El pasear por el parque, un domingo por la tarde, es un arte que aún se mantiene en nuestra ciudad. Aún a pesar de la proliferación de centros comerciales, el arequipeño promedio visita estos lugares de encuentro, como repitiendo un ritual de nuestros ancestros
Texto y fotos: Sarko Medina Hinojosa
Tómese de ejemplo la Plaza Umachiri en el distrito de Mariano Melgar. Las historias que se pueden revivir entre sus árboles permanecen flotando en el aire, pese a las remodelaciones varias que ha sufrido en las últimas décadas. Véase a los ancianos conversando en las bancas, a los jóvenes paseando en bicicleta o en skate, a los grupos de danza practicando, a los niños en el pasto jugando con las burbujas y las mascotas correteando.
Como si de antaño se tratara, la historia se repite y, si es posible, ese intercambio saludable entre experiencias se seguirá dando, entando la violencia urbana no nos quite la paz y nos vuelva cada vez más herméticos y huraños, metidos en nuestras casas y movilizados solamente en nuestros vehículos sin intercambiar aires.
Estos espacios, de tierra en un inicio cuando las urbanizaciones populares ampliaron el espectro urbano hacia la campiña, los cerros y los descampados, ahora pugna por vestirse de verde y atraernos para cumplir con ese ritual tan arequipeño de pasear. Porque costumbre era de nuestros antiguos el pasear no solo por la ciudad, sino por la campiña en carricoches tirados por caballos, llegando de visita a los espacios en Cayma, Yanahuara, Sabandía hasta el mismo Characato y ni hablar de Tingo.
Selva Alegre
Esas ganas de compartir un momento en familia animó, si se nos permite creerlo así, a que el urbanista Alberto de Rivero desarrollara por el cuatricentenario de la ciudad en 1940 un experimento urbano que proponía un gran parque, 20 veces más grande que la Plaza de Armas mirando hacia el río. Con el tiempo, el Parque Selva Alegre se convirtió en ese punto de reunión inevitable en algún momento de nuestra vida como habitantes de ésta orbe.
Mucho ha variado en este espacio verde que aún se conserva como pulmón malherido de la ciudad altamente contaminada. Mucho es lo que se pueden quejar sus detractores en cuanto a la limpieza, el tumulto que se ocasiona, los animales encerrados y el peligro constante de los carteristas. Pero con todo, sigue siendo el espacio (barato) con mayor afluencia para las familias.
Coda
Salir a pasear por el parque, una pichanguita con los amigos con cuatro piedras formando los arcos, encontrarse con la noviecita, ir a que el hijo aprenda a manejar la bicicleta, reconocerse como parte de una ciudad que sigue adelante y que conserva muchas tradiciones y relajarse por un momento del trajín diario, es un regalo que debemos fomentar. Los parques deben abrirse, no enclaustrase como prisioneros de guerras políticas. No hay nada más triste que un espacio de relajación verde con bancas y juegos, ausente de los gritos infantiles, de las voces cambiantes de los adolescentes, de las memorias de los abuelos. Ojalá esto lo tomen en cuenta nuestras autoridades y fomente esa vida de fin de semana, de manera alegre y sana, ¡A lo arequipeño!