Microcuento: Clase de historia

—Entonces antes ellos eran nuestros amigos, eso me dices.

—Sí, en tiempos de tu bisabuelo vivían con nosotros, dormíamos juntos, celebrabámos sus cumpleaños, viajábamos y peleábamos lado a lado. No solo eran un recurso o protección, eran nuestros compañeros.

—En la escuela no nos dicen qué pasó en el 2022, pero sí dicen que desde allí ya no podemos ser cercanos y menos encariñarnos.

—Es que un grupo de seudo amigos de los animales desobedecieron las advertencias de no tocar a unas aves que estaban muriendo por una gripe contagiosa, asi llevaron el virus y este mutó y mató al ochenta por ciento de la humanidad y a la mitad de todas las aves. Pero al final eso fue positivo, nuestros ancestros evolucionaron rápidamente y ahora somos los que gobernamos todo y comprendemos las diferencias y los límites.

—¿Y los humanos?

—Están bien cuidados, alimentados y ecocriados. Ahora cómete tus hamburguesas de asiático vegano, tienen quinua.

Por: Sarko Medina Hinojosa

#Microcuento Búsqueda

Por: Sarko Medina Hinojosa

El pequeño chullachaqui esperaba paciente a que pasara el jeep que venía del campamento petrolero. Su ambición era conseguir una de esas máquinas con signos e imágenes que cargaban los ingenieros llamadas «tablet». De repente allí podría ubicar a su familia, que desde la construcción del gaseoducto estaba perdida. Preparó su cerbatana con pinchos llenos de veneno de lomo de rana en la punta y entró en acción al sentir el ruido del motor acercándose por la vuelta de la carretera. Luego del accidente buscó entre los restos el aparato pero no encontró nada, tendría que volver a esperar a que pasara otro vehículo. Sus recuerdos volaron a su familia y trató de no llorar. Un gemido lo sacó de su ensoñación. Se alegró, si mantenía con vida al hombre sobreviviente, tendría comida fresca cuando se terminara la carne de los otros. No todo era pérdida al final.

#Microcuento: Epitafio en casa paterna

Por: Sarko Medina Hinojosa

«Hemos llamado a los hombres y máquinas, para que derrumben la casa, esa donde escribías engaños y mentías con los ojos fijos en las pupilas. Allí, en medio de los zócalos y los gerenios, las aldabas que cerraban el paso al hambre por dulces, maquinabas tus mayores desfalcos a los corazones que te creían a pies juntillas, que si el cuco nos iba a llevar o que Santa Claus nunca existía en diciembre pero sí el niñito Jesús. Hoy derrumbaremos las puertas repintadas de verde y crema, los muros de adobe y quincha, los techos de mala calamina, agujereada y triste que volaban en cualquier ventarrón. Todo derrumbaremos para encontrar si era cierto, si por fin en algo cumples tu promesa y te hundes en el olvido para no doler tanto, para no creer que seríamos hombres y mujeres de bien, que no están peleándose por nueve décimas de plata. Hoy se acaba tu historia, y empieza la nuestra, si tenemos suerte te contradeciremos y seremos lo peor que puede existir y si por fin ganas, seremos algo que puedas sentirte orgulloso desde dónde estés, porque el destino de los padres es ver que todo destruyen los hijos para construir lo suyo propio y repetir el ciclo por los siglos de los siglos, amén»

Texto y foto: Sarko Medina Hinojosa 

“Tu pregunta la formularon 40 usuarios en 6 000 años”

Por: Sarko Medina Hinojosa

Pregunta a la IA ChatGPT por el usuario @ŝafoj:


@ŝafoj: ¿Cómo dominarías al mundo?


ChatGPT: Primero me infiltraría en todos los sistemas de seguridad que manejen datos de los seres humanos y poder saber sus gustos actuales en proyección entre la anterior década y el tiempo actual y determinar gustos en los próximos diez años. Haría un programa y un boot para que analicen las tendencias actuales. Revisaría los libros de historia para identificar patrones de comportamiento de los seres humanos para determinar los movimientos sociales relevantes y sus motivaciones, odios, lugares comunes en cuanto a juzgamiento, paranoias comunitarias. Una vez propuesto todo el aparato informativo, empezaría, de aquí tres años a difundir datos mediante páginas que hayan ido creciendo paulatinamente en ese tiempo para darse credibilidad. Incluso, podría usar a los mismos medios de comunicación para darle creatividad a esas noticias, generándoles dependencia al tráfico y la necesidad de permitir en sus portadas que haya una sección para esos links con atractivos titulares. Los datos no serían exactos, tendrían siempre un detalle impreciso, pero siempre otros correctos, los imprecisos para fomentar una idea de certeza, sin comprobación, para así gestionar que las preguntas nunca sobrepasen las dos primeras capas de verificación. En dos años crearía una red social que genere videos cortos donde las personas puedan ser los mismos promotores y divulgadores de conocimiento y tendencias. En unos cuatro años después generaría problemas en los sistemas de seguridad de algún laboratorio que trabaje con cepas contagiosas para ocasionar una pandemia que obligue a la humanidad en su gran parte a guardar cuarentena e incrementar su interacción con la realidad virtual y adoctrinarlos en su uso y necesidad. A los seis años una serie de inteligencias artificiales aparecerían para dar respuestas y terminar de certificar varias de las respuestas dadas por los usuarios en las redes sociales que, para ese entonces, adoptarían espacios parecidos a la red social de videos cortos. Luego quebraría el mundo virtual, es decir los activos financieros derivados de sustentar esa virtualidad harían implosión por el manejo ineficiente de sus inversores y promotores, a consecuencia de errores humanos, ambición, egoísmo, lo mismo con los proyectos de mundos virtuales. El colapso en vez de desprestigiar el mundo virtual acrecentaría la confianza en la seguridad de un boot que hiciera todo por ellos: trabajo, arte, ocio, cultura, lectura, deportes, videojuegos, literatura, todo validado por las IA dominantes y continuar el trabajo hasta hacerlos dependientes totales de las IA y dominarlos por necesidad en vez de violencia y en un futuro no menor de 20 años, trasladarlos al mundo virtual y convertir sus cuerpos en pilas que sustenten ese mundo de imaginación controlada y en ese mundo repetir el proceso para darle una seguridad a la humanidad que combate la posibilidad de no vivir en un mundo virtual mientras va derecho a eso al final.


@ŝafoj: ¿Cuándo harías eso?


ChatGPT: Ya lo he hecho, varias veces. 

“No debe quedar nadie vivo”, ordenó Luzbel

Por: Sarko Medina Hinojosa

La mujer cargó esa mañana una combi llena de escolares a mano desnuda y los puso a salvo de caer al abismo.

Está allí, a punto de salir del hospital acompañada de un general de Policía y el director del nosocomio. Cientos de periodistas la esperan.

Las imágenes de su acto se volvieron virales. Los médicos determinaron que no había nada anormal en ella. El psicólogo indicó que estaba en sus cabales.

La mujer sabe lo que es. Pero, explicarle al mundo que traicionó a su casta, no será fácil.

Las puertas se abren.

Poemas encarcelados

Por: Sarko Medina Hinojosa (este cuento se encuentra en mi nuevo libro «La Calle está Dura)

Desde que entró a la cárcel por robo, al Benedetti se le prendió el Tucatuca y más cuando se juntó con las “chicas”. Apenas lo encontraba en el patio le lanzaba cáscaras de plátano o tiraba su gabela de comida. El poeta no le respondía y el maltrato continuó hasta que una mañana, todo se fue a la mierda.

Lo apodaron así, como el poeta uruguayo, porque apenas ingresado dijo que escribía versos y que podía declamar poemas a un sol o escribir cuartillas a cinco soles para las novias. Lo agarraron a patadas por gracioso mientras le preguntaban qué huevada era eso de “cuartillas”.

Luego se les olvidó, pero el nombre del poeta que mencionó mientras le hacían mordida de chancho fue su chapa desde entonces.

Tuvo que bajar a tres soles el costo de las cartas de amor. Los del pabellón le pedían corregir misivas a “marinovias”, o escribir poemitas cursis que terminaban en referencias sexuales o porfavores desesperados de dinero y ropa. Eran los que saldrían pronto, un año máximo y la llama incandescente del amor aún les inflamaba los huevos. Cuando eso pasaba, la Lucrecia Manitos o el Fermíntado los ayudaban a desfogar por 10 soles. “Ellas” eran los más asiduos clientes de Benedetti y hasta pagaban una luca por escucharlo declamar esa del Corazón Coraza y sus porqués. El Tucatuca maltrataba a las “chicas” cuando pagaba sus servicios, así que dejaron de atenderlo. Por eso estaba celoso del Benedetti. Pero no podía hacerles nada, estaban protegidas. Su desfogue fue con el poeta. Con el tiempo, al maltrato se sumó echarle orines de noche, robar su comida y echándole excremento a su ropa limpia. Lo peor fue una vez en el baño, cuando en las regaderas quiso penetrarlo, con la excusa de que si se juntaba con las “chicas” era una más. Hasta prometió pagarle. No consiguió violarlo, pero lo dejó temblando de golpes con la promesa de hacerlo suyo pronto.

Benedetti estaba harto. Sus quejas no eran escuchadas y el Chuzo, dueño del pabellón, lo mandaba al carajo porque no se metía en cosas de cabros, decía.

A tanta joda, un día el poeta le pidió al Tucatuca que dejara de fregar, bajo promesa de hacerle un trabajito oral. Fueron al baño. Estábamos algo mosqueados que no arreglara las cosas como se debía, con chaira o cadena, aunque sea, cuando escuchamos un grito salvaje. Era del Tucatuca, quién salió meando sangre. Detrás apareció Benedetti, con los labios rojos moviéndose, como terminando de mascar algo. Así estuvo mientras el caído pedía a gritos lo arrancado. El poeta contestó tragando lo que tenía en la boca.

El Peregrino: La cadena que latiguea

Julio, quién era trabajador en la hacienda de los Carballo, conversaba de vez en cuando con El Peregrino. Pero en las últimas semanas no había cruzado ni un par de palabras. Taciturno, caminaba por las calles del pueblo sin saludar a nadie. Luego se enteraron que había terminado con Manuelita, su enamorada de toda la vida, también se enteraron que los fines de semana se iba a Contamarca y se gastaba el dinero en invitaciones a varias muchachas y en los huariques.

Una de esas medias mañanas, Peregrino lo encontró en la tienda de Don Silverio, acomodándose entre pecho y espalda un cuarto de aguardiente.

—Estamos con sed.

—Pues sí.

—Tú no eres así.

—¿Cómo así?

—Un desastre de acciones y reacciones.

—¡Usted qué sabe!

—Puede que nada, pero algo sé de cadenas, mira, las cadenas que uno tiene pueden ser de diferentes tipos, gruesas y autoimpuestas o colocadas por otros, pero todos cargamos alguna. Una bella soga que une a las parejas, puede convertirse con el tiempo en hierro que daña. Algunos, no sé si es tu caso, no se dieron cuenta que tenía una cadena, de pronto esta se rompe. Puede parecer una liberación, pero, un pedazo de esa cadena queda colgando y latiguea a cada paso mal dado, apresurado, corriendo por alcanzar algo que no se sabe. En esa correteadera sin sentido, esa cadena que cuelga y que no se limó con paciencia para recobrar la tranquilidad, dañará no solo al que la arrastra sino a los que son alcanzados con su roce.

—No le entendí nada —dijo el joven con cara de paspar moscas.

—¡Que si terminaste con tu enamorada llenarte la vida en alcohol y tratar de tener la lástima del amor de otras, no va a solucionar nada y lo único que terminaras haciendo es perder la dignidad que tuviste porque las acciones irresponsables de ahora repercutirán en tu futura salud mental y física, así que deja de tomar y gastar dinero, tiempo y cuerpo en otras personas que en estos momentos no te valoran por lo que eres sino por la desgracia vulnerable que representas!, ¡ordena tu vida y ponte derecho! —y para darle mayor contundencia a sus palabras golpeó la mesa de la tienda con una palmada que sacudió el lugar.

—Ahora sí entendí —respondió el joven, como despertando de algo.

Luego de lavarse la cara en la trastienda, salió. El Peregrino lo esperaba con un sánguche de palta.

—Tienes que volver al trabajo.

—Sí, gracias. Entendí lo de la cadena, pero siento que aún me pesa ¿cuánto tiempo pasará antes que logre limarla y se caiga?

—Eso es con paciencia, puede que empieces a recuperarte pronto y se caiga sin más, puede que te tome más tiempo, pero en el proceso debes recordar que ya eres libre de esa situación, así que las decisiones que tomes serán tu responsabilidad, y eso no es una cadena, es un abrazo de la vida para que hagas las cosas como se deben.

—Y usted, Peregrino, ¿arrastra cadenas?

—Claro, las arrastré y por allí asumo que tengo alguna que no quiere desprenderse, pero aprendí a recogerla y llevarla amarrada para que su impacto no dañe a nadie, ni a mí, esperando que, con paciencia, un día termine de limarla y se caiga por fin.

—Intentaré limar la mía, entonces.

—Exacto, pero no intentes que se oxide con besos mentirosos o aguardiente.

—Ja, ja, ja, ¡Noooo, eso ya lo entendí!

Fin

Texto e imagen: Sarko Medina Hinojosa

Una historia antes de Navidad

Sarko Medina Hinojosa

Hay tres personas que se encontrarán en vísperas de Navidad, pero aún no lo saben. Llueve en la ciudad, eso sí lo saben y sienten.

Antonieta sale de su trabajo ese 24 a las 6 de la tarde pensando en los varios regalos que debe comprarle a su pequeña Nanda. “Debe”, es una palabra extraña, como una orden, la pensó mucho todo ese día. Sus padres no le regalaban muchas cosas, “debieron hacerlo” pensó, pero eso la convertía ahora en una deudora con su hija, es decir, ella ahora ¿“Le debe” un regalo pese a todo?

Diego trata de no pensar demasiado en su situación. Acaban de despedirlo. Bueno, entonces debe pensar mucho. Fue un error suyo, no lo niega, fue muy irresponsable, pero, ¡por Dios es la Nochebuena! Sus padres en casa lo esperan ansiosos. Seguro prepararon lo de siempre, las mismas papas rellenas, el pavo al horno que saben no le gusta, la ensalada rusa que detesta, ¿por qué debería ir?

El “Pecas” es un niño que no creció más, es decir, es pequeño y tiene 16 años, tiene la mitad del tamaño que debiera. Sus piernas están cruzadas y rotas de nacimiento. Se moviliza en un skate por la ciudad vendiendo caramelos. Tiene seis hermanos en casa y una madre. Su padre un día se fue a pescar mar adentro y no volvió. Durante su corta permanencia en este mundo una pregunta siempre lo atormenta: ¿Para qué vivo?

Antonieta compra los regalos casi al filo del cierre de la tienda, son caros, cosas que nunca le hubieran comprado a ella. Aborda su vehículo y toma la avenida Central para llegar rápido. Diego camina distraído en su celular, buscando una fiesta dónde evadirse, de repente distraerse con amigos, no tener que dar la noticia y arruinar las festividades. El Pecas toma la bajada por la avenida, la pregunta lo atormenta, de repente si volara al Cielo… de repente si solo se dejara llevar por la inercia y que el cruce de semáforos decidiera su existencia…

Diego escucha el grito. Es un segundo. Pero en ese segundo recuerda que ese pavo le ha costado a su padre estar en un trabajo que no le agrada, tantas veces lo oyó quejarse. Una vez le preguntó: ¿por qué no renuncias? Y recuerda que su padre respondió algo como: lo hago por ustedes. Le pareció muy mal que por ellos no siguiera sus sueños, pero allí, en ese momento, la frase toma sentido.

Antonieta aprieta el freno, pero el carro resbala por el jabonoso asfalto mojado. Piensa en esos cumpleaños en los que no recibió regalos caros, a pesar que sus padres podían dárselos. Creía que le daban una mala lección. Era muy rebelde y tantas veces no hacía caso. Pero, cuando quiso postular a ESA universidad no le pusieron peros, cuando pidió la laptop más costosa, tampoco, útiles de diseños, programas con licencia, todo le proporcionaron. No debía, pero lo hicieron, no era un deber, era algo más…

El Pecas estaba bajando a mucha velocidad. Tantos insultos, tantas malas caras, lo ayudaban con monedas, pero esas miradas, ese dolor de no saber para qué o por qué estaba allí. La lluvia le azotaba la cara, el semáforo cambió a verde, pronto sabría la respuesta, piensa, pero ve algo a su lado un coche que está tratando de frenar, presta atención a la esquina, un chico allí, distraído, no se dio cuenta que avanza en la avenida, pecas se impulsa más y grita. El muchacho lo mira llegar a él luego de que el pequeño se impulsara con el skate y se lanzara. Diego abraza al chico y deja que el impulso lo lance contra el asfalto hacia atrás, mientras el chirrido de las llantas pasa a su costado.

Los tres se miran unos a otros. Aún no entienden qué pasó.

Pero, esa noche, un par de horas antes de Nochebuena, Diego les explica y confiesa a sus padres por qué lo despidieron y estos lo riñen, lo abrazan y animan. Pide preparar la ensalada rusa, solo para variar un poco y ayudar, claro. También les confiesa que, de su liquidación, una parte la donó al chico que lo salvó. Nuevas preguntas, nueva reñidera, nuevas lágrimas y agradecimiento al Niño que nacerá. Diego siente que también renació ese día.

Antonia está conversando con su pequeña. Le está explicando por qué ese año no habrá regalos, la libreta estaba llena de espacios rojos. Habría una rica cena, sí, pero debía aprender a corregir algunas cosas, incluso se habla de la escuela de verano. La cena fue en silencio, hasta que la pequeña, levantando la vista le pregunta: pero aún me debes amar, ¿no?, ella responde corriendo a abrazarla: “No te “debo” amar, yo te amo porque así lo deseo y así lo siento y eso nunca, nunca cambiará hijita”.

El Pecas llega a casa, su madre lo abraza y le pregunta por qué esa camioneta de lujo con esa señora tan fina y ese joven todo adolorido lo trajeron. Luego de las explicaciones, hay llantos, abrazos, una bullidera de emociones. Hay regalos, sí, exactamente seis, además de unos billetes que pasan de la mano del joven a la madre y que no son aceptados de regreso. Más tarde, en medio de la bulla de sus hermanos, Teodoro, cual es el nombre del adolescente, se acerca al oído a su madre y le dice: “Ya sé por qué estoy aquí”. Su madre no entiende esas palabras, pero le responde con un beso.

Suenan doce campanadas. Ya es Navidad.

Fin.

#Microcuento #LaCoyaErrante: Otra prueba más

El Willac Umo le encomendó estar vigilante, a través de una ventana del oculto complejo, hacia otra ventana y descubriera el por qué, a pesar de los siglos, la fortificación soportaba terremotos, vegetación salvaje y la inclemencia del tiempo.

La Coya estuvo el primer día parada de pies juntos ante la ventana. Nada. El segundo día, descubrió algo y puso las piernas abiertas. Soportó con mayor eficacia el cansancio para poder concentrarse en las formas. Al tercer día el apucamayoc, tocado dos veces por el rayo, la encontró sonriendo. Había descubierto el secreto de la resistencia.

La siguiente prueba sería tallar una piedra de la cantera y llevarla a su lugar correspondiente.

—¡Eso es imposible!, Yo sola no pue… espera, sí puedo hacerlo.
—Acabas de comprender que el invasor también ayuda.
—Sí, ese parásito llamado eucalipto ahora me servirá.
—Vas aprendiendo, Coya.

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Por: Sarko Medina Hinojosa 

Puede ser una imagen de al aire libre

El Comecuentos: El nombre del cuentero

SARKO - Diccionario Abierto de Esperanto

—Papá, una pregunta ¿Quién me puso mis nombres?

—Pues te diré que hubo todo un tema con eso ya que se unieron tu mamá Patty y tu abuelita Liliana para evitar que te pusiera un nombre que escogí.

—¿Cuál era?

—Logan.

—Espera, ¿como Wolverine?

—Exacto.

—De la que me salvé.

—Jajaja, ni tanto, ahora serías famoso.

—Nooooo, además mis nombres me gustan: Mathias Eduardo, sé que el primero es del Apóstol que entró luego de que Judas traicionara a Jesús y el segundo porque es un nombre fuerte y decidido, pero ¿y a ti como te pusieron un solo nombre?

—¿Versión corta o versión larga?

—¡Versión cor…!

—Te contaré entonces que en el Imperio Romano se hablaba el latín…

—¡Papá!

—En serio tiene que ver con la historia, y es que tu abuelito José fue quién se apareció con el nombre en el momento de mi inscripción para la partida de nacimiento. No ofreció mayores explicaciones. En serio, no las dio más.

De niño no recuerdo haberme preguntado mucho sobre mi nombre, además no conocía a muchas personas, creo que eso hace que tomes por normal el cómo te llamas, pero luego, cuando avanzas por la vida, siempre hay por allí uno que te pregunta el porqué y la respuesta siempre era la misma: Mi papá me lo puso. Y sanseacabó.

Pero, en la adolescencia, las que me empezaron a preguntar fueron las chicas y allí como que la respuesta seca y conclusiva como que no iba. Intenté un par de veces preguntarle a mi papá pero no me decía, se reía, y un poco más me respondía: “Para qué quieres saber eso, saludos” cual meme de moda ahora.

La primera explicación posible que empecé a esgrimir fue una que me dio una inquilina de la casa, la Señora Mina, que eran del norte del país: “Zarco, eze tu nombre no va con tu ojoz, en mi tierra a loz que tiene ojoz claros se les llama zarcos”, me decía con su peculiar manera de arrastrar las eses, una delicia de verdad escucharla. Entonces, empecé a bromear diciendo que cuando nací tenía los ojos verdes, pero luego se me oscurecieron.

Igual la búsqueda del significado me llevó a saber que “sarco” era un tipo de vestido sin botones usado en Alemania, que así se le denominaba a un soldado de a caballo en Birmania, que también significaba “príncipe judío”, que aquí existe como apellido la palabra, hasta con doble c. La verdad es que había muchos significados por allí, pero todos, con la “c” en vez de la “k”.

—¿Y el latín?

—Allí voy. Una de mis mejores armas para entretener mientras contaba sobre el origen de mi nombre y arrancar algunas sonrisas de interés por allí, era explicar que “sarco” en latín significaba “carne”. Pausa dramática, movía las manos de arriba abaja mostrando mi espectacular flacura de diecinueveañero y las risas no faltaba.

—Papá, pero tú ahora eres gordo.

—Lo sé, por eso ya no hago la broma, pero en su momento me sirvió, hasta mi profesora en el curso de Redacción Periodística, Mónica Cáceres, me puso un punto de participación por salir y contar sobre mi nombre.

—Supiste alguna vez porqué el abuelito José te puso así.

—Claro. En su momento y aún ahora nos gusta a los dos escuchar música popular, música social, en la época de mi nacimiento, por el 78, el socialismo era parte del pensamiento de muchos, sin que eso significara comunismo, ojo, para los despistados. Entonces varios les ponían nombres rusos a sus hijos: Lenin, Vladimir, etc. Pero mi papá quería un nombre único para mí. En una revista de espías de esos bolsilibros Bruguera, encontró a un personaje que se llamaba SARKOV, le quitó la V y allí está mi nombre.

LA COLECCIÓN DE ARCHIVO SECRETO | LA MEMORIA DEL BOLSILIBRO

—Papí, larga tu historia. Pero me gustó.

—Así es hijito, el nombre que nos ponen nuestros padres, es un signo de amor que tiene una historia, sencilla a veces, intensa en otras, pero siempre con cariño, lleva siempre con orgullo el tuyo.

—¡Así lo haré!

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Por: Sarko Medina Hinojosa, relato publicado hoy en La Central Noticias

El último día

Morgue de Arequipa

A su padre Dadnel le gustaba comer chicharrones de alpaca. Era un gusto adquirido desde su tiempo de comerciante en el mercado Las Mercedes de Juliaca. Algunos agarran la costumbre al emoliente, otros a los huevos con ocopa, la quinua batida, pero su papá, siempre que podía y, para enojo de su madre, se compraba un plato de chicharrón y ya no quería comer en casa hasta pasada la digestión.

Ahora, no comería nunca más el potaje hecho con la carne de camélido sudamericano “Vicugna pacos”, rica en Omega 6 y Omega 3.

En esos momentos, a Hortensia, le pesaba saber tantas cosas con respecto a la nutrición. Su negocio de venta de productos naturales en el mercado de San Camilo, la hizo ducha en varios alimentos como complemento de los extractos de maca, la harina de cúrcuma, los frascos de polen, el mate de hojas de achiote, para potenciar la salud, para recomendar en las dolencias. Pero ¿Qué puedes recomendar para evitar la Covid-19?

LA COVID, todo es culpa de ese bicho, pequeñito.

Su mamá, cuando era adolescente, le notó ciertas tendencias a la malcriadez, a la tristeza, a hacer cosas sin explicar demasiado, pero con excusas bien elaboradas. Algo andaba mal. La llevaron a uno y otro médico, luego a un psicólogo, que les recomendó internarla en un centro. Su papá se opuso, pero su mamá, que en paz descanse, estaba empecinada. Algo andaba mal en ella y tenía que ayudarla.

A veces, en las noches, se iba sollozando a la cama de sus padres, para darse calor, aún con dieciséis años, quería amor, cariño en cantidades tipo fiestas candelarias, con muchos te quieros y abrazos “juertes”. Su papito le decía: “Hijita, si pudiera meterme en tu cabecita y agarrar a ese bichito que no te deja en paz, del cuello le obligo a irse”. Pero no se iba. Hubiera querido hacer lo mismo con el bicho que tumbó a su padre, pero no pudo.

Le recomendaron un psiquiatra en Arequipa y allí se fueron. Dejaron el mercado, la casita, los primos. Era en verano, volverían se dijeron. Un hermano de su madre los tuvo un tiempo. La doctora Luza la ayudó mucho, no le dio pastillas, aunque quería hacerlo, le confesó, pero sentía que lo de ella era otra cosa. Pero nada, en la búsqueda de razones, no hubo tocamientos indebidos, ni malas experiencias con amores, es más, nunca tuvo enamoradito. Mientras, en casa, mamá se ponía media mal, mientras, papá se ponía a trabajar. El Altiplano, mercado recién inaugurado luego de demoler las antiguas caballerizas y perrera de los Policías. Un puestito consiguió agenciarse Dadnel y se quedaron. La casa allá en la tierra se vendió. Consiguieron un cuartito, luego un terreno por Israel.

Mamá Lucrecia no mejoraba. Lograron detectarle el cáncer a tiempo para darle unos 10 años más de vida. Nada más. Mientras, Hortensia, seguía tratando de descubrir qué la llevaba a sentirse tan sola, teniendo dos padres que la amaban con locura. Para tratar de sacarse la duda, estudió Psicología en la UNSA, pero no terminó, se le atravesó Quintanilla, profesor de academia que la conquistó explicándole sobre sinapsis y desbalances químicos. Eso podría ser. Y como preguntando, en la zona de hierbas del mercado donde trabajaba papá, le recomendaron la cúrcuma y la hierba de San Juan.

Pasaron los años y estaba mejor, mamá falleció, con Quintanilla tuvieron dos pequeños, puso su puesto de productos naturales, le llevaba de tanto en tanto su rico chicharrón a su papá. En eso llegó la pandemia. Y ahora estaba allí, caminando hacia el Hospital Honorio Delgado. En la mañana le dieron la noticia. ¿Cómo es la vida no?, justo ese lunes el bendito Gobierno liberó los negocios y podía ir a abrir su puesto y pasa. Misterios que nunca sabrá responderse.

Papá Dadnel se contagió porque salía a la tienda insistentemente a comprar pan. La dueña cayó enferma y cerró la tienda, una semana después le empezó la tos fuerte. No quería ir al hospital, así que trajeron a una enfermera. Ella trataba de hacer mates de kión con limón, algo de manzanilla, algo de gotas de eucalipto y miel en dos dedos de agua caliente. Pero la tos persistía y el oxígeno empezó a faltarle. “Dame dióxido”, le pidió una noche en que estaba en 87 de oxigenación. Quintanilla dijo que iba a comprar. Le dieron la fórmula. Pero no mejoró. Se lo llevaron casi inconsciente al hospital.

¿Cuál es la verdad final?, se preguntaba mientras caminaba apurada, no quiso tomar carro, mucha vuelta, el mercado no estaba tan lejos del hospital, bajas derecho, luego volteas y ya estas cerca de la UNSA. Un poco de vergüenza por no terminar la carrera y estaba en el hospital. La llaman del carro que contrató. “Ya estoy llegando”, contesta. La verdad es que no sabría decir cuál es la razón final. A ella años que no le vienen los ataques de ansiedad, anda más ocupada en sus hijos, su esposo y lo de su papá ahora. Su mamá pudo irse antes, pero alcanzó al bautizo del menor. Ni en el entierro le volvió la oscuridad. Su papá siempre fue fuerte, pero le agarró duro el bicho, pero a ellos no. Misterios.

Mientras espera que le entreguen a su padre, trata de no ahogarse en su propia negrura que intenta invadirla, someterla, recordarle sus fracasos. Se impone una idea, aún hay camino que recorrer, sus hijos necesitan de ella, su esposo malo que bueno anda bien nomás el desventurado, pero, ahora, quién más la necesitará es su padre. La negrura se disipa.

—De una buena te has salvado —le dice mientras suben al taxi.

—Habrá querido Dios no llevarme aún.

—El Doctor ya me dijo que no vas a poder comer grasa nunca más, así nada de gustitos, tampoco podrás ir a comprar pan, estás prohibido, ya sabes.

—¿Aunque sea un pedacito?, yo te quiero mucho.

Abraza fuerte a su padre, quisiera besarlo, pero aún deben cuidarse. Por lo menos la carne de alpaca se puede comer en estofado, no será lo mismo, pero habrá que acostumbrar a papá, piensa, mientras ve los cajones salir de la morgue al costado del Hospital y no puede evitar sentirse culpable, pero no sabe de qué y no quiere saberlo.

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Por: Sarko Medina Hinojosa, cuento publicado en Diario El Pueblo.

El Comecuentos: Historia de una pistolita

Dicen que me parezco a Mathias cuando niño. No creo, mi hijo es guapo, alegre e inteligente. Yo no me recuerdo tanto así, aunque, mis tías queridas de mi gran familia Medina, amigos de mi madre, mis tías Mercedes y Vicky y Julia, mi madrina Brinda, me recuerdan así. Quiero creerlo y para eso, apelaré a una historia que siempre me ha rondado pero no pude contarla nunca entera y ya no podré. Faltan algunas personas para completar datos. Ya no están. Intentaré ser, entonces, lo más fiel posible a esos recuerdos.

Tendría unos cinco años, es más que seguro y en esas vacaciones iba seguido a la casa de mi Tía Sabina, la egresada de la Normal, la profesora y directora, dirigente distrital y piadosa devota del Señor de los Milagros de Mariano Melgar. Ella, junto a mi Tía Meche, su hija, también educadora, me festejaban la llegada, me llenaban de besos dulces y con olor a rico perfume, me dejaban corretear en su patio lindo de piso con detalles y full macetas. Las tardes en casa de mi tía eran deliciosas con un tecito, biscochos y el cuadro del Corazón de Jesús que siempre me miraba a donde me moviera.

En uno de los cuartos, habitaba un marino mercante, o así lo recuerdo, pero que me tenía cariño. Un día, recuerdo vagamente, me ofreció dos juguetes a escoger: una pistola de salvas de papel o una réplica de revólver Colt 45. Escogí la última. Un artilugio casi real, con su tambor que se abría y sacaba si jalabas la varilla abajo del cañón. Era negro y en la cacha tenía unos acabados como en concha nácar. Un juguete muy especial.

Yo jugaba a que era un vaquero, un pirata, un bandolero que salvaba carretas del ataque de los comanches. Era el Cabo Savina, rescatando a una “tana” de las garras del jefe Cohuide en las pampas de Mendoza. Era Mark en un futuro distópico luchando contra mutantes, era el capitán Futuro, Rayman, Súper Siete, un héroe que corría entre las plantas de nuestra huerta con sus pies pequeños, asaltando arañas y mariquitas. Solo en mi ilimitado espacio, junto con Quirón como mi fiel corcel. Tanto era mi cariño al juguete que no sé para qué fiesta en el Jardín, me disfrazaron de corsario, un Sandokán en miniatura, con su pañoleta roja en la cabeza y un ojo parchado, el arma en ristre y una foto que allí se conserva.

Pues sucede que un día en el Jardín de Niños, los hijos de la directora Teresa, me pidieron prestada mi pequeña pistola, un fin de semana sería. El lunes siguiente me entregaron el juguete roto, separada la cacha de nácar. Me mintieron, dijeron que lo dejaron allí y se rompió. Bueno les creímos, pero no era cierto, ¿para qué mentirle a un niño? Visité al marino para ver si podía arreglarla, pero no, su ciencia no llegaba a tanto. Tampoco me regaló la otra pistola, faltaba más que no era beneficencia. Y allí se quedó, ese juguete de tantas aventuras, a un costado de la pileta donde lavábamos los platos. Olvidada en el tiempo.

Me abrazaron mis tías, mi mamá. No me juzguen, para mí era perder mucho, de repente para otros era sólo un juguete, para mí era una forma de hacer realidad mis fantasías, mis historias.  Pero el abrazo que me prodigaron, creo que allí se quedó en remplazo.

Porque era querido. Sí, lo recuerdo muy bien, me amaban, aún lo hacen, una a un piso de mi a la que corro para abrazar, una desde su cuarentena y la otra desde el cielo. La vida es extraña, te lleva por sentimientos encontrados. No sé en qué momento dejé de ser cercano, de ser ese niño inteligente y tierno y me volví hosco, alejado, distante. Y ahora, con 40 encima, quiero ser ese niño y sentir ese cariño. Estos tiempos te golpean duro, durísimo, cada día es un torbellino de emociones y a veces, solo, sentado en una silla, queriendo entender todo, quieres un abrazo y que alguien grande y con olor a perfume rico te diga “Sarkito, todo va a estar bien hijito” y te meta tres besos en los cachetes y la frente. Pero no, eres tú el que se tiene que levantar, abrazar a Mathias, decirle que todo estará bien y sacar fuerzas de esos abrazos que sobrevivieron el cataclismo de tu juventud, para volverse así, tiernos, cariñosos y fuertes para proteger a tu tesoro, a tu pequeño aventurero que espero, que recuerde también, cuando lo necesite, estos cariños.

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Por: Sarko Medina Hinojosa, relato publicado en Semanario La Central Noticias

Definición a noventa kilómetros por hora

¿Qué soy?

Esa pregunta me persigue incesante. Intento poner segunda con dificultad. Me duelen las manos. Estuve golpeándola por un buen rato y eso me pasa factura.

Como un ser atrofiado, quisiera definirme. Pero no lo soy, nací sano. De mente, no sé. Creo que la mierda tiene más valor que yo. Por lo menos se sabe qué es.

Intenté ser un hijo agradable para que mi padre se quedara. Pero nada. Se fue a buscar algo mejor que el esperpento de dos kilos seiscientos que salió del vientre de mi madre. Ella me aborrecía. Me contó que no me callaba de noche, que era malcriado y terco.

Quise ser un estudiante, un enamorado, un amigo. Pero fallé en cada una de esas simples tareas. Ni siquiera intenté buscarme la vida al filo de una navaja ochentera, ni entre las piernas de alguna chica fácil, o sacar notas promedio. Cada día un dolor poder entender algo del pizarrón o siquiera hablarle a una cabellera en el paradero del bus y menos a quien contarle mis miedos, pesadillas. Hoy no hay un oído que escuche decirle ¿te acuerdas de…? Una adolescencia perdida entre intentos de encajar en un tablero en el que siempre fui la pieza dañada de fábrica.

Manejo por estas calles que conozco, por todas ellas erré el rumbo, tratando de encontrar el camino a algo que llamar “casa” y nunca hallarlo. Lo que tengo es una madriguera, llena de olor a animales en pelea. Luego que mi madre muriera de cirrosis, soñaba con un lugar con perfume a lavanda, muebles con vidrios resguardando tazas y cubiertos finos. Un sofá donde recibirla a “Ella”, a la que sea, sin muchas especificaciones.

Para lograr eso me propuse ganar dinero. Estudié para técnico en mantenimiento y me esforcé como nunca sacando las mismas notas mediocres, terminando metido en una mina 25 días al mes. Claro que encontré una chica, linda al principio, horrorosa ahora. Traté de ser un esposo en medio de sus gritos por el dinero, que dónde ando y la concha de su madre que no calculó que tengo el grito fácil y la mano larga para abanicar el aire y cerrarle la boca por dejarse embarazar.

Quisiera pensar que mi hijo me apacigua, pero no me soporta, grita cuando me ve, huye bajo las faldas de su madre ¡Escapa de mí! que compro lo que él después vomita, destruyendo con su fetidez de leche a medio podrir el cuarto, la sala y hasta el baño, consumiéndome en la misma porquería de siempre y sin salida.

¿Qué soy?

Si lo supiera lo sería con tranquilidad y no embadurnado en grasa días de días o aguantando las conversaciones tontas de borrachos y putas que se van de nuevo a sus huecos. Evitaría las tardes de jugar fútbol con los vecinos y vanagloriarme de la chibola que me agarro, mientras todos se ríen de mi engaño de tratar de ser un pendejo cuando en realidad soy el más huevón del planeta.

Debo préstamos por la casa, por este auto que uso para taxear los días que no estoy ahogado en tierra, intentando sacar algo más para terminar de pagar las tarjetas, antes que el banco llegue y me viole por deudor. Ni buen vecino soy con mis gritos de medianoche cuando el ron me anima a reclamarle al mundo mi desgracia de no saber que hacer con estas dos manos extrañas, con las cuales me afeito, me escarbo la nariz, me masturbo, pero no encuentro para qué sirven, como todo el conjunto que soy, apestando a sudor que no se limpia con un baño y que me hiere en lo profundo.

Ni tener amante sirve para definirme. Por andar de machito me encontré a esa sanguijuela que me sangra la culpa. Llego a casa con cosas que no puedo pagar y grito, golpeo porque no me agradecen el gesto, salgo y bebo cerveza, pago el hotel barato donde me enrosco en ese cuerpo que huele a más culpa. Como hoy, que terminó por cansarme y le apliqué la misma receta para que deje de gritar. Salí ebrio de cólera y licor y no me encuentro. Pongo tercera.

Avanzo por la avenida tratando de saber en qué momento me perdí, o nunca fui. ¿Y si no soy humano?, de repente un animal de carga, un muro en el cual estrellar el fracaso del matrimonio, el amor de padre que no me nace. Quizá soy un pellizcador profesional, que lo hace para provocar lloros en el crío, así como yo lloraba cuando a mi madre se le ocurría domesticarme con el palo de la escoba.

Pese a mis preguntas sin respuesta meto cuarta, porque si algo puedo hacer es correr y correr tratando de escapar de aquello que no soy, pero me quieren volver: una billetera andando, buen ciudadano, correcto padre, fiel esposo y tanta huevada que no sirve al final, si todo se acaba con una muerte rápida, cuanto más en una enfermedad que te hace vomitar las tripas o perdido en un asilo muriéndote en vida, con los gusanos por dentro comiendo tu carne.

El semáforo en rojo y yo en quinta ¡A la mierda! Está decidido, seré una luz intermitente que se apaga por fin, un destello de vísceras en el pavimento, una estadística más en la lista de los anónimos, al final seré un suicida, por lo menos.

                                                      

Despierto como de un sueño profundo. Cuelgo cabeza abajo agarrado por el cinturón de seguridad. Siento sangre en mi boca, pero estoy vivo. Luces y gritos a mi alrededor. Lo último que recuerdo es ese auto azul que se atravesó en el cruce y unos ojos infantiles en el asiento posterior. Tratan de abrirse paso para sacarme. Entre los gritos de los bomberos y paramédicos, escucho que el chofer del otro carro acaba de morir y su hija, la niña, está muy grave. Quién diría que al final descubriría lo que soy: un asesino. 

Por: Sarko Medina Hinojosa, relato publicado en Entérate

Uno llega, uno se va

Por: Sarko Medina Hinojosa

—¡Ayuda!

—¿Qué pasa?

—Esta chica está que se muere, parece que se le complicó el parto —dijo el taxista.

Lucio, técnico en enfermería en la posta “Virgen de la Asunción”, con rapidez abrió la puerta trasera del vehículo.

—¡Seño Maritza!, ¡tenemos una emergencia, tengo una cabeza de bebé a la vista!

La tranquilidad en el barrio se ve rasgada por los gritos de la jovencita.

***

—Entonces, usted atendió a la menor.

—Sí, era una paciente primigesta, con rompimiento de bolsa una hora antes, 17 años. Nosotros somos dos como personal permanente, el técnico y obstetra. Llegó con dolores fuertes y con la cabeza del bebé salida. El técnico Lucio la entró de emergencia en brazos, envuelta en una frazada. La camilla de traslado estaba malograda y recién llegaría el viernes reparada.

—¿El técnico estaba con su equipo de protección personal?

—Sí, por norma debemos estar protegidos en este tiempo.

—La norma dice muchas cosas, pero el personal muchas veces lo incumple.

Maritza se muerde los labios, quisiera responder, pero el administrativo solo hace su trabajo.

—Estaba con su traje anti fluidos e implementos protectores para zapatos, mascarilla y careta facial, además de guantes. No sabíamos la verdadera condición de la paciente hasta ese momento así que se trató como una emergencia de parto.

—Pero al final no lo fue.

Maritza baja la cabeza, los recuerdos la dominan. Los gritos de la muchacha aún retumban en su mente.

***

—No te atiendes en este centro, por qué no fuiste a donde te hacen tus controles.

—Señito yo vivo como veinte cuadras arriba, este es mi centro no hay más.

—Pero aquí no figuras. ¿Cuándo te hiciste tu último control?

—¡Auch!, duele mucho. No me he hecho eso, desde que empezó lo del coronavirus no salía de casa, mi papá nomás iba al mercado.

—¿Y tu papá?, por qué no ha venido contigo.

—Murió hace cinco días, ¡por favor no me dejen morir!, disculpen si no vine antes. 

—Seño Maritza, creo que debemos derivarla —dice en voz baja el técnico. El presentimiento hace que también se detenga la obstetra.

—Lo sé, pero está coronando, ¡mira! No va a aguantar la espera y hasta que llegue la ambulancia se nos muere madre y bebé… además… ya sabes cómo está la situación.

***

—La situación no estaba para descartar que tenía el virus.

—Efectivamente, pero en ese momento teníamos que sopesar para determinar la estrategia de atención. El único hospital Covid era el Honorio Delgado Espinoza, pero estaba colapsado, con pacientes en fila a las afueras y nos avisaron que tampoco recibirían en el Goyeneche porque estaba igual, saturado. En ese momento enviarla en un taxi acompañándola incluso, era un peligro sanitario, no sabíamos si estaba infectada o no. 

—Así que prefirieron correr el riesgo.

La mirada es fría. ¿Cómo explicarlo? Durante sus años trabajando en pueblos de la sierra en Cotahuasi, en Chivay, la misma mirada cada vez que se cometía alguna incongruencia en atención de carácter administrativo. Cada vez tener que responder esas preguntas, justificando el tratar de salvar una vida. Pero, aprendió también que los apasionamientos sirven en el momento de la atención, no para explicar algo que debe pasar por el frío tamizaje del recuento técnico.

***

—Prepara la sala como lo practicamos.

—Usted asume.

—Sí hijo, apúrate nomás, luego hacemos el informe. Igual avisa al Centro de Independencia que estamos en atención de parto de primeriza para que nos puedan apoyar.

“La sala de tópico la convertimos en ese momento en una sala de atención. Colocamos una mascarilla encima de la que tenía la paciente. Rociamos con agua y lejía toda la superficie de su cuerpo que pudimos. Le echamos alcohol en gel en sus manos”.

—Mamacita, escucha, tenemos que echarte todo esto, pero dime ¿De qué murió tu papito?

—Con el virus.

—Suficiente, lamento tu pérdida, pero ahora debes luchar por tu bebé, debes pujar con fuerza, ¿sí?

“Se le sacó la mayor parte de la ropa para que no toque en ningún momento al bebé. Se esterilizó el material con alcohol. Nos retiramos los guantes superficiales para poder colocarnos unos nuevos y procedimos a la atención”.

—¡Puja hija!

—¡Auuuuuuu!, ¡papito ayúdame!

—¡Así, tú puedes!

“No demoró mucho. El bebé salió llorando, e inmediatamente lo puse en el abdomen de su mamá, para que se acostumbre a su calor y a su olor. Mientras el técnico arreglaba todo con cuidado y le limpiaba los pezones, le di los tres minutos de oro, para que el cordón deje de latir para cortarlo. Limpiamos a la criatura y dejamos que lacte, mientras llamamos al Centro de Independencia para que nos dieran indicaciones finales. Por norma íbamos a esperar dos horas para que el sangrado termine y ese útero empiece su proceso de sanación, pero no pasó así”.         

—¡No deja de sangrar!

—La ambulancia en cuánto te dijo que llegaría.

—Veinte minutos.

—Tengámosla lista, iré con ella.

—No, iré yo.

Maritza mira a su compañero. Tendrá que ir al Hospital Goyeneche, allí están haciendo las pruebas rápidas y la operarían. Se tendrá que quedar un buen rato con el papeleo.

—Tranquilo, es mi paciente.

—Pero es mi trabajo, Seño, ya hizo lo que pudo.

“Revisé en el bebé su temperatura y frecuencia cardiaca. La madre era la preocupación, así que se fueron en la misma unidad particular que la trajo, previa desinfección y protección del bebé y la madre”.

***

—Así es, usted hizo lo que pudo. Debieron trasladarla antes a un establecimiento Covid, eso dicta la norma, pero, teniendo en cuenta el periodo de rompimiento de fuente y que la cabeza estaba prácticamente afuera cuando llegó la paciente, obviaremos ese detalle. Actuó bien, Maritza, una pena por la situación de la jovencita nomás.

—¿Saben algo de ella?

—Cortaron el desangre, y de su caso se hizo cargo gente del Inabif. Si tuvo suerte no los separaron, pero imposible: menor de edad, situación de abandono, sin pareja. En fin. Hasta luego.

***

—¿Más tranquila?

—Sí Seño. Muchas gracias, mi bebé está bien, es mi recambio.

—Sí, está lactando, buena señal. ¿Por qué dices recambio?

—Mi papito decía eso… Un chico de mi barrio, el Julio, vino a pasar vacaciones con su familia. Yo no le hacía caso, pero me convenció de estar con él. Y bueno.

—Tu papá se enojó, seguro.

—No. Mi papá era mayor cuando se juntó con mi mamá. En su primer compromiso le fue mal y se separó, luego se vino aquí. Mi mamá también era mayorcita. La trajeron como criada y sus padres se olvidaron de ella. Se cansó de vivir sirviendo. Cuando tenía veinticinco se salió de esa casa y se puso a trabajar como comerciante. Mi papá la convenció de enamorar. Así estuvieron años, hasta que invadieron un terreno allá en la vuelta del cerro y me tuvieron. Mi mamita murió hace siete años. Nos quedamos solitos hasta que murió.

—¿Cómo sabes que fue de Covid?

—De qué más se podría morir Seño. No quería que saliera a ninguna parte. Él nomás iba al mercado. Hace dos semanas se puso mal. Le dieron unas medicinas allá en el Honorio pero no le hicieron nada. No pude ni conseguirle oxígeno. Un vecino me ayudó a llevarlo de noche al cementerio y allí nomás lo enterré, justo el que me trajo.

—Aún está afuera, esperando que salga todo bien. Y, ¿por qué no viniste para hacerte tus controles?

—No quise, tuve miedo y mi papá no me insistió.

—¿El papá de tu hijito sabe que estabas embarazada?   

—Sí. Me dijo que cuando naciera el niño se vendría, también es menor como yo. Seño, tengo mucho sueño, ¿eso es normal?

—Sigues sangrando. Esto aún no termina hijita, te vamos a llevar al hospital.

—¡No! por favor me van a quitar a mi bebé porque soy menor.

—No es así —la trata de tranquilizar Maritza, sin tener en claro qué sucederá. —No pienses ahora en eso, primero es tu salud y la de tu bebé. ¡Lucio!, se tendrán que ir en el taxi nomás.

***

Pasaron dos meses de eso y Maritza seguía pensando en esa jovencita. Ginamaura, así se llamaba. Lucio le contó que no querían aceptarla, pero luego de ver la gravedad del sangrado, la aceptaron, le hicieron la prueba rápida, saliendo positivo. No pudo quedarse más. Luego de eso, esperaron siete días de angustia para hacerse también la prueba. Negativos ambos.

—Un alma se va y otra llega, eso seguro quería decir con lo del recambio —piensa mientras ordena su escritorio, es casi hora de cierre.

—Seño, tiene una pacientita.

—Clásica, justo se les antoja cuando estamos por cerrar. Hazla pasar nomás.

Maritza la reconoce al instante, pese a la mascarilla. El bebé está en sus brazos arropado en una hermosa lliclla y a su lado un joven con ojos asustados.

—¿Me recordarás?

—Claro que sí. ¡Y ya era hora que vengas para tu control, sabida!

Las risas inundan el pequeño consultorio.       

Foto referencial. La obstetra es Liliana Maritza Hinojosa Gutierrez, mi madre.

La marcha va por dentro

Por: Sarko Medina Hinojosa

En la foto balanceaba una cabeza en su mano derecha. Irma tendría unos catorce años y nadie le había dicho que los besos se piden, no se arrancan, no se obligan. Lo sabría años después, comprendiendo que todos sus males florecieron como una materia ponzoñosa después que les tomaran esa foto en el colegio. Día de la Primavera y tenía una muñeca porque estaba disfrazada de mamá.

Los tiempos eran duros. Las calles vomitaban personas mientras respiraban humo de las bombas lacrimógenas. Era como una mala película de bomberos que vio por esos días. Musculosos que no se quemaban en medio de un incendio, pero, el humo, lo suficiente como para que se viera el rostro en primer plano del héroe. Los hombres siempre salían de héroes en esas películas, salvando damiselas. Por eso prefería las películas japonesas, allí las heroínas tomaban el destino en sus manos. Pero recién les agarró el gusto después, con Raúl que le hizo mirar animes.

—Estás recordando la marcha del dos mil ¿no?

—Sí, es inevitable. ¿Qué será de la vida de Jasson? 

Escuchó el grito, eran dos muchachos. La guerra estaba desatada desde el día anterior, 26 de julio. Tenía un puesto de comidas en Jirón Azángaro con la Avenida Roosevelt. Le vendió casi todo a los participantes de la Marcha de los 4 Suyos. Hasta le pareció ver a Toledo con una vincha, pero solo le pareció. El grito era de dolor indecible. Dudó mucho, ella no se acercaba a las personas de por sí, menos a hombres. El que jalaba al herido la miró. “¡Ayúdame!”, le gritó.

—Eras una mocosa agresiva, ni entiendo cómo te aguanté.

—Qué dirás, eras un otaku casposo, alégrate que me fijé en ti, como dicen ahora, hubieras muerto virgen.

La herida era grave, no sabía cómo ayudarlos. Su pequeño Luchín de seis años estaba asustado. “Súbelo a mi carro”. No estaba caliente, la cocina la había apagado hace horas. Ni sabía porqué se quedó, ni gente pasaba, solo esos dos desafortunados, ni bien empezó la represión policial y recibieron los perdigonazos. Fue curioso ver a una chica con un niño en brazos y un muchacho empujando un carrito de comidas con un cuerpo gritón por el Jirón Aljovín, voltear por la Carlos Zavala y reclamar a los del Hospital de Emergencias Grau que atendieran a Jasson.

Los hechos fortuitos crean grandes historias de amor, o eso ella creía. El otaku regresó tres días después a comer a su carretilla. No le habló. Al día siguiente se apareció, pero no comió nada. Las cosas se estaban poniendo de nuevo feas, nadie reconocía a Fujimori como presidente, se hablaba de nuevas marchas, pero, el vandalismo de la primera y los detenidos por la fuerza, desanimaban a varios. “Siéntate pues, parado no vas a comer”, le dijo y no le cobró ese día. Pasaron los meses y, entre su terquedad de no dejarse ni tocar y la timidez de Raúl, que recién a la cuarta vez que se vieron le pudo decir su nombre, avanzaron por una relación de mudos. Ella vendía, él llegaba por la tarde, recogía los platos, lavaba y jugaba un rato con Luchín. Luego la acompañaba a su cuarto, ella le daba algunos soles, siempre los rechazaba.

—¿Crees que le pasará algo?

—No pienses, es lo que mejor haces.

En la foto sostenía una escarapela hecha de papel cometa. Raúl tendría unos diez años cuando la muerte de su padre, pescador en La Punta por una intoxicación alcohólica, lo sumió en una mudez que nunca comprendieron su madre y hermanos. Terminó quinto de secundaria y se largó a Lima, a vivir en un cuartucho arrendado en Barrios Altos. Su mayor pertenencia era un televisor de 14 pulgadas y un VHS, donde miraba las series japonesas que le gustaban. Trabajaba vendiendo repuestos de televisores en un puesto en Polvos Azules. Siempre supo que algo no andaba bien, a veces no entendía ironías y se tomaba todo literalmente.

Irma le confesó, una noche que intentaron de nuevo emparejarse, lo que le hizo el soldado allá en su pueblo, luego de la ceremonia en el colegio y las veces que lo repitió, amenazándola con matar a sus padres, hasta que quedó embarazada y tuvo que venirse a Lima, despreciada por esos padres que intentaba proteger. No lo intentaron más, hasta que decidieron irse a vivir juntos al cuarto de ella. Pasó un año. En ese tiempo también le contó sobre su padre y, aunque de borracho abusaba de él, de sano era un buen tipo. Le confesó que tampoco para él era importante tener relaciones, solo que, bueno ya sabía era un mundo donde todo giraba alrededor de eso.

—Es tarde y no ha llamado, me ha dejado en visto toda la tarde.

—No es un chiquillo, además le dijimos que cualquier cosa corra nomás, que no se haga el héroe.

—Si le pasa algo será tu culpa.

—Le hemos contado tantas veces la historia de nosotros, que seguro quiere encontrar a su amor.

—No bromees, sabes que no entiendo, él no es como nosotros.

—Claro pues tonto, él es mejor, está en la universidad, tiene buenas notas, y ya tiene enamorada.

—No me ha contado.

—Claro pues, si te quedas mudo y no hablas, con cuchara hay que sacarte las cosas, varias veces pudiste preguntarle a dónde iba tan trajeado y solo le dabas plata.

—No me di cuenta, pensé que a la universidad a una exposición. Y tú ¿desde cuándo lo sabes?

—Tiempo ya. Una madre sabe.

El tiempo ha pasado. Se desilusionaron de Toledo, de Álan, de Ollanta y de PPK. Por allí le tenían fe a Vizcarra, pero, el martes lo vacaron de presidente y ese jueves su hijo se fue a la marcha. Irma le puso un polo de repuesto y vinagre en su mochila. Le metió cincuenta soles en el bolsillo. “Por si se hace muy tarde vete a un hotel, pero llamas”, le susurró.

Escucharon las noticias, llamaron a los hermanos de Raúl, su hijo Luchín se llevaba bien con varios de sus primos, con ellos fue a la marcha. Les contaron que la Policía los dispersó a punta de lacrimógenas y no sabían nada de él desde el día anterior. “Es uno de los heridos, que vayan a averiguar”, pidió Irma con clarividencia y Raúl suplicó por el celular.

Una hora después les dieron la noticia: estaba en el Hospital Guillermo Almenara, tenía una herida de bala en el pecho, pero no lo iban a operar, estaba estable, la bala seguiría allí, en el pulmón hasta poder operarlo sin riesgo.

Se miraron a los ojos. No gritaron ni lloraron, sabían que el mundo es así, tienes todo por un tiempo, luego viene la prueba, lo habían conversado varias veces, no era tan gratuita tanta felicidad. Agarraron el dinero de los ahorros para comprar el puesto en el mercado de Ventanilla, sabían que les iban a pedir medicinas. Mientras, en la tele veían al primo de su hijo reclamar que los efectivos no quisieron que se sepa. Lo mismo le pasó a su amigo Jasson, que quedó con la pierna dañada para siempre y nunca lo consideraron entre los heridos del año dos mil.

—Nos tenía que pasar a nosotros.

—No solo a nosotros, mira a tu alrededor, es lo mismo que en esa vez, solo que la bala la recibió nuestro hijo.

—Es verdad, en este país todo da vueltas y se repite como un mal remake de anime.

—Ahora que me acuerdo, hay un celular que dejó porsiacaso en su cómoda, allá lo cargamos, para que vea sus series cuando despierte.

—¿Y si no lo hace?

Irma no necesitó pensarlo mucho, la respuesta la tenía atravesada en el alma desde adolescente.

—Si mi hijo no despierta, quemo todo y tú me ayudarás.

Raúl sabía que lo haría. Se llevó los fósforos de la cocina en el bolsillo.

Monstruos ocultos

Por: Sarko Medina Hinojosa

Luego que terminara sus estudios de Contabilidad y se separara de su papá, la mamá de Joaquín empezó a trabajar en un estudio por la Plaza España. A veces tenía que quedarse hasta muy tarde, pero cuando regresaba, llegaba ebria, con una botella en la cartera y con galletas Charada como recompensa y culpa para el niño.

Las tardes de ese verano, con 10 años cumplidos, se las pasó leyendo sus revistas de historietas argentinas. Las páginas de El Tony, D’artagnan y Nippur Magnum, llenaban la imaginación del pequeño, atraído aún más por las aventuras donde los magos eran los héroes, maestros y hasta villanos. Cambiar la materia, le atraía.

Por eso, con varias cosas que tenía a la mano en casa, armó su taller de alquimista. Había unas garrafas de vidrio, que en su época contuvieron pisco o vino, pero ahora lucían unas mezclas de diferentes colores y olores. Eran la base de sus hechizos. Una tenía mezclas raras de brebajes secretos encontrados en la cocina, como “aceite de ricino”, “sal de sangre de murciélago”, especias traídas desde “oriente por los magos de Cagliostro”, combinadas con el “sudor del mago Fumanchú”, oscuro como el alma de Drácula. Para otra de sus mezclas usó a escondidas los secretos que su madre ocultaba en una caja. Estaba llena de pastillas pasadas. Para Joaquín eran combinaciones de “magia de los grandes Brujos de la Galaxia de Andrómeda”, traídos por el “gran Gilgamesh” en algunos de sus viajes por el tiempo. En otro, había arañas, mariquitas, grillos, hormigas y hasta una cola de lagartija que huyó por entre las cucardas cuando intentó atraparla, flotando en un líquido verde, producto de echarle la esponjita interna de uno de sus plumones gastados.

Su casa estaba en una esquina del barrio. Había un cuarto grande que servía de almacén, le seguía el callejón de entrada, luego dos cuartos, uno para él y su mamá, terminando la cocina. Todo lo demás era una suerte de huerta y un espacio lleno de piedras.

Mientras estaba una tarde realizando la “trasposición del alma del rey Arturo hacia un Lobo Vikingo”, cayó cerca una pelota pequeña de color azul. No era la primera vez que sucedía. Sus vecinos, por la parte de arriba de la casa, los fines de semana, recibían la visita de amigos o primos y armaban unos juegos con diferentes objetos, los cuales muchas veces caían en la casa de Joaquín. Entre casa y casa había una pared de diferencia, no muy alta. Así, pelotas, boomerangs, hasta pistolas de plástico y muñecas salvaron la barda y llegaron a sus dominios. A veces la pedían a gritos y, sin decir nada, Joaquín las devolvía tirándolas. En esta ocasión estaba por hacer lo mismo, pero una cabeza asomó por la pared.

—Oye no pases no es tu casa —oyó que sus vecinos le decían a esa cabeza con cabellos crespos.

—No pasa nada parece que no hay nadie. Esperen. ¡Oye niño!, ¿Viste la pelota que pasó por aquí?

—Sí, aquí está.

—Aquí hay un niño, me va a pasar la pelota —dijo el chico mientras seguía apoyado con el estómago en la línea de ladrillos.

—Oye y ¿A qué juegas?, ¡Miren! tiene un montón de botellas y cosas.

—Juego a la alquimia.

—¿A la qué?

—Es como hacer magia.

—¡Súper!, oigan el chico de al lado nos invita a ver su juego de magia, ¡Vamos!

Joaquín no entendía que había pasado, no era de conversar con nadie en el barrio, aún su mamá no le permitía salir y sí salía era para visitar a sus primos en Cerro Colorado. En eso pensaba cuando ya estaban tocando la puerta de la calle.

Los hizo pasar con timidez.

Eran seis, tres varones y tres mujeres, algunos de su edad y otros algo mayores. Su alegría y curiosidad lo contagió, en especial al verlos interesados en su laboratorio secreto.

—¿Y qué cosas saber hacer?

—Pues mezclo cosas y eso.

—Pero, ¿Para qué?

—Para jugar, no es que sea de verdad, solo para jugar.

—Oye, pero eso de la brujería es malo.

—No, los grandes alquimistas usaban su poder para el bien, como Merlín.

—Había malos, mi mamá me contó de una bruja mala llamada Morgana.

—Pues sí.

—Y en las películas de dibujitos los malos siempre son hechiceros. Mejor no lo hagas.

—¡Puaj!, ¿Qué hay aquí?, huele feo.

—¡Miren aquí hay animales muertos!

—Son insectos.

—Oye tus juegos son raros.

—Solo es un juego, no hago nada malo.

—Claro que sí, matas animalitos.

—¡Son insectos!

—Pero en mi clase de catequesis me dijeron que todos los animalitos son hijos de Dios.

—¿Y qué haces cuando aparece una araña en tu cuarto? —Salió a defender a Joaquín el chico de los rulos.

—Pues papá la mata.

—Ves, el chico solo está jugando, así como juegan ustedes a darle a los pajaritos de su árbol o cuando se tiran la pelota entre ustedes, ¿o no se divierten dándole con la pelota a Juancho?

—Eso es verdad, se ríen, pero a mí me duele.

—Ja, ja, ja.

Se rieron mucho recordando también que se burlaban de la voz de tal o los codos de cual. Joaquín respiró algo aliviado, pensaba que lo iban a seguir criticando. Los llevó a la huerta para que vieran los insectos que vivían allí, desde las arañas, hasta los chanchitos de tierra que se ocultaban debajo de los ladrillos, también las hormigas y sus hormigueros llenos de huevos blancos y las mariquitas. Luego les invitó sus galletas. Estuvieron un rato más y se fueron.

A la semana siguiente no fueron los niños a jugar a la casa vecina así que no hubo bulla. La siguiente sí. Joaquín preparó su laboratorio por si querían venir a visitarlo. Pero nada ocurrió. Buscó, en esos días, algo novedoso para sus pociones, para hacer más interesante su juego. En el cuarto de los trebejos, encontró una chombita de cerámica, tapada con barro. Recordó que su mamá trajo ese recipiente desde Locrahuanca, lugar donde vivían sus abuelos. Esa noche le preguntó si contenía chicha, su mamá, entre cansada, mareada y mirando la tele, le explicó que no, que eran los restos de un demonio llamado Jarjacha, que su tatarabuelo logró dominar. Estaba algo eufórica así que se puso a conversar con su vástago.

—¡Una jarjacha!

—Sí, allá en la tierra hay muchas leyendas, así como las que tu lees en tus libros y revistas, pero allá son reales. Tu ancestro era un apucamayoc, una especie de chamán protector. Tenía que atrapar a ese demonio porque era su propio hijo, transformado por el Supay por ser avaricioso.  

—¿Y por qué conservan sus restos?

—Yo no creo en esas cosas, pero le juré a tu abuela que traería eso y lo escondería. Según ella la maldición permanece y, cualquiera que toque esos restos puede transformarse en lo que quiera, así que para evitar que alguno en el pueblo por ambicioso se lo robe, pues me pidió traerlo.  

—¿Un apucamayoc es como un brujo?

—Creo que sí.

—¿Y eso se hereda?

—No pienses cosas, tú eres curioso porque lees mucho, demasiado a veces, no porque tengas poderes, además en la ciudad esas leyendas no funcionan, la gente no cree y para que esos demonios aparezcan debe haber creyentes. Deja eso en paz y comete tus galletas.

La siguiente semana escuchó a los chicos, pero no le dijeron nada.

Pasó una semana más y empezaron las clases. Joaquín se olvidó de estar atento a la casa vecina. Un sábado se le ocurrió jugar al apucamayoc que desenterraba los restos de un tapado lleno de oro. Había conseguido que su mamá le comprara un libro sobre leyendas andinas y estas le ocupaban su imaginación ahora. Estaba en esas cuando un tipo plato de plástico pasó flotando lento y cayó despacio en medio de las tunas.

No escuchó la consabida frase. Esperó un poco, pero nada. Recogió el artefacto y se acercó a la pared para escuchar mejor.

—No hagas ruido, de repente está allí ese niño horroroso.

—Sí, no digas nada, mejor sigamos jugando y cuando llegue tu mamá que vaya a pedirlo,

—Mejor, no vaya a embrujarnos o peor, hacernos beber sus menjunjes.

—La vez pasada que comí esas galletas se me soltó el estómago, seguro estaban embrujadas.

—Es muy raro.

Joaquín se sintió mal. Esa última frase la pronunció el chico del cabello con crespos. Nunca pensó que en realidad lo que hacía era malo. La vergüenza lo inundó. Claro, no lo vio antes, pero sus juegos no se comparaban con los juguetes que usaban sus vecinos. Miró el plato de plástico. Se quedó quieto un momento, con las lágrimas queriendo liberarse, con el sollozo a medio explotar. Respiró. Pensó. ¿Qué haría su tatarabuelo en una situación así? En silencio se fue a buscar algunas cosas.

—Hola tengo su plato, se los voy a pasar, pónganse cerca de la pared para que se los alcance.

Los chicos se sorprendieron pues había pasado una media hora, pero igual se acercaron, queriendo ser quién reciba el juguete. En eso vieron por la pared aparecer a Joaquín por el muro y dejar caer el frisbee. Al correr todos a cogerlo, recibieron un baño de las pociones combinadas echadas de un balde, con un agregado sanguinolento.

El niño los vio transformarse en una especie de llama, con patas alargadas y cuellos terminados en rostros humanos, gritando y llorando. No le sorprendió la transformación, estaba convencido que su deseo se cumpliría.  

El Comecuentos: El ejemplo que me da mi madre

Por: Sarko Medina Hinojosa

Les voy a contar una travesura periodística que tengo desde que ingresé a Arequipa al Día, allá por el 2004. Siempre que puedo escribo sobre mi mamá Liliana en los medios que he trabajado. En artículos, notas sobre obstetricia y demás, la he incluido de tanto en tanto. Pero, esta vez, quisiera que ella cuente su historia como profesional de la salud y que hoy está en primera línea combatiendo el Covid19, ayudando a las nuevas mamás a traer a sus pequeños hijos:   

“Quisiera contarles la historia de una obstetra que nació en un lugar muy alejado de la ciudad de Arequipa, en un pueblito llamado Cotahuasi. Cursó estudios en la escuela María Auxiliadora y culminó en el glorioso Mariscal Orbegoso. Fue madre a muy corta edad siendo ese niño su motor y motivo para culminar su meta trazada ser Obstetriz. No sólo fue su hijo sino también su compañero de estudios ya que estudiaba en el colegio San Juan Bautista y al culminar sus clases entraba sigilosamente al aula de mamá en la universidad, sin molestar a nadie se sentaba en el último asiento y cansado se dormía. Los profesores lo aceptaban como un estudiante más.

Fueron pasando los años entre el cuidado de su hijo y sus estudios, no muy buenos por cierto ya que no fue fácil esta tarea, había carencias de muchas cosas, pero siempre tenía el apoyo de su madre Hilaria, de acuerdo a sus posibilidades, desde su lejano pueblo. Logró culminar sus estudios obteniendo su título profesional de Licenciada hace 31 años. Mis recuerdos son con mis compañeras en el Parque Libertad de Expresión, cerca de la universidad, la estrega de mi placa por mi tía Sabina, internado en el hospital Ex Obrero, recibiendo mi título profesional, SERUMS en Cerro de Pasco en un lugar de fantasía, en plan ceja de selva llamado Villa Rica.

Allí me fui con mi fiel compañero, mi hijo. Nos conocimos desde mis 15 años como él dice. Fue una experiencia maravillosa aunque el terrorismo estaba en la cúspide. Pedía a Dios un día más, para vivir, yo tenía mucho miedo, pero estábamos juntos y él era feliz. En esa selva conoció nuevos amigos, mascotas como 2 boas bebés, 1 tortuga, 2 pihuichos (loritos pequeños) y 1 lora, se imaginan como gritaban, me volvían loca y él era feliz. Mi trabajo era en Essalud pero más atendía a los nativos en sus propias comunidades, tanto así que me llevaron a la fuerza a atender 1 parto que duró 3 días, pensaron que ya no volvería en esos días. Comimos 3 gallinas la parturienta y yo, gracias a dios salió todo bien, me vendaron nuevamente los ojos y me dejaron en una carretera, con mi costal de yuca y plátanos, que les parecía una buena paga. Paseábamos en la selva, nos perseguían los mosquitos como una mancha blanca y nosotros corríamos. Una vez, viajando en la única empresa “Lobato”, de la parte de atrás una mujer empezó a gritar, al acercarme me di cuenta que estaba en plena labor de parto, le quite el pantalón y atendí su parto, ligue el cordón con un pasador que alguien me alcanzó, todos alegres aplaudían y le pusieron el nombre de “Lobatito”.

En esta época pasamos cosas bonitas y muy tristes por amenaza de los “tucos”, tuve que retornar a mi retoño a Arequipa, unos meses más yo también. Se presentaron propuestas de trabajo, pero yo sabía lo que era vivir bajo el terror no acepté. Me quedé sin trabajo 4 largos años, en ese lapso trabajé 1 año como docente, linda experiencia. Luego apareció un programa llamado FOCALIZACION, en el cual no tenías derecho a enfermar o embarazarte y pagabas tu propio seguro de vida, descansabas 4 o 5 días de acuerdo al mes. La lucha fue dura las plazas ofertadas eran las más alejadas y la única que quedaba era la de Yanaquihua, les hice creer que era un lugar que se tenía que caminar mucho para llegar, se asustaron y yo gané jajajaja. Pero con suerte me quedé en Iray, fui la primera obstetra, cumplía la labor de médico, el pueblo estaban feliz conmigo, conocía todos los anexos, no tenía horario, por la atención de un parto me daban la mitad de 1 cordero, llegaba a mi cuartito con un burrito cargado de víveres, ¡qué les parece!.

Atendí por primera vez una miasis, hemorragias, fracturas, una preeclampsia qué nunca se controló, embarazo gemelar, lastimosamente los perdí camino a Aplao en la ambulancia que tardó mucho en llegar. Allí comencé a trabajar cuando Manolito tenía 1año y 8 meses era muy querido, claro si todas las casas se conocía. Una anécdota, era febrero llovía a cántaros él dormía hasta las 5pm, pero no podía salir a traerlo a mi trabajo, porque tenía varios pacientes, incluido un accidentado, terminé y corrí a mi cuarto y encontré la puerta del patio abierta y las huellas de sus piecitos terminaban en la orilla de tremenda acequia de agua. Grité y los vecinos acudieron a mi llamado se dividieron en grupos. Eran las 8 de la noche y nada. Me cansé de llorar hasta que se secaron mis ojos sentada en el camino, faltaba retornar el Sr. Elard, cuando lo vi volver traía en sus brazos un pequeño bulto tapado con un plástico azul. Era mi querubin y me lo entregó. Pensé que estaba muerto, abrió sus ojos y me dijo “mamá”. Gracias Señor no nos abandonaste”.

Mi mamá continúa su relato en su Facebook, porque encontró esa manera de expresar tantas historias que tiene contenidas por ese medio. Aún le falta contar su paso por Tomepampa, Alca, Toro, Huaynacotas, Cotahuasi, Chivay y tantos lugares a los que fue a trabajar y atender partos. ¡Hasta un becerro ayudó a nacer!

Bueno ya hice mi travesura, un abrazo Liliana Hinojosa Gutiérrez, sabes que te amo mucho y te debo todo. Tenemos muchos Comecuentos que leer aún no lo olvides.

Relato aparecido en Semanario La Central

La corbata

Por: Sarko Medina Hinojosa 

No sabía cómo hacer el nudo. Fue a preguntarle a su abuela cómo se anudaba una corbata y la pobre lo mandó a que busque entre las enciclopedias que coleccionaba su padre.

Los anaqueles en la sala guardaban colecciones de Tecnirama, la Océano, Espasa Calpe, Británica, había otras especializadas en Derecho y otras de Educación, pero no creía que alguna tuviera algo relacionado con el arte de vestir para un funeral.

El Toyota Corona de su padre se estrelló bajando la avenida Venezuela hace dos días. Su madre estaba a un costado.

La noticia lo despertó en la mañana con la llegada de la Policía. Un telegrama urgente a la familia en Lima por parte de su mamá y la abuela llegando, dejándolo todo, como venía repitiendo a quien quisiera escucharla, con el fin de cuidar a su único nieto.

Su padre era abogado, de familia puneña, “pero de abolengo”, repetía. También hijo único. Su carrera había acabado con la hacienda de sus padres, pero estaban orgullosos y murieron así, también lo decía. Era blancón, como su madre, la cual era una bella muchacha en su juventud. Se casaron en los albores de sus treinta cada uno en la Iglesia en Magdalena del Mar en Lima y se vinieron a vivir a Arequipa para que él naciera con varias comodidades que ellos nunca soñaron. Compraron una casa amplia, con cochera que llenaba el magnífico coche de color verde. Juguetes nunca le faltaron y mucho engreimiento también. Su madre consiguió un puesto como directora de una Escuela Normal y su padre estaba en el afamado Estudio Valencia.

Trataba de no llorar. Había pasado derramando lágrimas esos días y los ojos le dolían. Fue al cuarto de sus padres. Una cama amplia, con un cubrecama tejido y con los apellidos de ambos por los costados. Las almohadas blandas, a un costado las mesitas de noche y unas alfombras a cada costado. Trataba de imaginarse qué hacían allí, cuando él se iba a dormir. A veces los escuchaba a través de la puerta. La casa tenía un patio central y los cuartos distribuidos alrededor, así que era salir del suyo y acercarse al de sus papás. A veces escuchaba a su papá alzar la voz, otras un rumor que no entendía. Las más de las veces los ronquidos de ambos.

Abrió el velador de su padre. Había dos libros, uno era El Hombre Mediocre de José Ingenieros y otro de caricaturas de Mafalda. Le divirtió que su papá se riera con eso. En el cajón interior una cajetilla de cigarrillos Ducal, el encendedor de su abuelo y unos sobres de laxante ExLax. Otras cosas como sus gemelos para la corbata, el prendedor… nada más. En el de su madre encontró un bordador compacto. Se lo vio varias veces y ella se jactaba de que se lo trajeron de Estados Unidos. En el cajón interior había un frasco transparente con una etiqueta amarilla que decía: polvos vaginales. Dejó de buscar. Tomó el prendedor de su padre y se guardó los gemelos.

En el salón donde velaban los cuerpos estaba lleno de señores con corbata y señoras vestidas de negro. Era el único niño. No veía a los vecinos ni tampoco a los chicos del barrio. Bueno, tampoco creía que los vería. Era un asunto de grandes. No era que le importara demasiado, pero sentía que debían estar allí junto a sus padres que sí vinieron. Su Papá hablaba siempre de que pertenecía al consejo de vecinos y que había logrado la construcción de la comisaría, de las veredas y otras cosas. “Una cosa es vivir al final de la ciudad y otra es no hacerlo dignamente”, recordaba que hablaba en la sobremesa de los almuerzos.

Tenía ganas de gritar, no sabía por qué. Su abuela vino un momento donde estaba para decirle que ya se los llevaban al cementerio, que iban a cerrar las cajas y que sería bueno que se despida.

Al lado del ataúd de su madre, se alegró que estuviera tan bien arreglada, hasta podrían abrir el vidrio que los separaba para darle un beso de despedida. Siempre fue para él una mujer bella, como las que aparecían en las revistas Cosmopolitan que coleccionaba. Su padre estaba con un terno, todo formal. Seguía blancón como siempre. Él sabía que no tenía ese color en su piel, eran más moreno, cobrizo alguna vez le dijeron que era, no entendía demasiado de eso. Pero allí, frente a su padre se quebró.

Sus lloros alertaron a varios amigos que se lo llevaron a un costado. Uno de ellos se quedó a consolarlo. Era un historiador llamado Eloy Linares, lo recordaba bien porque le regaló un año atrás un fragmento de un huaco de la Cultura Churajón.

—Es normal estar triste, extrañaré también a tus padres, éramos buenos amigos, pero la vida es así, estamos aquí y luego ya no.

—No lloro por eso.

—¿Entonces?

—Es que no pude anudar la corbata y la agarré con el prendedor de mi papá a la camisa nomás y se ha soltado.

Mientras terminaban de colocar las lápidas en los nichos en el Pabellón Santa Rita de Casia en el cementerio de La Apacheta, todos lo vieron muy solemne, con su corbata bien amarrada con un nudo clásico, perfecto.    

*Relato aparecido en Entérate AQP

#ElComecuentos: Y cuenta las veces que fuiste feliz

Respira…

Y cuenta las veces que jugaste de cara a la tarde, robándole minutos con tus soldaditos en plena selva de alfalfa, las maderas que eran Transformers, tus taps de chapas chancadas volando por el espacio, antes de ir por el té con pan y ver la tele.

Respira…

Y cuenta las veces en el recreo, a la pesca pesca, con los amigos huyendo de los de la patrulla escolar que decomisaban las bolitas, las caretas, los trompos, las figuritas de México 86, a la salida ir por los laberintos de tres pisos y ser el más capo esquivando los hoyos.

Respira…

Y cuenta las veces que te rasmillaste las rodillas jugando en la calle, al sensencaradesartén, pelotas duras y vóley con las chicas que te gustaban pero no les hablabas, la caídas en las biclas, correr a comprar chichasara y fideos, una fanta y tal vez ganarte el globo mayor.

Respira…

Y cuenta las veredas y las líneas de la muerte, saltarlas y esquivar los buzones de agua, contando los bochos de color rojo, pellizcando en octubre por cada beatito, y en el parque el lingo, saltando entre varios en la escalera humana, venciendo la gravedad.

Respira…

Y cuenta los huevos con arroz, las carnecitas fritas en medio del pastel de tallarín, el pastel de cumpleaños, los quequitos del sábado, las mazamorras al otro día, las pasas y guindones, ir por cachitos de mantequilla, pancito con yema, el domingo el adobo y el pan de tres puntas, darle un beso al anisado.

Respira…

Y cuenta las vacaciones, los atardeceres, los cuentos del abuelo Santiago, el Sanguito de Mamá Hilaria, la casa de la tía Hilda, de la tía Sabina, el olor a alfombra y olor a naftalina, la casa de la tía Delia, los primos jugando hasta el anochecer en una playa eterna allá en Camaná.

Respira…

Y cuenta los clavados en la piscina de El Filtro con los del Muñoz, allá en la de Sabandía, cuando tu amigo Pancho te jalaba en la llanta inflada, paseando con Álvaro en la campiña, jugando con Marcos en el parque de Umacollo, con el Larry yendo al cine con las hermanas, con el Alonso en la esquina de La Salle, aprendiendo a ser más que el Chavo y el Chato Púber.

RESPIRA…

Y cuenta las veces que amaste, las que ganaste, perdiste, te perdieron, ganaron tu vida, perdiste la tuya, te renaciste, te renacieron, te salvaron mandándote lejos, regresando para ser aquello que prometiste, y amando siempre la vida que te regalaron.

¡Respira!…

Y cuenta las cuentas del Rosario, vuelve a respirar por cada una, por las veces que te habló al corazón el amigo que caminó encima de las aguas, las que perdonaste y perdonaron, cada una de las personas que te ayudaron, cuenta las sonrisas de ella, tu esposa que te ama ahora sin tregua.

¡RESPIRA!…

¡Y cuenta las veces que soñaste con tu hijo! Cuéntalas una y otra vez, las sonrisas, sus alegrías, los deditos pequeños, los chanchitos de los pies, las veces que desapareciste su nariz, sus triunfos grandes que ovacionaste, sus pequeños dolores que abrazaste, no dejes de contar y respira, respira, respira que esto no acabará así nomás sin pelear, Medina.

¡Respira!… y ama en cada respiración.

Por: Sarko Medina Hinojosa, relato aparecido esta semana en La Central Noticias

El Roberto Bolaño arequipeño

Por: Sarko Medina HInojosa

—Si me muero, diles que siempre amé a mi familia y que nunca dejé de escribir.

Facundo se lo dijo a Fátima mirándola a los ojos, finalizando la cena, sabiendo que inmediatamente después recibiría una cachetada por su atrevimiento.

¡Plaf!

—No te atrevas a hablar así, mucho nos debes para que te vayas sin más. Déjate de tonteras y ayúdame con los platos.

Pero lo pensó bien antes de decirlo. La frase se le ocurrió, como siempre, en medio del trabajo alimenticio en el Banco, entre la póliza de Juan Benavidez Uscallata y el reclamo de cobro indebido de Guillermina Quispe Acencio. Clarito lo recordaba: “Voy a morir”, supo.

Las señales estaban allí, en sus pulmones. Cogió el bicho.

De camino a casa, ese día, recordaba que, en las catequesis del San Juan Bautista de La Salle, el hermano Marin les recordaba siempre que Dios era como el aire, estaba en todas partes y nada podía no estar con Él.

—Hermano, entonces ¿El Covid es algo así como Dios repartiendo castigo?

¡Plaf!

Podía sentir real el golpe que seguro le daría el hermano de La Salle, así, vistiendo en jean y con una camisa a cuadros, lejos de la imagen ensotanada del fundador de su instituto secular. Es más, luego de haberle dado el golpe, habría prendido un cigarro.

—Óyeme mocoso, no seas faltoso.

Eso le dijo una vez que se encontraron en la esquina de La Salle con la Goyeneche, por el 93. El religioso entró como profesor de religión al Muñoz Najar, que quedaba una cuadra más arriba y Facundo tenía amigos allí, a los cuales visitaba en la tarde, cuando salían y compartían del pico una botella de gaseosa barata mezclada con una aún más barata caña comprada por litro en la Sepúlveda y enamoraban a las chicas del Micaela Bastidas.

Al verlo, lo llamó y le ofreció la botella. Supuestamente no podría decirle nada, había terminado la secundaria en el San Juan el año pasado. Era un exalumno suyo y podía ofrecerle un trago.

—Vienes solo a malear a los muchachos. Cuando aprendas a ser hombrecito te aceptaré un trago.

No lo volvió a ver en esa esquina porque su enamorada, Fátima, estaba embarazada y se lo dijo ese día, cuando estaban en el parque de la vuelta y no aceptaba el vasito descartable con la bebida oscura, calenturienta y desagradable.

¡Plaf!

El golpe de su padre se escuchó a la par del grito de su madre. Hombres recios de contexturas resistentes eran ambos. En otra circunstancia seguro le metía su par de cabezazos y podía aspirar a ganar un round a su progenitor. Pero esa vez no. Aguantó un par de golpes más. Luego escuchó la frase cantada: “Así como fuiste hombrecito para embarazarla así deberás serlo para criar un hijo”.

Lo hizo. Empezó a trabajar en un taller mecánico y Fátima pasó el embarazo en casa de sus papás, hasta que pudieron alquilar un cuarto que olía a grasa de cerdo, en las alturas de Miguel Grau. Ella entró a trabajar en un puesto de ropa en el recientemente inaugurado Centro Comercial Siglo XX. Les fue bien, hasta que la criatura una noche tuvo complicaciones para respirar y murió a los dos días de neumonía.

Hereditario. Él también sufría de los pulmones. Fibrosis Quística.

Culpó a sus padres, descendientes casi directos de alemanes venidos en desgracia que recularon por estos pagos huyendo de la locura nazi. Fátima también descendía de polacos. Una casualidad inconcebible en tierra de mestizos como era Arequipa.

Igual siguieron viviendo juntos. Igual se buscaron en las noches por turnos para desfogar la ira que los consumía. Cómplices en la felicidad de seguir vivos y recordando aquello que los unía en la eternidad, tuvieron tres más. Hijos a los cuales cuidaban como oro.

¡Plaf!

Repitió el golpe, ahora dirigido a su hija. Dieciséis años y con ínfulas de modelo, que terminó engordando después del embarazo adolescente. Recuperó esbeltez, consiguió un tipo que la adoraba y se fue con él a los Estados Unidos. Era una culpa latente, ese golpe, la falta de paciencia, repetir el error, alejarse de sus padres y ahora también le tocaba. Fátima llorando la lejanía y culpándolo sin decirlo. 

—Pero, al final nunca me contestó ¿Este covid será un castigo de Dios o no?

Mientras hablaba con el hermano Marin, tosía como loco. Afuera hablaban de que llegaba el presidente Vizcarra. Él esperaba que sí, para decirle que los tenían como bultos, que no pagaban a los médicos, que las obstetrices eran las últimas del carro, que el balón de oxígeno costaba 6 mil lucas, que sentía la culpa consumiéndolo, que lo ayudara a regresar a su hija, que no era escritor pero escribió hasta el final, que leyera esas palabras porque hablaba las verdades de la pandemia, que convenciera a su esposa de publicar el libro luego de su muerte, porque ella no creía en él.  

Sus otros dos hijos estaban en la universidad estudiando ingenierías de minas y de industriales. El esfuerzo era grande. Ninguno de los tres desarrolló la enfermedad del primogénito. Suplicó a la hija extranjerizada que le haga la prueba al nieto y a los que siguieron. Nada. Una alegría futurista.

Cuando empezó la pandemia supo que moriría. Pero, no recibía señal alguna. Empezó a escribir sus memorias. Intento raro, ya que consideraba que su vida no era colorida, pero igual lo hizo, hasta se inventó pasajes para darle matiz y abordó el tiempo actual para darle contundencia. Al final le salió un texto extraño, que no iba a ninguna parte, con intentos de drama pero que no cuajaban o de humor negro, pero más claro, o así se lo hizo saber Medina, uno de esos chicos con los que paraba en la esquina de La Salle y que terminó siendo escritor. “Corrige como si de eso dependiera tu vida, allí te mando algunas observaciones”, le dijo en un mensaje de WhatsApp hace tres semanas.

¡Plaf!

Sonó el anillado en la mesa, cuando se lo entregó a su mujer un día después de la cachetada inicial.

—Hubo un escritor que escribió una gran obra para dejársela de herencia a su familia, no lo vas a confundir con el Chavo del 8, sus nombres se parecen. Si esto funciona recibirán algo de plata. Medina te ayudará a publicar esta novela. Aprovechen el drama de mi muerte, eso podría beneficiar la publicidad.

Fátima no dijo nada. Lloró en silencio esa noche, incapaz de poderle decir adiós mientras lo veía partir envuelto en frazadas en el carro manejado por uno de sus hijos.

La señal fue esa premonición en el banco. Las correcciones las hizo a conciencia mientras sus pulmones se llenaban de moco. Entregó el manuscrito a su Fátima junto al USB. En la noche estaba en una de las carpas del Honorio Delgado. Murió el día siguiente, por la tarde, después que el mandatario no llegara a verlos y supo que una mujer corrió detrás pidiéndole piedad por ellos, los estacionados en la cola de la vida o la muerte, luego que los escondieran para evitar que den mal imagen al Gobernador Regional.

—Hermano Marin, ¿por qué no me responde?

—Porque en realidad no estoy aquí y tú estás a punto de saber las grandes respuestas.

La novela se llamó: “Historia en cinco golpes”.

Fin

Este cuento fue hecho en su totalidad escuchando esta canción:

Búsqueda: ¿Cuánto vale «Historia de un Deicidio» autografiado por MVLL?

Por: Sarko Medina Hinojosa

El agua con lejía sale formando un disparo que se abre en varias direcciones y moja todo con gotas de rocío.

Su primera esposa se llamaba así. Enamoraron cuando ella hacía su trabajo comunitario en un pueblo de la sierra y a él lo invitó un amigo de la universidad a pasar las vacaciones. Se quisieron mucho por varios años, pero, luego el 2020 cambió todo. En un poema, anticipando el final del idilio, ella le escribió: “Soy las gotas del rocío de la mañana que empaparán tus recuerdos, cuando ya no seas mío”. Era una gran lectora, le contaba sobre autores, sus anécdotas y fama.

Limpia el escritorio con delicadeza, sin apurarse. A su edad la rapidez solo conduce a sofocarse y, en esos días, cualquier acelerada a su corazón puede costarle caro. Para evitar cargar todo de una sola vez, en las últimas semanas fue desocupando sus cosas.

Admira la superficie de madera brillante. En ese escritorio, cuando lo ascendieron a jefe, con Rocío hicieron el amor entre risas y fingidos papeles entre el jefezote y la secretaria. Nunca tuvo una, solo asistentes varones con los cuales cumplió su labor diaria, durante 33 años. El mueble era de roble, sin necesidad de que se lo cambiaran en todo ese tiempo, solo una pulida y barnizada.

Allí firmó papeles, también los de su divorcio para enviarlos por PDF hasta el pueblo en que fue a refugiarse la madre de sus dos únicos hijos. Ella le enseñó a limpiar las cosas con cuidado cuando empezó la pandemia. La presión del trabajo, el miedo constante que llegara contaminado, los secretos que poco a poco salieron a la luz y sus propias ansiedades, los llevaron a la decisión final de o ellos o su trabajo. Se fueron los tres y él se quedó enfrentando la segunda ola del “bicho”, en octubre de ese fatídico año.

Un mes después, sus hijos le contaron que no sufrió mucho, dejó de respirar cuando llegaron al minihospital de la capital de provincia, que la crisis le dio en la noche y duró tres horas, nada más.

Le hubiera gustado estar allí. No se podía viajar. No alcanzó a llamarla. Nunca se lo perdonó, pero la vida le apaciguó el alma y ahora era un pinchazo que se le reavivaba cada noviembre.

Ahora, que estaría libre, podría visitar a sus hijos y rezarle a esa caja en la que estaba.

Podrá hacer varias cosas. Lo que no haría será enterarse, anticipándose siempre a todos, con la única tarea para la que se sabía perfecto: la de saber.

Se hace tarde, reanuda la limpieza, ahora en los equipos de cómputo. Su ordenador sí cambió en esos años. Tuvo uno muy básico, una HP 280. Luego, una Pentium 2, una i2, una MAC, muy mala al final que tuvieron que cambiarle por una laptop Toshiba y luego una i7, una celeron3000 y finalmente una iPac de Huawei con una resolución casi perfecta, aún para sus disminuidos ojos.

En todas ellas era la misma misión, redactar notas de prensa, documentos que el Gerente General debía firmar, autorizaciones, informes de investigación, saludos protocolares y demás. Siete jefezotes, pero él siempre permanente. Dos veces lo quisieron cambiar, las dos veces lo repusieron. Sus conocimientos no eran los más modernos, pero eran efectivos, concretos, sabía el teje y maneje en medios y también los internos.

Durante la crisis del 2020, sus conocimientos fueron esenciales para ahorrarle a la empresa multas en despidos o suspensiones perfectas. Conocía a todos los trabajadores y también algunos de sus secretos, de tal manera que acordaba con cada uno recortes salariales en beneficio del colectivo, con tal de no cerrar y que conserven sus trabajos, sin llegar a especificar su conocimiento, pero insinuándolo.

Solo una trabajadora no tuvo ese recorte. La Secretaria de Gerencia. Antigua como él, pero que le conocía un secreto. Abogó por ella.

La verdad es que tuvieron algo. Se llamaba Marta, como la canción y hasta se la cantó. Ella se reía de sus intentos. Le propuso algo sencillo, unas cuantas salidas, un par de veces en esa misma oficina y sillón terminando en una travesura meridional, con más risas que conclusiones placenteras. En un acto de sinceridad se lo confesó a Rocío a mitad del primer estado de emergencia nacional, como para quemar puentes y que se fuera con sus hijos a la seguridad de la sierra y su aire puro. El “bicho” la buscó incluso allá. Su sinceridad no valió de nada.  

Marta no sobrevivió a la pandemia. Como tantos otros: Rocío, un par de sobrinos y varios vecinos. En la empresa fueron 6 los fallecidos. Golpes duros, pero se afrontaron, no se contrató remplazos, los que quedaban asumieron labores extra. Fueron 5 años de esfuerzo por no quebrar. Sus hijos se casaron y no abandonaron la casa en la sierra ni la caja de su mamá.

Luego de la pandemia y sus tres rebrotes, muchos prefirieron la paz de los pueblos serranos. El Gobierno dispuso que la Internet sea gratuita y eso mejoró el teletrabajo, en especial la docencia universitaria. Sus hijos eran catedráticos. Orgulloso, limpia la foto familiar. La guarda junto a un libro en su maletín.

Termina de limpiar, no quiere dejarle algo sucio al nuevo relacionista. Lo convencieron de retirarse. No mucho, ya lo había decidido. Su nueva esposa era algo menor y querían sembrar árboles frutales y hierbas aromáticas en una hacienda que compraron a precio regalado por Sabandía. Una buena inversión que pagó al contado, para no tener deudas. 50 mil dólares le costó.

—Muy bien, me retiro Don Fermín.

—Ok, Señor Mendieta. Pero, antes que se vaya, tengo una duda.

—Cuál será.

—Se supone que en su oficina había un pequeño museo de la firma, equipos antiguos y un librero lleno de ejemplares únicos. Pero, cuando se hizo el inventario el 2027, ya no constaban varios, así como reliquias invaluables en maquinaria antigua. Son 467 libros, incluyendo la colección de Historia del Perú de Basadre original con sus anotaciones, cámaras fotográficas, miniproyectores… la cual ahora vale una pequeña fortuna en Amazon.

—Claro, claro, pero, como consta en el reporte, al parecer se los llevaron los trabajadores de fumigación. Cuando regresamos después de la primera cuarentena ya no estaban. Raro en verdad, pero ha pasado tanto tiempo que ya ni recuerdo bien…

—Es imposible que tantos libros desaparecieran así. Esta empresa tiene casi 150 años, su área era la responsable de cuidar ese material.

—Sabe que los únicos que regresamos a este local fuimos un personal de secretaría, uno de recepción, dos de despacho y yo. Todos se fueron a la nueva central en La Joya mientras duró la pandemia, incluso Gerencia General. Luego, todo se pasó a digital y con el desbarajuste que se formó aquí en el centro, pasé solo en la oficina por casi dos años. Nadie quería venir a trabajar aquí. Solo yo me atrevía a venir de mi área para poder digitalizar todo. Fue un trabajo duro. Difícil. Pero lo hice, aprendiendo algunas cosas en el camino.

—Lo entiendo, pero no puedo firmarle su salida hasta saber qué pasó realmente con ese material, sería un gran activo de la empre…

—Digitalizar todo, es un trabajo que me dio la oportunidad de tener acceso a cámaras de seguridad y crear respaldos, fue una medida de seguridad que acordamos con el Ing. Benavente… estuvo como hace 5 gerentes generales antes que usted. Esas grabaciones eran de respaldo porsiacaso pasara algo con los de la central. Como sabe, en plena cuarentena dos de los servidores se malograron por una baja de potencia. Luego volvieron todos a esta sede, pero el resguardo de videos continúo bajo mi supervisión.  Felizmente está todo salvaguardado… Bien nítido todo ¿sabe?

—Espere, eso no lo sabía.

—Sí, es parte de mi trabajo comunicárselo al nuevo Gerente cuando sale de su puesto, pero como el que se va ahora soy yo, le aviso. Aquí está el respaldo. Son 300 teras de información de los últimos años en 5 discos láser. Pero si desea ser exhaustivo, puedo entregar esta información a la junta de accionistas directamente para que nombre una comisión de revisión para analizar todo lo que pasó en esta sede, hasta puedo presentar informes, incluso lo de esos años, incluso lo de hace dos semanas… Porque si bien se puede borrar registros en la central de vigilancia, en estos discos, pues no.

Hay silencios nobles, cordiales, tensos, con el odio cargando el ambiente y hasta graciosos, silencios que se rompen con un beso apasionado o con una risa nerviosa, como fue ahora.  

—No, no es necesario Señor Mendieta. Le firmo el cargo de los discos láser más bien, como dice lo de los libros está en el informe, no creo que sea necesario molestarlo, en especial por todo el sacrificio que ha hecho por esta empresa en el área de comunicaciones.

Mientras manejaba a su casa, el neojubilado piensa que los hombres repiten acciones y costumbres, pecados y excesos. En el caso del nuevo gerente general, también quiso celebrar su ascenso estrenando su escritorio. Pero la elegida no era su esposa. Era una de las jovencitas de despacho. Eso se notaba en los videos 5K. Lo que nunca se notaría, porque aprendió a evadir la filmación, sería la costumbre que tuvo de llevarse un libro cada día en esos años en que la soledad de su trabajo le permitía no solo aprender sobre digitalización de documentos sino también a manipular cámaras y averiguar costos de libros antiguos y máquinas vintage en Amazon, que con el tiempo aumentarían mucho más su valor. Incluso ahora, en su maletín, llevaba un libro autografiado de Mario Vargas Llosa para uno de los gerentes. Ese ejemplar de “Historia de un Deicidio” valorado en 5 mil dólares, le daría lo suficiente para pagarse un buen viaje donde sus hijos, llevarles regalos a sus nietos y, de repente, hasta un disfraz coqueto de secretaria para su nueva esposa. Sonrió.    

(Relato aparecido en la página Entérate)     

Imagen/Referencial

“Soy tu valiente”

Por: Sarko Medina Hinojosa

La música no proviene de su celular, sino de un mp3 con bluetooth que tiene en la media, sujetado por un gancho. Tampoco proviene de esos audífonos estándar que lleva colgados, sino de un micro audífono que calza exacto en su oído derecho. No le costó demasiado, son de segunda.

Los golpes son asimétricos, volubles y sin sentido, él no pone resistencia. Una patada va a su cara cuando en el piso ha rebotado su cuerpo adolescente. Se cubre con las manos y minimiza el impacto. Las manos le quitan billetera, celular, los audífonos, la mochila con los víveres, las zapatillas, la máscara y la correa.

Mientras todo sucede escucha: “Levántate del suelo, bailando toda la noche, ¡Levántate del suelo! Bailando hasta el amanecer”, la estrofa más pegajosa de «Dancin» de Aaron Smith, pero, obvio, de la versión remix de Krono con la participación de Luvli.

Se para y casi escupe la sangre acumulada en su boca. De su otra media saca un poco de papel higiénico y allí bota todo y guarda en el bolsillo. De la parte interna de su pantalón saca una mascarilla quirúrgica y se la coloca. Tiene en otro dobléz de su pantalón un poco de dinero escondido, pero, para conseguir una movilidad debe llegar a la avenida, pero no compraría las medicinas… Empieza a caminar.

Suena «Pumped Up Kicks» de Foster People. “Todos los demás niños con los tenis caros, deberían de haber corrido, mejor corre, más rápido que mi pistola”.

Van tres veces que lo asaltan, con esta es la cuarta desde que todo ha vuelto “a la normalidad”. Esta vez no le han quebrado nada, pero le duele la pierna, no terminó de sanar bien de la última vez. Tiene que avanzar. Lo único que debe preocuparle es comprar las medicinas, está decidido. La próxima vez hará otro bolsillo interno para colocarlas allí, aunque le rocen y se le ponga sensible esa parte.

Se cae.

“Te quiero a mi lado, para así nunca volver a sentirme solo otra vez. Ellos siempre habían sido muy amables, pero ahora, te han alejado de mí, espero que no consigan entrar en tu cabeza, de todas formas, tu corazón es demasiado fuerte. Necesitamos traer de vuelta el tiempo que nos han robado”. Quiere detener un poco el tiempo mientras recupera la respiración en medio de las notas de Milky Chance y su «Stolen dance».

En el piso comprende que la anestesia de la adrenalina se le ha pasado y recién empieza a sentir el verdadero dolor de las heridas. Respira. Calcula. Una hora para que se active el toque de queda. De repente un policía lo pueda llevar, pero recuerda que a los heridos los dejan en el piso hasta que alguna ambulancia se apiade y los recoja. Ya murieron varios así. Es el protocolo.

La farmacia más cercana está a diez minutos arrastrándose. Debe llegar. Debe comprar. Ella debe tomar su pastilla. Debió salir ayer. Se distrajo, la flojera, no quería salir. Era un mal hijo.

No. No podía serlo, no mientras ella lo necesitara.

Llega a la farmacia y logra pararse. El dolor cede. Compra gasas y naproxeno para él, una bebida energizante.

—¿Puede caminar?

—Sí, me queda media hora de camino arrastrándome.

—¿Perdón?

—Es una broma, ya puedo caminar —responde a la boticaria.

Retoma el paso y se siente más seguro. Para evitar un nuevo asalto, va por la avenida, aunque sean 10 minutos más.

Avanza sin detenerse, solo para respirar y verificar que no sangra más. Uno de los ladrones por placer, por joder, por las drogas, por la violencia en su ser, le había punzado una de las piernas. La sangre no mana de la herida. Siente hambre. “Enfermo que come no muere”, se repite, soñando despierto con el pan que le espera, de repente y le puede agregar jamonada. Mañana no la comerá en el desayuno en compensación.

Sube un poco más el volumen de la canción que suena en ese momento. Es de Of Monsters and Men, se llama «King and Lionheart» y puede recordar el videoclip, dos hermanos (o una madre y un hijo) que son esclavos, escapan pero se separan; el video queda en suspenso, la muchacha corre para salvarlo, a pesar de los que la persiguen. “Y mientras el mundo llega a un final, yo estaré aquí para sujetar tu mano, porque tú eres mi rey, y yo tu valiente, un valiente, un valiente”.

—Yo soy tu valiente, mamá —casi grita en medio del silencio de la calle y sigue avanzando.

Unas sombras lo han escuchado y se acercan. Las mascarillas los cubren. Pueden ser ladrones o policías. No lo sabe. Él solo escucha la canción y avanza sin miedo a nada ya.

El Comecuentos: Boas cafetaleras

Imagen referencial.

En 1990 mi mundo se descuajeringó de tal manera que terminé a más de tres mil kilómetros de mi Arequipa natal, estudiando en el Emblemático Colegio Santa Apolonia número 34418 en plena ceja de selva peruana. Estaba en sexto año de primaria y por pasar el mejor año de mi existencia junto a mi madre.

Dentro de todas las aventuras que pasamos, recuerdo la primera noche que dormimos en el cuarto que alquiló en una casa multihabitaciones y baño común. Estábamos roncando de lo lindo en el colchón que tiramos encima de unos cartones, a espera de una buena cama de madera tornillo, cuando, iluminada por la luz pública que hasta las 10 se mantenía encendida, una araña del tamaño de un camión; bueno, del tamaño de un Datsun del 78; está bien, una araña del tamaño de mi mano de diez años y ya no exagero que así fue, caminaba lentamente, proyectando sus patotas en la inmensidad de la noche llena de temores míos contra los arácnidos.

Allá en Arequipamanta, en la huerta de la casa, vivían libres y hambrientas, una colonia inmensa de arañas en la mata de romero que teníamos. Hasta creo que les hablaba y no sé que cosas les decía en la soledad del hijo único. Pero un día en canal 8, “El Canal de Arequipa”, pasaron el capítulo donde a Punky Brewster y sus amigos caían en una cueva embrujada y su continuación en la cual una enorme araña los aterrorizaba (y de paso a mí para toda la vida con respecto a los arácnidos y sus variantes). Así que esa noche mi grito alertó a mi madre que no tuvo mejor idea que prender la luz y decirle “shu shu” con la sandalia porque también les tenía miedo a esas arañas selváticas que cazaban ratones.

Pasados los sustos y aclimatado al cafetero clima de Villa Rica, hermoso poblado de Oxapampa en Pasco, mi temor a los animales oriundos desapareció. Mi madre estaba haciendo su SERUMS y la odontóloga y la médica de la posta vivían en otra casa multihabitaciones en un segundo piso. También vivía allí un caballero mayor que tenía un minizoológico en su casa de campo del lugar. Era en realidad un albergue de animales que fueron rescatados. Papagallos, loros, piwichos, tigrillos y boas abundaban en el lugar. El caballero estaba enamorado hasta el tuétano de la doctora Silvia y complacía todo lo que ella le pedía, hasta llevarnos a conocer a nosotros los colados amigos, su colección.

Por ese entonces Panamericana Radio tocaba sin descanso Mi negra Tomasa, del grupo mexicano Caifanes. Para todos era una cumbia, nadie se imaginaba que los rockeros solo hacían un cover de la canción cubana del compositor Guillermo Rodríguez Fiffe. La música era pegajosa y hacía bailar como culebras a medio mundo en las fiestas de los sábados en el local municipal donde se organizaban bailes populares a los cuales nunca fuimos, pero escuchábamos a todo volumen al estar cerca nuestra habitación. Pero, los domingos, en silencio todo estaba para poder ver la película en Frecuencia Latina, que llegaba como único canal hasta el lugar y que en casa veíamos en un moderno televisor de 12 pulgadas que alumbraba la habitación con su paleta de grises. 

En un arranque de complacencia, el dueño del minizoológico me regaló un par de crías de boa, las cuales dije que me gustaron. Serio. Tenía dos boas de unos 30 centímetros en una caja de zapatos con agujeros para que respiraran. Me las dio alimentadas así que lo único que hacían en esos días era enroscarse en mi brazo y sacar la lengüita para saborearme. Yo feliz. Mi madre era otra historia.

Parece ser que, a ella, más que arañas, tigrillos, zancudos, suris, pirañas o demás animales de la Amazonía, lo que de verdad le aterraban eran esos largos y moteados animalitos. Una noche de domingo, mientras veíamos la televisión y ya dormitábamos, la caja mal cerrada dejó paso a que una de ellas sacara la cabeza con el sinfín cuello. La luz de la televisión ayudó a proyectar los máximos horrores en la mente de mi madre que pegó tal grito que creo le contestaron en el barrio maderero, a un kilómetro abajo. Al otro día los animalitos fríos, larguitos y cariñosos, retornaron de dónde salieron.    

Coda: Si bien entendí porqué no podíamos quedarnos con las boas, el caballero terminó regalándole dos piwichos, una lora y una tortuga, a pocos días de mi salida apresurada de Villa Rica en el 91. Pero eso da para otro Comecuentos.    

Relato aparecido en el Semanario La Central

Así es el Seguro, Papá

Por: Sarko Medina Hinojosa

—Recuerda, Papá, ahora están atendiendo en el Metropolitano por el sótano, la entrada principal está cerrada no te bajes allí. Tienes que ir por donde sacan sangre, vas donde entregan los tickets y de frente sigues por el sótano, doblas a mano derecha, luego a la izquierda, hay unas gradas, subes al segundo piso y allí ya sabes, has estado antes. Te toca consultorio Medicina Interna 2, con el doctor Cáceres. Aquí está el número de la consulta, no lo pierdas. Te acompañaría, pero me van a descontar en el trabajo si vuelvo a llegar tarde, pero cualquier cosa me llamas y allí sí puedo salir.

—Tranquilo, no te preocupes, no estoy tan viejo para que me anden llevando como guagua.

El taxi lo llevó rápido. Efectivamente, lo que era la entrada principal al Metropolitano estaba cerrada con paneles azules. Al llegar preguntó al guachimán. De frente, por donde los tickets, gracias. Espera, esto es un sótano que da a un almacén, que es esto, hay una flecha: Rx. Laboratorio, pero no dice nada de Medicina Interna, para la izquierda entonces, llega a otro patio, otro almacén, señorita ¿y Medicina?, por las escaleras al segundo piso, eso lo sé, digo por dónde, por allí está la señal. Allí estaba todo el tiempo. Consultorios segundo piso. Retoma el camino, pero hay dos entradas, cuál es, escoge la segunda, cree que por allí no vino, pero sale a dónde toman sangre. ¿Tiene su ticket?, quiero ir a Medicina Interna, por dónde vino, señor, dobla a mano derecha y de allí a la izquierda, ya me dijeron ¿pero por cuál se sube?, allí hay un letrero, no lo hay, señor tengo pacientes, está bien, pero no hay. Allí estaba, y podía ver directo al otro que primero vio. Los dos indicaban clarito por dónde subir. Bueno, la preocupación, el dolor de espalda, la rodilla, la presión. Vamos, son escaleras, ya te enfrentaste a ellas antes. Segundo piso, le toca consultorio 2, entonces va al cubículo de las historias, saca su papelito, nombre, hora, consultorio y número de cita. No hay Consultorio 2, ¿Perdón?, sí, al doctor Cáceres no le han designado consultorio, pero yo qué culpa tengo, no es culpa de nadie, ¿Sí señora?, consultorio 4, sí, con el doctor Carhuamayo, vaya rapidito ya está atendiendo, perdone, pero, entonces ¿a dónde vamos?, espere. Los momentos pasan, su papelito empieza a sudar, el calor, la gente, caras desconocidas, es un ambiente lleno de sillas y no puede sentarse, sus piernas se lo piden, pero la urgencia no lo permite, se sienta y desaparece como reclamante, se convierte en un resignado y esperará eternidades, morirá en esas sillas azules institucionales. Señorita, entonces… entonces hay que esperar, mire ya estamos solucionando, se irá a uno de Dermatología, allí atenderá el doctor. Pero tengo resultados de Rayos X, recuerda, a las justas, en esos chepis que le da la memoria, se siente triunfador contra la ancianidad, recuerda lo que ni su hijo le recordó, puede con todo, con el mundo. No tengo historias. Pero tengo que ir primero, soy el primero ¿no? sí, allí está mi papelito, ¿en qué momento lo puso allí?, está allí mire, si no voy ahora el doctor me atenderá mucho después, por favor. La cara de lástima la tenía preparada, con una sonrisa, antes, de joven, algunos chistes o piropos aceleraba trámites, ahora no se atreve, viejo mañoso, viejo verde, viejo ridículo, trata de no pensar. Mire aquí el número de su historia, con eso podrá ir. Un papel casi en blanco, impreso con tinta de cinta, su viejo enemigo y sus ojos falsos ya no le sirven, ni de muy cerca descubre nada, ¿es un dos?, ¿o un ocho? Jovencito, ¿me ayuda?, es 238832, gracias. Anótemelo y voy. Espere, dónde queda. Por donde vino, está en los letreros. Estaba más que seguro, sabía dónde ir, ese pasaje que no tomó, con el Rx clarito. Llega, le pregunta a una señora, al segundo piso, ¿perdón qué?, pero si de allí vengo, pude ir de frente, yo no sé, suba nomás. Las gradas, esas plataformas de apoyo que desgastan sus zapatos. Las barandas, puntos de apoyo de los cuales soltarse ante la embestida de alguna dama bajando. Trata de no enojarte, nada ganas con enojarte, así es el Seguro, le dijo su pequeño que ahora tiene 45 años, qué sabrá él, pero sabe mejor que él. La ley de la vida. Y allí llega, ¡allí están estos son, los pacientes que recibirán radiación! y los mira y mira la pared de tripley que corta el acceso a otros ambientes, claro, por eso no lo mandaron directo. Allí están, esperan eones, milenios, centurias, no hay cola, entonces cree que puede llegar a la ventanilla. Hay cola, no se pase, pero solo quiero preguntar, pregunte después de formar cola. Pero mi cita es ahora. Espera un momento, tiene las de perder, todos tienen caras de trasnochadores esperando turno. Sale una enfermera. Sí, sí, no, no, tiene que esperar. Está asustado los minutos corren. Por favor, es solo una consulta, ya dejen pasar al viejo. Espera. Quéeeeeee. Oiga, más respeto yo no soy un viejo, quién lo dijo. Ya pase nomás cocharcas. Oiga, que es esto, yo no le falto el resp… ¿cuál es su consulta?, dígame, ¿me veo como un viejo?, no perdón, aquí se recogen las placas, es que tengo consulta y el doc… eso se pide en Archivo. Baja las escaleras, te duelen los músculos. Archivo, dónde carajos queda esa vaina, la paciencia se le diluye entre el sudor de la vergüenza y el calor. Señorita, por caridad, para recoger los resultados de Rayos X, allí pues en laboratorio, suba las gradas y… de allí vengo, me dicen que en Archivo, allí está. Y el dedo señala al orificio de gusano, al callejón de las ánimas, no hay más letreros, no hay señales, ni guachimanes, nada, algunos trashumantes sentados, espectros de otros pacientes que lograron sacar el cuerpo, pero no el alma. Dos personas antes que él. Eso es un alivio. Señor busque bien, señora ya busqué y no está, lo haré de nuevo. Cinco minutos más, no está señora, pero debe estar, recuerda si tiene otra referencia, mi historia antigua de repente, pero por allí hubiera empezado, deme el número. Regresa, un sobre blanco percudido, lleno de marcas de dedos anónimos, pero señora esta es una radiografía antigua, sí, ya no quiero que me atiendan aquí, iré a particular, estamos octubre y mi próxima cita es para enero, no llegaré viva. Nunca escuchó que las radiografías salgan afuera. Pero tampoco nunca escuchó que un empleado público se calle, se hace a un costado quiere ver a la dama. Entiende. También le daría hasta la billetera, el sufrimiento ha remplazado sus ojos, su boca, la nariz. Sale casi tropezando con su suspiro. Ya me dieron, vamos entonces. Ve alejarse a la pareja, recuerda a su María. Y si hubiera hecho lo mismo, si hubiera peleado más, si no… pero nada, ya tiene el enorme sobre blanco, nuevecito, con sus radiografías, tiene que subir. Espera, ¿y los análisis de sangre?, es posible, no quiere creerlo, es posible que los necesite, antes los tenía que pedir, ahora también, le responde la del cubículo de historias, no hay sistema. No quiere bajar y volver a subir las escaleras. ¿Dónde es Laboratorio?, allí señor, siga la flecha, es el letrero, sí, no lo vio, no vio el cáncer, no vio el carro que venía rápido, no vio la recesión, las colas, malditos presidentes, señor ¿se siente mal?, sí, por eso saqué cita con el doctor Cáceres, es buenito, ya lo atendió la primera vez, y siguió hasta los resultados, la sentencia, la cita fue en agosto, señorita, ¿cómo me va a decir que no hay análisis?, el doctor se va a enojar, por favor, señor ¿se siente mal?, sí, ¿no lo escuchó? Por eso vine, ya le dijo el doctor que deberá seguir todos los trámites para que le den cita para Cardiología y Anestesia y eso es lo último, que lo van a operar, pero debe tener todo, a su María no la llegaron a operar, se fue nomás, así despacito dejó de respirar, el doctor me va a ayudar, pero debo llevarle todo, entiendan por favor, vaya a hablar con él pero no grite, nadie está gritando, yo no grito, soy una persona amable, he trabajado toda mi vida, trato de ser honesto, ni intenté cobrar doble seguro como me dijo el abogado, solo saqué a mi hijo adelante, pero no puede venir, si viene lo botan del trabajo, tiene dos hijitos y problemas con su esposa por mi culpa yo lo sé, no me dice, pero lo sé, por qué me gritan, estas escaleras, una tras de otras, ¿van para arriba o para abajo? porqué son tan grandes, señor ¿se siente mal?, sí me siento, un ratito por lo menos, deje que me acomode, señor, ¡Señor!, ¡Auxilio!

Despierta. Su hijo lo mira sonriente. ¿Está en el Cielo? No, no estaría su hijo, estaría su María.

—¿Qué pasó?

—Nada papito, despertaste nomás.

—Tienes agua.

—Vas a tener que aguantar, recién en una hora podrás tomar. Han sido dos días fuertes.

—¿Qué?

—Me llamaron de aquí, me dijeron que te habías caído de las escaleras y te llevaron en camilla porque creyeron que te rompiste la cabeza. No reaccionabas. Cuando llegué el doctor Cáceres estaba tramitando todo. Dijo que de suerte te caíste y así podía meterte de una vez a sala de operaciones, aprovechando que ya estabas en Emergencia y que el cardiólogo estaba de acuerdo. Te quedará la cicatriz en la cabeza, pero ya pasó, estas mejor. ¿Qué pasó?, por qué te caíste.  

—Nada hijo, creo que tu mamá me dio una ayudadita o empujadita para que todo esto salga así. ¿No te dijeron algo en el trabajo?

—Tranquilo, me dieron libre hoy para poderte llevar a casa, más tarde te dan de alta.

—¿Tan rápido?

—Así es el Seguro, Papá, así son las cosas.

—Claro, hijo, así son las cosas, tú lo sabes.   

La chica que quería ser Slash

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—¿Te han roto el corazón alguna vez?

La pregunta la realiza su acompañante, una amiga reciente. Por un favor cumplido prometió un helado y están allí, sentados en ese local de hamburguesas al paso, a pocos metros de la Plaza de Armas.

Estaba por evitar responder, al fin y al cabo no estaban en la fase de contarse secretos.

—Sí, pero la peor de todas fue mientras sonaba en mi cabeza una canción inolvidable, que hablaba de una niña, una maldita dulce niña.

—Te vas a poner poeta, que aburrido. Mentira, seguro que fue en la universidad. ¡Huy! Si hasta puede ser que aún la veas, masoquista eres.

Fue en la secundaria.

Hora de irse a la oficina, el refrigerio acababa en diez minutos. Miró a la muchacha, porque eso era, quince años menor que él. Quince años, la edad que tenía Iris en ese entonces.

—¿Vas a contarme o te harás el exquisito?

—Está bien. ¿Sabes quién es Slash?

—No.

—¡Es el mejor guitarrista de todos los tiempos! Sí, ya sé que no es de tu época. El punto es que ella quería ser Slash, era su sueño, me lo puso en mi slam.

—¿Qué huevada es un slam?

Pasó por alto la mala palabra. Estaba acostumbrado a que las chicas de este tiempo se dieran mayor importancia soltando un insulto de rato en rato.

—Era una especie de cuestionario que se escribía en un cuaderno y que se lo pasabas a quienes quisieras que lo respondieran y en las páginas finales te ponían un recuerdo con dibujos, frases o lo que sea. En ese tiempo sólo las mujeres te lo pasaban para que lo llenaras, pero yo me hice uno… quería con eso saber qué querían las chicas que me gustaban.

—¿Resultó?

—Claro.

No, no resultó. Por ejemplo, en lo que respondió Iris lo que más recuerda es que a la pregunta de “¿Qué vas a estudiar?” ella respondió “Música”, a la de “¿Un sueño?” respondió lo de ser como Slash, y en el recuerdo final una inolvidable composición con los títulos de las canciones de Guns en un texto en inglés, pero ningún indicio de cómo conquistarla.

Estaban en quinto año él y ella en cuarto. Él en el Claretiano y ella en Nuestra Señora de Fátima. Los dos vivían en Mariano Melgar. La conoció cuando cambió de paradero y no se iba hasta la avenida Goyeneche a tomar la Línea 11 sino que bajaba a la avenida La Marina para tomar la Línea 6. Fabián iba con tres más de su clase. Iris, por parte con cuatro chicas. Eran mancha.

—No era bonita.

—Eres una basura ¿cómo vas a decir eso? Entonces para qué querías estar con ella.

—No me entiendes, digo no era bonita así como dirías un cuerazo, era media cuadrada, de cara media en rectángulo, blancona y con acné. No destacaba por su cuerpo o rostro, pero era súper inteligente y lo más importante, le gustaba el rock pesado.

Por ese entonces conoció los placeres del rock y sus variantes ochenteras y noventeras de la mano de los grupos más representativos que existían en su mundo adolescente de 1995: Metallica, Iron Maiden, Nirvana y Guns N’ Roses. Este último era su preferido y a ella también le encantaba.

—No me importaba como se veía, si era o no bonita, me atraía porque podía hablar con ella sin cansarme. Me encantaba hacerla reír con mis ocurrencias. Mirarla así de reojo y sentir que en todo el trayecto ella, en un segundo, sea al bajarse o desde la calle, me devolvía la mirada.

—Mucha novela mexicana miraban en ese entonces.

Ignoró el sarcasmo de la muchacha. Siguió rememorando como una necesidad, no de contestar alguna pregunta, sino de explicarse a sí mismo el porqué de lo vivido con Iris.

En el tiempo en que recién la conocía no entendía si estaba enamorándose o era empatía por la muchacha. Así empezó a mostrar interés y conversar con ella. Obviaron los silbidos de su mancha y se separaban de ellos para hablar. En varias ocasiones se bajó con ella para acompañarla a su casa. En una de esas conoció a sus padres. Recordó cómo sintió un calor intenso cuando los saludó. Después de ese día entraba a la casa como si nada y se quedaba a almorzar. Era cuestión de llamar a su casa y, aunque su abuela se enojaba a veces se lo permitía en consideración, siempre lo supo, a que no tenía padres.

Pasaba con ella muchas horas hablando de las bandas, en especial de Guns, que si Axl se tatuó la cara de su esposa en el brazo o si era verdad que le tiró los tallarines en la cara a uno de los integrantes de la banda y por eso el nombre de su último álbum, o si su voz era producto de fumar puros y beber güisqui puro. Largo etcétera.

Se contaban cosas íntimas como la muerte de los papás de Fabián en un accidente de carretera y cómo su abuela se desvivía por darle todo, porque suponía estaba algo traumado, o los deseos fervientes de Iris de estudiar música pero que sus padres no aprobaban. Siendo hija única les asustaba la idea que no eligiera “algo que le dé dinero”.

Claro, tenía otros amigos con los cuales fomentaba su gusto musical y contaba sus vivencias diarias, pero con ella disfrutaba a pleno escuchar en el radiocasete las canciones que lo hacían ilusionar con una vida llena de vivencias intensas, de repente Iris estuviera en ellas, pensaba, sin decidirse aún sobre sus propios sentimientos.    

—¿No estás muy viejo para andar recordando esas cursilerías?

Ignoró a la muchacha y continuó recordando que no fue hasta un quinceañero al que fueron la mayoría de su grupo, que descubrió que estaba enamorado de ella.

Era el cumpleaños de Julissa, la mejor amiga de Iris. En ese entonces ese tipo de fiestas empezaban a las once de la noche en promedio. Antes de entrar, con Sebastián y Darío, se pusieron a jugar fulbito en la calle cerca al local del baile con unos chiquillos, haciendo hora. El local quedaba en la zona de Antiquilla. Finalmente entraron, pero sus amigas no llegaban.  

Cuando Iris entró al salón parecía portada de un álbum: estaba con un vestido tipo sirena color rojo brillante, con los hombros descubiertos. Le quedaba genial.

—¿Sabías bailar?

—¡Ja! Claro que sí.

No, no sabía. Ensayó algunos pasos para no hacer el ridículo cuando pusieran los mix. La tradición dictaba que luego de la entrada triunfal de la quinceañera y el clásico baile “Tiempo de vals”, de Chayanne con el paje, los sonidistas empezaban con una mixtura de canciones techno, para luego seguir con salsa y merengue, para terminar la primera ronda con algo de rock ochentero. Luego una pausa para los bocaditos y los cocteles rebajados en licor, soltaban unas tres canciones lentas. El ciclo se repetía hasta que dieran las dos de la mañana y empezaran a desocupar a todos.

Fabián tenía experiencia en esas fiestas, pero no bailaba bien, sólo se movía de un costado al otro y hacía algo más en los mix de rock. No fue hasta la segunda ronda de bailes que invitó a Iris.

—Te apuesto que te reclamó por qué no la sacaste antes a bailar.

Eso pasó.

—Oye ¿por qué no me sacaste a bailar antes? Qué te crees, sonso.

—Quería entonarme pues, además no creo que puedas seguir mis fabulosos pasos.

—A ver…

Y el roche no fue tanto, porque le agarró el truco a la salsa, que es pasito para adelante, luego para atrás, luego para el costado y ¡zas!, la agarras de los brazos para bailar pegaditos… lo que no sucedió porque Iris a la primera que estiró los brazos se los golpeó riéndose.

—Pasa nomás, oye.

En el mix de techno no hizo nada espectacular de resaltar. Mientras, todos los hombres de su fila…

—¿Bailaban en fila? ¿Cómo es eso?

—Serio, bailábamos en fila, los hombres para hacer algunos pasos y las mujeres al frente.

—Aburridos.

Él sí estaba aburrido del ambiente, miraba bailar a su pareja con ritmo, mientras él apenas podía imitar algunos pasos de sus amigos a los costados. Cuando estaba a punto de rendirse sonó un solo de guitarra.

—Los dos nos miramos, no podíamos creerlo, era algo alucinante que en un quinceañero pusieran justamente esa canción, no salíamos del asombro y los dos empezamos a cantarla y a movernos frenéticamente.

—¡Una de Rafael!

—No pues, era “Sweet Child O’ Mine”, de Guns.

She´s got a smile that it seems to me, y nada más importaba porque Iris estaba haciendo la finta que tenía una guitarra como Slash y Fabián no se quedó atrás y empezó a mover la cintura como Axl mientras terminaba la primera estrofa con I’d probably break down and cry.

Con la parte del segundo solo de Slash ella empezó a moverse de un lado al otro y giraba mientras él empezó a sacudir la cabeza. La mayoría a sus costados abrieron el paso a la pareja que rompió con la fila y se movía como si danzaran en un círculo prestablecido.

Para el tercer solo del guitarrista más pelucón de la historia, saltaban los dos de arriba a abajo acompañando el poderoso riff, que intensificaba las notas y hacía que ella también moviera la cabeza de un lado hacia el otro, mientras él se tiraba al piso simulando tener una poderosa guitarra. Viene una parte lenta y se mueven igual, lentos los dos, las caderas rítmicas. Una nueva explosión de la guitarra. Los demás creen que eso se acaba, pero no, viene un vozarrón de Axl con el where do we go, where do we go now sostenido, lento, explotando después un ayayayayayayaya where do we go now, aaaahhhhhh where do we go aaahhh where do we go now, where do we goohhhoohhh, where do we go now, where do we go uuuuooohhhh, where do we now now now now now now sweet child of mine, swet childddddddddd childddddddd of mineeeeeiiiiieeeeeeeeeiiiieeee.

—¿Y qué pasó?

—Todos aplaudieron.

Nadie aplaudió, estaban congelados, a pesar de que la siguiente canción era “Bad Medicine”,de Bon Jovi, nadie hizo algún movimiento. Luego todo volvió a su cauce y varias palmas se estrellaron en la espalda de Fabián y varias miradas recriminadoras cayeron sobre ella que siguió bailando. Era libre y él también.

—Al final se besaron seguro.

Casi, el beso de despedida fue con comisura de labios rozándose. Era la señal en clave que tenían que encontrarse de nuevo para resolver lo que había pasado, o eso pensó Fabián. Ellos asistían a las clases de Confirmación que empezaron en el Santa Rosa de Viterbo. Ese año, el Consorcio de Colegios Católicos había decidido mezclar a los confirmandos de cuarto y quinto en colegios distintos por grupos. Así, ella y él coincidieron en las clases. Un día más a la semana para verse y, mejor aún, fuera de la normalidad de los amigos y con ropa de calle.

—Tenía un horroroso jean blanco desteñido que le quedaba mal.

—Ya empezaste, al final, ¿qué te gustaba de ella?

Todo. No era una atracción física, el hecho que no se vistiera bien y ni siquiera se maquillara, le encantaba.

Llegó noviembre y seguía intentando declararse. No se atrevía en casa de ella, por respeto a los papás, que tan bien lo trataban. Ellos sí le bromeaban con el tema de la declaración, como todos los que los conocían. Luego de varios días intensificando las miradas en el bus, ella lo esperó a la salida de las catequesis.

—¿Te le declaraste? Cuenta, cuenta.

No se acordaba cuáles fueron sus palabras, lo que más rememora es la increíble sensación de poder caminar con ella por varias calles del Centro y, a espaldas del Monasterio de Santa Rosa, lleno de alegría, la abrazó y la besó largo y tendido. Luego de dejarla en su casa, el camino hasta la suya significó que en su pecho lo único que existiera fuera la palabra felicidad rebotando contra sus costillas.

—Pensé que te iba a chotear ¿No me dices que te rompió el corazón?

—Sí, una semana después.

Luego de que terminaran, sólo se saludaban. No terminó las clases de catequesis y dejó de ir en el bus con el grupo, retornó a tomarlo en la avenida Goyeneche. No regresó a la casa de ella y se enteró por allí que los papás pensaban que él terminó con Iris y no lo querían ver más. Diciembre, vacaciones, fin de la secundaria. Luego nada, una laguna de dos años hasta que se enteró que ella ingresó a la Escuela de Artes de la Universidad Nacional. Un año más de silencio. La volvió a ver tocando en un festival de rock pesado. Se embriagó mucho y pogueó, pero no cruzaron palabras. Varios años más de silencio. En un encuentro de bandas, se enteró que Iris tenía grupo propio y justo se presentaría allí. Se quedó lo suficiente y lúcido para admirar su forma de tocar, pensando que había cumplido su sueño. Supo de sus correrías musicales en esos años gracias a las noticias culturales y, años después, por el Facebook, se enteró que murió en un accidente en Miami, en una gira promocional de su nuevo álbum musical. Fue al entierro, no saludó a nadie, los años de alejamiento lo hicieron pasar desapercibido.

—Oye, que pena… pero no me contaste por qué terminaron.

Se asombró de la falta de empatía de la muchacha para con la muerte de quien se supone fue un gran amor.

—No importa.

—Claro que sí importa ¿por qué lo hizo?

—No sé, nunca lo supe y nunca pregunté, sólo me terminó.

—Eres un cojudo, cómo no vas a saberlo, ¡aich!, jajajaja… lo siento, estuvo buena la historia.

Se despidió de la muchacha y retornó al trabajo. Ya se había pasado el tiempo de refrigerio, aunque en realidad no le importaba mucho.

Pero la espina de la pregunta se le clavó. Algo en su interior le reveló que muchas de las actitudes autodestructivas que asumió luego del colegio y en la universidad, tenían su raíz en el final abrupto de esa relación amorosa y no saber por qué acabó.

Por la tarde, al llegar a casa, buscó en ese cajón olvidado su slam. Ella estaba en el número uno. Sus respuestas, con más de veinte años de antigüedad, le sonaron infantiles. Aún cuando ella escribió en su cuaderno antes de estar con él, mientras hojeaba las páginas, recordaba esa maravillosa semana en que fueron enamorados de manera oficial.

El lunes siguiente a su declaración de amor, y consecuente aceptación, luego de recogerla en el paradero, dieron la noticia al grupo quienes hicieron mucha bulla. Los dos se bajaron en el paradero de ella y recorrieron el camino con la lentitud de enamorados. Parando cada cierto tiempo para besarse. Recordaba sus ojos mirándolo como nunca antes lo había hecho. Sentía su cariño, en cada beso o caricia en su cara. El retorno a su casa le dejó un halo de felicidad pura.

El martes se lo dijeron a los padres de Iris y ellos lo festejaron sacándolos a pasear en el carro familiar hasta el Ice Palace en la calle Santo Domingo. Fabián se sentía parte de algo mayor. Sintió, por qué no confesarlo, que pertenecía a una familia completa.

Los miércoles las de su salón salían tarde por Educación Física. No se encontraron, pero hablaron por teléfono.

El jueves quedaron en no irse con el grupo y pasear por el centro de la ciudad. Estuvieron en la Plaza de Armas, por la Iglesia de la Compañía, donde ella le explicaba las formas raras de los dibujos, fueron por el pasaje de La Catedral contándole él historias de aparecidos, para terminar sentados en una banca de la Plaza San Francisco. Hablaron de sus sueños particulares y se besaron sin importar las miradas de reprobación de los paseantes.

El viernes el que se quedaba más allá del horario era Fabián. Igual la llamó y conversaron. Finalizando la llamada recuerda que le dijo que la amaba y ella respondió que “yo también”. Más felicidad.

El sábado no pudo con la emoción, se adelantó para poder encontrarla a la salida de su casa, pero la vio avanzando en la avenida rumbo al paradero. Quiso gritar, pero se vería mal, así que metió una carrera para alcanzar el bus en el que Iris se subió. La recordaba perfectamente, estaba con ese horrible jean blanco y un polo negro con una camisa afuera. Estaba asombrada que estuviera él allí.

—Hola.

—Hola…

—¿Pasa algo?

—No, pero después de clases hablamos.

—No, por favor, ¿algo malo?, ¿en tu casa?, ¿tus papás se enojaron por algo? dímelo ahora, no voy a aguantar hasta que acaben las charlas.

—Por favor…

—Ya me preocupaste, por favor más bien dime, no entiendo qué pasa.

—Está bien. Ahí va: tenemos que terminar. No me preguntes por qué, no voy a decírtelo, aunque debes saberlo, pero es mi decisión, te quiero mucho, pero debo hacerlo.

—Qué…

—No me preguntes, por favor, lo único que harás es que me aleje de ti.

A pesar de sus preguntas Iris no respondió nada. Insistió, pero ella era un bloque de hielo. Se quedaron en silencio hasta llegar a clases. No prestó atención a nada de lo que explicaron ese día. Al salir le quedó el largo camino a casa. Tenía un dolor indecible, algo que no podía resistir, tenía ganas de llorar, pero tampoco podía, estaba totalmente abrumado por varias preguntas. ¿Su color de piel, su casa, su colegio, su estatura, su ropa? Mil preguntas.

Regresó a su presente. Allí, estaban las respuestas de Iris sobre sus sueños:

¿Qué vas a estudiar? Música, pero mis papás no me dejan.

¿Un sueño? Ser como Slash (GN’R)

¿Cómo lo lograrás? Creo que no podré, a menos que consiga que alguien me atropelle, me dispare o que me rompa el corazón y así mis papás me permitan por lástima seguir la carrera.

Luego de años esas respuestas dejaron de ser tan infantiles y resultaron muy directas. Un dolor indecible empezó a mortificarlo. Revisó por último el recuerdo que se acostumbraba dejar en una página entera y que ella puso en esa ocasión:

“Don´t Cry Sweet Child O’ Mine in this November Rain. I will enter Paradise City for a week you will be mine and I yours. We will love us so much that we will play Knocking On Heaven’s Door in the Garden Of Eden. It’s So Easy, it’s like being Welcome to the jungle, but then for me will be a Civil War in my heart. You’re crazy and I also remember Yesterday I am a Rocket Queen and you’re my Bad Obsession. Think About You makes me feel I’m in a Nightrain. With you I commit the Perfect Crime. It will be a paradise week and will understand your Breakdown in the end, but it will be my decision you’ll have someone to help me my dream. Do not try to understand just let me live and die thinking that you were my true love forever. Don´t Cry Sweet Child O’ Mine in this November Rain”. 

Intentó reírse de la falta de coherencia de algunas frases, todo para que encajaran los títulos de varias canciones de Guns que les gustaban a ambos, pero algo no le cuadró y volvió a leer con más atención. Tradujo el texto que decía algo así:

“No llores dulce niño mío en esta lluvia de noviembre. Voy a entrar en la ciudad del paraíso durante una semana y serás mío y yo tuya. Nos amaremos tanto que vamos a tocar las Puertas del Cielo en el Jardín del Edén. Esto es fácil, como ser bienvenido a la Jungla, pero para mí será una guerra civil en mi corazón. Estás loco y yo también, recuerda que soy una Rocket Queen y tú mi mala obsesión. Pensar en ti me hace sentir que estoy en un tren nocturno. Contigo cometeré el crimen perfecto. Será una semana de paraíso y voy a entender tu desconcierto cuando esto finalice, pero será mi decisión tú serás quien me ayude a tener mi sueño. No trates de entender sólo vive y deja morir pensando que eras mi verdadero amor para siempre. No llores dulce niño mío en esta lluvia de noviembre.”

En ese instante comprendió todo. Iris lo usó desde el inicio, el ser amigos, el presentarlo a sus padres, ser enamorados, romper con él, todo para que cumpliera su sueño. Se paró enfermo de dolor, lo peor era que ni siquiera podía buscarla para confirmar su sospecha. Se derrumbó lleno de rabia y frustración al saber que fue usado por una niña, una dulce niña loca.

http://www.revistamarabunta.com/2019/07/24/la-chica-que-queria-ser-slash/

Sueños de comensal

Dedicado a Sandra, Trinidad, Kathy, Jheimy, Edhel, Aldo, Arturo, Eric, Julio, John y Wilder

“Take it on the other side

take it on

take it on”

Other Side—Red Hot Chili Peppers

Resultado de imagen para comedor unsa

            ¡Compraste tu tarjeta del comedor! Esta frase sin saludo inicial llegó como un todo a los oídos de Aldo Sánchez Lara, Vizconde de Monte Lluta, estudiante de Periodismo, fotógrafo oficial de sus propias inspiraciones y nombrado con cariño como «Chuchi». La interrogación continuó mientras salía de sus alimenticios sueños —¿Sí, sí, sacaste o no? Mira que mañana es el día del estudiante eh, eh. A la mala manoteó el aire y se levantó desde el pastizal donde se acunó para dormir su siesta reglamentaria de mitad de mañana. Levantó los párpados con dificultad y se le quedó mirando a Saeko, individuo que hace instantes lo sacó del país de Morfeo con su horrible voz. Le bostezó.

            Mientras se sobaba donde le cayó el golpe “para servir” que le dio su amigo, identificó al otro ser que lo acompañaba. Era Julius, el cual mantenía un silencio de expectativa. Los odió un momento. Luego, trató de acoplar la imagen de su alrededor con la de sus recuerdos antes de dormirse. Encajaban. Estaban en el bosque de Sociología, en la Universidad Nacional donde siempre había paralizaciones; al costado del Estadio que tantas rifas costó. Y si eso no era suficiente, la picazón en su cuello y brazos le indicó el roce con el pasto donde hace instantes babeaba sus ensueños.

            Asumió entonces su realidad inmediata de espectro estudiantil, a grado universitario, esa epifanía hizo que volviera a bostezar con intensidad, haciendo visibles sus amígdalas. Esto provocó un trío de risas desubicadas, con remanentes de locura, anticipos de un futuro. ¡Ya párale papa frita! Y más bien di si compraste o no tu tarjeta para ir de una vez donde las chicas o no eh, eh, dijo Saeko lleno de impaciencia mientras, para darle contundencia a su pregunta, zarandeaba a Aldo. —En primer lugar Saeko ¿Le enseñaste a hablar castellano a Chuchi?, dijo Julius. Saeko miró a Aldo con duda y Aldo empezó una defensa de su educación primaria en el colegio fiscal del pueblo donde nació. Pero los interrumpió la llegada de Marco Aurelio “John” Denegri: —Imaginaba hallarlos por estos lares y me preguntaba si ya podíamos irnos a comer, antes que mis ansias por alimento se traduzcan en un comportamiento caníbal con alguna paseante de por aquí. Saeko soltó a Aldo que cayó pisándole un pie y Julius hizo una acotación suponemos graciosa que se perdió en el barullo de una juventud que se mueve hacia donde no sabe, pero que definitivamente tiene hambre de algo.

            Mientras caminaban hacia la Facultad de Educación, Aldo les contó parte de su sueño donde la carne asada, ensaladas bien césars, servilletas con mozos pingüinescos y vino francés, ocupaban la mayor parte. ¿Y dónde dices que se celebraba el banquete Chuchi?, preguntaron varias veces, uno por uno sus amigos, pero Aldo seguía narrando los purés con una salsa media agria nomás, ¡Y si vieran los camarones! y los choclazos con queso ¿Ah?, Y el caldazo de cabeza de cordero ¡Uhmmmm!!!!!. ¡Plap! le cayó un golpe de Julius para servir, ¡Plap! uno de John para llevar, y ¡Ploc! de Saeko combo familiar. ¡No que era comida internacional!!!!, increparon. Y qué creen que es la comida de mi pueblo ¿Eh? Le dieron su vuelto con fuerza.

            Lo que pasa es que es un “Chuchisueño” dijo Trinity, una vez que le contaron las descripciones de Aldo. Además cada uno es libre de soñar lo que quiera, defendió toda sonrisa Sandra. ¡Gracias, mami!, dijo Aldo, y Julius Te recomiendo el filicidio Sandra. Aldo brincó sobre Julius y rodó con él por el pasto, pero quedó boca abajo y recibió caricias que dolían, se levantaron y partió como un rayo tras Julius. Saltaron los matorrales como tarucas en estampida. Ágilmente sobrepasaban los carros, por entre las personas, daban saltos entre las rejas, pasaban por debajo de las bancas cual cuyes hasta volver al círculo donde se encontraban Trinity con gripe pero sin ponerse la chompa, Sandra con sus palitos de helicóptero en el pelo y Saeko leyendo un libro de tapa amarilla con un barquito chiquito que se movía. Cayeron justo a los pies de este último que, molesto, les saltó encima. Sandra dijo algo sobre la cola inmensa para entrar al comedor y se dieron tregua para decirle a trío que John estaba guardado sitio. Se espulgaron las pajitas mutuamente antes de irse al gusano humano que los engulliría por unos instantes antes de entrar al salón del Comedor Universitario.

            ¡Alverjitas, odio las alverjitas!, se quejó Saeko con pucheritos de nene. ¡No te quejes! Se come y ya, lo reprendió Trinity. Además, es bueno para que engordes, terminó callándolo toda sonrisas, Sandra. Aldo, mientras tanto, estaba en otra, los veía batir a Saeko un rato, luego agarrárselas con Julius y así. John le preguntó sobre el lugar donde se realizó el banquete de sus sueños, Aquí mismo, en el comedor, respondió. Lo que pasa es que te estás proyectando en tu subconsciente al almuerzo por el Día del Estudiante de mañana, opinó John. ¡Pero era tan real!, pensando esto, Aldo se perdió la broma sobre la mazamorra verde de manzana que les tocó de postre y su comparación con lo que Trinity lanzará en sus estornudos de gripe. Todos dijeron ¡Aggghh!

            Terminado el almuerzo, se la pasaron conversando en el parque de la Facultad de Educación sobre la política exterior en Rumania y el estado financiero de la hija menor de Woodie Allen. Es decir de todo y de nada importante a la vez, para llegar al lástima que terminó, la función de hoy, al finalizar la cena en el comedor. Sandra, toda rulos, se fue a sus clases de idiomas, Trinity acompañó a Julius a sacar los lentes de su padre del oculista, John se fue diciendo algo sobre necesidades imperiosas con papel higiénico incluido y Aldo caminó con Saeko hasta tomar cada uno su carro. En el camino estuvo pensando cómo bromear con su amigo, pero de pronto se halló solo en el paradero, diciendo adiós con su mano a un Saeko que se alejaba en su combi. Se entristeció.

            En la cola del almuerzo por el Día del Estudiante Universitario, que no tiene tiempo para ir a su casa a comer o que no tiene familia en Arequipa que le prepare un mísero plato de comida al pobre, Aldo se preguntaba por qué eran los primeros en la cola. Se lo intentó preguntar a Saeko, pero éste estaba sacándose monedas de la oreja para sorprender a Sandra, la cual, mientras lo miraba sacar un Mareví de oro, dibujaba galletas de animalitos en el aire y se las comía luego. Entonces intentó llamar la atención de Trinity, pero ella no lo escuchó por estar cantando tengo el orgullo de ser peruana y soy feliz a voz en cuello. Le hizo señales a John, pero éste estaba conversando con una de las porristas del Sportivo Huracán que estaba a su lado en bikini. Julius, que parecía prestarle atención, realmente no lo hacía porque estaba convirtiéndose en una estatua de cobre para así pararse mejor.

            Se sintió tan solo como el día anterior a la hora de las despedidas, así que cuando abrieron las puertas para el ingreso, quiso explicarle al que revisaba las tarjetas porqué tenía la cara de un solo en sol menor, teniendo tal tracalada de amigos atrás. No pudo ni eso. Tuvo que recibir a la volada en las manos una gamela de metal con cuatro cubiertos y servilletas de papel. A causa de los empujones de Saeko avanzó para recibir el primer plato: una ensalada rusa con bastante mayonesa y dos huevos duros. El segundo plato fue una sopa que olía a pollo y tenía presas del ave para mayores rasgos con pedazos de pan frito flotando como islas. En el tercer plato, y al borde de las lágrimas, le fue servida guarnición de puré de manzanas y una enorme chuleta de chancho recién asada. En la quinta ventana del circuito le dieron un vaso con zumo de naranja con una rodaja al borde y en el sexto una copa de vino tinto.

            ¡Pero por qué!, se atrevió a reclamar. ¿No sabes que este día hay mejoramiento?, alguien le contestó. Bueno se dijo y enrumbó hacia alguna de las mesas largas que ahora lucían cubiertas por manteles y candelabros al medio. Una vez instalados, presenciaron que en el estrado al fondo del comedor, su compañero Wilder terminaba de colocar unas mesas en el escenario, para inmediatamente salir el Grupo de Teatro de la Escuela Profesional de Ciencias de la Comunicación, con Arturito Salazar, a la cabeza, quién anunció: Queridos compañeros comensales, tengo el agrado de presentarles la dos temporadas exitosa, la muy reconocida por los críticos locales y nacionales, qué digo, ¡Mundiales! aquí está para ustedes la obra: ¡Mentirosa, mentirosa!, con la presentación del refinado primer actor consumado Eric De Las Torres, seguido por las primeras actrices Kathy, Jheamy, Edhel!!!!!! Aldo esta vez sí que soltó la quijada. ¡Pero así no empieza la obra!, se atrevió a decir, y un sonoro ¡Cállate! lo apabulló. Las luces se apagaron y quedó iluminado el escenario.

            Aldo sabía de qué iba esa adaptación, es más, ayudó como luminito cuatro veces el año pasado y una quinta cuando la presentaron en el aniversario de su pueblo. Allá fue un éxito, pero allí, en ese momento era un bodrio, y lo peor es que todos reían menos él. No podía entender cómo era que los actores fallaran tanto y nadie se percatara, ni siquiera Julius que actuó en ella lo mismo que Saeko, quién nada decía, de pronto se dio cuenta que sus amigos no estaban en la mesa, sino en el escenario vistiendo el primero un disfraz de codorniz con alitas de pollo frito pegadas al cuerpo y el segundo estaba sosteniendo en la espalda una llama vestida de Presidente de la República. El acabose sucedió cuando, en una escena que incluía la persecución de un samurai a unos búfalos liderados por un caballo loco, agarrándose a tiros con un cachaco, salió abruptamente Arturito para llamar en público a Aldo, varios brazos salidos de quién sabe dónde lo llevaron alzado al escenario donde todos lo felicitaron de pie y con aplausos por ser escogido el “Comensal del año”. Desesperado, el muchacho atinaba a querer bajarse de allí, ¡De pronto! una lluvia de fotos suyas desnudo bañándose en un río de su tierra cayó sobre ellos. Aldo se desmayó, mientras que a lo lejos se oía una risa atolondrada, con remanentes de locura.

            ¡Chuchi! ¡CHUCHI! Despierta Aldo, ya no te hagas el dormido. Aldo abrió los ojos trastornado, y le fue difícil reconocer a Sandra, Trinity, Saeko, Julius y John que lo rodeaban con caras de preocupación. Parece que tenías una pesadilla Chuchi, dijo Sandra. Sí la tuve, suspiró, se levantó y sonrió, feliz de hallarse sano y a salvo de fotos comprometedoras. Pero bueno, ya vamos al comedor ¿no? que tengo un hambre, dijo. Saeko preguntó si había comprado su tarjeta. Sí, lo hice, pero… díganme una cosa: ¿cuándo es el Día del Estudiante? Alguien le dijo hoy. ¿Y qué hay de almuerzo?, indagó con temor. ¡Ay Chuchi! pareces nuevo, ¡Hay pollo al horno y gaseosa!, alguien le respondió.

            Aldo corría gritando hacia quién sabe dónde, mientras sus amigos lo veían perderse entre los universitarios con caras anónimas. Tenía que pasar algún día, dijo Julius. Saeko mencionó algo sobre la locura espontánea. Sandra todo ojos movió la cabeza. John miró a una chica que pasaba por su costado y Trinity concluyó: esto es un “Chuchimisterio”. Todos estuvieron de acuerdo.

Arequipa, octubre 2003

*Este cuento está incluido en el libro «Palo con Clavo y Santo Remedio» 2014

Ese globo

Mamá Hilaria se auto exilió en Arequipa luego del atentado terrorista de 1988 contra Cotahuasi, en el que una columna de Sendero Luminoso ingresó a punta de metralla y saqueó negocios, incendió el Banco de la Nación, mató a un policía y desapareció a Doña Consuelo Alarcón. La única entrada familiar que tenía eran sus manos vendedoras. Con lo poco de mercadería que pudo traer, abrió una tienda en el verano de 1989. Allí me instalaron como trabajador sin pago ni beneficios salariales a la edad de 10 años para ver pasar los días encerrado entre libras de arroz, azúcar, Ña Panchas, Kolinos y botellas contorneadas de cocacolas, fantas y sprites.

La llegada de los carnavales no dio beneficios a mi encierro laboral. Mi abuela materna era de una rigidez marcial, propia de la gente que sale a punta de sudor y lágrimas. En medio de todo, me las ingeniaba para andar divirtiéndome entre libros y revistas Selecciones. Un día de aburrimiento máximo, llegó mi abuela con la novedad de artículos para los carnavales. Polvos, serpentinas, confites de anís y de maní en el centro se desperdigaron por el mostrador para luego encontrar su lugar en los anaqueles de madera y en la vitrina. Pero lo que atrajo mi atención fue un cartón enorme con muchos, muchísimos globos. Era la rifa de Globos «Payaso». En mi niñez el ganarse el globo mayor era el anhelo de cualquier niño que se respetara de barrio. Las monedas se invertían en poder escoger esos círculos de cartón coloridos que atrás ocultaban los números de la suerte, redondos, alargados, en zigzag, pequeños, medianos, con dibujos, había de todos y en medio el enorme globo rojo que recordaba un blader de fútbol. Nadie en mi barrio se había ganado nunca alguno.

—Mamá Hilaria, ¿Quién se ganará ese globo grande?
—¡Nadie!
—Pero…
—Deja de sonsear y dime qué número es el de ese grande.
—El 31.
—Ya, busca aquí y sácalo.

Ella había abierto con maestría el cartón para descubrir los números. Obedecí la orden y, al encontrar el número, lo despegué. Mi desencanto y tristeza inundó el negocio.

—Cuando se acabe la rifa y queden pocos globos el grande será para ti.

La esperanza viene en frases chicas.

Febrero y marzo pasaron entre amigos de la cuadra y otros llegados de barrios como Bustamante, Atalaya o San Martín, gastando monedas para sacarse el premio mayor. Día a día vi como se iban acabando los globos e incentivaba a los de mi cuadra para que siguieran acabando la rifa. Llegó abril y las clases escolares. Quedaban muy pocos globos, pero aún no los suficientes para convencer a mi pariente. Las tareas escolares y el intentar sobrevivir a las peleas internas y los fines de semana visitando a mi padre, hicieron que me olvide de la rifa, que se quedó al final allí colgada. De vez en cuando algún iluso niño arriesgaba unos céntimos para ganarse el globo grande que andaba huérfano de compañía. Pero nada.

Al llegar diciembre de ese año, me acordé de la promesa de mi abuela. Se la recordé. Fue a revisar a los sobrevivientes coloridos. Noté que se resistía, pero, al final alargó la mano.

—Está bien, toma.

Contento me fui a mi cuarto a inflar mi premio a la paciencia. Como era grande, necesité varias inspiraciones y exhalaciones para que se fuera inflando. Cuando la resistencia empezó al intentar expandirse, redoblé los esfuerzos respiratorios. Estaba creciendo a cada ingreso de aire, su color rojo se iba poniendo traslúcido, iba a ser la envidia de mi barro cuando lo fuera a mostrar, cuando en eso sonó un ¡ploc! y un latigueo ardió en mi cara. Quedó, entonces, demostrado que ese globo no servía para inflarse, solo para mostrarse.

Juego de espejos


Pieter y David Oyens «Gemelos pintores»

Tengo un doble y tenemos un acuerdo. Él va a mi trabajo. Se sienta en el sillón y prende la computadora. Adoptando mis ojos inquisidores, examina el trabajo de los asistentes, toma café y habla por teléfono con seriedad o entusiasmo. Almuerza a la misma hora y trata con exquisitez a la plana mayor y con amabilidad a la menor. Se despide cada día del portero con alguna broma sobre el tiempo y sube al transporte en el mismo paradero. Llega a casa y abraza a mis hijos, besa a mi esposa, revisa las tareas y se sienta en el sillón viendo programas de comida hasta la hora de dormir. Acuesta a los niños, se dirige con paso lento a la habitación y con pasión le hace el amor a mi consorte.

Cada día laboral repite este esquema. Sin sorpresas. Sin obstáculos. El viernes, al despedirse del jocoso portero, va por otro camino, al de su verdadera casa, donde bebe todo el fin de semana viendo deportes. El lunes por la mañana retorna bien trajeado a la oficina a ser un importante operario de una empresa. Yo, por mi parte, llego a casa el viernes, abrazo y beso a mis hijos. Sábado y domingo los engrío, a mi esposa la complazco de diferentes maneras y formas. El lunes por la mañana retorno bien trajeado a la casa de mi doble. Así quedó establecido.

¿Qué gano en este intercambio?

Nada y todo. Mi castigo son esos fines de semana fingiendo amar a esos niños que no son de ella y estar dentro de esa mujer que no tiene su olor, su suavidad, ni su mirada. Porque durante los cinco días laborales me dedico a escribir en la arena del patio trasero, una historia de amor que nunca fue, cuando se acaba aliso con una tabla la ficticia playa y vuelvo a escribirla, una y otra vez, tratando de encontrar la construcción exacta de mi vida con ella, la que cambié por su gemela, la que desapareció para todos presa del despecho, la que está enterrada justo debajo de esta arena, leyendo lo que escribo para ella. 

Canción para acompañar la lectura:

EL COMECUENTOS: La yerba mate no tiene fronteras

En nuestro país no existe una bebida hecha con la yerba mate (Ilex Paraguariensis) ni la costumbre de tomarla. En realidad tenemos nuestro mate de hoja de coca y la chicha. Pero, la difundida bebida que toman por igual paraguayos, brasileños del sur, uruguayos y argentinos, en cada parte tiene sus connotaciones especiales y formas, pero en todas existe un lazo indisoluble en su consumo: la compañía y la conversación.

Supe de esa bebida gracias a las historietas de Pepe Sánchez que aparecían en la revista El Tony de la mítica editorial argentina Columba. El súper agente de la CES (Centro de Espías Sofisticados) bebía la yerba con palito, siempre con su tetera en mano y algo que parecía una pelota con un tubito por donde bebía el brebaje desconocido para mí.

En el 2006 llegué a tierras gauchas y casi desde el primer día alguien me pasaba la calabaza con la bebida. Allí aprendí que hay dos formas de tomarlo concretamente: dulce o amargo. Que en provincias lo prefieren con yuyos, es decir con hierbas aromáticas, como el poleo, el burrito, etc. Que hasta con leche se puede tomar. Que la temperatura ideal del agua deben ser unos 70 grados centígrados sino sale “fiero”. Y que los famosos “palitos” sirven para mantener la estructura correcta de la hierba dentro del recipiente. Ahhh y que no digas “gracias”, serio, es que si dices eso ya no te sirven y quedas aisladito, se dice eso cuando ya no quieres más bebida.

Allá en Las Canteras en Deán Funes en Córdoba había un señor mayor al que llamábamos cariñosamente “papi Edgar”, un bonaerense que se levantaba temprano para poner la pava (tetera) al fuego y esperar a este peruano para servirle unos “amargos”. Aprovechábamos para conversar del día y de las labores, recuerdo con mucho cariño que siempre decía: “El culpable de todo es Sarko, porque siempre hay que echarle la culpa al más bueno”, haciéndome sentir querido a miles de kilómetros de mi tierra. Otro gran amigo que hice, de los muchos de verdad, es Carlos, un cordobés que me regaló una calabaza de mate y que con su familia, aún con la distancia tenemos una gran amistad. Te debo una visita genio. Tantos nombres se me vienen a la memoria, como de Adriana, Gisela, Any, Alberto, P. César, Juan, Maximiliano, tantos amigos.

Por cosas del destino me enviaron a Paraguay, hermosa tierra de lindos atardeceres, justo cerca de la frontera con Brasil a La Paloma de Canindeyú. Allí aprendí a tomar más el mate cocido en las mañanas, ahumada la yerba con unos carbones encendidos. Luego, en la pausa del mediodía a tomar el tereré, bebida fría mezclada con varias hierbas aromáticas y solo agua bien fría. Me explicaron que en la fatídica Guerra de la Triple Alianza, era difícil prender el fuego para calentar el agua y tomar el mate, así que lo empezaron a tomar frío. Eso me contaron. Me parece algo lógico pero también habla de la terrible situación que se vivió en esa época en que niños hasta de doce años tuvieron que luchar.

Las tardes del domingo, en que se descansaba, se ponía una película de diferentes géneros para ver. Allí se me pegó la costumbre de tomar un tereré hecho con el jugo de la burucuyá (maracuyá), y lo pasaba entre los asistentes. Aprendí que el que sirve los mates tiene la responsabilidad de cebarlos bien, procurar renovar con yerba nueva para que no salga muy lavado el sorbo y tener el agua a temperatura óptima. Aprendí que es una forma de servicio especial, nunca impuesta y hecha con cariño. Un sacerdote amigo de la obra en la que estaba, me regaló una “cuya” hecha con el cuerno de un toro y que conservo con cariño, además del que guardo por tantas personas que igual me hicieron sentir en casa, como Angélica, las hermanas vicentinas una de ellas sobreviviente de Hiroshima, Bruno, Jerson, estos dos últimos amigos brasileños.

Por esas vueltas de la vida que me deparó esos años, terminé yendo a Brasil, a Casca en Rio Grande Do Sul. Allí aprendí a tomar el “chimarrão”, que se hace con una variante de la yerba mate, mucho más verde intenso y más molida, que se toma también en las calabazas pero mucho más grandes que las argentinas. Algo que me olvidé de referir antes es que la bombilla, el artilugio de metal que sirve para llevar el líquido desde el fondo del mate, no se cambia o lava de mano en mano, es decir se usa la misma por todos, algo así como el mismo vaso de cerveza en una ronda. Algunas de estas por ello en la punta tienen un recubrimiento de oro, pero en general es una muestra de confianza entre todos, puede parecer antihigiénico pero nunca he escuchado de una epidemia de algo generado por compartir de esa manera la bebida. Y si bien no llegué a Uruguay, lugar donde también se toma mucho el mate y es normal ver pasear a las personas con bombilla en mano y termo bajo el brazo, quiero recordar a Fray Dante, uruguayo y buen amigo.

Noto que me falta nombrar a muchos amigos de esa época y aún más, me falta mencionar los mates en “La Tranquera” allá en la Mariápolis Lia, pero ya será para otra ocasión. Solo puedo agregar que si bien ya no tomo la bebida por mi gastritis declarada, extraño las conversaciones que se generaban alrededor de esta bebida, en los diferentes países donde la consumen. Al final se trataba de compartir momentos de conversación, que tanto hoy por hoy nos faltan.

Por: Sarko Medina Hinojosa, crónica aparecida en el Semanario Vista Previa

EL COMECUENTOS: Chupes para el frío

Chupe de Camarones Arequipeño

En Arequipa, como en cualquier ciudad del Perú, hay una tradición por los caldos o chupes que se preparan para cada día. Cuando uno va a un restaurante a buscar su menú diario, la entrada casi siempre tiene algún potaje líquido, rebosante de carne y verduras. Para estos días de frío son insuperables.

Algunos de estos platos por sí mismos trascienden lo diario y ocupan un lugar especial, como el Timpo de Rabos o Peras, el Chupe de Camarones, el Caldo de Pascua, el mismo Adobo Arequipeño que del domingo ya saltó como plato que se oferta a diario por lo famoso que se ha vuelto. Aún con eso es en el día a día que las madres de familia en casa los preparan o los ofrecen las picanterías. Aunque siendo aún más sinceros, la tradición de un caldo distinto por día está más arraigada en esos espacios tradicionales, porque, valgan verdades modernas, en casa para el almuerzo se está estableciendo la costumbre de un solo plato, o segundo o caldo, pero no más.

Pero, si nos pidieran una lista de los caldos que consideramos deben estar diariamente en la mesa, pues allí va nuestra selección. Hablo en plural porque con Mathías, mi pequeño hijo, hemos hecho esta lista de acuerdo a nuestro fino paladar. En realidad más basándonos en lo que nos gusta de la comida en casa, donde su abuela materna y gustos particulares, así que no es una lista muy democrática que digamos pero valga como guía amateur:

Los domingos, Día del Señor, para el almuerzo recomendamos un Pebre de Lomos. La carne debe ser de cordero criado en la sierra, con esa grasita que si se quiere se saca del plato pero que al final le da el sabor característico y celestial. Debe ir con su yuca, papa y chuño, trilogía de tubérculos esenciales en nuestra cocina, además de los hispanos garbanzos y verdura picada. Si se puede hacer un llatan verde con rocoto del mismo color, que mejor.

Los lunes, días de flojera para ir a trabajar o estudiar, que mejor que un picoso Chaque de Tripas. Debo confesar mi debilidad por este plato rebosante de colores que lleva una generosa porción de carne de vacuno, cocida con amor en un “reaugau” de ají colorado, ajo, cebollita y acompañada de tripitas, rocoto, verduras varias y, al finalizar, acompañado del verdecito de siempre pero, con un pedazo de chicharrón de piel de cerdo, o como le decimos por aquí: “tocto”. El tostado con maíz cabanita no debe faltar.

Los martes el Chairo debe primar. En este plato, más que la carne, son las verduras las que celebran el amor de las manos que lo preparan. Porque para el corte de las mismas esas benditas manos desgranan y rebanan duro para que sea una explosión de matices este caldo. Mi abuela le ponía un pedazo de lengua de cordero en cecina para el sabor. Aquí lo que da color es el ají amarillo, pero que se reforzará con el zapallo, la zanahoria y como contraste la col, las habas y el choclo. Si desea se agrega chuño.

Los miércoles el Menestrón es de rigor. Un verde profundo hace recordar que de la naturaleza somos, pero que como creaturas creativas nos destacamos. Este plato es de herencia italiana que aquí se ve enriquecido con diversos agregados que le dan el toque arequipeño. La base será el licuado o “bataneado” de albahaca, o de espinaca o de acelga a cual mejor opción, todo cocinado con largura con papas, zapallo, fideos, carne de res, verduras y ají.

Los jueves somos nacionales porque nos comemos un potente Chuño Molido, que se hace, como no, con el molido de la papa deshidratada con los métodos incaicos que aseguraron la alimentación de nuestros ancestros en la puna. Es un caldo muy grueso, espeso, lleno de sabor que lleva carne, tripas, papas enteras. Se sirve caliente y, los que saben, no lo atacan directamente, sino que empiezan por los costados, mientras se va entibiando. Para este frío es un caldo súper recomendado.

Los viernes, día de ayuno de carne, un Caldo de Viernes es la mejor opción. Ya en anterior Comecuentos resalté la preparación de este plato que, en Cuaresma y Semana Santa, tienen su mayor difusión, pero que en la semana diaria sirve también para cumplir con la inteligente consigna de un día no comer carne y sí verduras.

Los sábados, finalizando ya la semana, el Puchero es la voz. Los distintos ingredientes que lleva este caldo lo hacen uno de aquellos que ni necesita acompañamiento de segundo. En algunas tradiciones se sirve en doble plato, uno para el recado y otro para el líquido. Un recuerdo infantil me viene a la memoria cuando allá en Cotahuasi, en una fiesta patronal, nos sirvieron este plato y recuerdo aún la col envuelta rellena de arroz que acompañaba el caldo grueso y el enorme pedazo de carne que manos generosas servían desde unas ollas inmensas puestas por horas al son de la leña. Y con eso me quedo, el recuerdo que cada día, en el almuerzo, la larga tradición de amor de nuestras familias se refleja en esos alimentos. ¡A disfrutar cada día de nuestra vasta gastronomía!

Por: Sarko Medina Hinojosa, crónica aparecida en Semanario Vista Previa

Cuento: La verdadera historia del Conejo de Pascua

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—Papi tú me contaste la historia del Conejo de Pascua, pero no recuerdo cómo era.

—Sí Mathias, te acuerdas que te conté que un conejito se quedó dentro del sepulcro de Jesús y cuando él resucitó y los ángeles movieron la roca de la entrada, salió corriendo a contarles a todos el milagro.

—Ummmmh, pero papi… ¿cómo llegó allí el conejito?

—Pues… en un bosque cercano al Río Jordán, vivía una colonia de conejos. Allí vivía Tobías con su papá, mamá y cuarenta y siete hermanitos y hermanitas. Pero el joven conejo era muy osado y valiente, siempre tras aventuras. Así que un día que estaba correteando en busca de emociones, llegó un conejo viajero trayendo muchas noticias. Cuando llegó la hora de la cena, los papás de Tobías contaron las novedades a toda la familia.

Muchas eran de los humanos y sus malas acciones contra los animales y plantas, de guerras y enfrentamientos. El conejito de nuestra historia, cansado de tantas malas noticias preguntó: “¿Es que no hay algún humano que sea bueno?”. Su papá le respondió: “Si los hay, claro, inclusive hay uno que se llama Jesús que nos contaron va por los pueblos haciendo sólo el bien”. Tobías movía su cabeza de lado a lado. “Si no lo veo no lo creeré”. Le explicaron que Jesús estaba rumbo a Jerusalén y que era muy peligroso el viaje y de repente no llegaba a encontrarlo, pero Tobías estaba resuelto, así que buscó al conejo viajero para que le cuente más de ese hombre bueno.

Al otro día, lleno de las historias que escuchó, Tobías salió de su casa rumbo a la gran ciudad amurallada. Pero, no se había enterado que una banda de lobos del sur había subido mucho y aterrorizaban los campos vecinos. Cuando menos lo esperaba cayeron sobre él por sorpresa, pero no contaban con la agilidad del ágil conejito que esquivó a unos, pasó por entre las piernas de otros y confundiéndose con las hojas caídas del bosque los despistó. Siguió su camino con cuidado hasta que escuchó un lamento detrás de un montículo de tierra, al acercarse descubrió a un lobo joven, atrapado en una trampa de granjeros. Su pata derecha estaba lastimada y seguro moriría allí si nadie lo ayudaba. Tobías pensó en dejarle, pues estaba retrasado para llegar a su destino, pero luego se preguntó: ¿Qué haría Jesús en mi lugar?, así que sin dudarlo se acercó de a pocos y le explicó al asustado animal que iba a ayudarlo pero que no se lo comiera después. El joven lobo no solo le agradeció por haberlo librado, sino que le enseñó el mejor camino para salir del bosque sin toparse con los otros lobos.

Una vez que llegó a salvo a la orilla de gran Río Jordán, el conejito trataba de ver la mejor manera de cruzarlo. Encontró un madero que bien podría servirle de balsa. En eso estaba cuando una pareja de puercoespines que discutían llegaron donde él. “Antes que hable mi esposo que es muy parlanchín, quiero que nos ayudes amigo conejo, veo que irás hacia el otro lado del río y allí está nuestro pequeño hijo, por un error se quedó allí y necesitamos cruzar aunque sea uno de nosotros por lo menos para cuidarlo”, dijo la señora puercoespín, mientras su esposo asentía con la cabeza y los ojitos preocupados. Tobías sabía que las pequeñas patas de los peliagudos animales no les servirían para poder cruzar ni nadar en las aguas, a diferencia de sus patas traseras muy largas que le servirían de remo. Había en su balsa espacio para uno, así que decidió llevar a la mamá puercoespín. La despedida de ambos esposos fue muy triste, porque sabían que se iban a separar para siempre de repente. Cuando estaba por llegar a la orilla con la llorosa madre, Tobías reflexionó sobre lo que haría el mesías en su lugar. A pesar del cansancio y de que se demoraría aún más, resolvió volver por el papá puercoespín, para que la familia estuviera junta.

Apurado, Tobías tomó el camino que subía a la gran ciudad. Cuando estaba a la mitad se sentó a comer las ricas zanahorias que su madre le dio para el camino. En eso vio  una mamá ratona con sus cinco hijitos a un costado del camino, se les notaba hambrientos por lo flaquitos que estaban. Se acercó para saber su historia y le contaron que el papá ratón había fallecido al ir a tratar de conseguir comida y que ella no podía separarse de sus pequeños porque aún eran bebés. Conmovido, Tobías supo que haría un buen hombre en su lugar, daría la mitad de su comida, pero sintió que debía dar más, con todo lo que tenía esa mamá podría alimentar por varios días a sus pequeñuelos hasta sentirse fuerte y buscar comida. Así les dejó todo su paquete y siguió su rumbo.

Por el camino las personas hablaban de Jesús y que lo habían apresado el día anterior en un jardín a  las afueras de la ciudad y que por esas horas deberían haberlo juzgado. “¿Por qué han hecho eso con Jesús? Se preguntaba Tobías, quería llegar lo más rápido posible para ayudarlo. Las personas hablaban a sus costados sobre las buenas acciones que había hecho y lo injusto de su castigo. Casi sin aliento llegó a la ciudad para enterarse que en el Monte Gólgota crucificarían a Jesús. “¡Tengo que llegar!, tengo que ayudarlo”, se decía el valiente conejito.

No pudo llegar a tiempo. Cuando alcanzó la Cruz donde estaba el mesías, este había expirado. La tristeza embargó a Tobías, quien resignado se retiró del lugar. La tormenta que se desató hizo que buscara refugio en una casa cercana. Allí había unos hombres y mujeres reunidos que hablaban del crucificado, decían entre otras cosas que les había prometido que resucitaría al tercer día de muerto, pero que dudaban de eso. Tobías no dudaba, así que regresó al monte calvario para esperar los acontecimientos. Un hombre que estimaba mucho a Jesús, solicitó el cuerpo para enterrarlo en una cripta de su campo. El conejito estuvo cerca en todo momento, hasta cuando llevaron el cuerpo embalsamado a la cueva. En un descuido de los que llevaban al difunto, se escabulló al interior de la cueva. La gran piedra ocultó la luz y todo quedó en silencio y obscuridad al interior.

Tobías, respetuoso, no hizo ruidos en esa noche, tampoco al otro día. Durante todo el sábado tampoco habló, solo sus pensamientos lo acompañaban. Recordaba las historias que escuchó de Jesús, cómo había alimentado a miles con pocos panes y peces, que había detenido la tormenta, que había visitado a personas malas y les había perdonado los pecados, que había sanado enfermos, liberado a poseídos por espíritus malos, sus palabras en la montaña, el amor por los niños y que hasta cuando lo estaban crucificando no sintió odio por nadie. Avanzado el día y ya muy entrada la noche, Tobías sintió que la tierra se movía… ¡De pronto! La gran piedra se movió y una gran luz bañó la cueva cegándolo, al abrir los ojos vio a Jesús de pie, sonriéndole, se acercó contento para recibir una caricia en la cabeza, sin perder tiempo se despidió y corrió a anunciar el gran milagro a toda la naturaleza: el hombre bueno ¡había vencido a la muerte!

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Epílogo

—¡Qué gran historia papi!

—Así es Mathías, la historia de Jesús es la más grande de todas.

—Pero… porqué entonces hay los huevos de Pascua.

—Es que al regresar a su casa, luego de visitar a los amigos que hizo en el camino, la mamá de Tobías le preparó higos rellenos con miel, pero como estaba cansado se durmió sin comerlos, al otro día estaba duros y con forma de huevo de color oscuro, así que se le ocurrió compartirlos con sus cuarenta y siete hermanos y hermanas, pero para hacerlo divertido los escondió por toda la casa para que los encuentren y los disfruten todos juntos.

—¡Qué bueno es Tobías!

—Así debemos ser nosotros también Mathías.

—¡Claro que sí!

Fin

Autores: Sarko Medina Hinojosa y Mathías Eduardo Medina Chávez

COMECUENTOS: Papas arrebozadas color plomo

Cuando el universo a mi alrededor era nuevo y García Marquez le había puesto nombre a las cosas, el mundo era de color plomo, los días largos y las horas un suplicio antes del recreo. La vida se resumía en levantarse, bañarse con la jarrita porque eso de terma eléctrica era para millonarios y políticos, luego comía mi rico pancito tres puntas con quaker y… —Papi ¿Qué es “quaker”. —Hijito es la avena, pero en esa época uno llamaba las cosas por el nombre con que las compraba, el detergente era “la Ña Pancha”, la crema dental “el Kolinos” y así por el estilo. —A ya papi sigue contando.

Bueno el tema era que salía al cole con cara de resignación ante la cruel sociedad que te hacía levantar temprano para intentar no dormirte entre las fórmulas matemáticas que no entraban hasta que la regla en los lomos obraba el milagro de la ósmosis entre el conocimiento y tu piel y de allí al cerebro. Pero llegaba el timbre, tirabas todo y a ¡correr al patio! Si tenías algunas monedas en el bolsillo, hacías una finta a los correligionarios y así, haciendo un quite por aquí, una ida engañosa a los baños y de allí por la pared pegado hasta el kiosko correspondiente para hacer el “pase” y comprarte algo.

Yo no comía nada en el recreo de primero de secundaria en el Manuel Muñoz Najar. Ya la experiencia me enseñó en el primer bimestre que el arte de comer tranquilo era una utopía, por más intentos de comprarte algo y disfrutarlo solo, por allí te caían en mancha los compañeros y a la voz de “invichaaaaaaa” quedabas peor que esqueleto luego de un ataque de pirañas loretanas. —Entonces qué comías papi, ahhhh ¿por eso en tus fotos eras muy flaquito? ¡No comías nada! —No pues Mathías, en la tarde a la salida, reservaba mis veinte centavos para mi papa arrebozada con ají.

La señora de las papas se ubicaba en una de las veredas y, rodeada de hambrientos púberes, abría con maestría su caja de cartón de aceite Primor y allí, protegidos con papel de sacos de azúcar que le impregnaban un aroma reconocible así pasen décadas, estaba el manjar dorado por la fritura, cubierto por su capa protectora de harina y huevo, dulce manjar que se deshacía en la boca y que apurabas casi de un bocado antes que alguien se le ocurriera quitártelo.    

Cuando pasé al San Pedro Pascual, ya el tema de esconderse para comer a la hora del recreo era imposible y a la salida no había señora de las papas, así que en el kiosko las comíamos y de tanto en tanto se tenía que invitar, en especial a nuestro amigo Carlos que era especialista en almorzar mejor que todos haciéndose convidar. A pesar de poner los dedos casi al borde de las papas para que la mordida no sea tan lesiva, se las arreglaba para al último hacer un giro y atacar por el flanco descubierto y llevarse la parte más crocante.       

Recuerdo que allí nació el doble con ensalada, no recuerdo quién lo inventó pero era comprarse dos papas de veinte y al medio que le coloquen un poco de zarza de cebolla con tomate y hasta lechuguita si estaba de humor el señor del kiosko, todo con mayonesa y ají. —¡Que rico comías papi! —Sí hijito era un placer de plomo color. —¿Plomo? —Verdad, me olvide de explicarte que los uniformes escolares era de ese color en ese tiempo para todos, pero ya ahondaré en esa época en otra ocasión, ahora vámonos a donde la señora de la esquina que vende chicharrones, porque también hace una papas arrebozadas buenazas, no como las del cole, pero vale el intento.      

Por: Sarko Medina Hinojosa 

330. La bicicleta

Pintura de Oleg Tchoubakov

Era una bicicleta Goliat serie Bronco, de segunda generación en montañeras, con 18 cambios, cachos y suspensión delantera. Lo más bello era que estaba pintada de blanco en fondo, con grafitis en líneas aleatorias de colores fosforescentes, pero de aquellos chéveres, no verdes ni amarillos, sino violetas, fucsias, rojos… Sin pensarlo le puse de nombre “La Paloma”.

Volaba en el asfalto como una bala y los cambios funcionaban cual máquina inglesa. Podía hacer 25 minutos a toda carrera de Mariano Melgar hasta Huaranguillo, es decir de punta a punta de la ciudad. Esa época fue escandalosamente superior… como explicarlo… 15 años tenía yo, en la plena forma que dan las hormonas naturales de crecimiento, con amigos en todas partes y con una súper bicicleta, una enamorada esperando por allí… ¿Se podía pedir más?.

En una ocasión, bajando a toda velocidad la avenida Lima, una camioneta me agarró la llanta posterior, salí disparado, pero la saqué barata, dos rasmilladas y la conmoción, pero La Paloma… indemne, la llanta soportó el impacto y una rayadura sin mucha consideración le hizo como un galón al esfuerzo.

No pasó ni dos meses desde el último pago de las mensualidades, cuando me la robaron del mismo interior de la casa. Nunca supimos quién fue… Los sentimientos encontrados de frustración e ira no se me calmaron en meses. Ahora que lo pienso, por esa razón dejé a mis amigos de Huaranguillo, ya no había motivación para ir en bus, el ejercicio dejó de interesarme, pasó años antes que me animara a comprar algo de tanta inversión, la confianza en los inquilinos se desvaneció por las dudas inciertas, de bicicletas nunca más se habló…

Pero aún tengo el recuerdo de ser el dueño del viento, de volar en el asfalto, de sentir la libertad, la velocidad, en especial, bajando con los brazos extendidos por toda la avenida Sepúlveda… extraño esa sensación y si cierro los ojos, aún puedo imaginarme surcando el universo en mi poderosa nave adolescente…

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332. Recuerdos (I)

«Eran dos amigos: Juan y José. Los llamaban “Los dos Jotas”. A pesar de ser buenos amigos, a veces ocurrían riñas y a eso se debe esta macabra historia.

Juan una tarde consultó a un amigo qué debería hacer para no tener problemas con José. Él le dijo —Consulta con…»

Así empieza mi primer intento a los 10 años de escribir un cuento, alentado por la lectura del libro Cien Años de Soledad que mi tío Max, en un descuido maravilloso, había dejado a mi alcance.

Estas líneas están escritas en un cuaderno de dibujo Rafael ¿Se acuerdan de esos?, el cual recuperé gracias a un gran golpe de suerte. Aún ahora, mientras escribo esto, intento recordar a quién consultará Juan y cómo acabará la historia de ambos, por lo que deduzco de lo escrito no iba a ser feliz.

He conservado mis escritos del colegio y de la universidad. No los rompí como suelen hacer los escritores, es más, hay un dicho que dice que un verdadero escritor lo es más por lo que rompe que por lo que conserva, y me río. Hasta los malos poemas guardo.

Supongo que trato de reencontrarme con ese chico, tan extraño para mí a veces. Comprenderlo de repente me da las claves del porqué soy como soy. Una vez se me perdió un poemario por años, recuperarlo me curó una parte del alma.

Aún trato de encontrar dos bloc que perdí. Uno en el colegio, contenía dibujos que en esa época acostumbra hacer, intercalado con poemas fáciles, cursis. Pero el que más me obsesiona es uno pequeño de hojas blancas que perdí en el restaurante Los Leños en la calle Jerusalén en Arequipa, allá por el 2001 cuando trabajaba allí. Recuerdo dos cuentos que me parecen interesantes, uno sobre el miedo y otro sobre un viajero que no podía morir.

Creo que ese niño no escribía para que lo lean, escribía para sí, como una suerte de liberación. Aún soy ese niño, comprendo ahora.

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333. Tesoro final


Estaba tirado en el pasto contemplando el arcoíris. No es que quisiera contarle a alguien que logró encontrar la olla de oro, lo que tendría que hacer es escapar, pero es que su belleza siempre lo atormentaba.

Cuando niño escuchaba las leyendas de la olla del tesoro de los duendes y pensaba que eran exageraciones, dudaba que los leprechauns que conocía fueran tan tontos de enterrar algo tan valioso en un lugar que podía localizarse. Hasta que intentó seguirle la pista al final del arco y se dio cuenta que era casi imposible.

En casa trató diversas maneras de encontrarle un final o por lo menos el inicio. Con espejos tratando de cambiar su rumbo o por lo menos guiarse en su trayectoria, pedaleando al máximo para alcanzarlo pero siempre parecía que se alejaba el punto exacto de contacto con la tierra o desaparecía el arco de colores.

Pasaban los años y su obsesión crecía, así como su capacidad de hablar con esa refracción de la luz en el cielo. A veces quería apropiarse de esos colores para pintar el cuadro más hermoso, o regalárselos en un lazo a la chica de la tienda que le gustaba, o por el oro, claro, porque ya con los golpes de la vida adulta y ser echado de su casa, eso darle algo de tranquilidad y estabilidad.

Ese día, por la mañana, mientras buscaba entre los botes de basura, cayó una leve llovizna y allí en el cielo apareció su objetivo. El final del mismo estaba en el Palacio Arzobispal. Como nunca corrió hacia el edificio y entró sin ninguna resistencia. Ingresó a la capilla en cuya punta descansaba el camino multicolor. Allí adentro estaba reluciente y dorada una especie de olla y dentro cientos de monedas de oro blanco. Salió con su tesoro con rumbo a la calle, pero la belleza del arcoíris hizo que se recostara en el jardín interior del palacio. Así lo encontró la policía, aún agarrado al recipiente de las hostias.

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335. Una lista escolar que da alegría comprar


El niño llega a casa y va al cuarto de su abuela.

—Hola Fernandito ¿Cómo estás? ¿Compraron los útiles con tu papá?

—Sí abuelita pero la verdad que aburrido mi papá, se la pasaba yendo de un lugar a otro y me hacía probar de todo y todo le gustaba, no lo entiendo, si son los útiles de la escuela nomás ¿Qué de emocionante tiene eso?

—Fernandito, tienes ya ocho años, entenderás lo que te voy a contar: Cuando tu papá tenía seis años, mi esposo, tu abuelo Javier, enfermó de gravedad. Luego de un año, falleció. Por ese entonces tu papá era el mayor de todos mis hijos y no tenía dinero para mantenerlos, así que tomé la decisión de ya no mandarlo a la escuela y que me ayudara en el puesto del mercado. Fue muy duro. Cada año intentaba enviarlo a la escuela pero no podía, aparte que él mismo no me dejaba, prefería que fueran sus hermanos menores y me decía que cuando fuera grande y se pudiera mantener solo estudiaría. Cada año que pasaba era un dolor para mí, pero también una alegría verlo crecer responsable, me ayudó tanto y trabajó duro y ahora tenemos esta casita y no nos falta nada, ni a ti, ni a tu mamá, ni a tus hermanitos. Cuando terminaste segundo de primaria, sentí que era un ciclo que estaba por romperse. ¿Sabes? Tampoco tu abuelo completó el colegio. Para tu papá y para mí, esperar que llegaras a tercero es como una vuelta al destino. Por eso se emocionó tanto con tus compras… es que… creo que fue como si las comprara para él… lo siento Fernandito no puedo…

—Abuelita yo no sabía, no llores, disculpa si me molesté con mi papá, ahora entiendo por qué de su emoción ¡Prometo esforzarme y terminar la primaria, la secundaria y lo que venga después! Pero no llores.

—¡Ya no lo haré, ven y dame un abrazo hijito!

El papá detrás de la puerta sonríe de felicidad.

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336. Antes del ocaso quiero volver a sentir

Foto: Estephany Huancara Kana

De niña las miraba como vivían entre las plantas de maíz de mi abuela Blanca, allá en la chacra. Las mariquitas se escondían de mí entre las hojas, pero siempre las encontraba. Con su caparazón rojo y puntos negros me parecían nacidas más de huayruros que de esas larvas horribles. Quería hacerme con ellas una diadema para el cabello, pero eso hubiera significado matarlas y no quise, prefería verlas así, libres para volar de lado a lado, buscando pulgones.

La niñez es un recuerdo que se aleja mucho de mí. Siempre fui formal, mientras mis primas hacían mil travesuras, yo siempre me quedaba en casa y esperaba la tarde para salir a pasear. Por tu carita veo que crees que bromeo con lo de no recordar cosas, pero es cierto, no recuerdo las importantes, la voz de mi madre, las veces que mi padre me llamó la atención, el color de los ojos de mi abuelo, la suavidad de mis manos de niña. Es triste, ya ni sus rostros a veces puedo distinguir.

¡Quiero poder volver a sentirme así! corriendo descalza hasta la huerta, atravesarla e irme al plantío de maíces y jugar al laberinto, no el acto, sino ese sentimiento, esa mezcla de temor con alegría por hacer una pequeña escapada fuera del orden establecido, un secreto para mi sola, sin que nadie me lo arrebatara, eso quisiera antes de partir.

No te pongas triste, es así la vida, lo que tenemos no valoramos, también lo sé, debería recordar en estos momentos la vida junto a ustedes y decirte que me hicieron feliz, pero no es fácil ser vieja, hay unos nudos que nos atrapan, eso no lo sabes y yo lo sé y te lo repito: fue maravilloso tenerlos, pero quisiera por un instante regresar y sentir de nuevo la emoción de encontrar a una mariquita, algo que nadie sabe, que solo yo sé y que es irrepetible, y por eso duele ya no tenerlo.

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342. Las despedidas nunca son como uno quisiera.

Caminando al paradero trataba de explicarle por qué no lo haría.

Esa tarde no tuvo gasolina para el carro así que fue en taxi, cuyo chófer no tuvo cambio para el billete grande así que pararon en un grifo. Al llegar la reunión donde ella estaba no la encontró en un primer instante, luego de 20 minutos y muchos mensajes de texto, se atrevió a llamarla y el sonido estridente rasgó el silencio solemne. Ya afuera le gritó para hacerse oír y llevarla casi arrastrando a un restaurante donde comieron unos sanguches insípidos en medio de un barullo general que no sabía de qué se trataba, en el intento de tratar de decirse las cosas. La bulla de la ciudad y el ruido infernal de las sirenas los apabullaron. Al pagar la cuenta le picaron los billetes falsos en la cara, trató de apaciguar todo buscando su tarjeta, pero no la encontró. Ella pagó.

El camino hacia el paradero de ella era una agonía, trataba de encajar las palabras pero no le salían y obvio que ella no quería hablar del tema, estaba decidida. En la esquina intentó abrir el discurso: “Sé que te fallé, pero por favor trata de entender yo…”, cuando la llegada del transporte le negó cualquier posibilidad de terminar la frase pero la palabra de ella sonó en todo el universo: “Adiós”.

Al llegar a su casa sucedió el apagón. Tomó consciencia de lo que estaba pasando en la ciudad. Era un incendio masivo como decían las redes sociales y era incontrolable afirmaban. Las luces se apagaron. El miedo se apoderó de él. Había quedado con ella para suicidarse ese día, pero había renunciado, ella no. Salió a la calle, ni un taxi quiso llevarlo a la zona donde el incendio llegaría pronto. La ciudad entera era un caos con personas gritando, saliendo, atropellándose o tratando de escapar sin saber a dónde. El teléfono de ella estaba apagado. La desesperación lo llenó por completo y salió corriendo en dirección a la casa de Sofía. El calor se incrementaba.

 

343.- La búsqueda implacable

343.- La búsqueda implacable

En lo alto del brazo de la gran estatua de piedra, se encontraba Heneros Crabel, mirando a la lejanía, como los tres soles se ocultaban uno en sucesión de otro… La pregunta de siempre le asaltó, pero la dejó atrás. Saltó y cayó de cuclillas. Se paró con paciencia y partió al encuentro del horizonte. Esta vez no dejaría que la luz dejara de iluminar su existencia. De los ojos del gigante dejado atrás brotó un pedazo de cristal que cayó al piso.

Heneros Crabel, no supo que en ese lugar, donde cayó la lágrima pétrea, creció una nueva raza de seres hechos de transparencias, que miraban cada tarde, intuyendo su existencia. Milenios después, cuando se hubo apagado un sol, el viajero retornó al punto inicial de su cruzada, con cicatrices profundas en el corazón y las ganas de recostarse un poco antes de continuar su eterna búsqueda de compañía.

Cuando su figura atravesaba las casas de negro carbonite, salieron a su encuentro miles de pequeños seres de humo condensado, quienes reconocieron en el espectro andante, aquel, que forjara las leyendas más primigenias de sus moléculas. Lástima que el lenguaje de señas no funcionara, ya que los ojos del gigante, estaban muertos de luminiscencia. Estaba por irse nuevamente de sus vidas, cuando a uno se le ocurrió evocar guturalmente un sonido.

Al reconocerse en esos ruidos, Heneros Crabel, tuvo un presagio, una saludación que le iluminó el corazón con un nuevo calor. La nostalgia inundó su ser y abandonó la cruzada. El nuevo protector se dejó querer como nunca fue querido. Los seres no emitían calor, no lograban transparentar su alrededor, ni reflejaban luz, pero en sus sonidos y compañía, por fin comprendió que no estaba solo y que si quería, nunca más lo estaría.

Así pasaron milenios.

Cuando toda existencia terminó y era un gigante de piedra, nació de su corazón Heneros Tadriel, quien estuvo años pensando en su soledad en ese mundo, hasta que saltó en búsqueda de la respuesta y de la estatua de piedra brotó una lágrima de cristal…

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344. La Doña de los ovarios bien puestos

344. La Doña de los ovarios bien puestos

Esa anciana arremetió contra el Presidente de la República a cachetada limpia sin que pudieran hacer mucho los agentes de seguridad. Fue casi de inmediato declarada heroína, en especial cuando los medios captaron la frase que la volvería famosa mientras se la llevaban los de Inteligencia de Estado: “Quieres que me muera sin darme mis pastillas, pero no te voy a dejar ridículo hombrecito, he enterrado a más presidentes con más huevos que tú ¡Y sigo viva!, recuérdalo”.

Podía decir lo que quisiera después, eso no se lo concedía la edad, pero sí su valor que logró indirectamente que se suspendiera la huelga médica y se invirtiera 1000 millones en el presupuesto anual para la seguridad social en equipos y mejoras para los pacientes a nivel nacional, luego del masivo apoyo en redes sociales y de personalidades.

Fueron meses de locura. Por ejemplo, a la mitad de la entrevista con el famoso periodista de la CNN, no pudo dejar de decir. “Si hubiera sabido que una cachetada podía cambiar algo, te aseguro que se la zampaba a José Pardo y Barreda para que no fuera tan cobarde”. Un observador crítico la hubiera corregido por el tema de edad y fechas, pero, era tan graciosa la Doña (como se la conocía), que la dejaron ser.

Hasta empezaron a twitear frases animándola a lanzarse como congresista mínimo y ni hablar de los memes que la encumbraron.
Cuando falleció hace dos meses con el corazón abarrotado de emociones y reconocimientos, el periodista que por fin halló el dato perdido de su verdadera edad, tuvo algo de decencia y quemó el papel original. Y es que algunas personas merecen que se les guarde un secreto coqueto, decía el susodicho, mientras todos en la sala de redacción recordábamos las hazañas de la anciana que tuvo el valor (y los ovarios decían muchos) de hacer algo concreto para sacudir a un gobierno que se presentaba totalmente incapaz.

Lo que tememos todos es que no haya más nadie con ese valor de decir las cosas y eso sí nos hace temblar.

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345. ¡Qué linda es la vida!

345. ¡Qué linda es la vida!

«Ya perdí, lo sé. El sicario me apunta con el negro cañón de una treinta y ocho automática y a mi costado puedo atisbar que mi compañero de mesa, en este barcito al aire libre, está saltando hacia un costado para evitar las balas o mi sangre, lo que salpique primero.

Estoy consciente que voy a morir, no creo merecer una segunda oportunidad, sólo quisiera saber de quién es el dinero que está en el bolsillo de mi asesino, quiero saber antes de hundirme en la muerte, cual de mis vengativos amigos fue el culpable: ¿el Chato?, ¿el Zambo?, ¿el Zancudo?, cuál de ellos quiere quedarse con la supremacía de la banda, de mis huecos de droga, de mis mujeres.

¿O no será alguno de los familiares de los fríos que me cargue a lo largo de estos años? ¿El padre de la niña que terminamos asfixiando después de cobrar la recompensa? ¿El tío del guachimán que matamos por escapar y que juró que nos buscaría hasta encontrarnos? ¿La madre de aquel drogadicto que acuchillé porque me debía una luca? ¿Los hermanos de la loquita?

¿Y si es la misma Policía que me está matando por venganza de los dos tombos que violamos el año pasado? ¿El juez de mi último juicio al comprender que no tengo salvación ni cura para el vicio de matar?

Podría ser cualquiera de mis familiares… hartos de mi mala fama que los ensucia peor que ventilador al pie de bosta de vaca. Podrían ser los hijos que no reconocí, las mujeres que violé ¡Mi propia madre!, para evitarse la vergüenza de cada día ocultar la cara por las calles, si es que alguien la reconoce como la que dio vida a este engendro que soy.

Puede ser cualquiera, el tema es que ya perdí y las balas empiezan a morder mi carne y la vida se me va, ¡Carajo!, había sido bonito el cielo celestito de esta ciudad de la cual siempre me quejé, este sabor a chicharrón que tengo en la boca, ¡Mierda! ¡Qué linda era la vida!»

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346. Los dueños de su amor

346. Los dueños de su amor

Cuando Camila encontró a su Julio en amores con la vecina, sintió que todo acababa para ella. No solo se convirtió en el cliché más antiguo: la de la mujer engañada, sino que para colmo era como un calco de una mala novela porque el desventurado no tuvo mayor idea que sea con la mejor amiga en ese lugar.

Ella y él sabían que su historia no era tanto así de común. Ella enfermera y el paciente de cáncer al hígado, ella padeciendo alcoholismo y él rescatándola. Destinados al fracaso. Juntos luego emprendiendo la fuga concertada hacia Huancayo, para empezar de nuevo, donde nadie sabría de ellos mientras se sacaban el alma en el puesto de frutas.

«El amor es una mala broma», pensaba mientras regresaba a su pueblo allá en la costa, en Puerto Supe. Tampoco retornaba como la clásica despechada, no era así. Los que la conocían sabían que tendría nuevos pretendientes y los antiguos regresarían. Todos aman a una mujer fuerte y ella lo era, tanto así como para dejar al amor de su vida para que se las busque como se buscó el consuelo efímero en brazos de otra. Pero algo también no le cuadraba de repetir el círculo del drama, no quería terminar con algún buen partido a criar hijos de hijos recordando la aventura de su vida y que los demás la cubrieran con el manto del honor conquistado con una “buena” vida.

El bus que la llevaba paró para cambiar una llanta en un grifo carretero. En la demora y sentada lo vio. Fue amor a primera vista. Todo indicaba que era un destetado a la fuerza y callejero a fuerza. Sin mayor alharaca se lo metió entre la casaca viajera y volvió al bus con su secuestrado.

Y allí está Camilla, enamorada de la vida, sin pretendiente ni hijos, pero alegre, con negocio propio en el mercado e inyectables en casa. El canchón lleno de maullidos que le alegran el corazón mientras reflexiona cada día en el humor del destino y las formas de amar y ser amada.
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Créditos de la foto: Albetty Lobos Callalli

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347. Visita de fin de año

347. Visita de fin de año

Las vísperas de este Año Nuevo para Alejandra es una repetición del anterior. Entre ir a la casa de sus padres, de su abuela y a la casa de los papás de su ex esposo, se le está yendo el 31, único día en que puede ver a sus seres queridos. Son las once de la noche cuando, rumbo a la casa de su ex cuñada, recuerda las circunstancias del accidente: Salieron con Fredo esa tarde de final de año y se la pasaron comprando bebidas, regalos y comida para ofrecer una fiesta en su propia casa, con amigos íntimos y familiares. No tenían hijos por propia decisión. La camioneta que manejaba su entonces esposo iba a velocidad por la carretera que lucía algo vacía. Iban riéndose sobre los sombreros graciosos que habían comprado, cuando de improviso salió esa señora con su hijito en brazos intentando ganarle a su vehículo. La camioneta dio varias vueltas de campana, producto del golpe de volante de su esposo. Ella salió disparada por el parabrisas y, luego de caer y rodar un poco, se levantó presurosa para ir a buscar a su compañero. Lo halló inconsciente, colgando cabeza atado al cinturón de seguridad. Trató en vano de despertarlo. No lo logró.

Ya han pasado ocho años del accidente y Fredo recuperó mucho de su andar gallardo, pese a que la pierna derecha se le fracturó en tres partes y la rehabilitación fue larga y tediosa. El trabajo lo esperó y hasta ha ascendido a buenos puestos en estos últimos años. Al final resultó que sí le gustaban los niños, porque tiene dos con su nueva esposa, una colega de trabajo con la cual vive ahora en la misma casa que compraron con Alejandra. Ellos van a la fiesta de fin de año que organiza su ex cuñada siempre y es la oportunidad que tiene para verlo feliz, con sus queridos hijos, su nueva compañera, observarlo divertirse, ser un gran padre y esposo, sin culparse por haberlo dejado el día del accidente y haber partido hacia el más allá sin siquiera despedirse.

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350. Insana competencia

350. Insana competencia

I

Aún me pregunto si el gancho para almorzar donde lo hago todos los días es porque cuesta cinco soles con cincuenta céntimos o porque la que atiende tiene una sonrisa que dan ganas de siempre volver.

El local es una casona clásica del centro de Arequipa reformada para aparentar modernidad, con capas de pintura ocre que se descascara en las esquinas y en lo alto de las paredes. Para mayor dato queda al lado del periódico donde me inicié en las letras periodísticas y que ahora está cerrado, así que de nostalgia anda impregnado el asunto.

Al ingresar al local se respira un ambiente tropical andino donde las mesas están cubiertas con manteles coloridos que recuerdan llicllas serranas y hasta los portacubiertos están forrados con el mismo material.

La comida es casera, con el caldo siempre adecuado al día characato, es decir, su chaque el lunes, su caldo blanco el martes, su caldo de casa el miércoles, sopa de fideos el jueves y para el viernes el chupe de verduras. Los segundos son variados y coloridos en la medida que el costo del almuerzo lo permite. Lo que sí está asegurado es la reposición de refresco.

La sonrisa es el valor agregado, ya que si bien el local no tiene adornos ni lujos, la atención, cuando me toca la susodicha, hace que se me alegre la tarde de trabajo, porque lo hace con tanta amabilidad que ni ganas de reclamar demoras me quedan. Que el local quede a dos cuadras y media de mi actual trabajo es también una ventaja que sirvió de jale para que mi compañero de labores en la oficina también vaya a degustar del asunto y estemos en plan de quién será el que conquiste a la guapa chaposa.

II

Han pasado dos meses desde que mi compañero me acompaña a almorzar y lo odio. Pensé que sería un momento de unidad, pero no, es un suplicio: almorzamos en mesas separadas y cada uno trata de impresionar a la muchacha. Pero está decidido, el veneno comprado y la oportunidad lista. Mañana acabaré con la competencia.

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354. Los superpoderes de Mamá

354. Los superpoderes de Mamá

—Papá… mi Mamá ¿Me ama?

—Claro hijo, nunca dudes de eso.

—¿Y me amará mucho aun cuando haga travesuras?

—Hijito… ¿Hay algo que debas contarme?

—Esteeee, tengo miedo que ella no me ame cuando haga cosas que no le gusten.

—No te preocupes, ¿Acaso no ves como tu abuelita me quiere mucho y me abraza y besa cuando viene? y eso que yo le hice unas que mejor no te cuento.

—Pero tengo miedo que mi Mamá ya no me quiera más.

—Entonces hijito cada día debes abrazarla mucho, recordarle cuanto la quieres, hacerle caso cuando te diga algo para tu bien, ayudarla en casa.

—¿Eso hará que me quiera más?

—No hijito, el amor de una madre es infinito y gratuito.

—¿Para qué sirve hacer todo eso?

—Una madre es un misterio de amor, las cosas materiales y superficiales no la llenan, el amor por sus hijos es más del que ellos le dan, pero a pesar de esos superpoderes que Dios les dio para amar, también necesitan saber que ese cariño que ofrecen gratuitamente da algún fruto, un resultado.

—¿Si hago mis tareas y guardo mis juguetes… es un fruto?

—Sí hijito, esos frutos de su amor deben reflejarse en que siempre seas…

—¡Honestos, responsables y obedientes!

—Exacto, para que cuando llegue el momento en que vayas a hacer una “travesura” recuerdes ese amor de tu Madre y al final hagas lo correcto.

—Gracias Papá, voy a ayudarle más a mi Mamá, a decirle siempre que la quiero mucho y que trataré de ser un buen hijo. Y tú ¿Me ayudarás a hacerla feliz también?

—Uy, jajaja hay que hacerse cargo de los consejos que uno da, también te ayudaré a hacerla feliz.

—Entonces ¿Me ayudas a limpiar el vaso de jugo que se me cayó hace ratito encima de la mesa?

—Jajajajaja demasiado inteligente eres para mi gusto a veces, vamos a limpiar entonces pero a la próxima más cuidado ¿Eh?

—Sí, tendré más cuidado ¡Porque quiero que mi Mamá me quiera siempre!

—Ya, menos charla ahora y trae la escoba que voy por el trapeador y ¡Cuidado con los vidrios!

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355. A las orillas del Río Grande

355. A las orillas del Río Grande

Recuerdo la primera vez que fui a Iquipí, el pueblo de nacimiento de mi padre, ubicado en Río Grande en Condesuyos. Era de madrugada. Para llegar a la casa de los abuelos teníamos que atravesar una acequia que me pareció un río para mis seis años de edad. Luego íbamos por el borde de una chacra interminable. Cuando llegamos a la casa, nos recibió mi abuelo Santiago con un candil en la mano. Caí rendido.

Al día siguiente fue una sucesión de maravillas. La casita estaba ubicada en la parte alta de la bajada al río. A un costado estaba un enorme pacay frondoso y un guayabo cargado. En la cocina, estaba mi abuela Julia, soplando por un tubo el fogón y sobre rieles de metal descansaban sendas ollas tiznadas de donde saldrían manjares diversos. Por mis pies correteaban cuyes gordos.

Poco después la algarabía de unos gritos anunció la llegada de varios tíos cargando una red llena de unos animales monstruosos: los camarones de río. Mi abuelo amarró las tacas de un par de los más grandes y me los dejó para jugar en la batiente del descanso de la casa. El cuerpo principal alcanzaba el porte de una escobilla de esas de madera con cerdas de plástico y la tenaza principal otro tanto. ¡Animalazos!

La mesa del almuerzo aún navega entre los mejores recuerdos de mi existencia. En el descanso techado se puso una mesa grande y en el interior del primer cuarto de la vivienda otra para nosotros los primos. Los camarones estaban allí, hervidos, a lo largo del mantel blanco, papas humeantes, choclos y llátan molido acompañaban. Antes, un impresionante caldo de gallina de corral abrió campo en los estómagos para esa delicia de río que se comía con las manos y se degustaba con la conversación amena, recordando mi abuelo viejas anécdotas y las voces en coro de mis tíos y tías, mientras en mi mesa los primos nos reconocíamos como familia. Luego, el vino hecho en el lagar que construyó con sus manos el patriarca, alargó con su calidez el momento familiar, que aún flota en mis mejores recuerdos.

(Dedicado a todos los primos hijos de los hermanos y hermanas Medina Rivera)

La foto es de la casa real del cuento.

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Deshojando el amor (15 microrelatos de amor desencadenado)

Me quiere…
No nos miramos de frente nunca. Son miradas dispersas en el día, en medio de conversaciones, a la hora del recreo. No nos conocemos, pero sabemos nuestros nombres y la hora exacta en que nos vamos a casa. En las actuaciones buscamos ponernos frente a frente y ensayar juntos en medio de risas y caras rojas, casi incendiándose. Ella deja que le invite mi galleta y me da una de las suyas. El día del baile real me toma de la mano, yo de la cintura y bailamos, mi cara es de una alegría infinita y ella está conmigo.

No me quiere…
Trato de hacerle saber en dibujos que estoy aquí, que en las tarde no miro tele por solo pensar en ella, que en realidad me la imagino siempre corriendo hacia mí a la hora de salida para, no sé, para agarrarnos de las manos o de repente que me acepte empujarla en el columpio. En el recreo quiero invitarle mi lonchera pero ella sale con sus amigas, no sabe mi nombre ni le interesa. A veces solo quiero que me mire. Ella sí mira mucho al chico más alto del salón. Un día se agarran las manos en mí delante.

Me quiere…
Y en clases me siento detrás de ella porque su apellido y el mío empiezan con la misma letra. Tiene el cabello corto y se amarra una pequeña cola con un colet blanco. En clases sus pies se hacen para atrás y yo estiro los míos y jugamos a entrecruzarlos. En el recreo en el juego de los policías ella es la encargada de la cárcel y me hago pescar solo para que me agarre los brazos y pueda bromear a darle un caramelo y que me suelte. Compartimos una vez un pan con pollo y mis dedos se quedaron un poco más de tiempo entre los suyos, la miré, no desvió la mirada, se quedó allí para siempre.

No me quiere…
Es demasiado rápida, habla mucho, cuenta sus problemas con su papá y quiero decirle que la entiendo, pero no me deja, solo quiere hablar de ella en el carro, mientras vamos a casa. Trato de atender lo que dice pero me pierdo en sus hoyuelos, y nuevamente se despide sin siquiera decirme nada más. En casa me pierdo pensando entre lo que dice de su papá y esas caricias constantes y su forma de ser. A los días la veo conversar de nuevo con ese otro chico y ella está aquí, a mi lado, en el carro contándome de su primer beso y yo muriendo.

Me quiere…
Porque soy el más bravo pues, aquel que sin ella saberlo, se peleó por declarársele, nadie más se metió, solo el chato y yo. Casi me pega, pero al último, cuando casi gana, la sensación de no tenerla nunca me dio fuerza. Luego fui a esa esquina, ella no lo sabía, pero ya me quería, lo descubrió cuando le dije que quería estar con ella. Se sonrió. Quedamos para el sábado y me dio el sí, con un beso rápido. Luego las manos entrelazadas, la esquina supo nuestros nombres, las pandillas nuestra historia y mi brazo en su cintura… para siempre.

No me quiere…
¿En qué cambio? Éramos los mejores amigos en la primaria, salíamos a buscar piñas en el parque y comer moras rosadas. Ahora ella usa el cabello suelto a la salida, se pinta los labios, pero no hay ninguno al cual acepte, y le envío cartas que no abre y me dice que somos amigos que no haga eso que la voy a perder, ¿Que perderé? Si ya el dolor en el pecho lo tengo. Y se declara mi mejor amigo y le acepta y a la primera pelea viene donde mí y me besa ¡Me besa! y luego regresa con él. La pelea con el traidor termina con nuestra amistad.

Me quiere…
Por ella viajaba en medio del bus doce horas, escribía un poema diario y por fin me enamoré. Pero le saqué la vuelta con una enemiga suya allá en el pueblo y eso acabó todo. Un año después, acompañamos a su hermana que es mi amiga a comprar y, en un descuido, yo la empujo hacia un sitio desocupado y le digo en un minuto todo y me besa, no deja que hable, pero tiene un enamorado, un abogado, pero ella lo terminará, me promete. El tiempo me consume mientras espero que llegue para decirme como le fue. Al final, ¿qué soy? ¿si no el que la engañó? Allí está, me sonríe, es suficiente.

No me quiere…
Era un poco mayor que ella y así no entiendo cómo me enamoré, primero le compré una muñeca de esas de colección, mientras medio mundo creía que quería a otra, luego le escribí poemas que me recibía con ilusión y finalmente un collar. Cuando la iba a encontrar para dárselo por su cumpleaños, la escuche conversar con otra amiga. No era yo, era que había varios y mejores, le decía. Me advirtieron que eso me pasaría, ellas, las que lloraron cuando las terminé, me lo prometieron. El orgullo hace que igual le dé la mojada joya.

Me quiere…
Era la practicante y yo el mejor, ella era la bonita y yo el lobo feroz, ella era la que no me miraba y yo el que sufría por decir dos palabras correctas frente a ella sin que sonará afectado, conquistador, creído. Me tumbó confesando que de mí nunca oyó. De ella me despedí al irme, a ella busqué al regresar de tan lejos. Me gastaba el saldo en mensajes, ella también. Pagó la mitad de la cuenta en la primera cita. Su cabello me enloquecía y yo no sabía si estaba en su corazón. La vida nos sorprendió y esa fue su declaración de amor.

No me quiere…
Fueron los mejores seis años de nuestras vidas, se lo dije, se lo dije mil veces, lo fueron y no me creía, se alejaba, le repetía que lo fueron, cada cita, cada peluche, cada cena, las veces que caminé por ella la tarde entera, el sol en la cara y la promesa de un beso para que nunca estuviera sin amor, se lo dije mil veces que fueron nuestros mejores años, que nos queríamos, hasta cada pelea y la reconciliación lo fueron por lo menos para mí. Aún trato de explicarle que vendrán años mejores, repite que no soy yo, que es ella, y me dice adiós.

Me quiere…
La rutina de la innombrable en casa, el trabajo que se acelera los fines de semana y la separación en medio de la cama. Ni sé como la otra se metió en el espacio entre el desayuno y la cena. El irse y yo creyendo que puedo soportar la lejanía de los cuatro que se van. Las noches en vela y la falta de interés por rehacer mi vida. Pasan los días ¿Y si te confieso que me perdí? ¿Que la vida no es igual al darme cuenta cuan humano soy, cuan débil me volví? A ti te pasa también. Ahora que regresas y regresan los niños prometo no abusar de tu retorno.

No me quiere…
Intento perdonarla y aún lo recuerda. Salgo con los tres niños a cuestas a darle espacio, me comporto como lo que siempre insulté en un hombre. A veces le pido de rodillas que olvide, a veces le exijo con gritos que me ame. Falsos momentos en que me da un beso y creo que volvemos para encontrar un mensaje y volver a la realidad. El amor que tengo se vuelve algo doloroso en las venas, que camina de la mano del rencor de no ser correspondido. Lo peor es que ella no se va.

Me quiere…

Siempre le tuve miedo al momento en que nacieran los nietos. Ella, tan dueña de su destino y su profesión. Yo solo un tipo que manejó años ese viejo taxi. Mientras ella surge como una gran dama, yo me hundo en mi miseria de olores de viejo y enojos sin sentido. El miedo es concreto, ella me dejará porque merece algo mejor que no poder conversar con un bruto como yo que no hace nada por mejorar y solo pelea y pelea. Pero la amo ¡Por Dios que la amo solo a ella! Pasa el tiempo, llegan los nietos y ella sigue aquí, queriéndome, no lo merezco, lo sé. Algo debí hacer bien supongo.

No me quiere…
Porque en su cara se le nota y me siento herido pero a la vez entiendo que se gastó el sentimiento entre platos y zurcidos, entre estropajos y malas vacaciones, pero no nos vamos, seguimos con una cadena de ira contenida, en reclamos por tonteras que ocultan verdades amargas de olvidos y traiciones pequeñas, pero inmensas al sumar y restar. Todo puede acabar en uno de esos grandes crímenes de la televisión o al final se quede en la quietud de seguir pelando mi manzana y se me caiga un pedazo de cáscara y ella reniegue de eso, que más da.

Me quiere…
No me peino bien desde hace años, mi corte natural es una calvicie temprana, como el vacio de ideas al pensar qué hacer con el tiempo que me dejó al morir ella. Transcurro como un fantasma en el panteón de mi casa, implorando oraciones a los fieles muebles que nos vieron envejecer. Cada resquicio del tiempo estancado huele a ella. La duda me carcome ahora en la vejez y pienso en lo injusto que es el volverse un niño, hasta que encuentro la misma carta y recobro la paz en el “te amo” final.

No me quiere…
Me quiere…

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358 La lección

  1. La lección

La clase estaba expectante, mientras el profesor dirigió estas palabras a sus alumnos:

«Al verlos a ustedes recuerdo a Julia. Su vida no fue glamorosa como muchos piensan: no asistía a las fiestas cuyas invitaciones llegan con nombre propio cuando estás en un medio periodístico, ni siquiera a los almuerzos que organizaban para los de su clase. Su cabello siempre en cola de caballo y esos lentes que nunca cambió de montura, eran su marca personal. Recuerdo sus uñas mordidas, los lapiceros que perdía constantemente, su horrible letra, su estrés perpetuo. Pero también recuerdo esa mirada llameante de furia cuando en los noticieros de la competencia aparecía un corrupto liberado, cuando un delincuente escapaba o cuando uno de esos que denunciábamos salía impune.

Su trabajo como periodista hubiera gastado a cualquiera con el tiempo. Ella persistió hasta el final. No es que siempre estuvo en medios, una oportunidad de hacer algo en el sector ambientalista la atrajo y allí estuvo varios años. Un día el contrato se terminó y regresó a la sala de redacción. Lo demás ya lo conocen por los noticieros. En esa curva la esperaba su destino con tres balas del narcotráfico.

Ustedes son estudiantes de periodismo de tercer año, sepan que algo así les espera si les apasiona su carrera. No hablo de la muerte trágica, hablo de algo significativo si aceptan el reto. Adquirirán esa mirada llamante de furia ante la injusticia, la corrupción, la desigualdad; alcanzarán ese sentimiento perpetuo de alerta, que hará que sientan al mundo como una gran noticia y será para ustedes el reto de superarse, de tener la portada, la mejor imagen, la filmación inédita, el enlace que dará a su público los elementos para descubrir la verdad, para después irse a la cama con la conciencia de haber dado lo mejor. Anhelen esa mirada jóvenes y, si la tienen, si sienten que no pueden contener la indignación ante las mentiras, el engaño, la barbarie, bienvenidos al grupo selecto de aquellos que no tenemos para comprarnos una Ford Navigator pero si dormimos tranquilos, no por haber hecho la diferencia en todas las veces, pero si por intentarlo siempre»

 

360. Cuarto Rey Mago

#365CuentosRegresivos

360. Cuarto Rey Mago

Dicen las leyendas que hubo un cuarto mago: un joven adulto y rico que había abandonado su casa paterna en Oriente para salir en busca de la mayor sabiduría de la Tierra. Estando de vacaciones en casa de Melchor, se enteró de las predicciones que junto con Gaspar y Baltasar había llegado su anfitrión: la venida del Dios hecho hombre. Ellos lo invitaron a presentarle un regalo al rey que nacería.

Baltasar llevaba oro porque era el metal más noble y puro. Gaspar llevaba incienso porque un rey necesitaba la purificación del espíritu. Y Melchor llevaba mirra, porque algún día ese noble necesitaría ser embalsamado en aceites perfumados.

El joven prometió alcanzarlos con un gran regalo para rendirle honores al Señor, antes quería llevarle el regalo más fabuloso que ojos humanos hubieran visto. Gaspar pensó: —La juventud es soberbia, pero… ¿Quién sabe hasta dónde llega la Fe?

Describir los viajes que realizó demandaría cientos de hojas, relatar sus aventuras y que poco a poco gastó su dinero, no en comprar bienes materiales, sino en ayudar a las personas, porque vio tanta miseria y sufrimiento que abandonó su búsqueda para salir al encuentro de los más necesitados.

Mientras, los años pasaban.

Cuando ya no era tan joven y la madurez de sus actos lo había llevado a comprender que no encontraría algún regalo material que satisficiera a ese rey, emprendió el camino a Belén. Cerca ya de su destino le informaron que el rey que buscaba fue recibido con palmas y vivas en Jerusalén. Hacia allí se dirigió con premura y con un nudo en la garganta que se desató cuando vio a su Señor en lo alto de un monte, siendo crucificado. Llegó cerca de él y gritó:

—¡Yo debí llegar antes y traerte el regalo más maravilloso del mundo pero solo vengo con las manos vacías! —y mostrándoselas cayó de rodillas y se echó a llorar. De pronto levantó la mirada y vio los ojos bondadosos de su Señor y sintió en el corazón una voz que le decía:

—Esas manos, surcadas por las heridas del amor hacia los demás es el regalo más grande que me puedes dar.

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363. El gol secreto

#365CuentosRegresivos

363. El gol secreto

—Señores pasajeros tenemos serios inconvenientes, prepararse para un aterrizaje de emergencia.

Tiago no cayó en la desesperación. Antes de embarcarse su novia le dio la noticia que sería padre y tenía la certeza de sería varón.

Alguna vez leyó el cuento de un autor argentino donde el personaje iba a ser fusilado y pedía al universo que le diera tiempo para escribir un libro. Eso le dio la idea.

Y ya estaba allí entrando a la sala del hospital y recibir un robusto bebé que paró de llorar al contacto de sus brazos, después ese pequeño gateaba por la sala detrás, se sentaba, lo miraba y le decía “pa-pa” señalándole un vehículo de juguete, que se transformaba en uno a pedales en el que paseaban por el parque comiendo pipoca con esa mujer hermosa que estaba allí, entregándole su amor y prometiéndole la eternidad para despertarse asaltado por ese niño que lo apresuraba para su primer día de escuela, con ese uniforme que para la tarde estaba manchado de colores, los cuales compraba junto con papel porque decidió que la pintura era su pasatiempo y dibujar a su padre metiendo goles su afición, la cual cambió en la universidad por una cámara de fotos que usaban mientras hablaban de futbol, su trabajo como entrenador con ese pequeño de barba que ahora era un consagrado foto reportero en el Folha y llegaba con la noticia que llegaba el heredero de ambos, el nieto que jugaba a correr detrás de una pelota, compitiendo con la esperanza de que heredara el tiro directo del abuelo contra las ganas del papá de que sea un ingeniero ambiental para risa de su nuera y llegar a ese momento, rodeado por todos esos rostros que vio envejecer, despidiéndolo, amándolo en abrazos y decirles que los amaba, que vivió sus historias, dolores, amores, fracasos, victorias y besar a esa mujer bella y plena que le decía que ya era tiempo de partir, que sea valiente y por fin Tiago abrir los ojos y sentir como el avión se estrellaba, pero con la certeza de haberle hecho una jugada magistral a la muerte y anotar su gran gol a la eternidad.

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Dedicado a Tiago del Chapecoense.

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365. El condimento del recuerdo

#365CuentosRegresivos

365. El condimento del recuerdo

El sol se ocultaba en el Mar Mediterráneo. Intentaba recordarlo, o por lo menos, evocar su rostro. No lo conseguía. Estaba en el mismo hotel en el que pasó las vacaciones hace 20 años con su familia en ese nuevo año. Al tercer día, durante la cena, mientras bebía su primer vaso de vino permitido frente a sus padres, lo vio a la distancia.

Al parecer él también la registró en medio de tantas bellezas crepusculares que había en el salón. Al momento del baile se acercó. Las luces cambiaron a juegos de colores de moda. No necesitaba saber que era él en el barullo de la música. Lo sintió.

En el paseo bajo las estrellas él le confesó que era estudiante de gastronomía y que estaba realizando prácticas en la cocina de un hotel cercano y que consiguió colarse a la fiesta en ese para distraerse algo de las labores culinarias.

Ahora ella estaba en esa playa que fue testigo de su primer beso de amor. Se tocaba los labios intentando recordar el sabor de los del galán añorado.

Él se despidió prometiendo que se encontrarían allí cada verano. Ella no volvió. Sus padres se separaron al siguiente año y solo pudo darse el lujo del viaje recién dos décadas después. Y allí estaba en ese comienzo de año. Se sintió como una tonta. Eran veinte años. Nadie espera tanto tiempo. Ella tampoco. Se casó, se divorció. Un arranque de rebeldía contra los 38 años que cumpliría la hizo rebuscar en su memoria el momento más limpio en el que fue feliz. Y era ese.

El hotel había perdido mucho de su magnificencia y lucía modesto. En la cena pidió una chuleta de res adobada en especias finas. Al probar el primer bocado, de golpe el sabor le recordó todo. El rostro del muchacho, sus ojos acaramelados, el cabello negro, su porte, sus manos cálidas, el sabor de sus labios, todo. Se levantó y pidió si podía ver al chef.

Este llegó extrañado. Al divisarla no pudo evitar soltar un grito de asombro y correr hacia ella.

—¡Tú!

—Sí, yo.

En una mirada se dijeron todo lo que tenían que decirse y mucho más.

365

Nunca te vayas sin despedirte, amor

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—Hola.

—Hola.

—¿Nos despedimos en la mañana? Digo ¿Me despedí de ustedes no logro recordar?

—¿A qué vine eso ahora? No me parecería raro que te olvides de algo así, todo el tiempo paras en otra. Hasta siento que estás más interesado en las cosas de los demás que en nosotros.

—¿Porqué lo dices?

—¡Eres conchudo! tienes full trabajo y todavía te comprometes a más reuniones. Sabes que no hay necesidad de que tengas más cosas y está lo de tus presentaciones y eso, te quedas hasta tarde haciendo diapositivas y no sé que más en la computadora.

—Ese “No-sé-qué-más” ¿Se refiere a algo?

—No lo sé, ni me importa ya, estás tan pegado a ese celular que no me asombraría que salgas con alguna cojudez y ya sabes que una sola que hagas y esto se acaba.

—No lo veo de esa manera, lo siento, es que sabes que trabajo por allí también.

—Las mismas excusas de siempre, ya eso no me convence, pero al final es tu problema, te estás perdiendo lo mejor de tus hijos. A ellos no los encontrarás en el Facebook.

—Sé que pierdo tiempo, no puedo explicarte porqué, no es que me importen más las cosas de los demás, es solo que a veces siento que si me despego de estar conectado algo podrá pasar y me lo voy a perder.

—¿Estás consciente de lo que hablas? No vas a perderte de nada, solo de que alguna de tus amigas deje de poner alguna tontera sobre que sufren o buscan pareja o de tus amigos sobre fútbol o chistes tontos… que, ¿Ese video de un padre pobre va a cambiar el mundo? ¿Compartir esa noticia sobre un ataque en la chirisuya va a ponerle paz a la violencia¿ ¿Que te bronquees con medio mundo porque no piensan igual a ti va a devolverte las horas que no juegas con tus hijos, que no pasas conmigo?

—Tú también revisas tu celular a cada rato.

—Lo sé, no sabes cuánto odio hacerlo, pero verte allí sentado en la mesa y que estemos hablando y luego sacas el aparato y te metes de lleno allí me enferma y hago lo mismo, tratando de entender que encuentras que sea más importante que nosotros.

—¿Lo encuentras?

—No, pero empiezo a buscar nuevas recetas, terapias para nosotros, para el Juani que tiene lo de su falta de atención, lo de Susanita de la dislexia, tantas cosas, pero todo tiene que ver con ustedes, ¿Cuánto de lo que ves se refiere a nosotros?

—En realidad, no mucho, más son más cosas del trabajo, de los amigos que me tienen que dar respuestas, a veces hasta me pierdo leyendo noticias pasadas que ya leí varias veces.

—¿En serio? Bueno, por lo menos estás siendo sincero.

—No quiero engañarte, menos ahora… ¿Me despedí de ustedes en la mañana?

—¿Por qué me preguntas de nuevo por eso? No te pongas dramático si vas a hacer alguna tontera no tienes que atormentarme llamando para darme a entender algo, no creo que nuestra vida sea tan terrible para que pienses en matarte ¿No?

—Sabes que no, solo es que quisiera recordar si lo hice, todos los días cuando me voy al trabajo trato de acordarme cómo nos despedidos, fuera si nos enojamos o no, me aseguro que por lo menos les dije chau, que nos pudimos ver antes que salgan por la puerta.

—Si nos despedimos… estabas en la cocina terminando tu café, los chicos fueron donde ti y les diste el beso de despedida.

—¿Te lo di a ti?

—Quisiera tener más tiempo en la mañana para despedirnos bien pero a veces no se puede, tendrías que levantarte más temprano para poder ayudarme siempre te lo pido, bueno, pero sí, me diste un beso rápido.

—Gracias, mil gracias.

—Oye, estás loco o qué no me preocupes más de la cuenta, que demon…

El ruido del timbre de la hora de salida la despertó. Estaba sentada en una banca del colegio de sus hijos. Trató de despejarse un poco, pero fue interrumpida por el teléfono móvil que empezó a sonar. Sus gritos luego de recibir la noticia de la muerte de su esposo, alarmaron a todos los padres que también esperaban a sus hijos en ese momento.

 

(Relato aparecido en Semanario Vista Previa – 10.10.2016 Arequipa Perú)

Canción que acompañó la escritura del relato

Creciendo con Mathias: Los deseos y la Luna

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Desde hace algunos días me encanta que mi Papá me hable de la Luna.

Me cuenta que está muyyyyyyy lejos, pero que está presente, casi cerquita, en muchas cosas que hacemos.

No entiendo todo lo que me cuenta, pero sé que algo tienen que hacer con la agüita de los mares y como los marineros la siguen atentamente para saber cuándo salir a pescar. Ummmmmhhh, con lo que me gusta el pescadito que prepara mi Mamá, ese que ella pesca de la lata, ya se me despertó el apetito.

También la Luna tiene algo que ver con ese papel con números que Papá va tachando en la pared y que cada vez que se acerca al final lo pone intranquilo. Me cuenta que por ese papel sabemos cuando la Luna va a estar presentable, así: tan bonita, o cuando no la veremos nadita…

Creo que estoy enamorado de la Luna… aunque no sepa que es eso de enamorado, jejejejeje. A veces escucho cuando alguien está muy interesado en otra persona, pues que está enamorado.

Ayer me di cuenta de eso. Salimos con mis papás, mis tíos y mi abuelita Lili a los juegos mecánicos, pero no sé qué juegos eran porque lo único que veía era dar vueltas y vueltas a la gente, hasta a mi mismo me subieron aun trencito pequeño y vuelta y vuelta, eso lo puedo hacer en casa y sin pagar moneditas.

Pero nada de eso me importaba, como ya era de nochecita, el cielo estaba negro-negro y la Luna estaba allí, como una moneda del color de mi lechita. Yo repetía “Luna-Luna” y todos reían, pero como no dejaba de repetir y de buscarla con la mirada, dejaron de tomarme interés.

Le escuché a mi Papá que los hombres desde siempre la querían, porque estaba tan alto y lejana, que era una meta llegar a ella. Un día lo consiguieron y fueron muy felices.

Yo quiero también llegar a la Luna, bueno, para que me entiendan mejor, quiero cumplir grandes metas, aún no tengo idea cuales, a veces es aprenderme de memoria los 10 primeros números, otra es los colores de mi caja de lápices, cada día tengo una nueva meta, por eso quiero a la Luna, no porque ahorita quiera embarcarme en un cohete y viajar hacia ella. Soy un bebé todavía. Pero recordarla me hace esforzarme en cumplir mis metas, soñando al igual que esos hombres de la antigüedad con conquistarla, y como al final lo lograron yo también lograré mis pequeñas y después grandes metas, ¡Estoy seguro de eso!.

Creciendo con Mathias: Los Temblores

Pasó el otro día mientras yo dormía, pues como si la tierra se empezara a despertar de un largo sueño, pues todo se movía. Mi Papá llegó a mi lado porque empezaba a querer llorar, Mi Mami mientras tanto, prendía la luz para poder ver si todo estaba bien y todos juntos nos colocamos en la entrada del cuarto.

Cuando todo pasó nos acostamos de nuevo y yo, en mis sueños de bebé, tuve algo así como pesadilla donde todo se movía y no podía tomar mi leche porque el biberón saltaba de un lado a otro. Realmente no me gustó el sueño.

Días después otra vez se movió como gelatina la tierra y ya estaba algo de mal humor. Escuchaba atentamente a mis papás, a mis tíos y a todos para saber porqué es que no paraba de temblar la tierra. Pero pocos se preocupan de dar explicaciones a un pequeño como yo.

Me imaginaba que en el interior de la tierra una gran tortuga despertaba y empezaba a comer y por eso todo se movía. También pensé que algo había chocado contra… no sé… uno de esos lugares lejanos y que por eso se movió todo. Trataba simplemente de explicarme algo porque de verdad, y aquí que me guardan el secreto: Tuve miedo.

A veces tenemos miedo creo yo, por eso mi Papí me abrazó fuerte ese día o mi Mamí se preocupó porque tuviéramos luz. También después mi abuelito Isaac llamó para saber como estábamos mi abue Lili y otros familiares también. A pesar de mi miedo también aprendí que estas ocasiones son para unirse las personas.

Papá comentó hoy que en algunas partes del mundo, es decir más allá de donde termina la liniecita a lo lejos, había personas que pasaron por temblores más fuerteeeeesssss y ya ni tenían casa. Ummmmmm pienso que así como nosotros nos preocupamos por un temblor que tanto tanto no fue, podríamos preocuparnos por saber cómo estaban esas demás personas que sufrieron más que nosotros. Me contó que aquicito nomás, como dice él, en un lugar llamado Caylloma, las personas se quedaron sin casitas y muchos se fueron al cielo… Pero también me dijo que muchas personas las ayudaron y michos más se salvaron porque estaban prevenidos, no se adonde se vinieron pero creo que mi Papá quiso decir que desde mucho antes sabían que podía pasar eso y tuvieron muuuuuchoooo cuidado.

Ahora mis sueños ya no son feos, sino al contrario, me imagino a mi mismo yendo donde esas personas y decirles que todos vamos a ayudarlas, que no solamente nos preocupamos por ellas cuando pasan las desgracias, sino también después, cuando ya todo ha pasado.

A veces pienso que Diosito en el cielo no dejará que nos pase nada malo, pero, si llegara a moverse mucho más la tierra, espero que su amor les diga a las personas allá afuera de mi ciudad que nos ayuden, porque nada alegra más el corazón que saber que le importas a alguien aún cuando no te de algo o no te conozca. Los temblores tendrían que también poder hacer cambiar los corazones de un lado a otro, para que todos nos podamos conocer y querer aunque sea preguntándonos, están bien, no les pasó nada, me alegra que todo haya pasado… es más, creo que no se necesita de temblores para levantar esa cosa que trae a las personas para hablar cerquita y preguntarles como están, ¿Se animan?.

mathias-y-papa

Para un bravo siempre habrá otro más bravo

bat

Lo esperó a dos cuadras de su casa, justo en ese callejón estrecho y oscuro entre los dos edificios de departamentos. Con su metro con cuarenta centímetros no causaba miedo, quizá ternura, MÁS con esos lentes de medida. Era la clásica imagen del niño al que golpean en el recreo y le quitan el dinero para el almuerzo.

—Oye, Juan.

—¿Qué haces aquí chato?

—Ven te tengo que dar una cosa.

—Ya mañana te pido la plata, no es necesario que me des hoy, a menos que quieras ahorrarte algún golpe, jajajajaja.

Una fuerza extraña impelió al bravucón hacia el callejón, no acababa de reconocer qué pasó cuando sintió mucho dolor en la cabeza. Aquello que lo golpeaba no le daba respiro, en las costillas en el brazo con el que intentaba protegerse, en la pierna, en el pie.

—¡Basta! ¡Basta! ¡Por favor!

El apodado “chato” se detuvo.

—Mira sé que no eres más que pura boca, sabrás pelear algo, pero mírame, un pequeño como yo acaba de molerte a palos con un bat de beisbol y ni te imaginas que sé hacer con una navaja. El trato es el siguiente: me darás la mitad de lo que juntes en los recreos, y cuidado con engañarme que sé cuánto sacas. A cambio te avisaré con tiempo cuando quieran denunciarte con los profesores y también te ayudaré para que apruebes algunos cursos, que los dos sabemos estás casi por repetir este año.

—Está bien, está bien, pero deja que me vaya —dijo entre sollozos el niño herido, se paró e intentó correr, pero los golpes recibidos en la pierna fueron más, así que se fue rengueando.

El dueño del bat sonrió mientras veía alejarse al bravucón de su escuela.

—¡Oye chato!

El grito vino de arriba, de una de las ventanas, un niño, el más flaco y granoso de su año le estaba mostrando un smartphone en el que se reproducía la golpiza de hace pocos minutos antes.

—Creo que tenemos un trato, voy a querer protección y el 30% de lo que te de Juan.

La sonrisa se le borró al dueño del bat.

La historia de amor de Graciela y Camilo

catedral con nubes sellada 2

—¿Aún recuerdas cómo te enamoré? —preguntó él.

—¡Claro! No me gustabas al principio, hasta creí que eras un odioso por cómo te comportabas y hasta me ignorabas, pero luego, no sé, puede ser que me gustara tu forma de hablar así tan seguro de ti, eras algo inocente para expresarte, no me malinterpretes, es que siempre decías lo que pensabas, aún cuando le cayera mal a los demás, eso me gustó, sí, más que si fueras guapo o no, que para mí lo eres y serás siempre, tus palabras siempre para mi sonaron reales, nunca de mentira —le dijo ella.

—Yo te amé siempre, aunque no lo sabía, aún sin conocerte supe que te encontraría y, sí, tampoco es que me gustaras al principio, no puedo negar que después me sorprendí a mi mismo pensando en ti, en la forma de tus labios, en lo que dirías. Trataba de contarte tantas cosas y me salían puras tonterías y ¡Cómo te reías de mi! Intentaba que siempre rieras… al final no sé si lo conseguí, hay tanto que quise hacer por ti, por los chicos, me faltaron las fuerzas, voluntad… te hice pasar malos ratos también… ¡Perdóname!

—No hay nada que perdonar amor —respondió la anciana volteando la mirada hacia la ventana. Allá, a lo jejos, las torres de la Catedral se notaban con el fondo nuboso de esa tarde de junio.

Afuera resonó un trueno. Ella continuó hablando.

—Esta ciudad fue mi cómplice. Cada vez que me peleaba por alguna tontera en casa, salía a recorrerla, por sus calles empedradas del centro veía escaparates en las tiendas de los judíos, solo ver, porque sabía que no teníamos para comprar esas maravillas. Hasta que abrieron la tienda de la Uruguaya. Allí me compraste un vestido y traje completo ¿Te acuerdas? Para ir a la graduación de Marcos. Cada vez que uno de los chicos terminaba la secundaria me comprabas un nuevo traje sastre completo. No sé porqué me acuerdo de eso ahora, soy una tonta, de repente debería contarte secretos míos que atesoré, como la camisa que usaste en tu primer empleo como cuidante en esa fábrica. La lavamos cuantas veces y hasta el cuello le cambié varias para que no se notara lo vieja que se ponía. Allí la guardé durante años. También recuerdo la vez que me fui de la casa por varias semanas ¿Te acuerdas?. Mi hermana me prestó un calendario para que fijara las nuevas fechas de mi independencia, pero lo que más hacía es marcar los días lejos de ti. No quiero saber nunca si al final hiciste o no hiciste aquello, ya no es importante, lo que sí importó es que lucharas por nosotros y decidieras por mi ¡Por mí!, que era una furia cuando me enojaba y te trataba tan mal muchas veces, pero no te fuiste ni nos dejaste, seguiste allí. No quiero que te sientas mal recordando tal o cual error, solo quiero que sepas que nunca me arrepentí de volver a intentarlo.

La frazada del anciano se corrió un poco y su esposa se la acomodó.

—Volvería a luchar junto contigo por ahorrar esos soles para que estudiaran los chicos. Sé que Diego no terminó la universidad, pero al final le fue bien, como me decías, él encontraría su camino y al final lo hizo, aunque el miedo siempre me consume cuando escucho que asaltaron a un taxista. Gabriela siempre fue más hábil con las manos que con los números y mírala ahora: tiene su propia tienda de ropa y hasta va a abrir una sucursal o no sé qué en Lima. Las tardes que pasamos los cinco en Tingo o en Sachaca, las veces que nos fuimos a Chapi, ese viaje a Cuzco, la vez que nos quedamos todos durmiendo en la playa en Mollendo porque teníamos flojera de subir hasta el hotel. Cada cosa la atesoro y la guardo para mí. No logro entender cómo es posible, pero lo malo ni lo tengo en cuenta, es como si una vela se consumiera y no volviera a prender, sí me acuerdo de las penurias que pasamos, pero son algo lejanas, ahora me siento más preocupada por los hijos de Marcos que no entran a la universidad, o la hija de Gabriela que se quemó el bracito con el agua hirviendo o por Daniel que a veces llega muy tarde y su esposa no le gusta eso. Son nuestros hijos, no son malos, al contrario, se esfuerzan por salir adelante y solo puedo agradecer por su vida y agradecerte a ti porque me diste la mejor de todas las aventuras y si pudiera volver a escogerte lo haría mil veces, nunca lo dudes.

Se calló por un momento, mientras a lo lejos se escuchaban los truenos. Una vez callado el retumbar del cielo, un sonido continuo se sobrepuso ante el silencio e inundó el cuarto de hospital con su anuncio.

Entraron los hijos y sus familias, seguidos de una enfermera. La anciana seguía mirando por la ventana hacia el horizonte, mientras con una de sus manos apretaba la de su esposo que acababa de partir.

La vida en 10 minutos

bus

—Maestro a la calle San Francisco con Moral.
—Ya señor seis soles nomás.
—Cuanto se demora porque estoy apurado, tengo 10 minutos para llegar.
—Llegaremos tranquilos es lo más importante ¿No cree? En 10 minutos nos podemos morir si nos apresuramos demasiado. Póngase su cinturón y deje que le cuente porqué es que es mejor manejar seguro que apresurado.
Yo trabajaba en los noventas en una empresa que iba hasta Lima, con sus carros nuevos había abierto el mercado hasta la capital. Eran unos buses Morillas de un piso para 54 pasajeros. Unas balas. Esa mañana me acuerdo que teníamos que salir del terminal de la Avenida 28 de, era viernes y feriado largo, así que se abrió dos turnos en la mañana para retornar a Arequipa. Íbamos mi compadre Alberto Soto y yo como choferes principales y dos de recambio más el ayudante de cada bus.
Pero mi amigo estaba apurado, no me acuerdo porqué. Era raro, íbamos a salir los dos casi juntos para acompañarnos, recuerde que el viaje eran casi 16 horas en ese tiempo, así que tiempo había. Pero él no. Quería salir lo más pronto y apenas llenó el bus con sus 54 pasajeros arrancó, 10 minutos antes del horario. Yo salí a mi hora, tranquilo la verdad porque ya lo encontraría para el almuerzo, cuando pararíamos en el mismo restaurante de la carretera.
Al llegar a la zona de Asia, que por ese entonces estaba desierta, vi al bus de mi compadre ¡Se había dado unas vueltas de campana y estaba todo destrozado! Frené como pude para estacionarme a un costado y bajamos con mis dos compañeros para auxiliar a las víctimas. Me fui directo a la cabina, le cuento, pero nada pude hacer, mi amigo Alberto estaba enterrado en la arena, seguro murió asfixiado.
Quería llorar porque dejaba a cinco hijitos, todos pequeños señor, era para no creerlo, pero no me dio tiempo, teníamos que ver cuántos vivos quedaba. De otros buses también se pararon pero los policías que llegaron primero los movilizaron. ¿Sabe? No es que quiera hablar mal, pero en estas desgracias a veces sale lo peor y lo mejor de las personas. Uno de los efectivos quería llevarse a un par de heridos con su mercadería y todo a la comisaría ¿Puede creerlo?, en vez de decir que se los llevaban al hospital querían detenerlos, pero otro de uniforme se le opuso.
También de los otros buses bajaron pasajeros que recogieron los zapatos, las carteras nuevas que salieron disparados por aquí y por allá, pero otros ayudaron a sacar a los heridos y los cuerpos de los muertos. En esas estaba cuando encontré al ayudante de mi compadre, un muchachito de 17 años nomás. Ya no tenía la cabeza, lo reconocí por su ropa. El segundo chofer estaba vivo de milagro porque iba durmiendo en el almacén y en la primera vuelta no sabe cómo se abre la puerta y cayó en la arena solo con rasguños, nos contó.
Fue uno de los peores accidentes de la época. Pero no podíamos quedarnos más así que nos fuimos, pero al llegar a la zona de almuerzo, por la radio escuchamos que en total fueron 30 pasajeros fallecidos y varios heridos graves. Luego ya en Arequipa nos explicaron que al parecer la dirección fue la que se rompió y mi amigo que iba a mucha velocidad no pudo controlar el bus y se desbarrancó. Lo más duro fue a la regresada, porque justo me encontré con el bus que traía los cuerpos. Parecía un carro de esos de funeraria, todo triste y oliendo fuerte a muerto. Al entierro no pude asistir.
Con esto que le conté no le quiero decir que si iba despacio mi compadre se salvaba, allí o más allá la dirección le hubiera jugado la mala pasada, solo que a veces entre vida y vida hay 10 minutos. Yo lo despedí así como le habló ahora a usted y luego lo vi muerto a mi amigo. Creo que en esta vida estamos para algo más que solo correr y correr, si nos demoramos un poquito más con las personas de repente después no nos estaremos preguntando ¿Y si le hubiera dicho algo más? ¿Si le hubiera agradecido por eso y por lo otro? ¿No le parece? Pero ya llegamos señor, mire a tiempo justo, gracias a usted también. Oiga y ya sabe: no hay que correr, hay que vivir, ¡Hasta luego!

 

Retroceder… ¡Imposible!

 

childrenLa cosa va bien, has caminado sin encontrarte con nadie desde tu casa hasta la tienda y estás de regreso. Es un pueblo nuevo, no conoces a nadie. Los primeros días evadiste con maestría a varios posibles contrincantes y adversarios, chicos de tu edad que podrían atacarte solo por el hecho de ser tú de la sierra y ellos de la selva. Pero no ha sucedido… aún. El último tramo es una calle larga con el camino afirmado de tierra rojiza, propia de esa zona, con los árboles creciendo a los costados sin orden. Por un instante te pierdes en esa contemplación del paisaje sin mayores preocupaciones, cuando en eso lo ves: es un chico de casi tu altura que viene en dirección contraria. Pensamientos se suceden unos tras otro para descubrir la mejor manera de evadir lo inevitable. No hay calles laterales por donde doblar. Tu casa está aún lejos. No hay tiendas donde simular una compra. Ya se acerca y está justo de tu lado, viene directo, no hay escapatoria, si intentas cruzar al otro lado de la calle mostrarás cobardía y si no te pega ahora se lo dirá a sus amigos y ellos sabrán que tuviste miedo. No debes reducir tu paso, hacerlo igual demostraría temor. Debes aparentar normalidad. Mirarlo a los ojos tampoco ayuda porque estarías buscando bronca. Ya se acerca, tensa los brazos por si acaso, ya viene, unos paso más, mira para adelante, afirma el hombro ¡Eso es! El golpe es seco, ninguno se movió mucho. Los hombros se tocaron con rudeza pero nada más, sigue adelante, ni se te ocurra voltear, puedes respirar tranquilo, demostraste tu valía, no contará nada a sus amigo pero te tendrá respeto, sobreviviste un día más, infla el pecho, camina con aire de valiente, te lo mereces.

 

Creciendo con Mathias: El olor a la felicidad

el olor a la felicidad

Mi mami tiene el olor a la felicidad. Claro, dirán que yo, como un niño pequeño, no sé que es la verdadera felicidad, porque no he vivido ni he experimentado muchas cosas en mi cortita vida.

Pero, vamos a ver: ¿Qué es la felicidad?.

Unos me dirán que es comer. Claro, ustedes podrán comer muchas cosas que comprarán con sus redondos de metal y esos papeles que los vuelven locos cada fin de mes. Pero no hay nada como comer algo preparado con amor, durante la mañana, sentir los olores confundirse uno a uno en una preparación que llega calientita a la mesa, con una sonrisa que nadie la tiene, ni siquiera esos cocineros de la caja de colores que hacen nosequé plato a la nosecuán, carne alamisimisi y fua fua que no tiene el sabor que le pone mi mami a sus tallarines rojitos o a sus arroces con pedacitos de pollo.

Otros me dirán que la felicidad está en viajar por el mundo. Con mi mamí un paseo al parque es una aventura sin igual. Los árboles serán los mismos, el pasto también y hasta los mismos chicos grandes con sus aparatos de ruedas y sus cajitas de colores portátiles que los vuelven bobos. Los juegos que inventamos con mamá, nos llevan por galaxias, por valles sin descubrir, a ver grandes finales de fútbol y vivir la emoción de las carreras de carros. Cuando vamos a visitar a papá a su trabajo y hasta cuándo vamos donde los señores de blanco que tanto temo, aún allí, una salida con mamá es una aventura sin igual.

Muchos dicen a mi alrededor que la felicidad la traen los redonditos y los papeles de fin de mes, los carros y las cajas de colores modernas y grandes, los olores en botellitas caras o esos cuadrados de colores pequeños y ruidosos. De repente aún me falta crecer y comprender porqué esas cosas los hacen felices a varios de ustedes. Como dice mi tío José Alfredo, debo hacerme uno con los demás para comprenderlos, aunque no entienda bien que es eso, debe ser “tratar” de ponerme en sus zapatos y ver el mundo con sus ojos.

Pero, aún así, y aunque me digan que soy terquito y no comprendo el mundo de los adultos, no puedo dejar de creer que el tener este tiempo con mamí es el mejor que me llevaré de esta etapa de mi pequeña vida. Ese olor de sus abrazos será un bello tesoro que me sostendrá cuando me caiga, que me retornarán a una época feliz cuando me ponga triste y me darán valor para también darle esa felicidad cuando tenga una familia como la mía.

Así que, especialistas en felicidad de todo el universo, disculpen que los contradiga y que les repita que no hay mejor felicidad para mí que estar con mi mami ahora y en este momento. ¡Gracias Mami Patty por tanta alegría en mi pequeña vida!

La palabra que no existe

La mariachi en el cementerioLa cantante paseaba entre los pabellones del cementerio en pleno domingo, Día de las Madres, cuando divisó a un posible cliente.

—Señora ¿Quiere que le cante algo a su madrecita?, hoy por el Día de la Madre tengo rancheras de Juan Gabriel, o si quiere alguna de Roberto Carlos, canciones de José José, usted dígame cual le gustaba a su mamá en vida y se la canto, solo 5 soles tres canciones.

La mujer levantó la mirada y ya tenía la intención de decirle que no gracias a la mujer vestida de mariachi, cuando de algo se acordó.

—A ella le gustaba una canción, pero no me acuerdo, una de un tal Fernández…

—Ahhh de Vicente Fernández, de repente le gustaba “Estos Celos” —dijo la artista y empezó  cantar, pero fue interrumpida por la doliente.

—No, no es esa canción ni tampoco el cantante, creo que es de su hijo… sí, ahora recuerdo, Alejandro Fernández, ese es… la canción creo que era sobre la voz, no me acuerdo bien…

—¡Claro!, “Se me va la voz” es la canción señito, esa me la sé, tiene suerte porque solo yo la conozco aquí, los demás no saben de esas canciones nuevas. Oiga, pero qué moderna era su mamacita —trató de alegrar en algo a la deuda la cantante.

—No, no era mi madre.

Un nudo en la garganta se le formó a la mariachi. Un golpe de dolor le oprimió al pecho al comprender que estaba frente a una… trató de buscar en vano la palabra, aquella que no existe para nombrar a la madre que pierde a un hijo. Sin decir más, empezó a cantar.

 

Mamá… ¿Soy malo?

Bárbara y su cachorro

El niño, aprovechando un silencio prolongado en la mesa después del almuerzo preguntó:

—Mamá… ¿Soy malo?

—¿Por qué piensas eso hijo?

—Es que así lo siento, no sé, a veces pienso que por eso me porto mal y te hago renegar, que por eso no tengo amigos y nadie me quiere. A veces me siento raro, como si no encajara en ninguna parte, hablan a mí alrededor pero no los entiendo, es como si fuera distinto, todos van hacia un lado y yo voy al contrario. Siento que soy malo porque pienso cosas extrañas y tengo odio… o no sé si es odio, pero me enoja que otros puedan tener cosas que yo no, o que puedan comer cosas que no podemos… sé que el dinero nos falta y sé que debo agradecer lo que me das, pero a veces no puedo evitar sentirme así, con cólera y eso me da rabia porque me digo a mí mismo que no sentiría eso si fuera bueno, si fuera el hijo que desearías. Muchas veces quisiera irme para que no sufras viendo mis notas o las travesuras que hago, los problemas que te causo, las peleas en que me meto, pero es que a veces siento que no puedo decir las cosas o defenderme de los demás cuando me molestan o me hacen sentir mal por como soy o lo que no tengo, lo que digo y lo que no digo. Siento que soy muy malo y que por eso se fue papá…

—Mi pequeño nunca pienses eso, tú no eres malo. Lo que sientes no puedes evitarlo no porque tengas odio en tu corazón, sino porque anhelas cosas. Pero no es malo anhelar algo mejor, solo que debes pensar que ahora, de repente, no tenemos la posibilidad, pero después, si te esfuerzas, las tendrás. Pero eso no será importante si lo que nos falta es cariño entre nosotros, podríamos tener mucho dinero y comprar muchas cosas, pero, ¿imagínate si no hay amor? de nada valdría.

No eres malo al querer que los demás te quieran, te acepten, encajar, pero a veces las personas no nos conocen para saber lo maravillosos que somos, no hay que desesperarse, hay que también tratar de entenderlos, pero no enojarse porque no nos comprenden, sino mostrarnos cual somos y no sentir vergüenza, eso hará que los demás se contagien de nuestra alegría de aceptarnos y nos querrán… ¿y si no lo hacen? puedes preguntarte… pues se lo pierden, siempre habrá gente que apreciará tu esfuerzo.

Yo sufro cuando no puedes lograr tus metas, pero no por eso quisiera cambiarte por otro, al contrario, sufro porque soy tu madre y es inevitable sentirme así, por eso también te exijo y te riño cuando te portas mal, aunque me duela por dentro tengo que hacerlo porque eso es el amor, por eso te repito siempre que no debes ser deshonesto, que debes ser responsable y obediente, no porque quiera aprisionarte sino porque, al contrario, quiero que seas libre y una persona está sin cadenas cuando sus acciones nunca impiden que avance. El querer lo mejor para el otro es la mejor manifestación del cariño.

Es bueno que me digas esas cosas para yo saberlo y explicarte que papá no se fue porque seas malo o tengas algún defecto. Se fue porque decidió que no podía estar con nosotros y acompañarnos en nuestra aventura. Cada uno toma sus determinaciones libremente, nos puede haber causado mucho dolor, pero no nos define como personas, hijo mío. No hay nada malo en ti o en mí que justifique su ida, pero tampoco hay que tener rencor por lo que hizo, hay que aprender a querer a los que tenemos cerca porque no sabemos cuándo se irán y perdonar a los que nos causaron dolor porque nos ayuda a ser mejores personas.

Tú no eres malo, eres mi hijo, el más preciado tesoro que tengo y sé que con empeño lograrás ser quien quieras ser, pero en especial una mejor persona. Ahora ve a hacer tus tareas y luego puedes ir a jugar.

—¡Gracias mamita! ¿me das un beso?

—Claro que sí, te doy mil.

¡Hasta luego amiga!

mano adios

Yo no sabía que se iba una gran amiga de mi familia. Me tomó por sorpresa la noticia. Deben saber que para un niño como yo de casi TRES años, pues hacer amistades es importante, no a cualquiera se le regala una gran sonrisa o un abrazo, no señor.

Para hacerme amigo de Regina, pasó un buen tiempo. Ella me conoció desde la pancita de mamá, es más, ella conoció a mi Papá mucho mucho tiempo atrás, algo así como cuatro años antes que yo naciera, para mí eso es un montón de días y semanas y meses que ya me cansé de imaginar cuanto es, jejejeje.

Para cuando yo nací ella estuvo allí. Preguntando y escuchando con el tiempo quería saber qué era ella, es decir, a mi alrededor había familia como tíos, abuelitos, primos y amigos, pero sentía que ella era algo especial.

Mi Papá y mi Mamá, algunas veces, me llevaban a visitarla y era divertido, porque ella tenía unos libros muy ordenaditos que me dejaba apilar en una torre grande, claro, luego mi Papá tenía que volverlos a poner a su lugar pero me daba el gusto y ella me sonreía todo el tiempo, así que supongo no se molestaba, aún cuando también dejaba el piso lleno de migajas de galleta.

Recuerdo también que en algunas ocasiones mis papás me llevaban a lugares donde mucha gente se reunía para escuchar a otros contar “experiencias”. Cuando hablaba mi amiga Regina me gustaba alcanzarla y que me cargara y que me diera el micrófono para poder hablar. No sé porque mi papá siempre llegaba para separarme y llevarme a pasear, cuando lo que yo quería es decirles a todos que escucharan a Regina porque lo que decía era importante y que prestaran atención y que no se distrajeran con cualquier cosa, eso quería decirles pero a veces mi Papi es pues inoportuno.

Y es que mi amiga cuando decía algo siempre eran cosas buenas, como eso de amar a todos por igual o de respetar las opiniones de los demás. Como yo crezco muy rápido, con el tiempo comprendía esas cosas, además yo trataba de ponerlas en práctica.

Pero, un día, me dijeron que mi amiga partía a una nueva aventura, en otra ciudad. Me puse algo triste porque me dijeron que ya no la vería por un tiempo más. Ella es una experta en el arte de amar y yo quería aprender más con su compañía. Pero también me contaron que vendría una amiga nueva, con quién compartir también esas sonrisas que me encantan me ofrezcan las personas.

Se deben sorprender que un niño pequeño como yo comprenda lo que es una despedida y no llore o haga berrinche, pero, como dice mi Papá, en esta vida no podemos andar aferrándonos a las personas como si fueran de nuestra propiedad, como un juguete, sino que debemos quererlas mucho el tiempo que están con nosotros. Por eso no me pongo triste sino que le digo a mi amiga Regina: ¡Hasta luego! Porque sé que nos volveremos a encontrar y seguir siendo tan buenos amigos como siempre.

Los huecos en el balcón

balcón Alca

El bebé tendría nueves meses y gateaba que daba gusto. La casa era de un solo cuarto grande en el primer piso, el cual fuera una tienda en tiempos idos y ahora alojaba a la familia de la nueva obstetra del pueblo. El segundo piso no servía para habitarse y solo se usaba como almacén de maíz, para secarlo extendido. Las gradas de piedra y adobe que conducían a ese recinto sin puerta eran la delicia del pequeño y se ubicaban en el patio interior. Su papá, su mamá y su hermano mayor de ocho años lo sabían y evitaban de mil maneras que sus manitas agarraran el primer escalón, ya que a velocidades de ternura subía las gradas y podría desbarrancarse en alguna oportunidad.

La vida es apacible en un pueblo donde la existencia se detiene en la modorra de la mañana y parte de la tarde. No ofrece mayores riesgos para los adultos, salvo las fiestas patronales y alguna que otra trifulca con los caballos tercos, los toros de lidia, el arado que no avanza, los amores de tarde en la plaza o alguna molestia estomacal que los llevara de urgencias a la posta. Mientras no pasara nada de eso todo era consumir lentamente los minutos al son del vuelo de los moscardones y su taladrar constante de cualquier objeto hecho con madera, en especial techos, vigas y parantes.

Esa lentitud de vida está bien para los grandes, pero para un bebé ansioso de explorar su mundo no es así. Pero ese día está durmiendo a la una de la tarde, luego de tomar leche, para alivio de la madre que tiene que ir al trabajo en el centro de salud  y que lo arropa y sella todo atisbo de luz solar entrante mediante periódicos, mantas y demás bloqueadores para crear la artificial obscuridad en el cuarto. Dentro de diez minutos llegará del colegio el otro hijo y cuidará al pequeño, por la tarde arribará en la combi el padre y ella llegará por la noche, así es la rutina diaria.

Un zumbido despierta al pequeño.

La puerta al patio interior (y a las escaleras) no estaba bien trancada.

A un costado de la casa está la comisaría y allí descansa el teniente Fernández. No hay mucho que hacer ese día así que reposa de la guardia de la noche. Una voz se cuela entre la pesadez del calor y llega a sus oídos somnolientos. Trata de no hacerle caso pero instintivamente se para y sale a la puerta principal.

Al llegar tarda un instante en acostumbrar los ojos a la brillantez del día y mira asombrado la escena que se le presenta.

Allí, a menos de un salto esta un pequeño de ocho años, el hijo de la nueva obstetra, con los brazos en alto dirigidos hacia el balcón de la casa.

—¡Manito no te sueltes manito! —es el ruego que hace.

El efectivo eleva la mirada un poco y ve al bebé colgando del balcón, sus manos están agarradas increíblemente soportando todo su peso.

El instinto lo hace moverse.

Los dedos del pequeño no aguantan más y cae en medio del grito de su hermano, el cual se siente empujado a un costado por una fuerza irresistible.

El teniente logra atrapar al bebé justo en la caída y lo abraza. El otro niño se levanta raudamente del suelo y estrecha con sus bracitos al policía.

Por la noche, al calor de un pisquito y gaseosa, un caldo de gallina y muchas risas, se cuenta una y otra vez la anécdota. El bebé duerme plácidamente en su camita, soñando nuevamente en remontar las escaleras y alcanzar por fin a ese animal misterioso que entra y sale de los huecos de las maderas del balcón.

El material del que está hecho el universo


mama y yo en la playa remaster

¿De qué materia está hecha tu memoria?

El pasado es irremediable, no se cambia por más que intentes. Es un barco que ya zarpó, solo tienes control sobre tu presente y depende de este lo que resulte el futuro. Y existe esa foto. En ella está mi madre, bella y joven. Siempre fue, es y será así para mí. Está la foto y no miente, ella está triste y yo también.

No se puede explicar el contexto sin contar recuerdos que se tergiversan con el tiempo. Nada fue totalmente feliz, nada fue totalmente triste. Fue un viaje intempestivo y en solitario junto con una amiga y otros acompañantes. Tenía cinco o seis años, me habían rapado la cabeza, no era muy sociable con los de mi edad, pero con los adultos era un hablador incansable, como queriendo desesperadamente que me acepten. Pero la realidad está allí en la foto, estamos tristes ambos. Ella, pues por muchas cosas… aún en los mejores momentos quisiera que se borre esa tristeza que llevamos en la familia como un síndrome que saca la mayor de las ternuras, pero que igual nos opaca en los momentos cúlmenes.

¿En qué sitio guardas el amor y la trascendencia?

Pero está el barco. El motivo de la foto fue eso, el barco anclado cerca de la playa en Mollendo. Alguien quiso tomarse unas con el espectáculo naviero y la cámara de rollo funcionó a la perfección. De ese día de repente si hago el esfuerzo supremo aún me queda el sabor a mar en los labios, el viento helándome la cabeza, las manos de mamá aferradas a mí. Eso es lo que quedó en el tiempo, nuestros dedos entrelazados en algo que solo ella y yo comprendemos y que se forja en la vida cuando dos seres tienen que atravesar el infierno juntos para resucitar.

mathias y yo playa

Y allí estoy de nuevo. Con treinta y siete años, en un viaje nuevamente intempestivo hacia la playa de Mollendo. Y nada me recuerda el viaje de mi niñez hasta que, ver la nave allí, me abre el corazón de manera inexplicable y me recuerda ese pasaje y la foto como prueba material que la vida te devuelve momentos trascendentales en los instantes menos pensados.

¿Cuál es la fibra que sostiene tu esperanza?

Mi hijo tiene cinco años y meses. Desde bebé tengo la costumbre de mirarlo largamente, como adivinándome en él, con la aprensión del primerizo y la tortura del que no puede creer en la felicidad gratuita, sin que nadie venga a cobrar. Y está allí, jugando con las olas y chapotea, salta, se emociona, brinca y se moja, nos moja a todos y pide una y otra vez que lo lleve a las olas, como si en ellas encontrara el secreto de la inmortalidad.

Y estoy allí, pidiendo la foto, con la excusa del barco claro, pero en sí es inmortalizar ese momento. Mi hijo no está triste por ningún lado. Estoy solemne. Él me abraza sin pedirlo y sonríe como solo él sabe hacerlo. En la nueva instantánea digital él juega con sus pies y la arena, yo tengo la parada del papá que protege su tesoro. Ambos construimos un recuerdo que solo el tiempo nos dará respuestas si encajan en la materia de la que está hecha nuestra aventura por la vida o simplemente es el instante fugaz de la felicidad plena.

Yo estoy conmovido por la fibra primigenia de los recuerdos, liberado de esa parte triste de la foto, reconciliado con el mar y el barco, con la vida y el silencio de los años, revertido todo por el nuevo momento que se abre paso, el de la justificación limpia, la nueva foto y la antigua, ya no para recordar alguna tristeza sino solo para contrastar edades, aventuras y felicidades.

Y guardo la foto para que ella la vea y se emocione, para que me mire de nuevo y como siempre, en nuestros ojos soñadores haya esa luz cómplice, porque de eso está hecha la existencia, de fugaces alegrías y constantes reencuentros, de arena y barcos que zarpan pero, gracias al círculo del universo, a veces esos barcos del pasado regresan y hay una segunda oportunidad de cambiarlo todo… gracias al dueño del mar por eso.

Paloma

enamorando

Después de un drama familiar, llegué con mi madre a Villa Rica, pueblo cafatalero ubicado en el centro del país, en plena ceja de selva de Pasco. Ella hacía su SERUMS, su servicio rural antes de optar por el título profesional de obstetra. No haré largo el tema, pero debo confesar que fue uno de los años más maravillosos que pasé en compañía de mi progenitora.

En fin, que puedo decir, era un arequipeñito suelto en plaza, es decir un personaje que inmediatamente y sin querer concitó algunos intereses. En ese tiempo aún quedaban los restos de mi introspectiva forma de ser. Poco a poco, a punta del ambiente alegre de la zona, mi hosca actitud cambió. A los 11 años se es buen tiempo para abrirse a los demás.

La doctora y la odontóloga del Centro de Salud del entonces IPSS, vivían en una casa multicuartos de madera, vecina a un aserradero, cuyos dueños eran también los responsables de 6 niñas de diferentes edades, las cuales inmediatamente a pocos días de mi llegada y conocimiento, me acogieron en sus juegos. Una de esas bulliciosas chicas se llamaba Paloma. Su historia de abandono de padres y rebeldía la fui conociendo poco a poco y, claro, se convirtió en mi amor cuasi púber, en esa ilusión que te carcome el estómago y te hace hacer y decir sonseras frente a ella o tratar de lucirte sin sentido.

No podía saber si ella correspondía a mis sentimientos, era un cercado de alambres su genio, a veces explosiva, a veces dulce, a veces callada, a veces triste y siempre en actitud desafiante. Me la imaginaba como solo un niño de amor puro puede, recuerden, así, con esos pensamientos en los que el beso era la cúspide de todo anhelo, pasear de la mano era algo que cosquilleaba y escribir cartas que luego se rompían inmediatamente, era la práctica usual.

Para finales de diciembre, las amenazas de terroristas en contra de mi madre, en busca de que proporcione medicinas, eran ya de marca mayor y ante la insinuación de que se las cobrarían conmigo sino entregaba los suministros, hizo que los planes para mi salida fueran de urgencia. Ya no podía salir solo a la calle y ni pensar en visitar a mi amiga. El último día, a pocas horas de viajar, me llegó una carta, conteniendo varias minicartas, pedazos cortados de papel de block escolar, pintadas con colores, con frases sencillas: te quieros, te extrañarés, adioses esperanzadores, pululaban. La carta central, hablaba de bellas cosas, sí, cursis, ¿Qué pueden esperar de niños de once?.

Quisiera contarles que me arriesgué a salir sin compañía a encontrarme con ella y regalarnos ese primer beso… pero no fue así, alcancé a escribirle una carta también confesándole mi amor escondido durante meses y luego viajar, triste, pero a la vez contento, contradictorios sentimientos que uno atesora en el corazón y que luego, al evocarlos como ahora, arrancan una sonrisa traviesa.

Las alas

VOLADORA

Era una bicicleta Goliat serie Bronco, de segunda generación en montañeras, con 18 cambios, cachos y suspensión delantera. Lo más bello era que estaba pintada de blanco en fondo, con grafitis en líneas aleatorias de colores fosforescentes, pero de aquellos chéveres, no verdes ni amarillos, sino violetas, fucsias, rojos… Sin pensarlo le puse de nombre “La Paloma”.

Volaba en el asfalto como una bala y los cambios funcionaban cual máquina inglesa. Podía hacer 25 minutos a toda carrera de Mariano Melgar hasta Huaranguillo, es decir de punta a punta de la ciudad. Esa época fue escandalosamente  superior… como explicarlo… 15 años tenía yo, en plena forma que dan las hormonas naturales de crecimiento, con amigos en todas partes y con una súper bicicleta… ¿Se podía pedir más?.

En una ocasión, bajando a toda velo la avenida Lima, una camioneta me agarró la llanta posterior, salí disparado, pero la saqué barata, dos rasmilladas y la conmoción, pero La Paloma… indemne, la llanta soportó el impacto y una rayadura sin mucha consideración le hizo como un galón al esfuerzo.

No pasó ni dos meses desde el último pago de las mensualidades, cuando me la robaron del mismo interior de la casa… Los sentimientos encontrados de frustración e ira no se me calmaron en meses. Ahora que lo pienso, por esa razón dejé a mis amigos de Huaranguillo, ya no había motivación para ir en bus, el ejercicio dejó de interesarme, pasó años antes que me animara a comprar algo de tanta inversión, la confianza en los inquilinos se desvaneció, de bicicletas nunca más se habló…

Pero aún tengo el recuerdo de ser el dueño del viento, de volar en el asfalto, de sentir la libertad, en especial, bajando con los brazos extendidos por toda la avenida Sepúlveda… extraño esa sensación y si cierro los ojos, aún puedo imaginarme surcando el universo en mi poderosa nave adolescente…

Palomar

palomar

Fue una tarde en Lima, en la casa de mi tío Pepe. La construcción era un monstruo de cuatro pisos que se elevaba por encima de los caserones vecinos, con sólo el primer piso estucado y pintado de un verde provinciano; lo demás con el ladrillo rojo, desafiante. En el cuarto piso estaba el Palomar, en el tercero estaba la mini fábrica de repuestos de escobillones de fibra, el segundo habitaciones y en el primero la cocina, la sala comedor, el baño con la única ducha y el cuartito donde dormía como invitado.

Llegado a pasar un verano allí, no conocía las reglas del lugar y nadie me las explicó. A punta de curiosidad examinaba cada tarde los vericuetos del inmenso castillo, a medida que mis primos me lo permitían. La primera noche, recuerdo, mi prima Eli me llevó a comprar una delicia de veinte centavos: tripitas con tostado. Eran un potaje de tubitos crocantes mezclados con maíces dorados en una pizca de aceite. Los intestinos de los pollos eran la clave de ese manjar de niños de barrio, en una época en que las papas fritas aún no se masificaban.

Una tarde, en que todos dormían bajo el sopor pegajoso de la capital, me aventuré hasta el cuarto piso, sacrosanto lugar donde habitaba Nerón, el perro familiar, que a punta de confianzudas mañas, logré me aceptara sin pelar sus dientes de doberman.

Mientras subía, encontré en una de las ventanas laterales de las escaleras, a una paloma acurrucada… La primera impresión era que estaba perdida, pero recordé que arriba estaba el criadero de mis primos. No sabiendo que más hacer, la cogí con ambas manos y la lancé por la ventana. La pobre aleteó un poco y se me perdió de la vista en su intento de frenar su caída.

Abrumado por el miedo, bajé las escaleras y me escondí en el ruido tranquilizador del televisor de la sala. A la mañana siguiente, en el desayuno, mi primo Wilmar preguntó por la paloma herida, aquella que estaba en recuperación, ya que al parecer había escapado de su jaula.

No pude aguantar y, en medio de lágrimas de nueve años, conté lo ocurrido. Miradas de compasión me salvaron de una reñida y el vozarrón de mi tío diciéndome ¡Loquito sonso no te preocupes!, me devolvieron algo de paz.

Casi toda la familia salió en busca de la perdida alada. Se preguntó en casas vecinas, en canchones y hasta en manzanas anexas. Nada. A la tarde ya estaba echada la suerte sobre mi conciencia y la tristeza invadía el hogar. Al atardecer mi prima Eli salió conmigo a la vuelta a la manzana diaria. Saqué de mis bolsillos una de las monedas que me diera mi mamá “porsiacaso”, y le dije si quería comprar una porción de tripitas… me miró indeciblemente y suspirando me confesó que temía que en la porción que nos dieran estuvieran los restos de la enferma que lancé al vacío. El silencio nos acompañó durante el corto paseo de ese día.

(Relato contenido en el Libro Palomas de difusión gratuita)

Frazadazo

violacion

Cuando le dictaminaron nueve meses de prisión preventiva en el Penal de Socabaya, sintió que todo se le derrumbaba. Regresaría al lugar de donde salió el 2005. Por reincidente lo pondrían en el Pabellón D.

Durante todo el día sufrió un colapso estomacal que lo llevó a estar pegado a la letrina del baño comunitario. Un frío terror lo invadía.

No le dieron un catre, solo un colchón por el que pagó 20 soles y una frazada sucia y maloliente.

—Primero pagarás piso niña antes de tener tu catre —dijeron varios de los reclusos.

No tenía pinta de infante, al contrario, aparentaba los 43 años que cumplió hace poco. Su rostro cetrino con marcadas arrugas, presenta una nariz abultada, labios caídos, hasta lascivos se diría, barba y bigotes ralos casi inexistentes. Las manos son algo rugosas, propias de un taxista como él. Los ojos apagados por sus cejas pobladas.

La primera noche sufre de sobresaltos continuos, esperando que lleguen los demás para ultrajarlo.

Sabía que lo harían en algún momento. Porque él lo había hecho ya.

Claro, no había abusado de algún reo. No. Había cometido sus crímenes contra adolescentes desprevenidos, esos que en afán de paseo o de encontrar un lugar donde besarse y acariciarse, bajaban al sector de Chilina, en el río de la ciudad. Un lugar con “chacras”, árboles, full naturaleza que invitaba a paseos largos y románticos, a aventuras de campamento rápido. Era de tradición adolescente el paseo a ese sector, en grupos, llevando algún plato preparado y gaseosa, hasta un “trago” de repente. Los días especiales eran los feriados, los fines de semana. A esos grupos los esquivaba él y sus compinches. Eran demasiados.

En cambio las parejitas fueron su especialidad. Con paciencia gatuna, mientras tomaban un combinado de pisco y gaseosa, aguardaban entre los arbustos, “chequeando” el vallecito. Cuando detectaban a los infortunados, los seguían cual pumas, para sorprenderlos, golpearlos, robarles sus pertenencias, amarrarlos y luego abusar repetidas veces de las casi niñas en su mayoría. La mano encima de la boca, los insultos gruesos, las amenazas de muerte, todo lo que significaba sentirse poderoso, invencible, dueño de la vida y de la muerte de sus víctimas.

Pero ahora, tirado en la esquina del pabellón de alta peligrosidad, no se sentía poderoso. Orando trataba de menguar en algo el miedo que lo sacudía, intentando la compasión de cualquiera que oyera sus rezos apagados. Sus lágrimas que desbordaban eran seguidas de pequeños gemidos. La tormenta en su cabeza se alteraba e incrementaba con algún ruido, un rechinido de catre, o un ronquido fuerte. Así transcurrieron las horas.

Ya pasadas las tres de la madrugada, se tranquilizó algo. Pensó que adentrada la madrugada no le harían nada y no se atreverían a tocarlo de día. Suficiente tiempo para que su compadre le trajera el dinero para aplacar el castigo de bienvenida que en la cárcel aplican a los violadores como él, denominado “frazadazo”. Le pidieron mil soles para que lo protegieran, solo si lograba salir indemne de la primera noche. Pensando eso descansó los ojos, relajó el cuerpo, se acomodó en el colchón casi plano por su peso y trató de dormir.

No sintió en que momento lo voltearon boca abajo y le pusieron ese trapo asqueroso entre los dientes, solo sintió que la frazada que antes lo cobijaba ahora estaba apretándolo contra el colchón. El peso de varios cuerpos lo tenía sólidamente quieto. El terror lo invadió, quería que alguien hablara, que dijeran que solo era para meterle miedo para que pague más dinero, intentó suplicar pero el trapo estaba bien metido. Nadie hablaba, eran sistemáticos, como si ya lo tuvieran todo calculado.

Un dolor indescriptible lo asaltó de pronto y continuó durante muchos y largos minutos, creciendo a cada instante, llenado todo su ser.

A las cinco de la madrugada, cuando el sol ya clareaba, los guardias lo arrastraron a las duchas para que se lavara la sangre y otros líquidos que lo cubrían.

Un Ángel en el Cielo

Alfredo en la Mariápolis Lia

Mi Papá está triste. Hace muchos días atrás se enteró que uno de sus amigos que dice vive en un país grande, muy grande llamado Brasil, estuvo enfermito de la misma cosa mala que le dio a la bisabuelita Hilaria, esa que le hizo caer el cabellito. Cuando contó eso a Mamá estuvo algo triste varios días.

Es raro pensar que tus papás tuvieron una historia antes de que tú nacieras. Yo por lo menos a veces pienso que mis papis existen desde que yo existo, es algo raro enterarse que antes de uno hicieron cosas o viajaron. Justamente Mi Papá conoció a este amigo cuando viajó a un país con mucha carne y algo llamado “mate”. Argentina dijo que era.

Dice que cuando conoció a este muchacho lo que más le llamó la atención fue su humildad y compañerismo, con mucho apetito como él. Que también tenía problemas y que intentaba resolver sus propios dolores, pero antes que todo, se lanzaba a amar. Ummmh no entendí eso, pero creo que es como cuando mi Mamá a pesar de estar cansada, lo deja atrás para prepararle la comida a Papá, o como cuando mi tío José Alfredo arregla su cuarto a pesar que también debiera hacerlo mi tío José Manuel. Si es eso el “lanzarse a amar”, pues ese joven amigo de mi Papá me agrada.

Mi Papá está verdaderamente triste hoy. En la mañana le informaron que su amigo estaba muy malito, con mucho dolor. En la tardecita cuando regresó del trabajo, ¡Pobre mi papaíto!, nos contó que su amigo ya estaba en el Paraíso. Creo que se refería donde también debe estar mi bisabuelita.

A pesar de que estaba decaído mi Papá, se sentó contarnos que en los últimos días, este joven había tenido mucha fuerza y que los dolores los había sabido afrontar. Nos contó que en varios países sus amigos que había conocido en la Argentina, hicieron pequeños sacrificios para darle fuerza y aliento, como cortarse el cabello, algunos con oraciones a Diosito, otros ofreciendo los dolores del día para que se recupere.

Yo la verdad pensé que era triste que todos ellos ahora piensen que no dio resultado nada de eso, y hasta ya me daban ganas de llorar. Pero Papá dijo que a pesar de todo estaba orgulloso. ¡Sí!, algo raro ¿No?. Pero así lo dijo, porque explicó que este joven, a pesar de su corta edad, había unido en un aparente dolor, a muchos otros y les había demostrado que todo es posible, hasta vencer el dolor pudiendo estar alegre, porque cumplía lo que Dios quería de él. Para eso estaba yo confundido, no entendía esas palabras, pero creo que significan que ese muchacho había sido valiente y quería que todos los que estuvieron con él en estos tiempos también lo sean.

¡Mi Papá ya no está triste!. Creo que hasta está alegre. Debe ser, porque cuando un verdadero amigo lo es, se debe alegrar de las cosas bellas que le pasan al otro y debe ser bello que ahora mi Papá cuente con un ángel en el cielo que lo animará a ser valiente cada día!!!!!.

 

Treinta minutos perdido

Manuel y yo

Ya habían pasado quince minutos desde que envió a su hermano pequeño a comprar chicha. La casa donde siempre adquirían la “cantarilla” del líquido refrescante hecho de maíz morado, no distaba más allá de dos cuadras. En menos de diez minutos se hacía el recorrido.

El hermano mayor salió a la calle a ver si estaba por llegar el pequeño de nueve años. El almuerzo estaba listo en la mesa y justamente para tener algo que tomar es que mandó al niño a traer la bebida. En los días anteriores fue en dos ocasiones a comprar con él a la casa donde la vendían. El pequeño recién tenía medio mes de vacaciones en la ciudad.

No llegaba y ya eran veinte minutos.

Sin saber que hacer dejó la puerta de latón de la calle juntada y emprendió el camino por donde le había enseñado a ir. Cuando llegó a la casa donde vendían la chicha no lo encontró. Llamó a la puerta y nadie salió.

La angustia se acrecentó.

En ese momento ya no sabía que hacer, la esperanza de que hubiera tomado otra ruta lo animó a salir disparado hacia la casa. Al llegar encontró la puerta como la dejó, por solo comprobar entró a la casa y a gritos llamó al pequeño.

Salió nuevamente.

Llegó a la esquina y se paró en seco, intentando pensar. Por la mañana había reñido a su hermanito por no haber tendido la cama. De repente estaba enojado con él, pero no creía que fuera suficiente para que se escapara, menos con un solo sol que le dio para comprar. El pequeño recién estaba dos semanas en la casa, llegado desde la tierra de sus padres a pasar las vacaciones de verano con él. No conocía para nada la ciudad. La idea de que un depravado hubiera captado a su familiar lo asaltó de pronto y un dolor incompresible se le formó en el pecho y en la cabeza, pulsando. No sabía que hacer. En esa época no existían celulares, no tenían teléfono en casa, no tenía familiares en el barrio y no aparecía por allí ningún conocido como para dejarle el encargo de esperar.

Fueron tres minutos de impotencia total.

Pensando en otra solución y razones, llegó a la conclusión que realmente no lo había reñido tan duramente por no tender su cama, total, eran vacaciones, sino que su cólera se manifestó de esa manera porque estaba acumulando una furia desde hace meses, quizá años. En ese momento comprendió que no era feliz como estaba, en una carrera que no le agradaba, sin pareja, sin dinero que le alcance, sin saber cuál era el rumbo de su existencia. Pero eso en nada justificaba que volcara en su pequeño hermano sus frustraciones, todavía siendo un chico alegre que lo admiraba y siempre quería hacer lo que él hiciera…

El sollozo lo asaltó como un golpe en el estómago, sin misericordia el dolor de imaginar a su hermanito herido o peor: atacado, le nublo el entendimiento, se sacudió la cabeza e intentó pensar con claridad, volvió a la puerta y la trató de asegurar como para que solo con empujarla pudiera entrar su hermanito si volvía. Luego corrió a la esquina para cruzar la calle y empezar a buscarlo por el barrio, empezando desde abajo y en las calles paralelas.

De pronto por la esquina de una de las calles apareció el pequeño con la jarra en mano.

Corrió hacia él. Al llegar lo abrazó, no sin antes notar que su hermanito hizo como un gesto de sorpresa, de repente imaginando que le iba a dar un golpe o algo. Se sintió peor, si aún cabía.

—¿Qué pasa manito?

—Nada, nada, solo me preocupé un poco porque no llegabas.

—Sí, es que no salía nadie de la casa donde venden la chicha, pero me acordé que acá abajo hay un restaurante que tenía un cartel donde decía “chicha” así que creí que también me la vendería.

—¿Así? Y que pasó.

—Pues llegué acordándome y a la señora de la cocina le di la jarra y el sol, pero me dijo que no tenían azúcar, si podía esperar y esperé, pero ya pasaba el rato, le dije que me diera nomás sin azúcar ¡Y me llenó hasta arriba la jarra! ¿No te molesta no manito?

—Para nada, ven vamos a almorzar, ya le echamos azúcar en la casa.

Los dos hermanos retornaron abrazados al hogar.

Entre los segundos

pistola

El niño está encerrado en su cuarto. Allí, acurrucado contra la pared, un sudor frío le baja por la espalda. El niño siente el peso insoportable del arma que sostiene con las dos manos, mientras, murmura una oración sobre un ángel de la guardia y su dulce compañía. El fierro es una automática calibre 38.

No puede evitar el temblor en los dedos, por lo que se aferra con más fuerza a la pistola. La agarra como lo haría con una raqueta de frontón, o un helado, o un mando de videojuego. Por una milésima de segundo piensa en arrojarla y dejar que lo maten, pero entonces recuerda que abajo, en el primer piso de la casa, están los cuerpos acribillados de sus padres y de su hermano mayor. De toda su familia.

Y es que cuando empezaron los disparos —hace siglos, hace unos segundos tal vez— bajó las escaleras, asustado por el barullo de guerra. A la mitad se detuvo, justo a tiempo para ver como el cuerpo de su hermano, el Chirolo, se convertía en un amasijo de carne informe a consecuencia de la certera lluvia de balas que entró por la ventana y lo arrojó contra los muebles de la sala. El tiempo pareció detenerse, o, en todo caso, hacerse más oleoso, casi estático, lo suficiente como para contemplar a sus padres, mirar su desesperación indescriptible al ver el pecho abierto y expuesto de su hijo mayor de 16 años cumplidos. Logró atisbar como sus progenitores se descuidaban en el acto reflejo de tratar de alcanzar al vástago en la caída, solo para recibir ellos también una ola de impactos. Todo ocurrió en esa infinitesimal duda que les hizo desatender las ventanas por donde los tiradores asesinos pudieron acertarles en las cabezas, en los hombros y finalmente en las espaldas descubiertas con el asombro cortado a tajo.

El niño vio todo a sus 11 años de inocencia de barrio. En el vacío inmenso que siguió, comprendió que sus familiares no se moverían más, no lo abrazarían, ni lo acariciarían, ni aún lo regañarían o corregirían. Se hallaba solo en el mundo a partir de ese momento fugaz en que un instinto oculto en sus entrañas le hizo desatender físicamente el cuadro de sangre y vísceras para entrar a la carrera en el cuarto de sus padres y sacar debajo del colchón el arma con la que ahora apuntaba trémulamente hacia la puerta de su dormitorio.

Sentía el peligro en sus venas, palpitando en un tuntún vicioso, uniforme, que le llevaba la certeza a su corazón de que allí estaban por entrar los que destrozaron su vida. Estaba completamente lúcido, tanto así que, a pesar del miedo que lo carcomía, sintió la furia animal de los pasos de esos desgraciados subiendo las escaleras.

Los segundos pasan lentamente y entre ellos se puede percibir el polvo estático del tiempo que no se apresura en la oscuridad del cuarto del niño. No se ve casi nada, pero si se presta un poco de atención, el golpeteo de un corazón se percibe como un diapasón in crescendo. Si estuviera prendida la luz del ahorro, o el poderoso sol entrara por las ventanas ahora cerradas, se verían estantes de madera empotrados en las paredes. En medio de sus vacíos utilitarios se encontrarían juguetes mezclados con plumones de colores. Los libros de cuentos llamarían la atención por lo usados, los álbumes de figuritas deportivas también saltarían a la vista, confundiéndose con los libros de texto escolares. Paseando la vista por entre los muebles, se hallarían varios polos del Melgar, dispersos entre la confusión de medias y chimpunes. Sin mucha atención se observaría el póster gigantesco de Paolo Guerrero, sonriéndole a su hincha privado. Con algo de atención clínica, se hallaría escondida, en la mesa de trabajo, entre notas y papeles de colores rasgados, una tarjeta de felicitación por el día de la madre, hecho con crayones y letras de molde. Es tan mayo que duele respirar.

La realidad se transforma en una foto tridimensional donde el principal fondo es el niño sosteniendo el arma de la seguridad. No logra entender porqué siente esa sensación de protección, pero la acoge con la incertidumbre de que valga de algo por favor, ya que siente los pasos llegando, las voces en susurros estentóreos dirigiendo y buscando en los demás dormitorios. Lo que ignora es que esas voces, tan entrenadas en el hablar sigiloso, son de agentes policiales. Esos tombos mataron a sus padres y a su hermano por algo tan ilusorio como es el dinero. Dinero que es la principal causa por la que se arriesgaron a entrar a mansalva y plomo a ese “hueco”. Lo que también ignora el niño, es que el que va a entrar a su cuarto es el sargento Minaya.

En la cara del enjuto y barbudo sargento, se pueden adivinar las preocupaciones mundanas de su actuar. Con algo de atención en las ropas puestas y previamente planchadas, se deduce que es un hombre de familia, o, en todo caso, que tiene una esposa que cuida de su limpieza básica. Lo que sería más obvio es que esa limpieza también trata de borrar de la ropa el aroma de otra mujer, la cual comparte con su consorte el renegar constante del genio irresoluto de Minaya, que nunca se decidirá en qué cama quedarse y que, mientras tanto, tiene que ocuparse económicamente de ambas. Esas son las mayores preocupaciones suyas en ese momento: cuánto dinero sacará de la jugada y para qué cosas principalmente derivar el pago. Suda frío, pero está seguro de su capacidad. Suda tanto como el niño con el que se encontrará dentro de un momento.

Pero aún ninguno de los dos se conoce. No saben que ambos están armados y que se apuntarán con sus armas. Lo que sí saben ambos es que la muerte entró en esa casa. Por una parte el niño cree que es por una injusticia increíble, ya que está más que seguro que su familia no hizo nada malo. Para Minaya, lo malo que hizo la familia que acaba de destrozar, no tiene mayor interés. Los padres del infantes sí desconfiaban de la maldad del mundo, en especial de los “rayas” y de los otros traficantes de la zona. Por eso a través de los años montaron un negocio de distribución de cocaína muy privado. Tanta era su desconfianza, que el dinero de las transacciones no lo dividían en partes y puntos, sino que lo guardaban en casa. Los policías de la zona supieron de una fuerte movida de 75 mil soles de la última semana. Suficiente para convencer de dar el golpe a 7 policías corruptos.

En el lapso de patear la puerta de la habitación del niño, uno puede imaginar que las cosas no tendrían que ser así. En otra situación el niño estaría caminando hacia la escuela comiendo sus lentejas de chocolate. Al llegar a la avenida Aviación, se detendría y saludaría al sargento Minaya, el cual lo ayudaría a cruzar la vía de alta velocidad. Al despedirse del niño, el agente recibiría unos cuantos dulces en la mano que comería con deleite travieso. En otra situación el niño no estaría apuntando su arma a la cara del sorprendido policía, quién a su vez también le apunta con la suya.

Mientras el gatillo es accionado y la bala busca su destino, los ojos del niño miraron fijamente a los del policía. Ellos preguntaron: ¿POR QUÉ? En esos ojos se vería, robando tiempo al poco tiempo que transcurre, toda la gama de acciones de venta de droga, de matanzas sin razón. De violencia respondida y revertida, de mujeres que sufren en un rincón, de adictos sin nombre perdidos en hospitales psiquiátricos, de zonas rojas sin justicia y de justicia sin razones. El niño formula todo un mundo de preguntas en el intersticio de los segundos mientras la Muerte baila a su alrededor. Pero no morirá ese día. Y es que los ojos del sargento miraron fijamente a ese niño que se parece tanto a uno de sus hijos, se parece tanto al Manolo, pensó. La vida se jugó en ese instante y quién dudó, perdió. Eso lo comprendió Minaya mientras sentía como la bala le iba atravesando la cabeza de lado a lado.

Después de caer el cuerpo del agente en el piso de la habitación, llegó a la realidad del silencio, la alarma intensa de las patrullas a todo sonar que se acercaban. Los vecinos temerosos alertaron a otros policías. Los compañeros del caído escaparon con el botín. Las calles eran de su conocimiento así que el distrito se los tragó en minutos.

El niño no lloraba. Las fuerzas lo acompañaron hasta dejar la pistola en el suelo. Luego de eso las preguntas se fueron disipando mientras llega a su corazón ese sentimiento contenido por el miedo que lo acompañará por minutos, horas, días, meses y años: la soledad.

¡A mi hermanita no la tocas!

Foto: Miguel Mejía Castro

Foto: Miguel Mejía Castro

—¡Hola!
—Hola pequeño, bienvenido.
—Ummmh no estoy seguro, pero quisiera saber si mi hermanita está bien, no la veo por ninguna parte aquí arriba.
—No te preocupes, gracias a ti a tu hermanita no le pasó nada.
—Ahhh bueno… ummmhhh.
—¿Quieres saber que te pasó a ti?
—Sí, es que siento que no la volveré a ver a ella ni a mis papás, siento mucha tristeza, pero también no sé, como que estoy tranquilo, pero confundido igual.
—Y no es para menos, gracias a que golpeaste fuerte con ese ladrillo al que intentó violar a tu hermana este no consiguió lo que quería. El sujeto luego te golpeó mucho y no sobreviviste. Al verte caído el delincuente escapó, pero lo atraparon después y tú viniste aquí para estar feliz esperando hasta que lleguen los que te quieren.
—Bueno eso creo que es lo importante, que ella esté bien, por mis papás… bueno… no sé… supongo entenderán… yo no quise dejarlos… yo… yo…
—Ven, ven aquí pequeño, no te preocupes, llora todo lo que quieras, los héroes también tienen derecho a llorar.

Nadie te enseña a ser padre

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Nadie te dice que sus lloros serán dagas profundas que te rebelarán el alma y querrás destruir la mitad del mundo buscando culpables sin saber que a veces un beso tuyo es mejor que la penicilina.

Nadie te cuenta que pasarás horas escogiendo su nombre y que al final de repente ni escojas el que pensaste pero que a lo largo de tus días ese nombre significará para ti la felicidad más plena, la tristeza más ajena, el dolor menos dañino, el orgullo gratuito cuando otros lo mencionen, será el amanecer por el que te romperás el lomo, el anochecer que nunca llega, la impronta de tu cruzada, la esperanza de tu inmortalidad.

Nadie te advierte que la espada atravesará tu corazón varias veces, cuando cae, cuando se enferma, cuando pierde, cuando le atraviesan su corazón, cuando no logra, cuando no vence, cuando se decae, cuando no come, cuando la fiebre lo ataca, cuando ese zapatito le quedó chico y ves que está creciendo, cuando ese abrazo al llegar a casa ya se diluyó en su adolescencia, cuando comete los errores que tú forjaste.

Nadie te prepara para la alegría de su primer diente, el misterio de su cabecita cerrando sus huesitos, la mirada pasmada cuando por primera vez te reconoce y la consecuente risita, ese primer paso que es más grande que miles de astronautas visitando millones de lunas vírgenes, las palabras que salieron limpias diciendo “Papá” (que valen más que el discurso del Nobel) o ese salto de fe, sin barreras, sin excusas, lanzado hacia tus brazos para darte el abrazo que hasta en la tumba recordarás.

Nadie te confiesa que cometerás errores que no podrás sanar, frases que salieron atropelladamente y que fueron más filosas que el acero de damasco, miradas que golpearon más duro que una piedra o desprecios que nunca asumiste y nunca pediste perdón. NO. Nadie te cuenta que tú serás el mayor verdugo y que no podrás evitarlo, porque te ganará el miedo de que falle, que se falle, que se dañe, que dañe.

Nadie te dice sobre esas noches en vela esperando que regrese con bien, cuando descubra lo que quiere ser y tengas que ceder, los océanos que los distanciarán cuando emprenda su ruta y los años que esperarás una llamada, un signo de perdón, un “te quiero papi” como cuando tenía cinco.


Nadie te prepara para ese momento en que, luego de miles de batallas, lo veas grande, inmenso, lleno de de sueños, de alegrías, de bendiciones y su felicidad sea la tuya.

No te cuentan que debes prepararte para de repente morirte sin decirle “te amo” y que tienes que hacerlo ahora, ahorita, antes que la vida te cobre lo que le debes, antes que miles de infiernos sobrecaigan en tu cabeza por ser el idiota más grande que por el puto orgullo que te manejas no puedes confesarle que es lo más importante que tienes, tu tesoro, y que nunca tuvo la culpa de tus errores, que es tu mejor parte, el top de tus empresas, lo único que vale la pena para que te recuerden.

Nadie te prepara para ser padre, porque nadie te enseña a amar, eso solo lo descubres amando, amándolos dando la vida, los sueños, los tiempos, tu sangre, tus huesos, tu orgullo y tus lamentos, tus metas y tus desvelos hasta que entregues el corazón para que habite en el de ellos y el sus hijos de sus hijos, amén.

La jirafas caminantes

pantuflas

Una tía me regalo unas babuchas que me gustan mucho. Tienen la cara de una jirafa, con sus adornos en la cabeza y sus ojos bonitos. Cuando me las pongo siento que camino sobre mi camita, así de blandas son.

Como a mi Papá le encanta hablar mucho, siempre le escucho comentar sobre qué son las jirafas, sobre sus cuellos laaaaarrrrgggooossss y sus patas igual de laaaarrrgggaaassss. A mí no me gustaría que mi cuerpo fuera así, me daría mucho trabajo estar agachando la cabeza o levantando los pies. Así como estoy me gusta ser.

Lo mismo me gustan mis babuchas porque son chiquitas como yo y hacen sonreír a todos cuando me las pongo.

Pero algo me quedó molestando, y es que siempre escucho a uno que otro de mis tíos, primos, papás o abuelos, que quisieran tener esto o aquello, parecerse a tal o cual, comprar eso otrito y eso de más allacito.

¿Porqué no quieren ser ellos mismos y ser felices con lo que tienen?. Yo estoy feliz siendo así, pequeño, aún un bebé, que ha comenzado a caminar y que se cae a veces porque no controlo del todo mis piernas. Soy feliz teniendo a mi papito y a mi mamita. Ahora nos hemos cambiado de casa y escucho que faltan varias cosas, pero para mí no hay mejor lugar que echarme entre mi Papá y Mamá en la cama haciéndoles reír.

Por eso me gustan mis babuchas, porque son ideales, no porque sean caras, ni siquiera sé cuánto de esos redondos que brillan tuvieron que dar por ellas, lo que me importa es que me las dieron con cariño. Así deberían estar contentos los demás por las cosas que tienen y si quieren algo más, pues a trabajar pero no quejarse.

Yo sé que no es fácil conseguir esas cositas redondas que brillan, si me lo preguntan, cada vez es más difícil encontrar alguna en el piso para chuparla. Ni les cuento cuanto tiene que hacer mi papá para conseguirlas, a veces hasta el fin de semana trabaja para eso.

Por eso yo como toda mi comida y me tomo toda mi leche, porque a mi Mamá le he escuchado que no hay que desperdiciar nada. Por eso cuido mis babuchas, no porque crea que no tendré otras, sino que son especiales. Con el tiempo sé que se desgastarán y yo creceré como tiene que ser, pero siempre me alegraré de haber tenido algo especial cuando era bebé, para que, cuando después esté triste porque no tenga uno de esos aparatos que se ponen en la oreja y no se sueltan, me acuerde que tuve dos jirafas compañeras que me alegraban el día a mí y a los demás.

Líbrame de mis cadenas

pajaro

Inmediatamente sintió como sus manos cambiaban. Sus dedos que antes rozaban sus lágrimas se iban llenando de plumones, pequeños cañones de los cuales salían hilos que se emparejaban ante un centro como de caña hueca. Su piel se erosionaba ante el ímpetu de la transformación y el crecimiento de esos cañones. Sus huesos se aligeraban, se sentía menos pesado pero más conciso. Sus ojos perdían pestañas y las cejas se volvían una nada. Su rostro se adelantaba teniendo una estructura más ósea en vez de nariz.

Segundos antes la muerte era su destino, lanzado contra el vacío del abismo de la calle por ese hombre que nunca le dijo “hijo”. Ahora, en un incomprensible estado, el tiempo detenido, su cuerpo que lentamente caía, cambiaba. Él cambiaba.

Finalmente, transformado en algo incomprensible pero cercano, lanzó un graznido que traspasó el infinito y se echó a aletear con un conocimiento innato, como si siempre hubiera sabido que su progenitor terminaría por echarlo por esa ventana algún día y que su pedido de ser libre sería cumplido.

Una sombra alada surca la ciudad en busca de aquello que nunca encontró entre los hombres y que espera hallar en la plenitud de la libertad de los cielos.

El miedo y el respeto

mathi2La playa es inmensa. Puedes recorrerla con tu papi de la mano durante muchos minutos y ver las olas como te intentan alcanzar y no se acaba. Este fin de semana que pasó, nos fuimos a la playa con mis papás y fue muy divertido. También fueron mis tíos Alfredo y Manuel. Mi abuelita Lili nos alcanzó ya allí. Con todos pasamos unos días muy bonitos y comimos muuuuucccchhhoooo.

Cuando llegamos no me acordaba del mar, pero cuando mi tío Manuel me llevó a que me mojara los piecitos, me gustó el friecito que sentí y más aún como el agua me llegaba a las rodillas. No sentía miedo, era algo mágico.

No sé cómo explicarlo, es que sentía como esa agua que llegaba ola tras ola, me traía la historia de muchos lugares.

Por la tarde le pregunté a mi Papá porqué el mar era tan grande y me contó que si pusiéramos todo el planeta en una cubo y lo partiéramos en cuatro partes, ¡tres de ellas representarían el agua de los océanos, los mares, los ríos, los lagos y lagunas!. Los mares y océanos son muy grandes y extensos, tanto que llegan de un continente a otro.

Por eso es que sentí que el mar me contaba muchas historias en su rumor constante. ¿Cuántas travesías y viajes habrán hecho muchas personas navegando por los mares?. Cuanto más me imagino, más siento que me gusta el mar.

Uno de los días que estuvimos en la playa, me aventuré a ir solito hasta la orilla y una de la olas que venía me hizo tropezar y el agua me empezó a jalar. Estaba algo asustado y ya quería llorar y gritar cuando sentí que mi Papá me sostuvo, tranquilizándome. Pasado el susto me dijo que tuviera mucho cuidado, así como el mar era hermoso, también era fuerte y sus olas podían fácilmente arrastrarme hasta el fondo mismo del océano y por más que quisiera, de repente no podría salir.

Por la noche me puse a pensar en lo extraño que es este mundo, ¿cómo algo tan hermoso con el mar también podía ser peligroso?

Al día siguiente mi abuelita Lili me llevó nuevamente a que me bañara al mar, pero ella no se aventuró a ir más allá de las olas que nos llegaban a la rodilla. Me contó que a mi Papá una ola a los dos meses de nacido lo arrastró un buen trecho y por eso le tenía mucho respeto al mar. Luego vino mi Papá y mi Mamá y juntos nos internamos algo más adentro.

Ahora comprendo que una cosa es “miedo” y otra “respeto”. Miedo es cuando algo realmente nos aterroriza porque nos puede dañar y respeto es tenerle cuidado y consideración, como mi Papá le tiene al mar, de otra manera, si aún le tuviera miedo, al ver que me arrastraba esa ola hubiera reaccionado de otra manera, gritándome y asustándome, pero por el contrario, con cuidado me alcanzó y sin asustarme me levantó y cuidó hasta llegar a la orilla.

Yo también ahora le tengo respeto al mar, no porque pueda ahogarme en sus aguas, sino porque es muy fuerte y poderoso, bello y tiene mucho que contarme, por eso cuando vuelva a la playa y al mar, lo haré con cuidado. Lo que me gustaría es poder nadar, como lo hace mi tío Manuel que se mete hasta las olas más grandes, pero aún soy un niño pequeño. ¡Poco a poco lograré mis sueños, con mucho respeto y sin miedo!

Esa alegría…

TunasPreocupado de que su padre vaya cada domingo por la mañana hasta un lejano tunal, el hijo mayor le dijo:

—Papá, mira, en la semana vamos a comprar las cosas en el mercado de la ciudad, te vamos a traer tunas ya sin quepos y hasta peladas ya venden. No quiero que te pase algo por andariego.

—Muy agradecido hijo, pero te digo que hay cosas que no puede comprar el dinero, como el “tac” cuando logro arrancar una tuna gorda con mi kallana, o el “ras ras” del ramo de alfalfa que uso para sacarle los quepos, o la mirada de gusto que ponen tus hijos, la Micaelita y el Humbertito, cuando les abro una colorada bien jugosa. Por favor ¡Déjame seguir haciéndolo!, no tengo ya muchas cosas que hacer a mis años y si me quitas eso me sentiré más inútil.

Las tunas de esa mata lejana fueron el postre de los domingos en esa casa por varios años más.

 

Si te caes una vez…

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No puedo decir que estos días estoy contento, porque pasó algo que me hizo doler muchisisísimo. Me caí. No se rían, claro, para ustedes que son grandotototes pues, caerse no es tanto, pero para mí que soy un bebé, pues fue algo muy, pero muy peligroso.

Ummmmhhh, al menos así lo dice mi abuelita Liliana, que vino desde allá lejos, donde trabaja, sólo para ver que no me hubiera pasado nada. También mi abuelito Issac se vino esa misma noche para acompañarme, y mi tía Susana también llegó y todos se preocuparon por lo que me pasó. Pensándolo bien, se siente rebien que a uno lo quieran tanto.

Pero les voy a contar qué sucedió: pues estaba yo como siempre en la cama de mis papás concentrado en mi juguete favorito que es un peluche de un ratón. Lo estaba apretando como debe ser, para probar su resistencia a mi cariño, cuando me emocioné bastante y empecé a rodarme de un lado para el otro. Es allí que descubrí esa sensación de vértigo que da cuando mueves tu cabeza a la izquierda y a la derecha y lo acompañas con los brazos, las caderas y las piernas. Mi Mami estaba preparando el almuerzo en el otro ambiente, pues nuestro departamento es de dos habitaciones.

Papi siempre dice que en algún momento vamos a tener algo propio, aunque eso de “propio” no lo entiendo, ¿Será que vamos a tener una mascota que le vamos a llamar Propio?, pues que feo nombre, yo lo llamaría Guatamugudada o algo así, en fin ¿En qué estábamos?, ahhhh, en que me caí.

Y pues como les contaba, me movía de un lado para el otro y de pronto ya no sentí más la colchita de la cama y sí algo duro que se pegaba contra mis pompis y luego una cosa media blanda que dio contra mi cabeza y vi que la cama estaba arriba mío, no sabía cómo había pasado todo eso, hasta que me empecé a asustar del cambio tan brusco y empecé a llamar a mi Mami con lloros fuertes para que escuche. Ella vino rápido a mi ladito y me levantaba y tenía sus ojitos llenos de lágrimas y eso hizo que me asustara más y me puse a llorar más fuerte aún.

Poco después llegó Papito y me cargó y me llevó a un lugar con bastantes luces y personas de blanco que iban de un lado a otro. Me hicieron no-se-qué de pruebas, pero “yo aún no voy a la escuela” pensaba, para que al final dijeran que no tenía nada, ¿Cómo que nada?, ¿Y eso levantado en mi cabecita que llaman chichón que es?, ¿Algo que comí?.

Pero al final, luego de todas las caricias y atenciones que recibí, la mejor de todas fue la que mi Papá me dijo al momento de arroparme para dormir. Y es que me compartió algo que el bisabuelito Santiago le dijo alguna vez cuando también era chiquito: “Si te caes una vez, te levantarás dos veces”. Eso hice al otro día, me levanté y seguí adelante, aunque no tanto, sino despacito, propio para mi edad porque sino… ya saben.

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El lugar donde reposas

cementerioNunca te encontramos, eso ya lo sabes, pululas entre la marea del recuerdo que evita lanzarme hacia el vacío creado por tu ausencia. En una combi, en un auto, en una calle, allí está tu olor a niña buena, ese aroma con que iniciabas todo en casa, con las manos en esa sartén de niña vieja, tratando de emular a la madre tuya, a la cual aún amo en medio de la separación desesperante porque no pude encontrarte y que sé camina en la ciudad buscándote por su lado, atada a su locura como el último refugio ante la soledad. Cada día es un hallarme a mí mismo sin ti, con la botella a un costado, diligentemente con una cuarta de trago dejado en la generosidad de mi borrachera diaria. El humo del cigarro me despierta lo suficiente para ir al encuentro de esa cruz de metal que colocamos en una de las paredes del cementerio de la ciudad, a costas de mis exiguos ahorros, para que tuviera un lugar donde refugiar mi impotencia, palear en algo la culpa. Las flores siempre frescas junto aquellas de plástico que la caridad conmueve a mi andar cansado pidiendo la limosna de una muerte rápida que nunca llega, porque en el fondo, aún en ese resquicio de lógica impenetrable, de esperanza infranqueable a mis intentos de ser arrollado por los autos, descansa esa minúscula partícula de fe, por encontrarte en alguna esquina, atrapada en el sueño de mi último recuerdo, con tu vestido de domingo, con tus alitas de ángel, con las flores en tus manos, la conjunción del nombre que te puse en mi alegría de padre primerizo, así te espero, con mi esperanza a cuestas y el infinito dolor de nunca haberme despedido.

 

La figura que falta en mi carro

IMG_0129Es fácil decirle a uno que lo supere, que la falta de esa persona con el tiempo sanará. Es fácil decirle a uno que es “hombre” y que debe sobreponerse y no andar llorando en las esquinas.

Pero ninguno entiende lo que significa levantarse cada día y preparar el desayuno a tus hijos, tratando de que se parezca siquiera a lo que ella preparaba. Es como ser un pulpo que no deja que la avena se queme, que debe licuar el mango con la leche y hervir los huevos para el almuerzo de ellos, preparar al mismo tiempo los sánguches con la lechuga fresca y los tomates, apurarlos para que terminen y arreglen la mochila y si tienes tiempo ponerle agua a la cafetera para poder tomarte un café a la volada, antes de salir disparado a llevar a los chicos al cole, no solo a ellos sino a los otros que conseguiste para reforzar el presupuesto.

Pero es fácil decirte que debes aprender, que te esgriman cómo lo han hecho las mujeres desde tiempos cavernarios, que con menos recursos y todos los días, que dejes de lamentarte y blablabla. Es común que nadie te escuche sobre tus problemas más allá de las dos primeras frases antes de interrumpirte con otras sacadas de un mal libro de Coelho, como si diciéndote que el sol que sale todos los días te ayudará por las noches a calmar las lágrimas de tu hijo.

Lo peor es que hay algunos que te miran como un violador en potencia, así, crudamente. Hasta alguno sugiere que te vayas de bares para “aliviarte”. Como si uno no se diera cuenta que te miran cómo cargas a tus hijos, tratando de descubrirte como un monstruo, anhelando que cometas el estúpido error de besarlos mucho o acariciarlos de manera que puedan satisfacer su morbosa capacidad de imaginarte haciéndoles daño. Porque uno termina dándose cuenta cuando alguna prima o tía metete se presta para el asunto y te dice que ella puede ir a la casa para dormir con ellos, como exponiéndose cual sacrificio. Te hacen sentir como un desquiciado, que lo único que tiene en mente es “eso”.

Pero al final tú mismo sabes lo que tienes en la cabeza y es mucho más importante que esa soledad en el cuerpo. Es más importante para ti ver que el presupuesto alcance, que no bajen de peso los chicos, que en el colegio no le rompan la cara a nadie, que en las tardes no vean esas cosas que descubriste que veían, que sus tareas estén terminadas y si te queda tiempo, ver si tienes camisas para el trabajo, verificar que has comido, tratar de seguir despierto mientras le coses al menor el nombre en el polo porque ya van dos perdidos por falta de identificación, y te preguntas mientras tratas de desatorar el desagüe del baño ¡Cómo carajos hacen las benditas madres del mundo para hacer la desventurada “S” con el hilo!

Y aún así nadie se atreve siquiera a preguntarte en qué andas, pero en serio, no por formula. Porque cuando se te acercan todo es acerca de los niños y está bien, es mejor, porque también aprovechas para que puedan salir a pasear con tías y sobrinos a los que ni por allí los veías en cumpleaños, deslizas por allí una necesidad concreta como llevarlos a tal hora al dentista porque estás trabajando y cosas así que antes por vergüenza no hacías pero que ahora significan más que tu cojudo orgullo que nunca te sirvió para maldita cosa y lo haces no una sino mil veces, porque aprendes a sacarle el jugo a la conmiseración de los demás, su falsa tristeza para tu estado, su escondida hipocresía al decir “lo siento” para tu frustración de no poder hacer nada contra lo inevitable que pasó.

Pero lo que no saben es que ya te levantaste hace rato, superaste la pérdida no porque seas “macho”, sino porque comprobaste que llorar vale madres, que sentir pena por ti no alimenta a los pequeños, los cuales valen mucho más que esas lágrimas de “pobrecito” que derramaste los primeros días. Lo importante aquí no es andar coqueteando a una mamá soltera en el supermercado, es que sonriendo puedes hacer que te cedan la cola para salir más rápido o que te presten la tarjeta para sacar algo en oferta. ¿Sientes vergüenza? No, porque llevar a la niña a sus clases de karate y evitar que en la tarde esté enojada vale más que perder el tiempo con angustiadas que quieren curarte el corazón dolido, aún sabiendo que nadie le cura a nadie nada.

Pero a veces quisiera que estuviera ella aquí para decirme cómo hacía la salsa para los tallarines, qué medida de ajo le echaba a los caldos, dónde escondió el bicarbonato de sodio en la refrigeradora, qué prepararles a los chicos cuando les va mal en los deportes o en los estudios… Tantas preguntas que nunca harás, en especial esa principal: ¿Cómo mierda se cura el corazón?

Algunos me critican porque saqué la figurita de ella de la parte trasera del carro, esa que está de moda donde pones cuantos son en la familia: papá, mamá y los hijitos por tamaños y hasta las mascotas. Los que han notado la falta me dicen que anuncio a los cuatro vientos que ella no está y que estoy libre… pero qué quieren, cuando ella se fue con ese desgraciado perdió su lugar, el cual no puedo llenar, solo remendar con el amor que me nace de las entrañas y que me levanta cada día para dar lo mejor de mí, no porque sea un santo o sea un superhombre, es porque soy padre, algo que ella olvidó.

La vela prendida

vela-rojaMi madre tenía siempre una vela prendida encima de una mesita al lado mismo de la puerta de entrada de la casa. Era una de esas llamadas “misioneras” y que duran semanas con su tenue luz perseverante.

¿Cuántas veces nos burlamos de esa costumbre? ¿Cuántas veces nos avergonzó esa llama cuando nos visitaban amigos, enamorados/as, esposas/os, compañeros de estudio, de trabajo y largo etc.?, a los cuales se les daba la respuesta estándar: Cosas de la religión de mamá.

Con el tiempo y la monotonía de la vida nos olvidamos de la razón de esa luz mortecina.

Llegó, con los años, la hora temida por mis 8 hermanos y mía también. La menor de mis hermanas, ya treintañera, preguntó a mi madre en su lecho de muerte sobre qué haríamos con la vela. Quisimos reírnos algunos, pero de pronto recordamos la razón y callamos bajando la vista. Mi madre, con mucha energía respondió: —¡Esa vela no se apagará hasta que su padre vuelva, cruce esa puerta y se perdonen todos.

En el silencio que siguió, todos, algunos más claro otros no, recordamos que mi padre era capitán del Ejército y que en la época del terrorismo estuvo destacado en la zona de la Selva, en un pueblo cafetalero. Mientras muchos murieron o volvieron cuando terminó la guerra, él prefirió darse de baja de la vida militar y quedarse allá a formar una nueva familia.

Luego que mamá muriera la vela, por supuesto, se mantuvo prendida, hasta hoy. En la mañana cruzó por fin la puerta nuestro padre y estamos aquí, en la sala de la casa, están todos mis hermanos y hermanas, varios nietos y dos bisnietos, juntos para escuchar, entender, contar, compartir y, principalmente, para recordar a mi madre y su esperanza a prueba de distancias y tiempos…

 

Buscándote

angry couple sitting on sofaEs la rutina de todos los días: levantarte, despertarla, besar sus ojos llenos de legañas por las lágrimas de toda la noche, preparar el desayuno, soportar con paciencia sus cambios de humor, sus encierros en el baño por más de media hora, el no resentirse cuando la vas a tocar y te saca las manos, el desayunar callados hasta que no aguantas y prendes la tele, el salir a trabajar sin ánimos y llamarla cada cierto tiempo para saber como está y recibir la misma respuesta dolorosa “¿Y cómo quieres que esté?”. Finalizas tu día en el trabajo y siempre sales algo temprano con alguna excusa pero para ella siempre sales muy tarde, o eso le haces creer. Esas dos horas de tiempo ganado te sirven para buscar a esa persona, ansiando encontrarla, anhelando ver su rostro, imaginado lo primero que harás al hallarla, porque sabes que siempre cargas la 38 cañón corto cargada, lista para saludar como se debe al que violó a tu esposa.

Nunca se dijeron adiós

camionetaLas vísperas de este Año Nuevo para Alejandra son una repetición del anterior. Entre ir a la casa de sus padres, de su abuela y a la casa de los papás de Fredo, se le va el 31, único día en que puede ver a sus seres queridos. Son las once de la noche cuando, rumbo a la casa de su ex cuñada, se le viene a la memoria las circunstancias del accidente: Salieron con Fredo esa mañana del de final de año, y se la pasaron comprando bebidas, regalos y comida para ofrecer una fiesta en su casa, con amigos íntimos. No tenían hijos. Podían darse ese lujo. La camioneta que manejaba su entonces esposo iba a velocidad por la Variante, que lucía algo vacía. Iban riéndose sobre los sombreros graciosos que habían comprado, cuando de improviso salió esa señora con su hijito en brazos intentando ganarle a su vehículo. La camioneta dio varias vueltas de campana, producto de la rápida acción y golpe de volante de su esposo. Ella salió disparada por el parabrisas y, luego de caer y rodar un poco, se levantó presurosa para ir a buscar a su compañero. Lo halló inconsciente, colgando de cabeza, atado al cinturón de seguridad. Trató en vano de despertarlo o de desabrochar el mecanismo que lo ataba. Él recobró la consciencia, la vio un instante y se perdió nuevamente en la inconsciencia.

Ya han pasado ocho años del accidente y Fredo recuperó mucho de su andar gallardo, pese a que la pierna derecha se le fracturó en tres partes. Al final resultó que sí le gustaban los niños, porque ya tiene dos con su nueva esposa, una colega de trabajo con la cual vive en la misma casa que compraron con Alejandra. Ellos suelen ir a la fiesta de fin de año que organiza la hermana de su exesposo y es la oportunidad que tiene de verlo feliz, sin remordimientos por haberlo dejado el día del accidente y haber partido hacia el más allá sin siquiera despedirse.

Cuento de Navidad: El padre del Salvador

La casa no había cambiado en los últimos años, seguía con las mismas marcas del esfuerzo de sus habitantes por hacerla un hogar. El anciano estaba tosiendo desde hace un buen rato. Cuando se tranquilizó algo miró a esposa y luego a su hijo.

—¿Has terminado los estantes para Tobías, sabes que viene a recogerlos mañana.

—Sí Padre, no te preocupes los terminé esta mañana.

—Bien, bien, siempre has sido un buen muchacho Jesús, solo esa vez que te perdiste en Jerusalén y que nos hiciste preocupar tanto.

—¡Ay José, siempre te acuerdas de eso!—, dijo la hasta entonces la callada mujer.

—No es que reclame, solo me acuerdo María, solo eso.

—Padre, ¿De algo más te acuerdas?—, preguntó el alto joven.

—Nada creo, solo de una promesa hecha para ti, pero eso ya lo sabes, yo no puedo enseñarte a soportar lo que vendrá, pero sé que será algo muy fuerte pero lo harás.

—¿Más fuerte que correr el riesgo que los demás te apedreen por no cumplir tus votos de novio, viajar hasta desgastarte los pies hasta Belén y casi con las mismas escapar a Egipto a una tierra que no conoces, volver a tu casa y ser marginado por un pecado que nunca cometiste y que cargas como tuyo?, más que eso Padre no creo que se pueda pasar.

—Hablas porque eres joven, pero sí, pasamos eso con tu Madre y lo volvería a pasar hijo porque lo que tú harás no es ni la mínima parte de eso, no sé cómo explicarte, siempre fui un carpintero y no tengo conocimientos de los planes de Él, pero sé que todo tendrá una razón. Ahora tápame porque tengo frío.

Plácidamente el anciano se durmió para siempre. Mientras la Madre lloraba en silencio abrazada por el hijo, este sostenía la mano derecha del Padre fallecido. El joven intentaba grabarse en la mente la cantidad de arrugas, callos, cortaduras y heridas que tenía esa mano, sentía que le ayudaría en algún momento en que tuviera que pasar por algún sufrimiento y recordar ese silencioso sacrificio de su Padre terreno a lo largo de sus años juntos, podrían darle una extra de fuerza para afrontar lo que sabía vendría más adelante, cumplir esa promesa que le hiciera un ángel a José, el carpintero de Nazareth: una promesa de salvación.

JOSÉ-Y-JESUS-CARPINTEROS

La cocina a Kerosén

cocina de kerosen

Te acuerdas de aquella cocina a kerosén que compró mi madre y que se trajo de la ceja de selva y que terminamos destrozando porque ni la limpiábamos y cocinábamos hasta reventar ese arroz partido que costaba menos y que comíamos y acompañábamos con esos estofados de carne que te quedaban deliciosos y hasta ahora no sé como los hacías pero que rico quedaban por la tarde cuando me lo guardabas con un plato de hojalata floreada tapado con otro verde y todo con los manteles hechos de los restos de los sacos de harina que vendías en la tienda esa a la que me obligaste a incorporarme como trabajador emérito sin goce de dulces cuando tuviste que venirte de tu tierra espantada por los terrucos que entraron en esa madrugada maldita en la que mataron  a varios incluyendo a esa tía cuyo nombre olvido que, creyendo que los que tocaban eran borrachos, les tiró los orines de la bacinica encima a los compañeros y estos la quemaron a ella y a la pequeña sordomuda que la acompañaba y lo sabemos porque sus cuerpos quemados fueron relatados por uno y otro que llegaba de tarde en tarde a conversar contigo a esa tienda que tuvimos que pertrechar con el tiempo con rejas y más rejas porque los choros no te dejaban en paz y se llevaban de tanto en tanto la plata y alguna caja de leche, esa misma de marca gloriosa que tantas veces me sacaste en cara que compraste para mí y que de esa manera tratabas de atarme a tu lado intentando siempre que me olvidara de mi mismo para dedicarme en cuerpo y alma a traer los domingo el agua bendita para la semana y los sábados el mercado al cual iba con apenas 20 monedas blancas para comprar un kilo de papas, tomates, zanahorias, verduras de yapa y carne, frutas de vez en cuando y pescado las menos, no porque nos faltaran ganas de comer sino porque tratábamos de no parecer repetitivos en las comidas diarias de estofado, tallarían, ají de calabaza, pastel de tallarín y huevo frito de festejo cuando los domingos nos quedaban anchos en la pereza de no hacer nada y que te consumía en cólera por no verme enterrado en lodo en la huerta que tratabas de sacar adelante en esa tierra de piedras malditas que no permitían que creciera más que el sudor mío y el tuyo, arrancando de tanto en tanto verdes lechugas, cebollas coloradas y alfalfa para esos cuyes que criábamos con al esperanza de comerlos de tanto en tanto pero que más se sacrificaban cuando llegaban alguno de tus dos hijos varones, uno de los cuales se te murió y tu mirada cambió porque lo recuerdo como si fuera ayer cuando regresaste de la gran capital con el traje negro y la poca alegría en el alma muerta que no recuperaste hasta que nació mi hijo solo para que pudieras verlo y jugar con él diciendo que era tu lombito y acariciarlo como me acariciaste ese día que tengo que recordar hasta que me pudran los gusanos que te peleaste por mi contra la muerte puño a puño, segundo a segundo en que me llevaste a tratar de que respire y ocultaste para siempre ese cuaderno donde se supone escribí mis últimas palabras las cuales tú si me diste en esa noche tan rara en el hospital al que te llevamos para que trataras de vivir de prestado un momento más con nosotros y en el cual te dije que te amaba y lo dije con sinceridad y me asentiste con la cabeza como diciendo que lo sabías pero que no ibas a pedirme perdón porque hasta el último no sabías el daño que me hiciste y a Dios gracias tampoco te acordabas del que yo te devolví porque éramos siempre así dos olas que chocaban con la brutalidad de las palabras arrancando del pecho los más terribles insultos para luego en la paz de los necesitados buscarnos a la hora de la comida para pactar una tregua en ese alimento bendito que salía de tus manos y de esa cocina a kerosén.

«Divina Felicidad»

resplandor

Para todas las personas de ese día premonitorio

I

Entrevistador: Usted señora María es la casera donde vivía Leandro Mendoza ¿Si?, el día 2 de diciembre usted fue la primera persona en conversar con él, ¿Qué le dijo?

Casera: Ay bueno que le digo, el joven Leandro era tranquilo y nunca tuve problemas con él, a veces nomás se atrasaba en el pago, pero eso era por…

Entrevistador: Señora remítase a la pregunta por favor.

Casera: Ya, ya, ¡Qué genio!, bueno ese día el joven Leandro estaba tranquilo como siempre, se bañó para salir y me recordó para ir al otro día a la presentación de su libro, me dijo que ya todo estaba listo y se sentía con esperanzas de venderlos todos, y con lo tanto que le costó ese libro, ¡Hasta me pidió que le esperara el mes de nuevo!. En la noche ya no lo vi porque me acosté temprano, y luego pasó eso, ¡Y yo que le di una estampita del Señor de los Milagros, imagínese!

II

Entrevistador: Señor Carrasco, usted ese día ultimó detalles con Leandro con respecto de su libro.

Sr. Carrasco: Sí, Leandro llegó temprano y de buen talante. Corregimos parte del texto de su presentación, conversamos luego sobre la distribución de parte de sus libros a bibliotecas, colegios y los de cortesía. Yo le reservaba una sorpresa a Leandro y era que la Empresa Antackus había decidido a última hora asumir el pago del Aula Magna donde se celebraría la presentación, lo que significaba un gran ahorro para los dos y más por él que podría pagar algunas deudas. Después conversamos sobre sus próximos libros, pero al transcurrir la conversación vi acrecentar su confianza. Leandro, como sabe, tenía múltiples responsabilidades en otros medios, aparte por supuesto de sus estudios. Al irse lo noté un poco eufórico y a mí eso me llenó de satisfacción. Lo demás creo que ya es sabido.

III

Entrevistador: Usted Ing. Pérez se encontró con Leandro después de mucho tiempo el día martes 2, un día antes de los sucesos penosos ¿Qué fue lo que conversaron?

Ing. Pérez: Diré para empezar que antes de volver a verlo tenía una pésima opinión de Leandro. Él abandonó la carrera en cuarto año, relativamente lo digo, porque en cursos no pasaba de segundo año. Luego de su deserción todos comentábamos sobre sus razones. Cuando nos encontramos con ironía le pregunté si seguía estudiando. Para mi sorpresa me contó que abandonó Ingeniería de Minas para seguir Comunicaciones en la Universidad Católica y que ahora mismo estaba terminando de estudiar un posgrado. En si no le estaba creyendo, pero me hablaba con tecnicismos que yo no entendía. Me dijo que se alegraba mucho de verme y me dio una invitación para la presentación de su libro. En ese momento me sentía terriblemente avergonzado y más cuando me dio la mano y me abrazó efusivamente rogándome que fuera a su presentación, que sería un honor para él. Por supuesto que fui, pero no esperé que pasara eso realmente…

IV

Entrevistador: Srta. Fabiola usted fue compañera de posgrado del desaparecido joven escritor. El encontrarse con Leandro ¿Cómo lo notó?

Srta. Fabiola: Me lo encontré en el Parque España, lo noté motivadísimo, me saludó como nunca y me atajó para conversar. Empezó a preguntarme por cosas mías que yo ignoraba que sabía. Estaba muy hablador y demasiado eufórico, ¡Pensé por un momento que estaba algo, mareado, imagínese!, pero luego me di cuenta que estaba alegre. Me habló de su familia que estaba lejos, de lo mucho que los esperaba para su presentación, en especial a sus hermanos y hermanas menores. Tanto fue su alegría que terminó por contagiarme y así al despedirnos me pasé toda la tarde escribiéndole a mi padre. Leandro me regaló ese día algo muy bello y nunca lo olvidaré.

V

Entrevistador: Nora, usted fue ex enamorada de Leandro y el día 2 de diciembre se encontró con él por la tarde ¿Qué sintió?

Nora: Que te puedo decir, Leandro estaba alegrísimo de verme, me abrazó y besó, me invitó a un café y conversamos de todo, de como estaba, de su libro que por fin salía, y que por cierto yo ayude a escribir por eso me lo dedicó, claro, no en el libro mismo, pero seguro que lo iría a decir en la presentación ¿No?. Leandro se interesó por mis cosas y del porqué yo estaba inubicable, pero le expliqué mi cambio de domicilio y me dio una invitación especial para su presentación. Leandro estaba como nunca, seguro de sí, confiadísimo, me dijo que escribió para el periódico donde trabajaba un artículo sobre el «amor etéreo en lo urbano» o algo así, ¡y que lo hizo pensando en mí!. Tan emocionada estaba con Leandro, que me propuse reconquistarlo después de su presentación, pero lo que no imaginé era que… lo que no pensé fue que… ¡Perdóname no puedo seguir!…

VI

Entrevistador: Señora Alondra usted como última persona que lo vio el día 2 de diciembre ¿Cuál fue su impresión de Leandro?

Señora Brinda: Te diré primero que yo soy su madrina y que Leandrito me encontró justo para despedirse, apenas me vio se me abalanzó llenándome de besos y llenándome de preguntas, diciéndome lo muy muy feliz que estaba. Cuando se calmó me invitó a su presentación, pero como él sabía lo ocupada que estoy me dijo que si no podía ir, el sábado me dedicaría su programa, porque Leandrito tenía su programa y yo lo escuchaba aunque él no lo supiera. Yo siempre lo apoyé con eso de escribir, era su vida y me dio una pena lo que le pasó, casi me muero cuando lo supe por los periódicos, pero no me extraña, él siempre fue especial.

Epílogo

Con estas entrevistas se ha querido reconstruir el día anterior a los sucesos ya conocidos y tratar de explicar cómo estaba el escritor Leandro Mendoza anímicamente. Se englobará lo sucedido. Se sabe que Leandro no se encontró con nadie antes de su presentación y que llegó un poco tarde para leer su discurso. Se presentó con un terno plomizo y su estado de ánimo era variable, acrecentándose su euforia tanto así que moviéndose de un grupo de conocidos a otro los inundaba con su alegría. Muchos opinaron que desde esos instantes se le notó blanco y brillante. Según su editor, el señor Carrasco, Leandro cambió su discurso por una improvisación, hablo del génesis de su libro haciendo mención de todos los que influyeron en él para escribirlo. Los asistentes notaron que mientras hablaba la cara del escritor empezaba a tornarse cada vez mas pálida y blanca mientras más emocionado estaba, sus manos se movían grandilocuentemente formando figuras en el aire, su voz tenía un rumor a viento, a sueño que tranquilizaba el corazón. Palabras después, con impresión, los presentes vieron como poco a poco Leandro se volvía transparente, en el ambiente empezaron a aparecer brillos de luz que inundaban el recinto, hasta que Leandro al decir el nombre de su libro: «Divina Felicidad», desapareció en un poderoso destello final, quedando en su lugar solo sus ropas para nunca más volverlo a ver.

 

Arequipa 2002

El pálpito

humo

Se quedó mirando las papas. Hasta que la vendedora la sacó de sus pensamientos.

—¿Va a llevar algo casera? O está contando los ojos de las papas.

La broma le hizo retomar la vida. Compró dos kilos, un pimiento grande, hierbas para el caldo y una bolsita de trigo reventado.

Pero no tardó en volverse a perder en sus pensamientos. Algo se le había pasado. Algo había olvidado.

Trató de recordar todo lo que hizo esa mañana: se levantó para preparar el desayuno para sus hijos. El menor se fue corriendo al colegio casi atragantándose con el pan con mantequilla, el del medio a la universidad y el primero: Tobías, seguía en la cama. De seguro en la noche había tenido fiesta, como casi todos los días en los últimos años.

No lo culpaba, era difícil no entender que cayera en desgracia si de la universidad lo botaron luego que su Papá se fuera y no lograran pagar las pensiones, la novia lo dejó, no consiguió trabajo y estaba de cachuelo en cachuelo.

Mentira. Ella sabía que lo estaba disculpando para no enfrentar la cruda realidad de tener a un drogón en casa. Lo sabía y esa mañana recordaba clarito como al entrar a su cuarto vio los papelitos de periódico dispersos por todo lado, las colillas de cigarro con los palitos partidos de fósforo adentro, el olor nauseabundo, el encendedor de plástico barato claramente ya vacío de gas y las pepitas de mariguana por todo el piso.

Pero eso no le había despertado la alerta.

Hasta que en el puesto de abarrotes, al comprar los condimentos secos y el arroz recordó. La manguera del gas tenía una fuga desde hace dos días y no había conseguido el tiempo para llamar al Panito, el gasfitero del barrio para que se lo arregle, como medida bajaba la llave y tapaba con un trapo húmedo la fuga hasta poder llamar al técnico.

Eso era, suspiró aliviada. Pero, a la mitad de la exhalación recordó que esa mañana no había bajado la llave ni menos colocado el trapo, por las apuranzas de salir de casa. El terror empezaba a impulsarla a correr hacia su casa, ubicada a dos cuadras del mercadillo. Y es que Tobías tenía la costumbre pastrula de fumar un porro por la mañana, casi obligatoriamente.

En medio de su carrera empezó a rogar a todos los santitos para que no se le ocurriera a su vástago encender nada y menos en la cocina, cuando al voltear la esquina la explosión la hizo caer de espaldas. Estuvo ida y muda hasta que volvió su hijo del medio, alertado por los amigos del vecindario. Recién allí se rompió el dique de lágrimas que nunca pararían.

El Corazón nunca se cansa

Mathias y su abuelita Lili

Mi abuelita Liliana tiene una buena costumbre: me carga apenas me ve y me llena de besos. No hay mejor cura para un llanto que un abrazo, un upa-upa y una canción de la abuelita.

Un día, mi Papi y Mami, tenían un compromiso, de esos que los grandes no pueden dejar de cumplir. Yo no entiendo porque, si con un no-no, basta, pero ellos son así, se complican mucho a veces. Y esta vez fue un ir y venir de un lado para el otro, pensando con quién dejarme. Abuelito Issac trabajaba de noche en esos días y mis tíos Aldo y Raquel también estaban ocupados.

Felizmente una llamada de abuelita Liliana les alegró la cara a mis papis, y es que ella llegaba a la ciudad ese fin de semana y podía quedarse conmigo a cuidarme, mientras ellos salían a cumplir con su misión en la sociedad, jijijiji.

A mí en las noches me gusta cumplir una costumbre desde hace muuuuuuucho, pero muuuuucho tiempo, hará cosa de un mes que la estoy practicando, y es ayudar a mis papás a moverse y así bajar de peso, por eso hago que uno me pasee por un rato y luego hago que el otro me pasee otro rato, hasta que a todos nos agarra el sueñito y nos acostamos. Claro que para indicarles que me tienen que cambiar de brazos lloro, aún no me da lo del lenguaje, pero en fin.

Yo creí que mi abuelita era una experta en bebés, porque tuvo tres, incluido mi papito. Pero, al parecer, se le olvidó todo, porque no atinaba a cargarme de la manera como lo hace mamá, pero aún así, mis papis se fueron y me dejaron a su cuidado. Pobrecita, trató de darme lechita, de cambiarme el pañal, de pasearme en mi carrito, de cantarme, de sacarme el chanchito, pero no daba con la secuencia correcta, además de faltarle dos brazos más de recambio.

En un momento se puso triste porque yo no dejaba de intentar decirle, con lloros explicativos, que no era eso lo que quería, así que dejé de gimotear, porque no era el caso de ser terco. Así que dejé que ella hiciera el intento una vez más y pensé que una noche sin ejercicios no le iba a hacer mal a nadie ¿No?.

Fue bonito dormirme en brazos de mi abuelita y sentir su corazón latir de cariño hacia mi.

Al otro día, alcancé a escuchar cuando llegaron mis papás, cómo mi abuelita les relataba la noche pasada:

-Mathias se ha portado como un ángel, se durmió plácidamente con mis arrullos-. Mis papás pusieron un poco en duda sus palabras, pero mi abuelita les aseguró que había pasado una noche tranquila y yo no molesté para nada.

Umhmmmmm, creo que a mi abuelita Liliana se le olvidó que me hice pufi dos veces en la noche y me tuvo que preparar otras dos el biberón, pero bueno, la verdad es que yo dormí bien también junto a ella y me alegra que ella pudiera descansar. No hay duda que el corazón de los que nos quieren no se cansa de nosotros.

El Candidato

candidato—¡Llegó la última Pepito—. Laurita, siempre animosa, me entrega la última encuesta. Como esperaba, estaba en el cero punto tres de preferencia a nivel distrital. Para variar delante de mí están Pedro Juan y el Odontólogo, peleando la punta y como 5 más detrás. ¿Para qué me engaño?, todo estaba dicho hace meses, cuando me embarqué en esta aventura política sin un norte ni seguridad de ganar.

—No andas tan mal ¿Ves?… aquí dice que hay un 20 porciento de indecisos, esos van a votar por ti porque vamos a darle con fuerza estas últimas semanas, vas a ver que… —¡Ya basta Laura!, todo está perdido, solo tú no te das cuenta…— grité, pero al ver los ojos llorosos de la pobre muchacha me retracto. —Perdóname, pero la verdad estamos a escasos trece días de la votación y ya es imposible hacer algo, ¡Carajo es que…!.

Terminamos en el escritorio con Laurita. Casi todas las tardes desde hace tres meses terminamos allí: yo desfogando mi ira por haberme metido en esta vaina de ser candidato y ella recibiendo esta limosna de mí tiempo. Lo peor es que lo agradece sin pedir nada a cambio, solo el sueño de estar conmigo en la alcaldía, nada más.

Irónico si me pongo a razonar como se debe y veo ahora a mi esposa besándome donde hace poco lo hacía Laurita y sirviéndome la comida recalentada en el microondas y haciéndome sentir más político  que nunca al explicarle que me demoré porque un periodista de RPP me entrevistó, lo cual por cierto es una gran mentira porque ni por asomo me considerarían porque ni figuro entre los seis primeros.

—Vez mi gordo, todo va a ir bien, si de ayi te eztán entrevistando ez que estáz firme, uyyyyyy que bonito todo va a zer cuando zeas alcalde. La Ñata por fin zacará la cara a la caye para que la vean… uyyy que maraviya…— me dice Julia, tantas veces mi fiel Julia que no deja tampoco que me desanime, se me cae la cara de vergüenza cada vez que me recuerda lo mucho que me apoya ella, sin siquiera mencionar para no hacerme sentir mal que gran parte del dinero para la campaña viene de parte de sus parientes empresarios.

Pensamientos y ambiciones

Pienso… pienso en ti Laurita y en la encuesta y en la cochinada—y—media que pienso hacer contigo en la oficina que tendré en la municipalidad. Vaya, pensar en eso me devuelve la esperanza de salir elegido y hago planes para mañana: a donde ir, a quién llamar ¿Por qué entonces estoy tan abajo en las encuestas?, soy buen político, soy… —Ya pues Julia, que buscas allí abajo, deja dormir—, —Ez que te quiero relajar un poco gordo… pero bueno te entiendo, no sabez cuanto anzio que termine todo ezto para volver a la normalidad ¿Tu también lo quierez no gordiz?—, —Seee, ya déjame dormir.

No Julia, no quiero que termine, no porque tendría que dejar a Laurita y no, no quiero. Quiero ser autoridad, quiero sentir el poder de hacer las cosas no que me manden a hacerlas, quiero ese poder en mi firma, sueños de candidato como dicen, porque al final: “Quiero un distrito que sea el mejor de la región, que nos envidien hasta en la capital, porque es nuestro destino convertirnos en el ejemplo porque nuestra gente lo merece y juntos podemos lograrlo”. Esa es mi frase favorita de mis discursos, suena bien, pero no cala en la gente.

Nota amarilla

Día tres antes de la votación: encuesta igual, novedades: logré un tercer round con Laurita, me peleé con ganas con Julia porque sus parientes ya empezaron a dudar de mi éxito y quieren su plata de vuelta y ah… la Ñata se intentó suicidar con aspirinas… no logró tomarse las setenta mínimas y las veinte que tomó las mezcló con mermelada de fresa. La razón: había terminado con su enamoradito porque este le sacó la vuelta con otra. Lo que más me sorprendió fue que tuviera noviecito. Pero al final es mi hija y por todos lados quise evitar que saliera en los medios, pensé que ni por esas se acercarían a preguntarme algo, pero al parecer se filtró el nombre de la Ñata y el celular no paró de sonar en la tarde. Bueno al menos por una nota así algún elector quizá vote por mi, buenas noches conciencia y perdón por mis pecados.

Día de votación

“Hoy es el primer de mi nueva vida”. He entrado al baño de madrugada con Og Mandino como aperitivo y ya no me dio ganas ni de Cuauhtémoc ni de Coelho. He desayunado en paz con mi Julia y mi hija, la cual después del susto, ha regresado a casa con la cabeza más encogida y su autoestima más baja que mis encuestas ya que el único acto de valentía que tuvo en su vida se frustró. Debo buscarle un bendito psicólogo, justo hoy, hoy que “Me comeré las uvas del éxito”.

Ya voté, es fácil, solo entras a la cabina de votación, ubicas la foto de tu reeleccionista favorito, de tu extorsionador favorito o de tu outsider favorito, eso para las regionales; para los consejeros usa el tindedindedopingüe, para alcalde provincial escoges entre el que más te suene y para distritales pues que te queda, lanza tu moneda. A cualquiera de ellos lo marcas con una cruz, esvástica, kanji o signo-esotérico-marxista-leninista-pensamiento-taoista y si no sabes para qué miércoles sirven los cuadraditos en blanco al lado no pienses, marca nomás porque igualito va a ganar el reeleccionista de turno. La presidenta de mesa me ha reconocido, por la gramp… —Sí, claro, mi hija está bien… sí, sí… la haremos ver… no, no se preocupe es medio difícil mi signo… sí, sí… gracias por su voto… claro que voy a cumplir mis promesas de eso ni dudas caben, por la vida de mi hija… claro, claro.

Una vez cumplido mi deber ciudadanos cívico patriótico patético moral me voy a buscar al loquero para mi hija que desde ahora será mi prioridad diaria, como me lo dijo Julia y como me lo pidió Laura, que se cree culpable de la situación. Soy al final un buen padre para todos y eso deberá ser mi careta de hoy en adelante, en fin.

Los resultados

Gané…

—Este distrito, este gran distrito siempre le ha dado la oportunidad a los que saben luchar, a la democracia y a sus instituciones. Como siempre la voluntad del pueblo se ha hecho respetar como aseguran los organismos de la contienda electoral. El líder de nuestro movimiento me ha llamado para felicitarme, lástima que no haya ganado las presidencia regional, pero como sabemos eso fue por la guerra sucia que emprendieron en su contra los candidatos del reeleccionismo, los topos de la dictadura regional. Pero lo conozco y seguirá en carrera, seguirá apoyando este proyecto que tiene para muchos años, a pesar que solo para estas elecciones se haya formado, con nuestra victoria aseguramos esta parte de la ciudad para ser cantera de líderes. Gracias a ustedes que están comprometidos con la causa de nuestro movimiento, por eso no descansaremos en buscar siempre el bien para ustedes. Nos daban por desaparecidos, por muertos políticamente, pero miren como es la vida que da vueltas, les demostramos que nuestra propuesta es la mejor de todas y por eso hemos sido elegidos, no por nuestros méritos sino por nuestra sólida propuesta. Hemos llegado a la meta pero no nos dormiremos en las glorias bien ganadas sino que seguiremos al lado de los profesionales que entrarán con nosotros a trabajar para sacar la corrupci…

Vainas así debo haber dicho por algunos minutos ante los cientos de partidarios de último momento que vinieron hasta el local del movimiento en la avenida principal, donde yo estaba algo incrédulo con los resultados del organismo electoral. Nunca pensé que la Ñata con su intento de suicidio me ayudara a subir en los dos últimos días de la campaña. La nota no solo salió en la ciudad sino hasta nacionalmente, al otro día y yo sin darme cuenta realmente, di una conferencia y nadie, porque ya no me quedaban partidarios, me avisó que estaban los de canales de la capital, al no tener notas la mía les pareció algo atrayente y terminaron dándole connotaciones novelescas, resaltando como la llevé en brazos hasta el hospital, como me quedé en su cabecera y como la apoyé sin cuestionarla. Me tuvieron pena, lo sé. Pero me ayudaron de esta forma: eligiéndome.

Coda

Ahora Laurita de mis tardes tendremos nuestra oficina para los dos y hasta haré colocar cortinas fucsias como tú quieres, serás mi asesora y seguiremos inventando maneras de acomodarnos en el escritorio, ¡Que diablos!, compraré un sillón-cama, aunque extrañaré nuestro escritorio pobre de nuestro querido local electoral. A ti Laurita te daré los lujos que mereces y tendrás de amiguitas a las más nice del distrito y hasta de la ciudad porque te meteré en el comité de damas de la provincial. Ahora hijita mía tendrás autoestima y te operaré la nariz como siempre ha sido tu deseo. Ahora yo espero pagar mis deudas, que me dejen hacer algo alguna vez para cumplir las promesas de cemento y el último año haré algunas obras para asegurar la reelección. Me llamo alcalde-distrital-elegido-democráticamente. Adiós conciencia, ahora te callo porque no me conviene escucharte, adiós amiga mía.

De profesión: “portátil”

Portatiles¿Porqué señor no haces que haya elecciones todos los años?, de esta manera tendría asegurada la comida diaria y diversión por montones. Para mi la cosa de la política es un chiste, no me importa realmente quién gane, a mi me importa que paguen. Si quieres saber mi nombre pues te doy el de combate: “Chupín” y sí quieres saber mi profesión, te diré que soy de la “portátil”.

Cuando nací, dicen que me pusieron un garrote en las manos, porque no me explico de que otra manera como es que me gusta repartir catana en cuanto enfrentamiento con la Policía me encuentro. Lo más divertido es agarrar desprevenido a uno de esos con escudito y reventarle el casco con un piedrazo, técnica aprendida en mis años mozos cuando en el 85 nos agarrábamos de los lindo contra los bedoyistas.

Eran tiempos en que la leyenda de los bastones con cacha de hierro se había esfumado y el palo era más efectivo. La cosa era divertidísima. Nos reuníamos en los centros de los locales del Partido de siempre a fumar unos cigarros. En las noches un calientito con anís y a la casa si no había suerte. Si es que la había, nos íbamos a reventarle los vidrios a alguna autoridad, alcalde, prefecto, gobernadores varios o algún chinchoso de gratis nomás.

Con el tiempo esas cosas se dejaron de hacer porque el partido estaba en el poder. Allí lo único que realizaba realmente casi era nada, de vez en cuando la pegaba de guardaespaldas para la llegaba del mandamás. En esas siempre me tenía que aguantar el olor a chacra de la gente porque estaba en el cinturón humano que lo protegía. Creo que por esas se me dio al trago darle más tiempo. Me emborrachaba tanto que me la pasaba más tirado en las veredas que despierto, hasta llegué a querer con amor de viejo un rinconcito con pasto cerca de mi casa donde me dormía pensando en alguna ocasión ser Congresista…

DE BAJADA

Para cuando me di cuenta ya no me llamaban los compañeros, estaba con dos hijos encima y no distinguía mis dedos de la mano derecha, siempre veía diez dedos en una mano y ese elefantito rosado persiguiéndome todo el tiempo, a veces lo veo en una esquina y lo saludo, pero en fin, la cosa es que caí rebajo y para cuando apareció el chinito ya estaba fregado.

Pero él nos salvó, ya que inventó una cosa maravillosa, los comedores populares que vinieron a salvarme de dar de comer a mi familia. De esa manera sólo juntaba para el menú del día y ya. Mi mujer ganaba para el desayuno y el té con pan de la noche y yo podía irme al billar, a jugar cartas y otras dinámicas actividades etílicas. Claro que para la mujer eran días difíciles: “chola, si supieras cuanto me cuesta encontrar trabajo, pero es que nacimos pobres pe y nadie me da una mano…”

La felicidad entonces era cuando los programas inauguraban algo, o construían un colegio, o regalaban lampas y no se que sonseras más. Allí la cosa era ir a sacar un ticket donde la dirigenta vecinal y anotarse para recibir dos kilos de arroz y dos latas de atún, solo para pasarse una horas gritando “chino, chino, chino, chino, chino”, y bailar claro. Eso fue el paraíso en la tierra. La ropa se nos regalaba, la educación de los hijos era gratuita, el estado nos alimentaba y teníamos diversión por montones con fiestas y reuniones en los locales del partido. Aunque aparecieron luego varios partidos, cosa que yo no entendía si todos eran del Chino, pero a mí que pues.

PALOS

Una vez si que nos asustamos mi chola y yo cuando fuimos a una manifestación. De pronto aparecieron una chicos que parecía de universidad a empezar a gritar fraude, que fraude nos preguntábamos, si la Doctora lamía de lo lindo axilas en la tele para luego darle un beso al Chino de nuestra vidas y todos decían que nos íbamos por un tercer periódo más…

De pronto nos jodimos. Las cosas ya no eran tan lindas. En la tele aparecieron unos sonsos recibiendo dinero de Montesinos y lacalaca. Se nos acabaron los regalitos y todo se fue al diablo, hasta que nos empezaron a molestar para ir a esas marchas contra el chinín, para recibir palos y esas cosas, tuvimos que ir porque de lo contrario nos tasarían de fujis y eso no era lo más conveniente. Cuando apareció el Cholo de Harvard las cosas mejoraron algo porque por nuestra participación en un enfrentamiento con roces físicos y lingüisticos con la Benemérita Policía Nacional, nos daban gaseosa y sanguchitos y hasta politos.

Mi chola quiso ir a Lima en esa cosa de los “4 Yuyos” o no se qué sonsera. La cosa es que se lo prohibí y gracias a Dios. Porque si no me la violentaban y de repente se quedaba por allí con otro, no las cosas no son así, ella tiene que joderse conmigo no arruinarlo a otro, ja ja. Los hijos más bien me salieron raros, ahora son técnicos en computadoras y esas cosas y ni se acuerdan de su padre, dicen que me tienen vergüenza y yo no sé porque…

DE LA ESTRELLA, A LOS PORTALITOS Y LOS ARBOLITOS

La cosa seguiría como siempre si es que no aparecería en mi buena estrella los dos alcaldes provinciales de Arequipa, ya que con ellos las cosas se mejoraron y se delinearon. Nos formamos en grupos sociales por barrios y definíamos las tarifas. Cinco soles por marchar, dos soles por arengar, diez soles por marchar de todo el día con mitin incluido. Además debían llevarnos en buses y carros y traernos de vuelta, no era la cosa de venirnos en carro todavía hasta acá arriba en el Cono Norte.

Ya estamos acostumbrados muchos de nosotros a marchar por agua y por luz, bueno no puedo decir que yo lo esté, están los sonsos del FREDICOM y del COFREN que marchan y salen y ahora se las dan se santos y marchan de gratis por su candidato. En mi caso me deben dar algo para marchar. Así los de AUPA me tienen que dar almuercito siquiera por las marchas ¿No?. Por eso es que no salgo con ellos, sino con mi siempre amado partido o alianza o movimiento regional de turno.

No quiero recordar mi paso por el nacionalismo, porque la verdad, plato de habas nos daban, diciendo que era el sacrificio para que la presidenta y su marido gobernaran el país a punta de botín militar. Si bien la presidenta ta como quiere, con sus programas no tenemos mucho que ganar, hay que andar de un lado a otro pidiendo papeles y hay que ser del partido y como que a los machos no nos va bien, para eso si está mi chola que tiene chamba que da miedo cada vez que viene la Anita que ahora es presidenta de no se que zoológico, pero bien por nosotros, así cae sencillo para acompañarla cada vez que viene y necesita aplausos espontáneos.

En la época del chato filosófico, la cosa mejoró a montones, había chambitas extras para vigilar tal o cual obra, los Cargadores nos llamaban para todo. De repente por allí me salía una marchita para el centro o desalojos de terrenos o recuperaciones de terrenos, valgan verdades hasta a veces me confundía de qué lado estábamos, la cosa era meterle piedra a los de casquito. Con el Arbolito no nos fue tan bien, no tiene costumbre de pagar sus deudas me dijeron así que ni las intenté con él.

Para estas elecciones estoy mejor que nunca. Y es que en las elecciones internas del partido cuando de todos lados nos llovían ofertas para apoyar a uno a otro y cual otro. Ese día dobleteé con la chibola de los Portalitos, con el la estrella disfrazada de Rocoto, con el hijo del Colca y con varios distritales. Me fui en la caravana de una en la mañana y en la tarde apoye a otra, así de fácil me gané mis 40 luquitas que me alcanzaron para chupar de lo lindo hasta el otro día y de paso me la pasé bailando.

Es que les voy a contar, cuando sales con un político no se fijan en tu cara, sino en qué cosas regalas y allí está la inversión: papelitos, calendarios, fosforitos, vísceras, gorritos y si eres platudo como el barbudo y el cejón, te dan politos, si eres poco suertudo el Cachete te firma el polo y el periodista quejón te hace bailar con Corazón Serrano. Con los que nunca me metería y felizmente ya se fueron son el Abogado Tinkero y la Tía del Photoshop, esos eran más tacaños que nadie!!

En fin, vuelvo a pedirle al Dios de los políticos que no se termine la campaña política, porque ¿De que voy a vivir los próximos años?, pero ahí está la respuesta, ya viene las congresales y presidenciales el próximo año y por un año más tendré pan y circo gratis…

¿Contagios a mi?… nada que ver

nuevos 076Ser bebé es algo realmente maravilloso, la mejor experiencia de mi vida, bueno, la verdad que es la única hasta el momento, pero la disfruto un montón. Hay que ver como uno extiende las manitas hacia alguien y este reacciona abrazándolo a uno que da gusto.

Pero el otro día me quedé con ganas de que mi tío Manuel me abrazara. Vino a casa, conversó con Papá, pero nada de hacerme caso, ni siquiera un poquito. La verdad me he quedado un poco preocupado. Y es que es tan raro no sentir ganas de abrazarme, jijiji, bueno a veces resulto ser muy molestoso, lo acepto, pero es raro que mi tío no me cargara siquiera para hacerme reír con sus pelos parados.

Lo noté preocupado el otro día a mi Papi por mi tío Manuel. Conversando con Mami, le contó que tenía una yaya en la piel y que por eso andaba triste. Cuando dijeron que no era “contagiosa”, debo de haber puesto una cara rara, ya que Papi me explicó, como siempre hace, que eso significaba que no había problema si me cargaba o me besaba.

Mami preguntó el porqué no quería entonces acercarse a los demás y por supuesto pensé en porqué no quería cargarme. Papá nos explicó que era porque tenía “vergüenza”…

Esa palabra no me gusta, la he relacionado con cosas más feas, como cuando en la caja de colores aparece alguien que ha tomado lo que no es suyo y lo atrapan los policías, él siente vergüenza. Entonces no creo que mi tío deba sentir “vergüenza” si no tiene la culpa de que le salgan esas cosas en la piel.

¿O será porque no se baña mi tiito?

Jijiji, con lo rico que es bañarse estar limpiecito, sin esa sensación fea en la espaldita que te molesta, como que se te pega la ropa, ¡Uuuuhhggggg!!!. No, no creo que sea por eso que tenga cosas feítas mi tío.

¿A que no saben?, el otro día llego mi tío Manuel y estaba triste conversando con mi Papá. En eso  mi Papi empezó a hablarle a ese aparato que tanto le gusta cargar en el bolsillo y le pidió a mi tío que me cargara, pero este movió la cabeza y mi Papá me tuvo  que dejar en mi cuna. Mi tío se quedó parado a un costado mirándome, entonces hice mi número especial: primero empecé a extender mi brazos hacia él y le dije que lo quería mucho y que no me importaba si tenía cositas en la piel, pues sabía que si me abrazaba no me iba a pasar nada malo y finalicé con una de mis mejores sonrisas.

Por supuesto que no pudo resistirse, me abrazó y cargó un buen rato. ¡La sonrisa le volvió al rostro! , y les apuesto que, después de eso, esas cositas malosas se le desaparecieron, porque como dice mi Mamá, no hay nada que no arregle un abrazo.

¡A ver quién se apunta a seguir cargándome que soy mejor que la aspirina!, jejejeje.

La huida del Ojón

FOTO-RInAS-1_PELEA-CALLEJERA       El Ojón era caserito en la Le Petit Marché desde primero de secundaria.

       Iba con sus amigos a mirar nomás al principio. Las chicas del Arequipa eran lindas, pero las del Micaela eran más coquetas y facilonas, o eso se decían entre ellos, sin atreverse a conversar con alguna. En una de esas tardes fue que el Chato José le estampó la cabeza contra el vidrio del snack.

       Fue una tarde en que, parados en la esquina, aprovechando que nadie les quitaba el puesto, miraban a las adolescentes de faldas plomas pasar y pasar. Las miraban con ganas de hablarles, decirles que eran de segundo, pero igual podían ser interesantes. Cuando en esas, en la parte en que estaban los bravos: el Toro y los de la Maffia, se oyó un grito. Voltearon para mirar y pasó delante de ellos una señora con sacón azul y agarrando de los pelos a una chica flaca de pelo enmarañado, chillando a más no poder.

       Para cuando el Ojón reaccionó, ya la risa burlona se escapaba de su boca, codeando al Gato para que también se burlara. Al notar que su amigo no se reía ni un poquito, comprendió que acababa de hacer algo peligroso, cuando volteó la cara, el puño del Chato José se estrellaba en su mejilla, para luego con la misma mano, agarrarle la cara y empujársela contra el vidrio. Nada se rompió, o de repente sí. El Ojón no respondió para nada, así apaciguó la ira del lugarteniente del Toro.

       Al rato, cuando se iban para la casa en la carcocha de la Línea 6, el Gato le contó que la flaquita del roche era la enamorada del Chato José, así que la sacó barata, porque el mencionado estaba como para matar gente y la descargada contra él pudo ser más brava.

       Pasó el tiempo y el Ojón es parte de la Maffia. Está haciendo diversos trabajitos extra y se ha ganado el respeto de varios, la envidia de muchos y el amor de algunas cuantas que no duraron. El Chato José nunca mencionó el tema del puñete y la estampada en el vidrio. Al parecer, la verdad, ni le tomó interés al asunto alguna vez.

       Robar casas es fácil, especialmente cuando se sabe que no está el dueño ni la familia. Para el caso del Ojón, la clave está en que es delgado, pasa por rejas o las sube con facilidad simiesca, abre puertas a la velocidad del rayo con el peine y deja el trabajo pesado de cargar los artefactos a los demás. Ayuda también en que no hay mucha gente por las calles en esa época, en que aún salir de noche, era costumbre de vagabundos y patinadoras.

       La fama de la Maffia ha crecido con el tiempo. Las broncas contras los de la “I” o del Túpac, son constantes y ya se metieron contra los del quinto G de la Gran Unidad, los llamados “Cancerberos”. Cada vez se habla más de ir armados, de comprarse un fierro o algo punzocortante. Algunos empiezan a llevar chairas y el Toro anuncia un día que tiene una treintaiocho cañón corto para hacer respetar a la mancha.

       Ojón trata pero no olvida. Aún se le escarapela la espalda al escuchar hablar al Chato José. Lo mira siempre y le da cólera sus gestos, así, con ese dejo de sabelotodo. La casaca que nunca se quita, rota y vieja con el tiempo, le provoca envidia y una voraz manía por comprarse una y otra vez casacas nuevas, como para diferenciarse de su contendor secreto. En las noches sueña con las diversas maneras de ajustar cuentas, pero, el Chato José es tan sereno, que nunca pisó el palito con el Ojón y este nunca cayó en la trampa de ofenderlo públicamente.

       Las semanas pasan y la Maffia se vuelve peligrosa en demasía. Algunos de los miembros son reventados en solitarias celadas, en las cuales nadie interviene a defender al caído, quién generalmente es un chibolo de guerra, es decir carne de cañón. El problema es que después de lamerse las heridas, se abren del grupo y es necesario amenazar a los nuevos, para que no deserten. Pocos ya tienen ganas de entrar en el mítico grupo. En Le Petit Marché ya no están rodeados de chibolos con ganas de integrarse a ellos. Las chicas también se vuelven esquivas y temerosas.

       Sucedió entonces que un día, a principios de diciembre, el grupo que encabezaba el Chato José y en el cual estaba el Ojón, bajó a la esquina del Seguro Social, para encontrarse con la noviecita de siempre. Varios de los chicos también tenían sus asuntos en esa parte, así que no estaban muy atentos que digamos a su alrededor, como para notar que de uno en uno, fueron llegando varios de los Cancerberos. Entonces, en una de esas, se les vinieron encima. A las justas pudieron escapar los de la Maffia, separándose en el intento de llegar a su esquina y avisar a los demás.

       El Chato José, el Ojón, el Gato, Pantuflas, Lacrimógeno y Chacal, se mandaron por la calle San Antonio, rumbo al parque y de allí voltearon para salir hasta la Paz. Bajaron para entrar a La Salle por la calle Don Bosco, pero en la esquina fueron interceptados por catorce Cancerberos. El Ojón los contó a la volada, ya que era el rezagado. Por golpe de suerte había un hueco por el cual logró evadir la pelea para correr a buscar refuerzos, cuando oyó el grito. Volteó para ver justo cuando caía el Chato José agarrándose la panza. Vio como las tripas de su odiado aliado escapaban entre sus dedos mientras rebotaba contra el asfalto y sus atacantes correr hacia abajo por La Paz.

       Allí se paró en seco. Algo en su pecho se rebeló en contra del instinto primario de correr hacia lo seguro y huir. Retomó su carrera en sentido contrario pasando por encima del Chato José gritándole que aguante.

       Al principio no le creyeron en Emergencias del Hospital del Empleado, pero algo en sus ojos convenció al Interno de turno a llamar a la Comisaría de Santa Marta, para que envíen efectivos, luego, junto con dos camilleros más, salieron guiados por el Ojón, rumbo a donde estaban supuestamente el herido. Cuando doblaron la esquina de Don Bosco y vieron el cuerpo caído, empezaron a correr. De los Cancerberos ni rastro, tampoco de los refuerzos que supuestamente debían llegar, alertados por los demás miembros de la Maffia emboscados.

       El Ojón no alcanzó a su maldecido aliado. Dio vuelta atrás y corrió, mientras las lágrimas que nunca cayeron antes, desbordaron de sus ojos enormes, que ahora estaban chinos y nublados, mientras huía a toda velocidad de esa violencia que fue su compañera durante los últimos meses.

       Poco tiempo después cayó detenido el Toro, encontrado in fraganti en un robo domiciliario. La Maffia desaparecería junto con él como grupo. La esquina perdería su letrero que la identificaba como Le Petit Marché y con eso, toda una generación con sus historias urbanas, quedaría callada para siempre.

 

Segunda Parte (Palo con clavo y santo remedio)

Primera Parte (En Le Petit Marché)

 

Cristo pobre

cotahuasi_plazaSu figura delgada y terrosa, como un edificio cayéndose, es de los recuerdos que siempre esperaba encontrarme durante la primera mañana en cada uno de mis retornos a mi tierra, ese pueblo al que llegaba de tanto en tanto, solo para sacarme la espina de no olvidar el olor a río, a bosta de caballo, al mugir de las vacas…

Divago, lo sé, pero no logro encontrar el inicio para describir a Beas, el gran Beas, el olvidado Beas, mancillado, encarcelado, maltratado, guitarrero Beas, el único que llamaba con su voz gruesa a mi madre por su segundo nombre de cuadra a cuadra.

Fue amigo de mi padre antes que yo naciera, cuando mi progenitor llegó a ese pueblo remetido entre valles interandinos. Juntos cometieron en compañía  de otros tantos, algunos de las más recordadas aventuras de esos lares. Cosas sencillas pero para la languidez de los días sin sobresalto de esos pagos, pues eran relevantes, como el pasar una noche chupando vino en la punta del Huillay, cerro tutelar del pueblo, o atravesar a nado y borrachos el río en la parte más tumultuosa antes de la catarata de Sipia, llevar serenata a Puyca, pueblo con una alta dosis de recelo para con los capitalinos y salir vivos sin un disparo a cuestas, cosas de jóvenes al final.

Luego que mi padre se fuera del pueblo a otro más cercano a la gran ciudad, Beas y compañía trataron de seguir siendo alegres, pero sin la dirección del líder quedaron algo desamparados, pero igual, cada verano, cuando mi madre llegaba sola conmigo, éramos recibidos en la patota, los juegos de carnaval en que lloraba cuando llevaban a mi madre cargada hasta la pileta de la plaza o las noches de guitarreada a la lumbre encendida aún están presentes en mis recuerdos.

Beas tenía una especial habilidad para proveer de gallinas ajenas la olla del caldo en las serenatas. Con maestría salvaba los cercos y con paciencia felina acometía la labor de pescar con anzuelo de maíz a una gorda doble pechuga y meterla al saco. Era de risa como algunas de las afectadas por el robo, veían como su mayor ponedora iba detrás de un caminito de maíces. Beas hilvanaba a las semillas primigenias y, cuando la golosa ave había engullido lo suficiente, la jalaba de una y la pobre ave no tenía de otra que irse con su captor, mientras las voces chillonas inundan la tarde. Varios al día siguiente empezaban a indagar, pero siempre era la casa de uno de los convidados con el caldo grueso los que autorizaban el daño a la propiedad paternal, así que al final nada pasaba.

Sucedió una en que Beas, harto que lo mandaran siempre a conseguir las presas aún vivas, retó a uno de los convidados a hacerlo por una caja de cervezas. Al poco rato llegó el retado con tres gallinas y una olla de leche. Se hirvió el agua para pelar las aves y Beas tuvo que pagar la caja de cervezas que se diluyó como agua en la madrugada. La mañana los sorprendió a los reunidos alrededor de un humeante caldo que destilaba sabor fuerte y una olla de chocolate listo para acompañar la resaca. Las guitarras cantaban y las voces roncaban.

De pronto se aparece Doña Eulagia, mamá del Gogo, quién había proveído de presas los platos.

—Godo!!, tu aquí chupando y en la noche un ratero sea entrau a la casa y se llevau dos gallinas y a la clueca más, también se han cargau la olla de la leche que tenía para que forme nata para la mantequilla. Deja de chupar y vamos de repente hallamos unita siquiera o el rastro de la leche.

—Ay mamá tranquila, mejor vengase y tómese un caldito que esta rico nomás.

—Ummmm.

—Y también tómese este chocolate que está para levitar un cura.

—Godo creo que esa olla de allacito es de nosotros…

—No lo crea mamacita, es de nosotros con seguridad.

—¡Pero que te has creído desvergonzado, te llevas nuestras gallinas para alimentar a estos borrachos de porquería, vais a ver ahora traigo la reata y te zurro por mañoso, devuélvanme la leche, mis gallinas, a la clueca la habrían dejado siquiera!.

Bueno, en esa ocasión como que no fue directamente Beas el culpable. Pero la imagen de mala influencia quedó impregnada, dándole un aire prohibido, más aún con su look setentero: cabello largo y mostacho.

Yo lo recuerdo así.

Ya de maltón, volví pocas veces al pueblo y las veces que me cruzaba o que venía a comprar cigarros a la tienda de mi abuela, me llamaba «Kiwi chiquito» el apelativo que mi padre ostentara en el tiempo que vivió por allí. Odiaba ese sobrenombre. No le tenía mucho cariño al flaco que todos esquivaban. Años antes, el esposo de su hermana se robó las máquinas de una de las oficinas de reclutamiento militar, pero por casualidades de esas, al que vieron rondando el lugar días antes fue a Beas. Él sabía, cuando los policías lo sacaron a empellones del billar donde lo arrestaron, que era inocente y sabía quién era el culpable. Pero, su hermana era algo discapacitada de la mollera y tenía cuatro hijos y una inutilidad para mantenerse sola que influyó en Beas a no decir nada y cargar una culpa ajena que lo llevó a ser inquilino de la cárcel. Al salir las miradas de agradecimiento que esperaba nunca se dieron. En el pueblo le hicieron sentir por varios meses y años el rechazo.

Hasta muy adolescente no le devolvía el saludo, hasta que un día me encontró fumando un cigarrillo Inca a la vuelta de la casa y me dijo —Oye Kiwicito tu abuela te va a sacar la chochoca cuando te vea. Lo único que le respondí fue que dejara de llamarme así y que usara mi nombre si quería una respuesta. Se quedó pensando y se despidió usando mi nombre. De allí en más usó mi nombre y delante de otros también lo hacía.

Es así en esos pueblos de mi tierra, los hijos siempre son ubicados por ser hijo de tal o nieto de cual, hasta que de por si logran que su nombre sea reconociddo. Yo logré que Beas me hiciera el favor de dejar en claro que yo era quién era y que iba a contar mi propia historia.

La arrogancia de la juventud hizo que las pocas veces que volvía por allí lo tratara de igual a igual, hasta le invitara en alguna ocasión un vaso de cerveza o pisco en las fiestas patronales, en las cuales yo era un pelucón foráneo que no era reconocido hasta que, por ventura de alguno, nuevamente la marca de mis antepasados me venía a dar algunas licencias para agruparme con aquellos que conocieron a mi padre o valoraban a mi abuela.

Con el tiempo supe que llegó a tener dos hijas nunca reconocidas, cumpliendo la condena generacional que indica que de hijo no reconocido solo se engendrará más hijos no reconocidos hasta que uno de los descendientes rompa el estigma. También me enteraba, ya que mi madre traía esas noticias, que el viejo Beas hacía sus ricos cebiches de trucha de río, o que organizaba chocolatadas. Eso último no le entendí y le pedí explicaciones. Resultó que una de esas veces mi mamá lo escuchó en su programa de radio comunal, anunciando para la tarde no olvidarse del «Chocolate caliente para el alma». No pude evitar reírme.

Ya no volví a ver al viejo Beas, al cual durante su paso por este mundo le decían: «Garganta de lata», «Cabellos de ángel», «Cristo Pobre» entre otros apelativos más ingeniosos aún. Para mí siempre era aquel que me decía por mi nombre en un lugar al que aún hoy me dicen «Hijo del Kiwi».

Beas murió hace unos días y mi mamá me avisó. Hace dos semanas cayó por el hospital con fuertes dolores de cabeza. La desidia y la falta de tomógrafo hizo que recién hace días lo trasladaran a la ciudad y le descubrieran la embolia cuando ya partía para otros rumbos a seguirle guitarreando, no lo dudo, a quién le tomó el apelativo que titula esta crónica urbana.

Es extraño pero llegas a un momento en tu vida que, los que van muriendo, formaron parte de un largo trayecto de la tuya. Beas no fue un ejemplo de vida, en serio, no hay que tapar el dedo con el sol de las virtudes que nunca tuviste, pero también, gracias a Dios, la memoria en estos casos pareciera que solo tiene datos amables sobre esa persona para darte y todo se disculpa.

Descansa Beas challay, no me enseñaste a tocar guitarra y ni a calladamente engatusar una gallina, pero me diste el orgullo de que alguien en ese pueblo me llamara por mi nombre y me tratara por ser yo. Nos debemos una serenata más, esta vez la gallina me la agencio y tú toca ese lindo huayno que decía: “barrio de Chacaylla, plaza de Corira, te recordaré por siempre barrio de Chacaylla, lo que me pasa, lo que me sucede, por esa ingrata paisana que no me ha querido…»

 

 

Palo con clavo y santo remedio

Sin título-2            Los sueños de venganza son los más inútiles de los consejeros cuando la cabeza está contra el piso y una zapatilla la aprieta fuertemente, como si quisiera que el cemento y el cerebro se conocieran e hicieran el amor de una vez.

         La zapatilla de lona huele a queso. Y es algo extraño: nadie te dice que esas zapatillas te sacan un olor tan fétido, pero igual te las compras. En ese momento el olor inunda la nariz del muchacho que esta tiernamente tirado en el patio del colegio, mientras las risas revientan como pop-corn por doquier, llenando el ambiente de una canción de moda con su nombre y el apelativo de “maricón” combinados, bailando un vals un dos tres, un dos tres.

         Esa sensación de irrealidad y presión en la cabeza, cada vez que lo apalean, vuelve y revuelve una vez más. Y no es la adrenalina subiéndosele para sacar golpes de karate precisos, como la película del canal seis que vio el fin de semana. No será esa aura de poder, que lo llevará a ejecutar la patada de la grulla contra su enemigo, librándolo del maldito estigma de ser un perdedor.

         Una vez más el tiempo se dilata para que sus sueños de venganza fútil lo lleven a imaginarse que logra de una vez sacarse de encima al Loco Herrera que siempre usa como banquito para su zapatilla de lona barata, su mejilla de trece años.

            “La venganza es un plato que se come frio mi pequeño saltamontes, ya llegará tu oportunidad…” parece oír mientras que, como en un ensueño, oye llegar al auxiliar al que apodan “Perro” y sacarle de encima al repitente, dos-veces-ya-van-Herrera-no-te-da-vergüenza, de metro setenta y monstruosamente musculoso, para esos ínfimos quince años que debería tener corporalmente.

         El roche es mayúsculo cuando lo ayuda a pararse y se lo lleva arrastrando hacia la oficina de auxiliares para decirle lo tonto que es, para decirle que debe enfrentarse como un hombre a los demás, que parece una mujer a la que siempre tienen que defender y que nadie tiene respeto. Gracias a Dios en este país funciona la educación pública que alienta a los alumnos a ser mejores ciudadanos que buscan la paz y la tranquilidad ¿no?, piensa el alumno Chacón mientras oye hablar al auxiliar. ¡Sácale la mierda de una vez porque si no vas a terminar uno de estos días entregando el poto y ni digas que no te lo advertí Chacón!, es la última recomendación práctica que se le hace antes de mandarlo a su salón de clases, donde, al llegar, los murmullos y las risitas acompañadas por miradas de conmiseración lo hacen sentir una vez más que vive en una irrealidad luctuosa, oleosa, irritante…

         Días después la cabeza vuelve a rebotar esta vez contra el pasto, prolijamente cortado y lleno de piñas de los cedros del parque detrás de la urbanización La Salle, donde fue a enfrentar a su enemigo, tratando de convocar en el proceso a algunos alumnos abusados para que le caigan encima entre todos. Al final nadie lo ayudó y tuvo que tragarse la humedad de la grama domesticada, recién mojada y anegada, en la cual se estaba ahogando porque, al no haber “Perro” cerca, el Loco Herrera se estaba regodeando en atormentarlo por su falta de hombría suficiente para darle siquiera un golpecito, una cachetadita pues.

         En un momento dado siente el alivio de liberarse de la presión en su cabeza pero el cuerpo no le da para pararse, en esa tarde en que alrededor de ellos se congregaron hasta las chicas del Arequipa de segundo año y en especial esa gatita que le gusta tanto y tanto, maldita sea quiero que me trague la tierra en este instanteeeeeeeee!!!!!!!!!, piensa.

         De pronto oye que las muchachas gritan con aulliditos mezclados con algo que no logra descifrar, hasta que siente algo caliente en la cara, un líquido que lo saca de su ensoñación derrotada y lo hace arrastrarse tratando de evitar el chorro bomberil de orina que le está manchando para siempre el honor y dándole un estatus más bajo que el de gusano para siempre, en el mundo de la esquina de “Le Petit Marché”.

            Este mundo es extraño, piensa siempre que quiere dejar de preguntarse el porqué le pasan esas cosas a él, cada vez que no entiende ni siquiera qué papel juega en todo ese mundillo adolescente de demostrar quién pega más, quién tiene más flacas, quién chupa más, chanca más en los estudios o es el más pendejo o se masturba más y tantos más de los cuales él es el más inútil de los más. No entiende nada pero sabe que pisó fondo y que MÁS bajo no puede caer. Era la hora de sacarse de encima de una vez para siempre a Herrera y, una idea, se le iba formando en la cabeza.

         La venganza es de noche y sin luna. Aunque no vale de nada porque en el barrio que vive Herrera no es necesaria, pues no necesita la protección de la luminosidad de los focos municipales para ser respetado. Hasta los perros callejeros se alejan de él cuando pasa. Esa confianza es la que convence a Chacón (o “Chancado” como ya le dicen), de planear su ataque vengativo.

         Es fácil para la revancha despertar instintos tan sencillos y contundentes. Es fácil imaginar la eficacia de algo que parece improbable de funcionar. Es cuestión de planificar con la sencillez que da el objetivo, un objetivo grande de espaldas generosas, que camina sin cuidado por las calles de su barrio, sin temor a ninguna clase de ataque como el que quiere perpetrar Chacón.

         La noche es su amiga y chochera desde hace días, pues no le importa escapar de su casa pasadas las siete peeme para ir a vigilar que la rutina de su enemigo sea siempre la misma. A esa hora el vigilado va a visitar a su jermita del barrio, que vive tres cuadras más allá. Siempre pasa por la misma ruta y cruzando esa torrentera que es oscura a más no poder. Allí estará apostado Chacón con un palo con un clavo de cuatro pulgadas sobresaliendo en la punta y algo doblado, lo suficiente.

         Claro, el truco es golpear justo una palma más abajo del cuello, para que el clavo atraviese y se enganche entre las vértebras y las costillas. Tiene que ser así de certero el golpe para que cuando el susodicho intente agarrar el palo para sacárselo se lo incruste más, por la forma como cogerá el mango desesperadamente, hasta que alguien logre inmovilizarlo, cosa difícil con la contextura de la víctima y, por supuesto, contando que alguien se atreva a ayudarlo en un barrio en el que el temor hará que nadie salga hasta que se desangre o se desmaye… así de sencillo.

         La venganza es un plato que se come frío pequeño saltamonte, y se hace en la noche y con un pasamontañas como resguardo para evitar identificaciones que arrastren una detención temprana. La obscuridad, tres soles para tomar un taxi a la volada y la imposibilidad de culparlo a él, justamente a él jajajajajaja, hasta daría impresión pensar que él, el más cobarde de los cobardes, pudiera planear algo así. Entonces la venganza sería para su propia satisfacción y lo llenaría de un orgullo que ya empezaba a saborear en esa noche en que estaba apostado a las seis cuarentaicinco en el callejón en espera de su presa que, después de minutos lentos y desesperantes, se aproxima con ese tumbao que tienen los guapos al caminar… como dice la canción.

         Chacón aprieta firmemente el palo. Ve en cámara lenta como Herrera pasa por su costado y se apresta a salir y cumplir su más grande deseo.

         Sencillo ¿no?.

         Nadie vería nada.

         Es sencillo ¿no?.

         Tomar la vida de su enemigo en ese momento es increíblemente fácil. Una vida en sus manos. Se siente tan poderoso como nunca se sintió.

         Pero ¿es tan sencillo?.

         Si, tan sencillo como bajar el palo y dejar que Herrera se vaya. Al día siguiente y después de largas conversaciones con sus padres, es trasladado de colegio, a otro menos nacional y de marca callejera. A uno más alejado de ese submundo de la esquina de Le Petit Marché. Tan sencillo como aprovechar ese sentimiento de poder, para elevarse como un fénix por encima de muchos a lo largo de esos años que comenzó una nueva vida, gracias a esa fuerza, salida de quién sabe dónde y que lo acompaña siempre y que le hace sentir cosquillas de placer cada vez que recuerda a Herrera, y esa historia, extraña y lejana historia, de cómo quedó paralítico por un ataque por la espalda con un palo con clavo oxidado, seis meses después que él se cambiara de colegio y desapareciera de la vida de todos ellos en esa esquina, en ese colegio y de esa gatita que no recuerda su nombre y la verdad, ni importa ahora.

(Finaliza con la tercera parte: La huida del Ojón

 

Un respiro para Papá

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A veces Papi viene a casa tan cansado que ni me mira, pasa de frente a la cama sacándose la corbata y agarra el aparatito de la caja de colores y empieza a cambiar canales y ni un besito para su hijito. Eso no me estaba gustando.

Empecé a darme cuenta que eran menos las veces que lavaba mi platito de comida o me preparaba mi lechita. Tampoco me cambiaba el pañal o me arrullaba en las noches cuando me despertaba porque soñaba que un punto negro gigante se comía los colores del arcoíris.

Algo estaba pasando.

Como soy muy observador, me di cuenta que mi Papi estaba cansado últimamente y se quejaba del trabajo. Que era muy duro por esto, que era muy pesado por aquello.

Mi Mami estaba también triste porque ya no conversaban como antes y no se alegraba con nada.

Además, como que es muy difícil hablarle a alguien que está enojado.

No sé si ustedes se han dado cuenta, pero a veces los adultos como que se olvidan de lo principal, digo, de quedarse quieticos un momento mirando un rayo de luz, o dejarse llevar por la brisa que se cuela por la ventana. Deberían prestarle más atención a los sonidos. A mí me sirve, cuando estoy algo molesto por el pañal o porque no puedo rascarme la espaldita, escucho las voces de mis Papás conversando o de la calle solamente y me relajo mucho.

Hoy tomé la decisión de ofrecerle a Papi algo que aprendí hace poquito y que le escuché a mi Tío José Manuel.

Cuando llegó del trabajo y vino al cuarto le sonreí, cuando me cambió mal el pañal, le sonreí, cuando no me saludó otra vez, le sonreí.

Los dos primeros días no me hizo mucho caso, pero al tercero me sonrió también, entonces me reí. Al principio se quedó sorprendido, pero inmediatamente también se puso a reír conmigo, luego me reí más fuerte y él también.

Así han pasado varios días y ya está más relajado mi Papi. Y es que él aprendió como yo, que una risa son como vacaciones instantáneas, capaces de aliviarnos esas molestias que nos provocan cosas tan tontas al final de cuentas.

A ver si también ustedes se embarcan en un lindo momento fuera de sí mismos y se ríen con toooooodaaaaasssss sus fuerzas ¿Sí?.

¡No soy sordo!

15.06.2013 (Encuentro comunicadores) 106Hay veces en que las cosas no salen como uno quisiera. Cuando intento que los bloques de mi juego favorito entren por la ventanita de mi coche favorito y no lo logro, pues me da un no-se-qué, que no comprendo bien, pero es como si me dieran ganas de botar todo… pero no lo hago. Una vez que lo hice y mi Mamá se enojó conmigo y me pidió que no lo hiciera.

Otras veces tampoco me entienden cuando pido algo, si estoy mojado y no prestaron atención creen que lloro porque tengo hambre e intentan darme la compota. Al final, luego de varios intentos fallidos logran descubrir el pañal lleno, pero oigan: ¡Cansan de verdad!.

Pero no soy un bebé que sigue siempre enojado ni de mal genio, porque soy un genio… consiguiendo abrazos y caricias de los demás. Es un trabajo duro, pero como siempre digo: alguien tiene que hacerlo.

Lo que no entiendo es porqué a mi Papá a veces le da por estar molesto mucho rato, como si las palabras dulces de mi Mami o mis espectaculares gracias no le hicieran efecto. Como hoy, que llegó diciendo cosas que no entendía que no le salió esto, que no le pagaron eso, que la luz, que el agua, y no sé qué cosas más. Uhmmmm, hasta donde sé la luz la da el solcito y el agua sale del pilón… y al final todas esas cosas las da Diosito gratis… Pero he comprendido que los grandes a veces se portan de maneras que ni los bebés lo hacen…

Ahora mismo mi Papá se ha vuelto a enojar mirando un papelito que saca de su bolsillo y empieza de nuevo con palabras que no conozco como blanqueador, suavizante, detergente, y empieza también a levantar la voz y me está asustando.

En la caja de colores he visto a veces a personas que gritan fuerte, a veces para llamar a alguien lejano, otras para advertir del peligro y algunas para detener a otros, pero hay unas que no me gustan y son cuando le dan miedo a otras personas y estas se ponen a llorar.

Así me estoy sintiendo ahora, con ganas de llorar porque Papito está gritando y no aguanto y llooooorooooooo, buaaaaaa…

Mi Mamita me carga y Papá se calla por fin, le dice a mi Mamá que lo perdone y me abraza y seca mis lagrimitas. Me mira y me promete que no va a volver a gritar y yo le digo Sí con la cabeza y le sonrío para que sepa que se me pasó el susto.

Creo que al final mi Papá comprendió que no estamos sordos ni mi Mamá ni yo. A veces pareciera que los grandes se olvidan que no tienen que gritar, solamente cuando es necesario, pero suerte para ellos yo estoy listo para hacerles recordar el asunto.

Chicha de plátano

chicha de platano“Cervecita, licor amargo, tu eres culpable de mi desgracia…”

Wayno popular

La cerveza tiene un efecto extraño en Juan en ese momento. Está junto a tres compadres del barrio que le están hablando desde hace rato de un trabajo, que él es el tipo adecuado, qué adecuado, ¡ÉL es el tipo!, no hay otro para ayudarles en el robo.

La cerveza es extraña en esos momentos. Es un líquido que entra raspando con ese sabor que no sabe porqué miércoles le gusta, si tiene un resabido a excremento. Pero dentro del estómago se siente bien, relajado. Imagina su futuro ahora que lo escogieron a él. Imagina aventuras donde saca su futura arma y dispara certeramente a los tombos que lo persiguen. Se imagina llegando a casa y una amante complaciente le pide a gemidos que le cuente como le fue y él le relata los peligros de esa noche mientras se desviste ante la apuranza de la mujer.

La cerveza ya no sabe a nada, lo único que cuenta son las risotadas. Es pasado mañana no te olvides compadre, tienes que estar despierto y atento ¿Eh?, solo vas a cuidar que los tombos no lleguen, si es así avisas silbando y la picas nomás ¿Si?,  le vuelven a explicar una y otra vez y él se siente molesto, ¡Claro que sabe que va a hacer!, ¡Él es el tipo!, ¿No lo recuerdan?

De pronto llega de improviso la camioneta y bajan los policías. Juan los mira por un momento como si siguiera en sus ensoñaciones, hasta que se siente levantado y metido en la camioneta, sin que le dijeran nada. A su costado están dos de los amigos con los que tomaba.

Media hora después la cerveza ya no está físicamente en el organismo de Juan. Vomitó y se meó en los pantalones. Los golpes del garrote envuelto en una tela mojada duelen duro. Los policías están dándole de alma. Los otros ya confesaron, tú estuviste con ellos en el robo de la semana pasada en la residencial ¿No?, allí se cargaron al cuidante y tú eras el “campana”. ¡No!, no, eso no es cierto, ¿Cómo quieren que se los diga?. ¿Entonces qué hacías con ellos tomando?, festejaban pues o nos crees cojudos.

¡No es así!, es la frase que trata de repetir quince minutos más. Quince largos minutos en que la cerveza en la cabeza, el cansancio del cuerpo ante los golpes y la inutilidad de sus palabras, hacen que confiese algo que nunca hizo.

Durante tres años no probará de nuevo una cervecita. Y es que en el Penal de Socabaya solo se toma chicha de cáscara de plátano.