Julio, quién era trabajador en la hacienda de los Carballo, conversaba de vez en cuando con El Peregrino. Pero en las últimas semanas no había cruzado ni un par de palabras. Taciturno, caminaba por las calles del pueblo sin saludar a nadie. Luego se enteraron que había terminado con Manuelita, su enamorada de toda la vida, también se enteraron que los fines de semana se iba a Contamarca y se gastaba el dinero en invitaciones a varias muchachas y en los huariques.
Una de esas medias mañanas, Peregrino lo encontró en la tienda de Don Silverio, acomodándose entre pecho y espalda un cuarto de aguardiente.
—Estamos con sed.
—Pues sí.
—Tú no eres así.
—¿Cómo así?
—Un desastre de acciones y reacciones.
—¡Usted qué sabe!
—Puede que nada, pero algo sé de cadenas, mira, las cadenas que uno tiene pueden ser de diferentes tipos, gruesas y autoimpuestas o colocadas por otros, pero todos cargamos alguna. Una bella soga que une a las parejas, puede convertirse con el tiempo en hierro que daña. Algunos, no sé si es tu caso, no se dieron cuenta que tenía una cadena, de pronto esta se rompe. Puede parecer una liberación, pero, un pedazo de esa cadena queda colgando y latiguea a cada paso mal dado, apresurado, corriendo por alcanzar algo que no se sabe. En esa correteadera sin sentido, esa cadena que cuelga y que no se limó con paciencia para recobrar la tranquilidad, dañará no solo al que la arrastra sino a los que son alcanzados con su roce.
—No le entendí nada —dijo el joven con cara de paspar moscas.
—¡Que si terminaste con tu enamorada llenarte la vida en alcohol y tratar de tener la lástima del amor de otras, no va a solucionar nada y lo único que terminaras haciendo es perder la dignidad que tuviste porque las acciones irresponsables de ahora repercutirán en tu futura salud mental y física, así que deja de tomar y gastar dinero, tiempo y cuerpo en otras personas que en estos momentos no te valoran por lo que eres sino por la desgracia vulnerable que representas!, ¡ordena tu vida y ponte derecho! —y para darle mayor contundencia a sus palabras golpeó la mesa de la tienda con una palmada que sacudió el lugar.
—Ahora sí entendí —respondió el joven, como despertando de algo.
Luego de lavarse la cara en la trastienda, salió. El Peregrino lo esperaba con un sánguche de palta.
—Tienes que volver al trabajo.
—Sí, gracias. Entendí lo de la cadena, pero siento que aún me pesa ¿cuánto tiempo pasará antes que logre limarla y se caiga?
—Eso es con paciencia, puede que empieces a recuperarte pronto y se caiga sin más, puede que te tome más tiempo, pero en el proceso debes recordar que ya eres libre de esa situación, así que las decisiones que tomes serán tu responsabilidad, y eso no es una cadena, es un abrazo de la vida para que hagas las cosas como se deben.
—Y usted, Peregrino, ¿arrastra cadenas?
—Claro, las arrastré y por allí asumo que tengo alguna que no quiere desprenderse, pero aprendí a recogerla y llevarla amarrada para que su impacto no dañe a nadie, ni a mí, esperando que, con paciencia, un día termine de limarla y se caiga por fin.
—Intentaré limar la mía, entonces.
—Exacto, pero no intentes que se oxide con besos mentirosos o aguardiente.
—Ja, ja, ja, ¡Noooo, eso ya lo entendí!
Fin
Texto e imagen: Sarko Medina Hinojosa
