Uno llega, uno se va

Por: Sarko Medina Hinojosa

—¡Ayuda!

—¿Qué pasa?

—Esta chica está que se muere, parece que se le complicó el parto —dijo el taxista.

Lucio, técnico en enfermería en la posta “Virgen de la Asunción”, con rapidez abrió la puerta trasera del vehículo.

—¡Seño Maritza!, ¡tenemos una emergencia, tengo una cabeza de bebé a la vista!

La tranquilidad en el barrio se ve rasgada por los gritos de la jovencita.

***

—Entonces, usted atendió a la menor.

—Sí, era una paciente primigesta, con rompimiento de bolsa una hora antes, 17 años. Nosotros somos dos como personal permanente, el técnico y obstetra. Llegó con dolores fuertes y con la cabeza del bebé salida. El técnico Lucio la entró de emergencia en brazos, envuelta en una frazada. La camilla de traslado estaba malograda y recién llegaría el viernes reparada.

—¿El técnico estaba con su equipo de protección personal?

—Sí, por norma debemos estar protegidos en este tiempo.

—La norma dice muchas cosas, pero el personal muchas veces lo incumple.

Maritza se muerde los labios, quisiera responder, pero el administrativo solo hace su trabajo.

—Estaba con su traje anti fluidos e implementos protectores para zapatos, mascarilla y careta facial, además de guantes. No sabíamos la verdadera condición de la paciente hasta ese momento así que se trató como una emergencia de parto.

—Pero al final no lo fue.

Maritza baja la cabeza, los recuerdos la dominan. Los gritos de la muchacha aún retumban en su mente.

***

—No te atiendes en este centro, por qué no fuiste a donde te hacen tus controles.

—Señito yo vivo como veinte cuadras arriba, este es mi centro no hay más.

—Pero aquí no figuras. ¿Cuándo te hiciste tu último control?

—¡Auch!, duele mucho. No me he hecho eso, desde que empezó lo del coronavirus no salía de casa, mi papá nomás iba al mercado.

—¿Y tu papá?, por qué no ha venido contigo.

—Murió hace cinco días, ¡por favor no me dejen morir!, disculpen si no vine antes. 

—Seño Maritza, creo que debemos derivarla —dice en voz baja el técnico. El presentimiento hace que también se detenga la obstetra.

—Lo sé, pero está coronando, ¡mira! No va a aguantar la espera y hasta que llegue la ambulancia se nos muere madre y bebé… además… ya sabes cómo está la situación.

***

—La situación no estaba para descartar que tenía el virus.

—Efectivamente, pero en ese momento teníamos que sopesar para determinar la estrategia de atención. El único hospital Covid era el Honorio Delgado Espinoza, pero estaba colapsado, con pacientes en fila a las afueras y nos avisaron que tampoco recibirían en el Goyeneche porque estaba igual, saturado. En ese momento enviarla en un taxi acompañándola incluso, era un peligro sanitario, no sabíamos si estaba infectada o no. 

—Así que prefirieron correr el riesgo.

La mirada es fría. ¿Cómo explicarlo? Durante sus años trabajando en pueblos de la sierra en Cotahuasi, en Chivay, la misma mirada cada vez que se cometía alguna incongruencia en atención de carácter administrativo. Cada vez tener que responder esas preguntas, justificando el tratar de salvar una vida. Pero, aprendió también que los apasionamientos sirven en el momento de la atención, no para explicar algo que debe pasar por el frío tamizaje del recuento técnico.

***

—Prepara la sala como lo practicamos.

—Usted asume.

—Sí hijo, apúrate nomás, luego hacemos el informe. Igual avisa al Centro de Independencia que estamos en atención de parto de primeriza para que nos puedan apoyar.

“La sala de tópico la convertimos en ese momento en una sala de atención. Colocamos una mascarilla encima de la que tenía la paciente. Rociamos con agua y lejía toda la superficie de su cuerpo que pudimos. Le echamos alcohol en gel en sus manos”.

—Mamacita, escucha, tenemos que echarte todo esto, pero dime ¿De qué murió tu papito?

—Con el virus.

—Suficiente, lamento tu pérdida, pero ahora debes luchar por tu bebé, debes pujar con fuerza, ¿sí?

“Se le sacó la mayor parte de la ropa para que no toque en ningún momento al bebé. Se esterilizó el material con alcohol. Nos retiramos los guantes superficiales para poder colocarnos unos nuevos y procedimos a la atención”.

—¡Puja hija!

—¡Auuuuuuu!, ¡papito ayúdame!

—¡Así, tú puedes!

“No demoró mucho. El bebé salió llorando, e inmediatamente lo puse en el abdomen de su mamá, para que se acostumbre a su calor y a su olor. Mientras el técnico arreglaba todo con cuidado y le limpiaba los pezones, le di los tres minutos de oro, para que el cordón deje de latir para cortarlo. Limpiamos a la criatura y dejamos que lacte, mientras llamamos al Centro de Independencia para que nos dieran indicaciones finales. Por norma íbamos a esperar dos horas para que el sangrado termine y ese útero empiece su proceso de sanación, pero no pasó así”.         

—¡No deja de sangrar!

—La ambulancia en cuánto te dijo que llegaría.

—Veinte minutos.

—Tengámosla lista, iré con ella.

—No, iré yo.

Maritza mira a su compañero. Tendrá que ir al Hospital Goyeneche, allí están haciendo las pruebas rápidas y la operarían. Se tendrá que quedar un buen rato con el papeleo.

—Tranquilo, es mi paciente.

—Pero es mi trabajo, Seño, ya hizo lo que pudo.

“Revisé en el bebé su temperatura y frecuencia cardiaca. La madre era la preocupación, así que se fueron en la misma unidad particular que la trajo, previa desinfección y protección del bebé y la madre”.

***

—Así es, usted hizo lo que pudo. Debieron trasladarla antes a un establecimiento Covid, eso dicta la norma, pero, teniendo en cuenta el periodo de rompimiento de fuente y que la cabeza estaba prácticamente afuera cuando llegó la paciente, obviaremos ese detalle. Actuó bien, Maritza, una pena por la situación de la jovencita nomás.

—¿Saben algo de ella?

—Cortaron el desangre, y de su caso se hizo cargo gente del Inabif. Si tuvo suerte no los separaron, pero imposible: menor de edad, situación de abandono, sin pareja. En fin. Hasta luego.

***

—¿Más tranquila?

—Sí Seño. Muchas gracias, mi bebé está bien, es mi recambio.

—Sí, está lactando, buena señal. ¿Por qué dices recambio?

—Mi papito decía eso… Un chico de mi barrio, el Julio, vino a pasar vacaciones con su familia. Yo no le hacía caso, pero me convenció de estar con él. Y bueno.

—Tu papá se enojó, seguro.

—No. Mi papá era mayor cuando se juntó con mi mamá. En su primer compromiso le fue mal y se separó, luego se vino aquí. Mi mamá también era mayorcita. La trajeron como criada y sus padres se olvidaron de ella. Se cansó de vivir sirviendo. Cuando tenía veinticinco se salió de esa casa y se puso a trabajar como comerciante. Mi papá la convenció de enamorar. Así estuvieron años, hasta que invadieron un terreno allá en la vuelta del cerro y me tuvieron. Mi mamita murió hace siete años. Nos quedamos solitos hasta que murió.

—¿Cómo sabes que fue de Covid?

—De qué más se podría morir Seño. No quería que saliera a ninguna parte. Él nomás iba al mercado. Hace dos semanas se puso mal. Le dieron unas medicinas allá en el Honorio pero no le hicieron nada. No pude ni conseguirle oxígeno. Un vecino me ayudó a llevarlo de noche al cementerio y allí nomás lo enterré, justo el que me trajo.

—Aún está afuera, esperando que salga todo bien. Y, ¿por qué no viniste para hacerte tus controles?

—No quise, tuve miedo y mi papá no me insistió.

—¿El papá de tu hijito sabe que estabas embarazada?   

—Sí. Me dijo que cuando naciera el niño se vendría, también es menor como yo. Seño, tengo mucho sueño, ¿eso es normal?

—Sigues sangrando. Esto aún no termina hijita, te vamos a llevar al hospital.

—¡No! por favor me van a quitar a mi bebé porque soy menor.

—No es así —la trata de tranquilizar Maritza, sin tener en claro qué sucederá. —No pienses ahora en eso, primero es tu salud y la de tu bebé. ¡Lucio!, se tendrán que ir en el taxi nomás.

***

Pasaron dos meses de eso y Maritza seguía pensando en esa jovencita. Ginamaura, así se llamaba. Lucio le contó que no querían aceptarla, pero luego de ver la gravedad del sangrado, la aceptaron, le hicieron la prueba rápida, saliendo positivo. No pudo quedarse más. Luego de eso, esperaron siete días de angustia para hacerse también la prueba. Negativos ambos.

—Un alma se va y otra llega, eso seguro quería decir con lo del recambio —piensa mientras ordena su escritorio, es casi hora de cierre.

—Seño, tiene una pacientita.

—Clásica, justo se les antoja cuando estamos por cerrar. Hazla pasar nomás.

Maritza la reconoce al instante, pese a la mascarilla. El bebé está en sus brazos arropado en una hermosa lliclla y a su lado un joven con ojos asustados.

—¿Me recordarás?

—Claro que sí. ¡Y ya era hora que vengas para tu control, sabida!

Las risas inundan el pequeño consultorio.       

Foto referencial. La obstetra es Liliana Maritza Hinojosa Gutierrez, mi madre.

La corbata

Por: Sarko Medina Hinojosa 

No sabía cómo hacer el nudo. Fue a preguntarle a su abuela cómo se anudaba una corbata y la pobre lo mandó a que busque entre las enciclopedias que coleccionaba su padre.

Los anaqueles en la sala guardaban colecciones de Tecnirama, la Océano, Espasa Calpe, Británica, había otras especializadas en Derecho y otras de Educación, pero no creía que alguna tuviera algo relacionado con el arte de vestir para un funeral.

El Toyota Corona de su padre se estrelló bajando la avenida Venezuela hace dos días. Su madre estaba a un costado.

La noticia lo despertó en la mañana con la llegada de la Policía. Un telegrama urgente a la familia en Lima por parte de su mamá y la abuela llegando, dejándolo todo, como venía repitiendo a quien quisiera escucharla, con el fin de cuidar a su único nieto.

Su padre era abogado, de familia puneña, “pero de abolengo”, repetía. También hijo único. Su carrera había acabado con la hacienda de sus padres, pero estaban orgullosos y murieron así, también lo decía. Era blancón, como su madre, la cual era una bella muchacha en su juventud. Se casaron en los albores de sus treinta cada uno en la Iglesia en Magdalena del Mar en Lima y se vinieron a vivir a Arequipa para que él naciera con varias comodidades que ellos nunca soñaron. Compraron una casa amplia, con cochera que llenaba el magnífico coche de color verde. Juguetes nunca le faltaron y mucho engreimiento también. Su madre consiguió un puesto como directora de una Escuela Normal y su padre estaba en el afamado Estudio Valencia.

Trataba de no llorar. Había pasado derramando lágrimas esos días y los ojos le dolían. Fue al cuarto de sus padres. Una cama amplia, con un cubrecama tejido y con los apellidos de ambos por los costados. Las almohadas blandas, a un costado las mesitas de noche y unas alfombras a cada costado. Trataba de imaginarse qué hacían allí, cuando él se iba a dormir. A veces los escuchaba a través de la puerta. La casa tenía un patio central y los cuartos distribuidos alrededor, así que era salir del suyo y acercarse al de sus papás. A veces escuchaba a su papá alzar la voz, otras un rumor que no entendía. Las más de las veces los ronquidos de ambos.

Abrió el velador de su padre. Había dos libros, uno era El Hombre Mediocre de José Ingenieros y otro de caricaturas de Mafalda. Le divirtió que su papá se riera con eso. En el cajón interior una cajetilla de cigarrillos Ducal, el encendedor de su abuelo y unos sobres de laxante ExLax. Otras cosas como sus gemelos para la corbata, el prendedor… nada más. En el de su madre encontró un bordador compacto. Se lo vio varias veces y ella se jactaba de que se lo trajeron de Estados Unidos. En el cajón interior había un frasco transparente con una etiqueta amarilla que decía: polvos vaginales. Dejó de buscar. Tomó el prendedor de su padre y se guardó los gemelos.

En el salón donde velaban los cuerpos estaba lleno de señores con corbata y señoras vestidas de negro. Era el único niño. No veía a los vecinos ni tampoco a los chicos del barrio. Bueno, tampoco creía que los vería. Era un asunto de grandes. No era que le importara demasiado, pero sentía que debían estar allí junto a sus padres que sí vinieron. Su Papá hablaba siempre de que pertenecía al consejo de vecinos y que había logrado la construcción de la comisaría, de las veredas y otras cosas. “Una cosa es vivir al final de la ciudad y otra es no hacerlo dignamente”, recordaba que hablaba en la sobremesa de los almuerzos.

Tenía ganas de gritar, no sabía por qué. Su abuela vino un momento donde estaba para decirle que ya se los llevaban al cementerio, que iban a cerrar las cajas y que sería bueno que se despida.

Al lado del ataúd de su madre, se alegró que estuviera tan bien arreglada, hasta podrían abrir el vidrio que los separaba para darle un beso de despedida. Siempre fue para él una mujer bella, como las que aparecían en las revistas Cosmopolitan que coleccionaba. Su padre estaba con un terno, todo formal. Seguía blancón como siempre. Él sabía que no tenía ese color en su piel, eran más moreno, cobrizo alguna vez le dijeron que era, no entendía demasiado de eso. Pero allí, frente a su padre se quebró.

Sus lloros alertaron a varios amigos que se lo llevaron a un costado. Uno de ellos se quedó a consolarlo. Era un historiador llamado Eloy Linares, lo recordaba bien porque le regaló un año atrás un fragmento de un huaco de la Cultura Churajón.

—Es normal estar triste, extrañaré también a tus padres, éramos buenos amigos, pero la vida es así, estamos aquí y luego ya no.

—No lloro por eso.

—¿Entonces?

—Es que no pude anudar la corbata y la agarré con el prendedor de mi papá a la camisa nomás y se ha soltado.

Mientras terminaban de colocar las lápidas en los nichos en el Pabellón Santa Rita de Casia en el cementerio de La Apacheta, todos lo vieron muy solemne, con su corbata bien amarrada con un nudo clásico, perfecto.    

*Relato aparecido en Entérate AQP

El Comecuentos: La Higuerilla de Ribeyro

El domingo se cuela por la ventana en un brillo solar intenso, hasta se puede tocar. La calle no está tranquila, para nada. Ayer contamos hasta 24 personas transitando en una hora. ¿Cuántos realmente salieron por una urgencia?, ¿Cuántos solo salieron porque las paredes los ahogan pero no termina por aceptarlo?, se inventan necesidades para ir a la tienda, a la farmacia. Un niño peloteaba el sábado a una cuadra, libre, sin temor, su hermano, oculto por las casas, seguro también estaba así, despreocupado.

Mathias no está aburrido, tiene todo lo que necesita, desde lo primordial hasta lo superfluo. Me parece algo genial que estos primeros quince días no haya sentido las ganas de ir al centro comercial o al parque. Hemos jugado con carritos y ahora mismo juega a tratar de asustarme, escondido tras las puertas. Finjo sorpresa. De pronto el pensamiento negativo del día me atraviesa. El Corona Virus también se oculta y te ataca por sorpresa.

Nadie nos preparó para esta situación, pero la experiencia conjunta sí. Terrorismo, cólera, dictaduras, autogolpes, Arequipazos, Cuatro Suyos, Gripe Aviar. Cáncer… Sí, casi nos olvidamos que afuera la vida continúa y los enfermos siguen padeciendo de sus dolencias. Una amiga postea #FuckCáncer y me conmueve porque ella desde hace semanas, meses, ya aprendió que debe cuidarse, comer sano, quitarse algunos gustos efímeros y lavarse las manos, siempre, amar la vida, siempre.

En la Fazenda de la Esperanza aprendí a vivir con la ansiedad de no enfermarme y tratando de conservar las cosas por si alguna vez me faltaran. Ya para el final de la experiencia aprendí a soltar, a dejar de aferrarme. Pero, era un ambiente seguro en muchos aspectos, había alimento tres veces al día y hasta una mediamañana. Un asado una vez al mes. Ahora, trato de controlar esas ganas de contar una y otra vez las cosas que tenemos. Dos semanas dije y dos semanas compré. Y todo está bien, solo esta increíble necesidad de saber que tienen todo los que amo y por si acaso, cuento de nuevo las bolsas de kilo de azúcar que logre conseguir. Cumplí a rajatabla el no alocarme por comprar y, cuando fui, no había mucho, pero sí lo suficiente. Termino entendiendo porqué algunos han salido a abarrotarse a lo loco de comida para dos meses, pero no los justifico. Respiro. No hay necesidad de salir para nada, me repito.

Los vecinos se han apostado en su techo. Tiene una sombrilla incluso y banquitos. Se adivina una mesa. Están casi toda la mañana viendo a la gente pasar. Mis ventanas reflejan el sol, pero asumo que en algún momento verán mi sala. Mi limpia e inmaculada sala. Cada día por medio nos turnamos en la limpieza. He aprendido a valorar a quién hace el trabajo en casa en plenitud, el polvo y el desorden de la vida que se mueve, hace que cada día uno se pregunte si vale la pena vivir civilizadamente y no en un hermoso desorden de acumulador diagnosticado.

Antes de bajar al primer piso, donde mi madre ha preparado un asado al horno de chancho, trato de enfocarme en las cosas que tengo para valorarlas y agradecer. Es mucho frente a lo poco de otras época, pero nunca tan poco como lo que tuvo Jean-Dominique Bauby, editor de la revista francesa Elle, quién sufrió un ataque cerebrovascular. Despertó tras veinte días en coma, descubriendo que era incapaz de mover ninguna parte de su cuerpo, solo el ojo izquierdo y un leve ladeo de la cabeza. Con eso, y desde la cama del hospital escribió un libro “Desde la prisión de mi cuerpo”, donde narra su situación, su padecimiento del síndrome de enclaustramiento. La parte más dura que leí fue la del domingo: “Luego llega el domingo. Detesto que llegue este día porque, si nadie viene a verme, no habrá quien rompa el monótono transcurso de las horas. No vendrá ninguna de las terapeutas. Es como cruzar un desierto cuyo único oasis es un baño de esponja, aún más rutinario que de costumbre”.

Tengo mucho y no avanzo nada. Es decir, el teletrabajo me ayuda a concentrarme y cumplir con un horario y hasta atravesar imprevistos con buen humor, paciencia y recordando que no hago esto por mí sino por muchas personas más. Pero, cuando termina eso y afronto mi propio trabajo literario, me quedo allí, sin saber por dónde atacarlo, si leyendo los libros que me falta, los escritos inconclusos o qué. Para salir del dilema estoy haciendo transmisiones que, a riesgo de perder público, debo confesar que me hacen mucho bien más a mí, que creo a los que escuchan esa suerte de leer lo que escribí.

Hay que bajar. Mathias está fascinado por el jardín, las cosas que han arreglado mis hermanos, el jardín de Hilaria, las plantas nuevas de mi madre. Una parra hermosa como siempre deseó ella se extiende. Hasta la casa de Bárbara está limpia. Comemos en el patio, la mesa ampliada. Recibo una llamada y me ausento, tengo que resolver algo del trabajo. Vuelvo para comer a las apuradas el caldo de pollo y atacar sin miramientos las carnes, las papas, las verduras. Como un domingo en la Fazenda, sin las penas de Jean-Dominique, porque allí está, la comida generosa, la ocopa con el huacatay de esta misma huerta, hasta la gaseosa limpia-caños que tanto me gusta y tanto no debo tomar seguido. Pero, principalmente, las historias, una a una se superponen y se cuenta los gallos que se comieron, criaron, pelaron, se bajaron a punta de resorterazos. Los engaños que se sufrieron por falsos agentes de la PIP. Cuando lo detuvieron en Huancayo a mi tío Max, la vez que conocí al guardaespaldas de Janis Joplin: “Sí, sí, se acercan dos drogadictos para robarnos y pum, pum, les disparé y nos fuimos. Muertos creo. Nueva York era un sitio extraño”, me decía y nos damos cuenta que ahora también lo es… el mundo entero lo es.

El Coronavirus entra a la conversación. Es inevitable hablar de los muertos, las medidas de seguridad, lo que hace el Gobierno, lo que no hace. Terminamos esperanzados, arrancando a nuestros cuidados la validez de un encantamiento que nos mantendrá impolutos, sin contagio. Podremos lograrlo, nos exigimos, cual promesa. Decretamos salud. El juego Pictionary nos alegra mucho más, el postre de frutas al jugo, un rato más de risas, Mathias tocando el piano eléctrico. Pero mi ansiedad vuelve. Necesito ir a casa.

En el cuento Al pie del acantilado, del «Flaco» Julio Ramón Ribeyro, el inicio lo es todo: “Nosotros somos como la higuerilla, como esa planta salvaje que brota y se multiplica en los lugares más amargos y escarpados”. Esta fue una casa llena de piedras que se sacaron desde el vientre de la tierra para poder construir lo inconcebible en un desierto. Mi abuela Hilaria trajo dos camionadas de tierra de chacra para poder plantar manzanas, maíz, alfalfa, criar cuyes, gallinas, romero y un cedrón el cual aún impregna con su olor mis recuerdos. Hasta fresas logramos cultivar e infinidad de mascotas hicieron de abono ambulante y varios allí están enterrados con amor. Luego, un día, tumbamos todo, techos, paredes, arrancamos el tronco muerto del eucalipto, el cuarto donde nací y morí. Construimos este castillo.

Y allí estoy. En la torre de mi reino, contemplando la ciudad que no quiere resignarse a callar, con sus trashumantes caminando en el incierto camino del contagio, hacia donde nadie sabe.

Pero yo estoy aquí, rodeado de lo necesario pero principalmente del amor. Como la higuerilla, el cariño se reafirma en pequeños resquicios que permite el corazón y vuelve a inundar todo. Un perro ladra, un par de coches casi chocan en mi esquina de los accidentes, inconcebible. Tecleo #FuckCoronavirus y pido perdón por el francés. “Resistiremos”, les prometo a mi esposa e hijo, “somos la higuerilla de Ribeyro”, digo y nos vamos a dormir.

Por: Sarko Medina Hinojosa

Cuento de Julio Ramón Ribeyro donde aparece la Higuerilla: https://www.literatura.us/julio/pie.html

El Comecuentos: Hombres en el Mercado

La diferencia entre el perejil y el culantro es que el primero tiene las hojas terminadas en redondeces mientras este último las tiene puntiagudas. Cosas como esas son las que debes recordar en el mercado, porque si no te das cuenta, te dan otra cosa y en casa terminarán regañándote.

La Feria El Altiplano queda en la frontera entre los distritos de Mariano Melgar y Miraflores. Fue construido en lo que antes eran las caballerizas de la Policía Montada y las casas de la Policía Canina. Pero la misma feria tuvo sus inicios en la Quinta Romaña, los días lunes y martes de cada semana. Luego en los alrededores del Estadio Melgar, de allí a la calle Unión en Miraflores, terminando en la Calle Paris de la Urb. Santa Rosa, en toda esa primera etapa. Luego llegaron los 21 años en la calle Londres y alrededores de la Gran Unidad Mariano Melgar, donde se convivió con la llamada La Cachina. Por fin en el 97 obtuvieron los terrenos y se ha convertido en un centro de abastos que facilita la compra a los habitantes de las zonas altas de ambos distritos que tienen más cerca este centro que el Avelino Cáceres.

Por los parlantes se nos advierte que este día solo pueden entrar varones. La voz de locutor trata de ser cercana, paternal. “Por favor no queremos que las saquen señoras, mañana les toca a ustedes, hoy dejen que los hombres se hagan cargo de las compras”, suena en medio de varios compradores que hacen cola en un puesto de abarrotes. Me siento confundido, hay una larga cola en ese pero en el de al lado no. Deben saber algo que ignoramos los demás. Hago mi cola por si acaso.

De pronto a mi costado una persona me empuja, es una señora. Detrás de ella llegan los policías. “Señora, no me haga correr, deténgase”, escucho. Le piden sus documentos, la razón por la cual ha salido a pesar que está prohibido. “Soy madre sola”, “Sí, pero puede comprar mañana o para la semana”. No la van a detener, pero se irán con una advertencia y un efectivo la acompaña a la salida.

Luego de comprar el chocolate enriquecido para mi hijo con la sensación de haber pagado lo mismo de siempre, transito por galerías vacías y puestos celestes cerrados. Son los de zapatos, librerías, regalos, productos de belleza, juguetes, videos piratas, los cuales no son “indispensables”. En un puesto veo a un señor medio oculto darle vuelta a un juego de niños. “Cuanto”, “Quince, pero métalo rápido en la bolsa”, dice la vendedora. Estoy tentado de preguntar por rompecabezas. Pero he venido por verduras y abarrotes. Nada más.

Al llegar a la zona de frutas y verduras, la batalla está en su apogeo. Los hombres tienen fama de prácticos y lo compruebo, si no los atienden, se van a otro puesto, o regresan a ver si se desocupo la casera. Los veo comprar también a la ligera, es decir: “Dame manzana”, “¿Cuál?”, “No me dijo, dame la verde nomás, un kilo”. Le pregunto a la señora que me está pesando mis cebollas y tomates quién la estresa más si las mujeres o los varones al comprar: “Las mujeres”, responde. No me fio de la respuesta.

Me detengo a ver los rostros, algunos de confusión, otros de apuro, por allí uno que saluda a otro y las bromas. Pocos piden “yapa”, “aumento”, “dame verduritas”, casi nadie pide rebaja, casi todos ven una lista o consultan por celular.

Tengo que ir por la carne. Hace dos semanas compré las cosas para dos semanas. Y me han sobrado arroz y azúcar y leche para otras dos semanas más. Así que pensé que sería todo en una sola bolsa, pero, entre la fruta y una cosita más que agregué, el peso ya está repartido en dos. Miro con envidia al que trajo su carrito, al hijo para que le ayude, o que vinieron en mancha de puro varón. Pero no, es uno por familia. Hay que cumplir.

Saliendo a tomar mi combi me acuerdo del aceite, felizmente abarrotes está en la salida para Mariano Melgar. Terminado de comprar, un señor le dice a la vendedora: “Seño, deme la boleta de la leche, sino no me creen en casa”, lo miro, me mira, sabemos de qué habla, a través de la mascarilla se adivina nuestra risa cómplice.

En la combi, repaso mi lista, ruego no haberme olvidado de nada, pero en especial pidiendo que la papa de cáscara negra que estoy llevando sea esa papa chachán que me pidieron. Siento que acabo de cometer un error. Un sudor frío me embarga. Por lo menos el culantro sí estoy seguro que llevo bien. Espero eso rebaje el regaño.

Por: Sarko Medina Hinojosa

El Comecuentos: Quirón, el perro guardián

Tener una casa grande y con huerta amplia tiene la ventaja para un perro de correr a todos lados y sentirse contento. Así, seguro, se sintió Quirón cuando llegó a mi casa allá en un lejano 1982. Era enorme y de raza Boxer bien ñato. Sin error puedo decir que fue el perro con más pedigrí que hemos tenido. Mi madre recuerda que fue mi tía Delia la que les regaló el cachorro allá en Camaná. Aquí, en casa arequipeña, adoptó manías propias del lugar, como comer a grandes bocados los panes tres puntas que traíamos las mañanas de la tienda de la “Pestañuda”.

Creció conmigo y para mi defensa. En serio, dicen que me quería tanto que se enfrentaba a mi madre cuando esta me reñía por alguna travesura. Si por allí hacía caer algo y el “¡Sarko! ¿qué has hecho?” amenazaba palmada en el poto calato, Quirón se paraba frente mío y los dientes pelaba acompañado de un rumor que hacía desistir de poner coloradas mis posaderas.

Mi joven madre estudiaba en la universidad fundada por el Padre Morris allá en Umacollo y no tenía más niñera que el enorme animalote, que era como un tiranosaurio Rex, como los que leía en los libros Tecnirama de mi tío Max. Tanto era su cariño que, en la tarde, cuando el dolor de no tener a mi madre se revelaba en llanto, llevaba mi ponchito blanco con rayas café y nos sentábamos en la puerta a esperarla. La sentía a cuadras y ladraba para avisarme que me despertara y la recibiéramos con besos y lengüetazos.

Al que no le caía tanto en gracia era a mi tío Max que andaba desalojado de su propia cama, porque el animalote creía que era la suya. Aprovechaba que mi tío descansaba del trajín universitario en la escuela de Ingeniería Geológica de la UNSA, en la que se devanaba los sesos, para con sigilo colarse, primero en la parte de los pies y luego subía hasta estar espalda con espalda y mi pobre pariente al filo de la cama. Varias veces la gravedad hacía de las suyas y terminaba con su humanidad en el piso y reclamando al can por su duro despertar. Los rumores eternos de entre dientes lo desanimaban de aplicar algún correctivo, mas bien.    

Mi educación, aparte de los libros azules con letras amarillas de la hermosa colección de la que comenté al inicio, se basaba en largas lecturas de las historietas gráficas que mi padre traía y cambiaba cuando bajaba de Chuquibamba los fines de mes, pero, no todo podían ser vacaciones para mí, así que me matricularon en el jardín Ovide DeCroly a dos cuadras de mi casa, regido por la nunca bien ponderada Maestra Teresa. Casi todos los vecinos de la Arias Araguez, San Miguel, República y hasta América estudiábamos allí. Mi guardespaldas privado tuvo que aprender a llevarme hasta el lugar. Supongo que era para la risa y para el miedo verme en toda mi chatez, caminando al lado de ese magnífico animal café, con las orejas negras y el hocico oscuro cual agujero negro.

Tengo recuerdos muy específicos de mi mascota guardián. Su suave pelaje. La rasposa lengua que me llenaba de cariño. Los atardeceres juntos esperando a mamá. Mis lágrimas que él consolaba con su calor, bien abrazadito a su cuello. Nuestros saltos cuando llegaba ella. La vida tranquila en una cadencia de horas disfrutando corretear por la huerta con mi compañero. Y nuestro gusto por comernos pan tras pan.  

Coda: Un día, en mis cinco años, se salió a dar su vuelta sabatina por la cuadra. No volvió más. Dicen los vecinos que se lo llevaron en una camioneta blanca. Lloré mucho. A esa edad las pérdidas son monumentales, pero también, bendita inocencia, se pasan rápido. Aunque de tanto en tanto, cuando veo una camioneta Toyota de una sola cabina, me ilusiono con ver saltar a mi guardián protector y correr juntos a esperar a mamá.         

Cuento aparecido en Semanario La Central

Sueños de comensal

Dedicado a Sandra, Trinidad, Kathy, Jheimy, Edhel, Aldo, Arturo, Eric, Julio, John y Wilder

“Take it on the other side

take it on

take it on”

Other Side—Red Hot Chili Peppers

Resultado de imagen para comedor unsa

            ¡Compraste tu tarjeta del comedor! Esta frase sin saludo inicial llegó como un todo a los oídos de Aldo Sánchez Lara, Vizconde de Monte Lluta, estudiante de Periodismo, fotógrafo oficial de sus propias inspiraciones y nombrado con cariño como «Chuchi». La interrogación continuó mientras salía de sus alimenticios sueños —¿Sí, sí, sacaste o no? Mira que mañana es el día del estudiante eh, eh. A la mala manoteó el aire y se levantó desde el pastizal donde se acunó para dormir su siesta reglamentaria de mitad de mañana. Levantó los párpados con dificultad y se le quedó mirando a Saeko, individuo que hace instantes lo sacó del país de Morfeo con su horrible voz. Le bostezó.

            Mientras se sobaba donde le cayó el golpe “para servir” que le dio su amigo, identificó al otro ser que lo acompañaba. Era Julius, el cual mantenía un silencio de expectativa. Los odió un momento. Luego, trató de acoplar la imagen de su alrededor con la de sus recuerdos antes de dormirse. Encajaban. Estaban en el bosque de Sociología, en la Universidad Nacional donde siempre había paralizaciones; al costado del Estadio que tantas rifas costó. Y si eso no era suficiente, la picazón en su cuello y brazos le indicó el roce con el pasto donde hace instantes babeaba sus ensueños.

            Asumió entonces su realidad inmediata de espectro estudiantil, a grado universitario, esa epifanía hizo que volviera a bostezar con intensidad, haciendo visibles sus amígdalas. Esto provocó un trío de risas desubicadas, con remanentes de locura, anticipos de un futuro. ¡Ya párale papa frita! Y más bien di si compraste o no tu tarjeta para ir de una vez donde las chicas o no eh, eh, dijo Saeko lleno de impaciencia mientras, para darle contundencia a su pregunta, zarandeaba a Aldo. —En primer lugar Saeko ¿Le enseñaste a hablar castellano a Chuchi?, dijo Julius. Saeko miró a Aldo con duda y Aldo empezó una defensa de su educación primaria en el colegio fiscal del pueblo donde nació. Pero los interrumpió la llegada de Marco Aurelio “John” Denegri: —Imaginaba hallarlos por estos lares y me preguntaba si ya podíamos irnos a comer, antes que mis ansias por alimento se traduzcan en un comportamiento caníbal con alguna paseante de por aquí. Saeko soltó a Aldo que cayó pisándole un pie y Julius hizo una acotación suponemos graciosa que se perdió en el barullo de una juventud que se mueve hacia donde no sabe, pero que definitivamente tiene hambre de algo.

            Mientras caminaban hacia la Facultad de Educación, Aldo les contó parte de su sueño donde la carne asada, ensaladas bien césars, servilletas con mozos pingüinescos y vino francés, ocupaban la mayor parte. ¿Y dónde dices que se celebraba el banquete Chuchi?, preguntaron varias veces, uno por uno sus amigos, pero Aldo seguía narrando los purés con una salsa media agria nomás, ¡Y si vieran los camarones! y los choclazos con queso ¿Ah?, Y el caldazo de cabeza de cordero ¡Uhmmmm!!!!!. ¡Plap! le cayó un golpe de Julius para servir, ¡Plap! uno de John para llevar, y ¡Ploc! de Saeko combo familiar. ¡No que era comida internacional!!!!, increparon. Y qué creen que es la comida de mi pueblo ¿Eh? Le dieron su vuelto con fuerza.

            Lo que pasa es que es un “Chuchisueño” dijo Trinity, una vez que le contaron las descripciones de Aldo. Además cada uno es libre de soñar lo que quiera, defendió toda sonrisa Sandra. ¡Gracias, mami!, dijo Aldo, y Julius Te recomiendo el filicidio Sandra. Aldo brincó sobre Julius y rodó con él por el pasto, pero quedó boca abajo y recibió caricias que dolían, se levantaron y partió como un rayo tras Julius. Saltaron los matorrales como tarucas en estampida. Ágilmente sobrepasaban los carros, por entre las personas, daban saltos entre las rejas, pasaban por debajo de las bancas cual cuyes hasta volver al círculo donde se encontraban Trinity con gripe pero sin ponerse la chompa, Sandra con sus palitos de helicóptero en el pelo y Saeko leyendo un libro de tapa amarilla con un barquito chiquito que se movía. Cayeron justo a los pies de este último que, molesto, les saltó encima. Sandra dijo algo sobre la cola inmensa para entrar al comedor y se dieron tregua para decirle a trío que John estaba guardado sitio. Se espulgaron las pajitas mutuamente antes de irse al gusano humano que los engulliría por unos instantes antes de entrar al salón del Comedor Universitario.

            ¡Alverjitas, odio las alverjitas!, se quejó Saeko con pucheritos de nene. ¡No te quejes! Se come y ya, lo reprendió Trinity. Además, es bueno para que engordes, terminó callándolo toda sonrisas, Sandra. Aldo, mientras tanto, estaba en otra, los veía batir a Saeko un rato, luego agarrárselas con Julius y así. John le preguntó sobre el lugar donde se realizó el banquete de sus sueños, Aquí mismo, en el comedor, respondió. Lo que pasa es que te estás proyectando en tu subconsciente al almuerzo por el Día del Estudiante de mañana, opinó John. ¡Pero era tan real!, pensando esto, Aldo se perdió la broma sobre la mazamorra verde de manzana que les tocó de postre y su comparación con lo que Trinity lanzará en sus estornudos de gripe. Todos dijeron ¡Aggghh!

            Terminado el almuerzo, se la pasaron conversando en el parque de la Facultad de Educación sobre la política exterior en Rumania y el estado financiero de la hija menor de Woodie Allen. Es decir de todo y de nada importante a la vez, para llegar al lástima que terminó, la función de hoy, al finalizar la cena en el comedor. Sandra, toda rulos, se fue a sus clases de idiomas, Trinity acompañó a Julius a sacar los lentes de su padre del oculista, John se fue diciendo algo sobre necesidades imperiosas con papel higiénico incluido y Aldo caminó con Saeko hasta tomar cada uno su carro. En el camino estuvo pensando cómo bromear con su amigo, pero de pronto se halló solo en el paradero, diciendo adiós con su mano a un Saeko que se alejaba en su combi. Se entristeció.

            En la cola del almuerzo por el Día del Estudiante Universitario, que no tiene tiempo para ir a su casa a comer o que no tiene familia en Arequipa que le prepare un mísero plato de comida al pobre, Aldo se preguntaba por qué eran los primeros en la cola. Se lo intentó preguntar a Saeko, pero éste estaba sacándose monedas de la oreja para sorprender a Sandra, la cual, mientras lo miraba sacar un Mareví de oro, dibujaba galletas de animalitos en el aire y se las comía luego. Entonces intentó llamar la atención de Trinity, pero ella no lo escuchó por estar cantando tengo el orgullo de ser peruana y soy feliz a voz en cuello. Le hizo señales a John, pero éste estaba conversando con una de las porristas del Sportivo Huracán que estaba a su lado en bikini. Julius, que parecía prestarle atención, realmente no lo hacía porque estaba convirtiéndose en una estatua de cobre para así pararse mejor.

            Se sintió tan solo como el día anterior a la hora de las despedidas, así que cuando abrieron las puertas para el ingreso, quiso explicarle al que revisaba las tarjetas porqué tenía la cara de un solo en sol menor, teniendo tal tracalada de amigos atrás. No pudo ni eso. Tuvo que recibir a la volada en las manos una gamela de metal con cuatro cubiertos y servilletas de papel. A causa de los empujones de Saeko avanzó para recibir el primer plato: una ensalada rusa con bastante mayonesa y dos huevos duros. El segundo plato fue una sopa que olía a pollo y tenía presas del ave para mayores rasgos con pedazos de pan frito flotando como islas. En el tercer plato, y al borde de las lágrimas, le fue servida guarnición de puré de manzanas y una enorme chuleta de chancho recién asada. En la quinta ventana del circuito le dieron un vaso con zumo de naranja con una rodaja al borde y en el sexto una copa de vino tinto.

            ¡Pero por qué!, se atrevió a reclamar. ¿No sabes que este día hay mejoramiento?, alguien le contestó. Bueno se dijo y enrumbó hacia alguna de las mesas largas que ahora lucían cubiertas por manteles y candelabros al medio. Una vez instalados, presenciaron que en el estrado al fondo del comedor, su compañero Wilder terminaba de colocar unas mesas en el escenario, para inmediatamente salir el Grupo de Teatro de la Escuela Profesional de Ciencias de la Comunicación, con Arturito Salazar, a la cabeza, quién anunció: Queridos compañeros comensales, tengo el agrado de presentarles la dos temporadas exitosa, la muy reconocida por los críticos locales y nacionales, qué digo, ¡Mundiales! aquí está para ustedes la obra: ¡Mentirosa, mentirosa!, con la presentación del refinado primer actor consumado Eric De Las Torres, seguido por las primeras actrices Kathy, Jheamy, Edhel!!!!!! Aldo esta vez sí que soltó la quijada. ¡Pero así no empieza la obra!, se atrevió a decir, y un sonoro ¡Cállate! lo apabulló. Las luces se apagaron y quedó iluminado el escenario.

            Aldo sabía de qué iba esa adaptación, es más, ayudó como luminito cuatro veces el año pasado y una quinta cuando la presentaron en el aniversario de su pueblo. Allá fue un éxito, pero allí, en ese momento era un bodrio, y lo peor es que todos reían menos él. No podía entender cómo era que los actores fallaran tanto y nadie se percatara, ni siquiera Julius que actuó en ella lo mismo que Saeko, quién nada decía, de pronto se dio cuenta que sus amigos no estaban en la mesa, sino en el escenario vistiendo el primero un disfraz de codorniz con alitas de pollo frito pegadas al cuerpo y el segundo estaba sosteniendo en la espalda una llama vestida de Presidente de la República. El acabose sucedió cuando, en una escena que incluía la persecución de un samurai a unos búfalos liderados por un caballo loco, agarrándose a tiros con un cachaco, salió abruptamente Arturito para llamar en público a Aldo, varios brazos salidos de quién sabe dónde lo llevaron alzado al escenario donde todos lo felicitaron de pie y con aplausos por ser escogido el “Comensal del año”. Desesperado, el muchacho atinaba a querer bajarse de allí, ¡De pronto! una lluvia de fotos suyas desnudo bañándose en un río de su tierra cayó sobre ellos. Aldo se desmayó, mientras que a lo lejos se oía una risa atolondrada, con remanentes de locura.

            ¡Chuchi! ¡CHUCHI! Despierta Aldo, ya no te hagas el dormido. Aldo abrió los ojos trastornado, y le fue difícil reconocer a Sandra, Trinity, Saeko, Julius y John que lo rodeaban con caras de preocupación. Parece que tenías una pesadilla Chuchi, dijo Sandra. Sí la tuve, suspiró, se levantó y sonrió, feliz de hallarse sano y a salvo de fotos comprometedoras. Pero bueno, ya vamos al comedor ¿no? que tengo un hambre, dijo. Saeko preguntó si había comprado su tarjeta. Sí, lo hice, pero… díganme una cosa: ¿cuándo es el Día del Estudiante? Alguien le dijo hoy. ¿Y qué hay de almuerzo?, indagó con temor. ¡Ay Chuchi! pareces nuevo, ¡Hay pollo al horno y gaseosa!, alguien le respondió.

            Aldo corría gritando hacia quién sabe dónde, mientras sus amigos lo veían perderse entre los universitarios con caras anónimas. Tenía que pasar algún día, dijo Julius. Saeko mencionó algo sobre la locura espontánea. Sandra todo ojos movió la cabeza. John miró a una chica que pasaba por su costado y Trinity concluyó: esto es un “Chuchimisterio”. Todos estuvieron de acuerdo.

Arequipa, octubre 2003

*Este cuento está incluido en el libro «Palo con Clavo y Santo Remedio» 2014

EL COMECUENTO: El almuerzo eterno con Julia y Santiago

Mi abuelita Julia y mi abuelito Santiago bailando en alguna festividad.

Recuerdo la primera vez que fui a Iquipí, el pueblo de nacimiento de mi padre, ubicado en Río Grande en Condesuyos. Era de madrugada. Para llegar a la casa de los abuelos teníamos que atravesar una acequia que me pareció un río para mis seis años de edad. Luego íbamos por el borde de una chacra interminable. Cuando llegamos a la casa, nos recibió mi abuelo Santiago con un candil en la mano. Caí rendido.

Al día siguiente fue una sucesión de maravillas. La casita estaba ubicada en la parte alta de la bajada al río. A un costado estaba un enorme pacay frondoso y un guayabo cargado. En la cocina, estaba mi abuela Julia, soplando por un tubo el fogón y sobre rieles de metal descansaban sendas ollas tiznadas de donde saldrían manjares diversos. Por mis pies correteaban cuyes gordos.

Poco después la algarabía de unos gritos anunció la llegada de varios tíos cargando una red llena de unos animales monstruosos: los camarones de río. Mi abuelo amarró las tacas de un par de los más grandes y me los dejó para jugar en la batiente del descanso de la casa. El cuerpo principal alcanzaba el porte de una escobilla de esas de madera con cerdas de plástico y la tenaza principal otro tanto. ¡Animalazos!

La chacra de mi abuelo se extendía hasta el río. Sembraba de todo, desde zanahorias hasta arroz, alfalfa para las vacas y la yegua y el burro, hartos perros correteaban libres cuidando de noche la propiedad y en especial el gallinero, donde diversas aves alimentarían en esos días a la cantidad inmensa de parientes que desfilarían por ser vacaciones, llegados de distintos lugares. En la parte trasera de la casa estaba la huerta con los ciruelos y los minimangos. Había también un tunal grande y peras, manzanas, de todo había.

Mi abuelo en esos días tuvo la sana costumbre de aterrarme con historias de aparecidos y demás cuentos y leyendas, con tal precisión que envió una bala directo a mis ganas inmensas de creer que todo era posible y matar al escéptico y dejar libre al creyente. Así, a pie juntillas le creí que en la punta del cerro inmenso que flanqueaba al pueblo, y donde se veía una cruz, estaba enterrada Chabuca Granda, la cantante famosa del país. Me contaba que ese cerro inmenso justo era el recuerdo de una gran tragedia, antes Iquipí era una ciudad más grande que Arequipa, incluso, pero un terremoto destruyó todo e hizo que se levantaran los cerros, dejando solo una delgada línea de casas y de chacras al filo mismo del río. Obvio que eran historias para entretener al nieto, pero para mí quedaron en el corazón metidas para ser contadas y transformadas en las realidades mágicas que construyo en cuentos y microcuentos.

Mi abuelo Santiago enseñándome porqué es tan importante la uva.

Pero vamos a esa primera gran comida de domingo. La mesa del almuerzo aún navega entre los mejores recuerdos de mi existencia. En el descanso techado de la humilde vivienda, levantada con adobe y caña, se puso una mesa grande y en el interior del primer cuarto de la vivienda otra para nosotros los primos. Los camarones estaban allí, hervidos, a lo largo del mantel blanco, papas humeantes, choclos y llátan molido acompañaban. Antes, un impresionante caldo de gallina de corral abrió campo en los estómagos para esa delicia de río que se comía con las manos y se degustaba con la conversación amena, recordando mi abuelo viejas anécdotas y las voces en coro de mis tíos y tías, mientras en mi mesa los primos nos reconocíamos como familia. Luego, el vino hecho en el lagar que construyó con sus manos el patriarca, alargó con su calidez el momento familiar, que aún flota en mis mejores recuerdos.

La casita patriarcal.

Coda: al celebrar el segundo año de fallecimiento de mi abuela Julia y más de diez del de mi abuelo, regresé a esa casita y la encontré viejita y acabada. Puse mi nombre en la pared como la tradición de los más de 52 primos y 30 bisnietos y volví a ese maravilloso almuerzo, gracias a la magia de la memoria, genial regalo del Creador, quién misericordioso como es, nos ofrece la caridad para rescatar los mejores momentos y olvidar los trágicos y estar allí, junto a mi abuelita Julia, mi abuelito Santiago, riéndome también de ese pequeño de mirada curiosa, que se emocionaba de por fin conocer a aquellos a los que le debía parte de su vida.

Por: Sarko Medina Hinojosa, crónica aparecida en Semanario Vista Previa

EL COMECUENTOS: La yerba mate no tiene fronteras

En nuestro país no existe una bebida hecha con la yerba mate (Ilex Paraguariensis) ni la costumbre de tomarla. En realidad tenemos nuestro mate de hoja de coca y la chicha. Pero, la difundida bebida que toman por igual paraguayos, brasileños del sur, uruguayos y argentinos, en cada parte tiene sus connotaciones especiales y formas, pero en todas existe un lazo indisoluble en su consumo: la compañía y la conversación.

Supe de esa bebida gracias a las historietas de Pepe Sánchez que aparecían en la revista El Tony de la mítica editorial argentina Columba. El súper agente de la CES (Centro de Espías Sofisticados) bebía la yerba con palito, siempre con su tetera en mano y algo que parecía una pelota con un tubito por donde bebía el brebaje desconocido para mí.

En el 2006 llegué a tierras gauchas y casi desde el primer día alguien me pasaba la calabaza con la bebida. Allí aprendí que hay dos formas de tomarlo concretamente: dulce o amargo. Que en provincias lo prefieren con yuyos, es decir con hierbas aromáticas, como el poleo, el burrito, etc. Que hasta con leche se puede tomar. Que la temperatura ideal del agua deben ser unos 70 grados centígrados sino sale “fiero”. Y que los famosos “palitos” sirven para mantener la estructura correcta de la hierba dentro del recipiente. Ahhh y que no digas “gracias”, serio, es que si dices eso ya no te sirven y quedas aisladito, se dice eso cuando ya no quieres más bebida.

Allá en Las Canteras en Deán Funes en Córdoba había un señor mayor al que llamábamos cariñosamente “papi Edgar”, un bonaerense que se levantaba temprano para poner la pava (tetera) al fuego y esperar a este peruano para servirle unos “amargos”. Aprovechábamos para conversar del día y de las labores, recuerdo con mucho cariño que siempre decía: “El culpable de todo es Sarko, porque siempre hay que echarle la culpa al más bueno”, haciéndome sentir querido a miles de kilómetros de mi tierra. Otro gran amigo que hice, de los muchos de verdad, es Carlos, un cordobés que me regaló una calabaza de mate y que con su familia, aún con la distancia tenemos una gran amistad. Te debo una visita genio. Tantos nombres se me vienen a la memoria, como de Adriana, Gisela, Any, Alberto, P. César, Juan, Maximiliano, tantos amigos.

Por cosas del destino me enviaron a Paraguay, hermosa tierra de lindos atardeceres, justo cerca de la frontera con Brasil a La Paloma de Canindeyú. Allí aprendí a tomar más el mate cocido en las mañanas, ahumada la yerba con unos carbones encendidos. Luego, en la pausa del mediodía a tomar el tereré, bebida fría mezclada con varias hierbas aromáticas y solo agua bien fría. Me explicaron que en la fatídica Guerra de la Triple Alianza, era difícil prender el fuego para calentar el agua y tomar el mate, así que lo empezaron a tomar frío. Eso me contaron. Me parece algo lógico pero también habla de la terrible situación que se vivió en esa época en que niños hasta de doce años tuvieron que luchar.

Las tardes del domingo, en que se descansaba, se ponía una película de diferentes géneros para ver. Allí se me pegó la costumbre de tomar un tereré hecho con el jugo de la burucuyá (maracuyá), y lo pasaba entre los asistentes. Aprendí que el que sirve los mates tiene la responsabilidad de cebarlos bien, procurar renovar con yerba nueva para que no salga muy lavado el sorbo y tener el agua a temperatura óptima. Aprendí que es una forma de servicio especial, nunca impuesta y hecha con cariño. Un sacerdote amigo de la obra en la que estaba, me regaló una “cuya” hecha con el cuerno de un toro y que conservo con cariño, además del que guardo por tantas personas que igual me hicieron sentir en casa, como Angélica, las hermanas vicentinas una de ellas sobreviviente de Hiroshima, Bruno, Jerson, estos dos últimos amigos brasileños.

Por esas vueltas de la vida que me deparó esos años, terminé yendo a Brasil, a Casca en Rio Grande Do Sul. Allí aprendí a tomar el “chimarrão”, que se hace con una variante de la yerba mate, mucho más verde intenso y más molida, que se toma también en las calabazas pero mucho más grandes que las argentinas. Algo que me olvidé de referir antes es que la bombilla, el artilugio de metal que sirve para llevar el líquido desde el fondo del mate, no se cambia o lava de mano en mano, es decir se usa la misma por todos, algo así como el mismo vaso de cerveza en una ronda. Algunas de estas por ello en la punta tienen un recubrimiento de oro, pero en general es una muestra de confianza entre todos, puede parecer antihigiénico pero nunca he escuchado de una epidemia de algo generado por compartir de esa manera la bebida. Y si bien no llegué a Uruguay, lugar donde también se toma mucho el mate y es normal ver pasear a las personas con bombilla en mano y termo bajo el brazo, quiero recordar a Fray Dante, uruguayo y buen amigo.

Noto que me falta nombrar a muchos amigos de esa época y aún más, me falta mencionar los mates en “La Tranquera” allá en la Mariápolis Lia, pero ya será para otra ocasión. Solo puedo agregar que si bien ya no tomo la bebida por mi gastritis declarada, extraño las conversaciones que se generaban alrededor de esta bebida, en los diferentes países donde la consumen. Al final se trataba de compartir momentos de conversación, que tanto hoy por hoy nos faltan.

Por: Sarko Medina Hinojosa, crónica aparecida en el Semanario Vista Previa

EL COMECUENTOS: Atunes, galletas caseras y escapes

Campíña arequipeña, vista desde Selva Alegre

El plan era sencillo: a las cinco y algo de ese sábado iría a la casa de Pancho, mi mejor amigo, y de allí nos escaparíamos a Sabandía. Tendría unos 10 años y estaba algo cansado de la situación en casa, por lo cual había tomado la resuelta decisión de irme y no volver jamás.

Mi amigo tenía una casa maravillosa. Para mí era ideal, era muy grande, con una inmensa huerta llena de flores. Había un cuarto donde guardaban herramientas pesadas, pero también un taller, lleno de utensilios del abuelo de mi amigo, donde se podía fabricar lo que quisieras, como él mismo hizo varias veces con su hermano Manolo. “Nunchacos”, una metralleta de madera, ballestas, rompecabezas con forma de Perú, muchas cosas la verdad.

Para la parte de arriba por el patio se llegaba al segundo piso por una escalera de troncos y madera hecha por el patriarca de la familia, de quién me decían participó en su juventud en el armado del buque “Ollanta”, que aún navega en el lago Titicaca. La cocina era el sitio ideal para conversar de todo mientras Susy, la mamá de mi amigo hacía potajes para todos los familiares. En especial cocinaba unas galletas deliciosas de jengibre que eran mi delicia de los sábados en que iba a visitarlos.

Sus hermanas, Erika, Helga y Katherine, me trataban de la mejor manera, aunque haciéndome las bromas correspondientes a mi ingenua manera de ver el mundo. Era una especie de niño cimarrón, ignorante de formas y acomodos, para mí todo era nuevo. Así que consumía la información que me ofrecieran con los ojos abiertos de asombro. De pronto un día me presentaban la “combucha”, esa bebida del hongo del té o jugábamos con una enorme pista de carreras que demoraba media tarde en armarse y otra más para desarmarse, en otra jugábamos con una casa en miniatura con sus gavetas pequeñas y hasta libros miniaturizados.

Uno de nuestros pasatiempos, era ir de día de excursión, junto con nuestro amigo Álvaro, a los bosques de Sabandía. Mi tío Max me dejó una carpa. Bueno… dejar es un decir, estaba en su cuarto y yo pues, me la “prestaba” para ir con mis amigos y armarla allá en los campos y chacras donde pasábamos el día explorando riachuelos, capturando “ocollos”, persiguiendo ranas y buscando tesoros o “tapados”. En uno de esos paseos, y por tratar de conseguir unas flores características que parecían barbas de viejo, mi amigo Pancho resbaló y casi se cae por pendiente, Álvaro lo sostuvo y yo con una cuerda logré que pudieran afirmarse y salir indemnes del peligro. ¡Éramos exploradores!

Sin embargo, en mi casa las cosas andaban mal, por distintas razones. No entendía por qué los gritos eran constantes y todos iban dirigidos contra mí. O eso me parecía en ese entonces, en retrospectiva, de niño uno siente que todo es más intenso, de repente eso me pasaba y no podía comprenderlo. Un día me porté muy mal, respondí de mala manera a mi mamá y la mano me impactó de lleno en mi cachete rebelde. Ese día planeé mi escape.

Mi amigo me escuchaba y hasta me dijo que estaba bien, que nos escaparíamos juntos y viviríamos en Sabandía. La verdad en ese momento no medí consecuencias de nada, solo quería escapar. Ese sábado por la mañana me fui a buscarlo y salimos a tomar el bus verde que llevaba hasta Paucarpata, de donde teníamos que caminar un buen trecho para llegar a los campos tradicionales de la campiña arequipeña. Casas antiguas que guardaban tesoros, campos donde estaban enterrados viejos crímenes, historias de aparecidos y guerras contra los vecinos del sur, generaban la conversación mientras buscábamos un lugar donde poner la carpa. Fue un día interesante en el que comimos atún con galletas de soda.

Supongo que en algún momento y sin decirme algo más, mi amigo me preguntó para volver y seguro le dije que sí. Regresamos a la ciudad, yo un poco más en paz. Al bajar del bus allí estaba mi mamá, esperándome en el paradero. No me riñó ni gritó. Me llevó a casa y me habló un poco más calmada y me pidió disculpas y yo también se las pedí.

Mi amigo, es más que obvio, le contó a su mamá de mis planes y ella le permitió acompañarme en la aventura con el fin de regresar por la tarde. Mientras se fue a buscar a mi mamá para contarle y seguro le dijo la hora promedio en que regresaría para que me espere. Hay cosas que entre amigos no se ahonda. Seguí yendo a esa casa, muchos años más hasta que la vida y la adultez y esa ilusa dizque falta de tiempo han hecho que no vuelva más. Pero el cariño está allí, siempre presente, de eso no hay duda.

EL COMECUENTOS: Sembrar para no cosechar, una alegría inesperada

En la selva peruana se come la yuca a montones. Se usa en vez de papa para una variedad de platos. En mi vida hubo dos épocas en que era lo que más comía en el día. La primera época fue allá en Villa Rica, en el maravilloso año que pasamos con mi madre en plena ceja de selva en Pasco en 1991. Comíamos tanta yuca que hasta en sueños se me aparecía, sin empalagarme o cansarme, pues tenía un sabor cremoso y se deshacía en la boca cuando estaba bien cocida. En la escuela donde terminé la Primaria, el CE 34418 Santa Apolonia, aprendimos la leyenda del origen de esa planta. Atentos al resumen:

Dice que la hija de un gran jefe de tribu tenía una bella hija, la cual un día apareció con signos de embarazo. Dolido por el qué dirán y creyéndose engañado, buscó al culpable de la desgracia que atravesaba su familia. Al no encontrar al dañador y por más que su hija negaba trato con algún varón, el jefe sentenció a su hija a la muerte al día siguiente al amanecer. Por la noche, un Apu de las cordilleras, todo blanco, se le presentó en sueño y le aseguró que su hija era inocente y que el ser que llevaba en el interior también lo era. Convencido de eso el jefe liberó a su hija, pero ella murió en el parto para tristeza de todos. La pequeña que nació, blanca como las nieves perpetuas de los Andes, tampoco sobrevivió mucho, muriendo poco después. Al enterrarla en un claro de la selva, al poco tiempo se percataron que en el lugar crecieron unas ramas bellas y largas, al desenterrar un poco vieron que las raíces eran blancas por dentro y que servían de alimento. La tribu concluyó que ese era un regalo para la supervivencia del hombre dado por los dioses tutelares.

Fin de la leyenda de la selva peruana y a tomar un vaso de masato para humedecer la garganta que se seca de tanto contar.

La segunda vez que la mandioca (ahora le cambiamos de nombre porque cambiamos de lugar) fue la base de mi alimentación, fue en el 2007 en La Paloma de Canindeyú en Paraguay, lugar en el que estuve en una obra social. Como me pusieron a cargo de la cocina y de la huerta, una de mis tareas diarias era ir a la pequeña plantación de mandioca que teníamos en la parte trasera del complejo y arrancar una o dos matas y sus largos bulbos. Preparaba, cuando había huevos suficientes, el mandi’o chyryry, que era mandioca cocida revuelta con huevos y cebolla, si no había “blanquillos” pues cocida nomás acompañando el feijao que tampoco faltaba en el almuerzo. Yo no sembré las plantas solo cosechaba lo que otro con esfuerzo plantó.

También allí me interesó saber si había alguna leyenda sobre el origen de esa planta tropical. Y me contaron que Mandi´o era una niña guaraní que nació con las manos y los pies largos y con los dedos bultosos. En su tribu nadie quería jugar con ella y eso la entristecía mucho. En ese tiempo remoto, aún los hombres no habían aprendido a sembrar y vivían de la recolección de frutos de la selva y la caza. Y la pequeña no ayudaba en mucho con su impedimento. Un día, Tüpa, el protector de la selva, le preguntó a la niña si quería ayudar a su tribu, a lo que ella respondió con un gran “sí”. Entonces, le dijo, debía quemar una porción de la selva para que en el centro ella enterrara sus manos y sus pies. Así lo hizo la esperanzada pequeña. Al día siguiente sus familiares la buscaron, hasta que encontraron en el claro del bosque quemado, una planta muy alta y, al excavar, descubrieron las raíces marrones con el interior blanco. Lloraron por la pérdida de la niña pero también agradecieron el tener ahora una planta que podían cultivar y que les aseguraba alimento para mucho tiempo.

Interesantes leyendas ¿no? Igual pensé. Pero también me tocó la oportunidad de retribuir. Yo había cosechado, pelado, cocinado y comido con gusto lo que otro había sembrado (Incluidas unas sabrosas berenjenas que otro día comentaré). Un mes antes de terminar mi tiempo en la obra, me tocó sembrar de mandioca una parcela. Fue una experiencia increíble de retribución, porque ya no comería lo que sembraba, pero dejaba para los que vinieran luego esa tarea. Me sentí parte de un ciclo milenario y hasta universal, pequeño ante la inmensidad de la creación, que me permitía estar dentro de la misión sagrada de alimentar con amor a los demás, con el sudor de la frente y la fuerza del trabajo en unión.

Por: Sarko Medina Hinojosa, relato aparecido en el Semanario Vista Previa – Arequipa, Perú.

309. Teatrero

La imagen puede contener: una o varias personas, personas practicando deporte, personas de pie, calzado y exterior

En el Carnaval del 90 Uncas tenía 11 años como para andar en la mancha de los grandes. No se había convenido nada en la mañana. Cada uno llevaría globos inflados en los baldes y anilina para el agua o polvos. Algunos llevarían “matacholas” y de la calle República el Negro llevaría aceite de camión. Al final de a pocos se empezó a juntar el grupo, mientras se avanzaba por las calles y se enfrascaban en guerras por grupúsculos, luego todos terminaban uniéndose para seguir avanzando, buscando víctimas secas. El sol resplandecía como nunca antes ni después.

Luego de pasar por todas las calles posibles, y ya al borde de la hora de regresar a casa, todos coincidieron en el Parque Umachiri para una batalla final en la pileta. Luego de un buen rato mojándose entre todos y manchándose con el aceite final, fueron desalojados por los cuidantes, no sin antes baldearlos también.

Los grupos se deshicieron y quedó el de la Arias Araguez en la esquina de la calle América, en la curva justo.

Uncas recuerda con claridad como por un instante dio dos pasos atrás para evitar la mano grasosa del Falonso y en eso el Datsun blanco lo impactó a la altura de la pierna. No sabe bien si fue para esquivar o el golpe en realidad lo lanzó, la cosa es que apareció casi dos metros delante y gritando como para dar a luz.

La mujer del carro se bajó e intentó levantar al chiquillo en medio de los reclamos de los forajas que amenazaban con desmantelar el carro. La señora en su desesperación sacó de la cartera sendos billetes y se los puso en la mano. Cuando partió alguno dijeron para llevarlo a la posta siquiera, pero la risa del supuesto herido les mostró que todo había sido exagerado. Nadie regresó temprano ese día.

311. Detrás de la “María Phishana”

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La abuela se sentó un momento antes de seguir bailando la Tunantada. Se supone que el personaje de la María Phishana lo hace un hombre, pero ella, desde hace varios años, en el baile de la Candelaria, asume el papel y, con mucha picardía y coquetería, interpreta el personaje mientras danza. 

Se le acerca un periodista de la zona. Llegó para la fiesta y conoce los personajes que intervienen y le sorprende que sea una anciana la que interprete a… una anciana.

—Pero señora ¿Cómo usted hace de María?

—Mira joven, voy a contarte pero solo para que me dejes bailar y no me estés pegado como mosca luego. Cuando era una chiquilla yo hacía de la Ñusta en la Tunantada, y del Español hacía un chico pobre, le decía el Caiccado, porque toda su familia murió y creían que él llevaba la mala suerte.

Le gustaba hacer de ese papel porque en sí es el más importante, con su traje elegante, su sombrero con penacho de plumas. Es así creído para enamorar a la Huanquita que luce como ves finos adornos de oro y plata, pero también enamora a la Jaujina que tiene lindos fustanes o a la Ñusta que lleva un lindo sombrero cuadrado. Pero en verdad me enamoraba a mí.

Para no hacerla larga, en una fiesta se quebró la pierna por andar mostrando su danza. Nadie sabe cómo se hirió. Luego de eso dejó de servir para muchas cosas, hasta que un año regresó vestido de la María Pishana y bailó tan bien así todo encorvado que rapidito se adueño del papel. También regresó con ganas de trabajar y de seguir enamorándome.

Pues con ese loco me casé y fui feliz… pero murió hace algunos años y… bueno, pues para recordarlo me meto en su traje y es como si volviera a bailar con él, juntos siempre.

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La excelente foto es de Jacqueline Rivero Matos, quien amablemente me la ha prestado para el proyecto.

#365CuentosRegresivos

310. Sin salida

Desde un inicio comprendí que este mundo está regido por los dueños, aquellos que tienen privilegios y que nos ven como objetos. Nunca me rebelé al principio, porque comprendí también que de hacerlo el destino era el hambre y la muerte. Al caminar por las calles de esta ciudad, pude ver a muchos de los míos tirados a los costados del camino, muertos. 

Viví una niñez de juegos y mucho cariño, no debo negarlo. Mi familia me protegió hasta donde pudo. Ya de grande mi rebeldía natural ocasionó varios problemas con los que controlan el mundo. Hasta que, luego de un arranque de furia, se me echó fuera de la protección, a ser libre para morir.

Pero no sucumbí al hambre. Caminé por todo lado, alimentándome de lo que otros tiraban, oculto entre las sombras, juntándome con otros caídos en desgracia. A las personas no le importa mucho nuestro estado, varios hacen algo cosas por darnos alimento o agua, algo para cubrirnos a veces, pero en realidad, es momentáneo, siempre tenemos que buscar cómo alimentarnos y sobrevivir.

En estos años hemos aumentado en número, más por la facilidad que tienen los dueños del mundo de librarnos a nuestra suerte que de tratar de darnos un modo justo de vivir. Somos presa de su propia ambición utilitarista de tenernos a su merced y controlar lo que hacemos. Somos objetos solamente, servimos para una causa y luego la amenaza de volver a la calle, o peor, de regresar a una muerte segura allá.

Por eso han empezado a cazarnos, reclamando que somos muchos, que hacemos daño, que nos comemos su comida, que los atacamos, que portamos enfermedades. Ya casi nadie quiere ayudarnos, nos ven como parias, hasta los de nuestra misma clase que tienen una mejor posición y arraigo nos echan. Así es la vida del migrante clandestino y creo no mejorará. 

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313. No eres tú…

En serio, no eres tú, soy yo. Yo y mis dificultades para estar en paz con el amor que me das. Yo y la sensación que te robo algo que a mí me falta y no es justo para ti ni para mi, que estés allí siempre y yo nunca. Que me saludes con un buenos días te quiero y yo solo tenga que darte un chiste mal hecho sobre el “me” del dime.

Yo soy el problema y doy la solución. Ya no estarás pendiente de que hago o que no, porque no es sano; ni tampoco estaré pensando en que haces y con quién, porque para ti puede ser interesante, para mí solo es posesión, esa necesidad de entenderte como un anexo en mi vida y no un número central, una obra de teatro bien hecha sino un musical cómico en el cual te celo por solo dejar en claro que me importa solo que no te burles de mí.

No dejaré que sigas creyendo que puedes hacerme cambiar, que podemos retomar algo que ya no nace, porque, debes saberlo, al principio lo primero que pensaba en la mañana era cómo estarás, ahora solo me importa revisar mi celular. Tus llamadas encendía sirenas ahora solo causan hastío y eso no lo mereces. Porque el amor se me secó y no es tu culpa del todo, permití que sucediera, al no considerarte a futuro, al fijarme en tus errores de hombre, alegorías, frustraciones, planes rotos por mi culpa, tus intrigas para saber en qué momento asaltarme para darte mi piel.

No eres tú, soy yo, mil veces yo que no descansará en el pecho de otro, porque no me interesa en este momento de mi vida y que tampoco llorará tu partida, lloraré por mí, por mis decisiones y el fantasma del amor que nunca floreció más allá de la primera espina.

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316. Lucho por ti

Hay un demonio que te ronda y trato de espantarlo. No tiene el color definido, solo flota alrededor tuyo cuando más triste te pones. Pareciera que consume tu estado, ya que cuando ríes y te alegras por algo no se presenta. A veces lo espanto haciéndote caer algo y que te enojes o te rías de ti misma por tu torpeza. Si estás en la calle y empiezas a pensar en el accidente, ahuyento al espíritu haciendo ladrar a los perros o haciendo que te toquen bocina los carros.

Hay otro demonio que me preocupa, ya que el de la tristeza se ahuyenta fácil, pero cuando el dolor hace que llores y no puedo distraerte, aparece ese otro que pareciera se come al anterior. Tiene un color negruzco y a veces salen reflejos rojos de su interior. Contra él no puedo hacer mucho y tengo que andar dando vueltas alrededor hasta el momento en que dejas de llorar y allí tratar de distraerte y vuelvas retomar tu vida. Te pongo a la mano un libro con una frase reconfortante, si estas en el parque que la brisa te acaricie, si estás en la tienda de abarrotes hago que las cosas que busques estén a la mano.

Nadie pide morir creo, no puedo asegurarlo, me contaron de que algunos han pasado a este lugar por su propia mano, pero nunca he visto alguno, o, bueno, nunca me ha pasado con alguien que cuido. Sé que lo amabas y que era con mucho tu mejor amigo y que te sientes culpable porque estaban enojados. Sé todo eso. Estoy aquí contigo, aunque no me permiten influir directo en ti, puedo ayudarte, como avisándote cuando un carro casi te atropella, hasta cuando te olvidas de respirar, y puedo asegurarte que lograrás salir de esto si sigues luchando.

No te olvides que soy tu ángel guardián y para eso estoy aquí.

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317. Escalafón escolar

En primero de secundaria buscábamos nuestro lugar en la clase. Si eras el más rebelde, el más chistoso, malhablado, vivo, peleador, pornográfico, adinerado, malcriado, chancón, pajero y largo etc. Una vez logrado un espacio lo defendías para que otros no te hagan sombra. Si estabas en nada eras “punto”, es decir te agarraban de “pescado”. Yo era un “vivo”. Me decían “Chato Púber”, mientras que el “Lunarejo” era un conocido de mi barrio que tenía en la mejilla izquierda un lunar grande y con vellos negros muy marcados. Esta característica atraía como imán los dedos del “Chato Banda”, que lo jodía jalándoselos.

Un día en el recreo la cosa contra mi conocido era ya de marca mayor con insultos y cachetadas porque no reaccionaba.

—Ya déjalo Banda.

—A carajo, ¿eres su machucafuerte o qué?

—Solo te digo que ya basta.

—¡Entonces contigo pues!

—Como quieras huevón.

—¿Con qué, chaira o cadena?

—Cadena.

La pelea fue en la salida. Había muchos compañeros pues estaban emocionados, era la primera vez que se iban a pelear dos usando metal en nuestro año. Empezamos lento por cuidado a los puños entramados, luego aceleramos la cosa, sin medir donde caían los golpes, hasta que en una pausa, mi contrincante bajó los brazos y me señaló la boca. Al parecer me había roto el labio. Según las normas de la pelea el primero que sangraba perdía, así que me fui a lavar. Al otro día el profesor de Matemática al verme me preguntó: “Medina ¿qué te pasó en la boca?”, “Nada profe, ayer me caí en el filo de la grada”. El docente miró por la clase y vio a Banda que estaba con el ojo morado. “Claro, con la vereda, bueno ya listo a continuar con la clase”.

Ese día aumenté a mi estatus de “vivo” el de “peleonero”. ¿El Lunarejo? Creo que lo siguieron jodiendo, yo ya estaba en otro level.

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327. ¿Qué es el amor?


Los celulares enfocaron al muchacho que gritaba en la Plaza de Armas.

«…solo eso quisiera que me respondan: ¿Qué es el amor? Quién posee el amor al final, deseo que alguien me explique y me diga porque tendría que amarla tanto, estar aquí, semidesnudo, con el pecho cubierto de heridas que me he hecho por ella, queriendo entender que no soy un enfermo, sino que el dolor es tan profundo que me hago daño para no pensar en ella. Al final no creo que nadie sepa que es el amor porque lo único que desean es que esa persona cumpla sus expectativas, que sea lo que quieren en los momentos en que necesitan apoyo, comprensión, diversión, sexo, sentirse abrazados, pero no es amor, es el ego que los mueve a decirse que son amados y que aman y son egoístas en esa forma porque se nutren de momentos felices, quieren cosas, gestos, regalos, tiempo y aún cuando son los que ofrecen todo se vanaglorian de hacerlo diciendo que son los que más ponen en la relación. Nadie tiene amor y esto que me pasa quiero creer que se acabará, que dejaré de sentirla en el aire, en el rumor de una voz parecida a la de ella y creer verla aparecer en cada esquina , quiero que alguien me convenza que esta sensación de falta de aire no es por ella sino que sufro de algo físico y que me operen, que me arranque el tumor de su presencia en mi cabeza ¡Quiero que alguien me explique que mierda es el amor porque lo que siento por ella no puede ser si ya está muerta! porqué me destruye su ausencia, el que no la tenga en mis brazos me asesina el alma y eso no es amor no puedo aceptarlo no quie…»

En ese momento los policías interrumpen al muchacho y se lo llevan casi arrastrando entre los gritos de la gente que quiere seguir filmando.

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330. La bicicleta

Pintura de Oleg Tchoubakov

Era una bicicleta Goliat serie Bronco, de segunda generación en montañeras, con 18 cambios, cachos y suspensión delantera. Lo más bello era que estaba pintada de blanco en fondo, con grafitis en líneas aleatorias de colores fosforescentes, pero de aquellos chéveres, no verdes ni amarillos, sino violetas, fucsias, rojos… Sin pensarlo le puse de nombre “La Paloma”.

Volaba en el asfalto como una bala y los cambios funcionaban cual máquina inglesa. Podía hacer 25 minutos a toda carrera de Mariano Melgar hasta Huaranguillo, es decir de punta a punta de la ciudad. Esa época fue escandalosamente superior… como explicarlo… 15 años tenía yo, en la plena forma que dan las hormonas naturales de crecimiento, con amigos en todas partes y con una súper bicicleta, una enamorada esperando por allí… ¿Se podía pedir más?.

En una ocasión, bajando a toda velocidad la avenida Lima, una camioneta me agarró la llanta posterior, salí disparado, pero la saqué barata, dos rasmilladas y la conmoción, pero La Paloma… indemne, la llanta soportó el impacto y una rayadura sin mucha consideración le hizo como un galón al esfuerzo.

No pasó ni dos meses desde el último pago de las mensualidades, cuando me la robaron del mismo interior de la casa. Nunca supimos quién fue… Los sentimientos encontrados de frustración e ira no se me calmaron en meses. Ahora que lo pienso, por esa razón dejé a mis amigos de Huaranguillo, ya no había motivación para ir en bus, el ejercicio dejó de interesarme, pasó años antes que me animara a comprar algo de tanta inversión, la confianza en los inquilinos se desvaneció por las dudas inciertas, de bicicletas nunca más se habló…

Pero aún tengo el recuerdo de ser el dueño del viento, de volar en el asfalto, de sentir la libertad, la velocidad, en especial, bajando con los brazos extendidos por toda la avenida Sepúlveda… extraño esa sensación y si cierro los ojos, aún puedo imaginarme surcando el universo en mi poderosa nave adolescente…

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332. Recuerdos (I)

«Eran dos amigos: Juan y José. Los llamaban “Los dos Jotas”. A pesar de ser buenos amigos, a veces ocurrían riñas y a eso se debe esta macabra historia.

Juan una tarde consultó a un amigo qué debería hacer para no tener problemas con José. Él le dijo —Consulta con…»

Así empieza mi primer intento a los 10 años de escribir un cuento, alentado por la lectura del libro Cien Años de Soledad que mi tío Max, en un descuido maravilloso, había dejado a mi alcance.

Estas líneas están escritas en un cuaderno de dibujo Rafael ¿Se acuerdan de esos?, el cual recuperé gracias a un gran golpe de suerte. Aún ahora, mientras escribo esto, intento recordar a quién consultará Juan y cómo acabará la historia de ambos, por lo que deduzco de lo escrito no iba a ser feliz.

He conservado mis escritos del colegio y de la universidad. No los rompí como suelen hacer los escritores, es más, hay un dicho que dice que un verdadero escritor lo es más por lo que rompe que por lo que conserva, y me río. Hasta los malos poemas guardo.

Supongo que trato de reencontrarme con ese chico, tan extraño para mí a veces. Comprenderlo de repente me da las claves del porqué soy como soy. Una vez se me perdió un poemario por años, recuperarlo me curó una parte del alma.

Aún trato de encontrar dos bloc que perdí. Uno en el colegio, contenía dibujos que en esa época acostumbra hacer, intercalado con poemas fáciles, cursis. Pero el que más me obsesiona es uno pequeño de hojas blancas que perdí en el restaurante Los Leños en la calle Jerusalén en Arequipa, allá por el 2001 cuando trabajaba allí. Recuerdo dos cuentos que me parecen interesantes, uno sobre el miedo y otro sobre un viajero que no podía morir.

Creo que ese niño no escribía para que lo lean, escribía para sí, como una suerte de liberación. Aún soy ese niño, comprendo ahora.

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335. Una lista escolar que da alegría comprar


El niño llega a casa y va al cuarto de su abuela.

—Hola Fernandito ¿Cómo estás? ¿Compraron los útiles con tu papá?

—Sí abuelita pero la verdad que aburrido mi papá, se la pasaba yendo de un lugar a otro y me hacía probar de todo y todo le gustaba, no lo entiendo, si son los útiles de la escuela nomás ¿Qué de emocionante tiene eso?

—Fernandito, tienes ya ocho años, entenderás lo que te voy a contar: Cuando tu papá tenía seis años, mi esposo, tu abuelo Javier, enfermó de gravedad. Luego de un año, falleció. Por ese entonces tu papá era el mayor de todos mis hijos y no tenía dinero para mantenerlos, así que tomé la decisión de ya no mandarlo a la escuela y que me ayudara en el puesto del mercado. Fue muy duro. Cada año intentaba enviarlo a la escuela pero no podía, aparte que él mismo no me dejaba, prefería que fueran sus hermanos menores y me decía que cuando fuera grande y se pudiera mantener solo estudiaría. Cada año que pasaba era un dolor para mí, pero también una alegría verlo crecer responsable, me ayudó tanto y trabajó duro y ahora tenemos esta casita y no nos falta nada, ni a ti, ni a tu mamá, ni a tus hermanitos. Cuando terminaste segundo de primaria, sentí que era un ciclo que estaba por romperse. ¿Sabes? Tampoco tu abuelo completó el colegio. Para tu papá y para mí, esperar que llegaras a tercero es como una vuelta al destino. Por eso se emocionó tanto con tus compras… es que… creo que fue como si las comprara para él… lo siento Fernandito no puedo…

—Abuelita yo no sabía, no llores, disculpa si me molesté con mi papá, ahora entiendo por qué de su emoción ¡Prometo esforzarme y terminar la primaria, la secundaria y lo que venga después! Pero no llores.

—¡Ya no lo haré, ven y dame un abrazo hijito!

El papá detrás de la puerta sonríe de felicidad.

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336. Antes del ocaso quiero volver a sentir

Foto: Estephany Huancara Kana

De niña las miraba como vivían entre las plantas de maíz de mi abuela Blanca, allá en la chacra. Las mariquitas se escondían de mí entre las hojas, pero siempre las encontraba. Con su caparazón rojo y puntos negros me parecían nacidas más de huayruros que de esas larvas horribles. Quería hacerme con ellas una diadema para el cabello, pero eso hubiera significado matarlas y no quise, prefería verlas así, libres para volar de lado a lado, buscando pulgones.

La niñez es un recuerdo que se aleja mucho de mí. Siempre fui formal, mientras mis primas hacían mil travesuras, yo siempre me quedaba en casa y esperaba la tarde para salir a pasear. Por tu carita veo que crees que bromeo con lo de no recordar cosas, pero es cierto, no recuerdo las importantes, la voz de mi madre, las veces que mi padre me llamó la atención, el color de los ojos de mi abuelo, la suavidad de mis manos de niña. Es triste, ya ni sus rostros a veces puedo distinguir.

¡Quiero poder volver a sentirme así! corriendo descalza hasta la huerta, atravesarla e irme al plantío de maíces y jugar al laberinto, no el acto, sino ese sentimiento, esa mezcla de temor con alegría por hacer una pequeña escapada fuera del orden establecido, un secreto para mi sola, sin que nadie me lo arrebatara, eso quisiera antes de partir.

No te pongas triste, es así la vida, lo que tenemos no valoramos, también lo sé, debería recordar en estos momentos la vida junto a ustedes y decirte que me hicieron feliz, pero no es fácil ser vieja, hay unos nudos que nos atrapan, eso no lo sabes y yo lo sé y te lo repito: fue maravilloso tenerlos, pero quisiera por un instante regresar y sentir de nuevo la emoción de encontrar a una mariquita, algo que nadie sabe, que solo yo sé y que es irrepetible, y por eso duele ya no tenerlo.

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342. Las despedidas nunca son como uno quisiera.

Caminando al paradero trataba de explicarle por qué no lo haría.

Esa tarde no tuvo gasolina para el carro así que fue en taxi, cuyo chófer no tuvo cambio para el billete grande así que pararon en un grifo. Al llegar la reunión donde ella estaba no la encontró en un primer instante, luego de 20 minutos y muchos mensajes de texto, se atrevió a llamarla y el sonido estridente rasgó el silencio solemne. Ya afuera le gritó para hacerse oír y llevarla casi arrastrando a un restaurante donde comieron unos sanguches insípidos en medio de un barullo general que no sabía de qué se trataba, en el intento de tratar de decirse las cosas. La bulla de la ciudad y el ruido infernal de las sirenas los apabullaron. Al pagar la cuenta le picaron los billetes falsos en la cara, trató de apaciguar todo buscando su tarjeta, pero no la encontró. Ella pagó.

El camino hacia el paradero de ella era una agonía, trataba de encajar las palabras pero no le salían y obvio que ella no quería hablar del tema, estaba decidida. En la esquina intentó abrir el discurso: “Sé que te fallé, pero por favor trata de entender yo…”, cuando la llegada del transporte le negó cualquier posibilidad de terminar la frase pero la palabra de ella sonó en todo el universo: “Adiós”.

Al llegar a su casa sucedió el apagón. Tomó consciencia de lo que estaba pasando en la ciudad. Era un incendio masivo como decían las redes sociales y era incontrolable afirmaban. Las luces se apagaron. El miedo se apoderó de él. Había quedado con ella para suicidarse ese día, pero había renunciado, ella no. Salió a la calle, ni un taxi quiso llevarlo a la zona donde el incendio llegaría pronto. La ciudad entera era un caos con personas gritando, saliendo, atropellándose o tratando de escapar sin saber a dónde. El teléfono de ella estaba apagado. La desesperación lo llenó por completo y salió corriendo en dirección a la casa de Sofía. El calor se incrementaba.

 

343.- La búsqueda implacable

343.- La búsqueda implacable

En lo alto del brazo de la gran estatua de piedra, se encontraba Heneros Crabel, mirando a la lejanía, como los tres soles se ocultaban uno en sucesión de otro… La pregunta de siempre le asaltó, pero la dejó atrás. Saltó y cayó de cuclillas. Se paró con paciencia y partió al encuentro del horizonte. Esta vez no dejaría que la luz dejara de iluminar su existencia. De los ojos del gigante dejado atrás brotó un pedazo de cristal que cayó al piso.

Heneros Crabel, no supo que en ese lugar, donde cayó la lágrima pétrea, creció una nueva raza de seres hechos de transparencias, que miraban cada tarde, intuyendo su existencia. Milenios después, cuando se hubo apagado un sol, el viajero retornó al punto inicial de su cruzada, con cicatrices profundas en el corazón y las ganas de recostarse un poco antes de continuar su eterna búsqueda de compañía.

Cuando su figura atravesaba las casas de negro carbonite, salieron a su encuentro miles de pequeños seres de humo condensado, quienes reconocieron en el espectro andante, aquel, que forjara las leyendas más primigenias de sus moléculas. Lástima que el lenguaje de señas no funcionara, ya que los ojos del gigante, estaban muertos de luminiscencia. Estaba por irse nuevamente de sus vidas, cuando a uno se le ocurrió evocar guturalmente un sonido.

Al reconocerse en esos ruidos, Heneros Crabel, tuvo un presagio, una saludación que le iluminó el corazón con un nuevo calor. La nostalgia inundó su ser y abandonó la cruzada. El nuevo protector se dejó querer como nunca fue querido. Los seres no emitían calor, no lograban transparentar su alrededor, ni reflejaban luz, pero en sus sonidos y compañía, por fin comprendió que no estaba solo y que si quería, nunca más lo estaría.

Así pasaron milenios.

Cuando toda existencia terminó y era un gigante de piedra, nació de su corazón Heneros Tadriel, quien estuvo años pensando en su soledad en ese mundo, hasta que saltó en búsqueda de la respuesta y de la estatua de piedra brotó una lágrima de cristal…

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344. La Doña de los ovarios bien puestos

344. La Doña de los ovarios bien puestos

Esa anciana arremetió contra el Presidente de la República a cachetada limpia sin que pudieran hacer mucho los agentes de seguridad. Fue casi de inmediato declarada heroína, en especial cuando los medios captaron la frase que la volvería famosa mientras se la llevaban los de Inteligencia de Estado: “Quieres que me muera sin darme mis pastillas, pero no te voy a dejar ridículo hombrecito, he enterrado a más presidentes con más huevos que tú ¡Y sigo viva!, recuérdalo”.

Podía decir lo que quisiera después, eso no se lo concedía la edad, pero sí su valor que logró indirectamente que se suspendiera la huelga médica y se invirtiera 1000 millones en el presupuesto anual para la seguridad social en equipos y mejoras para los pacientes a nivel nacional, luego del masivo apoyo en redes sociales y de personalidades.

Fueron meses de locura. Por ejemplo, a la mitad de la entrevista con el famoso periodista de la CNN, no pudo dejar de decir. “Si hubiera sabido que una cachetada podía cambiar algo, te aseguro que se la zampaba a José Pardo y Barreda para que no fuera tan cobarde”. Un observador crítico la hubiera corregido por el tema de edad y fechas, pero, era tan graciosa la Doña (como se la conocía), que la dejaron ser.

Hasta empezaron a twitear frases animándola a lanzarse como congresista mínimo y ni hablar de los memes que la encumbraron.
Cuando falleció hace dos meses con el corazón abarrotado de emociones y reconocimientos, el periodista que por fin halló el dato perdido de su verdadera edad, tuvo algo de decencia y quemó el papel original. Y es que algunas personas merecen que se les guarde un secreto coqueto, decía el susodicho, mientras todos en la sala de redacción recordábamos las hazañas de la anciana que tuvo el valor (y los ovarios decían muchos) de hacer algo concreto para sacudir a un gobierno que se presentaba totalmente incapaz.

Lo que tememos todos es que no haya más nadie con ese valor de decir las cosas y eso sí nos hace temblar.

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345. ¡Qué linda es la vida!

345. ¡Qué linda es la vida!

«Ya perdí, lo sé. El sicario me apunta con el negro cañón de una treinta y ocho automática y a mi costado puedo atisbar que mi compañero de mesa, en este barcito al aire libre, está saltando hacia un costado para evitar las balas o mi sangre, lo que salpique primero.

Estoy consciente que voy a morir, no creo merecer una segunda oportunidad, sólo quisiera saber de quién es el dinero que está en el bolsillo de mi asesino, quiero saber antes de hundirme en la muerte, cual de mis vengativos amigos fue el culpable: ¿el Chato?, ¿el Zambo?, ¿el Zancudo?, cuál de ellos quiere quedarse con la supremacía de la banda, de mis huecos de droga, de mis mujeres.

¿O no será alguno de los familiares de los fríos que me cargue a lo largo de estos años? ¿El padre de la niña que terminamos asfixiando después de cobrar la recompensa? ¿El tío del guachimán que matamos por escapar y que juró que nos buscaría hasta encontrarnos? ¿La madre de aquel drogadicto que acuchillé porque me debía una luca? ¿Los hermanos de la loquita?

¿Y si es la misma Policía que me está matando por venganza de los dos tombos que violamos el año pasado? ¿El juez de mi último juicio al comprender que no tengo salvación ni cura para el vicio de matar?

Podría ser cualquiera de mis familiares… hartos de mi mala fama que los ensucia peor que ventilador al pie de bosta de vaca. Podrían ser los hijos que no reconocí, las mujeres que violé ¡Mi propia madre!, para evitarse la vergüenza de cada día ocultar la cara por las calles, si es que alguien la reconoce como la que dio vida a este engendro que soy.

Puede ser cualquiera, el tema es que ya perdí y las balas empiezan a morder mi carne y la vida se me va, ¡Carajo!, había sido bonito el cielo celestito de esta ciudad de la cual siempre me quejé, este sabor a chicharrón que tengo en la boca, ¡Mierda! ¡Qué linda era la vida!»

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346. Los dueños de su amor

346. Los dueños de su amor

Cuando Camila encontró a su Julio en amores con la vecina, sintió que todo acababa para ella. No solo se convirtió en el cliché más antiguo: la de la mujer engañada, sino que para colmo era como un calco de una mala novela porque el desventurado no tuvo mayor idea que sea con la mejor amiga en ese lugar.

Ella y él sabían que su historia no era tanto así de común. Ella enfermera y el paciente de cáncer al hígado, ella padeciendo alcoholismo y él rescatándola. Destinados al fracaso. Juntos luego emprendiendo la fuga concertada hacia Huancayo, para empezar de nuevo, donde nadie sabría de ellos mientras se sacaban el alma en el puesto de frutas.

«El amor es una mala broma», pensaba mientras regresaba a su pueblo allá en la costa, en Puerto Supe. Tampoco retornaba como la clásica despechada, no era así. Los que la conocían sabían que tendría nuevos pretendientes y los antiguos regresarían. Todos aman a una mujer fuerte y ella lo era, tanto así como para dejar al amor de su vida para que se las busque como se buscó el consuelo efímero en brazos de otra. Pero algo también no le cuadraba de repetir el círculo del drama, no quería terminar con algún buen partido a criar hijos de hijos recordando la aventura de su vida y que los demás la cubrieran con el manto del honor conquistado con una “buena” vida.

El bus que la llevaba paró para cambiar una llanta en un grifo carretero. En la demora y sentada lo vio. Fue amor a primera vista. Todo indicaba que era un destetado a la fuerza y callejero a fuerza. Sin mayor alharaca se lo metió entre la casaca viajera y volvió al bus con su secuestrado.

Y allí está Camilla, enamorada de la vida, sin pretendiente ni hijos, pero alegre, con negocio propio en el mercado e inyectables en casa. El canchón lleno de maullidos que le alegran el corazón mientras reflexiona cada día en el humor del destino y las formas de amar y ser amada.
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Créditos de la foto: Albetty Lobos Callalli

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347. Visita de fin de año

347. Visita de fin de año

Las vísperas de este Año Nuevo para Alejandra es una repetición del anterior. Entre ir a la casa de sus padres, de su abuela y a la casa de los papás de su ex esposo, se le está yendo el 31, único día en que puede ver a sus seres queridos. Son las once de la noche cuando, rumbo a la casa de su ex cuñada, recuerda las circunstancias del accidente: Salieron con Fredo esa tarde de final de año y se la pasaron comprando bebidas, regalos y comida para ofrecer una fiesta en su propia casa, con amigos íntimos y familiares. No tenían hijos por propia decisión. La camioneta que manejaba su entonces esposo iba a velocidad por la carretera que lucía algo vacía. Iban riéndose sobre los sombreros graciosos que habían comprado, cuando de improviso salió esa señora con su hijito en brazos intentando ganarle a su vehículo. La camioneta dio varias vueltas de campana, producto del golpe de volante de su esposo. Ella salió disparada por el parabrisas y, luego de caer y rodar un poco, se levantó presurosa para ir a buscar a su compañero. Lo halló inconsciente, colgando cabeza atado al cinturón de seguridad. Trató en vano de despertarlo. No lo logró.

Ya han pasado ocho años del accidente y Fredo recuperó mucho de su andar gallardo, pese a que la pierna derecha se le fracturó en tres partes y la rehabilitación fue larga y tediosa. El trabajo lo esperó y hasta ha ascendido a buenos puestos en estos últimos años. Al final resultó que sí le gustaban los niños, porque tiene dos con su nueva esposa, una colega de trabajo con la cual vive ahora en la misma casa que compraron con Alejandra. Ellos van a la fiesta de fin de año que organiza su ex cuñada siempre y es la oportunidad que tiene para verlo feliz, con sus queridos hijos, su nueva compañera, observarlo divertirse, ser un gran padre y esposo, sin culparse por haberlo dejado el día del accidente y haber partido hacia el más allá sin siquiera despedirse.

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350. Insana competencia

350. Insana competencia

I

Aún me pregunto si el gancho para almorzar donde lo hago todos los días es porque cuesta cinco soles con cincuenta céntimos o porque la que atiende tiene una sonrisa que dan ganas de siempre volver.

El local es una casona clásica del centro de Arequipa reformada para aparentar modernidad, con capas de pintura ocre que se descascara en las esquinas y en lo alto de las paredes. Para mayor dato queda al lado del periódico donde me inicié en las letras periodísticas y que ahora está cerrado, así que de nostalgia anda impregnado el asunto.

Al ingresar al local se respira un ambiente tropical andino donde las mesas están cubiertas con manteles coloridos que recuerdan llicllas serranas y hasta los portacubiertos están forrados con el mismo material.

La comida es casera, con el caldo siempre adecuado al día characato, es decir, su chaque el lunes, su caldo blanco el martes, su caldo de casa el miércoles, sopa de fideos el jueves y para el viernes el chupe de verduras. Los segundos son variados y coloridos en la medida que el costo del almuerzo lo permite. Lo que sí está asegurado es la reposición de refresco.

La sonrisa es el valor agregado, ya que si bien el local no tiene adornos ni lujos, la atención, cuando me toca la susodicha, hace que se me alegre la tarde de trabajo, porque lo hace con tanta amabilidad que ni ganas de reclamar demoras me quedan. Que el local quede a dos cuadras y media de mi actual trabajo es también una ventaja que sirvió de jale para que mi compañero de labores en la oficina también vaya a degustar del asunto y estemos en plan de quién será el que conquiste a la guapa chaposa.

II

Han pasado dos meses desde que mi compañero me acompaña a almorzar y lo odio. Pensé que sería un momento de unidad, pero no, es un suplicio: almorzamos en mesas separadas y cada uno trata de impresionar a la muchacha. Pero está decidido, el veneno comprado y la oportunidad lista. Mañana acabaré con la competencia.

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354. Los superpoderes de Mamá

354. Los superpoderes de Mamá

—Papá… mi Mamá ¿Me ama?

—Claro hijo, nunca dudes de eso.

—¿Y me amará mucho aun cuando haga travesuras?

—Hijito… ¿Hay algo que debas contarme?

—Esteeee, tengo miedo que ella no me ame cuando haga cosas que no le gusten.

—No te preocupes, ¿Acaso no ves como tu abuelita me quiere mucho y me abraza y besa cuando viene? y eso que yo le hice unas que mejor no te cuento.

—Pero tengo miedo que mi Mamá ya no me quiera más.

—Entonces hijito cada día debes abrazarla mucho, recordarle cuanto la quieres, hacerle caso cuando te diga algo para tu bien, ayudarla en casa.

—¿Eso hará que me quiera más?

—No hijito, el amor de una madre es infinito y gratuito.

—¿Para qué sirve hacer todo eso?

—Una madre es un misterio de amor, las cosas materiales y superficiales no la llenan, el amor por sus hijos es más del que ellos le dan, pero a pesar de esos superpoderes que Dios les dio para amar, también necesitan saber que ese cariño que ofrecen gratuitamente da algún fruto, un resultado.

—¿Si hago mis tareas y guardo mis juguetes… es un fruto?

—Sí hijito, esos frutos de su amor deben reflejarse en que siempre seas…

—¡Honestos, responsables y obedientes!

—Exacto, para que cuando llegue el momento en que vayas a hacer una “travesura” recuerdes ese amor de tu Madre y al final hagas lo correcto.

—Gracias Papá, voy a ayudarle más a mi Mamá, a decirle siempre que la quiero mucho y que trataré de ser un buen hijo. Y tú ¿Me ayudarás a hacerla feliz también?

—Uy, jajaja hay que hacerse cargo de los consejos que uno da, también te ayudaré a hacerla feliz.

—Entonces ¿Me ayudas a limpiar el vaso de jugo que se me cayó hace ratito encima de la mesa?

—Jajajajaja demasiado inteligente eres para mi gusto a veces, vamos a limpiar entonces pero a la próxima más cuidado ¿Eh?

—Sí, tendré más cuidado ¡Porque quiero que mi Mamá me quiera siempre!

—Ya, menos charla ahora y trae la escoba que voy por el trapeador y ¡Cuidado con los vidrios!

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355. A las orillas del Río Grande

355. A las orillas del Río Grande

Recuerdo la primera vez que fui a Iquipí, el pueblo de nacimiento de mi padre, ubicado en Río Grande en Condesuyos. Era de madrugada. Para llegar a la casa de los abuelos teníamos que atravesar una acequia que me pareció un río para mis seis años de edad. Luego íbamos por el borde de una chacra interminable. Cuando llegamos a la casa, nos recibió mi abuelo Santiago con un candil en la mano. Caí rendido.

Al día siguiente fue una sucesión de maravillas. La casita estaba ubicada en la parte alta de la bajada al río. A un costado estaba un enorme pacay frondoso y un guayabo cargado. En la cocina, estaba mi abuela Julia, soplando por un tubo el fogón y sobre rieles de metal descansaban sendas ollas tiznadas de donde saldrían manjares diversos. Por mis pies correteaban cuyes gordos.

Poco después la algarabía de unos gritos anunció la llegada de varios tíos cargando una red llena de unos animales monstruosos: los camarones de río. Mi abuelo amarró las tacas de un par de los más grandes y me los dejó para jugar en la batiente del descanso de la casa. El cuerpo principal alcanzaba el porte de una escobilla de esas de madera con cerdas de plástico y la tenaza principal otro tanto. ¡Animalazos!

La mesa del almuerzo aún navega entre los mejores recuerdos de mi existencia. En el descanso techado se puso una mesa grande y en el interior del primer cuarto de la vivienda otra para nosotros los primos. Los camarones estaban allí, hervidos, a lo largo del mantel blanco, papas humeantes, choclos y llátan molido acompañaban. Antes, un impresionante caldo de gallina de corral abrió campo en los estómagos para esa delicia de río que se comía con las manos y se degustaba con la conversación amena, recordando mi abuelo viejas anécdotas y las voces en coro de mis tíos y tías, mientras en mi mesa los primos nos reconocíamos como familia. Luego, el vino hecho en el lagar que construyó con sus manos el patriarca, alargó con su calidez el momento familiar, que aún flota en mis mejores recuerdos.

(Dedicado a todos los primos hijos de los hermanos y hermanas Medina Rivera)

La foto es de la casa real del cuento.

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Deshojando el amor (15 microrelatos de amor desencadenado)

Me quiere…
No nos miramos de frente nunca. Son miradas dispersas en el día, en medio de conversaciones, a la hora del recreo. No nos conocemos, pero sabemos nuestros nombres y la hora exacta en que nos vamos a casa. En las actuaciones buscamos ponernos frente a frente y ensayar juntos en medio de risas y caras rojas, casi incendiándose. Ella deja que le invite mi galleta y me da una de las suyas. El día del baile real me toma de la mano, yo de la cintura y bailamos, mi cara es de una alegría infinita y ella está conmigo.

No me quiere…
Trato de hacerle saber en dibujos que estoy aquí, que en las tarde no miro tele por solo pensar en ella, que en realidad me la imagino siempre corriendo hacia mí a la hora de salida para, no sé, para agarrarnos de las manos o de repente que me acepte empujarla en el columpio. En el recreo quiero invitarle mi lonchera pero ella sale con sus amigas, no sabe mi nombre ni le interesa. A veces solo quiero que me mire. Ella sí mira mucho al chico más alto del salón. Un día se agarran las manos en mí delante.

Me quiere…
Y en clases me siento detrás de ella porque su apellido y el mío empiezan con la misma letra. Tiene el cabello corto y se amarra una pequeña cola con un colet blanco. En clases sus pies se hacen para atrás y yo estiro los míos y jugamos a entrecruzarlos. En el recreo en el juego de los policías ella es la encargada de la cárcel y me hago pescar solo para que me agarre los brazos y pueda bromear a darle un caramelo y que me suelte. Compartimos una vez un pan con pollo y mis dedos se quedaron un poco más de tiempo entre los suyos, la miré, no desvió la mirada, se quedó allí para siempre.

No me quiere…
Es demasiado rápida, habla mucho, cuenta sus problemas con su papá y quiero decirle que la entiendo, pero no me deja, solo quiere hablar de ella en el carro, mientras vamos a casa. Trato de atender lo que dice pero me pierdo en sus hoyuelos, y nuevamente se despide sin siquiera decirme nada más. En casa me pierdo pensando entre lo que dice de su papá y esas caricias constantes y su forma de ser. A los días la veo conversar de nuevo con ese otro chico y ella está aquí, a mi lado, en el carro contándome de su primer beso y yo muriendo.

Me quiere…
Porque soy el más bravo pues, aquel que sin ella saberlo, se peleó por declarársele, nadie más se metió, solo el chato y yo. Casi me pega, pero al último, cuando casi gana, la sensación de no tenerla nunca me dio fuerza. Luego fui a esa esquina, ella no lo sabía, pero ya me quería, lo descubrió cuando le dije que quería estar con ella. Se sonrió. Quedamos para el sábado y me dio el sí, con un beso rápido. Luego las manos entrelazadas, la esquina supo nuestros nombres, las pandillas nuestra historia y mi brazo en su cintura… para siempre.

No me quiere…
¿En qué cambio? Éramos los mejores amigos en la primaria, salíamos a buscar piñas en el parque y comer moras rosadas. Ahora ella usa el cabello suelto a la salida, se pinta los labios, pero no hay ninguno al cual acepte, y le envío cartas que no abre y me dice que somos amigos que no haga eso que la voy a perder, ¿Que perderé? Si ya el dolor en el pecho lo tengo. Y se declara mi mejor amigo y le acepta y a la primera pelea viene donde mí y me besa ¡Me besa! y luego regresa con él. La pelea con el traidor termina con nuestra amistad.

Me quiere…
Por ella viajaba en medio del bus doce horas, escribía un poema diario y por fin me enamoré. Pero le saqué la vuelta con una enemiga suya allá en el pueblo y eso acabó todo. Un año después, acompañamos a su hermana que es mi amiga a comprar y, en un descuido, yo la empujo hacia un sitio desocupado y le digo en un minuto todo y me besa, no deja que hable, pero tiene un enamorado, un abogado, pero ella lo terminará, me promete. El tiempo me consume mientras espero que llegue para decirme como le fue. Al final, ¿qué soy? ¿si no el que la engañó? Allí está, me sonríe, es suficiente.

No me quiere…
Era un poco mayor que ella y así no entiendo cómo me enamoré, primero le compré una muñeca de esas de colección, mientras medio mundo creía que quería a otra, luego le escribí poemas que me recibía con ilusión y finalmente un collar. Cuando la iba a encontrar para dárselo por su cumpleaños, la escuche conversar con otra amiga. No era yo, era que había varios y mejores, le decía. Me advirtieron que eso me pasaría, ellas, las que lloraron cuando las terminé, me lo prometieron. El orgullo hace que igual le dé la mojada joya.

Me quiere…
Era la practicante y yo el mejor, ella era la bonita y yo el lobo feroz, ella era la que no me miraba y yo el que sufría por decir dos palabras correctas frente a ella sin que sonará afectado, conquistador, creído. Me tumbó confesando que de mí nunca oyó. De ella me despedí al irme, a ella busqué al regresar de tan lejos. Me gastaba el saldo en mensajes, ella también. Pagó la mitad de la cuenta en la primera cita. Su cabello me enloquecía y yo no sabía si estaba en su corazón. La vida nos sorprendió y esa fue su declaración de amor.

No me quiere…
Fueron los mejores seis años de nuestras vidas, se lo dije, se lo dije mil veces, lo fueron y no me creía, se alejaba, le repetía que lo fueron, cada cita, cada peluche, cada cena, las veces que caminé por ella la tarde entera, el sol en la cara y la promesa de un beso para que nunca estuviera sin amor, se lo dije mil veces que fueron nuestros mejores años, que nos queríamos, hasta cada pelea y la reconciliación lo fueron por lo menos para mí. Aún trato de explicarle que vendrán años mejores, repite que no soy yo, que es ella, y me dice adiós.

Me quiere…
La rutina de la innombrable en casa, el trabajo que se acelera los fines de semana y la separación en medio de la cama. Ni sé como la otra se metió en el espacio entre el desayuno y la cena. El irse y yo creyendo que puedo soportar la lejanía de los cuatro que se van. Las noches en vela y la falta de interés por rehacer mi vida. Pasan los días ¿Y si te confieso que me perdí? ¿Que la vida no es igual al darme cuenta cuan humano soy, cuan débil me volví? A ti te pasa también. Ahora que regresas y regresan los niños prometo no abusar de tu retorno.

No me quiere…
Intento perdonarla y aún lo recuerda. Salgo con los tres niños a cuestas a darle espacio, me comporto como lo que siempre insulté en un hombre. A veces le pido de rodillas que olvide, a veces le exijo con gritos que me ame. Falsos momentos en que me da un beso y creo que volvemos para encontrar un mensaje y volver a la realidad. El amor que tengo se vuelve algo doloroso en las venas, que camina de la mano del rencor de no ser correspondido. Lo peor es que ella no se va.

Me quiere…

Siempre le tuve miedo al momento en que nacieran los nietos. Ella, tan dueña de su destino y su profesión. Yo solo un tipo que manejó años ese viejo taxi. Mientras ella surge como una gran dama, yo me hundo en mi miseria de olores de viejo y enojos sin sentido. El miedo es concreto, ella me dejará porque merece algo mejor que no poder conversar con un bruto como yo que no hace nada por mejorar y solo pelea y pelea. Pero la amo ¡Por Dios que la amo solo a ella! Pasa el tiempo, llegan los nietos y ella sigue aquí, queriéndome, no lo merezco, lo sé. Algo debí hacer bien supongo.

No me quiere…
Porque en su cara se le nota y me siento herido pero a la vez entiendo que se gastó el sentimiento entre platos y zurcidos, entre estropajos y malas vacaciones, pero no nos vamos, seguimos con una cadena de ira contenida, en reclamos por tonteras que ocultan verdades amargas de olvidos y traiciones pequeñas, pero inmensas al sumar y restar. Todo puede acabar en uno de esos grandes crímenes de la televisión o al final se quede en la quietud de seguir pelando mi manzana y se me caiga un pedazo de cáscara y ella reniegue de eso, que más da.

Me quiere…
No me peino bien desde hace años, mi corte natural es una calvicie temprana, como el vacio de ideas al pensar qué hacer con el tiempo que me dejó al morir ella. Transcurro como un fantasma en el panteón de mi casa, implorando oraciones a los fieles muebles que nos vieron envejecer. Cada resquicio del tiempo estancado huele a ella. La duda me carcome ahora en la vejez y pienso en lo injusto que es el volverse un niño, hasta que encuentro la misma carta y recobro la paz en el “te amo” final.

No me quiere…
Me quiere…

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357. La distancia entre los dos

  1. La distancia entre los dos

Alguna vez te preguntaste ¿Porqué hacemos diferencias entre nosotros? Cuántas veces has sentido que no encajas, que no estás en la misma línea que los demás, o que piensas distinto… y eso te hace sentir menos importante.

En la inmensidad de una ciudad, en la lejanía de un grupo o en la inmediatez de tu familia ¿Has sentido que no vas por el mismo camino? que tienes algo distinto. Los demás también te hacen sentir así. Con sus palabras irónicas, con sus insultos directos, con sus ademanes, te impulsan a creer que eres menos o por lo menos ajeno a ellos.

Hay días en que te levantas y quieres compartir con el mundo lo maravilloso que eres, pero no sabes cómo y te hacen creer que ganado puntos, superando a otros, afiliándote a unos y pisoteando a tantos serás uno de ellos, un ganador, alguien que sabe. Al final realmente no entiendes en qué lugar estás… te siente solo…

Quisiera que pudieras verte como te vemos los que te queremos, que te apreciamos, te valoramos. Quisiera que pudieras comprender lo inevitable que es la verdad con respecto de ti, de mí, de los demás: Somos únicos e irrepetibles. Como tú no hay nadie más que sea tan especial en su distinta manera.

Las estrellas brillan siempre de noche y no se hacen problemas si una está más lejos o no, entonces, porqué seguimos sentados aquí en esta banca inmensa sin compartir con alguien nuestra voz, nuestras manos, sin temor a tocarlos con el corazón, a intentar conocerlos en el bemol mayor de sus alegrías y tristezas, porqué no estamos abrazados como hermanos y no dispersos como entes solitarios vagando por una galaxia de desencuentros.

Nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios. Tu pasado hace tu presente pero no determina tu futuro. No importa el color de tu piel o el dejo de tus palabras, si tu corazón sonríe al dar y ofrecer tus dones a los demás.

Hay dos tipos de personas en este mundo, las que están dormidas y las que están despiertas. Lo único que nos diferencia es que tú estás allí y yo acá…

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358 La lección

  1. La lección

La clase estaba expectante, mientras el profesor dirigió estas palabras a sus alumnos:

«Al verlos a ustedes recuerdo a Julia. Su vida no fue glamorosa como muchos piensan: no asistía a las fiestas cuyas invitaciones llegan con nombre propio cuando estás en un medio periodístico, ni siquiera a los almuerzos que organizaban para los de su clase. Su cabello siempre en cola de caballo y esos lentes que nunca cambió de montura, eran su marca personal. Recuerdo sus uñas mordidas, los lapiceros que perdía constantemente, su horrible letra, su estrés perpetuo. Pero también recuerdo esa mirada llameante de furia cuando en los noticieros de la competencia aparecía un corrupto liberado, cuando un delincuente escapaba o cuando uno de esos que denunciábamos salía impune.

Su trabajo como periodista hubiera gastado a cualquiera con el tiempo. Ella persistió hasta el final. No es que siempre estuvo en medios, una oportunidad de hacer algo en el sector ambientalista la atrajo y allí estuvo varios años. Un día el contrato se terminó y regresó a la sala de redacción. Lo demás ya lo conocen por los noticieros. En esa curva la esperaba su destino con tres balas del narcotráfico.

Ustedes son estudiantes de periodismo de tercer año, sepan que algo así les espera si les apasiona su carrera. No hablo de la muerte trágica, hablo de algo significativo si aceptan el reto. Adquirirán esa mirada llamante de furia ante la injusticia, la corrupción, la desigualdad; alcanzarán ese sentimiento perpetuo de alerta, que hará que sientan al mundo como una gran noticia y será para ustedes el reto de superarse, de tener la portada, la mejor imagen, la filmación inédita, el enlace que dará a su público los elementos para descubrir la verdad, para después irse a la cama con la conciencia de haber dado lo mejor. Anhelen esa mirada jóvenes y, si la tienen, si sienten que no pueden contener la indignación ante las mentiras, el engaño, la barbarie, bienvenidos al grupo selecto de aquellos que no tenemos para comprarnos una Ford Navigator pero si dormimos tranquilos, no por haber hecho la diferencia en todas las veces, pero si por intentarlo siempre»

 

360. Cuarto Rey Mago

#365CuentosRegresivos

360. Cuarto Rey Mago

Dicen las leyendas que hubo un cuarto mago: un joven adulto y rico que había abandonado su casa paterna en Oriente para salir en busca de la mayor sabiduría de la Tierra. Estando de vacaciones en casa de Melchor, se enteró de las predicciones que junto con Gaspar y Baltasar había llegado su anfitrión: la venida del Dios hecho hombre. Ellos lo invitaron a presentarle un regalo al rey que nacería.

Baltasar llevaba oro porque era el metal más noble y puro. Gaspar llevaba incienso porque un rey necesitaba la purificación del espíritu. Y Melchor llevaba mirra, porque algún día ese noble necesitaría ser embalsamado en aceites perfumados.

El joven prometió alcanzarlos con un gran regalo para rendirle honores al Señor, antes quería llevarle el regalo más fabuloso que ojos humanos hubieran visto. Gaspar pensó: —La juventud es soberbia, pero… ¿Quién sabe hasta dónde llega la Fe?

Describir los viajes que realizó demandaría cientos de hojas, relatar sus aventuras y que poco a poco gastó su dinero, no en comprar bienes materiales, sino en ayudar a las personas, porque vio tanta miseria y sufrimiento que abandonó su búsqueda para salir al encuentro de los más necesitados.

Mientras, los años pasaban.

Cuando ya no era tan joven y la madurez de sus actos lo había llevado a comprender que no encontraría algún regalo material que satisficiera a ese rey, emprendió el camino a Belén. Cerca ya de su destino le informaron que el rey que buscaba fue recibido con palmas y vivas en Jerusalén. Hacia allí se dirigió con premura y con un nudo en la garganta que se desató cuando vio a su Señor en lo alto de un monte, siendo crucificado. Llegó cerca de él y gritó:

—¡Yo debí llegar antes y traerte el regalo más maravilloso del mundo pero solo vengo con las manos vacías! —y mostrándoselas cayó de rodillas y se echó a llorar. De pronto levantó la mirada y vio los ojos bondadosos de su Señor y sintió en el corazón una voz que le decía:

—Esas manos, surcadas por las heridas del amor hacia los demás es el regalo más grande que me puedes dar.

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362. El viejo de la redacción

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362. El viejo de la redacción

—Creo, Fernando, que me pides recordar el estar jugando en la calle y de pronto que se suelta el aguacero, correr a cubrirte y esperar a que pase, la aventura (aunque sin reconocerlo) de subirte al techo a barrer y sentir que enfrentabas a los elementos “¡Epa, venid y combatir en buena lid degenerados!”, ver al Misti despertar con su poncho blanco luego de una noche de descarga celestial, el olor a tierra mojada, el ir a la torrentera a cazar escorpiones y lagartijas en el sol del escampado, los cerros verdecitos de Mariano Melgar que hacían menos pesada la aventura de ir a la torre eléctrica en los veranos, el cafecito Monterrey en las tardes hablando con mi abuelita Hilaria acompañados del traquetear de las gotas en el techo de calaminas de nuestra cocina, ir a la academia y quedarte un buen rato conversando con esa chica linda porque no iban a salir hasta que pare un poco pero luego caminar bajo el agua conversando de todo y de nada con ella a su paradero al otro lado del tuyo, navegar entre la humedad de esos domingos sin nada más que hacer que mirar a través de la ventana, crecer y vivir correteando para llegar a la redacción y poder quejarte con una taza de café en mano que los del Senamhi no le atinaron esta vez, ir a rescatar a mi esposa y mi hijo en plena tormenta sintiéndome un superhéroe para llegar con un taxi secuestrado y cargarlos para que no se mojen de la vereda hasta el carro… jugar a los rayos locos con tu hijo para que aprenda a no tenerle miedo a los truenos, subirte ya mayor al techo con esa escoba y, mientras te ríes como desquiciado, gritar al cielo: “¡No huyáis esperpentos sin valor, que aquí tenéis a un bravo combatiente que os dará franca pelea”… no sé, de repente solo es porque me gusta la lluvia y la extraño.

—No te pregunté eso, dije que hagas una nota sobre la sequía.

—Lo sé, pero es que es el contexto, el sabor de la nota… ya sé, bueno de 23 líneas el escrito ¿No?

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363. El gol secreto

#365CuentosRegresivos

363. El gol secreto

—Señores pasajeros tenemos serios inconvenientes, prepararse para un aterrizaje de emergencia.

Tiago no cayó en la desesperación. Antes de embarcarse su novia le dio la noticia que sería padre y tenía la certeza de sería varón.

Alguna vez leyó el cuento de un autor argentino donde el personaje iba a ser fusilado y pedía al universo que le diera tiempo para escribir un libro. Eso le dio la idea.

Y ya estaba allí entrando a la sala del hospital y recibir un robusto bebé que paró de llorar al contacto de sus brazos, después ese pequeño gateaba por la sala detrás, se sentaba, lo miraba y le decía “pa-pa” señalándole un vehículo de juguete, que se transformaba en uno a pedales en el que paseaban por el parque comiendo pipoca con esa mujer hermosa que estaba allí, entregándole su amor y prometiéndole la eternidad para despertarse asaltado por ese niño que lo apresuraba para su primer día de escuela, con ese uniforme que para la tarde estaba manchado de colores, los cuales compraba junto con papel porque decidió que la pintura era su pasatiempo y dibujar a su padre metiendo goles su afición, la cual cambió en la universidad por una cámara de fotos que usaban mientras hablaban de futbol, su trabajo como entrenador con ese pequeño de barba que ahora era un consagrado foto reportero en el Folha y llegaba con la noticia que llegaba el heredero de ambos, el nieto que jugaba a correr detrás de una pelota, compitiendo con la esperanza de que heredara el tiro directo del abuelo contra las ganas del papá de que sea un ingeniero ambiental para risa de su nuera y llegar a ese momento, rodeado por todos esos rostros que vio envejecer, despidiéndolo, amándolo en abrazos y decirles que los amaba, que vivió sus historias, dolores, amores, fracasos, victorias y besar a esa mujer bella y plena que le decía que ya era tiempo de partir, que sea valiente y por fin Tiago abrir los ojos y sentir como el avión se estrellaba, pero con la certeza de haberle hecho una jugada magistral a la muerte y anotar su gran gol a la eternidad.

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Dedicado a Tiago del Chapecoense.

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365. El condimento del recuerdo

#365CuentosRegresivos

365. El condimento del recuerdo

El sol se ocultaba en el Mar Mediterráneo. Intentaba recordarlo, o por lo menos, evocar su rostro. No lo conseguía. Estaba en el mismo hotel en el que pasó las vacaciones hace 20 años con su familia en ese nuevo año. Al tercer día, durante la cena, mientras bebía su primer vaso de vino permitido frente a sus padres, lo vio a la distancia.

Al parecer él también la registró en medio de tantas bellezas crepusculares que había en el salón. Al momento del baile se acercó. Las luces cambiaron a juegos de colores de moda. No necesitaba saber que era él en el barullo de la música. Lo sintió.

En el paseo bajo las estrellas él le confesó que era estudiante de gastronomía y que estaba realizando prácticas en la cocina de un hotel cercano y que consiguió colarse a la fiesta en ese para distraerse algo de las labores culinarias.

Ahora ella estaba en esa playa que fue testigo de su primer beso de amor. Se tocaba los labios intentando recordar el sabor de los del galán añorado.

Él se despidió prometiendo que se encontrarían allí cada verano. Ella no volvió. Sus padres se separaron al siguiente año y solo pudo darse el lujo del viaje recién dos décadas después. Y allí estaba en ese comienzo de año. Se sintió como una tonta. Eran veinte años. Nadie espera tanto tiempo. Ella tampoco. Se casó, se divorció. Un arranque de rebeldía contra los 38 años que cumpliría la hizo rebuscar en su memoria el momento más limpio en el que fue feliz. Y era ese.

El hotel había perdido mucho de su magnificencia y lucía modesto. En la cena pidió una chuleta de res adobada en especias finas. Al probar el primer bocado, de golpe el sabor le recordó todo. El rostro del muchacho, sus ojos acaramelados, el cabello negro, su porte, sus manos cálidas, el sabor de sus labios, todo. Se levantó y pidió si podía ver al chef.

Este llegó extrañado. Al divisarla no pudo evitar soltar un grito de asombro y correr hacia ella.

—¡Tú!

—Sí, yo.

En una mirada se dijeron todo lo que tenían que decirse y mucho más.

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Sobre héroes y milagros

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Quiero contarles la historia sobre un héroe. Estábamos un fin de semana mi familia en la playa de La Punta en Camaná en febrero de este año. Alrededor del mediodía los gritos desgarradores de una mujer nos alertaron que algo pasaba. A un costado nuestro un hombre colocó a un bebé en una de las mesitas que saben dejar los jaladores de los restaurantes. No sabíamos que pasaba. La mujer sólo decía: “yo la deje un ratito nomas, ¡ayúdenme!”. Mientras buscábamos a un salvavidas el hombre, que después supimos se llama César Postigo Hernández de 48 años, le estaba dando respiración boca a boca y masaje cardiovascular.

Los segundos pasaban angustiosamente y era fácil comprender que si no respiraba la pequeña, su cerebro no recibiría oxígeno y podía morir de un momento a otro. La pequeña reaccionó un poco, inmediatamente el hombre la llevó en brazos hasta la posta que debería estar abierta y atendiendo, pero nada, no había nadie. Sin detenerse paró una movilidad y se la llevó al hospital de Camaná. Los familiares de la pequeña se embarcaron en otra movilidad.

Todos estábamos preocupados y pensando lo peor. Cuando volvimos a nuestras respectivas carpas y lugares notamos que el caballero había dejado sus cosas sin pensarlo dos veces. Allí supimos que no era familiar de la mujer de la bebé de ocho meses. Pasamos la siguiente media hora algo angustiados. Por fin volvió y supimos que la pequeña estaba estable. Allí supimos que Postigo es Teniente de Bomberos en Moquegua 74 y que apoya a la de B19 de Arequipa.

Nos quedamos sorprendidos, claro podemos pensar que era su deber, pero es justamente que gracias a ese cumplimiento de su deber desinteresado y su actuar inmediato sin pensar en que estaba de vacaciones o de franco, lo que permitió que esa niña se salvara, una pequeña que ya estaba cianótica, azul. “Yo no quisiera que se hable mucho de mi sino que se valore lo que se nos enseña en los Bomberos, estamos para ayudar porque sabemos que debemos actuar rápido, quiero aprovechar para decirles a los papás que cuando lleven a sus bebés a la playa tengan en cuenta que los cambios de temperatura pueden afectarlos y claro no deben descuidarlos”.

Quiero confesarles algo, políticamente incorrecto para muchos hoy en día: cuando se fue el grupo al hospital, mi esposa, mi pequeño Mathias de 5 años en ese entonces y yo rezamos un Padre Nuestro y un Ave María, sin aún saber el destino que correría la pequeña, pero con la esperanza de que Dios actuara. Lo que quiero decir es que realmente actuó, movió los corazones de las personas que alertaron con sus gritos a todos nosotros permitiendo que Postigo llegara de un salto donde la pequeña. Yo no dudo que Dios también le imprimió confianza en su propia experiencia para hacerse cargo de la situación y ganarle los segundos necesarios a la parca. Para nosotros, que aún estamos maravillados por el tema, no tiene otra explicación, fue un milagro y Postigo un héroe, uno de esos que necesitamos cada día, uno que lucha por la vida en donde esté para servir.

Nunca te vayas sin despedirte, amor

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—Hola.

—Hola.

—¿Nos despedimos en la mañana? Digo ¿Me despedí de ustedes no logro recordar?

—¿A qué vine eso ahora? No me parecería raro que te olvides de algo así, todo el tiempo paras en otra. Hasta siento que estás más interesado en las cosas de los demás que en nosotros.

—¿Porqué lo dices?

—¡Eres conchudo! tienes full trabajo y todavía te comprometes a más reuniones. Sabes que no hay necesidad de que tengas más cosas y está lo de tus presentaciones y eso, te quedas hasta tarde haciendo diapositivas y no sé que más en la computadora.

—Ese “No-sé-qué-más” ¿Se refiere a algo?

—No lo sé, ni me importa ya, estás tan pegado a ese celular que no me asombraría que salgas con alguna cojudez y ya sabes que una sola que hagas y esto se acaba.

—No lo veo de esa manera, lo siento, es que sabes que trabajo por allí también.

—Las mismas excusas de siempre, ya eso no me convence, pero al final es tu problema, te estás perdiendo lo mejor de tus hijos. A ellos no los encontrarás en el Facebook.

—Sé que pierdo tiempo, no puedo explicarte porqué, no es que me importen más las cosas de los demás, es solo que a veces siento que si me despego de estar conectado algo podrá pasar y me lo voy a perder.

—¿Estás consciente de lo que hablas? No vas a perderte de nada, solo de que alguna de tus amigas deje de poner alguna tontera sobre que sufren o buscan pareja o de tus amigos sobre fútbol o chistes tontos… que, ¿Ese video de un padre pobre va a cambiar el mundo? ¿Compartir esa noticia sobre un ataque en la chirisuya va a ponerle paz a la violencia¿ ¿Que te bronquees con medio mundo porque no piensan igual a ti va a devolverte las horas que no juegas con tus hijos, que no pasas conmigo?

—Tú también revisas tu celular a cada rato.

—Lo sé, no sabes cuánto odio hacerlo, pero verte allí sentado en la mesa y que estemos hablando y luego sacas el aparato y te metes de lleno allí me enferma y hago lo mismo, tratando de entender que encuentras que sea más importante que nosotros.

—¿Lo encuentras?

—No, pero empiezo a buscar nuevas recetas, terapias para nosotros, para el Juani que tiene lo de su falta de atención, lo de Susanita de la dislexia, tantas cosas, pero todo tiene que ver con ustedes, ¿Cuánto de lo que ves se refiere a nosotros?

—En realidad, no mucho, más son más cosas del trabajo, de los amigos que me tienen que dar respuestas, a veces hasta me pierdo leyendo noticias pasadas que ya leí varias veces.

—¿En serio? Bueno, por lo menos estás siendo sincero.

—No quiero engañarte, menos ahora… ¿Me despedí de ustedes en la mañana?

—¿Por qué me preguntas de nuevo por eso? No te pongas dramático si vas a hacer alguna tontera no tienes que atormentarme llamando para darme a entender algo, no creo que nuestra vida sea tan terrible para que pienses en matarte ¿No?

—Sabes que no, solo es que quisiera recordar si lo hice, todos los días cuando me voy al trabajo trato de acordarme cómo nos despedidos, fuera si nos enojamos o no, me aseguro que por lo menos les dije chau, que nos pudimos ver antes que salgan por la puerta.

—Si nos despedimos… estabas en la cocina terminando tu café, los chicos fueron donde ti y les diste el beso de despedida.

—¿Te lo di a ti?

—Quisiera tener más tiempo en la mañana para despedirnos bien pero a veces no se puede, tendrías que levantarte más temprano para poder ayudarme siempre te lo pido, bueno, pero sí, me diste un beso rápido.

—Gracias, mil gracias.

—Oye, estás loco o qué no me preocupes más de la cuenta, que demon…

El ruido del timbre de la hora de salida la despertó. Estaba sentada en una banca del colegio de sus hijos. Trató de despejarse un poco, pero fue interrumpida por el teléfono móvil que empezó a sonar. Sus gritos luego de recibir la noticia de la muerte de su esposo, alarmaron a todos los padres que también esperaban a sus hijos en ese momento.

 

(Relato aparecido en Semanario Vista Previa – 10.10.2016 Arequipa Perú)

Canción que acompañó la escritura del relato

Creciendo con Mathias: Los deseos y la Luna

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Desde hace algunos días me encanta que mi Papá me hable de la Luna.

Me cuenta que está muyyyyyyy lejos, pero que está presente, casi cerquita, en muchas cosas que hacemos.

No entiendo todo lo que me cuenta, pero sé que algo tienen que hacer con la agüita de los mares y como los marineros la siguen atentamente para saber cuándo salir a pescar. Ummmmmhhh, con lo que me gusta el pescadito que prepara mi Mamá, ese que ella pesca de la lata, ya se me despertó el apetito.

También la Luna tiene algo que ver con ese papel con números que Papá va tachando en la pared y que cada vez que se acerca al final lo pone intranquilo. Me cuenta que por ese papel sabemos cuando la Luna va a estar presentable, así: tan bonita, o cuando no la veremos nadita…

Creo que estoy enamorado de la Luna… aunque no sepa que es eso de enamorado, jejejejeje. A veces escucho cuando alguien está muy interesado en otra persona, pues que está enamorado.

Ayer me di cuenta de eso. Salimos con mis papás, mis tíos y mi abuelita Lili a los juegos mecánicos, pero no sé qué juegos eran porque lo único que veía era dar vueltas y vueltas a la gente, hasta a mi mismo me subieron aun trencito pequeño y vuelta y vuelta, eso lo puedo hacer en casa y sin pagar moneditas.

Pero nada de eso me importaba, como ya era de nochecita, el cielo estaba negro-negro y la Luna estaba allí, como una moneda del color de mi lechita. Yo repetía “Luna-Luna” y todos reían, pero como no dejaba de repetir y de buscarla con la mirada, dejaron de tomarme interés.

Le escuché a mi Papá que los hombres desde siempre la querían, porque estaba tan alto y lejana, que era una meta llegar a ella. Un día lo consiguieron y fueron muy felices.

Yo quiero también llegar a la Luna, bueno, para que me entiendan mejor, quiero cumplir grandes metas, aún no tengo idea cuales, a veces es aprenderme de memoria los 10 primeros números, otra es los colores de mi caja de lápices, cada día tengo una nueva meta, por eso quiero a la Luna, no porque ahorita quiera embarcarme en un cohete y viajar hacia ella. Soy un bebé todavía. Pero recordarla me hace esforzarme en cumplir mis metas, soñando al igual que esos hombres de la antigüedad con conquistarla, y como al final lo lograron yo también lograré mis pequeñas y después grandes metas, ¡Estoy seguro de eso!.

Creciendo con Mathias: Los Temblores

Pasó el otro día mientras yo dormía, pues como si la tierra se empezara a despertar de un largo sueño, pues todo se movía. Mi Papá llegó a mi lado porque empezaba a querer llorar, Mi Mami mientras tanto, prendía la luz para poder ver si todo estaba bien y todos juntos nos colocamos en la entrada del cuarto.

Cuando todo pasó nos acostamos de nuevo y yo, en mis sueños de bebé, tuve algo así como pesadilla donde todo se movía y no podía tomar mi leche porque el biberón saltaba de un lado a otro. Realmente no me gustó el sueño.

Días después otra vez se movió como gelatina la tierra y ya estaba algo de mal humor. Escuchaba atentamente a mis papás, a mis tíos y a todos para saber porqué es que no paraba de temblar la tierra. Pero pocos se preocupan de dar explicaciones a un pequeño como yo.

Me imaginaba que en el interior de la tierra una gran tortuga despertaba y empezaba a comer y por eso todo se movía. También pensé que algo había chocado contra… no sé… uno de esos lugares lejanos y que por eso se movió todo. Trataba simplemente de explicarme algo porque de verdad, y aquí que me guardan el secreto: Tuve miedo.

A veces tenemos miedo creo yo, por eso mi Papí me abrazó fuerte ese día o mi Mamí se preocupó porque tuviéramos luz. También después mi abuelito Isaac llamó para saber como estábamos mi abue Lili y otros familiares también. A pesar de mi miedo también aprendí que estas ocasiones son para unirse las personas.

Papá comentó hoy que en algunas partes del mundo, es decir más allá de donde termina la liniecita a lo lejos, había personas que pasaron por temblores más fuerteeeeesssss y ya ni tenían casa. Ummmmmm pienso que así como nosotros nos preocupamos por un temblor que tanto tanto no fue, podríamos preocuparnos por saber cómo estaban esas demás personas que sufrieron más que nosotros. Me contó que aquicito nomás, como dice él, en un lugar llamado Caylloma, las personas se quedaron sin casitas y muchos se fueron al cielo… Pero también me dijo que muchas personas las ayudaron y michos más se salvaron porque estaban prevenidos, no se adonde se vinieron pero creo que mi Papá quiso decir que desde mucho antes sabían que podía pasar eso y tuvieron muuuuuchoooo cuidado.

Ahora mis sueños ya no son feos, sino al contrario, me imagino a mi mismo yendo donde esas personas y decirles que todos vamos a ayudarlas, que no solamente nos preocupamos por ellas cuando pasan las desgracias, sino también después, cuando ya todo ha pasado.

A veces pienso que Diosito en el cielo no dejará que nos pase nada malo, pero, si llegara a moverse mucho más la tierra, espero que su amor les diga a las personas allá afuera de mi ciudad que nos ayuden, porque nada alegra más el corazón que saber que le importas a alguien aún cuando no te de algo o no te conozca. Los temblores tendrían que también poder hacer cambiar los corazones de un lado a otro, para que todos nos podamos conocer y querer aunque sea preguntándonos, están bien, no les pasó nada, me alegra que todo haya pasado… es más, creo que no se necesita de temblores para levantar esa cosa que trae a las personas para hablar cerquita y preguntarles como están, ¿Se animan?.

mathias-y-papa

Para un bravo siempre habrá otro más bravo

bat

Lo esperó a dos cuadras de su casa, justo en ese callejón estrecho y oscuro entre los dos edificios de departamentos. Con su metro con cuarenta centímetros no causaba miedo, quizá ternura, MÁS con esos lentes de medida. Era la clásica imagen del niño al que golpean en el recreo y le quitan el dinero para el almuerzo.

—Oye, Juan.

—¿Qué haces aquí chato?

—Ven te tengo que dar una cosa.

—Ya mañana te pido la plata, no es necesario que me des hoy, a menos que quieras ahorrarte algún golpe, jajajajaja.

Una fuerza extraña impelió al bravucón hacia el callejón, no acababa de reconocer qué pasó cuando sintió mucho dolor en la cabeza. Aquello que lo golpeaba no le daba respiro, en las costillas en el brazo con el que intentaba protegerse, en la pierna, en el pie.

—¡Basta! ¡Basta! ¡Por favor!

El apodado “chato” se detuvo.

—Mira sé que no eres más que pura boca, sabrás pelear algo, pero mírame, un pequeño como yo acaba de molerte a palos con un bat de beisbol y ni te imaginas que sé hacer con una navaja. El trato es el siguiente: me darás la mitad de lo que juntes en los recreos, y cuidado con engañarme que sé cuánto sacas. A cambio te avisaré con tiempo cuando quieran denunciarte con los profesores y también te ayudaré para que apruebes algunos cursos, que los dos sabemos estás casi por repetir este año.

—Está bien, está bien, pero deja que me vaya —dijo entre sollozos el niño herido, se paró e intentó correr, pero los golpes recibidos en la pierna fueron más, así que se fue rengueando.

El dueño del bat sonrió mientras veía alejarse al bravucón de su escuela.

—¡Oye chato!

El grito vino de arriba, de una de las ventanas, un niño, el más flaco y granoso de su año le estaba mostrando un smartphone en el que se reproducía la golpiza de hace pocos minutos antes.

—Creo que tenemos un trato, voy a querer protección y el 30% de lo que te de Juan.

La sonrisa se le borró al dueño del bat.

La historia de amor de Graciela y Camilo

catedral con nubes sellada 2

—¿Aún recuerdas cómo te enamoré? —preguntó él.

—¡Claro! No me gustabas al principio, hasta creí que eras un odioso por cómo te comportabas y hasta me ignorabas, pero luego, no sé, puede ser que me gustara tu forma de hablar así tan seguro de ti, eras algo inocente para expresarte, no me malinterpretes, es que siempre decías lo que pensabas, aún cuando le cayera mal a los demás, eso me gustó, sí, más que si fueras guapo o no, que para mí lo eres y serás siempre, tus palabras siempre para mi sonaron reales, nunca de mentira —le dijo ella.

—Yo te amé siempre, aunque no lo sabía, aún sin conocerte supe que te encontraría y, sí, tampoco es que me gustaras al principio, no puedo negar que después me sorprendí a mi mismo pensando en ti, en la forma de tus labios, en lo que dirías. Trataba de contarte tantas cosas y me salían puras tonterías y ¡Cómo te reías de mi! Intentaba que siempre rieras… al final no sé si lo conseguí, hay tanto que quise hacer por ti, por los chicos, me faltaron las fuerzas, voluntad… te hice pasar malos ratos también… ¡Perdóname!

—No hay nada que perdonar amor —respondió la anciana volteando la mirada hacia la ventana. Allá, a lo jejos, las torres de la Catedral se notaban con el fondo nuboso de esa tarde de junio.

Afuera resonó un trueno. Ella continuó hablando.

—Esta ciudad fue mi cómplice. Cada vez que me peleaba por alguna tontera en casa, salía a recorrerla, por sus calles empedradas del centro veía escaparates en las tiendas de los judíos, solo ver, porque sabía que no teníamos para comprar esas maravillas. Hasta que abrieron la tienda de la Uruguaya. Allí me compraste un vestido y traje completo ¿Te acuerdas? Para ir a la graduación de Marcos. Cada vez que uno de los chicos terminaba la secundaria me comprabas un nuevo traje sastre completo. No sé porqué me acuerdo de eso ahora, soy una tonta, de repente debería contarte secretos míos que atesoré, como la camisa que usaste en tu primer empleo como cuidante en esa fábrica. La lavamos cuantas veces y hasta el cuello le cambié varias para que no se notara lo vieja que se ponía. Allí la guardé durante años. También recuerdo la vez que me fui de la casa por varias semanas ¿Te acuerdas?. Mi hermana me prestó un calendario para que fijara las nuevas fechas de mi independencia, pero lo que más hacía es marcar los días lejos de ti. No quiero saber nunca si al final hiciste o no hiciste aquello, ya no es importante, lo que sí importó es que lucharas por nosotros y decidieras por mi ¡Por mí!, que era una furia cuando me enojaba y te trataba tan mal muchas veces, pero no te fuiste ni nos dejaste, seguiste allí. No quiero que te sientas mal recordando tal o cual error, solo quiero que sepas que nunca me arrepentí de volver a intentarlo.

La frazada del anciano se corrió un poco y su esposa se la acomodó.

—Volvería a luchar junto contigo por ahorrar esos soles para que estudiaran los chicos. Sé que Diego no terminó la universidad, pero al final le fue bien, como me decías, él encontraría su camino y al final lo hizo, aunque el miedo siempre me consume cuando escucho que asaltaron a un taxista. Gabriela siempre fue más hábil con las manos que con los números y mírala ahora: tiene su propia tienda de ropa y hasta va a abrir una sucursal o no sé qué en Lima. Las tardes que pasamos los cinco en Tingo o en Sachaca, las veces que nos fuimos a Chapi, ese viaje a Cuzco, la vez que nos quedamos todos durmiendo en la playa en Mollendo porque teníamos flojera de subir hasta el hotel. Cada cosa la atesoro y la guardo para mí. No logro entender cómo es posible, pero lo malo ni lo tengo en cuenta, es como si una vela se consumiera y no volviera a prender, sí me acuerdo de las penurias que pasamos, pero son algo lejanas, ahora me siento más preocupada por los hijos de Marcos que no entran a la universidad, o la hija de Gabriela que se quemó el bracito con el agua hirviendo o por Daniel que a veces llega muy tarde y su esposa no le gusta eso. Son nuestros hijos, no son malos, al contrario, se esfuerzan por salir adelante y solo puedo agradecer por su vida y agradecerte a ti porque me diste la mejor de todas las aventuras y si pudiera volver a escogerte lo haría mil veces, nunca lo dudes.

Se calló por un momento, mientras a lo lejos se escuchaban los truenos. Una vez callado el retumbar del cielo, un sonido continuo se sobrepuso ante el silencio e inundó el cuarto de hospital con su anuncio.

Entraron los hijos y sus familias, seguidos de una enfermera. La anciana seguía mirando por la ventana hacia el horizonte, mientras con una de sus manos apretaba la de su esposo que acababa de partir.

El chupacabras atacará de nuevo

chupacabras

El novio de la hija mayor de la familia era un gringo alto con mirada fría. El primer error que rompió el hielo de su llegada fue decirle “inglés”. Allí entró en una explicación del porqué Escocia era el mejor país no independizado del mundo y que los “usurpadores”, como llamaba a los ingleses acompañada la expresión de una palabra universal que era un insulto, algún día pagarían por la humillación. Cualquiera que fueran sus razones patrióticas, el enorme escocés después de eso se ganó la simpatía de todos los familiares de muy arraigada estirpe arequipeña y hasta sonrieron mentalmente recordando que también la región se consideraba “separatista”.

Chapurreaba el visitante un español básico, así que la mayoría de veces la enamorada veinteañera, estudiante de psicología en una universidad local, era la traductora. El padre de la familia aceptó de mala gana que el pretendiente virtual llegara desde las antípodas a su casa, en Sachaca, barrio tradicionalista de la ciudad, enclavado en medio de una campiña llena de chacras y establos. Si dio el permiso finalmente fue porque la amenaza de la hija de viajar al encuentro del gringo era más que posible, así que mejor traer al enemigo para tenerlo cerca y vigilarlo.

Los primeros días fue gracioso ver al pobre tratar de comer los potajes contundentes de la región. Los chupes seguidos de los segundos llenos de arroz y papa pusieron a prueba al pálido espécimen. El llatan que acompañaba las comidas lo hacía sudar, pero resistió estoicamente. El tomar de una sola sentada un enorme vaso de chicha con cerveza negra, lo hizo entrar en la familiaridad de ese primer domingo.

El resto de la semana transcurrió lánguidamente en una ciudad que no se comparaba con Edimburgo, de donde era el escocés de ojos verdes. Arequipa es una ciudad circundada por tres volcanes, llena de historias que el padre contaba con ayuda de la hija y llena de novelerías que le contaba la madre al visitante, sin ayuda de la hija porque al final solo era necesario que la escuchara, no tanto entenderla.

Justo por esos días se desató la noticia sobre el “chupacabras” que se despachó en una noche a cuatro ovejas, propiedad de algunos chacareros del barrio.

—My no saber que ser shootpakapras.

—No Dereck, es “chupacabras”, es un demonio de la sierra que se come a los animales de granja chupándoles el interior —le explicó pacientemente el papá, traduciendo la hija y asintiendo finalmente el visitante, abriendo los ojos cuanto más le contaban del supuesto ser que en esos días atacaba cerca de la casa en la que estaba alojado.

—Cómo ser ese shootalabras.

—Es chupacabras, bueno la cosa es que es una criatura que tiene la piel de un reptil, así, con escamas duras de color verdoso. Tiene unas espinas a lo largo de la espalda y sus manos terminan en unas garras que cuando se acercan a las ovejas ¡zas! Le abren el estómago y se comen todo lo de adentro ñam ñam.

Esa última parte de la descripción no fue necesaria de traducir ya que el salto que metió Dereck fue de risa general, hasta él mismo se rió de su temor.

—Good history papa Alejandro —dijo entre risas el gringo, sin que la forma confianzuda de llamar al regente de la casa se percibiera en ese momento de alegría y de anécdotas.

La hija aprovechó para anunciar que el domingo su novio prepararía un plato tradicional de su tierra. Todos aplaudieron. El sábado por la noche, en completo secreto, pero vigilados auditivamente por la madre y el padre, los jóvenes se divirtieron haciendo un desastre en la cocina a puerta cerrada. La mañana del domingo, como era costumbre todos fueron a participar en la Misa dominical en el templo central. Luego comieron barquillos, raspadillas y regresaron a casa, donde les esperaba un almuerzo especial.

Sentados a la mesa estaban, aparte de los papás, los dos menores hijos y el mayor que llegó como todos los fines de semana, con su esposa y un pequeño en brazos. Todos sentados en la mesa esperaban la delicia escocesa que traerían de la cocina. La puerta se abrió y Dereck entró con una bandeja tapada con una de las ollas de la madre. Puesto en el centro el plato improvisado fue destapado para mostrar una especie de pelota amorfa de color gris verdoso que humeaba por lo caliente.

Nadie se atrevió a decir ni una palabra. La hija que entró en ese momento trayendo arroz y papas hervidas junto con algunas verduras cocidas, dijo alegremente: —¡Es haggis! —como si hablara en chino, todos los viandantes la miraron— Es un plato tradicional, coman y no sean malcriados que nos hemos demorado bastante en hacerlo, al final les cuento de qué se trata.

Una vez repuestos y para no causarle mala impresión al pretendiente, todos esperaron con paciencia que se abriera la bolsa parecida a un blader mal inflado y de allí saliera unos pedazos de carne de diferentes matices mezclados con lo que parecía un rehogado con cebollas y otras cosas más. Pero el sabor no era malo, al contrario era agradable, rico mientras aumentaban las masticadas, la textura de la carne recordaba al rachi de panza o a los chunchulies o caparinas.

Mientras duró la comida se hablaron de diferentes temas. El escocés explicó algunas cosas sobre el tema de las mentadas faldas y sobre los deportes con lanzamiento de piedras, mientras que los varones de la casa se lucieron contando cuentos y leyendas, incluyendo la que estaba de moda sobre el chupacabras. Al final de la comilona, y abriendo una botellita de vino de las que celosamente se guardan en el mueble de la sala, el padre preguntó, mientras sin disimulo se desabotonaba el pantalón para darle libertad a la panza llena.

—Oye hija y al final ¿Qué tenía el plato que nos has servido?

—Es una comida hecha con el pulmón, el hígado y los riñones del cordero que se mezclan con otras cosas más y se cocinan en el estomago durante horas, por eso nos demoramos ayer tanto Papá —terminó por decir la única hija del matrimonio, aquella pequeña de rulos negros, tan bella, tan inocente para sus padres.

—¡Carajo! ¡Tú eres el chupacabras! —gritó el padre mientras se paraba rápidamente sin percatarse que el pantalón se le cayó, cosa que nadie de la familia pudo ver ni reirse porque corrían hacia los baños de la casa para tratar de sacar de su interior el potaje que, estaban seguros, era producto de la matanza de indefensos animales, encontrados destripados y divulgadas sus fotografías en todos los medios de prensa de la ciudad.

—¡No! ¿Papá, qué te pasa? Dereck no es ningún chupanosequé ni nada.

—Pero hija, todo encaja —dijo el padre mientras se levantaba el pantalón e iba a una esquina de la sala donde una escoba esperaba por coincidencia que la tomaran y fuera alzada en alto cual la espada de Eduardo I.

—Deja eso Papá, ¡Mamá, dile a mi padre que no amenace a mi novio!

—No puedo hija porqu… (brrrrrrr)

El pobre escocés no sabía de qué se le acusaba, pero intuía que allí iba a darse una batalla parecida a la del Puente de Stirling, así que se preparó con los puños en alto para resistir a lo William Wallace.

—Pero Papá ¿Qué hablas? Lo del cordero lo compré en el mercado San Camilo.

—No trates de encubrirlo hija querida y hazte a un lado que tengo que vengar esta afrenta, en mi casa no puede haber un asesino de pobres e indefensas ovejas, aún por más rico que estuviera esa cosa con nombre de pañales.

—Papá entiende yo compré los bofes y las tripas, deja eso ya por favor que me va a dar un ataque de nervios.

Ya regresados los otros miembros de la familia y escuchadas las razones, creyeron en la versión de la joven así que tranquilizaron al padre y al novio. Pasadas las horas y con algo más de vino todo iba quedando en una anécdota que se contaría en el futuro con añadidos y demás.

Ya en la noche, cuando todos se han acostado, la joven al entrar a su cuarto se cambió de ropa por una más cómoda y de color negro, sacó debajo de su cama un machete y unas bolsas que acomodó en una mochila junto a otros enseres y se escabulló por la casa hasta la puerta de la calle y salió.

—Esto me pasa por no cortarles también las cabezas a las ovejas la vez pasada, ahora ya les prometí hacer cabeza asada a la escocesa. El establo de Don Humberto está algo lejos tengo que apurarme —pensaba la muchacha mientras apuraba el paso por entre las chacras.

La vida en 10 minutos

bus

—Maestro a la calle San Francisco con Moral.
—Ya señor seis soles nomás.
—Cuanto se demora porque estoy apurado, tengo 10 minutos para llegar.
—Llegaremos tranquilos es lo más importante ¿No cree? En 10 minutos nos podemos morir si nos apresuramos demasiado. Póngase su cinturón y deje que le cuente porqué es que es mejor manejar seguro que apresurado.
Yo trabajaba en los noventas en una empresa que iba hasta Lima, con sus carros nuevos había abierto el mercado hasta la capital. Eran unos buses Morillas de un piso para 54 pasajeros. Unas balas. Esa mañana me acuerdo que teníamos que salir del terminal de la Avenida 28 de, era viernes y feriado largo, así que se abrió dos turnos en la mañana para retornar a Arequipa. Íbamos mi compadre Alberto Soto y yo como choferes principales y dos de recambio más el ayudante de cada bus.
Pero mi amigo estaba apurado, no me acuerdo porqué. Era raro, íbamos a salir los dos casi juntos para acompañarnos, recuerde que el viaje eran casi 16 horas en ese tiempo, así que tiempo había. Pero él no. Quería salir lo más pronto y apenas llenó el bus con sus 54 pasajeros arrancó, 10 minutos antes del horario. Yo salí a mi hora, tranquilo la verdad porque ya lo encontraría para el almuerzo, cuando pararíamos en el mismo restaurante de la carretera.
Al llegar a la zona de Asia, que por ese entonces estaba desierta, vi al bus de mi compadre ¡Se había dado unas vueltas de campana y estaba todo destrozado! Frené como pude para estacionarme a un costado y bajamos con mis dos compañeros para auxiliar a las víctimas. Me fui directo a la cabina, le cuento, pero nada pude hacer, mi amigo Alberto estaba enterrado en la arena, seguro murió asfixiado.
Quería llorar porque dejaba a cinco hijitos, todos pequeños señor, era para no creerlo, pero no me dio tiempo, teníamos que ver cuántos vivos quedaba. De otros buses también se pararon pero los policías que llegaron primero los movilizaron. ¿Sabe? No es que quiera hablar mal, pero en estas desgracias a veces sale lo peor y lo mejor de las personas. Uno de los efectivos quería llevarse a un par de heridos con su mercadería y todo a la comisaría ¿Puede creerlo?, en vez de decir que se los llevaban al hospital querían detenerlos, pero otro de uniforme se le opuso.
También de los otros buses bajaron pasajeros que recogieron los zapatos, las carteras nuevas que salieron disparados por aquí y por allá, pero otros ayudaron a sacar a los heridos y los cuerpos de los muertos. En esas estaba cuando encontré al ayudante de mi compadre, un muchachito de 17 años nomás. Ya no tenía la cabeza, lo reconocí por su ropa. El segundo chofer estaba vivo de milagro porque iba durmiendo en el almacén y en la primera vuelta no sabe cómo se abre la puerta y cayó en la arena solo con rasguños, nos contó.
Fue uno de los peores accidentes de la época. Pero no podíamos quedarnos más así que nos fuimos, pero al llegar a la zona de almuerzo, por la radio escuchamos que en total fueron 30 pasajeros fallecidos y varios heridos graves. Luego ya en Arequipa nos explicaron que al parecer la dirección fue la que se rompió y mi amigo que iba a mucha velocidad no pudo controlar el bus y se desbarrancó. Lo más duro fue a la regresada, porque justo me encontré con el bus que traía los cuerpos. Parecía un carro de esos de funeraria, todo triste y oliendo fuerte a muerto. Al entierro no pude asistir.
Con esto que le conté no le quiero decir que si iba despacio mi compadre se salvaba, allí o más allá la dirección le hubiera jugado la mala pasada, solo que a veces entre vida y vida hay 10 minutos. Yo lo despedí así como le habló ahora a usted y luego lo vi muerto a mi amigo. Creo que en esta vida estamos para algo más que solo correr y correr, si nos demoramos un poquito más con las personas de repente después no nos estaremos preguntando ¿Y si le hubiera dicho algo más? ¿Si le hubiera agradecido por eso y por lo otro? ¿No le parece? Pero ya llegamos señor, mire a tiempo justo, gracias a usted también. Oiga y ya sabe: no hay que correr, hay que vivir, ¡Hasta luego!

 

Retroceder… ¡Imposible!

 

childrenLa cosa va bien, has caminado sin encontrarte con nadie desde tu casa hasta la tienda y estás de regreso. Es un pueblo nuevo, no conoces a nadie. Los primeros días evadiste con maestría a varios posibles contrincantes y adversarios, chicos de tu edad que podrían atacarte solo por el hecho de ser tú de la sierra y ellos de la selva. Pero no ha sucedido… aún. El último tramo es una calle larga con el camino afirmado de tierra rojiza, propia de esa zona, con los árboles creciendo a los costados sin orden. Por un instante te pierdes en esa contemplación del paisaje sin mayores preocupaciones, cuando en eso lo ves: es un chico de casi tu altura que viene en dirección contraria. Pensamientos se suceden unos tras otro para descubrir la mejor manera de evadir lo inevitable. No hay calles laterales por donde doblar. Tu casa está aún lejos. No hay tiendas donde simular una compra. Ya se acerca y está justo de tu lado, viene directo, no hay escapatoria, si intentas cruzar al otro lado de la calle mostrarás cobardía y si no te pega ahora se lo dirá a sus amigos y ellos sabrán que tuviste miedo. No debes reducir tu paso, hacerlo igual demostraría temor. Debes aparentar normalidad. Mirarlo a los ojos tampoco ayuda porque estarías buscando bronca. Ya se acerca, tensa los brazos por si acaso, ya viene, unos paso más, mira para adelante, afirma el hombro ¡Eso es! El golpe es seco, ninguno se movió mucho. Los hombros se tocaron con rudeza pero nada más, sigue adelante, ni se te ocurra voltear, puedes respirar tranquilo, demostraste tu valía, no contará nada a sus amigo pero te tendrá respeto, sobreviviste un día más, infla el pecho, camina con aire de valiente, te lo mereces.

 

Creciendo con Mathias: El olor a la felicidad

el olor a la felicidad

Mi mami tiene el olor a la felicidad. Claro, dirán que yo, como un niño pequeño, no sé que es la verdadera felicidad, porque no he vivido ni he experimentado muchas cosas en mi cortita vida.

Pero, vamos a ver: ¿Qué es la felicidad?.

Unos me dirán que es comer. Claro, ustedes podrán comer muchas cosas que comprarán con sus redondos de metal y esos papeles que los vuelven locos cada fin de mes. Pero no hay nada como comer algo preparado con amor, durante la mañana, sentir los olores confundirse uno a uno en una preparación que llega calientita a la mesa, con una sonrisa que nadie la tiene, ni siquiera esos cocineros de la caja de colores que hacen nosequé plato a la nosecuán, carne alamisimisi y fua fua que no tiene el sabor que le pone mi mami a sus tallarines rojitos o a sus arroces con pedacitos de pollo.

Otros me dirán que la felicidad está en viajar por el mundo. Con mi mamí un paseo al parque es una aventura sin igual. Los árboles serán los mismos, el pasto también y hasta los mismos chicos grandes con sus aparatos de ruedas y sus cajitas de colores portátiles que los vuelven bobos. Los juegos que inventamos con mamá, nos llevan por galaxias, por valles sin descubrir, a ver grandes finales de fútbol y vivir la emoción de las carreras de carros. Cuando vamos a visitar a papá a su trabajo y hasta cuándo vamos donde los señores de blanco que tanto temo, aún allí, una salida con mamá es una aventura sin igual.

Muchos dicen a mi alrededor que la felicidad la traen los redonditos y los papeles de fin de mes, los carros y las cajas de colores modernas y grandes, los olores en botellitas caras o esos cuadrados de colores pequeños y ruidosos. De repente aún me falta crecer y comprender porqué esas cosas los hacen felices a varios de ustedes. Como dice mi tío José Alfredo, debo hacerme uno con los demás para comprenderlos, aunque no entienda bien que es eso, debe ser “tratar” de ponerme en sus zapatos y ver el mundo con sus ojos.

Pero, aún así, y aunque me digan que soy terquito y no comprendo el mundo de los adultos, no puedo dejar de creer que el tener este tiempo con mamí es el mejor que me llevaré de esta etapa de mi pequeña vida. Ese olor de sus abrazos será un bello tesoro que me sostendrá cuando me caiga, que me retornarán a una época feliz cuando me ponga triste y me darán valor para también darle esa felicidad cuando tenga una familia como la mía.

Así que, especialistas en felicidad de todo el universo, disculpen que los contradiga y que les repita que no hay mejor felicidad para mí que estar con mi mami ahora y en este momento. ¡Gracias Mami Patty por tanta alegría en mi pequeña vida!

Mamá… ¿Soy malo?

Bárbara y su cachorro

El niño, aprovechando un silencio prolongado en la mesa después del almuerzo preguntó:

—Mamá… ¿Soy malo?

—¿Por qué piensas eso hijo?

—Es que así lo siento, no sé, a veces pienso que por eso me porto mal y te hago renegar, que por eso no tengo amigos y nadie me quiere. A veces me siento raro, como si no encajara en ninguna parte, hablan a mí alrededor pero no los entiendo, es como si fuera distinto, todos van hacia un lado y yo voy al contrario. Siento que soy malo porque pienso cosas extrañas y tengo odio… o no sé si es odio, pero me enoja que otros puedan tener cosas que yo no, o que puedan comer cosas que no podemos… sé que el dinero nos falta y sé que debo agradecer lo que me das, pero a veces no puedo evitar sentirme así, con cólera y eso me da rabia porque me digo a mí mismo que no sentiría eso si fuera bueno, si fuera el hijo que desearías. Muchas veces quisiera irme para que no sufras viendo mis notas o las travesuras que hago, los problemas que te causo, las peleas en que me meto, pero es que a veces siento que no puedo decir las cosas o defenderme de los demás cuando me molestan o me hacen sentir mal por como soy o lo que no tengo, lo que digo y lo que no digo. Siento que soy muy malo y que por eso se fue papá…

—Mi pequeño nunca pienses eso, tú no eres malo. Lo que sientes no puedes evitarlo no porque tengas odio en tu corazón, sino porque anhelas cosas. Pero no es malo anhelar algo mejor, solo que debes pensar que ahora, de repente, no tenemos la posibilidad, pero después, si te esfuerzas, las tendrás. Pero eso no será importante si lo que nos falta es cariño entre nosotros, podríamos tener mucho dinero y comprar muchas cosas, pero, ¿imagínate si no hay amor? de nada valdría.

No eres malo al querer que los demás te quieran, te acepten, encajar, pero a veces las personas no nos conocen para saber lo maravillosos que somos, no hay que desesperarse, hay que también tratar de entenderlos, pero no enojarse porque no nos comprenden, sino mostrarnos cual somos y no sentir vergüenza, eso hará que los demás se contagien de nuestra alegría de aceptarnos y nos querrán… ¿y si no lo hacen? puedes preguntarte… pues se lo pierden, siempre habrá gente que apreciará tu esfuerzo.

Yo sufro cuando no puedes lograr tus metas, pero no por eso quisiera cambiarte por otro, al contrario, sufro porque soy tu madre y es inevitable sentirme así, por eso también te exijo y te riño cuando te portas mal, aunque me duela por dentro tengo que hacerlo porque eso es el amor, por eso te repito siempre que no debes ser deshonesto, que debes ser responsable y obediente, no porque quiera aprisionarte sino porque, al contrario, quiero que seas libre y una persona está sin cadenas cuando sus acciones nunca impiden que avance. El querer lo mejor para el otro es la mejor manifestación del cariño.

Es bueno que me digas esas cosas para yo saberlo y explicarte que papá no se fue porque seas malo o tengas algún defecto. Se fue porque decidió que no podía estar con nosotros y acompañarnos en nuestra aventura. Cada uno toma sus determinaciones libremente, nos puede haber causado mucho dolor, pero no nos define como personas, hijo mío. No hay nada malo en ti o en mí que justifique su ida, pero tampoco hay que tener rencor por lo que hizo, hay que aprender a querer a los que tenemos cerca porque no sabemos cuándo se irán y perdonar a los que nos causaron dolor porque nos ayuda a ser mejores personas.

Tú no eres malo, eres mi hijo, el más preciado tesoro que tengo y sé que con empeño lograrás ser quien quieras ser, pero en especial una mejor persona. Ahora ve a hacer tus tareas y luego puedes ir a jugar.

—¡Gracias mamita! ¿me das un beso?

—Claro que sí, te doy mil.

¡Hasta luego amiga!

mano adios

Yo no sabía que se iba una gran amiga de mi familia. Me tomó por sorpresa la noticia. Deben saber que para un niño como yo de casi TRES años, pues hacer amistades es importante, no a cualquiera se le regala una gran sonrisa o un abrazo, no señor.

Para hacerme amigo de Regina, pasó un buen tiempo. Ella me conoció desde la pancita de mamá, es más, ella conoció a mi Papá mucho mucho tiempo atrás, algo así como cuatro años antes que yo naciera, para mí eso es un montón de días y semanas y meses que ya me cansé de imaginar cuanto es, jejejeje.

Para cuando yo nací ella estuvo allí. Preguntando y escuchando con el tiempo quería saber qué era ella, es decir, a mi alrededor había familia como tíos, abuelitos, primos y amigos, pero sentía que ella era algo especial.

Mi Papá y mi Mamá, algunas veces, me llevaban a visitarla y era divertido, porque ella tenía unos libros muy ordenaditos que me dejaba apilar en una torre grande, claro, luego mi Papá tenía que volverlos a poner a su lugar pero me daba el gusto y ella me sonreía todo el tiempo, así que supongo no se molestaba, aún cuando también dejaba el piso lleno de migajas de galleta.

Recuerdo también que en algunas ocasiones mis papás me llevaban a lugares donde mucha gente se reunía para escuchar a otros contar “experiencias”. Cuando hablaba mi amiga Regina me gustaba alcanzarla y que me cargara y que me diera el micrófono para poder hablar. No sé porque mi papá siempre llegaba para separarme y llevarme a pasear, cuando lo que yo quería es decirles a todos que escucharan a Regina porque lo que decía era importante y que prestaran atención y que no se distrajeran con cualquier cosa, eso quería decirles pero a veces mi Papi es pues inoportuno.

Y es que mi amiga cuando decía algo siempre eran cosas buenas, como eso de amar a todos por igual o de respetar las opiniones de los demás. Como yo crezco muy rápido, con el tiempo comprendía esas cosas, además yo trataba de ponerlas en práctica.

Pero, un día, me dijeron que mi amiga partía a una nueva aventura, en otra ciudad. Me puse algo triste porque me dijeron que ya no la vería por un tiempo más. Ella es una experta en el arte de amar y yo quería aprender más con su compañía. Pero también me contaron que vendría una amiga nueva, con quién compartir también esas sonrisas que me encantan me ofrezcan las personas.

Se deben sorprender que un niño pequeño como yo comprenda lo que es una despedida y no llore o haga berrinche, pero, como dice mi Papá, en esta vida no podemos andar aferrándonos a las personas como si fueran de nuestra propiedad, como un juguete, sino que debemos quererlas mucho el tiempo que están con nosotros. Por eso no me pongo triste sino que le digo a mi amiga Regina: ¡Hasta luego! Porque sé que nos volveremos a encontrar y seguir siendo tan buenos amigos como siempre.

Los huecos en el balcón

balcón Alca

El bebé tendría nueves meses y gateaba que daba gusto. La casa era de un solo cuarto grande en el primer piso, el cual fuera una tienda en tiempos idos y ahora alojaba a la familia de la nueva obstetra del pueblo. El segundo piso no servía para habitarse y solo se usaba como almacén de maíz, para secarlo extendido. Las gradas de piedra y adobe que conducían a ese recinto sin puerta eran la delicia del pequeño y se ubicaban en el patio interior. Su papá, su mamá y su hermano mayor de ocho años lo sabían y evitaban de mil maneras que sus manitas agarraran el primer escalón, ya que a velocidades de ternura subía las gradas y podría desbarrancarse en alguna oportunidad.

La vida es apacible en un pueblo donde la existencia se detiene en la modorra de la mañana y parte de la tarde. No ofrece mayores riesgos para los adultos, salvo las fiestas patronales y alguna que otra trifulca con los caballos tercos, los toros de lidia, el arado que no avanza, los amores de tarde en la plaza o alguna molestia estomacal que los llevara de urgencias a la posta. Mientras no pasara nada de eso todo era consumir lentamente los minutos al son del vuelo de los moscardones y su taladrar constante de cualquier objeto hecho con madera, en especial techos, vigas y parantes.

Esa lentitud de vida está bien para los grandes, pero para un bebé ansioso de explorar su mundo no es así. Pero ese día está durmiendo a la una de la tarde, luego de tomar leche, para alivio de la madre que tiene que ir al trabajo en el centro de salud  y que lo arropa y sella todo atisbo de luz solar entrante mediante periódicos, mantas y demás bloqueadores para crear la artificial obscuridad en el cuarto. Dentro de diez minutos llegará del colegio el otro hijo y cuidará al pequeño, por la tarde arribará en la combi el padre y ella llegará por la noche, así es la rutina diaria.

Un zumbido despierta al pequeño.

La puerta al patio interior (y a las escaleras) no estaba bien trancada.

A un costado de la casa está la comisaría y allí descansa el teniente Fernández. No hay mucho que hacer ese día así que reposa de la guardia de la noche. Una voz se cuela entre la pesadez del calor y llega a sus oídos somnolientos. Trata de no hacerle caso pero instintivamente se para y sale a la puerta principal.

Al llegar tarda un instante en acostumbrar los ojos a la brillantez del día y mira asombrado la escena que se le presenta.

Allí, a menos de un salto esta un pequeño de ocho años, el hijo de la nueva obstetra, con los brazos en alto dirigidos hacia el balcón de la casa.

—¡Manito no te sueltes manito! —es el ruego que hace.

El efectivo eleva la mirada un poco y ve al bebé colgando del balcón, sus manos están agarradas increíblemente soportando todo su peso.

El instinto lo hace moverse.

Los dedos del pequeño no aguantan más y cae en medio del grito de su hermano, el cual se siente empujado a un costado por una fuerza irresistible.

El teniente logra atrapar al bebé justo en la caída y lo abraza. El otro niño se levanta raudamente del suelo y estrecha con sus bracitos al policía.

Por la noche, al calor de un pisquito y gaseosa, un caldo de gallina y muchas risas, se cuenta una y otra vez la anécdota. El bebé duerme plácidamente en su camita, soñando nuevamente en remontar las escaleras y alcanzar por fin a ese animal misterioso que entra y sale de los huecos de las maderas del balcón.

El material del que está hecho el universo


mama y yo en la playa remaster

¿De qué materia está hecha tu memoria?

El pasado es irremediable, no se cambia por más que intentes. Es un barco que ya zarpó, solo tienes control sobre tu presente y depende de este lo que resulte el futuro. Y existe esa foto. En ella está mi madre, bella y joven. Siempre fue, es y será así para mí. Está la foto y no miente, ella está triste y yo también.

No se puede explicar el contexto sin contar recuerdos que se tergiversan con el tiempo. Nada fue totalmente feliz, nada fue totalmente triste. Fue un viaje intempestivo y en solitario junto con una amiga y otros acompañantes. Tenía cinco o seis años, me habían rapado la cabeza, no era muy sociable con los de mi edad, pero con los adultos era un hablador incansable, como queriendo desesperadamente que me acepten. Pero la realidad está allí en la foto, estamos tristes ambos. Ella, pues por muchas cosas… aún en los mejores momentos quisiera que se borre esa tristeza que llevamos en la familia como un síndrome que saca la mayor de las ternuras, pero que igual nos opaca en los momentos cúlmenes.

¿En qué sitio guardas el amor y la trascendencia?

Pero está el barco. El motivo de la foto fue eso, el barco anclado cerca de la playa en Mollendo. Alguien quiso tomarse unas con el espectáculo naviero y la cámara de rollo funcionó a la perfección. De ese día de repente si hago el esfuerzo supremo aún me queda el sabor a mar en los labios, el viento helándome la cabeza, las manos de mamá aferradas a mí. Eso es lo que quedó en el tiempo, nuestros dedos entrelazados en algo que solo ella y yo comprendemos y que se forja en la vida cuando dos seres tienen que atravesar el infierno juntos para resucitar.

mathias y yo playa

Y allí estoy de nuevo. Con treinta y siete años, en un viaje nuevamente intempestivo hacia la playa de Mollendo. Y nada me recuerda el viaje de mi niñez hasta que, ver la nave allí, me abre el corazón de manera inexplicable y me recuerda ese pasaje y la foto como prueba material que la vida te devuelve momentos trascendentales en los instantes menos pensados.

¿Cuál es la fibra que sostiene tu esperanza?

Mi hijo tiene cinco años y meses. Desde bebé tengo la costumbre de mirarlo largamente, como adivinándome en él, con la aprensión del primerizo y la tortura del que no puede creer en la felicidad gratuita, sin que nadie venga a cobrar. Y está allí, jugando con las olas y chapotea, salta, se emociona, brinca y se moja, nos moja a todos y pide una y otra vez que lo lleve a las olas, como si en ellas encontrara el secreto de la inmortalidad.

Y estoy allí, pidiendo la foto, con la excusa del barco claro, pero en sí es inmortalizar ese momento. Mi hijo no está triste por ningún lado. Estoy solemne. Él me abraza sin pedirlo y sonríe como solo él sabe hacerlo. En la nueva instantánea digital él juega con sus pies y la arena, yo tengo la parada del papá que protege su tesoro. Ambos construimos un recuerdo que solo el tiempo nos dará respuestas si encajan en la materia de la que está hecha nuestra aventura por la vida o simplemente es el instante fugaz de la felicidad plena.

Yo estoy conmovido por la fibra primigenia de los recuerdos, liberado de esa parte triste de la foto, reconciliado con el mar y el barco, con la vida y el silencio de los años, revertido todo por el nuevo momento que se abre paso, el de la justificación limpia, la nueva foto y la antigua, ya no para recordar alguna tristeza sino solo para contrastar edades, aventuras y felicidades.

Y guardo la foto para que ella la vea y se emocione, para que me mire de nuevo y como siempre, en nuestros ojos soñadores haya esa luz cómplice, porque de eso está hecha la existencia, de fugaces alegrías y constantes reencuentros, de arena y barcos que zarpan pero, gracias al círculo del universo, a veces esos barcos del pasado regresan y hay una segunda oportunidad de cambiarlo todo… gracias al dueño del mar por eso.

Los colores

 

multicolores

Juanito M. me llamaba las tardes de los sábados a su casa a jugar. Era un amigo que conocí en el jardín de niños. Llegaba hasta el techo trasero de su vivienda inmensa y me llamaba a grandes voces hasta mi casita de pocos cuartos y gran huerta. Yo iba contento porque sus juguetes eran lo máximo: tenía autos de carreras, el castillo de los Thundercats, las figuras de acción de He-Man y muchas cosas más recontra finales de los ochenta.

Nunca le tuve envidia porque comprendía que algunas familias tenían mejor capacidad económica que otras, como siempre me había explicado mi madre. Estimaba mucho a sus papás que me trataban bien y me invitaban siempre el té con cosas ricas, me llevaban de paseo en muchas ocasiones y sus hermanas me hacían jugar también. Aunque a veces sentía que me tomaban el pelo, un poco por mi provinciana inocencia, un poco por mi entonces introvertida actitud.

Los años pasaron. Un día, en que me llamaron y fui con unas ganas medias raras. Ya no aguantaba como antes las bromas a mi callada actitud o los aspavientos con que anunciaba mi amigo sus nuevos juguetes. Ese día me sorprendieron su papá y él mostrándome de arranque una paloma multicolor. Estaba llena de matices brillantes y se le veía asustada. Me preguntaron qué pensaba. Ya estaba algo maltón y sin ganas de seguir juegos y les contesté que no sabía.

—No seas tonto, las hemos pintado nosotros —me dijo un poco exasperante el Juanito M.

Respondí mirándoles a los ojos a los dos —Pues espero que la despinten porque se ve triste y asustada.

Lamentablemente sé, porque no volvieron a hablar del tema nunca más, que no lo hicieron. Poco tiempo después dejé de ser amigo de esa familia.

Paloma

enamorando

Después de un drama familiar, llegué con mi madre a Villa Rica, pueblo cafatalero ubicado en el centro del país, en plena ceja de selva de Pasco. Ella hacía su SERUMS, su servicio rural antes de optar por el título profesional de obstetra. No haré largo el tema, pero debo confesar que fue uno de los años más maravillosos que pasé en compañía de mi progenitora.

En fin, que puedo decir, era un arequipeñito suelto en plaza, es decir un personaje que inmediatamente y sin querer concitó algunos intereses. En ese tiempo aún quedaban los restos de mi introspectiva forma de ser. Poco a poco, a punta del ambiente alegre de la zona, mi hosca actitud cambió. A los 11 años se es buen tiempo para abrirse a los demás.

La doctora y la odontóloga del Centro de Salud del entonces IPSS, vivían en una casa multicuartos de madera, vecina a un aserradero, cuyos dueños eran también los responsables de 6 niñas de diferentes edades, las cuales inmediatamente a pocos días de mi llegada y conocimiento, me acogieron en sus juegos. Una de esas bulliciosas chicas se llamaba Paloma. Su historia de abandono de padres y rebeldía la fui conociendo poco a poco y, claro, se convirtió en mi amor cuasi púber, en esa ilusión que te carcome el estómago y te hace hacer y decir sonseras frente a ella o tratar de lucirte sin sentido.

No podía saber si ella correspondía a mis sentimientos, era un cercado de alambres su genio, a veces explosiva, a veces dulce, a veces callada, a veces triste y siempre en actitud desafiante. Me la imaginaba como solo un niño de amor puro puede, recuerden, así, con esos pensamientos en los que el beso era la cúspide de todo anhelo, pasear de la mano era algo que cosquilleaba y escribir cartas que luego se rompían inmediatamente, era la práctica usual.

Para finales de diciembre, las amenazas de terroristas en contra de mi madre, en busca de que proporcione medicinas, eran ya de marca mayor y ante la insinuación de que se las cobrarían conmigo sino entregaba los suministros, hizo que los planes para mi salida fueran de urgencia. Ya no podía salir solo a la calle y ni pensar en visitar a mi amiga. El último día, a pocas horas de viajar, me llegó una carta, conteniendo varias minicartas, pedazos cortados de papel de block escolar, pintadas con colores, con frases sencillas: te quieros, te extrañarés, adioses esperanzadores, pululaban. La carta central, hablaba de bellas cosas, sí, cursis, ¿Qué pueden esperar de niños de once?.

Quisiera contarles que me arriesgué a salir sin compañía a encontrarme con ella y regalarnos ese primer beso… pero no fue así, alcancé a escribirle una carta también confesándole mi amor escondido durante meses y luego viajar, triste, pero a la vez contento, contradictorios sentimientos que uno atesora en el corazón y que luego, al evocarlos como ahora, arrancan una sonrisa traviesa.

Las alas

VOLADORA

Era una bicicleta Goliat serie Bronco, de segunda generación en montañeras, con 18 cambios, cachos y suspensión delantera. Lo más bello era que estaba pintada de blanco en fondo, con grafitis en líneas aleatorias de colores fosforescentes, pero de aquellos chéveres, no verdes ni amarillos, sino violetas, fucsias, rojos… Sin pensarlo le puse de nombre “La Paloma”.

Volaba en el asfalto como una bala y los cambios funcionaban cual máquina inglesa. Podía hacer 25 minutos a toda carrera de Mariano Melgar hasta Huaranguillo, es decir de punta a punta de la ciudad. Esa época fue escandalosamente  superior… como explicarlo… 15 años tenía yo, en plena forma que dan las hormonas naturales de crecimiento, con amigos en todas partes y con una súper bicicleta… ¿Se podía pedir más?.

En una ocasión, bajando a toda velo la avenida Lima, una camioneta me agarró la llanta posterior, salí disparado, pero la saqué barata, dos rasmilladas y la conmoción, pero La Paloma… indemne, la llanta soportó el impacto y una rayadura sin mucha consideración le hizo como un galón al esfuerzo.

No pasó ni dos meses desde el último pago de las mensualidades, cuando me la robaron del mismo interior de la casa… Los sentimientos encontrados de frustración e ira no se me calmaron en meses. Ahora que lo pienso, por esa razón dejé a mis amigos de Huaranguillo, ya no había motivación para ir en bus, el ejercicio dejó de interesarme, pasó años antes que me animara a comprar algo de tanta inversión, la confianza en los inquilinos se desvaneció, de bicicletas nunca más se habló…

Pero aún tengo el recuerdo de ser el dueño del viento, de volar en el asfalto, de sentir la libertad, en especial, bajando con los brazos extendidos por toda la avenida Sepúlveda… extraño esa sensación y si cierro los ojos, aún puedo imaginarme surcando el universo en mi poderosa nave adolescente…

Frazadazo

violacion

Cuando le dictaminaron nueve meses de prisión preventiva en el Penal de Socabaya, sintió que todo se le derrumbaba. Regresaría al lugar de donde salió el 2005. Por reincidente lo pondrían en el Pabellón D.

Durante todo el día sufrió un colapso estomacal que lo llevó a estar pegado a la letrina del baño comunitario. Un frío terror lo invadía.

No le dieron un catre, solo un colchón por el que pagó 20 soles y una frazada sucia y maloliente.

—Primero pagarás piso niña antes de tener tu catre —dijeron varios de los reclusos.

No tenía pinta de infante, al contrario, aparentaba los 43 años que cumplió hace poco. Su rostro cetrino con marcadas arrugas, presenta una nariz abultada, labios caídos, hasta lascivos se diría, barba y bigotes ralos casi inexistentes. Las manos son algo rugosas, propias de un taxista como él. Los ojos apagados por sus cejas pobladas.

La primera noche sufre de sobresaltos continuos, esperando que lleguen los demás para ultrajarlo.

Sabía que lo harían en algún momento. Porque él lo había hecho ya.

Claro, no había abusado de algún reo. No. Había cometido sus crímenes contra adolescentes desprevenidos, esos que en afán de paseo o de encontrar un lugar donde besarse y acariciarse, bajaban al sector de Chilina, en el río de la ciudad. Un lugar con “chacras”, árboles, full naturaleza que invitaba a paseos largos y románticos, a aventuras de campamento rápido. Era de tradición adolescente el paseo a ese sector, en grupos, llevando algún plato preparado y gaseosa, hasta un “trago” de repente. Los días especiales eran los feriados, los fines de semana. A esos grupos los esquivaba él y sus compinches. Eran demasiados.

En cambio las parejitas fueron su especialidad. Con paciencia gatuna, mientras tomaban un combinado de pisco y gaseosa, aguardaban entre los arbustos, “chequeando” el vallecito. Cuando detectaban a los infortunados, los seguían cual pumas, para sorprenderlos, golpearlos, robarles sus pertenencias, amarrarlos y luego abusar repetidas veces de las casi niñas en su mayoría. La mano encima de la boca, los insultos gruesos, las amenazas de muerte, todo lo que significaba sentirse poderoso, invencible, dueño de la vida y de la muerte de sus víctimas.

Pero ahora, tirado en la esquina del pabellón de alta peligrosidad, no se sentía poderoso. Orando trataba de menguar en algo el miedo que lo sacudía, intentando la compasión de cualquiera que oyera sus rezos apagados. Sus lágrimas que desbordaban eran seguidas de pequeños gemidos. La tormenta en su cabeza se alteraba e incrementaba con algún ruido, un rechinido de catre, o un ronquido fuerte. Así transcurrieron las horas.

Ya pasadas las tres de la madrugada, se tranquilizó algo. Pensó que adentrada la madrugada no le harían nada y no se atreverían a tocarlo de día. Suficiente tiempo para que su compadre le trajera el dinero para aplacar el castigo de bienvenida que en la cárcel aplican a los violadores como él, denominado “frazadazo”. Le pidieron mil soles para que lo protegieran, solo si lograba salir indemne de la primera noche. Pensando eso descansó los ojos, relajó el cuerpo, se acomodó en el colchón casi plano por su peso y trató de dormir.

No sintió en que momento lo voltearon boca abajo y le pusieron ese trapo asqueroso entre los dientes, solo sintió que la frazada que antes lo cobijaba ahora estaba apretándolo contra el colchón. El peso de varios cuerpos lo tenía sólidamente quieto. El terror lo invadió, quería que alguien hablara, que dijeran que solo era para meterle miedo para que pague más dinero, intentó suplicar pero el trapo estaba bien metido. Nadie hablaba, eran sistemáticos, como si ya lo tuvieran todo calculado.

Un dolor indescriptible lo asaltó de pronto y continuó durante muchos y largos minutos, creciendo a cada instante, llenado todo su ser.

A las cinco de la madrugada, cuando el sol ya clareaba, los guardias lo arrastraron a las duchas para que se lavara la sangre y otros líquidos que lo cubrían.

Un Ángel en el Cielo

Alfredo en la Mariápolis Lia

Mi Papá está triste. Hace muchos días atrás se enteró que uno de sus amigos que dice vive en un país grande, muy grande llamado Brasil, estuvo enfermito de la misma cosa mala que le dio a la bisabuelita Hilaria, esa que le hizo caer el cabellito. Cuando contó eso a Mamá estuvo algo triste varios días.

Es raro pensar que tus papás tuvieron una historia antes de que tú nacieras. Yo por lo menos a veces pienso que mis papis existen desde que yo existo, es algo raro enterarse que antes de uno hicieron cosas o viajaron. Justamente Mi Papá conoció a este amigo cuando viajó a un país con mucha carne y algo llamado “mate”. Argentina dijo que era.

Dice que cuando conoció a este muchacho lo que más le llamó la atención fue su humildad y compañerismo, con mucho apetito como él. Que también tenía problemas y que intentaba resolver sus propios dolores, pero antes que todo, se lanzaba a amar. Ummmh no entendí eso, pero creo que es como cuando mi Mamá a pesar de estar cansada, lo deja atrás para prepararle la comida a Papá, o como cuando mi tío José Alfredo arregla su cuarto a pesar que también debiera hacerlo mi tío José Manuel. Si es eso el “lanzarse a amar”, pues ese joven amigo de mi Papá me agrada.

Mi Papá está verdaderamente triste hoy. En la mañana le informaron que su amigo estaba muy malito, con mucho dolor. En la tardecita cuando regresó del trabajo, ¡Pobre mi papaíto!, nos contó que su amigo ya estaba en el Paraíso. Creo que se refería donde también debe estar mi bisabuelita.

A pesar de que estaba decaído mi Papá, se sentó contarnos que en los últimos días, este joven había tenido mucha fuerza y que los dolores los había sabido afrontar. Nos contó que en varios países sus amigos que había conocido en la Argentina, hicieron pequeños sacrificios para darle fuerza y aliento, como cortarse el cabello, algunos con oraciones a Diosito, otros ofreciendo los dolores del día para que se recupere.

Yo la verdad pensé que era triste que todos ellos ahora piensen que no dio resultado nada de eso, y hasta ya me daban ganas de llorar. Pero Papá dijo que a pesar de todo estaba orgulloso. ¡Sí!, algo raro ¿No?. Pero así lo dijo, porque explicó que este joven, a pesar de su corta edad, había unido en un aparente dolor, a muchos otros y les había demostrado que todo es posible, hasta vencer el dolor pudiendo estar alegre, porque cumplía lo que Dios quería de él. Para eso estaba yo confundido, no entendía esas palabras, pero creo que significan que ese muchacho había sido valiente y quería que todos los que estuvieron con él en estos tiempos también lo sean.

¡Mi Papá ya no está triste!. Creo que hasta está alegre. Debe ser, porque cuando un verdadero amigo lo es, se debe alegrar de las cosas bellas que le pasan al otro y debe ser bello que ahora mi Papá cuente con un ángel en el cielo que lo animará a ser valiente cada día!!!!!.

 

Treinta minutos perdido

Manuel y yo

Ya habían pasado quince minutos desde que envió a su hermano pequeño a comprar chicha. La casa donde siempre adquirían la “cantarilla” del líquido refrescante hecho de maíz morado, no distaba más allá de dos cuadras. En menos de diez minutos se hacía el recorrido.

El hermano mayor salió a la calle a ver si estaba por llegar el pequeño de nueve años. El almuerzo estaba listo en la mesa y justamente para tener algo que tomar es que mandó al niño a traer la bebida. En los días anteriores fue en dos ocasiones a comprar con él a la casa donde la vendían. El pequeño recién tenía medio mes de vacaciones en la ciudad.

No llegaba y ya eran veinte minutos.

Sin saber que hacer dejó la puerta de latón de la calle juntada y emprendió el camino por donde le había enseñado a ir. Cuando llegó a la casa donde vendían la chicha no lo encontró. Llamó a la puerta y nadie salió.

La angustia se acrecentó.

En ese momento ya no sabía que hacer, la esperanza de que hubiera tomado otra ruta lo animó a salir disparado hacia la casa. Al llegar encontró la puerta como la dejó, por solo comprobar entró a la casa y a gritos llamó al pequeño.

Salió nuevamente.

Llegó a la esquina y se paró en seco, intentando pensar. Por la mañana había reñido a su hermanito por no haber tendido la cama. De repente estaba enojado con él, pero no creía que fuera suficiente para que se escapara, menos con un solo sol que le dio para comprar. El pequeño recién estaba dos semanas en la casa, llegado desde la tierra de sus padres a pasar las vacaciones de verano con él. No conocía para nada la ciudad. La idea de que un depravado hubiera captado a su familiar lo asaltó de pronto y un dolor incompresible se le formó en el pecho y en la cabeza, pulsando. No sabía que hacer. En esa época no existían celulares, no tenían teléfono en casa, no tenía familiares en el barrio y no aparecía por allí ningún conocido como para dejarle el encargo de esperar.

Fueron tres minutos de impotencia total.

Pensando en otra solución y razones, llegó a la conclusión que realmente no lo había reñido tan duramente por no tender su cama, total, eran vacaciones, sino que su cólera se manifestó de esa manera porque estaba acumulando una furia desde hace meses, quizá años. En ese momento comprendió que no era feliz como estaba, en una carrera que no le agradaba, sin pareja, sin dinero que le alcance, sin saber cuál era el rumbo de su existencia. Pero eso en nada justificaba que volcara en su pequeño hermano sus frustraciones, todavía siendo un chico alegre que lo admiraba y siempre quería hacer lo que él hiciera…

El sollozo lo asaltó como un golpe en el estómago, sin misericordia el dolor de imaginar a su hermanito herido o peor: atacado, le nublo el entendimiento, se sacudió la cabeza e intentó pensar con claridad, volvió a la puerta y la trató de asegurar como para que solo con empujarla pudiera entrar su hermanito si volvía. Luego corrió a la esquina para cruzar la calle y empezar a buscarlo por el barrio, empezando desde abajo y en las calles paralelas.

De pronto por la esquina de una de las calles apareció el pequeño con la jarra en mano.

Corrió hacia él. Al llegar lo abrazó, no sin antes notar que su hermanito hizo como un gesto de sorpresa, de repente imaginando que le iba a dar un golpe o algo. Se sintió peor, si aún cabía.

—¿Qué pasa manito?

—Nada, nada, solo me preocupé un poco porque no llegabas.

—Sí, es que no salía nadie de la casa donde venden la chicha, pero me acordé que acá abajo hay un restaurante que tenía un cartel donde decía “chicha” así que creí que también me la vendería.

—¿Así? Y que pasó.

—Pues llegué acordándome y a la señora de la cocina le di la jarra y el sol, pero me dijo que no tenían azúcar, si podía esperar y esperé, pero ya pasaba el rato, le dije que me diera nomás sin azúcar ¡Y me llenó hasta arriba la jarra! ¿No te molesta no manito?

—Para nada, ven vamos a almorzar, ya le echamos azúcar en la casa.

Los dos hermanos retornaron abrazados al hogar.

El niño en la playa

Aylan, un ángel sirio

Solo puedo imaginarte, Aylan. Alguna vez casi me ahogo en una piscina, la desesperación me inundó. La tuya fue mayor, fue infinita. La balsa en la que viajabas era para cuatro personas, subieron el doble. Tu padre y tu madre y tu hermano estaban en ella. El círculo de la protección familiar. Me imagino que estabas allí con ellos, lleno de miedo, pero la mano de tu padre estaba entrelazada con la tuya. Esos dedos que muchas veces te acariciaron el cabello, te dieron alguna palmadita en los cachetes, esos dedos que trabajaban para darte de comer, estaban allí, cerrados alrededor de los tuyos de tres años.

Luego… la obscuridad.

Abdullah Kurdi, tu padre está narrando a quién le quiera escuchar que su objetivo era llegar a la isla griega de Kos, huyendo de Siria, tu país, el cual es azotado por una guerra cruenta y devastadora, tan dura que forzó la decisión de tus padres a huir, buscar refugio lejos, para que ustedes no murieran. Cruel ironía. Pero debes saber Aylan que cuando un padre se enfrenta a fuerzas que no puede controlar, que amenazan a su familia, puede cruzar océanos, vender hasta lapiceros con tal de que estén a salvo. Esa esperanza no se mide en control de daños, países con fronteras inmisericordes, políticas nefastas en ayuda humanitaria y corazones de hierro mercader. No es necesario que me entiendas, es más para los que tratamos de entenderlo, compartir en algo y justificar su desesperación que lo obligó a subirte a una barca, teniendo una certeza de que en el mar estarían más seguros que en tierra.

Y allí estabas Aylan, un segundo agarrado a ese padre que tenía la esperanza puesta en su decisión y luego estabas cayendo a las frías aguas. Imagino que el impacto te sacudió. De tu garganta salieron gritos, que el agua empezó a ahogar. Que braceaste en un reflejo natural, pero las olas te envolvieron. Poco a poco te dejaste ir. Allí quisiera detenerme pero no puedo dejar de imaginarme tu dolor, tu temor, tu angustia… tu desesperación.

Después la paz y el mover de tu cuerpo libre en el mar hasta que la marea te depositó, con algo de suavidad, en la estación balnearia turca de Bodrum. En ese lugar te halló Nilufer Demir, fotógrafa. Ella estaba allí justo para verte y que se le helara la sangre. Ella le cuenta a quien quiera escucharla que no podía hacer nada por ti, que lo único que podía hacer es tomarte fotos que, en pocas horas, han dado la vuelta al mundo y te han hecho famoso, Aylan, todos hablan de ti.

De lo que no hablan Aylan es que desde el 2011 varios países árabes como Egipto, Túnez o Yemen estaban en un estado de guerra. En tu país Siria las personas salieron a las calles como sucedió en Daraa, Alepo, Homs o Damasco reclamando libertad, democracia y derechos humanos. Sí, lo sé, son cosas que no entiendes, pero necesarias para saber que esos pedidos no fueron escuchados. Por eso la guerra arrasó con los pueblos de tu país. Pero preguntarás ¿Recién con mi foto se sabe eso? Y me da pena decirte que eso ya lo sabíamos, que decenas de periodistas han tratado, a 50 euros la nota, dar a conocer esta cruel guerra, pero solo recibieron sonrisitas y no, no, no, repetitivo, tanto que ellos mismos han muerto tratando de decirle al mundo lo que pasaba. Pero solo que tu foto, esa donde estás recostadito como si estuvieras durmiendo la siesta, la que recién nos ha sacado la venda de nuestros ojos, por lo menos hoy Aylan, eso ya es mucho pedir en el estado de ignorancia mediática en que vivimos.

Fuiste portada Aylan y hasta un debate sobre el morbo y la exposición de tu foto hubo. Hasta algunos corazones mercaderes se han ablandado y de repente se abren las fronteras y se entrega ayuda a los desplazados como fueron tu familia. Pero tu papá está destrozado, y llevará tu cuerpo, el de tu mamá Rehan y el de tu hermano Galip para enterrarlos en su Kobane natal, donde sabe también morirá. No, no es malo decirlo así, todos moriremos alguna vez Aylan, algunos enfermaremos y nada podremos hacer, otros en un accidente que no podremos evitar, de repente y con suerte moriremos en nuestras camas y alrededor nuestros seres queridos estarán, no moriremos como tú y tu hermano, porque no tenemos tres y cinco años, porque no tenemos que huir de un país en guerra, porque no estaremos en una barquichuela de noche aferrados a los dedos de papá y cuando de pronto nos soltemos, la vida se nos irá en el momento incompresible de perder la fe en todo a nuestro alrededor, no Aylan, no moriremos así y ¿Sabes?, cuando supimos de ti, por el facebook, por el morbo de las noticias, por las repeticiones infinitas de tu cuerpo en esa playa de Turquía, muchos hemos muerto un poquito contigo también.

Adiós Aylan, duerme en paz.

Entre los segundos

pistola

El niño está encerrado en su cuarto. Allí, acurrucado contra la pared, un sudor frío le baja por la espalda. El niño siente el peso insoportable del arma que sostiene con las dos manos, mientras, murmura una oración sobre un ángel de la guardia y su dulce compañía. El fierro es una automática calibre 38.

No puede evitar el temblor en los dedos, por lo que se aferra con más fuerza a la pistola. La agarra como lo haría con una raqueta de frontón, o un helado, o un mando de videojuego. Por una milésima de segundo piensa en arrojarla y dejar que lo maten, pero entonces recuerda que abajo, en el primer piso de la casa, están los cuerpos acribillados de sus padres y de su hermano mayor. De toda su familia.

Y es que cuando empezaron los disparos —hace siglos, hace unos segundos tal vez— bajó las escaleras, asustado por el barullo de guerra. A la mitad se detuvo, justo a tiempo para ver como el cuerpo de su hermano, el Chirolo, se convertía en un amasijo de carne informe a consecuencia de la certera lluvia de balas que entró por la ventana y lo arrojó contra los muebles de la sala. El tiempo pareció detenerse, o, en todo caso, hacerse más oleoso, casi estático, lo suficiente como para contemplar a sus padres, mirar su desesperación indescriptible al ver el pecho abierto y expuesto de su hijo mayor de 16 años cumplidos. Logró atisbar como sus progenitores se descuidaban en el acto reflejo de tratar de alcanzar al vástago en la caída, solo para recibir ellos también una ola de impactos. Todo ocurrió en esa infinitesimal duda que les hizo desatender las ventanas por donde los tiradores asesinos pudieron acertarles en las cabezas, en los hombros y finalmente en las espaldas descubiertas con el asombro cortado a tajo.

El niño vio todo a sus 11 años de inocencia de barrio. En el vacío inmenso que siguió, comprendió que sus familiares no se moverían más, no lo abrazarían, ni lo acariciarían, ni aún lo regañarían o corregirían. Se hallaba solo en el mundo a partir de ese momento fugaz en que un instinto oculto en sus entrañas le hizo desatender físicamente el cuadro de sangre y vísceras para entrar a la carrera en el cuarto de sus padres y sacar debajo del colchón el arma con la que ahora apuntaba trémulamente hacia la puerta de su dormitorio.

Sentía el peligro en sus venas, palpitando en un tuntún vicioso, uniforme, que le llevaba la certeza a su corazón de que allí estaban por entrar los que destrozaron su vida. Estaba completamente lúcido, tanto así que, a pesar del miedo que lo carcomía, sintió la furia animal de los pasos de esos desgraciados subiendo las escaleras.

Los segundos pasan lentamente y entre ellos se puede percibir el polvo estático del tiempo que no se apresura en la oscuridad del cuarto del niño. No se ve casi nada, pero si se presta un poco de atención, el golpeteo de un corazón se percibe como un diapasón in crescendo. Si estuviera prendida la luz del ahorro, o el poderoso sol entrara por las ventanas ahora cerradas, se verían estantes de madera empotrados en las paredes. En medio de sus vacíos utilitarios se encontrarían juguetes mezclados con plumones de colores. Los libros de cuentos llamarían la atención por lo usados, los álbumes de figuritas deportivas también saltarían a la vista, confundiéndose con los libros de texto escolares. Paseando la vista por entre los muebles, se hallarían varios polos del Melgar, dispersos entre la confusión de medias y chimpunes. Sin mucha atención se observaría el póster gigantesco de Paolo Guerrero, sonriéndole a su hincha privado. Con algo de atención clínica, se hallaría escondida, en la mesa de trabajo, entre notas y papeles de colores rasgados, una tarjeta de felicitación por el día de la madre, hecho con crayones y letras de molde. Es tan mayo que duele respirar.

La realidad se transforma en una foto tridimensional donde el principal fondo es el niño sosteniendo el arma de la seguridad. No logra entender porqué siente esa sensación de protección, pero la acoge con la incertidumbre de que valga de algo por favor, ya que siente los pasos llegando, las voces en susurros estentóreos dirigiendo y buscando en los demás dormitorios. Lo que ignora es que esas voces, tan entrenadas en el hablar sigiloso, son de agentes policiales. Esos tombos mataron a sus padres y a su hermano por algo tan ilusorio como es el dinero. Dinero que es la principal causa por la que se arriesgaron a entrar a mansalva y plomo a ese “hueco”. Lo que también ignora el niño, es que el que va a entrar a su cuarto es el sargento Minaya.

En la cara del enjuto y barbudo sargento, se pueden adivinar las preocupaciones mundanas de su actuar. Con algo de atención en las ropas puestas y previamente planchadas, se deduce que es un hombre de familia, o, en todo caso, que tiene una esposa que cuida de su limpieza básica. Lo que sería más obvio es que esa limpieza también trata de borrar de la ropa el aroma de otra mujer, la cual comparte con su consorte el renegar constante del genio irresoluto de Minaya, que nunca se decidirá en qué cama quedarse y que, mientras tanto, tiene que ocuparse económicamente de ambas. Esas son las mayores preocupaciones suyas en ese momento: cuánto dinero sacará de la jugada y para qué cosas principalmente derivar el pago. Suda frío, pero está seguro de su capacidad. Suda tanto como el niño con el que se encontrará dentro de un momento.

Pero aún ninguno de los dos se conoce. No saben que ambos están armados y que se apuntarán con sus armas. Lo que sí saben ambos es que la muerte entró en esa casa. Por una parte el niño cree que es por una injusticia increíble, ya que está más que seguro que su familia no hizo nada malo. Para Minaya, lo malo que hizo la familia que acaba de destrozar, no tiene mayor interés. Los padres del infantes sí desconfiaban de la maldad del mundo, en especial de los “rayas” y de los otros traficantes de la zona. Por eso a través de los años montaron un negocio de distribución de cocaína muy privado. Tanta era su desconfianza, que el dinero de las transacciones no lo dividían en partes y puntos, sino que lo guardaban en casa. Los policías de la zona supieron de una fuerte movida de 75 mil soles de la última semana. Suficiente para convencer de dar el golpe a 7 policías corruptos.

En el lapso de patear la puerta de la habitación del niño, uno puede imaginar que las cosas no tendrían que ser así. En otra situación el niño estaría caminando hacia la escuela comiendo sus lentejas de chocolate. Al llegar a la avenida Aviación, se detendría y saludaría al sargento Minaya, el cual lo ayudaría a cruzar la vía de alta velocidad. Al despedirse del niño, el agente recibiría unos cuantos dulces en la mano que comería con deleite travieso. En otra situación el niño no estaría apuntando su arma a la cara del sorprendido policía, quién a su vez también le apunta con la suya.

Mientras el gatillo es accionado y la bala busca su destino, los ojos del niño miraron fijamente a los del policía. Ellos preguntaron: ¿POR QUÉ? En esos ojos se vería, robando tiempo al poco tiempo que transcurre, toda la gama de acciones de venta de droga, de matanzas sin razón. De violencia respondida y revertida, de mujeres que sufren en un rincón, de adictos sin nombre perdidos en hospitales psiquiátricos, de zonas rojas sin justicia y de justicia sin razones. El niño formula todo un mundo de preguntas en el intersticio de los segundos mientras la Muerte baila a su alrededor. Pero no morirá ese día. Y es que los ojos del sargento miraron fijamente a ese niño que se parece tanto a uno de sus hijos, se parece tanto al Manolo, pensó. La vida se jugó en ese instante y quién dudó, perdió. Eso lo comprendió Minaya mientras sentía como la bala le iba atravesando la cabeza de lado a lado.

Después de caer el cuerpo del agente en el piso de la habitación, llegó a la realidad del silencio, la alarma intensa de las patrullas a todo sonar que se acercaban. Los vecinos temerosos alertaron a otros policías. Los compañeros del caído escaparon con el botín. Las calles eran de su conocimiento así que el distrito se los tragó en minutos.

El niño no lloraba. Las fuerzas lo acompañaron hasta dejar la pistola en el suelo. Luego de eso las preguntas se fueron disipando mientras llega a su corazón ese sentimiento contenido por el miedo que lo acompañará por minutos, horas, días, meses y años: la soledad.

Parques arequipeños: testigos de la historia

El pasear por el parque, un domingo por la tarde, es un arte que aún se mantiene en nuestra ciudad. Aún a pesar de la proliferación de centros comerciales, el arequipeño promedio visita estos lugares de encuentro, como repitiendo un ritual de nuestros ancestros

Texto y fotos: Sarko Medina Hinojosa

Tómese de ejemplo la Plaza Umachiri en el distrito de Mariano Melgar. Las historias que se pueden revivir entre sus árboles permanecen flotando en el aire, pese a las remodelaciones varias que ha sufrido en las últimas décadas. Véase a los ancianos conversando en las bancas, a los jóvenes paseando en bicicleta o en skate, a los grupos de danza practicando, a los niños en el pasto jugando con las burbujas y las mascotas correteando.

Parque Umachiri 1

Las generaciones se unen en los parques

Plaza Umachiri 2

Skaterboards hacen suyas las tardes

Plaza Umachiri 3

Punto de encuentro de la juventud, guste o no

Como si de antaño se tratara, la historia se repite y, si es posible, ese intercambio saludable entre experiencias se seguirá dando, entando la violencia urbana no nos quite la paz y nos vuelva cada vez más herméticos y huraños, metidos en nuestras casas y movilizados solamente en nuestros vehículos sin intercambiar aires.

Plaza Umachiri 4

Tradicionales vendedoras de golosinas aún mantienen la fe en los clientes

Plaza Umachiri 5

Las viejas glorias son recordadas en las bancas

Estos espacios, de tierra en un inicio cuando las urbanizaciones populares ampliaron el espectro urbano hacia la campiña, los cerros y los descampados, ahora pugna por vestirse de verde y atraernos para cumplir con ese ritual tan arequipeño de pasear. Porque costumbre era de nuestros antiguos el pasear no solo por la ciudad, sino por la campiña en carricoches tirados por caballos, llegando de visita a los espacios en Cayma, Yanahuara, Sabandía hasta el mismo Characato y ni hablar de Tingo.

Selva Alegre

Esas ganas de compartir un momento en familia animó, si se nos permite creerlo así, a que el urbanista  Alberto de Rivero desarrollara por el cuatricentenario de la ciudad en 1940 un experimento urbano que proponía un gran parque, 20 veces más grande que la Plaza de Armas mirando hacia el río. Con el tiempo, el Parque Selva Alegre se convirtió en ese punto de reunión inevitable en algún momento de nuestra vida como habitantes de ésta orbe.

Parque Selva Alegre 1

Acróbatas muestran sus habilidades

Parque Selva Alegre 2

Selfie familiar en el lago

Parque Selva Alegre 3

Y sí, el lago de Selva Alegre es un punto histórico

Mucho ha variado en este espacio verde que aún se conserva como pulmón malherido de la ciudad altamente contaminada. Mucho es lo que se pueden quejar sus detractores en cuanto a la limpieza, el tumulto que se ocasiona, los animales encerrados y el peligro constante de los carteristas. Pero con todo, sigue siendo el espacio (barato) con mayor afluencia para las familias.

Parque Selva Alegre 5

Opinión personal, mal ubicado este pequeño resguardo de animales salvajes, muy chicas las jaulas

Parque Selva Alegre 6

Familias enteras disfrutando de la tarde

Coda

Salir a pasear por el parque, una pichanguita con los amigos con cuatro piedras formando los arcos, encontrarse con la noviecita, ir a que el hijo aprenda a manejar la bicicleta, reconocerse como parte de una ciudad que sigue adelante y que conserva muchas tradiciones y relajarse por un momento del trajín diario, es un regalo que debemos fomentar. Los parques deben abrirse, no enclaustrase como prisioneros de guerras políticas. No hay nada más triste que un espacio de relajación verde con bancas y juegos, ausente de los gritos infantiles, de las voces cambiantes de los adolescentes, de las memorias de los abuelos. Ojalá esto lo tomen en cuenta nuestras autoridades y fomente esa vida de fin de semana, de manera alegre y sana, ¡A lo arequipeño!

foto del autor paseando por el paruqe Umachiri

Esta foto se tomó en 1984 en el Parque Umachiri del distrito de Mariano Megar y al cual se refiere en la primera parte de este foto artículo

La espera

secreto

Pasaban las horas y no llegaba ella. Pasaron los días y nada. Pasaron los meses, los años, los quinquenios, los lustros, los siglos, los milenios. Comprendió que nunca llegaría. Había algo de lo que no estaba enterado en la vida de quien fuera su esposa. Dejó de mirar la reja de entrada y se internó en el Paraíso.

 

 

¡A mi hermanita no la tocas!

Foto: Miguel Mejía Castro

Foto: Miguel Mejía Castro

—¡Hola!
—Hola pequeño, bienvenido.
—Ummmh no estoy seguro, pero quisiera saber si mi hermanita está bien, no la veo por ninguna parte aquí arriba.
—No te preocupes, gracias a ti a tu hermanita no le pasó nada.
—Ahhh bueno… ummmhhh.
—¿Quieres saber que te pasó a ti?
—Sí, es que siento que no la volveré a ver a ella ni a mis papás, siento mucha tristeza, pero también no sé, como que estoy tranquilo, pero confundido igual.
—Y no es para menos, gracias a que golpeaste fuerte con ese ladrillo al que intentó violar a tu hermana este no consiguió lo que quería. El sujeto luego te golpeó mucho y no sobreviviste. Al verte caído el delincuente escapó, pero lo atraparon después y tú viniste aquí para estar feliz esperando hasta que lleguen los que te quieren.
—Bueno eso creo que es lo importante, que ella esté bien, por mis papás… bueno… no sé… supongo entenderán… yo no quise dejarlos… yo… yo…
—Ven, ven aquí pequeño, no te preocupes, llora todo lo que quieras, los héroes también tienen derecho a llorar.

Nadie te enseña a ser padre

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Nadie te dice que sus lloros serán dagas profundas que te rebelarán el alma y querrás destruir la mitad del mundo buscando culpables sin saber que a veces un beso tuyo es mejor que la penicilina.

Nadie te cuenta que pasarás horas escogiendo su nombre y que al final de repente ni escojas el que pensaste pero que a lo largo de tus días ese nombre significará para ti la felicidad más plena, la tristeza más ajena, el dolor menos dañino, el orgullo gratuito cuando otros lo mencionen, será el amanecer por el que te romperás el lomo, el anochecer que nunca llega, la impronta de tu cruzada, la esperanza de tu inmortalidad.

Nadie te advierte que la espada atravesará tu corazón varias veces, cuando cae, cuando se enferma, cuando pierde, cuando le atraviesan su corazón, cuando no logra, cuando no vence, cuando se decae, cuando no come, cuando la fiebre lo ataca, cuando ese zapatito le quedó chico y ves que está creciendo, cuando ese abrazo al llegar a casa ya se diluyó en su adolescencia, cuando comete los errores que tú forjaste.

Nadie te prepara para la alegría de su primer diente, el misterio de su cabecita cerrando sus huesitos, la mirada pasmada cuando por primera vez te reconoce y la consecuente risita, ese primer paso que es más grande que miles de astronautas visitando millones de lunas vírgenes, las palabras que salieron limpias diciendo “Papá” (que valen más que el discurso del Nobel) o ese salto de fe, sin barreras, sin excusas, lanzado hacia tus brazos para darte el abrazo que hasta en la tumba recordarás.

Nadie te confiesa que cometerás errores que no podrás sanar, frases que salieron atropelladamente y que fueron más filosas que el acero de damasco, miradas que golpearon más duro que una piedra o desprecios que nunca asumiste y nunca pediste perdón. NO. Nadie te cuenta que tú serás el mayor verdugo y que no podrás evitarlo, porque te ganará el miedo de que falle, que se falle, que se dañe, que dañe.

Nadie te dice sobre esas noches en vela esperando que regrese con bien, cuando descubra lo que quiere ser y tengas que ceder, los océanos que los distanciarán cuando emprenda su ruta y los años que esperarás una llamada, un signo de perdón, un “te quiero papi” como cuando tenía cinco.


Nadie te prepara para ese momento en que, luego de miles de batallas, lo veas grande, inmenso, lleno de de sueños, de alegrías, de bendiciones y su felicidad sea la tuya.

No te cuentan que debes prepararte para de repente morirte sin decirle “te amo” y que tienes que hacerlo ahora, ahorita, antes que la vida te cobre lo que le debes, antes que miles de infiernos sobrecaigan en tu cabeza por ser el idiota más grande que por el puto orgullo que te manejas no puedes confesarle que es lo más importante que tienes, tu tesoro, y que nunca tuvo la culpa de tus errores, que es tu mejor parte, el top de tus empresas, lo único que vale la pena para que te recuerden.

Nadie te prepara para ser padre, porque nadie te enseña a amar, eso solo lo descubres amando, amándolos dando la vida, los sueños, los tiempos, tu sangre, tus huesos, tu orgullo y tus lamentos, tus metas y tus desvelos hasta que entregues el corazón para que habite en el de ellos y el sus hijos de sus hijos, amén.

La jirafas caminantes

pantuflas

Una tía me regalo unas babuchas que me gustan mucho. Tienen la cara de una jirafa, con sus adornos en la cabeza y sus ojos bonitos. Cuando me las pongo siento que camino sobre mi camita, así de blandas son.

Como a mi Papá le encanta hablar mucho, siempre le escucho comentar sobre qué son las jirafas, sobre sus cuellos laaaaarrrrgggooossss y sus patas igual de laaaarrrgggaaassss. A mí no me gustaría que mi cuerpo fuera así, me daría mucho trabajo estar agachando la cabeza o levantando los pies. Así como estoy me gusta ser.

Lo mismo me gustan mis babuchas porque son chiquitas como yo y hacen sonreír a todos cuando me las pongo.

Pero algo me quedó molestando, y es que siempre escucho a uno que otro de mis tíos, primos, papás o abuelos, que quisieran tener esto o aquello, parecerse a tal o cual, comprar eso otrito y eso de más allacito.

¿Porqué no quieren ser ellos mismos y ser felices con lo que tienen?. Yo estoy feliz siendo así, pequeño, aún un bebé, que ha comenzado a caminar y que se cae a veces porque no controlo del todo mis piernas. Soy feliz teniendo a mi papito y a mi mamita. Ahora nos hemos cambiado de casa y escucho que faltan varias cosas, pero para mí no hay mejor lugar que echarme entre mi Papá y Mamá en la cama haciéndoles reír.

Por eso me gustan mis babuchas, porque son ideales, no porque sean caras, ni siquiera sé cuánto de esos redondos que brillan tuvieron que dar por ellas, lo que me importa es que me las dieron con cariño. Así deberían estar contentos los demás por las cosas que tienen y si quieren algo más, pues a trabajar pero no quejarse.

Yo sé que no es fácil conseguir esas cositas redondas que brillan, si me lo preguntan, cada vez es más difícil encontrar alguna en el piso para chuparla. Ni les cuento cuanto tiene que hacer mi papá para conseguirlas, a veces hasta el fin de semana trabaja para eso.

Por eso yo como toda mi comida y me tomo toda mi leche, porque a mi Mamá le he escuchado que no hay que desperdiciar nada. Por eso cuido mis babuchas, no porque crea que no tendré otras, sino que son especiales. Con el tiempo sé que se desgastarán y yo creceré como tiene que ser, pero siempre me alegraré de haber tenido algo especial cuando era bebé, para que, cuando después esté triste porque no tenga uno de esos aparatos que se ponen en la oreja y no se sueltan, me acuerde que tuve dos jirafas compañeras que me alegraban el día a mí y a los demás.

Líbrame de mis cadenas

pajaro

Inmediatamente sintió como sus manos cambiaban. Sus dedos que antes rozaban sus lágrimas se iban llenando de plumones, pequeños cañones de los cuales salían hilos que se emparejaban ante un centro como de caña hueca. Su piel se erosionaba ante el ímpetu de la transformación y el crecimiento de esos cañones. Sus huesos se aligeraban, se sentía menos pesado pero más conciso. Sus ojos perdían pestañas y las cejas se volvían una nada. Su rostro se adelantaba teniendo una estructura más ósea en vez de nariz.

Segundos antes la muerte era su destino, lanzado contra el vacío del abismo de la calle por ese hombre que nunca le dijo “hijo”. Ahora, en un incomprensible estado, el tiempo detenido, su cuerpo que lentamente caía, cambiaba. Él cambiaba.

Finalmente, transformado en algo incomprensible pero cercano, lanzó un graznido que traspasó el infinito y se echó a aletear con un conocimiento innato, como si siempre hubiera sabido que su progenitor terminaría por echarlo por esa ventana algún día y que su pedido de ser libre sería cumplido.

Una sombra alada surca la ciudad en busca de aquello que nunca encontró entre los hombres y que espera hallar en la plenitud de la libertad de los cielos.

El miedo y el respeto

mathi2La playa es inmensa. Puedes recorrerla con tu papi de la mano durante muchos minutos y ver las olas como te intentan alcanzar y no se acaba. Este fin de semana que pasó, nos fuimos a la playa con mis papás y fue muy divertido. También fueron mis tíos Alfredo y Manuel. Mi abuelita Lili nos alcanzó ya allí. Con todos pasamos unos días muy bonitos y comimos muuuuucccchhhoooo.

Cuando llegamos no me acordaba del mar, pero cuando mi tío Manuel me llevó a que me mojara los piecitos, me gustó el friecito que sentí y más aún como el agua me llegaba a las rodillas. No sentía miedo, era algo mágico.

No sé cómo explicarlo, es que sentía como esa agua que llegaba ola tras ola, me traía la historia de muchos lugares.

Por la tarde le pregunté a mi Papá porqué el mar era tan grande y me contó que si pusiéramos todo el planeta en una cubo y lo partiéramos en cuatro partes, ¡tres de ellas representarían el agua de los océanos, los mares, los ríos, los lagos y lagunas!. Los mares y océanos son muy grandes y extensos, tanto que llegan de un continente a otro.

Por eso es que sentí que el mar me contaba muchas historias en su rumor constante. ¿Cuántas travesías y viajes habrán hecho muchas personas navegando por los mares?. Cuanto más me imagino, más siento que me gusta el mar.

Uno de los días que estuvimos en la playa, me aventuré a ir solito hasta la orilla y una de la olas que venía me hizo tropezar y el agua me empezó a jalar. Estaba algo asustado y ya quería llorar y gritar cuando sentí que mi Papá me sostuvo, tranquilizándome. Pasado el susto me dijo que tuviera mucho cuidado, así como el mar era hermoso, también era fuerte y sus olas podían fácilmente arrastrarme hasta el fondo mismo del océano y por más que quisiera, de repente no podría salir.

Por la noche me puse a pensar en lo extraño que es este mundo, ¿cómo algo tan hermoso con el mar también podía ser peligroso?

Al día siguiente mi abuelita Lili me llevó nuevamente a que me bañara al mar, pero ella no se aventuró a ir más allá de las olas que nos llegaban a la rodilla. Me contó que a mi Papá una ola a los dos meses de nacido lo arrastró un buen trecho y por eso le tenía mucho respeto al mar. Luego vino mi Papá y mi Mamá y juntos nos internamos algo más adentro.

Ahora comprendo que una cosa es “miedo” y otra “respeto”. Miedo es cuando algo realmente nos aterroriza porque nos puede dañar y respeto es tenerle cuidado y consideración, como mi Papá le tiene al mar, de otra manera, si aún le tuviera miedo, al ver que me arrastraba esa ola hubiera reaccionado de otra manera, gritándome y asustándome, pero por el contrario, con cuidado me alcanzó y sin asustarme me levantó y cuidó hasta llegar a la orilla.

Yo también ahora le tengo respeto al mar, no porque pueda ahogarme en sus aguas, sino porque es muy fuerte y poderoso, bello y tiene mucho que contarme, por eso cuando vuelva a la playa y al mar, lo haré con cuidado. Lo que me gustaría es poder nadar, como lo hace mi tío Manuel que se mete hasta las olas más grandes, pero aún soy un niño pequeño. ¡Poco a poco lograré mis sueños, con mucho respeto y sin miedo!