Volando en el Asfalto

La verdad que poco faltó para que ´la combi de la muerte en que me embarqué terminara asi...

La verdad que poco faltó para que ´la combi de la muerte en que me embarqué terminara asi...

 

Como casi todos los domingos tomé una combi hacia Mariano Melgar para visitar a la familia. Paré una Nissan Homy de la Línea “C” en el paradero de Héroes Anónimos y pillé desprevenida y adormilada a un pasajera que iba en el asiento de adelante. Con un “gracias” mecánico me acomodé en un asiento ya de por si caluroso y me sumergí en mis pensamientos.

 

Rápidamente salí de mis meditaciones personales, porque el chofer, (apenas pasados unos segundos de voltear para seguir por la avenida Independencia), empezó una frenética carrera contra otro vehículo de la misma línea. “¡Es el gordo Machucao!” dijo la cobradora, casi escupiendo el nombre. Suficiente información para que el flaco y despeinado conductor pasara de tercera a cuarta en lo que demoró el motor de atragantarse, roncar y salir despedido, con nosotros como carga, hacia adelante.

 

SACANDO CHISPAS A LA PISTA

 

La pista, entonces, se me volvió irreal, saqué el brazo de la ventanilla por una reacción de seguridad mientras mis dedos buscaban inútilmente el cinturón de seguridad. El olor a velocidad era palpable, conjuntamente con el despertar frenético de mi compañera de viaje que abrió los ojos como plato cuando pasamos de refilón a un Tico que tuvo la “insolencia” de pararse a media cuadra de la frentera de la UNSA.

 

Justo en ese momento, el competidor nos dio alcance y nuestro “Meteoro” local lo sobrepasó con un quiebre de volante que obligó al otro chofer frenar para evitar el beso metálico. Por la ventanilla (y sacando media cabeza afuera) nuestro Fangio local le gritó: “Para ser ´fercho´ de calidad te falta papito”, no contento con su hazaña, puso más distancia entre nosotros y el otro vehículo, maniobrando entre un Toyota Corolla blanco, dos ticos amarillos y una camioneta Pathfinder, cuyo conductor no alcanzó a decir nada, aunque en sus ojos vi toda la genealogía dirigida al conductor nuestro. Todo un as ¿no?.

 

La Radio cumbiera soltaba a mansalva “Basta ya mi Amor” del Grupo Aguamarina. El calor se me expresaba en un sudor pegajoso. La cobradora y su voz chillona en tonos graves y furiosos me mantenían en una especie de éxtasis causado por la visión de una irreal marcha de monstruos cachudos y valquirias tipo andino que se interponían en nuestro camino.

 

QUE VEO QUE ME MAREO…

 

Estábamos en la avenida Sepúlveda y coincidimos con un mini corso de la comunidad puneña de esa zona, que, no escogiendo mejor momento que la hora del almuerzo, decidieron salir a las calles a mostrar el arte de sus danzas. Nuestro antihéroe local no se amilanó y, en un descuido de un Tercel verde, metió la trompa de la combi en un espacio que, a mi parecer, pertenecía a un peatón. Este último desapareció de mi campo visual porque ya lo ocupaba otro que se nos cruzó por delante a media cuadra y entre un sonoro “¡salte de allí…!” y algo que me recordó a un ajo, salimos del trance para frenar en seco detrás de una camioneta destartalada marca Dogde.

 

Tiempo onírico para ver a las bailarinas en sus minifaldas cada vez más cortas y los caporales con lentes para sol y bloqueador solar chorreando en sus trajes. Un par de alcohólicos se pusieron a bailar en medio de la comparsa y cuando uno de ellos ya se había metido en el papel de director artístico, fue sacado a empellones por un policía que no aguantó pulgas etílicas.

 

El movimiento aceleratorio que mi cuerpo empezó a realizar me devolvió a la realidad de mi situación. “¡Alguien baja en el Puente, si nadie baja me voy de frente!”, vociferó el chofer. Ahora su voz se mezclaba con la canción del Grupo América: “Que pasó”. Atiné a solo mencionar mi destino para recibir un “sí, sí por ahí pasamos”, a lo que conteste con un seco: “quiero llegar vivo allá ¿eh?”, a lo que me respondió un volteada de cara y un empujón hacia atrás producto de la repentina acelerada de nuestro Schumacher criollo.

 

Una serie de maniobras que no me permitieron ver claramente las bandas de “cholitas”, osos, ángeles y demonios del Corso que pasaba paralelo a nosotros. Así llegamos al Ovalo enfrente del Cuartel Bustamante. Allí frenamos en seco porque los bailarines habían volteado y cerrado el paso, rumbo a la Villa Militar del Cuartel Salaverry. El chofer paró y soltó un “¡bueno! diez minutos pararemos aquí”, cosa que me sirvió para recuperar la cordura y bajar raudamente de la unidad de transporte y respirar tranquilo, como si hubiera salido de un peligro mortal, a mis oídos llegó la voz increpadora del chofer a la cobradora: “¡oye cóbrale pues! ¿Acaso pagó?”. Qué no hubiera dado por sonreír y dejarlo con la palabra en la boca, pero, lastimosamente ya había pagado mi pasaje y me faltaban seis cuadras por caminar, pero la verdad, cuando uno pisa tierra después de una experiencia así pueden ser seis o veinte cuadras, da igual.

 

Nadie sabe en que momento, en esta ciudad, uno puede convertirse en el protagonista del film “Rápidos y Furiosos” como me pasó este fin de semana.

 

Na´ que ver con el tema, pero la violencia urbana me anima a subir este openning de la serie japonesa “Tokio Tribe 2” la cual es una oda a la violencia gratuita en las calles. El grupo se llama “Illmatic Buddha Mc’s”, la canción “Top of Tokyo”

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