Historias del Peregrino: Los idiotas

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El pequeño corría por las calles del pueblo buscando a quién esperaba pudiera ayudarle.

-¡Peregrino!, dónde estás por favor-, clamaba.

-¿Qué pasa pequeño?, porqué gritas en una mañana tan calurosa-, dijo el anciano, apareciendo del fondo de un callejón.

El desesperado buscador explicó a su amigo que en la plaza del pueblo, estaban unos muchachos de la ciudad molestando al Chupe, un joven con retardo mental, conocido por todos.

-No están los mayores, ni siquiera Don Hermenegildo que podría defenderlo, están en el campo en una faena, solo tú puedes ayudarlo, por favor.

-El anciano se enderezó y, apretando la mano en su inseparable bastón, intentó seguirle el paso al pequeño.

El Chupe ganó su apodo porque era la única comida que le gustaba, cualquiera que fuera el caldo grueso que le presentaran, el lo devoraba sin más. Era hijo de Nélida, una joven abandonada a su suerte que, a consecuencia del terrorismo, llegó a la zona por la década pasada. Trabajaba en la hospedería de Don Hermenegildo, hasta que un obrero de paso, que vino con los de la Sociedad Eléctrica, la embarazó y se fue sin más.

Durante el parto, que fue muy difícil, las caderas de la pobre muchacha apretaron la cabeza de su bebé y no terminó de llegar aire al cerebro. Pero con todo, ella lo crió como a su más preciado tesoro. El Chupe era en todo normal, solo que no llegó nunca a comprender más allá que los abrazos de su madre y el no meterse en problemas.

¿Cómo habría logrado salir de su casa?, era lo que se preguntaba el Peregrino mientras a lo lejos ya vislumbraba los cedros de la plaza. Podía también escuchar los gritos que daba el Chupe.

Cuando llegaron con el pequeño, vieron como cuatro jóvenes, claramente fuereños, se empujaban mutuamente al Chupe.

-Míralos Peregrino, son unos salvajes, agárralos a bastonazos, tú eres fuerte, te he visto como volteabas el otro día al toro del Señor Grimaneso sin siquiera sudar, por favor dales su merecido-, clamaba el pequeño.

El Peregrino acarició la cabeza llena de rulos hirsutos y, avanzando, empezó a toser.

Los muchachos pararon su violento juego y, viendo al anciano haraposo acercarse, se miraron, dirigiéndose guiños como diciendo: -Ahí viene una nueva víctima.

-En un día tan caluroso, unos jóvenes de tan buena pinta, no entiendo cómo se entretienen maltratando a un pobre muchacho, deberían irse a los Baños de Tinzo a refrescarse, de repente encuentren buena compañía ahí.

-No queremos bañarnos viejo entrometido, lo que queremos es seguir jugando con este idiota, así que largo de aquí si no quieres que te cambiemos de lugar con él.

El Peregrino midió a quién así habló. Era alto y musculoso, típico de aquellos que cultivan la carne antes que otra cosa. Los demás compañeros suyos eran también fortachones y fijo que lo que realmente buscaban era pelearse con alguien, como para dar el mensaje que: “hemos llegado y mandamos desde ahora aquí”.

Sin mayores respuestas, se sentó y desde su nueva posición dijo: Le has llamado idiota al muchacho, debe ser porque no ha podido contestarles como ustedes hubieran querido, ustedes por supuesto son más inteligentes que él, o así lo creen ¿no?.

-Por supuesto viejo entrometido, los cuatro estamos en la Universidad más cara de la ciudad, y si preguntas a cualquiera deberás saber que soy el hijo de Eusebio Díaz del Puente.

-Debe ser por eso que tu rostro se me hacía conocido, pero me dices que eres muy inteligente, más seguro que cualquiera de los presentes, entonces no te molestará que te haga una pregunta.

-Claro que no vejete, pero sabrás que al responderla nos divertiremos ahora contigo, ya que este tarado ya nos aburrió.

-Bueno, bueno, la pregunta es sencilla: ¿De qué color es la noche?.

-Jajajajaja, viejo idiota, es negra pues, que pregunta para más tonta haces.

-Pues te equivocaste amigo, la noche en sí no tiene color, ya que lo que llamamos noche, es la ausencia del sol, de la luz, lo cual es obscuridad, la cual no tiene color.

Los jóvenes se quedaron un rato pensando, comprendieron que el anciano tenía razón. Su líder, sin embargo, se puso furioso y avanzó contra el Peregrino, quién no se inmutó, al contrario, lo único que hizo cuando el grandulón iba a cogerlo, fue hacerse a un lado y con el bastón empujar suavemente el cuerpo del muchacho que ya de por sí se inclinó para atraparlo y continuar su camino hacia el suelo, lamentablemente, el apoyo donde se había sentado el Peregrino eran unas cercas hechas de fierros en forma de arco que se entrecruzaba, la cabeza del joven quedó atrapado en uno de estos arcos.

Mientras sus amigos corrieron a ayudarlo, el peregrino, el pequeño y el Chupe se alejaron de allí. Al llegar a la casa del joven con capacidades especiales, vieron que su madre había, por un descuido, dejado sin tranca la puerta.

El Peregrino dedujo que, al encontrar la salida despejada, el Chupe fue al lugar que más le gustaba en el mundo: la plaza, la cual visitaba junto con su madre los domingos por la tarde, después de la Misa, donde se encontraba con otros chicos del pueblo, con los cuales jugaba y se divertía.

-Peregrino ahora te van a buscar esos chicos, si es cierto que es el hijo de quién ya tu sabes, te has ganado un gran enemigo.

-No te preocupes mi pequeño amigo, dicen que el mayor de los idiotas es quien quiere creer que tiene enemigos, cuando lo que tiene son amigos en potencia, solo que ellos no lo saben, pero, porsiacaso, tendré cuidado, solo para que estés tranquilo, ahora vete tú también porque deben andarnos buscando.

Mientras se iba corriendo su amiguito, el Peregrino se despidió del Chupe, y se fue silbando una vieja canción sobre el tener un millón de amigos.

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