#Microcuento El héroe


La diligencia se detuvo y un seco disparo segó la vida del conductor. Estaban rodeados por los asaltantes. Los gritos del líder de los bandidos estremecieron a los pasajeros. Adentro, una madre abrazó a su pequeño de apenas seis años, un abogado calvo y sudoroso apretó su maletín con fuerza, un anciano minero empezó a llorar murmurando varios nombres, una jovencita entró en pánico junto con su reciente esposo, quien atemorizado, no atinaba más que a murmurar una oración y, al fondo, un hombre curtido por el polvo del desierto tomó una resolución.

Abrió lentamente las puertas de la diligencia y salió con la pistola en la mano levantada hacia el cielo, en imagen de derrota y sumisión. Observó el cuadro delante de él: cuatro forajidos a caballo. No dejó que hablaran siquiera. Movió su arma y se disparó en el pecho. Sorprendidos, los delincuentes se miraron unos a otros bajando la guardia. Desde el suelo, el hombre, herido de muerte, pudo disparar otras cuatro balas que impactaron certeramente en los forajidos, cayendo de sus cabalgaduras, muertos al instante. El héroe murió segundos después esbozando una sonrisa.

A lo lejos se ve alejarse la diligencia en medio de una nube de polvo. Cuatro cuerpos serán devorados por los buitres del lugar desolado y la tumba del héroe, hecha de piedras y arena, será tragada por el desierto del oeste que tanto amó. Pero nosotros, hijos de ese acto de valor, recordaremos su nombre por la eternidad: Jhonny Maccoy.

Sarko Medina Hinojosa

La culpa redonda


Abel era adicto a escuchar las historias de su papá como presidente del Club Juventus. Varias camisetas blancas y negras se encontraban colgadas en el ropero y como regalo de ocho años, le dio una pelota original Mikasa FT-5. La miraba extasiado, contaba sus triángulos negros y blancos. Era de segunda, a ojos vista estaba dicho, pero le encantaba creer que fue usada en algún campeonato, como los que le hacía ver su papá los fines de semana que pasaba con ellos, en el Sony Triniton a colores que compró para el mundial del 82.

Lo que nunca hacía era enseñarle a jugar. Tampoco se atrevía a hacerlo. Suponía que, como su padre era futbolista, él también lo sería. Miraba las fotos de las diferentes alineaciones en las que participó en los diferentes campeonatos. Sabía que había ganado la serie A el 86 y que su papá por eso siempre viajaba mucho. En realidad, estaba fuera de casa tres semanas y llegaba una.

Al niño no le importaba tantos los gritos que como dos dragones se proferían sus padres, le importaban los momentos en que podía sacarle más historias. A veces se atrevía a hacerlo, pero el miedo a decir algo impropio siempre lo acobardaba. Su madre, por otro lado, quería que fuera un bailarín, antes que jugador, le decía que no le creyera tanto a su padre, que mejor se dedicara a estudiar y a bailar. En una presentación en el jardín lo escogieron para bailar un negroide y su madre quedó encantada. Quería que siga participando en danzas.

Lo que sí consiguió, fue que lo dejaran ir un rato a la calle cada tarde. Así se hizo amigo del Pedro, un año mayor que él, que tenía labio leporino pero lo iban a operar pronto. Había otros niños menores en un año, pero algo más avezados. Un sábado le pidió a su papá para sacar la pelota, con temor. Como de milagro le permitió sacar el tesoro preciado y que se demorara, que tenía bastante permiso.

—Oigan, miren, esta es una pelota original Mikasa.

—¿La han hecho en tu casa?

—No, es una pelota muy cara y que la han usado en los campeonatos de la Juventus.

—Qué hablas oe, el Juventus es de Italia, ¿te la han traído de allí?

—Claro, mi papá es el presidente del Club.

Las risas no se esperaron, en su desesperación, trató de mostrar de qué estaba hecha la pesada pelota y abrió uno de los triángulos para mostrarles el entramado de naylon característicos, pero los chicos lo agarraron de punto y hasta cuando empezaron a jugar se burlaron de lo pesada que era y que él mismo ni podía patearla sin que le doliera el pie. Frustrado, regresó a casa a pedirle a su papá que salga a decirles que era el presidente del famoso Club Juventus.

Entró. Lo buscó. No estaba. Solo su madre, sentada en la mesa de la cocina.

—Mamá, ven conmigo, diles a los chicos que mi papá es famoso, que tiene su propio club en Italia, vamos tienes que decirl…

—¡Ya basta!, hijo entiende, tu padre no es presidente de ese club, sino de uno allá en Chuquibamba, solo que le puso el mismo nombre, todo este tiempo te mintió, ya deja de idolatrarlo.

—Estás mintiendo, dónde está, ¡Papá!, ¡papá!

—Por favor hijo, no lo llames, por favor… él no está en casa. Ya no vendrá.

—¿Qué?

—Desde hace tiempo estamos mal, es necesario que entiendas, nos vamos a divorciar, tus abuelos vendrán a vivir con nosotros. Podrás visitarlo los fines de semana. No llores hijito por favor, no llores…

Líbrame de mis cadenas

Inmediatamente sintió como sus manos cambiaban. Sus dedos que antes rozaban sus lágrimas se iban llenando de plumones, pequeños cañones de los cuales salían hilos que se emparejaban ante un centro como de caña hueca. Su piel se erosionaba ante el ímpetu de la transformación y el crecimiento de esos cañones. Sus huesos se aligeraban, se sentía menos pesado pero más conciso. Sus ojos perdían pestañas y las cejas se volvían una nada. Su rostro se adelantaba teniendo una estructura más ósea en vez de nariz.

Segundos antes la muerte era su destino, lanzado contra el vacío del abismo de la calle por ese hombre que nunca le dijo “hijo”. Ahora, en un incomprensible estado, el tiempo detenido, su cuerpo que lentamente caía, cambiaba. Él cambiaba.

Finalmente, transformado en algo incomprensible pero cercano, lanzó un graznido que traspasó el infinito y se echó a aletear con un conocimiento innato, como si siempre hubiera sabido que su progenitor terminaría por echarlo por esa ventana algún día y que su pedido de ser libre sería cumplido.

Una sombra alada surca la ciudad en busca de aquello que nunca encontró entre los hombres y que espera hallar en la plenitud de la libertad de los cielos.

Por: Sarko Medina Hinojosa

#Microcuento

358 La lección

  1. La lección

La clase estaba expectante, mientras el profesor dirigió estas palabras a sus alumnos:

«Al verlos a ustedes recuerdo a Julia. Su vida no fue glamorosa como muchos piensan: no asistía a las fiestas cuyas invitaciones llegan con nombre propio cuando estás en un medio periodístico, ni siquiera a los almuerzos que organizaban para los de su clase. Su cabello siempre en cola de caballo y esos lentes que nunca cambió de montura, eran su marca personal. Recuerdo sus uñas mordidas, los lapiceros que perdía constantemente, su horrible letra, su estrés perpetuo. Pero también recuerdo esa mirada llameante de furia cuando en los noticieros de la competencia aparecía un corrupto liberado, cuando un delincuente escapaba o cuando uno de esos que denunciábamos salía impune.

Su trabajo como periodista hubiera gastado a cualquiera con el tiempo. Ella persistió hasta el final. No es que siempre estuvo en medios, una oportunidad de hacer algo en el sector ambientalista la atrajo y allí estuvo varios años. Un día el contrato se terminó y regresó a la sala de redacción. Lo demás ya lo conocen por los noticieros. En esa curva la esperaba su destino con tres balas del narcotráfico.

Ustedes son estudiantes de periodismo de tercer año, sepan que algo así les espera si les apasiona su carrera. No hablo de la muerte trágica, hablo de algo significativo si aceptan el reto. Adquirirán esa mirada llamante de furia ante la injusticia, la corrupción, la desigualdad; alcanzarán ese sentimiento perpetuo de alerta, que hará que sientan al mundo como una gran noticia y será para ustedes el reto de superarse, de tener la portada, la mejor imagen, la filmación inédita, el enlace que dará a su público los elementos para descubrir la verdad, para después irse a la cama con la conciencia de haber dado lo mejor. Anhelen esa mirada jóvenes y, si la tienen, si sienten que no pueden contener la indignación ante las mentiras, el engaño, la barbarie, bienvenidos al grupo selecto de aquellos que no tenemos para comprarnos una Ford Navigator pero si dormimos tranquilos, no por haber hecho la diferencia en todas las veces, pero si por intentarlo siempre»

 

362. El viejo de la redacción

#365CuentosRegresivos

362. El viejo de la redacción

—Creo, Fernando, que me pides recordar el estar jugando en la calle y de pronto que se suelta el aguacero, correr a cubrirte y esperar a que pase, la aventura (aunque sin reconocerlo) de subirte al techo a barrer y sentir que enfrentabas a los elementos “¡Epa, venid y combatir en buena lid degenerados!”, ver al Misti despertar con su poncho blanco luego de una noche de descarga celestial, el olor a tierra mojada, el ir a la torrentera a cazar escorpiones y lagartijas en el sol del escampado, los cerros verdecitos de Mariano Melgar que hacían menos pesada la aventura de ir a la torre eléctrica en los veranos, el cafecito Monterrey en las tardes hablando con mi abuelita Hilaria acompañados del traquetear de las gotas en el techo de calaminas de nuestra cocina, ir a la academia y quedarte un buen rato conversando con esa chica linda porque no iban a salir hasta que pare un poco pero luego caminar bajo el agua conversando de todo y de nada con ella a su paradero al otro lado del tuyo, navegar entre la humedad de esos domingos sin nada más que hacer que mirar a través de la ventana, crecer y vivir correteando para llegar a la redacción y poder quejarte con una taza de café en mano que los del Senamhi no le atinaron esta vez, ir a rescatar a mi esposa y mi hijo en plena tormenta sintiéndome un superhéroe para llegar con un taxi secuestrado y cargarlos para que no se mojen de la vereda hasta el carro… jugar a los rayos locos con tu hijo para que aprenda a no tenerle miedo a los truenos, subirte ya mayor al techo con esa escoba y, mientras te ríes como desquiciado, gritar al cielo: “¡No huyáis esperpentos sin valor, que aquí tenéis a un bravo combatiente que os dará franca pelea”… no sé, de repente solo es porque me gusta la lluvia y la extraño.

—No te pregunté eso, dije que hagas una nota sobre la sequía.

—Lo sé, pero es que es el contexto, el sabor de la nota… ya sé, bueno de 23 líneas el escrito ¿No?

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363. El gol secreto

#365CuentosRegresivos

363. El gol secreto

—Señores pasajeros tenemos serios inconvenientes, prepararse para un aterrizaje de emergencia.

Tiago no cayó en la desesperación. Antes de embarcarse su novia le dio la noticia que sería padre y tenía la certeza de sería varón.

Alguna vez leyó el cuento de un autor argentino donde el personaje iba a ser fusilado y pedía al universo que le diera tiempo para escribir un libro. Eso le dio la idea.

Y ya estaba allí entrando a la sala del hospital y recibir un robusto bebé que paró de llorar al contacto de sus brazos, después ese pequeño gateaba por la sala detrás, se sentaba, lo miraba y le decía “pa-pa” señalándole un vehículo de juguete, que se transformaba en uno a pedales en el que paseaban por el parque comiendo pipoca con esa mujer hermosa que estaba allí, entregándole su amor y prometiéndole la eternidad para despertarse asaltado por ese niño que lo apresuraba para su primer día de escuela, con ese uniforme que para la tarde estaba manchado de colores, los cuales compraba junto con papel porque decidió que la pintura era su pasatiempo y dibujar a su padre metiendo goles su afición, la cual cambió en la universidad por una cámara de fotos que usaban mientras hablaban de futbol, su trabajo como entrenador con ese pequeño de barba que ahora era un consagrado foto reportero en el Folha y llegaba con la noticia que llegaba el heredero de ambos, el nieto que jugaba a correr detrás de una pelota, compitiendo con la esperanza de que heredara el tiro directo del abuelo contra las ganas del papá de que sea un ingeniero ambiental para risa de su nuera y llegar a ese momento, rodeado por todos esos rostros que vio envejecer, despidiéndolo, amándolo en abrazos y decirles que los amaba, que vivió sus historias, dolores, amores, fracasos, victorias y besar a esa mujer bella y plena que le decía que ya era tiempo de partir, que sea valiente y por fin Tiago abrir los ojos y sentir como el avión se estrellaba, pero con la certeza de haberle hecho una jugada magistral a la muerte y anotar su gran gol a la eternidad.

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Dedicado a Tiago del Chapecoense.

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