
Abel era adicto a escuchar las historias de su papá como presidente del Club Juventus. Varias camisetas blancas y negras se encontraban colgadas en el ropero y como regalo de ocho años, le dio una pelota original Mikasa FT-5. La miraba extasiado, contaba sus triángulos negros y blancos. Era de segunda, a ojos vista estaba dicho, pero le encantaba creer que fue usada en algún campeonato, como los que le hacía ver su papá los fines de semana que pasaba con ellos, en el Sony Triniton a colores que compró para el mundial del 82.
Lo que nunca hacía era enseñarle a jugar. Tampoco se atrevía a hacerlo. Suponía que, como su padre era futbolista, él también lo sería. Miraba las fotos de las diferentes alineaciones en las que participó en los diferentes campeonatos. Sabía que había ganado la serie A el 86 y que su papá por eso siempre viajaba mucho. En realidad, estaba fuera de casa tres semanas y llegaba una.
Al niño no le importaba tantos los gritos que como dos dragones se proferían sus padres, le importaban los momentos en que podía sacarle más historias. A veces se atrevía a hacerlo, pero el miedo a decir algo impropio siempre lo acobardaba. Su madre, por otro lado, quería que fuera un bailarín, antes que jugador, le decía que no le creyera tanto a su padre, que mejor se dedicara a estudiar y a bailar. En una presentación en el jardín lo escogieron para bailar un negroide y su madre quedó encantada. Quería que siga participando en danzas.
Lo que sí consiguió, fue que lo dejaran ir un rato a la calle cada tarde. Así se hizo amigo del Pedro, un año mayor que él, que tenía labio leporino pero lo iban a operar pronto. Había otros niños menores en un año, pero algo más avezados. Un sábado le pidió a su papá para sacar la pelota, con temor. Como de milagro le permitió sacar el tesoro preciado y que se demorara, que tenía bastante permiso.
—Oigan, miren, esta es una pelota original Mikasa.
—¿La han hecho en tu casa?
—No, es una pelota muy cara y que la han usado en los campeonatos de la Juventus.
—Qué hablas oe, el Juventus es de Italia, ¿te la han traído de allí?
—Claro, mi papá es el presidente del Club.
Las risas no se esperaron, en su desesperación, trató de mostrar de qué estaba hecha la pesada pelota y abrió uno de los triángulos para mostrarles el entramado de naylon característicos, pero los chicos lo agarraron de punto y hasta cuando empezaron a jugar se burlaron de lo pesada que era y que él mismo ni podía patearla sin que le doliera el pie. Frustrado, regresó a casa a pedirle a su papá que salga a decirles que era el presidente del famoso Club Juventus.
Entró. Lo buscó. No estaba. Solo su madre, sentada en la mesa de la cocina.
—Mamá, ven conmigo, diles a los chicos que mi papá es famoso, que tiene su propio club en Italia, vamos tienes que decirl…
—¡Ya basta!, hijo entiende, tu padre no es presidente de ese club, sino de uno allá en Chuquibamba, solo que le puso el mismo nombre, todo este tiempo te mintió, ya deja de idolatrarlo.
—Estás mintiendo, dónde está, ¡Papá!, ¡papá!
—Por favor hijo, no lo llames, por favor… él no está en casa. Ya no vendrá.
—¿Qué?
—Desde hace tiempo estamos mal, es necesario que entiendas, nos vamos a divorciar, tus abuelos vendrán a vivir con nosotros. Podrás visitarlo los fines de semana. No llores hijito por favor, no llores…
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