacer entonces es cantar…
Un día, allá por mi niñez alguien me escuchó cantar un wayno –Concepción, tu hijo canta relindo- le dijeron a mi madre, y ella -¡que va, no me lo ilusiones a mi falladito!-. Era para matarse de risa cuando en las tardes me acercaba a donde estaba ella, así, calladito y le cantaba una canción. Eran días tranquilos, porque al pueblo me lo conocía como la palma de mi mano y hasta podía jugar a las carreras con otros niños.
Pero no sé, algo siempre me lazaba a caminar más allá de donde terminaba el pueblo, aventurarme por los caminos hacia la ciudad grande. Un día de pronto, me encontré camino a Puno. No sabía que realmente iba a hacer con mi vida, o si existía un destino para mí. En el mismo carro que me llevaba improvisé unas canciones por las cuales me dieron unas monedas. Al ayudante no le cayó en gracia eso de dejarme cantar, pero el chofer al parecer lo apaciguó.
Me da pena recordar, pero apenas caminé un poco por las calles de esa ciudad cuando me robaron lo poco que tenía. No sé si ustedes lo verán de esta misma manera, pero yo sentí una angustia terrible, como si todo se me volviera más negro, como si me hubieran arrancado algo de mí dentro, es horrible la sensación cuando en un momento no ves la solución a tus problemas, y yo sé porque se los digo.
APRENDER A CAMINAR
Pues sí, para caminar por los caminos del Señor sin más ayuda que tu oído es difícil. El bastón retráctil te ayuda, pero es más instinto y sexto sentido. Para cruzar una calle con carros debes estar atento al sonido de las llantas y del motor, para no chocar con personas te debes fijar en su voz, si están calladas y no se hacen a un lado, fijo que te chocas. Hay personas que no se compadecen fácilmente y te hacen a un lado con violencia. ¡Qué de insultos no me he tragado yo!, de todo calibre y forma, en especial los primeros días que me puse a pedir limosna.
Aprendí que nadie te da nada por nada, en mi caso me veían joven y robusto (bueno así me dicen que era antes), así que me mandaban a trabajar o me decían que me estaba haciendo el chueco -me hago el ciego- respondía en broma. Y me termina yendo de esa esquina porque el negocio no andaba. Intenté trabajar en otras labores pero mi incapacidad es absoluta para ciertas cosas.
VIVIRÉ, CANTARÉ…
Mi ceguera es congénita y mi nombre es Miguel Mamani Condori. Mi bisabuelo dicen que era peor porque a él le faltaba una mano, pero así y todo se dio maña para embarazar a 5 mujeres. Yo por mi parte no tengo hijos. No sabría que podría hacer con ellos, creo que me daría tristeza no verlos crecer, por eso no me enamoro, aunque a decir verdad me pasa de vez en cuando, y es que algunas chicas se interesan por mi, porque dicen que canto bonito y esas cosas, y yo les hago bromas y escucho su risa cantarina y me siento fugazmente feliz, pero al irse ninguna me promete regresar o volver a vernos, bueno es un decir.
Para poder pasarla solo hay que tener fuerza de voluntad y con las canciones a mi no me iba mal. En las calles cuando pasaba cantado me decían que lo hacía bien y me recordaban las palabras de esa persona que me halagó cuanto tan chiquito yo era. Así que intenté hacerlo para que me dieran una limosna y ¡resultó!.
La primera vez fue en la Plaza de Armas de Puno, cuando ya no tenía nada que perder porque ya estaba durmiendo en la calle. Me acuerdo que canté una de Manolo Galván sobre un chiquillo que no quiere ir a la escuela. Me dio terror, no escuchaba nada y creí que estaba cantando al vacío. Hasta que una moneda se posó en la palma de mi mano. Después otras más se acomodaron en mi bolsillo y tuve lo suficiente para comer y pagarme una cama en un tugurio.
Las cosas no me iban mal desde entonces. Pero no sé, las ansias de viajar siempre me persiguen y yo les doy gusto. Así pues que aprendí a conocer la fechas de festividades de pueblos y me iba con la gente hasta las ferias y allí me ponía a cantar. A veces me botaban a veces me felicitaban y las más me aplaudían. Aprendí que el aplauso es más gratificante muchas veces que el dinero, a no ser que sea un plato de comida caliente y casera, cosa que siempre extraño. Y es que a mi pueblo ya no regresaré, mi madre murió y mis hermanos por donde están, no sé.
Así empecé a viajar por varios sitios, por Cuzco, por Madre de Dios, Tacna, Ayacucho, Moquegua y hace poco en Arequipa. Allí me fui a la Plaza de Armas donde dicen se encuentra la Catedral más bonita del país, le pedí a una persona que me la describiera y puede ser que si lo sea, no lo puedo decir bien porque la explicación no fue satisfactoria. Y es que: que no daría por tener alguien que me relate lo que ve, las formas, las caras de las personas, los edificios, para saber y tener en mi memoria las imágenes que me formo con sólo contármelas.
Allí en Arequipa un periodista muy entrometido me malograba el show, porque estaba ñequete ñequete preguntando que de donde era, que por donde había estado y demás cosas. Al final comprendió que yo vivo de cantar así que me esperó hasta cuando me agoté y me retiré. Con el tiempo he mejorado mi actuación. Ahora tengo un tocacasette a pilas y varias pistas de canciones sin la voz del cantante, de manera que hago eso del Karaoke. En un momento alguien grito que –no sabes que tienen más de trescientas personas aplaudiéndote-, me alegré bastante, pero hubiera preferido que todas ellas me hubieran dado algo, pero así es el espectáculo. Cuando finalicé mi acto me fui con el periodista a comer un almuerzo al mercado San Camilo, allí le conté algunas cosas que me aseguró escribiría en un diario. Le dije que no me importaba que contara con tal que pudiera decir que los ciegos somos personas que no nos dejamos vencer fácilmente, que somos intuitivas, que pensamos profundamente y que eso no es aprovechado. Con mis años de viajar he aprendido más que muchos y sólo por escuchar, por estar atento. Las personas pasan su vida sin escuchar a nadie, ni el susurro de un niño, ni el aletear de una mariposa, o el rumor de la voz de Dios en el mar…
Eso le conté y le hice pagar el menú. Ahora estoy camino a la fiesta de La Virgen de la Candelaria. Él no sabe a que lugares después me iré, pero se imagina que puedo irme a La Paz, o a Brasil ¿porqué no?, si he estado en Lima y allí es un infierno, porque no irme a otro país, yo no miro fronteras que me lo impidan y si no me dejan pasar, canto una canción de Nino Bravo, esa de “Libre” y a ver si no me dejan pasar.
VER PARA CREER
Si pues soy un caminante que no mira el camino, pero que escucha la canción de Dios en el universo y por eso canto, de todo, para matizar de vez en cuando canto algo de Chicha o de Cumbia, pero en su mayoría de la Nueva Ola, porque he sentido como la gente responde a esas canciones románticas y llenas de esperanza y amor, que me hacen sentirme útil si puedo arrancar un suspiro de recuerdos a las personas, para que se imaginen tiempos mejores. A veces pues me dan ganas de ver de ver un instante esas caras que me miran y que me observan. ¿Qué dirán?, no lo sé sólo escucho el rumor de los aplausos y al final de la noche, cuando tengo un buen día y el estómago esta tranquilo, puedo soñar con verlos, ver una multitud de personas a mi alrededor y yo cantando para ellos, puestos sus ojos en mi, mientras tanto viajo por el mundo para descubrir mi destino que sé aún no he encontrado…
Eres un niño que pierde la niñez bajo tierra y tos sangrante
“Sombríos días de socavón,
noches de tragedia,
desesperanza y desilusión
se ciernen en mi alma…”
El Minero-Wayño boliviano
Tu niñez bajo tierra
Imagina ahora que eres como un gusano que se arrastra por los socavones. Como un gusano te sientes comiendo tierra y polvo y escupiendo sangre, mientras que con un cincel y un martillo, intentas arrancar pedazos de piedra pómez de las paredes, pensando siempre en que momento se me caerá encima el techo del túnel, en que momento cederá el pilar de madera podrida y me enterrará sin ver por última vez a mi madre…
Ernesto Sábato graficó en su novela “El Túnel” un largo pasadizo mental en el cual las ventanas de luz era nuestra niñez a la cual siempre queremos regresar, en este caso, la luz te indica que ya vas a salir del hueco y que eres niño, así que no hay lugar mejor a donde ir, si vale eso de que cuando niños fuimos más felices.
Imagina que tienes 12 años y que desde los seis te has metido en cuanto hueco te ordenaron tus padres. Ahora piensa en que el colegio esta vedado para ti, que los otros niños del barrio te llaman “topo” y tus juguetes son los huesos que te encuentras mientras excavas o los perros callejeros que te acompañan son tus amigos. Quién sabe, los demás niños se animen a jugar en la tarde a la esconde esconde, pero ¡cuidado!, no lo hagan en los socavones, podrían caerse y matarlos como le sucedió a Paquito hace dos años y nadie dijo nada, ni sus padres porque tú y tu familia están al margen de la ley.
No lo vas a entender bien, repito que tienes 12 años y no sabes leer ni escribir y tienes que estar todo el día sucio que ni tu cara conoces bien. En las noches frías de la casucha donde vives, el frío se cuela por los intersticios de las calaminas. En las mañanas, puedes ver desde la altura de tu cerro que la ciudad está cubierta por una nube negra, y así no te sientes tan mal por estar también sucio.
En el desayuno tienes que aprovechar para bromear, ser espeso con tus otros hermanos y tratar de que tus padres no te manden al hueco. Pero no es así. Terminas tu leche aguada con algo de cereal repartido por la Municipalidad y te vas con tu pico y tu saco de polietileno para recoger los pedazos de esa piedra blandita pero que te hace toser con el polvito que sale. Eso te recuerda que mejor no te enfermes de gripe, porque así con fiebre y todo tendrás que trabajar.
Pero con todo, tu suerte es mejor que la de tu hermano mayor, el cual se vino a la ciudad con una enfermedad rara, producto de los gases que inhalaba allá en las torteras de Caravelí. Porque él trabajó desde chiquito sacando oro con tu padre, pero cuando este cayó enfermo y se tuvo que venir a la ciudad tu hermano se quedó. No sacó oro, o en todo caso lo que sacaba se lo chupaba o gastaba en mujeres, mientras su adolescente cuerpo respiraba al azogue y el cianuro que lo mató lentamente, porque viéndolo ahora, todo flaco y demacrado, no puedes pensar en que este vivo y te da miedo. Debes tener miedo, porque tu final puede ser igual.
Hemos dicho que no sabes leer, pero de repente exageramos, de repente si sabes a punta de percibir tu cercano mundo, donde las palabras pan, leche, arroz y otros nombres que identificas con bienestar con saciedad, no con esa que te hace tragar tierra y te sientes pesado, no, una saciedad de conocimiento por seguir leyendo y aprendiendo. ¿Cuándo se acabará eso?, te preguntas y se lo preguntas a tus padres, pero ellos no ven en ti a un hijo sino a un trabajador y no te enteras que por lo menos deberían darte un porcentaje de lo que sacan vendiendo los trozos de piedra.
La radio una vez tocó música bonita contando la historia de unos hombres que se la pasaban los sombríos días en un socavón, desesperanza y desilusión se sienten en tu alma, y así, pasando los días voy como buen minero y a Dios le pides morir y vivir en el santo cielo. No es tu historia, sabes que no lo es porque allí, en la parte alta de Jerusalén en Mariano Melgar, no existen minas, no hay oro que sacar ni cobre, sólo una piedra que sirve para que la gente se saque el chuño como dicen y para lavar jeans para eso trabajas, para que otros disfruten de tu trabajo raspando sus excrecencias. ¿Lo comprenderás algún día?, esperas el sueño intermitente que te alivie el dolor de ser un “topo”, un niño topo que se mete como gusano en los socavones para sacar la piedra, con el miedo de volver a encontrarte con una calavera, con los sueños de jugar en una escuela y patear un balón.
Si pues, hace unos días vinieron unos señores de terno con policías y máquinas que cerraron tus huecos. Sólo taparon ocho de los 38 que hay y dijeron que estabas siendo esclavizado, y que tus padres eran unos explotadores y que tanta cosa. Luego se fueron y vino un fotógrafo y te dijo que te daba un saco de arroz para que entraras con tu hermana menor a un socavón e hicieras como que trabajabas. Al tipo le divirtió su trabajo, retratándote como si fueras un animal de exhibición. Al otro día viste tu foto y hasta te alegraste, pero después recordaste eso de esclavo y lo tratas de entender. Pero ¿cómo van a tratarte como esclavo tus padres? No logras entender esa figura y menos te importa las promesas que te hicieron esos señores de terno sobre mejorar sus condiciones de vida, si es que tanto tiempo ha pasado sin que nadie se preocupe por ustedes y vienen ahora a prometerles ayuda, cuando lo que están haciendo es cerrar su trabajo. Esas cosas bullen en tu cabeza, las contradicciones…
Y despiertas, porque esta no es tu vida, porque entraste a este blog y te hemos hecho imaginar estas cosas que no te pasan a ti, pero sí a los 20 niños que, aún, como gusanos, todas los días se meten en los socavones para arrancarle a la tierra nada más que muerte y denigración…